La vida en el campo Nuestra Palabra | 13 JULIO 2011 “¿Cómo va la siembra, paisano?”, le pregunta Juan a su compadre que con un azadón limpiaba la maleza de la milpa. “Pues aquí preparándola para el abono”, le responde. ¿Cuánto tiene sembrado?” pregunta de nuevo; la respuesta fue precisa: “solo son diez tareas pero no son mías, son del patrón”. Juan también le comentó a su compadre “yo ya acordé el alquiler de dos manzanas para sembrar los frijoles…” y así seguía la plática de dos campesinos cuyas tertulias destapan la auténtica situación crítica del agro hondureño. El golpe de Estado, reconocido por la Comisión de la verdad y la Reconciliación, puso las cosas más color de hormiga. El gobierno ilegal y de facto se dedicó entre el 28 de junio de 2009 y el 27 de enero de 2010 a complacer a los terratenientes, dejó sin valor y efecto el famoso decreto de expropiación de tierras 18-2008, con lo que se demuestra que por ningún motivo los acaparadores de las tierras están dispuestos a renunciar a las grandes parcelas que han acumulado, violando los derechos que el pueblo pobre tiene sobre la tierra. En Honduras más de 400 mil familia están sin tierra, y las pocas familias que llevan un proceso de recuperación, viven en zozobra, perseguidas, amenazadas con desalojos, con llevarlas a la cárcel e inclusive, dirigentes intermedios y de base asesinados, como ocurre en el bajo aguan en el norte de Honduras, y en Zacate Grande, en la zona sur del país. De sobra está decir que la tierra es para los campesinos como el agua es para los peces. Pero los datos hondureños son impecables: los peces tienen agua, pero los campesinos en una inmensa mayoría no cuentan con tierra para su vida. Y si no tienen tierra, a la gente del campo les falta todo: agua, árboles, ganado, alimentos, y de ahí todo lo demás. Las mejores tierras, las aptas para la agricultura, están en pocas manos. Al negarle el derecho a la tierra a nuestro pueblo también se les niega el derecho a los alimentos, y como queda dicho, el derecho a la vida. La falta de tierra y el no acceso a la misma hace que los campesinos vivan en condiciones miserables. El no acceso a la tierra trae consigo más hambre en el país. El no acceso a la tierra hace que los alimentos se escaseen y se encarezcan, porque como no hay producción, son traídos de otros países a altos precios. Como hondureños y hondureñas no debemos ser sordas ante este clamor popular. Estamos obligados a luchar por una reforma agraria que traiga consigo una distribución justa de la tierra y un verdadero plan de desarrollo del campo que no excluya a nuestros campesinos, sino integrarlos otorgándoles, además de tierra, insumos para la producción. De lo contrario, seguiremos estando lejos de eso que llamamos desarrollo, entendido como el buen vivir de las personas y los pueblos, y habrá pocas posibilidades de una sociedad con democracia y Estado de derecho, puesto que la protección y vigencia de los derechos humanos será discurso pero jamás una realidad.