CUENTO ESCRITO E ILUSTRADO POR EL ALUMNADO DE 3º DE PRIMARIA: SOFIA APARICIO ARGANDOÑA CARMEN CÓRCOLES HERNÁNDEZ ANA ISABEL COTILLAS PIÑERO ÁNGEL GONZÁLEZ REYES JOSÉ MIGUEL MARTÍNEZ PALACIOS JOSÉ ÁNGEL MARTÍENZ SÁNCHEZ NOELIA MARTÍNEZ SEVILLA SANDRA MORCILLO CUENCA JOSÉ JAVIER MORENO ALFARO JOAQUÍN RUIZ CÓRCOLES
GUIADOS POR SU TUTOR, D. ANTONIO RUIZ PUCHE
CEIP “PEDRO SIMON ABRIL” (Santa Ana-Albacete) 23 de Abril de 2011
EL ALCALDE MALIGNO Y LOS DIEZ VALIENTES NIÑOS I Habían terminado las vacaciones de Navidad y comenzaba el segundo trimestre en el colegio Pedro Simón Abril de Santa Ana. Don Antonio llegó a su clase de tercero con un nuevo maletín. - ¡Vaya maletín más grande!, ¿Te lo han traído los Reyes?- preguntó Javier con curiosidad. - Pues sí – contestó su maestro – Ya era hora, porque el otro estaba muy viejo y apenas tenía espacio para nada. Dejó el maletín sobre su mesa y abrió una delgada cremallera que estaba en el dorso. De allí sacó un montón de libros iguales que llevaban por título “Zapatos de fuego y sandalias de viento”. - ¡Ay va, libros! –exclamaron los niños. - ¡Cuánto tiempo sin ver un libro de verdad! – dijo Sandra. Ya casi me había olvidado de lo bonitos que eran. - Pero ¿Cómo has conseguido traerlos? ¿No te ha parado la Policía? – Preguntó extrañado José Miguel - Es que se me ha olvidado deciros que pedí a los Reyes un maletín más grande y con un falso fondo donde poder esconder libros – dijo D. Antonio con una sonrisa. II Durante las dos semanas siguientes, en secreto y en voz baja, leyeron las aventuras de Tim el gordinflón, apodado zapatos de fuego, y de su padre, el larguirucho sandalias de viento. Les gustaba tanto este libro que no querían que acabase nunca. - Vaya, jamás pensé que llegaría a echar tanto de menos los libros – dijo Joaquín que, para ser sinceros, tampoco es que hubiese leído mucho en su vida. - Yo no quiero que termine el libro – dijo Ana - Soy tan feliz mientras leemos en clase. - Es verdad – apuntó Sofía – y en este último año no es que hayamos tenido muchos momentos felices que se diga. - Tienes razón – reconoció Ángel. Y eso que Ángel no daba la razón así como así a cualquiera - ¿Traerás más libros la semana que viene? III Lo cierto es que los niños de Santa Ana tenían motivos para estar tristes y preocupados. Todo comenzó un año antes, cuando se celebraron las elecciones para elegir al alcalde… Los candidatos que se presentaban eran dos: Juanjo, el actual alcalde, a quien todos conocían y que ya llevaba doce años en el cargo, y un hombre casi desconocido que llevaba pocos meses viviendo en el pueblo. Este era un tipo alto y corpulento que habitualmente vestía de negro. Su trato con los vecinos de Santa Ana era escaso, no tenía familia y vivía solo en una casa grande que había comprado a las afueras del 1
pueblo. Se le conocía por el apodo de “Corazón de hielo” y la verdad es que su mirada fría y severa hacía temblar de miedo hasta a los perros. El caso es que llegó el día de las votaciones. Fue un día tremendamente frío. La noche anterior había caído una copiosa nevada y todas las calles estaban heladas. Ante ese panorama, el pensamiento de los habitantes del pueblo era más o menos este: “Bah, porque yo no vaya a votar tampoco se va a acabar el mundo”, o “Qué más da un voto más o menos…Total, va a volver a salir nuestro querido alcalde.” Y es que se estaba tan calentito en casa… Con estas excusas, unos y otros decidieron quedarse en sus hogares viendo la tele o escuchando la radio desde sus camas. Confiaban en que fuesen sus vecinos los que saliesen a votar. La sorpresa vino cuando al final de la tarde se conocieron los resultados: Había ganado “Corazón de hielo” por dos votos a cero y desde el día siguiente sería el nuevo alcalde de Santa Ana. IV Ahora, cuando se cumplía el aniversario de aquellas elecciones, todos se sentían culpables por haber permitido que les gobernase un hombre tan malvado y siniestro contra el que nada podían hacer. “Corazón de hielo” y sus esbirros se habían