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Una Opinión de Hoy
La cerámica, un aliado frente al síndrome del edificio enfermo
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los habitantes de los países desarrollados pasan alrededor del 90% de su tiempo en interiores.
José Planelles Aragó,
Laura Vilalta Ibáñez,
Esto conlleva una exposición prolongada a diferentes agentes físicos, químicos y biológicos que pueden tener efectos adversos sobre la salud humana. A este respecto, el diseño de espacios saludables y de confort desempeña un papel esencial en la prevención y control de numerosos riesgos para la salud.
Sin embargo, en el diseño actual de edificios predominan aspectos vinculados con la eficiencia energética, tales como la mejora del aislamiento térmico, el aumento de la estanquidad de la envolvente del edificio o la instalación de sistemas de ventilación mecánica, todo esto en detrimento de otros aspectos que pueden dar lugar a la aparición de lo que se conoce como síndrome del edificio enfermo.
El término síndrome del edificio enfermo (o SBS, según las siglas en inglés de Sick Building Syndrome), hace referencia a aquellas situaciones en las que los ocupantes de los edificios experimentan efectos agudos sobre la salud y el confort que, aparentemente, están relacionados con el tiempo que estos pasan en el edificio, pero que no pueden identificarse con ninguna enfermedad o causa específica. Las molestias pueden estar localizadas en una habitación o zona concreta, o pueden ser en todo el edificio. En cuanto a los síntomas característicos del SBS, que pueden presentarse de forma aislada o combinada, encontramos el dolor de cabeza, la irritación de los ojos, la nariz o la garganta, la tos seca, la sequedad o el picor de la piel, los mareos y las náuseas, la dificultad para concentrarse, la fatiga o la sensibilidad a los olores.
La OMS distingue entre dos casos de edificio enfermo. Por un lado, tenemos los edificios temporalmente enfermos, grupo en el que se incluyen edificios nuevos o de reciente remodelación, en los que la sintomatología no suele prolongarse más de seis meses, desvaneciéndose progresivamente. Por otro lado, encontramos los edificios permanentemente enfermos, cuyos usuarios presentan síntomas que persisten, a menudo, durante años y, en muchos casos, a pesar de
adoptarse distintas medidas correctivas. En este sentido, se han descrito numerosos problemas relacionados con la calidad del aire interior que se prolongan en el tiempo. Estos son el resultado de, o bien un diseño inadecuado del edificio, o bien un mantenimiento y/o explotación incompatibles con el diseño original.
En la práctica, según señala el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST), los edificios catalogados como enfermos suelen presentar una serie de características comunes. Así, por ejemplo, a menudo disponen de sistemas de ventilación forzada (comunes a todo el edificio o a amplios sectores), la recirculación del aire es solo parcial, cuentan con tomas de renovación de aire ubicadas de forma inadecuada o emplean intercambiadores de calor que trasvasan agentes contaminantes desde el aire de retorno al de suministro. Con frecuencia, se trata de construcciones ligeras y de bajo coste, cuya superficie interior está en gran parte recubierta con material textil o plástico y con un elevado grado de estanquidad (por ejemplo, con ventanas que no pueden abrirse).
Se han identificado numerosos factores de riesgo que favorecen la aparición del SBS. Estos forman una amplia lista en la que, además de una ventilación inadecuada, encontramos aspectos relativos al nivel de ruido y vibraciones, olores, nivel de iluminación, humedad relativa, ambiente térmico y contaminantes ambientales. Con respecto a estos últimos, la lista de posibles contaminantes es enorme ya que pueden tener muy diversos orígenes, ya sean los propios ocupantes del edificio (fuente de CO2 o del humo de tabaco), los materiales de construcción y el mobiliario empleados (fuente de compuestos orgánicos volátiles o VOCs), el aire exterior (fuente de contaminantes procedentes de los tubos de escape como CO, NOx y partículas en suspensión) o el agua estancada en cañerías y equipos de aire acondicionado (fuente de patógenos como la legionella).
Una correcta elección de los materiales de recubrimiento del interior de los edificios resulta clave para prevenir la aparición del SBS. Sirvan como ejemplo los recubrimientos vinílicos que, a menudo, contienen compuestos orgánicos como plastificantes y estabilizantes. Tal y como señalan algunos autores, estos compuestos podrían suponer riesgos para la salud humana tras una exposición prolongada. Por el contrario, los recubrimientos cerámicos, dada su naturaleza puramente inorgánica y las características propias de su proceso de fabricación, que implica tratamientos térmicos de más de 1.000 °C (capaces de descomponer por completo todo tipo de sustancias orgánicas) se encuentran completamente libres de estas sustancias.
Una vez más, los recubrimientos cerámicos se posicionan como un material seguro y libre tanto de estas como de otras sustancias orgánicas como el formaldehído y otros VOC, compuestos volátiles liberados por recubrimientos de tipo polimérico, moquetas o maderas, que pueden causar cefaleas, náuseas e irritación de las vías respiratorias. Concretamente, numerosos autores señalan a los VOC como la causa principal del SBS, siendo los niveles de concentración de estos uno de los factores más importantes que influyen en la calidad del aire interior.
No obstante, existen argumentos adicionales que refuerzan la idoneidad de los recubrimientos cerámicos frente a otras tipologías de materiales. Para ilustrar esto, basta con realizar un análisis comparativo entre, por ejemplo, una lámina cerámica y un pavimento de tipo vinílico (Luxury Vinyl Tile o LVT).
Para tal fin, emplearemos Solconcer, una herramienta on line y gratuita, elaborada por el Instituto de Tecnología Cerámica y financiada por la Diputación Provincial de Castelló, que permite la evaluación de diferentes soluciones constructivas desde tres perspectivas diferentes: las prestaciones técnicas, los impactos ambientales y los costes económicos. Los resultados revelan que la lámina cerámica ocasiona un menor impacto ambiental y supone un menor coste que el pavimento vinílico, todo ello considerando una perspectiva de ciclo de vida de 50 años. Además, desde el punto de vista de las prestaciones, la cerámica resulta nuevamente superior, especialmente por su resistencia al fuego o por su fácil limpieza, sin necesidad de usar disolventes orgánicos.
A diferencia de lo que ocurre con otros tipos de recubrimientos, los materiales cerámicos presentan coeficientes de absorción de agua muy bajos, lo cual garantiza la impermeabilidad de estas superficies. Esto les confiere propiedades hipoalergénicas puesto que impide la proliferación de ácaros y moho. Por otro lado, la incorporación de especies activas en su formulación, tales como nanopartículas de plata u óxido de titanio, dota a las superficies cerámicas de propiedades antibacterianas y antivíricas, algo fundamental en entornos donde deben extremarse las condiciones de higiene y seguridad, tales como hospitales, cocinas, restaurantes, escuelas, aeropuertos y un largo etcétera de espacios tanto públicos como también privados. Además, en el caso del óxido de titanio, las superficies cerámicas adquieren también propiedades fotocatalíticas, siendo capaces de actuar sobre los NOx presentes en el ambiente, eliminándolos, con la consiguiente mejora de la calidad del aire.
Todas estas características reafirman a los materiales cerámicos como una más que potente alternativa para garantizar espacios habitables en los que se impongan criterios saludables y de búsqueda del bienestar. ◆
