Qu 26 noviembre 2019

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ESPACIO ESFERA REVISTA LITERARIA DE DISTRIBUCIÓN GRATUITA / AÑO 8 / Nº 26 / NOVIEMBRE 2019 / ISSN 2468-967X / QUREVISTA.COM.AR


ISSN 2468-967X

sumario

staff PROPIETARIA Y DIRECTORA María Staudenmann

EDITORIAL (p. 3) ¿Qué está pasando?

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LÍNEA EDITORIAL María Staudenmann, Mirtha Caré, Marcelo Filzmoser

RELATOS Y los sueños..., de Natalia de Moliner (p. 4) Presente griego, de Mario Berardi (p. 8) La flor violácea del jacarandá, de Francisco Gorostiaga (p. 14) Ilustrado por Melinhada Midori

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EDICIÓN, CORRECCIÓN Y DISEÑO María Staudenmann a

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PRODUCCIÓN Mirtha Caré

INSOSLAYABLES (p. 6) Literatura y Twitter: Rápido y furioso

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DISTRIBUCIÓN Y PUBLICIDAD María Staudenmann, Mirtha Caré

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LAS CUESTIONES MÁS VIVAS (p. 10) Galopes

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COMMUNITY MANAGEMENT Dana Babic

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LA PÁGINA DE BALTASARA (p. 13) Las Rotas, de David Muchnik: “Un exorcismo necesario y delirante”

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ARTE DE TAPA E INTERIOR Miguel Silva (foto de tapa) Malena Previtali, Melinhada Midori

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DOBLE CENTRAL (p. 17) Estrellitas, de Macarena Moraña Ilustrado por Malena Previtali

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COLUMNAS Miguel Silva, Benjamín Diez, Sabartés, Eme a

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IMPRESIÓN Agencia CID (Avenida de Mayo 666, CABA)

APUNTES MIOPES (p. 20) La guerra de los mundos a

contactos

PRIMERA SELECCIÓN (p. 22) Sin rumbo, de Irene Díaz El grito, de Lorena Falcón Sinapsis, de Adriana Canestri

qurevista.com.ar / qu.revista@gmail.com Facebook: Qu Revista / Twitter: @QuRevista Instagram: @qu.revista

año 8 - número 26 Propiedad Intelectual nº 5348865. 300 ejemplares. Distribución en Zona Oeste GBA y en CABA. Puntos de distribución en qurevista.com.ar. El contenido de los avisos publicitarios es de exclusiva responsabilidad de los anunciantes. El contenido sólo puede reproducirse mencionando la fuente y el/los autor/es. Talcahuano 287, CABA.

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POEMAS (p. 24) Giant Steps, de Santiago Ramos Córdoba Las flores lloran de noche, de Emmanuel Lorenzo Latidos sin corregir, de Mirtha Caré a

OPINOLOGÍA (p. 28) Alrededor de la jaula, de Haroldo Conti: Un pedacito de cielo a

ARTE (p. 30) Sin título, de Alejandro Bernero a

EPÍLOGO (p. 31) 280 formas de pedir lo mismo

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Editorial Relatos

Inicio María Staudenmann Qu 2019, trilogía Redes Sociales. En esta edición: Twitter. #QuTwitter

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Poemas

# Arte

¿QUÉ ESTÁ PASANDO?

Epílogo

[versos rimados en honor a la red del trino]

Ágora griega de este siglo veintiuno loritos enjaulados, chillones, pugilistas foro virtual del debate más perruno los gauchos, los veganos, son todos efectistas clase burguesa en el ring del desayuno trompada dactilar de fingidos estadistas. 3

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Doscientos ochenta caracteres con espacios o el hilo baja, se estira, se retuerce hay más para decir, los pulgares como garfios desgarran la verdad y abren afluentes poquitos seguidores se llevan los reacios tendencias para ti de sabios influencers. 1

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¿Qué está pasando con todo este quilombo? política, cultura, trabajo, medio ambiente crisol de lo social fundiendo ëste combo la elite farandulera se mezcla con la gente gritos mordaces con dosis de autobombo twittean en la cara y callan frente a frente. 7

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Relatos Columnas

Natalia de Moliner #Cuento 2

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Poemas

# Arte

Y los sueños...

Epílogo

“Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende.” Soliloquio de Segismundo en La vida es un sueño (Pedro Calderón de la Barca).

¡Pero sí, pedazo de paspado! ¡Te digo que era un cohete argentino! ¿Qué pasa, Negro? ¡A mí qué verga me importa que sea un satélite! ¿Va al espacio o no va al espacio? Al final sos igual que el gordo mala leche de Lucena vos, alto garca, alto gil. ¿Qué? ¿En serio no te acordás del gordo Lucena? A vos te está pegando mal todo eso, pasá pa´ acá. Agustín, gordo pajero, Lucena. El de la escuela te digo, con el que casi nos vamo´ a las manos en octavo. ¿Lo tenés? ¿Qué onda, perro? ¿Cómo te dieron el título a vos si no te acordá una mierda? Bueh, era un repetidor de esos barderos, encima grandote, corte ropero. Una vuelta se me hizo el malo, porque no sé… le había dado envidia que yo ganara un premio y estaba así… como re capo. En serio, boludo, un premio, así como te digo. Fue por un cuento, uno que hicimos con la bigotuda, la de Lengua. ¿A esa te la acordás, gato? Pasame un toque la birra que para parlotear necesito estarme hidratadito. La cosa fue así. Un día, la mina esta de Lengua que te digo… ¡el hijo de puta de Pablo le hacía rimas! Nada de escote, sólo bigotes, le mandaba el muy lacra. ¡Cómo me cagaba de la risa con ese guacho! Bueh, la profe esa nos traía bocha de fotocopias para leer siempre, la mayoría se convertían en avioncitos pero la verdad traía cosas piolas la vieja. Una vuelta, leímos el cuento este de un rey que se llamaba Segismundo... ¡Viste cómo me acuerdo, locura! Vos ni mierda, ¿no? ¡Parece que ni sabé lo que es un aula! Bueh, al tipo este, Segis, lo meten preso y en un momento cree que ésa es su verdad verdadera, ¿me seguís? Como que en realidad eso de que era rey había sido un sueño, como que lo había flasheado.

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¿Cómo que no entendés? Pero vos tené menos profundidad que una milanesa, gato! Es como que te muestra que la realidad puede confundirse con los sueños, que están más cerca de lo que uno cree, ponele. Yo me acuerdo que pensé: si este Segismundo se comió que no era rey, que tenía que estar sopre... ¿yo no puedo, corte... flashear que soy rey hasta creerme mi propio flash? Dame un trago que estoy re seco, parece que tengo la boca de mazapán. ¿A qué iba? Ah, sí, el concurso. Bueno, a partir de esa historia de Segis, nosotros onda que teníamos que escribir un cuento mezclando nuestra realidad con nuestros sueños. Yo en ese momento estaba re a pleno con el tema de los extraterrestres y no sé... la limé por ahí y me inspiré. ¡Alta historia me mandé, perro! Bah, qué sé yo, conté lo mío, un pibe que cartoneaba con el viejo y como encontra

traba de todo en la calle, iba guardando lo que le parecía útil para armar su propia nave espacial. En el medio, conocía a un mecánico que sabía mucho porque enseñaba en una técnica y terminaba haciendo una nave re piola de chapas, restos de autos y teles o ventiladores rotos, con la que se iba a Júpiter. ¡A la bigotuda le encantó! Me dijo que era el mejor de los cuentos y que lo iba a presentar en un concurso. ¡Alto orgullo, papá! Estaba agrandadísimo, me acuerdo que mi vieja me hizo papas fritas sólo para mí como premio. ¡Dale, amigazo, con el faso! Me salió en versito... ¡No te digo que todavía soy un pueta! En fin... ¡qué larga la hice! ¡Che, el Johni meta plaguear con las pibas, eh! No charla nada ése, siempre boludeando, buscando ponerla. Sí, ya sé, ya sé, yo también... ¡estoy re loro! Bueh, termino. Estaba todo cheto con mi cuento, y va que un día cae el gordo este de Lucena y me empieza a decir que lo había leído y le parecía una mierda porque en Argentina no se hacían ni se iban a hacer nunca naves espaciales, y entonces yo le dije que él no sabía nada y que aguante Argentina, y él me repitió que en este país de mierda nunca nadie iba a inventar nada copado y menos un cartonero berreta como yo, que tenía imaginación porque me la pasaba de poxi. No pude contestarle más que con una trompada, suave, medio maraca porque era la primera que daba, pero contundente te digo, por lo menos lo hice sangrar al gordo cara de pito. Bancá, le doy una sequita y te lo paso… Nunca más me jodió…. ¡Qué buen faso, papu! ¿Son flores, no? ¡Al final sí inventamos una nave en Argentina, Lucena! ¡Gordo gil! Lástima que yo siempre anduve entre vago y frustado que si no, hasta podría haberla hecho yo. ¿Te imaginás? Andá a saber… quién te dice, guacho.