convertido en auténticos dictadores y nada más tomar el poder cambiaron todas las leyes a su antojo. Entre otras medidas, las siguientes eran algunas que más les afectaban: Estaba prohibido celebrar más elecciones, por lo que él sería el alcalde hasta que muriese. Prohibido salir de casa desde las tres de la tarde en invierno y las cinco en verano. Prohibido reunirse en la calle con los amigos. Prohibidos los periódicos, la radio e Internet. Prohibidos los entretenimientos públicos y las fiestas patronales. Cerradas la piscina y la biblioteca municipal. Prohibido llevar la misma ropa dos días seguidos. Prohibidas las pizzas, las patatas fritas y la coca-cola. Prohibidos todos los libros. Para hacer cumplir estas medidas, “Corazón de hielo” se había rodeado de un numeroso grupo de policías que controlaban todo. A los maestros se los registraba cada mañana antes de entrar al colegio. Si encontraban un libro en sus carteras o en sus chaquetas, eran detenidos y expulsados de su trabajo. Eso lo sabía muy bien Yolanda, la seño de inglés y la encargada de la biblioteca. Fue arrestada y condenada a pagar una multa de dos mil euros por transportar libros furtivamente La vida en el pueblo era ahora un verdadero fastidio con tantas cosas buenas prohibidas y con tanto policía controlándolo todo. V No podemos contar a nadie que leemos en clase – advirtió D. Antonio – de lo contrario estaríamos perdidos. Recordad lo que le pasó a Yolanda. Y que el alcalde ofrece una recompensa de doscientos euros para quien denuncie a quien tiene un libro, sea en su mochila o en su casa. - Pero ¿Por qué le dan tanta importancia a eso? – preguntó Carmen asombrada ¿Qué mal pueden hacer los libros a nadie? 2
JOSÉ JAVIER MORENO ALFARO
- Sí, yo tampoco lo entiendo – dijo Sandra – a ver que daño hacemos nosotros mientras leemos tranquilamente. - Yo creo – dijo D. Antonio – que hay personas que le tienen miedo a los libros - ¿Miedo? – dijo José miguel sorprendido – Pues vaya tontería. Yo tengo miedo de la oscuridad, de los fantasmas o de que haya una guerra, pero de los libros… - No creas – prosiguió su maestro – Este no es el único gobernante que tiene miedo de los libros. A lo largo de la historia se han cometido muchos crímenes contra los libros: Se han quemado bibliotecas, se ha arrestado a quienes tenían libros en sus casas y se han prohibido miles y miles de libros en todo el mundo. Es una historia muy antigua que se repite en nuestros días. - Pero ¿Por qué? – preguntó Noelia que no encontraba el motivo de tanto odio hacia los pobres libros. - Yo creo – dijo José Ángel – que de lo que tienen miedo es de que la gente se divierta, aprenda y piense cosas diferentes de las que ellos dicen. - Si – continuó Ana – y de que descubramos otras maneras de sentir y de vivir y de que no nos conformemos con lo que nos imponen. - Muy bien chicos, acabáis de ahorrarme una explicación – terminó D. Antonio - En efecto, de todo eso tienen miedo. Así que bien mirado, los libros nos ayudan a conocer mejor el mundo y nos enseñan a no conformarnos con lo que nos quieren imponer. - Eso de lo que habláis es un poco lioso – dijo Joaquín – pero creo que más o menos sé lo que queréis decir. Por eso también está prohibido Internet y los periódicos. Para que la gente no sepa nada y se conformen como tontos. - ¡Pues yo no quiero conformarme! – exclamó Javier - ¡Ni nosotros tampoco! – se dijeron los demás 3
- Pero…y nosotros ¿qué podemos hacer? – se lamentó Sofía. - Bueno tal vez no esté todo perdido y haya algo que podéis hacer - ¿Nosotros? - Sí, pero debéis estar dispuestos a arriesgaros un poco. Nadie consigue nada si no se arriesga y se queda de brazos cruzados en su casa. - ¡Cuenta conmigo! – dijo sin pensarlo José miguel que era el más dispuesto de todos. Enseguida se le unieron los demás y su maestro les explico lo que tendrían que hacer: - Tendréis que buscar una palabra, una palabra que será la que os permita vencer a “Corazón de hielo”. - ¿Una palabra? – Preguntó incrédulo Ángel - ¿Y qué