A
ddy, una niña muy buena, se sentía muy triste porque sus padres no la dejaban jugar con los demás niños del pueblo. Decían que ella solo debía jugar con muñecas y que si salía se iba a ensuciar. Ella se entristecía cuando escuchaba aquellas cosas, pero no podía hacer nada al respecto. Así que se dedicaba a mirar por la ventana cómo los demás jugaban.
L
os mejores momentos para Addy eran cuando su madre le pedía que buscara frutas en un bosque cercano. Una tarde como otra cualquiera, recolectando sus frutas, la pequeña escuchó un grito que era casi imperceptible. El grito no sonaba como el de ningún animal que hubiera escuchado antes, por lo que decidió investigar.
P
ero lo que encontró cerca fue un huevo enorme nada parecido al de las gallinas. Aquel huevo gigante tenía un pequeño agujerito por el que parecía salir el ruido que había escuchado, y pronto surgió de él un húmedo hocico que trataba de respirar a duras penas. Aquel animalillo salió del huevo, mientras ella se maravillaba con aquella criatura de color verde turquesa y un brillo tan dorado como el sol.
T
ras aquella importante reflexión al día siguiente Addy llevó a su nuevo amiguito a un sitio seguro para que nadie le viese y para poder darle un poco de agua con tranquilidad, el agua que el animal se bebió fue mucha que de pronto le dio mucho sueño y Addy se quedó con él un tiempo tocando su guitarra y cantando.
M
ientras Addy le encontró un hogar en una cueva le dijo “¡Eres un dragón!”. Y su rostro se puso alegre porque era la primera vez que veía un dragón y también por fin encontró un nuevo amigo. Mientras, la pequeña sonrisa del dragón como señal de una amistad, y Addy se sintió muy agradecida y contenta. ¡Ella le había salvado la vida! Y siempre llegaba a jugar con el pequeño dragón, y fueron buenos amigos.
FINN.
Anderson Emanuel Estrada Velรกsquez