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Pilar Martín Gila – Mi nunca, nada, no

Olvido García Valdés

Confía en la gracia Tusquets, Barcelona, 2020 256 páginas, 16.00 €

«Mi nunca, nada, no»

Por PILAR MARTÍN GILA

Confía en la gracia, el último libro de Olvido García Valdés, se terminó de escribir a finales de 2019. Luego vinieron la pandemia y el confinamiento riguroso (coincidiendo, por cierto, con la Cuaresma) a interrumpir su camino hacia la publicación. Finalmente se presentó en septiembre de 2020. Entonces, vemos que, entre el final de la escritura, momento que transcurre aún en la zona privada –por decirlo así– del poeta, y los primeros pasos de la publicación, la salida al ámbito público, media una cuarentena que, podríamos aventurar, habría sido sustancial en este libro a la hora de afrontar el pathos del poema. Es posible, así, asumir que este poemario ha traído el beneficio del tiempo en espera, el silencio de la parada y tal vez el ayuno de los días. Sí, en cierto modo, es un libro de ayuno, también en tanto es un libro que toca lo carnal, que toca lo físico, la respiración, quizá, el hambre, lo vacío del estómago. Por eso, tal vez, se tiene la sensación de leer siguiendo el curso de la palabra hasta donde la propia palabra ya no significa, llega exhausta, y solo se puede conocer por las huellas que deja, como un animal que, herido, solo sale de noche: «El pavimento absorbe y guarda huellas / de clara sangre, herida que no cierra, se hace / llaga y supura, limpiar lamiendo y / agrandando, inflamando y limpiando / y agrandando, ya solo bebe, ya / solo agua, solo a la noche, no se / le ve, se sabe por las huellas».

El enigmático sintagma «confía en la gracia», que, como título, abre este libro, de alguna forma, lo atraviesa también, surgiendo alrededor de cada una de las cuatro partes en que está estructurado. No resulta

banal su peso en el poemario, sin embargo, en el acto de la lectura, parece escamotearse constantemente una posible interpretación que pretenda atrapar o reducir su significación. Hay momentos en que se diría que esa gracia apunta a uno mismo, al yo, a algo guardado en el interior del sujeto, ya sea el miedo, la fatiga o ya sea incluso la nada, que es lo que retenemos sin la cosa, en ausencia de la cosa, sin lo perdido, pero a la vez ofreciendo una forma de lo perdido: «Confía en ti, se dijo, y sintió que volvía / la frase, confía en la gracia, eso que está / en ti, la nada y el miedo que hay / en ti te ayudarán, y la fatiga, que la energía / vaya a menos, que para quienes quieres / sea leve, la gracia te ayudará». En otros casos, la gracia parece sujeta a una garantía, la confianza entra en juego con la seguridad de una prenda, que bien podría remitirnos a la convención de la lengua, la norma como promesa de lo que se habría de cumplir, el orden del mundo esperado tras el aquí patente lugar del hipérbaton. Pero también la confianza está en lo que se puede ver si no se cierran los ojos, es decir, la totalidad, si se persigue el valor y la verdad; ahí está, en los ojos siempre abiertos, la certeza de que todo queda a la vista o de que en la vista está todo al descubierto, hasta el hueco de la bondad, hasta la grieta del mundo:

Confía en la gracia se dijo y esa noche / desapareció la prenda, pasó el día / en labor de traducción carta / de lejos, una palabra busca / mi corazón, contienen los espejos / el invisible gesto a plena luz que escamotea niños / calcinados, todo en el campo ocurre a la vista / del aire, y de los ojos la confianza que es, que es / lo falso, qué hace de lo falso verdad pudo / la madre pasar inadvertida, y en la historia cómo / pudimos no ver nada se preguntan quienes todo / tuvieron a los ojos, arañas de luz y palabras / [...] no es el mundo / continuo, tiene grietas, la bondad / un hueco entre las manos.

Y nuevamente, y a la vez, tenemos la gracia apoyándose como una carga que se abate sobre uno mismo, que curva la propia espalda, el no retorno de lo que cae a peso, sin alcanzar la comunicación, sin asistir a la respuesta, un movimiento único y exacto, las cosas solo en ellas mismas: ¿Cuántas veces trece cabe / en 1313? (pero eleven eleven oía, no / thirteen thirteen) confía en la gracia, en los doloridos / omóplatos (conocía Hong Kong desde un tranvía / no le habría antes parecido / suficiente y ahora sí), anida / [...] la actividad es ritmo, fluir / según momentos, baile de movimientos / justos, celeridad o calma (a esta distancia / la sombrilla flota roja sobre el panel), palabras / no pronunciadas, el contacto y aquella / edad, cabello blanquecino, an other for me, aquella / piel [...].

Es la gracia, al fin, un estado que deja desprendido al sujeto, lo pone en el mundo, lo entrega a lo otro y así le da un lugar donde (tomando a Virgilio) hay lágrimas en todas las cosas. Ahí habita, no como el tigre de la noche sino generoso como la raíz de la vida, que solo es en tanto que es de todos, y de esta manera la sentimos (la oímos):

El lomo negro con mechas claras se volvió / manto de lluvia y eucaliptus, espacio / respirable, vuelo o visita / a lo que fue, había sido la luna / ligera y poderosa en la noche, toma / el mundo por cuerpo, decía, como un ciego / el bastón, respira ahí como si fueras todo, silenciosa / y redonda, ajena y mía, de ellos, de quienes / ya no están, el tigre bondadoso cuida / de los que están, no a lomos

de un / tigre como el tiempo, sino un tigre / benigno de mirada tranquila, confía / en la gracia, querría decir, querría oír decir / si no supiera, melena de eucaliptus al sol / al día junto a la carretera.

