4 minute read

Pillaya

Pillaya, el Zopilote con cabeza de Rey

Rubén Leyton o.

Advertisement

El negro Pillaya

El norte explosivo de Semana Santa, habí�a agravado la agoní�a del viejo Pillaya y los zopilotes humanos, sin que nadie los llamara, acechaban la casa del hábil jaranero, cubriéndose la cabeza para evitar las ráfagas de polvo de las calles de Tomiyauh . El norte habí�a cambiado por un viento moderado del sureste que hací�a mover y enconchar las palmeras plantadas por todo el pueblo, que oscilaban junto con los zopilotes, de verdad, que se mecí�an sobre sus largas hojas.

Las precauciones por el incremento del viento habí�an hecho regresar a los pescadores que salieron al rí�o a la pesca del camarón. Algunos de los recién llegados varaban sus lanchas y las colocaban debajo de las enramadas, o las amarraban de éstas, mientras las aseguraban con una estaca que colocaban a un lado de la proa. Regresaban cargando sobre sus hombros el canalete, del que colgaba el ancla, la red, un canasto, que en su interior contení�a la ropa de pesca, y la caja con el candil, llamada aparato; pendiendo del otro brazo, llevaban el yagual y la pequeña batea para achicar el agua de la embarcación. Pensaban en la posibilidad de volver al rí�o para desarrollar otras actividades: atarrayar en El Boquerón o La Estacada o volver a los puestos de camarón y colocar la red larga, muy usual en temporadas de norte. Algunos se detení�an para hacer un comentario sobre la pesca o el acontecimiento de la noche anterior, otros directamente se dirigí�an a sus casas. Uno que otro briago se paseaba impaciente y nervioso frente a una cantina, en espera de que la abriesen.

En grupos, mujeres cargando sus cubetas con maí�z cocido, a toda prisa trataban de llegar al molino de nixtamal más próximo, que desde muy temprano golpeaba al oí�do con su interrumpido, tac, tac, tac, tac, tac, tac,…tac, tac, tac, tac,…tac, tac, tac, tac, tac. Algunas casas abrí�an sus puertas para dejar salir a una joven o a una vieja, para que regara 5

agua frente a su casa, para restar el polvo que se metí�a en su interior.

El pueblo era tan viejo como Pillaya, negro de ascendencia mandinga, alto, cara y cabeza tipo pera, de pelo blanco y ensortijado, nariz chata, pómulos resaltados, carente de vello corporal, complexión delgada y músculos bien definidos. Este hombre, ahora postrado en su cama de cuero, hací�a honor con su ronquido al canto que tantas veces pregonaba por las calles, consecuencia del habanero Berreteaga, Palma y Pizá 1902 que consumí�a, de preferencia en el prostí�bulo “La Cocaleca”. De regreso a su casa, la ondulación del terreno que cruzaban sus calles y el manipuleo de su jarana lo hací�an crear una danza monótona, mientras cantaba:

Zopilote de dónde vienes con la cabeza pintada, vengo de la posadera, que me ha dado una pedrada. Zopilote mau-mau, ponme alas para Tomiyauh.

Ay que mi suegra, que tanto quiero, quisiera verla en un hormiguero, Ay que mi suegra, cabeza de pita, quisiera verla en la paila brincando como pepita.

Y agregaba con mucha malicia:

Me sucede lo que al gallo, cuando una polla deviso, hasta las corvas me tallo, ya parece que la piso.

Viejo estoy de enamorar a mujeres que he querido, pero me atrevo a apostar, todaví�a puedo abogar, despacio, no muy seguido.

De esa manera Pillaya hací�a honor a su sobrenombre, por pillo y por esa erotización maliciosa.

La alusión al zopilote mau mau iba más allá de una cuestión onomatopéyica. Tomiyauh fue un pueblo de origen huasteco hasta que a fines del siglo XVI se fueron asentando en su costa negros pescadores huidos de sus amos. Contaban los viejos que esos negros eran de origen mandinga, mao mao, dunga o malila. El nombre de Tomiyauh se transformó en Tamiahua, y, con el paso del tiempo, esos negros se dedicaron al contrabando con los piratas ingleses y franceses que llegaban a comprar bastimentos. Hoy abundan los apellidos de origen inglés, como Leyton, Lauton, Aládete, Játar, Moore y Spencer, entre otros.

En el pueblo se esperaba un gran acontecimiento. Habrí�a comida, borrachera, juegos, noviazgos y hasta pleitos. Se sabrí�an todas las anécdotas del zopilote cabeza de rey, animal que, a manera de nagual, se identificaba con Pillaya, por negro y cabeza blanca. Su recia figura era atractiva, además de ser muy conocido por ser dueño de una cantina y del billar, así� como amarrador de gallos durante la fiesta de nuestra Señora del Carmen. La jugada se lograba en palenques improvisados, en patios baldí�os de este tropical pueblo, donde incluí�a una cantina y el espacio necesario para bailar con los huapangueros. Todo esto habí�a sido vivido por Pillaya, quien a veces regresaba a su casa con las bolsas tan limpias, como cuando se cambiaba su ropa almidonada. Cuando sufrió de embolia, los efectos hicieron contraer sus músculos faciales que, rí�gidos, le enchuecaron la boca y le paralizaron el brazo derecho, con el que con tanta maestrí�a habí�a manejado los instrumentos de cuerda. Ahora estaba estático, capaz de recibir sin protesta alguna las inquietas moscas que a diario, como un saludo, jugueteaban en lo arrugado de su negra piel. Eso sucedí�a cada vez que frente a su casa lo sentaban para que se distrajera.

This article is from: