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EL FOLKLORE DE LIMA
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Javier Luna Arquitecto
Nada fácil la tarea de sintetizar en una cronología el cómo y que ha sido lo tradicional o típico en nuestra ciudad.
Lima capital del virreinato peruano, durante casi trescientos años desde su fundación española en 1535, supo guardar y presentar a propios y extraños muchas canciones y danzas, cultura viva de nuestra ciudad. Desde siempre la música ha estado presente y por ende la danza. Basta aguaitar Caral, descubierto por doña Ruth Shady y nos sorprenderán las quenas realizadas con plumas y huesos de aves…realizadas y tocadas hace más de cuatro mil años. Cuando llegaron los españoles encontraron un acervo, un repertorio autóctono que no pudo ser desaparecido, que por el contario, se fusionó con la música traída de Europa, creando lo que con mucha autenticidad se denomina folclore de Lima.
La escala pentatónica imperfecta, del indio aborigen (mí, sol, la, si, re), fue reemplazada por la escala universal importada con la conquista. Pronto, por acción sincrética, la música hispana practicada en los Andes, derivó en el
huayno, la cashua y la colla. El arte llamado criollo está simbolizado por la danza más importante: la marinera, el agua de nieve, la zamba, la cueca, el paspié, el triste y el yaraví, todo esto cantado y bailado en Lima. Hasta fines del siglo XVIII, los bailes que más entusiasmaron en Lima fueron: el bate que bate, el don Mateo, la remensura, el agua de nieve, el gatito miz miz, el minué, entre las gentes mestizas. Sin embargo, para 1780 se habían prohibido los tres primeros por mandato eclesiástico. Cuenta don Ricardo Palma, que el único lugar en que se cumplió el mandato fue en San Juan de Lurigancho, gracias al poder omnímodo del cura de esta parroquia Nepomuceno Cabanillas, dominico severo y fanático.
El arzobispo de Lima, don Pedro Villagómez a mediados del siglo XVII daba instrucciones a los curas estableciendo castigos para los indios culpables de practicar danzas y cantos prohibidos. Sin embargo no todos los conquistadores, ni todas las autoridades eclesiásticas fueron tan radicales en su condenación y se produjo ese hibrido tan sabroso que distingue a todas las manifestaciones del periodo.
Los D´Harcourt en su magnífica obra “La Musique des Incas et ses survivances”, realizaron el estudio más completo que se haya hecho al respecto, que sirve de base para esta breve antología de la música limeña.
Somos conscientes que para graficar perfectamente el canto y el baile de Lima y de los limeños nada es mejor que evocar y observar la obra de tres grandes personajes de la cultura popular limeña: don Ricardo Palma con sus tradiciones peruanas, en las que aparece todo lo concerniente a lo típico limeño y en la que el comenta de cómo se “cuequeaba de lo lindo” en Lima, todo esto escrito por su frondosa y mágica pluma; luego se tiene que mencionar a don Francisco Pancho Fierro, el Goya limeño, quien graficó con su pincel los usos y costumbres de Lima en el tránsito del virreinato a la república, nada de lo que sucedió de importante en esta ciudad, dejó de ser graficado por el maravilloso pincel del pintor mulato.
La tercera persona a mi criterio es la voz enamorada de Lima, una mujer que no siendo limeña -nació en Abancay-, supo condensar a los antes mencionado y escribir una serie de canciones a la vieja ciudad, en las que rescata y recopila el uso y costumbres de personajes amados que renunciaron a el modernismo limeño y guardaron celosamente su tradición, su misterio e historia añeja, como canta en uno de sus valses: doña Chabuca Granda y Larco.
