Las historias del Tata Majaín

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Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham ibn-M Filistíni )

quien con sus historias fantásticas y sus gestos histriónicos, como si él m de los personajes de sus cuentos, nos entretenía y nos enseñaba tanto a primos y a cualquier otro chico que hubiera en la casa.

Escuchándolo, no sólo los niños sino también los adultos que le prestab aprendían a reír sanamente y a pensar sabiamente, además de a agradec que se respira. Incluso después de que la guerra devastó buena parte de Majaín siguió siendo el mismo anciano bonachón de siempre: muchas ca fueron destruidas, pero la vital sonrisa del abuelo continuó expresada en surcado de arrugas como si fuera un mapa de historias. Esas esculturale arrugas eran acaso la manifestación carnal de los innumerables e inalter él, con la pasión del alma en la lengua, nos contaba.

Todo cambiaba en el mundo, salvo don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz al-Jísham ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos.

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A los seres nobles que son capaces de renacer a través de la memoria. A quienes me brindan su apoyo incondicional, especialmente Marcia, Sergio y Ámbar. A Óscar y Samir (una semilla), una nueva parte de mi familia. A Hernán, mi impulso feliz. de Javiera Lahsen Celis

A un hombre que no conocí, pero cuya historia he rastreado en sus hijos y sus nietos; se lo dedico también a ellos, que de alguna forma son él. Con la nostalgia de un siglo y la esperanza de un renacer, para Miguel Lahsen Haman. de Miguel Lahsen Celis

Las Historias del Tata Majaín Proyecto de Título para optar al grado de Diseñadora en Comunicación Visual, UTEM Facultad de humanidades y tecnologías de la comunicación social Diseño en Comunicación Visual Profesor guía Felipe Muñoz Rosales Texto escrito por S. Miguel Lahsen Celis Diseño editorial e ilustraciones por Javiera Lahsen Celis Primera Edición 2013, Santiago, Chile Todos los derechos reservados Prohibida su reproducción total o parcial



En las noches, yo llegaba a era Alejandro Bicorne de Macedo corriendo, saltando y volando a tod de un continente a otro y cargando a todas las personas de todas las cu mundo.

¡Qué tiempos aquellos, en los que m aún no se desarrollaba por complet estaba a medio camino entre las fa infancia y las realidades de la adul

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Cuando yo era un niño, los días y las noches eran juego y alegría,

y la vida era tan sencilla como una sonrisa.

En las reuniones familiares, entre los deliciosos kebab, falafel, mahshi, malfuf y quebbe que mi abuela, mis tías y mi mamá cocinaban y los aromáticos tabacos en hookah que mis tíos fumaban, había algo que condensaba toda la felicidad de mi infancia mucho más que esas cosas: se trataba de la voz del tata Majaín (cuyo nombre completo, conforme a la costumbre árabe de incluir a los antepasados en el nombre, él siempre nos lo hacía recordar:

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Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham ibn-Mijaíl alFilistíni ) quien con sus historias fantásticas y sus gestos histriónicos, como si él mismo fuera uno de los personajes de sus cuentos, nos entretenía y nos enseñaba tanto a mí como a mis primos y a cualquier otro chico que hubiera en la casa. Escuchándolo, no sólo los niños sino también los adultos que le prestaban atención aprendían a reír sanamente y a pensar sabiamente, además de a agradecer cada segundo que se respira. Incluso después de que la guerra devastó buena parte del país, el tata Majaín siguió siendo el mismo anciano bonachón de siempre: muchas calles y casas fueron destruidas, pero la vital sonrisa del abuelo continuó expresada en su rostro, surcado de arrugas como si fuera un mapa de historias. Esas esculturales e imponentes arrugas eran acaso la manifestación carnal de los innumerables e inalterables relatos que él, con la pasión del alma en la lengua, nos contaba.

Todo cambiaba en el mundo, salvo don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos.

