P. Lupe, en sus treinta años En estos días de septiembre recordamos la desaparición física y martirio del Padre Guadalupe, junto con otros compatriotas, acontecida en las montañas de Olancho en 1983, en el ambiente más cruento de la doctrina de la seguridad nacional que tuvo al Estado como promotor principal de las desapariciones y asesinatos de personas por el delito de pensar distinto y por oponerse a las políticas del Estado. El Padre Guadalupe Carney llegó al país como James Carney a inicios de los años sesenta. Trabajó en varias parroquias rurales de Yoro y en muy poco tiempo se enamoró del país, especialmente de los campesinos. Decidió echar su suerte con las luchas campesinas y a favor de una reforma agraria justa e integral. Su inserción en esta realidad lo llevó a cambiar su nombre por el de Guadalupe, por la devoción rendida a la Virgen morena del Tepeyac, símbolo de la encarnación del misterio de salvación en América Latina, y a renunciar a su nacionalidad de origen para hacerse hondureño por naturalización. En su compromiso con los campesinos pobres no dudó el P. Guadalupe en denunciar la corrupción de los dirigentes campesinos, la represión de los militares y la venta de la patria por políticos, funcionarios y altos jefes de las Fuerzas Armadas hondureñas. Lupe fue un estorbo para quienes abusaron del Estado o se aprovecharon de su cargos para buscar beneficios particulares. La fidelidad a los campesinos y su palabra de denuncia en contra de quienes ostentaban el poder, le costó la expulsión del país en noviembre de 1979, mientras trabajaba en la parroquia de Tocoa, en el departamento de Colón. Los militares y políticos hondureños le arrebataron su nacionalidad hondureña quedando de pronto como apátrida, sin ser hondureño y sin ser tampoco de los Estados Unidos. En 1980 se radicó en Nicaragua, y desde allí pidió su regreso al país, y ante la negativa rotunda del gobierno para su ingreso normal, el P. Guadalupe decidió regresar asumiendo los riesgos. En julio de 1983 se unió como capellán de un grupo de compatriotas que movido por un profundo amor al país ingresó clandestinamente con la decisión de buscar una salida justa a la pobreza y a la injusticia del país por la errada vía violenta. El P. Guadalupe fue capturado junto con otros hondureños, torturado y seguramente asesinado en el marco de un operativo militar dirigido por las tropas militares de los Estados Unidos. Su cuerpo fue desaparecido, y en estos 30 años se han hecho todas las diligencias posibles por parte de sus familiares y amigos para encontrar la información que conduzca hasta el lugar en donde descansan sus restos. Pero hasta hoy no se ha logrado encontrar su cadáver, y el gobierno de los Estados Unidos se ha negado a desclasificar los documentos que contienen la información que conduzcan a conocer la verdad de los hechos. Con la fiesta del sábado recién pasado, muchas comunidades rindieron homenaje al Padre Guadalupe, sacerdote insigne, símbolo de la entrega hacia los más pobres hasta las últimas consecuencias. En esta fecha exigimos al gobierno y a cúpula de las Fuerzas Armadas, y al gobierno de los Estados Unidos que desengaveten toda la información que manejan para que finalmente conozcamos lo que ocurrió con el P. Lupe y sus acompañantes y podamos dar con el lugar preciso donde quedaron sus restos, y se rompa con la impunidad. Así se podrá dar un paso para que brille la justicia, se devuelva la tranquilidad y resignación cristiana a familiares y amigos y se logre que finalmente los restos del P. Guadalupe y sus acompañantes puedan descansar en paz.