Las acuarelas de Pancho Fierro, de la “zamacueca de salón” o la “borrascosa”, los títulos de las mismas, escritos por la misma pluma de Ricardo Palma, y el valse primero de Chabuca Granda “Lima de veras”, grafica la trilogía que he mencionado. Mención aparte merece el valse “la flor de la canela” auténtico himno limeño en el que la autora basándose en una conferencia de don Raúl Porras Barrenechea, suplica de manera sutil y bella, piedad, para el rio, el puente y la alameda…
Rosa Mercedes Ayarza de Morales del Solar, limeñísima compositora, tuvo el privilegio de escribir en el pentagrama la primera marinera a solicitud de don Abelardo Gamarra “el Tunante”, quien dispuso, el 8 de marzo de 1878, llamar marinera, al baile nacional, que hasta entonces era llamado “chilena”, y así se quedó, sin decretos supremos ni nada por el estilo, el pueblo lo dispuso y se aceptó a nivel nacional. Desde ese año hasta hoy cada marinera bailada a lo largo y ancho de nuestra tierra evoca a don Miguel Grau y a su heroicidad en el Huáscar durante la infausta guerra del Pacífico. La señora Ayarza con gran mérito recopiló también a las voces populares que le procuraba que hermano “Karamanduka” y creó los pregones de Lima, que son casi una estampa musical de la obra de don Ricardo Palma; sintetizados en un valse muy popular titulado “Viva el Perú y sereno”, de la autora y compositora doña Alicia Maguiña, quien hizo cantar en pleno siglo XX a todo el Perú, las limeñas coplas de: “…A las 6 es la lechera catay, a las siete la tizanera chumay…”. Posteriormente doña Victoria Santa Cruz Gamarra, heredera de una familia extraordinaria de guardianes de la tradición limeña, compuso una serie de pregones y rescató del olvido danzas como el alcatraz, el festejo, el Landó, el son de los diablos, la marinera y para el bicentenario del Coso de Acho presentó la estampa de la zamacueca, madre de la marinera, que por años estuvo guardada en las imágenes estáticas de las acuarelas de Pancho Fierro y que ella le diera vida hace exactamente cincuenta años…
Nadie puedo pensar que en una antología de la música limeña no aparezca el nombre privilegiado de don Felipe Pinglo Alva, la más alta cumbre del valse limeño por excelencia, que representa a una serie de eximios compositores y músicos que le regalaron su música a la ciudad y permitieron que los hombres y las mujeres de Lima bailaran enlazados.
La guitarra limeña sin duda alguna es la de don Oscar Avilés Arcos y el conjunto tradicional que describe a la perfección el ambiente limeño y la gran categoría de esta ciudad de fundación española es el afamado conjunto “los Morochucos” creado y dirigido por el doctor Avilés, que son la música y el canto de la ciudad, ¿Quién lo duda?
La marinera, llamada “danza nacional del Perú” nació en Lima y desde aquí caminó a lo largo y ancho del otrora virreinato peruano, creó la cueca en Chile, la zamba en argentina y cualquier otra danza de pañuelo a pareja, deviene de la marinera limeña.
Curiosamente, “expertos” aseguran que la cuna de ella está por el norte de mi país, donde se baila una muy bella forma regional como también lo hacen en Puno, Piura, Lambayeque, Cusco y Ayacucho.
Merito extraordinario el de doña Victoria Santa Cruz quien sentenció y dijo: “Marinera, marinera, pocos ya quedan que te bailen que te canten y te quieran…”.
Quien si la baila, la quiere, la compone y la canta es doña Alicia Maguiña Málaga, exquisita artista nacional a quien ha defendido sin apoyo de nadie, el rescate, puesta en valor y difusión del baile limeño por excelencia. Nada es más limeño, nada suena más a Lima que un bordón de guitarra que “llama” a un cajón y que con el apoyo de palmas, guapeos y “duende” permite que una pareja, hombre y mujer, con pañuelos en las manos “Dibujan lo que dibujan” para alegría de quienes miran; porque, curioso, este baile lo disfruta de igual manera el que canta, el que toca, el que baile y el que mira…
Escribo estas frases y evoco la gentil, amable, y limeñísima presencia de doña Piedad de la Jara y Loret de Mola, dueña del restaurante costumbrista “Karamanduka” donde se comía y se bebía a la manera tradicional de la ciudad y donde vi bailar a don Manuel Barnechea y a las preciosas nietas de doña Rosa Mercedes Ayarza.
En este breve artículo que describe lo limeño no puede faltar un nombre que permitió que mis ojos provincianos descubrieran el encanto de esta bella ciudad, a la que debemos guardar de manera que los limeños que todavía no han nacido, hereden toda la gracia, encanto y misterio que guarda nuestra ya casi, perdida ciudad…
Ese nombre que representará por siempre a Lima y lo limeño es Mocha Graña, quien para privilegio mío durante más de treinta años, día a día me descubrió y regaló a su ciudad de la que ella fue su última y auténtica “tapada limeña”.
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Acuarelas de Pancho Fierro: 1. Papa-huevos (1830) 2. Danza de chunchos 3. Escena en el hospital militar de San Bartolomé (1850) 4. Altar de purísima (1820) 5. El son de los diablos 6. En Amancaes (zamacueca decente) (1840) 7. El minué (baile de salón en 1815) 8. Dos serranas (1820) 9. En Amancaes (zamacueca) (1840)