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Una historia que a todos los primos nos encantaba escuchar era

Recuerdo cuando el tata Majaín, rescatándolos desde su memoria perfecta (incluso más que la de unaSimbad computa-el Marino; mientras el tata nos la contaba, la decena de nieto éramos dora, pues él no necesitaba actualizar la información nos ni quedábamos ante él como gatitos hipnotizados, los ojos desmesuradamente abiertos, como si sus labios serenos pero intrépidos nada de eso), nos contaba las fascinantes historias de Las fueran a pronunciar la última palabra del universo en una fórmula mágic mil y una noches. Él comenzaba advirtiéndonos: se colaría en nuestros tímpanos y nos transportaría a ese pasado legend quedeelmás anciano –Los cuentos que ahora les voy a relatar provienen allá bonachón nos narraba:

de la luz de la Aurora y las aguas del Ganges, y sus orígenes se remontan a más de dos mil años atrás, cuando los poetas de –…Y el hombre-pájaro le permitió a Simbad abrazarse a su cin la antigua Persia le narraban historias fantásticas al emperador Alejandro Magno para que él lograra quedarse dormido–. para entonces desplegar sus alas y llevarlo a volar por los aire

Llegaron hasta la parte más alta del cielo, donde nuestro héroe

Alguna vez, yo lo interrumpí preguntándole quién pudoera oír incluso el cántico de los ángeles. Alejandro Magno, a lo que él me respondió que su verdadero nombre era Alejandro Bicorne de Macedonia, y que los musulmanes lo llamaban Zul Qarnain, Alejandro el de los Dos Cuernos; y me lo describió como un rey con cuerpo de leopardo y alas de águila que a sus 20 años ya había conquistado todo el mundo, sólo que de una manera distinta a la de cualquier otro emperador:

–Él no aniquilaba a las culturas cuyos pueblos iba dominando, sino que, al contrario, se interesó por sus costumbres y respetó sus creencias, porque esa le pareció la mejor manera de unir al mundo bajo la concordia (y no la discordia) de un solo reino–.

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) ndro Bicorne de Mac edonia (y su caballo * Aleja ÂŤ 13 Âť


En las noches, yo llegaba a soñar que era Alejandro Bicorne de Macedonia corriendo, saltando y volando a toda velocidad de un continente a otro y cargando en mi lomo a todas las personas de todas las culturas del mundo. ¡Qué tiempos aquellos, en los que mi mente aún no se desarrollaba por completo, sino que estaba a medio camino entre las fantasías de la infancia y las realidades de la adultez!

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historias Majaín nos hacían PorLasesos años, del los tata nietos del tata Majaín siempre hablábamos de él en la suescuela: ojos centellantes, fuerte nariz, su barba espesa y cenicien

Su dulce sonrisa, su cabeza un poco inclinada hacia adelan

tierra tiempo sin olaen los trabajos para las asignaturas, nunca yaviajar fuerahacia en loscualquier recreos con los ocompañeros todo en armonía con su piel morena tirando a rojo, al rojo d necesidad de haber estado ahí: faltaba el motivo o el ansia por los cuales referir a ese cuentacuentos que a los felicidad que le cautivaba alimentaba el espíritu y el cuerpo y que a su niños. nos alimentaba la imaginación, y todo al ritmo de su bastón sus descripciones lo alumno se nos pidió invitar a la clase a algún Cierta vez, para unaincluían ocasiónexactamente en la que a cada siempre pausado como el paso de un camello, generaron un justo ynuestro lo necesario para que el sus nietos,yo y mi primo de mi mismo grado fuimos con el familiar para practicar diálogo, aceptación espontánea e inmediata de todos y cada uno de después de escucharlo y abuelo. Apenas entramosen enelelcomedor aula, el turbante blanco quetros cubría su cabeza Cuando canosa –que él compañeros. él, después de saludar a medio m besarlo en lasver– mejillas, rara vez dejaba llamópudiéramos la atencióncorrer de todos los presentes, entre los que no había ningún un beso en la mejilla como si los conociera desde hacía años poranciano, la casa jugando que las otro sino queatodos losvasijas estudiantes habían llevadohubo a sussentado padres oensus tíos; algunos una de las tantas sillas que todos los adult contenían genios de los adultos lo miraron con la sospecha del prejuicio, perocorrieron la mayoría de ellos seuno alegró de niños le pidió prestado su b a ofrecerle, de los recibir en la sala de clases a alguien que, claramente, pertenecía a otra cultura, la árabe. para jugar, a lo que él le respondió: (como en el cuento de

Aladino y la lámpara mágica)

o a que las habitaciones escondían tesoros

(como en el cuento de Alí Babá

y los cuarenta ladrones).

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–Este es un bastón especial. Si lo alzas en el aire, se forma en una espada tan poderosa como la del lege caballero Jorge de Capadocia, famoso entre los árab cristianos y musulmanes por haberse enfrentado a u dragón que acechaba a los hombres y haberle corta cabeza con su espada–.