Natalia de Moliner (Buenos Aires, 1982) vive en la localidad de Morón y es profesora de Historia en escuelas secundarias de la zona oeste del conurbano. Amante de las palabras desde pequeña, hace 3 años comenzó un taller literario en el Centro Cultural Discépolo (Morón) y sus cuentos empezaron a fluir. ndemoliner@gmail.com

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Editorial Relatos

Insoslayables Miguel Silva “[...] mantenerse en la cresta de la ola virtual con un pájaro azul como tabla de surf”. #Literatura&Twitter

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Poemas

# Arte Epílogo

RÁPIDO Y FURIOSO “Una corta ráfaga de información intrascendente”. Así habían definido Jack, Noah, Glass, Bizz y Evan, estudiantes oriundos de San Francisco, a su criatura, un microblogging bautizado como Twtrr –nombre que, a pesar de su difícil pronunciación, no es otra cosa que la onomatopeya del canto de un pájaro. No sabían que, con el tiempo, esa especie de gorjeo irreproducible se revelaría un arma discursiva que cada tanto provocaría temblores políticos, terremotos financieros y sacudidas sentimentales. El primer tweet fue lanzado al ciberespacio un 15 de julio de 2006 a las 12:50 pm y decía “Just setting my Twtrr”, es decir, “Solo configurando mi Twitter”. A partir de entonces, esas cortas ráfagas de información intrascendente se convirtieron, en manos de artistas, deportistas, estrellas mediáticas y hasta de jefes de Estado, en mensajes que podían tener consecuencias a nivel mundial. Como si el mítico botón de la Guerra Fría –capaz de desencadenar una guerra nuclear– hubiera mutado en unas simples líneas de texto. ¿El poder de la palabra? Tal vez. Lo cierto es que Twitter vino a destronar a la que era la red social más importante del mundo: Facebook. Y lo hizo a fuerza de dos atributos: brevedad e inmediatez. El lema Lo bueno, si breve, dos veces bueno sería la contracara de las profusas maquinaciones textuales de los usuarios de Facebook. Si eso se cumplió o no es otra historia, pero lo que no podemos negar es que muchos tweets acabaron siendo pequeñas armas de destrucción masiva, llenos de denuncias cruzadas, de rumores y de provocaciones para dar cuenta ya no del día a día sino del hora a hora, del minuto

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a minuto, del segundo a segundo. De pronto, la vorágine de una realidad que va cambiando de modo alarmante hizo que Twitter fuera la herramienta apropiada para estar en sintonía. Solo hace falta un celular, una cuenta y, como si viviésemos en una gran maqueta virtual tipo matrix, comenzar a viralizar noticias, situaciones, momentos, trascendidos, estados anímicos, opiniones y hasta denuncias para que todos sean partícipes de lo que está ocurriendo en ese preciso instante. Como dice María Staudenmann en la Editorial de este número de Qu:

Miguel Silva retwitteó

María Staudenmann @Editorial Ágora griega de este siglo veintiuno 3

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En definitiva, hechos insoslayables de la globalización y las ansias de estar al día con lo último, por el simple hecho de mantenerse en la cresta de la ola virtual con un pájaro azul como tabla de surf. Y como en toda aplicación que tiene a la palabra como sostén, la literatura no podía estar ausente en Twitter. Al principio, el desafío impuesto por la “corta ráfaga” de 140 caracteres llevó a producir algunos asomos de literatura en forma de microrrelatos, que con el correr de los años se fueron haciendo cada vez más populares. Al punto de que hoy, cuando Twitter ha subido la cantidad de caracteres a 280, existen concursos literarios signados por la máxima brevedad. De hecho, en las ediciones más recientes de la Feria del Libro hubo concursos de Microficción para usuarios de esta red. El último tuvo al género policial como disparador. Pero no todo tiene por qué concentrarse en nada más que 280 caracteres. Con la opción de los “hilos” argumentales, es posible desplegar una cadena discursiva en varios tweets. Y no hablo de información coyuntural sino de verdaderos experimentos literarios. Tal es el caso del usuario Sixth form poet –que aparentemente vive en Sussex, Reino Unido–, quien en junio de este año publicó diez tweets seguidos narrando una historia que tuvo millones de seguidores, quienes a su vez la retwittearon a otros tantos miles. Comienza así: “Mi papá murió. El inicio clásico de un cuento divertido”. A partir de aquí todo puede suceder, y de hecho sucede, ya que esta introducción desemboca en una increíble historia de amor. Sixth form poet –que podría traducirse como “Poeta de sexta forma”– es uno de los tantos usuarios de Twitter que despliegan su talento en medio de la gran catarata de información textual y visual. A la manera de los haikus japoneses, los aforismos latinos o los refranes populares, los tweets se han convertido en un típico producto de nuestro tiempo: rápidos y furiosos. Ayudados por los hashtags, etiquetas que señalan los famosos trending topics: algo así como los temas best-sellers a nivel planetario. Temas que se filtran en la conversación de todos aquellos que pasan gran parte de su tiempo en las redes sociales. Y los que no, bueno, pueden optar por un buen libro de microrrelatos, un artefacto precioso que no requiere energía eléctrica, wi-fi ni red de contactos.

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Relatos Columnas

Mario Berardi #Cuento 9

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Poemas

# Arte

Presente griego

Epílogo –¿Y cómo será ella? ¿Ustedes qué creen? ¿Se la pueden imaginar a esa tal Helena? –preguntó Filipo con voz sinuosa. –Eso tendría que decirlo Ulises, él sí la conoce –susurró Vasilios–. Por mi parte, si quieren saberlo, me la imagino atravesada por una espada. Por culpa de esa puta, hace ya diez años que estamos en estas malditas tierras troyanas. Por ella es que nos estamos asando acá, en este ridículo caballo de madera. –Yo me la imagino rubia, altanera, bien formada. Una hembra fantástica. Una yegua de los pies a la cabeza... Ulises, que desde el amanecer dormitaba (o fingía hacerlo), abrió los ojos en la penumbra cargada de sudores y vapores. A su alrededor, los hombres más valiosos del ejército griego soportaban con estoicismo el penoso viaje, apiñados unos contra otros. Los guerreros se hundieron en un temeroso silencio, pero ya era tarde: Ulises lo había escuchado todo. –A decir verdad, Helena no es gran cosa –dijo al fin, con tono cómplice–. No es nada, pero de verdad nada, al lado de mi bella Penélope. El interior del carromato se fue poblando de risotadas masculinas, carraspeos picarescos, palmadas fraternales. Estaban entre hombres, lo habían compartido casi todo: podían sentirse en confianza y dejar que la camaradería de los soldados fluyera en el ambiente. –A mi Irene –se animó Filipo– se le ponen las tetas duras cuando la beso. Como si le fueran a reventar. El extraño carromato con forma de caballo, que recorría a paso de hombre las resecas planicies troyanas, se sacudió de pronto entre una nube de risotadas, alaridos groseros y puñetazos en las maderas. Los esclavos que lo arrastraban siguieron tirando de las sogas, pero se miraron entre sí con gesto curioso. Estaban exhaustos y sus fuerzas recién se renovaron un poco cuando pudieron divisar, allá a lo lejos, las imponentes murallas de la ciudad de Troya. –Y a mi Demetria –se envalentonó Vasilios– lo que más le gusta es que se la meta en la boca. Es la más puta entre todas las griegas. –¿Saben qué es lo que más le gusta a Penélope? –dijo Ulises, provocando una respetuosa atención–. Lo que de verdad la vuelve loca es que le mienta. Le digo que ya no la deseo, que está gorda, que buscaré una esclava más joven. Ella no me cree, o tal vez sí. Pero lo cierto es que se excita, se desespera, se rebaja. Viene a tirarse a mis pies y me ruega que la manosee, que la golpee si es eso lo que quiero, que la ultraje sin detenerme en sus vestidos de reina. Después, me saco la ropa y me estiro en la

