El que a hierro mata… Nuestra Palabra | 4 MAYO 2011 Los medios de comunicación están atiborrados de Bin Laden aniquilado y de euforias imperiales que no se cansan de repetir como Obama que: “América(es decir, Estados Unidos) puede hacer lo que se proponga”. Luego de un operativo minuciosamente ensayado al mejor estilo de hollywood, y pasando por encima las legislaciones y la autodeterminación de los pueblos, Obama dio la orden de matar a Bin Laden y sus huéspedes en su guarida en una protegida mansión muy cerca de la capital paquistaní. Bin Laden ya está muerto, ¿Acaso se le ha dado muerte al terrorismo? Sin duda, el gobierno de los Estados Unidos se ha alzado con un triunfo al asesinar al enemigo que tuvo la osadía de poner a temblar el corazón mismo del imperio, dejando un reguero de sangre inocente en el centro de Manhattan, y poniendo en riesgo la vida y la seguridad de toda la sociedad y el territorio estadounidense. Sin embargo, y especialmente en la última década, el gobierno de los Estados Unidos ha impulsado una reacción vengativa, al más pésimo estilo del amor propio de la fiera herida, que ha despertado muchos más dispositivos terroristas y de violencia que aquellos que quiso eliminar. De acuerdo a las fuentes oficiales, el cadáver de Bin Laden yace perdido y hundido en el mar; ¿acaso así se ha hundido y perdido al terrorismo? Los dispositivos del mismo se encuentran muy vivos no sólo en lo que pueda quedar de Al Qaeda, sino en todo un mundo radical y fundamentalista musulmán que ha experimentado la ofensa, el irrespeto y el desprecio de los Estados Unidos y sus aliados hacia sus tradiciones, su cultura y su derecho a la autodeterminación. El gobierno de los Estados Unidos se ha alzado con la euforia del triunfo, y la imagen enclenque de Obama se eleva para convertir el operativo exitoso pakistaní en trofeo de guerra en función de una exitosa campaña política hacia la reelección presidencial. Sin embargo, muy cerca de sus fronteras, los carteles del crimen organizado en Ciudad Juárez y Tamaulipas, acechan para el ingreso de la droga para seguir alimentando la violencia y la descomposición social dentro del propio territorio imperial. Y lo mismo ocurre en otras regiones de México, Centroamérica, el caribe y América del sur. El terrorismo no reside en el mundo musulmán únicamente. Se encuentra en las propias áreas de control tradicional, y alimentado por la propia sociedad norteamericana que se lanza avorazada para sobrevivir con el consumo de la droga. El gobierno de Estados Unidos canta victoria, y Barak Obama emerge de su opacada imagen para afirmar con euforia que: "Los EE.UU. demostraron que pueden hacer lo que quieran para cuidar su seguridad y su estilo de vida". Pero sus bases imperiales no pueden sofocar la violencia y la inestabilidad en oriente medio, África y América Latina. Y esa misma violencia ya socavando los propios cimientos de la economía, la democracia y la libertad por la que los Estados Unidos justifican sus intervenciones sanguinarias a lo largo de todo el planeta. El que a hierro mata a hierro muere. Así se cumplió el refrán en el terrorista Bin Laden. Pero a hierro puro siguen los Estados Unidos sosteniendo su poder y su influencia, y si la lógica del hierro sigue su curso, ¿Será acaso el imperio de los Estados Unidos la única excepción al librarse de esta implacable regla de que quien siembra vientos cosecha tempestades?