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Una historia que a todos los primos nos encantaba escuchar era la de Simbad el Marino; mientras el tata nos la contaba, la decena de nietos que éramos nos quedábamos ante él como gatitos hipnotizados, los ojos desmesuradamente abiertos, como si sus labios serenos pero intrépidos fueran a pronunciar la última palabra del universo en una fórmula mágica que se colaría en nuestros tímpanos y nos transportaría a ese pasado legendario que el anciano bonachón nos narraba:

–…Y el hombre-pájaro le permitió a Simbad abrazarse a su cintura, para entonces desplegar sus alas y llevarlo a volar por los aires. Llegaron hasta la parte más alta del cielo, donde nuestro héroe pudo oír incluso el cántico de los ángeles.

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San Jorge y el Dragón


Simbad el Marino « 09 »

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Por esos años, los nietos del tata Majaín siempre hablábamos de él en la escuela:

ya fuera en los recreos con los compañeros o en los trabajos para las asignaturas, nunca faltaba el motivo o el ansia por los cuales referir a ese cuentacuentos que cautivaba a los niños. Cierta vez, para una ocasión en la que a cada alumno se nos pidióPasaron invitar los a laaños clasee inesperadamente a algún para todos los que l familiar nuestro para practicar el diálogo, yo y mi primo de mi mismo grado fuimos con el más aún para quienes lo admirábamos, la demencia senil abuelo. Apenas entramos en el aula, el turbante blanco que cubríaapoderarse su cabezadel canosa –que él tata Majaín. rara vez dejaba ver– llamó la atención de todos los presentes, entre los que no había ningún otro anciano, sino que todos los estudiantes habían llevado a susEntre padres sus tíos; algunos suso hijos (quienes nunca siquiera pensaron en l de los adultos lo miraron con la sospecha del prejuicio, pero la mayoría ellos selos alegró de todos querían llevárselo) s de un de asilo y de cuales recibir en la sala de clases a alguien que, claramente, pertenecía a el otra cultura, árabe.él podía seguir viviendo y ser cu mejor lugarladonde

casa de mi padre, el más amado de los hijos, acaso po varón y también el menor de sus seis hermanas. Adem tata y la nuestra siempre habían estado en la misma manera que conservar al anciano en el mismo barrio misma calle parecía la mejor opción para él. Para ento contaba con 9 años. Buena parte de mis días transcu cuarto del tata Majaín, donde yo acudía para que me cuentos; pero su memoria disminuía un poco cada ci mi sensibilidad de niño advertía el dolor de abuelo qu cada vez que, a la hora de narrarme algún relato, titu dos, tres veces antes de resignarse, definitivamente n encontrar tal o cual nombre de personaje o lugar en

Pero yo, cada mes un poco menos niño, cada mes un adulto, mantenía verde y vivo el recuerdo de aquello olvidaba: de hecho, había veces en las que yo mismo con mis palabras la historia que él no podía concluir o los casos, ni siquiera comenzar.

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Su dulce sonrisa, su cabeza un poco inclinada hacia El recuerdo de eseadelante, graciososus episodio me hizo exclamar para mis a ojos centellantes, su fuerte nariz, su barba espesa y cenicienta, todo en armonía con su piel morena tirando a rojo, al rojo de la felicidad que le alimentaba el espíritu y el cuerpo y que a sus nietos nos alimentaba la imaginación, y todo al ritmo de su bastón, siempre pausado como el paso de un camello, generaron una aceptación espontánea e inmediata de todos y cada uno de nuesHice brevea silencio y repetí tros compañeros. Cuando él, después deun saludar medio mundo de desconsolado: un beso en la mejilla como si los conociera desde hacía años, se hubo sentado en una de las tantas sillas que todos los adultos corrieron a ofrecerle, uno de los niños le pidió prestado su bastón para jugar, a lo que él le respondió:

–¡Tal es la fuerza que pueden ejercer las historias sobre las mentes trascendiendo edades y géneros!–.

¡Pero ahora el tata Majaín no podía contar ni una sola historia: su avanzada edad se lo impedía!

–Este es un bastón especial. Si lo alzas en el aire, se transforma en una espada tan poderosa la del legendario Volví acomo repetir: caballero Jorge de Capadocia, famoso entre los árabes cristianos y musulmanes por haberse enfrentado a un dragón que acechaba a los hombres y haberle cortado la cabeza con su espada–. Y agregué:

–Sherezade–.