haremos con una palabra? - A veces las palabras pueden tener poderes especiales. - Pero ¿Dónde está esa palabra? – preguntó Javier - En realidad tendréis que buscar ocho letras que se encuentran desperdigadas por todo el mundo. Después tendréis que formar una palabra. - “No puede ser cierto” – pensaban los niños – “Nos está tomando el pelo” “Esta es otra de esas historias que él se inventa para entretenernos”. “Además, últimamente está muy raro”. VI A la mañana siguiente no abrieron sus mochilas. D. Antonio hizo dos grupos. Al parecer la aventura iba en serio y había llegado el momento de comenzar. El primer grupo estaba compuesto por José Miguel, Noelia, Sandra, Ángel y Joaquín. El segundo por Carmen, Ana, José Ángel, Sofía y Javier. - Ha llegado el momento de buscar la primera letra – ordenó D. Antonio – El primer grupo tendrá que ir al aula de música (por cierto, la música era otra de las cosas que estaban prohibidas, así que el aula llevaba cerrada muchos meses y a la seño Dolores la habían expulsado a las primeras de cambio.) - ¿Allí está la primera letra? – preguntó con impaciencia Joaquín - Desde allí podréis encontrarla – contestó misteriosamente su maestro. Los niños entraron expectantes. Se miraban entre sí, encogiendo los hombros y sin saber muy bien qué hacer. De repente se fijaron en una extraña luz de color rojo. Provenía de un viejo armario con cristales de colores en la puerta que se utilizaba para guardar los instrumentos más grandes que ahora habían sido destruidos. Guiados por esta luz, los niños entraron en el armario. La puerta se cerró y la luz comenzó a parpadear con mucha intensidad. En unos segundos… ¡Habían desaparecido! - Pero, ¿Dónde estamos? – preguntó aturdida Sandra - Estamos en la calle, en una ciudad grandísima – dijo Ángel – no puede ser, debe de tratarse de un espejismo. Si hace solo unos instantes estábamos en… - ¡Mirad chicos! – gritó Noelia - conozco esa torre, es la torre Eiffel. ¡Estamos en París! - ¡Fiuuuu! - silbó Joaquín impresionado – ¡Que pasada!, ¡Es impresionante! - ¿Y ahora que hacemos? – preguntó confundido J. Miguel - Pues buscar la letra -contestó Sandra- aunque buscar una letra en París debe ser como buscar una aguja en un pajar.
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Echaron a andar, sin saber hacia dónde. Paseaban sin rumbo fijo, admirando la majestuosidad de la ciudad. ¡Qué bonito era todo! La Ópera, el Louvre, el Barrio Latino, la torre Eiffel…De las estrechas callejuelas pasaban a las amplias avenidas. Cansados de tanto andar, decidieron sentarse a descansar en un pequeño puente de madera que cruzaba el Sena. Le llamaban el puente de los Artistas. Justo enfrente se veía la catedral de Notre Damme con sus bonitas vidrieras donde se reflejaba la luz del sol. - Que cansancio – dijo Noelia casi sin aliento – llevamos caminando toda la mañana y no hemos encontrado nada. - Creo que me han salido ampollas en los pies – dijo Sandra – si llego a saber que nos esperaba esta caminata me hubiese traído las zapatillas de deporte. - Esto sí que es ejercicio – dijo J. Miguel – estoy más fundido que cuando jugamos al fútbol. - Tal vez debamos ir allí – sugirió Joaquín señalando la catedral – La catedrales suelen ser lugares misteriosos… - Ahora que me acuerdo – dijo Ángel – esa es la catedral del Jorobado de Notre Damme. ¿Habéis visto la peli?
SANDRA MORCILLO CUENCA
- Síí, es verdad, en el campanario vivía…¿Cómo se llamaba?- preguntó Sandra - Quasimodo – dijo Noelia – que además de ser muy feo, el pobre estaba sordo por los campanazos que tenía que soportar todos los días. En unos minutos estaban en la Isla de la Citê, donde se encontraba la catedral. Consiguieron entrar y subir al campanario con un grupo de turistas. Cuando estos se marcharon contemplaron la ciudad ahora desde las alturas. Era todavía más bonita desde allí arriba, parecía la ilustración de un cuento donde podían suceder las historias más increíbles. Cada uno soñaba en silencio con vivir allí por una temporada.