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cama. Ella sabe, entonces, que ha llegado el momento de honrarme, de frotar sus pezones contra mis muslos, de deslizar su lengua entre mis piernas, de bambolear su culo frente a mis ojos. El relato del jefe se extendió como un bálsamo entre los bravos guerreros. Se diría que un tonificante elixir de Afrodita se derramaba en el ambiente, reviviendo los cuerpos. Aunque apenas había espacio para moverse, a medida que el relato iba avanzando la masa humana comenzó a ondular en un palpitar sudoroso. Las puntas de los dedos rozaron espaldas, rodillas, axilas, glúteos. Retorciéndose como serpientes, los hombres se desnudaban, se aplicaban ungüentos por los pechos velludos, se frotaban unos a otros con creciente desparpajo. Luego, aprovechando la penumbra, algunos tomaron sus lanzas, humedecieron los cabos con las lenguas y comenzaron a introducirlas dentro de quien tuvieran a mano. Otros se manoseaban al azar. El grupo de los hoplitas se reacomodó trabajosamente en el flanco izquierdo y, después de quitarse todos los atuendos y defensas menos los yelmos, se dispusieron en apretada hilera, uno detrás del otro, y así se penetraron, marchando en el lugar, empujando cada uno al de adelante con energía guerrera, remedando entre alaridos formidables las formaciones militares aprendidas. Otros, menos audaces, se acurrucaban en los rincones a lamerse, o se ofrecían al camarada más cercano con gemidos lastimeros. Eso sí: nadie se animó a tocar al gran Ulises. Lo admiraban demasiado. Solo su asistente personal, con una destreza largamente aprendida en noches de presagios guerreros, lo toqueteó lenta y respetuosamente. Los esclavos, que ya a esa altura conocían bien las costumbres griegas, se desentendieron de los indicios que llegaban del interior del carro-

mato y redoblaron sus esfuerzos, tirando y tirando, hasta que por fin estuvieron frente a la entrada principal de la ciudad de Troya. Enseguida las puertas se abrieron y el enorme caballo de madera avanzó entre hileras de soldados enemigos, de rostros curtidos y miradas expectantes, y se fue a detener recién en el centro de la plaza de armas. Ahí estaba, hamacándose un poco y exhalando extraños bufidos por todos los costados, el presente griego, la genial idea del gran Ulises, esfuerzo de ingeniería y símbolo de siglos de cultura. Los troyanos (al principio por curiosidad y después arrastrados por una irrefrenable necesidad de conocer y comprender) se acercaban a la mole de madera y trepaban por los flancos para poder escuchar mejor los gemidos, los jadeos, los alaridos que emitía la bestia. También se asomaban por las rendijas con el objeto de apreciar, sin vergüenzas, las convulsiones gozosas de sus entrañas, fascinados ante ese espectáculo que los perturbaba como un festín de los dioses. Así permanecieron un buen rato, hasta que el valiente Paris se abrió paso con energía entre la multitud. Su voz se impuso de modo que todos, dentro y fuera del caballo, pudieran oírlo: –¡Respetable Ulises! ¡En nombre del pueblo troyano quiero decirte que acepto el presente que nos han traído! Te estaré eternamente agradecido por esta fabulosa muestra de cultura griega. Al oír esto, los esclavos griegos huyeron aterrorizados hacia el desierto. Los soldados troyanos no les prestaron atención, extasiados con el presente griego. Mientras tanto, en el palacio, las mujeres troyanas se arremolinaban en torno a Helena, la palmeaban como hacen las hermanas y le besaban las mejillas con ternura. Por primera vez, en los ojos de estas sufridas mujeres se dibujaba un brillo de comprensión.

Mario Berardi (Morón, Buenos Aires, 1954) es escritor, realizador audiovisual y profesor universitario. Recibió distinciones en certámenes literarios y publicó tres libros: La vida imaginada - vida cotidiana y cine argentino de 1933 a 1970 (2006), Esos mundos (cuentos, 2014) y El corazón del desierto (novela, 2015). armalapalabra.blogspot.com.ar

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Editorial Relatos Columnas Poemas

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Las cuestiones más vivas Benjamín Diez Esta historia está narrada en párrafos de 280 caracteres Me entregué al placer absurdo de contabilizarlos con la ilusión de obtener algún beneficio de transmisión. Lejos de eso, derivó en un ejercicio incómodo y rebuscado, que terminó estrolado contra los incontables de siempre.

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Arte

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Epílogo

GALOPES [veinte tweets encadenados]

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Dieciocho años tenía cuando murió su madre y treinta y dos cuando murió su padre. Heredero de algunos campos y declarado incapaz, no quedó completamente solo: su padre había acordado con el fiscal de Uspallata que lo trasladaran a Bs. As. y quedara bajo la tutela de Alfonso Ruiz. Alfonso R. era un tipo bastante hijo de puta. Tenía un centro de internación para adictos donde mezclaba pacientes con distintas patologías. Aplicaba las mismas terapias para todos y varios se brotaban. Ahí los mandaba a atar, les ponía Acompañante Ter. 24 h y facturaba el doble. Ismael llegó de Mendoza con un bolso de mano, una pequeña libreta y su esquizofrenia. En el bolso dos mudas, en las notas sus monstruos y en la esquicia su dignidad. Le dieron habitación con otro mendocino, que le mostró el lugar y lo instruyó en horarios, tareas y prohibiciones. Poco tiempo después, por medio de mensajes que sólo él pudo descifrar, supo de la inminente llegada de 5 jinetes del apocalipsis. Comenzó a pregonarlo, pero advirtió que así se exponía a un ente maligno que empezaría a perseguirlo de forma implacable, acorralándolo a cada acción. Vivía aquello con un terror inhabilitante y toda su atención estaba puesta en no morir ni eclosionar. La segunda semana arrancó los detectores de humo después de confirmar que en realidad eran cámaras para vigilarlo. Lo ataron, le pusieron A. T. 24 h y pagó doble por no comprndr.

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El mendocino se compadecía. Era uno de los pocos ahí adentro que no había perdido la sensibilidad. Le aflojaba las sogas y le cebaba mates mientras lo escuchaba sufrir. Trataba de aconsejarlo para que subsistiera, dentro y fuera de su cabeza. Se ayudaron mutuamente. Se quisieron. El mendocino llevaba dos años internado. Conocía a todos adentro, y aunque el ambiente era hostil y primaba el maltrato, él gozaba de buenas compañías y de reconocimiento. Con el mate conciliador abajo del brazo, @mndzn era siempre buena noticia. Pero afuera no le había ido bien.