Entonces se me ocurrió cómo resucitar la memoria « 22 »

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El compañero y otros pocos que lo rodeaban se asombraron de la mención a semejante guerrero. Entonces el tata Majaín, advirtiendo el interés de los chicos en sus palabras, comenzó a hechizar su atención con esa historia que a mis primos y a mí tantas veces nos había contado: la de Jorge de Capadocia y su batalla contra un dragón. Está de más decir que, a los pocos segundos de haber empezado a narrar el relato, ya tenía congregada alrededor suyo a más de la mitad de los niños. Por supuesto, el cotidiano griterío que siempre había en la sala, creo que por primera vez sin la mediación de algún profesor, se volvió en absoluto silencio. Hasta los adultos le prestaron atención al anciano, cuya voz resonaba en los oídos de su público:

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En eso, comencé a reflexionar que, así como él había alimenta con sus relatos en los años más felices de mi niñez, yo ahora cuerpo con la comida en los años quizá más infelices de su v

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devastado, mucho más que cuando la guerra había llegado al país y lo ha todo salvo a don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-J ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos. Pensé en las h mil y una noches que él nos contaba a mí y a mis primos; pensé en los pr ese libro, en el rey Shariar y la esclava Sherezade, pasando despiertos no escuchando las historias que ella le contaba y ella enamorándolo con esa

Recordé cierta vez en la que, a mis cortos 7 años, yo le había llevado y pr Majaín a una niña del vecindario que me gustaba, pero con la que yo, sin qué, solía ser muy desagradable: con los ojos humedecidos en nostalgia temblando de pasado, mi abuelo desplegó sus memorias de enamorado un noviazgo fallido de su adolescencia; y, así, al estilo de la Sherezade de Las mil y una noch pareció enamorar en el paso de un cometa a esa muchacha a la que yo, f saber cómo tratar a una chica, llevaba un par de meses fastidiando.

Desde aquella tarde, ella comenzó a acompañarme a la casa de más a menudo; y yo intuía que no lo hacía más por mí que por

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–…Y, más que su cota de malla y el resto de su armadura, lo que realmente destacaba en Jorge de Capadocia era su turbante rojo, que lo hacía lucir mucho más imponente que cualquier hierro forjado.

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Pasaron los años e inesperadamente para todos los lo conocíamos, Loque último que el tata Majaín alcanzó a escuchar de l más aún para quienes lo admirábamos, la demencia senil comenzó a que yo le narré en sus años de olvi noches de relatos apoderarse del tata Majaín. unos versos que, en sus días finales, encontré en uno

de la biblioteca de su casa: el título era “El divino

Entre sus hijos (quienes nunca siquiera pensaron en la posibilidad del reino humano”. de un asilo y de los cuales todos querían llevárselo) se decidió que el mejor lugar donde él podía seguir viviendo y ser cuidado era la En la por solapa la edición, leí que su autor, Ibn Arabí, casa de mi padre, el más amado de los hijos, acaso ser de el único poeta musulmán varón y también el menor de sus seis hermanas. Además, la casadel delsiglo XII nacido en España. Que mí o a cuadra, mis primos, tata y la nuestra siempre habían estado en la misma de el tata nunca nos había narrado n pocas historias manera que conservar al anciano en el mismo no barrio y frente a la que aparecen en esa obra. Tampo ninguno de sus de entre los cuales hubo uno misma calle parecía la mejor opción para él. Para entonces, yo versos, ya a la belleza yenprofundidad de sus palabras, me hiciero contaba con 9 años. Buena parte de mis días transcurrían el alegría. Sus renglones estaban subrayados por la tint cuarto del tata Majaín, donde yo acudía para que me contara que el tata Majaín solía destacar únicamente sus libr cuentos; pero su memoria disminuía un poco cada cierto tiempo, y importantes. mi sensibilidad de niño advertía el dolor de abuelo que él sentía cada vez que, a la hora de narrarme algún relato, titubeando una, dos, tres veces antes de resignarse, definitivamente no lograba encontrar tal o cual nombre de personaje o lugar en su mente. Pero yo, cada mes un poco menos niño, cada mes un poco más adulto, mantenía verde y vivo el recuerdo de aquello que él olvidaba: de hecho, había veces en las que yo mismo le completaba con mis palabras la historia que él no podía concluir o, en el peor de los casos, ni siquiera comenzar.

