Soberanía alimentaria Nuestra Palabra | 14 MAYO 2011
Estamos en mayo. El mes de las flores, el mes de los periodistas pero también es el mes cuando los campesinos y campesinas suelen preparar la tierra para iniciar con la siembra de primavera. Sin embargo, hay desolación en el campo y los pequeños productores siguen empobreciéndose, y las mamás se la pasan despidiendo a sus hijas e hijos en su intermitente proceso migratorio. Las tierras se van concentrando en cada vez menos manos, y en lugar de programas para la alimentación, los valles se siguen llenando de palma africana en el marco de una agroindustria que responde a demandas internacionales. La tierra es el corazón de agricultura. Sin tierra no se puede sembrar. O se siembra para los patrones. Si no se siembra no hay cosecha, no hay producción, y así los campesinos no tienen ni para comer y menos para comprar los productos industriales que necesita para completar la canasta básica. Los granos se encarecen justamente cuando los campesinos en lugar de venderlos, tienen que comprarlos. ¿Qué dicen las voces oficiales?: que este año será bueno para la siembra, y se auguran excelentes cosechas porque se anuncian lluvias y poca actividad ciclónica. Sin embargo la actual producción nacional no depende solo de sí habrá o no inundaciones; la población campesina necesita tierras e insumos para hacerla producir. ¿Qué dicen las voces del campo empobrecido?: es más caro producir un quintal de maíz o frijoles, que comprarlo. A nuestra gente de los cerros y quebradas se les negó el derecho a una educación formal, pero su azarosa vida les hizo expertos en aritmética, mucho más para la resta que para las sumas, porque así ha sido la vida con ellos: solo han visto disminuir sus recursos, sus tierras, sus productos y sus energías. De los políticos aprendieron a sumar votos y discursos, y de los terratenientes aprendieron a ver cómo suman sus vacas, sus tierras, sus cuentas y sus gorduras. Aprendieron a sumar hijos, pero amargamente la vida les enseñó a restar sus esperanzas, su salud, su trabajo y su dignidad. Las matemáticas no les cuadran para seguir en la aldea, y por eso se sienten expulsados, para seguir viendo cómo se va restando su vida en un país que sólo suma a favor de unos cuantos pudientes, y a ellos solo se suman las desgracias. Así es la cruda realidad del actual agro hondureño. Y cuando en regiones como el Aguán los campesinos se deciden a luchar por una distribución más justa de la tierra, los agroindustriales les abren la satánica escuela para que sumen muertos y arbitrariedades. En Honduras no hay vuelta de hoja: o se redefinen nuevas políticas agrarias que reviertan la actual concentración de tierra y se apueste por la población campesina como constructora de un campo con soberanía alimentaria, o todo el país proseguirá su cruda ruta hacia su plena descomposición social.