Temporada ciclónica Nuestra Palabra | 02 JUNIO 2011
En esta nuestra amada Honduras no hay espacio para las treguas. En plena tempestad política nacional nos zambullimos en tormentas y huracanes, y esto es inevitable porque a partir del primero de junio arrancó la temporada ciclónica que nos tendrá en vilo durante los siguientes seis meses del año. Los datos que se anuncian no son favorables. En estos meses estaremos bajo la amenaza de “16 ciclones tropicales, de los cuales 9 se podrían convertir en huracanes, y de estos 9, cinco tienen posibilidades con convertirse en huracanes intensos, cuatro en huracanes moderados y siete alcanzarían la categoría de tormenta tropical”. Para la población ubicada en las zonas vulnerables estos datos traen consigo preocupaciones, angustias y desafíos. Sus preocupaciones tienen que ver con una sociedad y un Estado que han arrinconado a la gente más pobre a sobrevivir bajo la lógica del sálvese quien pueda. Cada año es lo mismo: nos lamentamos por la ausencia de políticas públicas para el mantenimiento de obras de protección y de atención a las emergencias. Para muestra un botón, hace unos días en Juticalpa, Olancho, un par de horas de lluvia con viento, bastaron para que unas diez familias quedaran sin techo, y la única respuesta del gobierno ha sido llegar con el famoso bono diez mil. El bono es una limosna estatal que ayuda, pero en lugar de resolver los problemas de vulnerabilidad, los posterga y los profundiza. En el valle de Sula, año con año la historia se repite. Cada cuatro años cambian las reglas del juego, porque todas ellas se sostienen en el clientelismo, y en convertir las necesidades de la gente en fuente para dar trabajo a los activistas y para despedir a quienes no son leales o son del otro partido político. Mientras tanto, allí está el río Ulúa, con sus bordos, dragados y canales de alivio que amenazan a comunidades enteras. Cuentan que se han gastado centenares de miles de lempiras entorno a obras en el río Ulúa, y sin embargo, ¿Por qué será que las comunidades siguen en iguales o peores condiciones? ¿A dónde han ido a parar esos recursos? ¿Se los llevó la corriente del Ulúa, o la corriente de la corrupción de los funcionarios públicos? La temporada de inundaciones nos abre desafíos. Por un lado, confirman la necesidad de continuar con los procesos de formación en las comunidades para enfrentar las inundaciones con los menos riesgos y con la mayor dignidad posible. Un segundo desafío tiene que ver con el cambio de actitud sobre los recursos naturales en las comunidades. ¿Qué significa el río Ulúa para la comunidad?, ¿es un signo de muerte por las inundaciones o es un signo que nos da vida, identidad, fertilidad de la tierra? El otro desafío está en articular un movimiento de organizaciones del valle Sula para impulsar un serio proceso de auditoría social a las instituciones estatales responsables de impulsar proyectos y programas que tienen que ver con las emergencias. Ya vienen los temporales y con ellos las inundaciones, y es una ocasión para ver estas adversidades no como fuente de destrucción y calamidades, sino como oportunidades para profundizar hasta dónde han llegado los niveles de corrupción en las instituciones públicas, y en la fuerza de las comunidades cuando se organizan para defender sus derechos y proteger su medio ambiente.