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Cuando regresaron de sus ensoñaciones y volvieron al interior del campanario, encontraron, en un rincón, un colgante con una letra de plata maciza en el centro -¡La “e”!- exclamaron. Esta debe ser nuestra letra. - Podría ser de Esmeralda, la bella joven de quien estaba enamorado Quasimodo. Tal vez fuese él quien le regaló la cadena con su inicial. Mirad, parece muy antigua. -dijo SandraEn esos momentos, la luz roja comenzó a parpadear dentro del campanario y en pocos segundos, los niños estaban de vuelta en su colegio. VII - ¡Hemos estado en París, pero de verdad!- señalaban los niños del primer grupo abriendo mucho los ojos y agitando las manos ante sus incrédulos compañeros - ¡Y hemos conseguido la primera letra! - ¡La “e”! – exclamó J. Ángel. - Sí, es la e de Esmeralda – dijo Noelia ya repuesta del cansancio - ¿Esmeralda? – preguntó Sofía - Es que hemos estado en la catedral de Notre Damme de París y en el campanario donde vivía Quasimodo encontramos este colgante. Creemos que fue un regalo que le hizo a su amada Esmeralda… - Muy bien chicos – dijo D. Antonio – ahora tenéis que descansar y reponer fuerzas. Es el turno del siguiente grupo. ¿Listos? Estos confirmaron su disposición pero no estaban muy convencidos de lo que iba aquello. A lo mejor les ponían una película de lugares lejanos o algo así. Pero igual que sus compañeros, enseguida vieron las luces rojas haciéndoles señales desde el interior del armario y comprendieron que era allí donde debían dirigirse. La puerta acristalada se cerró tras ellos, y en unos instantes ¡habían desaparecido!... Voilá Se encontraban ahora al pie de una montaña. A su alrededor no había nada, era un paisaje desértico de rocas grises y blancas. Hacía un frío tremendo. - ¿Cómo hemos llegado a este sitio? – preguntó Carmen - ¿Estamos soñando? - No creo – dijo Sofía – porque cualquiera se duerme aquí con el frío que hace. - Es verdad – coincidió Ana – me estoy congelando. Aquí estamos bajo cero seguro. - Pues como muchas mañanas en Santa Ana – dijo J. Ángel – cuando me levanto, miro el termómetro que tiene mi padre en la terraza y a veces marca menos cuatro o menos cinco grados. - Pues entonces aquí hace más frío – dijo Ana frotándose las manos. - Que exagerada – sentenció Javier – Mirad, por allí viene un hombre con un perro y tal vez pueda darnos alguna indicación. Era extraño ver a alguien en aquel inhóspito y apartado lugar. El desconocido llegó hasta ellos acompañado por un precioso perro siberiano de pelo plateado. - Hola niños – dijo con toda naturalidad – me llamo Hans Bjelke ¿Puedo ayudaros? - Pues en primer lugar – le tomó inmediatamente la palabra Sofía - ¿Puede decirnos dónde estamos y por qué hace tanto frío aquí? - Ya estamos con el frío – dijo Javier que no se quejaba nunca por nada. - Ah, es eso – contestó Hans con una extraña sonrisa – queridos amigos, estáis en un maravilloso país llamado Islandia, una de las islas más grandes y desconocidas de Europa. 6
- ¡Islandia!- exclamó J. Ángel dirigiéndose a sus compañeros- sí, sé dónde estamos. El otro día vi este país en el mapa que hay en la clase. - Y ¿por qué estamos en esta montaña tan solos? ¿Es qué aquí no vive nadie? - No es exactamente una montaña, sino que se trata de un volcán, ¡El volcán Sneffels! – dijo Hans con admiración y una pizca de orgullo – además, creo que es allí dónde debéis dirigiros. Los niños se asustaron un poco, pues el año anterior habían fabricado su propio volcán con su maestra Rosa y sabían muy bien lo peligroso que podía ser cuando entraba en erupción. Pero Hans los tranquilizó enseguida. Se trataba de un volcán que llevaba muchos años apagado. La última erupción que se recordaba databa de 1219. - Ese nombre de Sneffels me suena de algo – dijo Carmen. - Y a mí – continuó J. Ángel que tenía muy buena memoria – es el volcán del “Viaje al centro de la tierra”. Nos lo contó D. Antonio al principio de curso. - Es verdad, ahora me acuerdo – añadió Ana – el profesor Liden… no sé qué y su sobrino comenzaron aquí su viaje al interior de la tierra. ¿Pero no me digas que tenemos que subir allí? - Se trata de vuestra misión – les recordó misteriosamente Hans – Yo ya complete la mía hace mucho tiempo. Ahora me tengo que marchar. Los niños subieron por la pendiente más suave del volcán