Pim y los Muquis

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Un libro de Casas Bioclimáticas, SL Publicado por: Casas Bioclimáticas, SL Calle la Paz 17, 46003 - Valencia Tel. 96 351 09 07 Fax. 96 351 06 71 ISSN: 978-84-937188-0-0 Depósito Legal : SE 2822-2009 Maquetación y diseño: Aurum Creativos, SLL lustraciones: Aurum Creativos, SLL Colaboración pedagógica: Patricia García Ramos Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta publicación, así como su almacenamiento, reproducción o transmisión en forma alguna, sin la autorización expresa del propietario de los derechos de autor.



Sucedió una vez que, en un lejano bosque, vivía un gnomo llamado Pim. Todos los días el gnomo Pim hacía las tareas de la casa antes de ir a jugar con sus amigos. Le gustaba barrer, hacer la colada y fregar los platos, pero lo que más le gustaba era regar las flores del jardín. Sin embargo aquel día estaba cansado. Había barrido el suelo, había puesto la lavadora y había lavado los platos de la comida, pero todavía tenía que regar las flores. —¡Ay, no tengo ganas de regar! —suspiró. En ese momento, con un ¡¡PLOP!!, aparecieron en el salón unos extraños duendecillos. Eran pequeñines y estaban tan negros que solo se les veía los ojos. —¿Quiénes sois vosotros? —preguntó Pim. —Somos los Muquis —dijo uno de ellos—. Hemos venido a ayudarte. —¿Vais a regar las plantas por mi? —dijo emocionado el gnomo. —No hace falta —le aseguró el Muqui—. ¿Acaso sabes que las flores necesiten agua? —Pues… —dudó Pim—. No lo sé, porque las riego todos los días. —Ya lo ves, no hace falta que las riegues. Fíate de nosotros, los Muquis somos muy listos. Pim pensó que tal vez los Muquis tuvieran razón y las

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flores no echasen de menos el agua. Decidió que haría caso de sus nuevos amigos y así tendría más tiempo para jugar. Ese día se lo pasaron en grande jugando en el jardín, y desde entonces los Muquis, sus nuevos amigos, se quedaron a vivir en su casa. Cada día, cuando el gnomo Pim tenía que hacer alguna tarea, los Muquis le convencían para que no la hiciera y jugase con ellos. —Tengo que sacar la basura —decía Pim. —No hace falta que la saques, podemos tirarla por la ventana —decían los Muquis. Entonces Pim abría la ventana y vaciaba el cubo de la basura ensuciando el jardín. Después, los Muquis abrían los grifos para poder jugar con el agua. —No hace falta que cierres los grifos —decían los Muquis cuando Pim los cerraba—. Jugar con el agua es muy divertido. Pim, convencido, dejaba los grifos abiertos. Por la noche al gnomo le entraba sueño. —Me voy a la cama —decía con intención de apagar las luces del salón y la televisión. —No hace falta que apagues la luz. Si la dejas encendida mañana por la noche no tendrás que encenderla —decían los Muquis.

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Entonces Pim se iba a la cama y dejaba las luces encendidas toda la noche. Así pasaron los días. El gnomo hacía caso de lo que los Muquis decían, y poco a poco la seta de Pim se ensuciaba. Fuera, en el jardín, la basura se apilaba en montañas, las flores estaban tristes y empezaban a perder el color y el suelo de la casa estaba inundado de charcos. Un buen día el Hada Clau, que pasaba por allí de camino al mercado, se escandalizó al ver lo sucia que estaba la seta del gnomo. Así que se acercó a ver qué pasaba. —¿Pero qué ha ocurrido aquí? —preguntó a los Muquis que estaban en el jardín revolcándose entre la basura. —¡Nada! —contestaron los Muquis. Entonces el Hada fue hasta el gnomo enfadada. Pim agachó la cabeza y la miró apenado. —Los Muquis me dijeron que no pasaba nada —dijo tristemente. —Está mal que no hagas tus tareas Pim —le regañó el Hada Clau—. Pero es aún peor que tires la basura ensuciando el bosque, que desperdicies el agua y que no riegues las flores.

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—Tampoco es tan malo, ¿no? —le preguntó el gnomo. —Jum… —el Hada se rascó la barbilla pensativa—. Pim, voy a enseñarte qué pasará si sigues ensuciando tanto y derrochando. El Hada Clau agitó su varita mágica en el aire y pronunció las palabras mágicas: ¡¡Binbadibú bolingabú!! Y por arte de magia apareció una puerta en mitad del jardín. —Acompáñame —dijo el Hada. El gnomo y el Hada atravesaron la puerta y dejaron a los Muquis solos. Al otro lado de la puerta el bosque había desaparecido, y lo que encontraron fue una ciudad gris y triste, sucia y maloliente, con un cielo tan negro como el de una tormenta. —¿Dónde estamos Hada Clau? —preguntó Pim. —Estamos en el mundo de los humanos. Hace tiempo el mundo de los humanos era como nuestro bosque. Había árboles, ríos, el cielo era limpio y azul… —¿Y qué pasó? ¿Por qué solo hay arena y rocas? No veo ninguna flor —quiso saber Pim. —Los humanos empezaron a tirar la basura en los bosques, a derrochar el agua y a contaminar los ríos y el aire. Durante muchos años dejaron de cuidar la naturaleza, hasta que un día ya no crecieron más plantas, se secaron los ríos, las ciudades se ensuciaron y el cielo quedó cubierto para siempre por una nube gris. 10



—¡Es terrible! —lloró el gnomo—. Yo no quiero que le pase eso a nuestro bosque. —Tranquilo —dijo el Hada—. Si tienes cuidado y tratas bien al bosque nunca se marchitará. Sólo tienes que ser limpio y no derrochar. También tendrás que ser bueno y cuidar a todas las plantas y animales que viven allí. —Lo haré Hada Clau, te lo prometo —dijo Pim. —Entonces ya es hora de que volvamos a casa —dijo el Hada. Y agitando su varita en el aire aparecieron otra vez en el bosque. Cuando llegaron al jardín los Muquis todavía estaban jugando entre la basura y ensuciándolo todo. —¡No ensuciéis el bosque! —dijo Pim enfadado a los Muquis. —¿Qué

más

da?

No

pasa

nada —contestaron los Muquis sin hacerle caso. El gnomo Pim, muy enfadado, cogió la manguera del jardín y los regó con ella. Los Muquis se quejaron por el baño e intentaron huir del agua, pero allí donde corrieran el agua les alcanzaba.

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Cuando toda la suciedad había desaparecido Pim cerró el grifo. —¡Ya está! —dijo contento de ver su jardín otra vez limpio. —Bruub… ¡Qué fría estaba el agua! —se quejaron los Muquis saliendo de sus escondrijos. Tras el baño el agua había limpiado toda la suciedad de los Muquis dejándolos tan relucientes como espejos. —¡Qué guapos estamos! —dijeron dando saltos de alegría por su nuevo aspecto—. ¡Gracias Pim! Dinos qué podemos hacer para agradecértelo. —Um… —el duende lo pensó un momento—. A partir de hoy me ayudaréis a hacer las tareas de la casa, cada uno se ocupará de hacer una, así acabaremos antes y podremos jugar. —¡Buena idea! ¡Bien, bien! —aplaudieron los Muquis. Y así fue como desde entonces el gnomo y los Muquis vivieron felices en su seta, perdida en el gran bosque limpio y verde.

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