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El Moctezuma

Antonio García de León

Es una leyenda con muchas variantes en todo el sur de Veracruz. En una que publiqué de Jáltipan (“El Dueño del Maíz y otros relatos nahuas del sur de Veracruz”, 1968, relato de Alfonso Rodríguez) se le llama Moctezuma cholōltēgo, “Moctezuma señor de Cholula”. En general este personaje se asocia más bien con el Quetzalcóatl rey de Tula o de Cholula y con la huida que se vio obligado a emprender desde el Altiplano al Golfo, en varias versiones, hacia las cuencas bajas del Papaloapan o del Coatzacoalcos y que explica además el origen mítico de las sierras de Los Tuxtlas y Santa Marta. Metafóricamente, el relato alude a la caída y decadencia después del Clásico y del derrumbe de Teotihuacán, o después del abandono de Tula.

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En las tierras bajas de Veracruz, el Sotavento mítico se dispone como una media luna de tierras de aluvión en cuyo centro se levanta una formación montañosa frontera al mar y que se erige como su sinuoso ombligo.

El origen remoto de tener esta disposición de promontorio costanero puesto allí sin más -producto de extrusiones volcánicas-, con sus tres “torres” — el San Martin Tuxtla, el Santa Marta y el San Martin Pajapan (que juntos hacen las “sierras de San Martin”)—, la explican todavía los nahuas y popolucas de la región por medio de un mito fundador: lo que hoy vemos como una serranía seria el artificio ultimo y fallido de un destronado señor de Tula o Cholula -un Quetzalcóatl Rey-, perseguido por sus enemigos durante una época en la cual el sol todavía no iluminaba la tierra con sus rayos, y que en su atropellada huida desde el Altiplano hacia el oriente, trató de construir en la playa un puente con las piedras gigantescas —dotadas de vida, dúctiles y ligeras—, que el monarca “arreaba” desde su reino 4

nocturno como si fueran una partida de ganado. El objetivo del héroe perseguido, y de los pajes que lo acompañaban, era construir un puente para cruzar el mar. Pero en el intento, cuando había llegado con todas estas piedras a la orilla del océano oriental, fue sorprendido en la playa por los nacientes rayos del primer sol, los que le dieron a las piedras el peso y la dureza que las caracterizan hasta hoy.

Las rocas hasta entonces vivas, ligeras y maleables se convirtieron bajo la luz del sol recién nacido en un promontorio muerto y endurecido. En los extremos aparecieron dos cerros masculinos (los dos San Martín) en los extremos, y en el centro uno femenino (Santa Marta): esta disposición fue respetada por la adscripción de nombres católicos a estas formaciones volcánicas. La primera alusión conocida a San Martin ocurrió en 1518 cuando desde el mar los marineros de Juan de Grijalva, según la crónica de Bernal Díaz del Castillo, bautizaron esta sierra costera con el nombre de un santo (San Martín de Tours, asociado hoy al Dueño de los Animales cuya morada está debajo del San Martín Tuxtla).

Entre los popolucas de Soteapan se dice que durante un tiempo el Moctezuma vivió allí y enseñó a las gentes, que entonces andaban desnudas, a fabricar telas y usar vestidos. Se dice que alguna vez enfrentó a sus enemigos usando grandes rocas, arcos y flechas. Después se fue a la orilla del mar, al sitio arqueológico llamado Piedra Labrada (hasta hoy una bahía dentro del territorio simbólico de los popolucas de la sierra) y comenzó a construir un puente de piedra para irse a España. Las rocas de Piedra Labrada, algunas de las cuales son estelas del Preclásico Tardío, son los cimientos de ese puente inconcluso. Entonces salió el sol y alguien le robó su

mujer, por lo que muy enojado se regresó a México donde fue finalmente envenenado (Foster, 1945, p. 215, según relato de Juan Arizmendi). Otros rela- tan que de México regresó a Texistepec, pueblo que según los informantes de Foster fue fundado por el mismo “Moctezuma” y en donde hasta hoy se ha- bla una variante del zoque-popoluca. Foster men- ciona también la hermosa estela de Piedra Labrada (descrita inicialmente por Franz Blom y Oliver La Farge: Tribes and Temples. New Orleans, 1926, vol. I, pp. 40-42).

Al referirse al mito de la huida mágica del hé- roe-dios desde Tollan, Laurette Sejourne (1957, p. 76) capta muy bien la idea utópica de la persecución de un rey: “Varios rasgos relacionan estas pruebas con diferentes etapas de la vida de Quetzalcóatl, después de que este hubo abandonado su capital. Entre otras el inmenso rio que corta el camino que lleva a la liberación, con la diferencia de que, en lugar de atravesarlo solo, Quetzalcóatl echa sobre el un puente para que sus pajes o discípulos pue- dan seguirlo. Esta acción de crear un puente nos dice, una vez más, que su misión tiene por objeto establecer una co- municación entre la tierra y el cielo, unir el hombre a Dios”.

Otras versiones lo hacen inmolarse por medio del fuego en “El Quemadero”, Ta- tayan, en las tierras bajas del Papaloa- pan, o en El Lugar de Estrellas Multi- colores, en las playas de Alvarado (Cīta- lacuihcuiltzintah), en donde asciende desde la pira al cie- lo convertido en Venus, o bien, que tuvo que lanzarse al mar en una barca hecha de serpien- tes en las playas de Coatzacualco.

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