Pillaya, el Zopilote con cabeza de Rey Rubén Leyton o. El negro Pillaya
El
norte explosivo de Semana Santa, habí�a agravado la agoní�a del viejo Pillaya y los zopilotes humanos, sin que nadie los llamara, acechaban la casa del hábil jaranero, cubriéndose la cabeza para evitar las ráfagas de polvo de las calles de Tomiyauh . El norte habí�a cambiado por un viento moderado del sureste que hací�a mover y enconchar las palmeras plantadas por todo el pueblo, que oscilaban junto con los zopilotes, de verdad, que se mecí�an sobre sus largas hojas.
Las precauciones por el incremento del viento habí�an hecho regresar a los pescadores que salieron al rí�o a la pesca del camarón. Algunos de los recién llegados varaban sus lanchas y las colocaban debajo de las enramadas, o las amarraban de éstas, mientras las aseguraban con una estaca que colocaban a un lado de la proa. Regresaban cargando sobre sus hombros el canalete, del que colgaba el ancla, la red, un canasto, que en su interior contení�a la ropa de pesca, y la caja con el candil, llamada aparato; pendiendo del otro brazo, llevaban el yagual y la pequeña batea para achicar el agua de la embarcación. Pensaban en la posibilidad de volver al rí�o para desarrollar otras actividades: atarrayar en El Boquerón o La Estacada o volver a los puestos de camarón y colocar la red larga, muy usual en temporadas de norte. Algunos se detení�an para hacer un comentario sobre la pesca o el acontecimiento de la noche anterior, otros directamente se dirigí�an a sus casas. Uno que otro briago se paseaba impaciente y nervioso frente a una cantina, en espera de que la abriesen.
En grupos, mujeres cargando sus cubetas con maí�z cocido, a toda prisa trataban de llegar al molino de nixtamal más próximo, que desde muy temprano golpeaba al oí�do con su interrumpido, tac, tac, tac, tac, tac, tac,…tac, tac, tac, tac,…tac, tac, tac, tac, tac. Algunas casas abrí�an sus puertas para dejar salir a una joven o a una vieja, para que regara
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