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Se casó. Tuvo 2 hijos a los que quiso mucho, pero el lazo más radical lo tuvo con la cocaína. La única vez que vi llorar a @mndzn fue cuando relató el día en que su hijo de 3 años le pedía que le contara un cuento para dormirse y él lo dejó solo para irse a consumir. Perdió todo. Le debía plata a unos dealers a los que estafó por unos pocos gramos. Lo buscaban y lo amenazaban. Quiso saldar la deuda pero la única forma era volver a vender para ellos. Su mujer, que no sabía nada de ese asunto, decidió internarlo por adicto y @mndzn no supo más de los tipos. Habían pasado unos meses de lo de los detectores de humo. Isma estaba más estable y los jinetes un poco más lejos de llegar. Estarían arrasando otros lugares del mundo. Igual se mantenía alerta y predicaba por lo bajo entre quienes le dieran algo de pelota. Cuando no se le reían. Un dos de abril Ismael se despertó sobresaltado por los gritos de un compañero en el pasillo. Estaba vestido de militar, entonaba la Marcha de las Malvinas y en el televisor daban la noticia de la muerte del Papa Juan Pablo II. Inmediatamente volvieron el terror y la enajenación.

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Después de pagar el doble por 30 días, @mndzn le acercó una solución sensata. Harían folletos sobre el apocalipsis, pedirían permiso y saldrían a repartirlos por el centro de Boulogne, donde estaba la casa. Para burlar al ente maligno usarían gafas de sol y ya no habría amenazas. Isma se entusiasmó con esa propuesta. Tomó su libreta, arrancó algunas hojas y bocetó hasta dar con el formato. Recobró alegría como para bajar la guardia. Estuvo más activo con los quehaceres de la casa y las actividades terapéuticas. Cmprndía mejor y eso le permitió integrarse. El primer día que salieron fue sólo para sacar las fotocopias. Luego caminaron. Boulogne en otoño es frondoso y a @mndzn le cayeron recuerdos. Era el barrio en el que vivió desde que llegó de Mendoza. Ahí se enamoró, ahí nacieron sus hijos. Ahí se enajenó y todavía se arrepentía.

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Las salidas las hacían los martes a la tarde. Iban a la estación de trenes. La gente volvía de trabajar y entonces Isma los interceptaba en el molinete con un folleto bizarro que nadie le agarraba. Tampoco él tenía buen aspecto, pero de eso no había registro. Había esquizofrenia.

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Para Isma todos los martes eran martes; para @mndzn comenzaron a ser agujeros en el tiempo. Rememorar era hostil, desencadenante. Se sentaba en un banco de la estación y fumaba mientras Isma y los folletos corrían a la gente como palomas. Un día vio una cara conocida y le compró. @mndzn volvió a consumir los martes hasta que se quedó sin plata y comenzó a robarles a sus compañeros de internación. Poco, para no levantar sospechas. Después más. Mientras él se desamarraba del mundo, Isma empezó a escuchar galopes alternados, lejanos. Boulogne se puso espeso. Dentro de la casa todavía sentía cierto resguardo pero cualquier sonido lo exaltaba. En la radio aparecían mensajes difíciles de decodificar pero con un sentido inequívoco. Llegaban los jinetes y faltaba mucho para el martes. Para @mndzn era importante que no ataran antes a Isma. Llegaron al martes como pudieron. A las gafas tuvieron que agregarles capuchas y también reformular los folletos, que ahora eran más chicos y con el contenido en claves ininteligibles. @mndzn estaba excitado y se apuró en dirección a la estación mientras Isma lo seguía a la zaga. Se apostó en el banco de siempre. Estaba nublado y ventoso. El tren entró a la estación arremolinando hojas secas y mugre, con un estruendo insprtable. Isma sintió el galopar encima suyo y corrió gritando hacia @mndzn, que era abordado por dos tipos. Hubo una bala para Isma tmbn.

Libros para ti Novela

Novela

El Cristo roto

Hágase usted mismo

Marcelo Rubio - También el caracol, 2019

Enzo Maqueira - Tusquets Editores, 2019

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Cuentos

Narrativa en verso

Un barrio silencioso

Modos de buscar refugio

Luis Alexis Leiva - Azul Francia, 2019

Giselle Aronson - Halley Ediciones, 2019

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Baltasara Editora en Qu Las Rotas, de David Muchnik, es el último lanzamiento de la Colección Narrativa de Baltasara Editora. Una novela donde lo absurdo sirve para tramitar el dolor. #EntrevistaEme 11

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“Un exorcismo necesario y delirante” Eme: En Las Rotas, el inverosímil y el absurdo crean un mundo con reglas propias, distintas de las de la realidad “verosímil”. ¿Fue tu intención utilizarlos como recursos, o fue el resultado que obtuviste tras mantenerlos durante toda la trama? David: Cuando me conecto con mi escritura ocurre un acto de supervivencia. Escribo lo que puedo, lo que me sale. Trato de pensar lo mínimo. Mi cabeza funciona como el Waze: me puede recomendar doblar en una esquina, pero el que maneja es el escritor y el camino se hace al escribir. Es como si mi conciencia espiara la escritura en acción por detrás del hombro del escritor que conduce. Como lector y como escritor me siento más cómodo en los mundos del absurdo o donde se respira lo metafórico. En Las Rotas la metáfora y el absurdo se presentaron como creadores de reglas, y un lenguaje colorido para poder contar una historia difícil. No quería hablar del suicidio ni de los dramas familiares desde una mirada realista. Ese sería otro libro, incluso otra música. El hecho de que en la novela la mamá se suicide varias veces para poder visitar a su papá muerto, me aleja del acto oscuro del suicidio y me conecta más con la necesidad de estar con alguien que se extraña mucho. Es parte de los infinitos ajustes creativos que cada obra necesita para ser y respirar su color, su música, su verdad. Eme: ¿Cómo definirías, en tus palabras, lo que es esta novela? David: Las Rotas es una comedia negra. Un exorcismo necesario y delirante. Alquimia pura donde el plomo se transforma en oro, donde una historia pesada y oscura se convierte en una narrativa colorida y a veces entretenida. Tiene una musicalidad sutil. Si esta novela fuera un instrumento, sería un piano de blues con Bill Evans de invitado. También me gusta el chocolate, demasiado. Por eso, me esforcé en que cada capítulo tenga ese gustito que me gusta sentir cuando como chocolate. Es cierto que hay más de una página de chocolate amargo, pero por ahí leí que es una fuente poderosa de antioxidantes y baja la presión sanguínea.

David Muchnik (Buenos Aires, 1976) estudió cine y psicología. Durante 15 años vivió en Estados Unidos, donde trabajó de redactor publicitario y de counselor bilingüe. Volvió a la Argentina en 2017. Las Rotas es su primera novela publicada.

baltasaraeditora.com / baltasaraeditora.wordpress.com baltasaraeditora@gmail.com / Baltasara Editora


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Relatos Columnas

Francisco Gorostiaga #Relato 5

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Poemas

# Arte Epílogo

La flor violácea del jacarandá Me crucé con Lin y Chen en un vagón del subte B. En ese momento no sabía sus nombres. Me los dijeron cuando se despidieron. Todo transcurrió en unos minutos. Volvía del trabajo, me acerqué a la puerta para bajarme en Malabia y ahí los vi sin verlos. Lo miré a Lin, la miré a Chen, y no los reconocí. Fue su mirada, la de él, la que me marcó la pauta de que ellos eran ellos. Cuando se miraron entre sí me di cuenta de que yo era yo para ellos. Todos los jueves íbamos a su restaurante. Estaban casados. Chen era la moza. Casi no hablaba español. Le señalábamos el menú y ella copiaba los ideogramas. Lin era cocinero, pero también hacía las veces de administrador y encargado. Trabajaban con los padres de Lin. La especialidad eran unas empanaditas de cerdo y akusay a la plancha, y el tofu frito con pickles chinos picantes. El pollo kun pao también era excelente. No se puede decir lo mismo de la decoración. Lin me preguntó cómo estaba y también a qué me dedicaba. Era la primera vez que intercambiábamos palabras, más que un hola, chau, gracias o hasta luego. Mentira. Una vez les regalé un libro que había editado. Le estaba mostrando el libro a mi mujer y Chen se metió en el medio, miraba y miraba. Le alcancé el libro y se lo llevó a la cocina. Era la primera novela de un autor argentino que era chef en Hong Kong. Ellos nunca entendieron que yo era el editor. Traté de explicarles. Chen quería que le dedicara el libro. Ese fue el primer y único libro que autografié. Salimos de la boca del subte. Lin me dijo que nunca pudieron leer el libro. Que él hablaba bien, le costaba leer, pero que su mujer era un desastre. Nunca dijo desastre. Levantó una mano y negó levemente con la cabeza. Lin obligaba a Chen a ir adelante nuestro. Ella se daba vuelta y me hablaba en chino. Yo lo miraba a Lin pidiendo que me tradujera. “Quiere que le