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Desde aquella noche, me propuse una misión: contarle al tata Majaín todas y cada una de las historias que, hasta algo atrás, él era capaz de narrarme con magistral perfección.

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ero y otros pocos que lo rodeaban se asombraron de todo la así, y sus meses volaron mucho más Ese año fue semejante guerrero. Entonces elveloces tata Majaín, advirtiendo que los anteriores de mi niñez en que el tata aún no era de los chicos en sus palabras, comenzó a hechizar su mucho más veloces, en todo caso, que el afectado por el olvido; on esa historia que a mis primos Alejandro y a mí tantas vecesdenos Bicorne Macedonia de mis sueños corriendo, saltando y volando de un continente a otro. A mis 10, el anciano ya no ado: la de Jorge de Capadocia y su batalla contra hablaba ni la mitad de lo que en su vejez más lúcida. Sin embargo, n. Está de más decir que, a los pocos segundos de haber él nunca perdió la vitalidad de su sonrisa, en ese rostro surcado de a narrar el relato, ya tenía congregada alrededor suyo a arrugas como si fuera un mapa de historias. mitad de los niños. Por supuesto, el cotidiano griterío que abía en la sala, creo que por primera vez sin la mediación Historias que, cierto, ya no recordaba. rofesor, se volvió en absoluto silencio. Hasta lospor adultos n atención al anciano, cuya voz resonaba en los oídos de : Una noche en la que el tata Majaín estaba con mucha tos y yo le llevé la cena a su pieza, mientras lo alimentaba pacientemente a cucharadas de su siempre apetecida sopa de tomates, me detuve a contemplarlo como quien se distrae ante un atardecer:

–Y yo que creía que el tata era inmortal–, pensé.

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En eso, comencé a reflexionar que, así como él había alimentado mi mente con sus relatos en los años más felices de mi niñez, yo ahora alimentaba su cuerpo con la comida en los años quizá más infelices de su vejez. Me sentí

devastado, mucho más que cuando la guerra había llegado al país y lo había cambiado todo salvo a don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham Lo último que el tata Majaín alcanzó a escuchar de la en las de Las ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos. Pensé noches dehistorias relatos que yo le narré en sus años de olvid mil y una noches que él nos contaba a mí y a mis primos; penséunos en los protagonistas versos que, en susdedías finales, encontré en uno ese libro, en el rey Shariar y la esclava Sherezade, pasando despiertos noches enteras, él de la biblioteca de su casa: el título era “El divino g escuchando las historias que ella le contaba y ella enamorándolo con esas historias.

del reino humano”.

Recordé cierta vez en la que, a mis cortos 7 años, yo le había llevado y presentado al tata En layo, solapa de labien edición, Majaín a una niña del vecindario que me gustaba, pero con la que sin saber por leí que su autor, Ibn Arabí, h poeta musulmán del siglo XII nacido en España. Que qué, solía ser muy desagradable: con los ojos humedecidos en nostalgia y los labios mí o a misyprimos, el tata temblando de pasado, mi abuelo desplegó sus memorias de enamorado nos habló de nunca nos había narrado ni no pocas historias que aparecen en esa obra. Tampoc un noviazgo fallido ninguno de sus versos, de su adolescencia; y, así, al estilo de la Sherezade de Las mil y una noches, el hombrede entre los cuales hubo unos la belleza y profundidad pareció enamorar en el paso de un cometa a esa muchacha a laa que yo, frustrado de no de sus palabras, me hiciero alegría. Sus renglones estaban subrayados por la tint saber cómo tratar a una chica, llevaba un par de meses fastidiando. que el tata Majaín solía destacar únicamente sus libro importantes.

Desde aquella tarde, ella comenzó a acompañarme a la casa de mi abuelo más a menudo; y yo intuía que no lo hacía más por mí que por él.

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, más que su cota de malla el resto de su armadura, ue realmente destacaba en Jorge de Capadocia era su turbante rojo, que lo hacía lucir mucho más imponente cualquier hierro forjado.

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El recuerdo de ese gracioso episodio me hizo exclamar para mis adentros:

–¡Tal es la fuerza que pueden ejercer las historias sobre las mentes, trascendiendo edades y géneros!–. Hice un breve silencio y repetí desconsolado:

¡Pero ahora el tata Majaín no podía contar ni una sola historia: su avanzada edad se lo impedía! Volví a repetir:

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Y agregué:

–Sherezade–.

