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Sebastián Gámez Millán – Eliot en traducción

Jaime Siles

Un Eliot para españoles Sevilla, Athenaica, 2021 210 páginas, 16.00 €

Eliot en traducción

Por SEBASTIÁN GÁMEZ MILLÁN

Tengo para mí que los críticos más penetrantes y esclarecedores de los misterios de la creación suelen ser poetas; pienso en Coleridge, en Baudelaire, en Unamuno, en Paul Valéry, en Antonio Machado, en Juan Ramón Jiménez, en Eliot, en Alfonso Reyes, en Pedro Salinas, en Dámaso Alonso, en Borges, en Cernuda, en Auden, en Octavio Paz, en Yves Bonnefoy, en José Ángel Valente, en Pere Gimferrer... El ensayo de Jaime Siles (1951) se enmarca dentro de esta excelente tradición.

Además de un reconocido poeta con una amplia obra a sus espaldas, Jaime Siles, catedrático de Filología Clásica y director del Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Valencia, posee una destacada trayectoria investigadora en diversos campos como la epigrafía prelatina de la península ibérica o la poesía grecolatina. Ha traducido teatro, poesía, novela y ensayo de nueve lenguas –griego clásico, latín, griego moderno, francés, italiano, catalán, portugués, inglés y alemán–. A su vez, es un brillante ensayista de la poesía y la pintura; en particular, de la poesía hispanoamericana y europea contemporánea. Su reciente ensayo se sitúa dentro de estos últimos intereses críticos.

Siles no se conforma con dialogar detalladamente con la obra de T. S. Eliot como poeta, crítico y pensador, mostrando con asombrosa erudición las conexiones y puentes que existen entre los diferentes rostros del Premio Nobel de 1948. Se diría que, al exponer rigurosamente cómo se entreteje su labor creadora y reflexiva, profundiza su comprensión y, como si fuera un «corre-

lato objetivo», formula una visión de Eliot al tiempo que ofrece un diagnóstico de algunas de las principales deficiencias culturales que padecemos, así como ciertos tratamientos para enderezar el rumbo desorientado de los habitantes del mundo.

Como a Emilio Lledó, Carlos García Gual, Martha C. Nussbaum, Mary Beard, Jordi Llovet o Nuccio Ordine, a Siles le preocupa que en «la cultura de nuestro tiempo, [...] conceptos como tradición o educación clásica han perdido vigencia, siendo sustituidos por un conjunto de supuestos saberes de posible aplicación práctica, pero de demostrado declive civil e intelectual», y que estos no posean el espacio que merecen en la educación-formación de nuestros ciudadanos. ¿Hasta qué punto los confusos y equívocos tiempos que vivimos guardan una correlación con el eclipse de las humanidades? Bajo el dominio de un neocapitalismo salvaje, con la tiranía de la inmediatez de las tecnologías, con la sociedad del espectáculo, un excesivo uso de la razón instrumental, la mercantilización y demobanalización del saber, «la barbarie del especialismo» y la abundancia de populismos, la educación-formación –y no digamos clásica– pinta poco, cada vez menos. Ciertamente, por lo menos desde la Ilustración, combatimos de forma crítica con las luces de la razón las supersticiones de la tradición con el fin de emanciparnos, pero ¿podemos prescindir por completo de las tradiciones que confluyen en el presente? ¿No son ellas la condición de posibilidad de la comprensión? En términos de Hannah Arendt: «La crisis de la autoridad en la educación está estrechamente relacionada con la crisis de la tradición, es decir, con la crisis de nuestra actitud para con el tiempo pasado».

En esta línea, Siles indica que, según Eliot: 1) «El sentido histórico implica que el pasado se perciba no solo como algo pasado sino como presente»; 2) La literatura es inconcebible sin una tradición que dialoga y se remonta a Homero; 3) «Ningún poeta, ningún artista de ninguna clase, tiene plenamente sentido por sí mismo. Su importancia, su valor es el que posee en relación con los poetas y artistas muertos»; 4) El «pasado se ve modificado por el presente tanto como el presente se ve dirigido por el pasado»; 5) «El poeta debe desarrollar o procurar ser consciente del pasado» y «seguir desarrollando esa conciencia a lo largo de toda su carrera»; 6) «El progreso de un artista es un constante autosacrificio, una continua extinción de la personalidad». ¿Acaso esa extinción de la personalidad no es una consecuencia de la progresiva conciencia de la tradición que actúa en nosotros? En su célebre «Borges y yo», donde los límites del yo se difuminan, observa el autor de El otro, el mismo: «Nada me cuesta confesar que he logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición».

Se asocia comúnmente la tradición con posturas conservadoras, pero conservar lo más valioso del pasado puede ser más civilizado que el afán incesante de la novedad por la novedad. Al fin y al cabo, Stephen Greenblatt documentó y argumentó en El giro (2011) cómo un manuscrito de De rerum natura, de Lucrecio, redescubierto a principios del siglo xv, contribuyó a crear el mundo moderno. Los ejemplos pueden multiplicarse. En este sentido recuerda Siles que «para Eliot “preservar la tradición –donde una buena tradición existe– es

parte de la tarea del crítico”». Por todo ello, considero que uno de los aciertos de Siles ha sido elegir a Eliot como su Virgilio para iluminar el presente desde el pasado.