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mandes saludos a tu mujer”. Asentí sonriendo. Cuando cruzamos Corrientes Lin me preguntó si había vuelto al restaurante. Le dije que dos semanas atrás, pero que no reconocí a nadie. En ese momento me confesó que habían vendido el fondo de comercio. Solamente su madre había quedado trabajando con ellos. Iban a visitar a sus padres, que todavía viven arriba del restaurante. Cruzamos Scalabrini Ortiz y me dijo qué lindos esos árboles, señalando los jacarandás en flor. Había varios a cada lado de Corrientes. Eran realmente hermosos y delicados. Me pidió que repitiera la palabra jacarandá. Él trató de pro-

nunciarla. Se detuvo mucho en la jota y en la ce. Chen dijo el nombre en chino. El ruido de los autos no me dejó escuchar bien. Lin me repitió la palabra que para mí podía ser asfalto, cocodrilo o transeúnte. Me explicó cómo se componía el término: flor-azul-ciruelo. Cuando dijo “flor”, Chen le dio forma de flor a su mano. No sabía si hablábamos del mismo árbol, pero elegí creer que había jacarandás en China y que se llamaban exactamente como decían Lin y Chen. En la esquina nos despedimos. Me dijeron sus nombres y yo les dije el mío.

Francisco Gorostiaga (Buenos Aires, 1982) es escritor, editor y licenciado en Letras. En 2018 fue finalista del premio de literatura Manuel Mujica Láinez con su relato “Cuando ellos lleguen”. Actualmente está terminando su primera novela.

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Editorial Relatos

Doble central Macarena Moraña #Cuento

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# Arte Epílogo

ESTRELLITAS

Igual que todos los años, como si fuera un ritual como el del pan dulce o el del arbolito, los últimos en llegar son ellos: mi cuñada, mi hermano y los dos chicos que ni siquiera se dignaron a pegarse un baño. El más grande ya chiva con olor agrio, no pueden traerlo así, es una falta de respeto, una de tantas. Encima cuando ve la mesa chiquita se queja: que él es grande, que la madre le prometió que él iba a sentarse con ellos, que la abuela no entiende nada. Es agotador empezar el festejo poniendo los puntos. Y pobre mi vieja, armó la mesa sin cuchillos ni servilletas y ni se dio cuenta de que la foto de papá está al revés. Mi sobrino pelea a los más chicos, le hago un gesto a mi hermano para que haga algo pero él siempre tan pollerudo me pone esa cara de nada, esa por la que lo mataría. Nos sentamos a comer. Mi vitel toné exquisito, la ensalada rusa de mamá también aunque con mucha mayonesa para mi gusto, y el peceto seco, sequísimo, como todos los años o peor. ¿Por qué trae semejante porquería? ¿No piensa que sus hijos lo van a tener que comer igual que nosotros? No, qué va a pensar en eso, ella tiene pensamientos más elevados como hacerse las manos, depilarse las cejas, comprarse ropa. Dejame de joder, seco como la mierda estaba el peceto. *** Mamá compró estrellitas para los chicos, para eso el huevón de mi sobrino no es grande parece, sale al patio con una en cada mano jodiendo a mi nena más chica. Al rato lo de siempre, me la empiezan a mortificar con que Papá Noel no existe y mi hermano, en vez de parar la pelota, dice que ha de estar demorado en la aduana declarando las cosas importadas porque ahora no es como antes que entrabas lo que querías; ¿a quién le habla?, ¿a los nenes? Mi nena llora. Qué pendejos de mierda, les digo, por no decirles tantas cosas. Cuando van por la tercera botella de vino, mi hermano y Jorge comparan a Messi con Maradona, a Chávez con Mujica, a Perón con todos los presidentes. Yo lo único que alcanzo a decir es que no se pueden mezclar manzanas con gaviotas, y los boludos se ríen, y mi cuñada también, y apoyando la manito en el hombro de mi hermano dice Gaviotas, dejando los labios salidos para afuera para que él

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haga lo que siempre hace: darle un beso baboso, desagradable. Cómo la volaría de un plumazo a la gaviota, digo mientras empiezo a levantar la mesa con mamá. Ella se queda ahí, con los hombres, qué le importa. Cuentan que el más grande se llevó tres materias, lo dicen como si fuera algo bueno, como si estuvieran orgullosos. Ella no se dedica como yo a los chicos, vive para sus cosas. Mi hermano ya se abrió la camisa, ella le acaricia el pecho, son dos inmundos. A Jorge se lo tengo prohibido, por más calor que haga la mesa hay que respetarla. En la cocina mi nena más grande escribe mensajes de texto en ese telefonito que parece una extensión de su mano. Andá con tu hermana y tus primos que están con las estrellitas, le digo. Se levanta y sale arrastrando su fastidio sin sacar la mirada del teléfono ese. Te lo voy a tirar, le digo cuando me pasa por al lado. Está alta como yo y se delineó los ojos sin preguntarme, pero hablarle no sirve de nada, está convencida de que estoy en su contra. A mi cuñada la escucha, Dios santo, como si tuviera algo bueno que decir alguna vez. *** Mamá insiste en lavar, deja los platos sucios pero no quiere que nadie lave ni que el festejo lo hagamos en mi casa que es mucho más grande ni que dejemos de comprar regalitos para todos, para los que creen y para los que no creen. Viene perdiendo la vista y el oído, pero no la testarudez. Saco de la heladera el tupper con la ensalada de frutas y me agacho para agarrar los bowls. Los estantes están llenos de polvo, ya la voy a agarrar a Gilda, debe pensar que nos sobra la guita, con lo que me cuesta que mi hermano ponga su parte. Cómo son estas minas, eh, enseguida toman confianza. Entra mi cuñada a la cocina y abrazando a mi mamá pregunta en qué ayuda. Levanto la cabeza con ganas de decirle que ayudaría mucho si se las tomara de una buena vez, pero no puedo decir nada. Desde donde estoy veo que no tiene bombacha y aho-

ra, más que las ganas de mandarla a la mierda, lo que hago es contener una carcajada. Mis hijas y yo, cada navidad, estrenamos una bombacha nueva de color rosa y esta vez a mamá también le compré una trusa que andá a saber si se la puso. Pero ella no, ella siempre dando la nota, siempre la misma reventada. ¿Cómo puede andar sin bombacha? Y no aguanto y me río, me empiezo a reír, no sé qué me agarra que me empiezo a reír así, como nunca, porque yo no soy de reír. Vos no tenés vergüenza, le digo, y ella con esa cara de mosquita muerta le pregunta a mi

Ojalá, dice Jorge, a ver si una vez en la vida se pone alegre

mi mamá ¿Y a ésta qué le agarró ahora?, y mi vieja sale con que para ella no hay nada como ver a su familia contenta, y cuando dice contenta tiene que atajarse la dentadura con la lengua. ***

La familia come la ensalada de frutas, yo casi no puedo porque no dejo de pensar en que está toda depilada, toda, como una nena. El otro día vi que mi hija ya tiene pelos. A mí no me jodan, ésta chupó, dice mi hermano con el pecho todo brilloso. Ojalá, dice Jorge, a ver si una vez en la vida se pone alegre. Y ahí salta ella: Callate vos, que si te viene el tercero a esta altura te cortás los huevos. ¿Tiene que ser tan ordinaria, por el amor de Dios? Pienso en el calor que le debe estar dando ahí abajo la gamuza de la silla y la risa se me para y me pongo seria de golpe. Los chicos se tientan, todos menos mi hija más grande que, cruzando una mirada con la tía, se muer-