Hay, entonces, como veíamos al principio, una cortadura en este libro que viene de fuera del libro, de los accidentes de la vida, las circunstancias –podríamos decir–, pero que le afecta. Y, al tiempo, vemos una cortadura que viene de la propia poesía, algo que se impone en la potencia de la palabra en el poema –la potencia de la palabra en estos poemas en concreto– y que abre algo parecido a una nueva libertad (tomo aquí la palabra que empleó la autora en la presentación de este libro) nacida en el fragmento, en esa cortadura que rompe lo esperable y se desgrana en lo insospechado, llevando los elementos de la lengua hacia otro orden que no es solo sintáctico, frase desplazada, resignificación. Las palabras dan cuenta de la intensidad que nos lleva hasta el poema, de la intensificación de la percepción que nos lleva a la lengua del poema. Aquí, nuevamente, querría traer una expresión que dejó caer la propia autora durante la presentación en La Casa Encendida y que establece una tensión con la mencionada libertad: la desfachatez. Se puede pensar en la desfachatez como término vinculado a la facha, a la faz, quizá a la máscara, algo que tiene que ver tal vez con la osadía, el atrevimiento de la palabra de la poeta. Es la libertad eso que puede estar en la frontera de lo desvergonzado («[...] la vergüenza como modo / de ser entre el yo y el no-yo [...]»), desbocado pero siempre en la palabra, en la lengua –lo deslenguado, quizá–, y, ante la enorme fuerza de este poemario (de toda la escritura) de García Valdés, cabe pensar que estamos ante una condición de la poesía misma, de toda poesía, en ese su hablar desde y para sí. También, de otro modo, se puede ver que la libertad encuentra su apoyo, su auxilio, precisamente en la gracia, como enseñaba Agustín de Hipona, pero un auxilio no trascendente, que se da dentro de la gracia misma en pos del encuentro de esta nueva libertad realizada en los límites más abiertos posibles de lo real, y abarcando cada cosa de forma singular, concreta, biográfica, aun tensando su realidad, su peculiaridad. Podemos imaginar aquí que estamos ante el pneuma de la palabra, eso que se construye dentro el cuerpo, partiendo de él, lo carnal de este libro que hemos mencionado, el hambre, las cosas o el vacío que dejan para encontrarse con el afuera:

Por que aquella voz fuera la suya qué no diera / –¿y qué veías?– era un monte y casas en la ladera y / eucaliptus y pinos hacia arriba, no era alto, era / quieto, quieto el monte o el mirar, detenido, que / entonces no sabía qué era quieto y mirar, todo / próximo –allí había nacido– y ajeno en la voz que / conducía el mundo –¿aquella voz?– no, esa / no la recuerdo, qué no diera por oírla / en un sueño, queda solo la luz / de una estancia, en que hablaba, con algo / de gruta la estancia, pero es la casa y la mesa y aquella luz / del oeste –¿una voz de mujer?– de mujer, si, pero sin / rasgos femeninos…

El sentimiento de libertad suele llevarse hacia la exaltación de la vida, el deseo siempre incumplido de fundirse con ella, con lo vivo del mundo. Sin embargo, aquí, en Confía en la gracia, podemos encontrar una forma de apelar a la libertad no tanto con efervescencia o entusiasmo sino con algo relativo al gusto, al deleite, algo vinculado a la vida buena, una vida buena que apunta al

abandono del deseo, su retirada, no tanto el sentimiento de la ausencia, que recorremos tras lo ausente, como la no comparecencia de lo que se ha desprendido: «[...] Parece vida buena / la de un pájaro en septiembre / sin crías, sin celo, sin frío / mero gusto de estar y volar». Tal vez, la vida buena sea la desaparición, incluso la nada –«Mi nunca, nada, no»–, pero ahora es el vacío, ya sin la pérdida, sin lo perdido que, al fin, es olvidado y no deja tampoco su hueco: «[...] Había dos niñas, había entonces / más cipreses, dejar que todo vaya, ir / viéndolo pasar y que no haya / nadie y no haya nada».

En el discurso de recepción del Premio Princesa de Asturias, Anne Carson dijo lo siguiente: «La gracia va y viene entre el creador de una obra de arte y su audiencia como entre el que da y el que recibe un regalo». Podemos cerrar este escrito volviendo a la gracia para recapitular las dos provisionales visiones entre las que hemos basculado a lo largo de estas líneas, hasta donde nos ha permitido el poemario: por un lado, aquella gracia que se da –como en la frase de Carson– entre lo transitivo del don, del regalo, y, por otro, la precisión de la deixis, lo que se refiere al cuerpo, la falta de complemento, su vacío –como veíamos antes–, o la luz que la palabra arroja dentro de ese riguroso ayuno: «[...] Quizás a los setenta regresen / las cosas mismas, presencias para anidar / áfonas e intransitivas, ir haciendo camino y / lleguen palabras justas a lo preciso ahí».

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