Hablemos de salud y de milagros Nuestra Palabra | 13 JUNIO 2011 Doña Carmen, con sus 62 años a cuestas, mes a mes hace largas colas en el hospital público para buscar algo de alivio a los intensos dolores que sufre en sus huesos. “Si yo tuviera pisto, buscaría una clínica privada, pero lo que nos cae en la casa ni siquiera alcanza para comer ‘contimás’ para pagar doctores y comprar medicinas”, dice con angustia y casi con protesta doña Carmen, mientras escucha en la radio sobre la venida de Mel y unos acuerdos que tienen ocupados a los políticos. Desde muy temprano y acompañada de su nieta menor, doña Carmen emprende camino a la consulta. Cada mes es un tormento, como cada día son más tormentosos sus dolores. Ella y su nieta salen cuando todavía está oscurito sin siquiera el traguito de café, y ya a las siete tienen que estar en el área de registro del hospital. Apoyada en su nieta hace la larga fila. Una vez que se registra viene la espera del médico, que es como esperar un milagro. Puede que llegue, puede que no llegue, o que llegue cuando se le antoje la gana. Al fin y al cabo, él es el que sabe. Una vez en su turno, doña Carmen ha de esperar que se opere otro milagro: que el médico la trate como un ser humano, que al menos la salude y que la mire a los ojos. Pero los tiempos que corren no son para milagros. El médico la recibe como muy bien lo sabe hacer: “¡¡Y vos, otra vez por aquí. Acostate allí!! La toca con el rito cumplidor de la consulta. Y de inmediato la receta mágica: Acetaminofén. Y hay que salir porque es larga la lista de pacientes y el médico ya está impaciente. Para reclamar las mágicas acetaminofén, doña Carmen tiene que hacer otra fila. Si ocurre el milagro, hoy habrá medicina. Pero no siempre hay milagros, y doña Carmen tiene que comprar los medicamentos en la farmacia más cercana. Usted que nos escucha, sabe muy bien que la historia de doña Carmen, es su propia historia, es la de “de Pedro y María, de Juan y José”, los mismos que no tienen ni comida, ni tierra, ni trabajo, ni vivienda. En salud todo es oscuro: Centros de salud y hospitales en malas condiciones, falta de personal médico, politización en la entrega de plazas, desabastecimiento de medicinas, y para rematarla, empleados que entienden que su trabajo es el de humillar a quien demanda salud, y que en lugar de servicio y atención a las pacientes, las maltratan y desprecian. En las campañas políticas la promesa de salud retumba en montañas y valles, veredas y cañadas. Un Ministro de salud cualquiera, prometió abastecimiento de medicamentos, contratación de personal y la extensión de servicios y horarios. Muchos otros han prometido hasta nuevos presupuestos para medicinas y equipamiento. Y todas las promesas antiguas y presentes fueron como pajas que se las llevó el viento. Y esas pajas, los políticos las han sabido convertir en auténticos milagros: como por encanto aumentan sus gruesas cuentas bancarias, y por doquier abundan sus comodidades. Quien no sabe de milagros es Doña Carmen, y los hospitales y centros de salud siguen siendo un amasijo de calamidades e ingratitudes. La realidad actual convierte la enfermedad en un lujo que muy pocos pueden pagar. El sistema de salud pública necesita cambios profundos, y para ello, los acuerdos políticos de cúpulas sobran. Lo que necesitamos son acuerdos nacionales que garanticen que doña Carmen y todos los enfermos tengan la plena seguridad de que sus dolencias serán atendidas con eficacia y dignidad. Esos son los milagros que queremos ver. Porque de los milagros de políticos, convertidos en lujos y fortunas, ya nos hemos hartado.