En una entrevista a propósito de este ensayo, publicada el 13 de febrero de 2021 en el ABC Cultural, Siles declaró: «Eliot comprendió el verdadero valor de la tradición y con él la función del mundo clásico como conformador del espíritu y la cultura europeas, y defendió la enseñanza de las lenguas clásicas en los planes de estudio y la investigación en humanidades porque creía que es la herencia de la literatura griega y latina, en el cristianismo y en las antiguas civilizaciones de Grecia, Roma e Israel donde el mundo occidental y Europa encuentran su unidad [...]. Cada vez que Europa ha renunciado a lo griego y lo romano que late en el fondo de ella se ha olvidado de sí misma, ha renunciado a la misión encomendada a Eneas y se ha hundido en la barbarie más total».

Paradójicamente, Eliot es un poeta revolucionario desde la tradición bien digerida y asimilada. (En realidad, ¿puede ser en rigor de otro modo?). En palabras de Siles, «desde la tradición y en constante diálogo con ella revolucionó, tal vez más que ningún otro, la poesía de la primera mitad del xx». Ahora bien, ser quizá el más revolucionario no significa ser el mejor, algo que en sentido estricto tal vez sea inconmensurable o, por lo menos, está sometido al juicio estético, que, si bien aspira a la intersubjetividad, no es definitivo.

No olvidemos que Eliot es contemporáneo de otros inmensos poetas: Paul Valéry, Antonio Machado, Rilke, Wallace Stevens, Juan Ramón Jiménez, Saint-John Perse, Fernando Pessoa, César Vallejo, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Auden... Todavía más: si entendemos el concepto de tradición en un sentido radical, se ponen en tela de juicio nociones que provienen del Romanticismo, como las de genio y originalidad. Alguien que estuvo a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo, Goethe, decía que él no era más que su irrenunciable herencia.

Por tanto, no es fortuito que en distintos momentos de este ensayo leamos que Eliot dudara acerca de la «originalidad»: «“No existe la originalidad completa en la que nada se deba al pasado”, dice que, cuando nacen un Virgilio, un Dante, un Shakespeare o un Goethe, “todo el porvenir de la cultura europea se modifica”». Tampoco es casual que Eliot arremetiera críticamente contra la corriente romántica.

A lo largo del ensayo desfilan numerosos temas como «la interdependencia entre lectura y escritura», «la omnipotencia del ritmo», el verso libre, el acto de creación y composición, de qué depende el significado de un poema, el influjo de la lengua coloquial en la poesía, el monólogo dramático, las funciones de la poesía y la crítica, la poesía meditativa, la poesía como autoconocimiento..., y una esclarecedora interpretación de The Waste Land (1922) y Four Quartets (1943), las dos obras maestras poéticas de Eliot, lo que acaso era la intención original del ensayo.

Asimismo, se expone la recepción de la obra de Eliot por parte de algunos poetas hispanoamericanos como Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Pablo Neruda o Jaime Gil de Biedma, a juicio de Siles, «el poeta español de nuestro tiempo que mejor leyó y comprendió el pensamiento poético de Eliot, por más que algunos seguidores suyos hayan incurrido en toda la amplia serie de defectos que, con su autocontrol y

rigor crítico, supo eludir él». Aquí, como en el supuesto verso libre, encontramos dardos contra la poesía contemporánea española, junto con la voluntad de recuperar tal como es debido los conceptos de tradición y educación clásica; he aquí la justificación del título.

Quizá, en algunos momentos, echamos de menos que la edición y la letra no sean más amplias. Sobre todo las casi diminutas 501 notas al final del ensayo a doble columna –tal vez un guiño cómplice a The Waste Land–. Muchas de ellas, además de sorprendentemente eruditas, ofrecen sugerentes ejercicios hermenéuticos; acaso si se hubieran separado más los párrafos y articulado en capítulos. Pero, como señalamos al comienzo, estamos ante un ensayo escrito por un poeta. Posiblemente, esa será labor de algún filólogo o crítico futuro que lea con la debida atención este estudio en el que, a menos que me equivoque, se han deslizado algunas erratas: «un(a) rima» (p. 22), falta la «a»; «práctica» (p. 58), falta la tilde; «evolucionaría» (p. 65), falta la tilde; «causa(n)do» (p. 147), falta la «n»; «Esas vías son las que median entre The Waste Land y Four Quartets(,) es decir, [...]» (p. 154), falta una coma. Siles ha escrito este ensayo en unos tres meses, a comienzos de la pandemia, exactamente del 1 de abril al 29 de julio de 2020, viento en popa y a toda vela, como si tuviera la sombra de la desconocida delante. Se aprecia, sin duda, que solo se puede escribir una obra como esta con una fecunda vida como poeta y crítico.

En definitiva, Un Eliot para españoles es un estudio que puede ser muy valioso tanto para los especialistas en el poeta, dramaturgo y ensayista como para los críticos y teóricos literarios contemporáneos y, especialmente, es un taller con numerosas y sutiles herramientas para poetas. Al igual que en el Renacimiento italiano se decía que todo pintor se pinta a sí mismo, todo crítico se autorretrata al tiempo que se adentra en la obra de otros autores; en este caso Siles, alguien que revolucionó la poesía y la crítica del siglo xx desde un profundo conocimiento de la tradición clásica. ¿Sabremos estar nosotros a la altura de nuestra herencia clásica?

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