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de el labio de abajo y niega, casi imperceptiblemente, con la cabeza. Siento unas ganas tremendas de pegarle un buen bife, de esos que no se olvidan y menos si lo recibís en navidad cuando se supone que todos somos buenos. Si me sale como la tía me muero. Me paro de golpe, estiro el brazo y le hago girar la cabeza del sopapo que le meto. Mi vieja se tapa la cara con las dos manos y lloriquea y mi cuñada se toca la mejilla como si la golpeada fuera ella. A través del espejo lo veo a mi sobrino mayor girando el dedo índice en la sien. A quién le decís loca, pendejo de mierda. Él, con la misma carita de zorro de la madre, me retruca que no dijo nada, que no habló. Mi hermano hace como que lo va a fajar y el chico se sienta y pone cara de bueno. Yo me pongo a aplaudir. Bravo, bravo, que vivan los maleducados. Toco con el dedo un poco de vino que mojó el mantel, me dibujo una cruz en la frente diciendo Alegría, alegría, se lo hago a la chiquita y cuando se lo voy a hacer a Jorge, me agarra la muñeca y me tironea hasta sentarme. Brindan con sidra, a ninguno le gusta el champán así que ya ni me gasto en comprar, ¿para qué?, ¿para que encima después me traten de fifí? No, señor. Mi nena chiquita me acaricia la cabeza y me pregunta si falta mucho para que venga Papá Noel. No sé, querida, tu mamá no sabe ni qué hora es, ni dónde vive, ni cómo se llama. Te quiero mucho, mami, me dice. A mí no me sale decirle nada. La más grande tiene el cachete rojo, nadie habla con nadie, pero no me pienso hacer cargo, no es mi culpa que no se pueda pasar una navidad en paz. No es mi culpa. No es mi culpa. Los chicos comen y mamá se adormila en la silla. Mi hermano sale del baño con la cabeza mojada y se estira las manos entrelazadas; ¿Quién quiere tirar cuetes?, grita. Los

chicos se levantan de golpe, mamá se despierta y sonríe como si hubiera tenido un lindo sueño. Salen todos al patio y empiezan con la pirotecnia de mierda esa, puro ruido. Quedo sola con mamá, que tararea una canción hasta que se vuelve a

Pero no me pienso morir en navidad

a dormir. Me siento mal, mareada, me levanto a tomar aire pero me arrepiento cuando, desde la ventana, veo a mi hija riéndose con mi cuñada; andá a saber qué barbaridades le dice. Ya no puedo hacer más, ya le pegué, ya la amenacé, ahora sólo me quedaría decirle que su tía es una reventada, una ordinaria, pero no vale la pena. Siento que las piernas se me aflojan. Me da más miedo que las otras veces porque ahora nadie me escucha, porque afuera todos se ríen y hacen ruido y yo no me quiero morir sin que mis hijas piensen algo bueno de mí. Pero no me pienso morir en navidad, mirá si voy a darle el gusto a mi cuñada. Respiro profundo y voy hasta el baño, me saco el pantalón y la bombacha nueva de color rosa. Me siento en el inodoro e intento darme aire con las manos; el frío de la tabla en la cola me hace bien. Para ignorar la flojera pienso en el orden de los turrones, las nueces, las almendras sobre la bandeja, en cómo hay que ponerlos. Al final siempre soy la única que trabaja para la familia, digo, sabiendo que nadie me escucha y que ya no voy a poder con el mareo, que en cualquier momento me desmayo ahí, así, sola, sin bombacha.

Macarena Moraña (Buenos Aires, 1977) es coordinadora de talleres de lectura y escritura y realiza columnas literarias para radio y medios gráficos. Publicó la novela Los escarabajos (Alto Pogo) y los libros de cuentos Indómitas (a través del Ministerio de Cultura) y La enamorada del muro (Indómita Luz). Participó de los tomos TacoAguja, BesoNegro y PesteRosa de la colección Pelos de punta.

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Editorial Relatos Columnas Poemas

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Apuntes miopes Sabartés 14/10/19, sin ubicación geográfica comprobable. “[...] Empiezo a acercarme, a mirar directamente a las personas. Todas parecen la misma. Sobresale la nuca, el principio de una joroba, los brazos caen y las manos se juntan como en posición de rezo”.

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Epílogo

LA GUERRA DE LOS MUNDOS Es mediados de octubre y la primavera demora su asunción. Como si ella también esperara las elecciones entre tormentas eléctricas que rajan el asfalto y bajas de temperatura que le hacen el juego a la tos casi crónica con la que algunos de nosotros charlamos a diario. Salgo porque tengo que hacer esta columna. Salgo sabiendo que no quedaron bares de los que hablar. Buenos Aires post PASO es una ciudad en ruinas. Sólo queda el resentimiento flotando como vapor sobre los escombros. Cualquiera que trate de meterse en un bar, en una fonda o en un ascensor tiene que saber que será apuñalado por la espalda. En esta ciudad se dejaron de lado las ideas. El discurso puede estar escrito en esperanto o en sánscrito. Será leído en livonio y escuchado en acadio. La gente quiere creer lo que le fue inoculado por sus papis touch de bolsillo. No hay discusión. Hay un embotamiento gozoso donde suenan gritos indescifrables hasta el momento de lanzar el primer golpe. Ni siquiera se puede hablar de dos bandos enfrentados. Hay tantos bandos como personas. Prendo el primer cigarrillo del día, hará dos horas que desperté, y caigo de lleno en las miradas de desprecio afectado que tienen las cuatro o cinco personas que me rodean. Ellos van por la vereda con su botella de agua en una mano y su dedo acusador en la otra. Llenan bicisendas y montan esos coloridos aparatos de tortura que fueron instalados en todas las plazas de la ciudad. Van a vivir mil años y me odian. Veo el esfuerzo que hacen para no saltarme encima, maniatarme y obligarme a comer tofu. No es época para dudar. Apuro el paso pensando que no sé de nadie que haya dado la vida por escribir una columna y que de poder elegir prefería un final menos humillante. Cruzando dos calles, justo en la esquina, veo una marquesina enorme con un pájaro azul dibujado. Supongo que se llamará algo así como Bar El pajarito porque no veo ningún nombre. Entro. Desde la

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calle no parecía tan grande. Miro varias veces para todos lados revisando que no sea una ilusión creada con espejos. No. Hay más mesas de las que puedo contar. Busco una libre. Camino por los pasillos, doy vueltas, paso varias veces por los mismos lugares hasta que descubro que en todas las mesas hay una sola persona sentada. Me empieza a temblar un párpado. Necesito fumar. Una vez en la vereda exhalo bocanadas que se demoran en la humedad ambiente y que dentro de poco estarán prohibidas. Repaso con la mirada el frente del bar buscando alguna explicación. Un papel con indicaciones, algún guiño pintado sobre la fachada que me ayude a entender. Nada. Una esquina de color blanco con una puerta doble, vidriada, de marcos color celeste o azul claro. Sobre mi cabeza la marquesina con su pájaro. De nuevo adentro veo que tampoco las paredes están decoradas. El lugar parece un sanatorio o un depósito. Sigo dando vueltas, buscando mesa cada vez con menos ganas de encontrarla. Es evidente que al lugar lo mantienen limpio y ordenado por más que yo no dé con nadie. No hay mozos ni empleados con uniformes de ningún tipo. A medida que avanzo muevo cada vez más los brazos, toso, hago chillar las suelas de las Toppers. Nadie parece notar mi presencia. Empiezo a acercarme, a mirar directamente a las personas. Todas parecen la misma. Sobresale la nuca, el principio de una joroba, los brazos caen y las manos se juntan como en posición de rezo. Al acercarme más, estoy a centímetros de sus cabezas, descubro que en las manos llevan un celular. No es eso lo que me impresiona. Tengo mi propio teléfono en el bolsillo de atrás del pantalón y cada tanto me cosquillea una nalga con sus mensajes. Levanto la cabeza, me alejo unos pasos y miro a mi alrededor una vez más. Creo que la impresión viene por el lado de las nucas. La repetición casi idéntica de las posturas como en una película o en un cuadro moralizador, de esos donde se critica la tecnología y se apela a recursos como ese. Ver tanta cantidad de nucas me pone la piel de gallina. Un verdugo entrenado podría hacer un genocidio en pocos minutos. Estoy desorientado. Busco por arriba de las personas hasta dar con la puerta de entrada. Enfilo para ese lado y desde atrás me llega una voz. Tiene que sacar una cuenta. Un joven me habla dos mesas más allá sin dejar de mirar su teléfono. ¿Cómo? pregunto y descubro que tengo la boca seca. Eso, saque una cuenta y le traen una mesa donde sentarse. Así deja de pasear y de mirarnos como si fuésemos extraterrestres. Una cuenta… repito y quedan los puntos suspensivos flotando en el aire. ¿Y dónde se saca esa cuenta? El joven levanta sus ojos unos segundos.

