Ausencia del Estado. Nuestra Palabra | 25 JULIO 2011
Los problemas del país no paran, se agudizan. Aumentan las familias desamparadas, sin empleos y sorteando la violencia que acecha a cada paso. Muchas familias siguen sobreviviendo en medio de su pobreza, sin oportunidades para garantizar la comida diaria. Conseguir tortillas y frijoles y comer los tres tiempos es, en estos tiempos, la mayor expresión de heroísmo para una familia normal de nuestras aldeas y barrios. Aquí los empresarios le suben a los productos cada vez que quieren y nadie dice o hace algo para controlarlos. Los salarios son tan mínimos, que han hecho emigrar a algunos productos de la canasta básica de alimentos. Ante este panorama poco esperanzador, ¿dónde está el Estado? La ausencia del Estado, golpeado por la crisis política que se vive en el país, se convierte en un pretexto y en una oportunidad para que los caudillos políticos adquieran control de las necesidades de la gente, y las conviertan desde ya en una promesa política con una fuerte dosis de demagogia. Ya hemos sido testigos que con la llegada de Manuel Zelaya Rosales al país se dio por inaugurado las disputas políticas. Varios movimientos, independientes e internos de los partidos políticos, están visitando las oficinas del Tribunal Supremo Electoral. Hasta las recomendaciones muy sabias que hace la Comisión de la Verdad están sirviendo de banderita política a algunos personajes que buscan llegar al poder por medio de movimientos políticos supuestamente alternativos al bipartidismo. Mientras las familias empobrecidas se mueren de hambre, la violencia se recrudece en las calles y muchos jóvenes salen del país con la intención de cumplir “su sueño americano”, el gobierno de Porfirio Lobo Sosa dialoga con distintos sectores en casa presidencial. No estamos en contra del diálogo, pero el mismo tendrá su efecto positivo y transformador siempre y cuando se dialogue pensando en el país y que dicho acto no sea un diálogo entre sordos. Lo que sí debemos dejar claro es que las soluciones a los grandes y graves problemas del país no los vamos a encontrar en la clase política que nos viene gobernando desde hace décadas. Estamos en la obligación, como ciudadanos y ciudadanas de volver la mirada a la organización y la lucha desde la propia vida y demandas de las comunidades, y para ello necesitamos poner en marcha la enorme tarea de construir y formar una nueva generación de líderes comprometidos no con el mal común, que nos ha heredado la clase política corrupta, sino con la política que reconstruya el país y la conciencia de toda la sociedad desde el bien común.