Entonces se me ocurrió cómo resucitar la memoria de mi abuelo. « 32 »

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Desde aquella noche, me propuse una misión: contarle al tata Majaín todas y cada una de las historias que, hasta hacía un año y algo atrás, él era capaz de narrarme con magistral perfección.

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Así, durante media década, yo me dediqué casi todas las noches a visitarlo en su pieza y, mientras lo alimentaba entre una y otra cucharada de sopa de tomates, relatarle todos los cuentos que yo recordaba haberle escuchado siempre; y, aunque al principio mi estilo no era muy bueno, con los meses fui perfeccionándolo; incluso aprendí a gesticular como lo hacía el tata, histrionismo que a él le alegraba ver, tanto como escuchar las historias. Esas historias que, en realidad, eran suyas. Año tras año, fueron apareciendo y repitiéndose los mismos y viejos personajes de siempre: Aladino, Alí Babá, Simbad, Alejandro Magno.

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Lo último que el tata Majaín alcanzó a escuchar de las mil y una noches de relatos que yo le narré en sus años de olvido fueron unos versos que, en sus días finales, encontré en uno de los libros de la biblioteca de su casa: el título era “El divino gobierno

del reino humano”. En la solapa de la edición, leí que su autor, Ibn Arabí, había sido un poeta musulmán del siglo XII nacido en España. Que yo supiera, a mí o a mis primos, el tata nunca nos había narrado ninguna de las no pocas historias que aparecen en esa obra. Tampoco nos recitó ninguno de sus versos, de entre los cuales hubo unos que, debido a la belleza y profundidad de sus palabras, me hicieron llorar de alegría. Sus renglones estaban subrayados por la tinta negra con que el tata Majaín solía destacar únicamente sus libros más importantes.

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La noche anterior a que yo cumpliera 15 años, tras alimentar al anciano con la habitual sopa de tomates que él tanto disfrutaba, abrí El divino gobierno del reino humano en las páginas de esos emocionantes versos y, sin saber que estos constituirían un epitafio a nuestras mil y una noches de relatos, se los leí en voz alta y amorosa, pero sobre todo alegre y vital. Pero en la estrofa final del poema, lloré:

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El hombre es como un árbol frutal. La tierra lo nutre, el viento lo cuida y los animales recolectan sus frutos. Y, hasta en su tronco y sus ramas, que son las partes más duras de su ser, las criaturas pueden encontrar refugio. Aunque el árbol frutal envejezca y muera, nunca será lo suficientemente viejo ni estará lo suficientemente muerto:

porque no hay ningún árbol frutal que no renazca de su propia semilla.

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Unas noches después de haberle recitado esos versos, el anciano del que aprendí a reír sanamente y a pensar sabiamente y a agradecer cada segundo que respiro, abandonó esta tierra y este tiempo. Quizá se haya ido a surcar océanos como Simbad el Marino, o saltar continentes como Alejandro Magno, o enfrentar dragones como Jorge de Capadocia. O quizá su último aliento haya viajado en forma de semilla en el viento, hasta encontrar una tierra en la cual hundirse y germinar para renacer como un árbol. No por nada don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham

ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos, siempre decía:

–Tras la muerte, todo puede ser–.

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a, yo me dediqué casi todas las noches a visitarlo en su pieza y, mienna y otra cucharada de sopa de tomates, relatarle todos los cuentos escuchado siempre; y, aunque al principio mi estilo no era muy bueno, onándolo; incluso aprendí a gesticular como lo hacía el tata, histrioner, tanto como escuchar las historias.

dad, eran suyas. Año tras año, fueron apareciendo y repitiéndose los s de siempre: Aladino, Alí Babá, Simbad, Alejandro Magno.

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Y también en la vida. Ahora adulto, yo mismo por ejemplo me siento capaz de pronunciar la última palabra del universo en una fórmula mágica y de colarla en los tímpanos de cualquier niño que ansíe soñar con leopardos alados saltando continentes, caballeros con turbantes enfrentando dragones, árboles frutales renaciendo de sus

propias semillas.

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n árbol frutal.

nto lo cuida an sus frutos. sus ramas, duras de su ser, ncontrar refugio.

envejezca y muera, emente viejo mente muerto:

n árbol frutal propia semilla.

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Todo cambiaba en el mundo, salvo don Mijaíl al-Shaár ibn-Sérjegu al-Azíz ibn-Sérjegu al-Jísham ibn-Mijaíl al-Filistíni, con su nombre y su memoria infinitos.


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