Sabartés retwitteó

Benjamín Diez @LasCuestionesMásVivas Era uno de los pocos ahí adentro que no había perdido la sensibilidad. 5

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Con su teléfono, dice y más allá de la sorpresa creo notar miedo en su mirada. Apuro el paso por segunda vez en esta columna. Alcanzo la puerta, salgo y busco el atado. Está claro que en ese lugar el extraterrestre soy yo.

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Primera selección Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea #AntologíaDeElegidos

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SIN RUMBO

[Irene Díaz]

La puerta que se cierra. La angustia que se aloja en la garganta, las piernas que pierden impulso, los oídos que parecen obstruirse y me dejan en un silencio absoluto. Las manos que tiemblan. Esa enorme convulsión que ocurre en algún lugar de mi cuerpo y confunde los sentidos. Casi sonámbulo, atino a sentarme en un sillón que hay cerca de la puerta que acaba de cerrarse. En el fondo de las entrañas, ahora, un sonido sordo, constante. Me veo otra vez en mi casa, en mi escritorio, garabateando ideas. El ventanal, los libros, las hojas desparramadas, la taza con restos de café, el antiguo reloj de pared. Me veo mirando hacia la calle, la veo a ella corriendo bajo la lluvia para encontrarse conmigo. Recuerdo el orgullo o la soberbia y las palabras soy feliz. Sigo en el sillón, ningún pensamiento puede rescatarme ya. Alguien me pregunta si me siento bien, si quiero que me acompañe al ascensor. Creo mirarlo y musitar algo. Vuelvo al ventanal y a mis papeles. Es domingo. Las campanadas de la iglesia se confunden con otros sonidos y se tornan musicales. La claridad del día me inspira. Mis manos livianas se mueven sobre el papel. Siento que vivo. Ahora dejo el sillón, las puertas del ascensor se abren, alcanzo a caminar sin rumbo. Esta mañana, solo unas horas atrás, corro a tomar un taxi. El antiguo dolor de mi espalda me inquieta. Cargo entre mis manos los últimos informes médicos. En la plaza, el antiguo ombú ensombrece la calle por donde dobla el taxi para llegar a la clínica. Enseguida, la entrada giratoria, la gente que sale y yo que entro, el ascensor lento, la espera, la puerta que se abre, la mueca del médico, los gestos de sus manos, las palabras flotando compasivas, la puerta que se cierra.

EL GRITO

[Lorena Falcón]

Cuando entré al dormitorio, escuché un grito… dentro del ropero. Primero, miré el televisor: estaba apagado. Luego, comprobé el teléfono: nadie allí. El grito se extinguió y comenzaron los golpes. Con temor, estiré el brazo hacia la puerta y la abrí de un tirón. Nada. Solo la ropa. Y una percha caída, junto al tapado en el suelo. 10

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SINAPSIS

[Adriana Canestri]

Se despierta con el sonido gutural de la alarma del celular. La detiene automáticamente y se dirige al baño en la oscuridad. Recién allí enciende la luz, pone en funcionamiento el extractor, abre la canilla de la ducha y deja al alcance de su mano el toallón afelpado. Sonríe. Viene a su mente la primera frase de Platero y yo: “...es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos”. No sabe por qué esas últimas palabras rebotan como en un eco: no lleva huesos... Permite con reticencia que el agua tibia se deslice como una caricia amorosa por su piel y su pelo para despabilarse, muy lentamente, del sueño compartido. Todavía vibran de placer cada una de las células de su cuerpo y miles de neuronas parecen despertarse para interactuar con tantas otras y establecer comunicaciones. Se detiene en el gozo intelectual de una nueva comprensión, la intuición de una verdad hasta entonces ignorada. Recuerda con deleite el estímulo que la llevó a ese entendimiento, una conversación donde se alternaron preguntas y respuestas, y no respuestas y silencios y citas y negaciones y aseveraciones. La actividad intelectual puede depararnos una satisfacción tanto o más gratificante que cualquier otra que involucre los sentidos. Sale de la bañadera, se seca con energía, aplica una crema hidratante en su piel. El olor a jazmín la envuelve con su calidez. Limpia el espejo empañado. Mira su cara. Un lamento sin voz se escapa de su boca asombrada. ¿Cuántos son los años que han delineado arrugas alrededor de sus ojos y deslizado las comisuras de sus labios hacia abajo borrando de su semblante una expectación joven y entusiasta? Vuelve a la habitación. La luz del sol comienza a deslizarse por las tablillas de la persiana entreabierta. Su marido se despereza y le sonríe con un brillo divertido en sus ojos claros y la alegría que siempre transmiten sus labios generosos. No es con él con quien mantuvo la conversación que se deslizó en su sueño. Fue una noche, en la víspera de su vigésimo cumpleaños, fines de marzo de 1976, en el departamento despojado de adornos pero rico en libros de su amigo Carlos, cerveza fría para él, vermouth para ella (siempre le había reprochado que no le gustara la cerveza), y una picada improvisada con lo poco que él tenía en su desprovista heladera. Era tarde ya cuando sonó el teléfono, atendió en su dormitorio, habló en voz baja, inteligible desde el living. Cuando regresó le alcanzó el bolso y el buzo liviano. Todavía recuerda sus palabras: “Ahora debés irte, mi chiquita (no solía llamarla así, sus apelativos eran más ocurrentes y menos cariñosos). Nos vemos pronto”. Rozó su mejilla con un beso fugitivo y la acompañó hasta la puerta. No alcanzó a preguntarle nada, su voz tenía una tristeza inapelable. Tomó un taxi en la esquina. Miró el cielo. Las nubes habían avanzado embozadas para arrebatar todas las estrellas y sumir el entorno en una oscuridad opaca. Fue la última vez que oyó su voz, inteligente y apasionada en ideales. Las palabras que no lleva huesos se cargan ahora del significado de lo inacabado. Todo final abierto da permisos a la mente. Esa mañana de agosto en que el sol se cuela en la habitación y el jardín comienza a salpicarse de azaleas tempranas, ella puede imaginarse a Carlos caminando por las calles de París o de Roma, dos ciudades que siempre había querido conocer. En cualquiera de los escenarios lo ve joven, con su humor ácido, su capacidad reflexiva y el cabello abundante, áspero e indomable, tal como lo tenía muchos años atrás. 7

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Poesía Qu

Qu Revista @QuRevista Tres poetas en verso libre.

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Giant Steps Foto desde atrás por encima del hombro del niño que mira el lago en el parque. Con palomas que se bañan en la orilla y viento y un atardecer que escapa por sobre las copas de los árboles. Vas creciendo, hijo. (el niño mira el mundo con ese respeto que supimos perder con los años) (todo es nuevo -todo es bueno- todo es posible) (qué envidia, carajo... que todo sea tan fresco, tan nuevo en los ojitos, como el viento y las palomas y los patos en el agua y los que levantan vuelo) Qué guacho, el tiempo: se lleva mis días y a vos te trae otros, muchos, más. Atardece y un frío, feliz en el alma.

Santiago Ramos Córdoba (Buenos Aires, 1967) vende libros desde hace más de 25 años y los lee y critica con fervor. Incursionó en la música, el teatro y las artes plásticas, pero siempre vuelve a los libros, aunque hoy también se dedica a pintar y dibujar. Su microrrelato “Gore” fue publicado en Revista Kundra en diciembre de 2016. Twitter: Book Picker Bs. As. Instagram: @ramoscordobaok.

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Las flores lloran de noche Las flores del frente de mi casa lloran de noche les intento explicar que el sol saldrá otra vez que esos apagones son pasajeros, les hablo de Edenor, de las privatizaciones de los noventa y de los tarifazos que aunque te empeñes llamando y registrando el reclamo la luz vuelve cuando quieren ellos, pero acá, con el cielo es distinto, les insisto, tenemos un contrato fijo, prácticamente gratuito, son apenas diez horitas de penumbra, les remarco el diminutivo, me responden con Alaska y las noches de seis meses y que la aurora boreal de la Lamponia finlandesa sólo es visible en la estación a oscuras, a mí siempre me costó la rotación y ni bien puedo la confundo con la traslación, también a la astrología con la astronomía, creo que lo saben y me miran con piedad, andá a descansar, me compadecen, no haremos ruido, lloramos en silencio que mañana tenés que madrugar y yo me acuesto apago la luz doy vueltas en la penumbra pero al rato me levanto despabilado de culpa y me siento junto al cantero cruzando los dedos alrededor de una taza de café mejor espero acá, les digo, y aunque ya no me respondan sé que sonríen porque a los finales mejor esperarlos juntos y todos tuvimos miedo alguna vez de que ya no amanezca.

Emmanuel Lorenzo (San Martín, Buenos Aires, 1987) es licenciado en Periodismo y tallerista de experimentación literaria. Publicó Pájaros detrás de las paredes (cuentos, Imaginante) y La felicidad de los témpanos (poesía, Peces de Ciudad). En 2019 fue seleccionado bienalista de Arte Joven por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Instagram: @emmalorenzoescribe.

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Latidos sin corregir Tal vez sea esto nomás y olvidarse de las ganas. Que ya a estas horas. Que ya oscureció. Cebarme un mate aunque el agua esté fría. Transcribirte en mi cuaderno a punta de lápiz, seguirte el ritmo -a veces- endiablado aprenderte de memoria y recitarte. Hacer dos pasos descalza, mirar por la ventana. Y la gotera y los chicos y el cansancio. Que ya está bien. Que ya no puedo bailar en puntas de pie. Y que tal vez sea esto nomás. Volver al texto: leerte, releerte, subrayarte. Cebarme un mate y hamacar mi tímido deseo en tus palabras.

Mirtha Caré (Ciudad Jardín, Buenos Aires, 1970) es productora de Qu, entrevistadora y reseñista. Escribe artículos y reportajes para El Café Diario y colabora en distintos medios digitales. Recepcionista, bloguera, cazapalabras y mateadicta. Está a cargo de la columna Opinología y publica escritos breves en su blog, oyetengounaidea.blogspot.com.

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Opinología Eme “[...] mientras avanzamos en la lectura esa misma ausencia es la que nos va a recordar –con una contundencia arrolladora– que la vida sólo puede ser en presente: ahora”. #AlrededorDeLaJaulaHaroldoConti

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Epílogo

UN PEDACITO DE CIELO Paseo por la habitación con el libro en una mano y el mate hirviente en la otra. Releo uno de mis subrayados: “Aquello no era otra cosa que un vulgar calabozo y el conjunto una cárcel bien disimulada en ese viejo y simpático jardín” (página 48). Todavía siento la melancolía que “flotaba sobre el río al caer la tarde” y que desborda los márgenes de las páginas de la novela de Haroldo Conti Alrededor de la jaula, publicada por primera vez en 1966. El ejemplar que tengo en la mano corresponde a la edición 2015 de Emecé. Doy vueltas sumergida en el clima de la novela y pienso en los personajes: Milo, un chico que va creciendo a medida que progresa la trama, y Silvestre, el hombre viejo y taciturno que lo crio como si fuera su padre. Gente común, simple, apasionada, cuyas vidas transcurren a orillas de la Costanera porteña: entre las hamacas voladoras y los coches que giran del humilde parque de diversiones en el que trabajan; entre las grúas y los olores del puerto; entre las luces de los barcos: “El vapor de la carrera apareció en la punta de la usina con todas las luces encendidas. No era más que eso, un montoncito de luces que aparecía a las nueve por la derecha y sobre el parapeto de la Costanera hacia a la izquierda, entre las boyas del canal” (página 9). Dejo el mate y dejo el libro, pero sigo atrapada en los silencios del viejo Silvestre esa clase de silencios que conozco bien; y en sus gestos mínimos, capaces de expresar el más profundo cariño. Miro por la ventana. Entre las

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nubes se ve un pedacito de cielo y pienso en los pájaros, pero no en los que vuelan libres ahí afuera, sino en los del relato: los que estaban encerrados y no eran capaces de abandonar su cautiverio ni siquiera a esas horas en que “las rejas se disolvían”. Pienso en los orangutanes, en los cisnes viejos y polvorientos, en las jirafas, en los elefantes. Pienso en Ajeno, la mangosta a la que Silvestre y Milo visitaban en el zoológico todas las semanas y con la que pasaban horas enteras. Y releo: “Lo que impresionaba en el animalito era su aire de desdicha. No sabía qué hacer con las patas, acostumbradas a una existencia errante, ni con sus ojos habituados a la complicada profundidad de los bosques. En cierta forma era todo eso también lo que el hombre había encerrado dentro de aquella jaula mugrienta” (página 39). Me seduce el lenguaje y repito en voz alta esa frase simple que me lleva a imaginar un interminable y frondoso entramado vegetal: la complicada profundidad de los bosques...

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Sabartés @ApuntesMiopes y quedan los puntos suspensivos flotando en el aire. 9

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Hago una pausa para arreglar el mate, que ya está frío y lavado. Arreglo también mi ánimo y cambio el encuadre. En este libro, el autor nos presenta a los personajes sin contarnos ni una palabra de su pasado, nada nos dice sobre sus vidas antes de que ellas se cruzaran (y nada de eso necesitamos saber). Es como si hubiesen aparecido ahí por arte de magia, y no hay ingenuidad en esa omisión (digo yo), porque nuestros pensamientos no quedan librados al azar; desde ese punto de partida podemos intuir sabemos que la vida nunca fue fácil para ellos. Y aunque ese pasado tácito nos produzca curiosidad –una especie de molestia, un ronroneo en segundo plano– enseguida la vamos a superar, ya que mientras avanzamos en la lectura esa misma ausencia es la que nos va a recordar –con una contundencia arrolladora– que la vida sólo puede ser en presente: ahora. Además de ser uno de los más grandes escritores argentinos, Haroldo Conti fue docente, periodista, militante del socialismo, navegante, compañero, amigo. Pero sus actividades se vieron truncadas cuando, en mayo de 1976 (durante la dictadura cívico-militar), fue secuestrado y desaparecido. En Alrededor de la jaula, como en su vida, le rinde culto a la libertad. A través de las vivencias de sus personajes, habla de perseguirla obstinadamente hasta alcanzarla. Y habla de un sistema que hará todo lo posible para coartarla. Con un lenguaje entre poético y coloquial representa la amistad, el amor, la complicidad, la rebeldía, el conformismo, la tristeza, la muerte y la nostalgia. Sentimientos tan profundos como humanos. Y me quedo colgada, pensando en todas esas cosas que nos pasan cuando estamos afuera de esas jaulas modernas, autoimpuestas, que llevamos como un apéndice de nuestras manos –a esta altura incuestionables– y que nos alejan de los otros. Pero ya tengo que terminar y, como siempre, me voy a robar una frase. Un poema mínimo. Quiero quedarme con lo mejor: “Su voz era un verdadero camino”.

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Arte Alejandro Bernero @ale_bernero Sin tĂ­tulo. TĂŠcnica mixta. 29 x 21 cm. Facebook: Alejandro Bernero Ilustraciones. Instagram: ale_bernero. 3

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