pero como no llevaban el calzado ni la ropa adecuada les costó mucho llegar hasta el cráter. Dentro no se veía nada hasta que Javier tropezó con algo que les iba a servir de gran ayuda: cinco cascos de minero con portalámparas. Repartió uno para cada compañero y comenzaron un suave descenso por una estrecha senda. - Yo creo que ese tío también iba en la expedición al centro de la tierra – dijo Carmen – cuando lleguemos a clase se lo preguntamos al maestro. - Si, algo raro sí que era – reconoció Javier - Por lo menos se está calentito aquí dentro – dijo Sofía todavía consternada por el frío que había pasado a los pies del volcán En efecto, conforme avanzaba el descenso, la temperatura iba aumentando considerablemente. Siguieron bajando por el estrecho sendero mientras se desprendían de sus chaquetas y jerseys. Habían descendido unos tres kilómetros y la temperatura ahora era de 35º centígrados. Si seguían bajando se iban a asar. Pero de repente su camino se interrumpió violentamente. Al doblar a la derecha se encontraron ante un enorme acantilado del que no se veía el fondo. - ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Ana. - Pues descender – respondió tranquilamente Javier – Estáis tan asustados que no os habéis fijado en estas cuerdas. - Es verdad – corroboró J. Ángel – Y a lo mejor son las mismas cuerdas que utilizaron Liden… no sé qué y su sobrino. - Pues yo no bajo por ahí ni de coña – sentenció Carmen – a ver si vamos a tener que llegar al mismo centro de la tierra para encontrar una letra… - Pues ahí te quedas – dijo Javier – yo me voy. Y agarró a la cuerda y comenzó a bajar. Sus compañeros le siguieron, y también Carmen que temía más quedarse sola que descender por la cuerda. Conforme bajaban se oía con más fuerza el rumor de una corriente de agua. Cuando llegaron abajo quedaron maravillados por lo que veían: Una llanura atravesada por un río y a cada orilla, muchas plantas como palmeras, piños, helechos y cipreses gigantescos pertenecientes a una época pasada del mundo. ¡Había vida allí dentro! 7
La sensación de bienestar que les provocaba semejante paisaje se vio pronto alterada: Una estampida de animales corría a toda velocidad hacia ellos. - ¡Son mastodontes! – grito J. Ángel que se emocionaba siempre que se hablaba de animales prehistóricos - ¡Ojala me hubiese traído la cámara de fotos! Pero sus compañeros no le escuchaban. Habían salido corriendo a toda velocidad para esconderse detrás de unas rocas. Cuando J. Ángel quiso reaccionar ya era demasiado tarde. Por fortuna, a su izquierda había una gran zanja cubierta de musgo y en el último momento pudo lanzarse dentro. Cuando la manada de imponentes animales se perdió en la espesura de aquella vegetación, los niños salieron corriendo de su escondite para ir al encuentro de su compañero. J. Ángel estaba tendido en la zanja con un fuerte dolor de cabeza. - Eh, tío, ¿estás bien? – preguntó Javier muy preocupado por su mejor amigo – - Creo que me he golpeado la cabeza con una piedra, pero estoy bien. No se tiene todos los días la oportunidad de ver animales que se extinguieron hacen miles de años. ¡Y estaban vivos! Entre todos incorporaron a su amigo que se ponía la mano un su dolorida cabeza. Le había salido un chichón del tamaño de un pepino.
JOSÉ ÁNGEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ
- Menos mal que no existen ya los dinosaurios – dijo Carmen a su compañero – si no, ya te habría comido alguno. - Creí que me daría tiempo a esconderme, pero eran mucho más rápidos de lo que yo pensaba – dijo J. Ángel quitándole importancia al asunto. - Eh, pues aquí creo que está la piedra con la que te has golpeado – dijo Ana sacando un objeto metálico de la zanja – es una cantimplora. En efecto, era una cantimplora cubierta por con una piel marrón que en el centro llevaba grabada una letra: - La “l” - exclamaron todos a la vez. - Esta debe ser nuestra letra – dijo Sofía – - Si-, contestó J. Ángel – tal vez sea la cantimplora en la que llevaba el profesor Liden…no sé qué en su expedición.
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Un poco más tranquilos, celebrando haber encontrado la letra, vieron la luz roja que les hacía señales desde el interior de unas rocas gigantescas. Comprendieron que su misión había terminado. En unos instantes estarían de nuevo en el colegio. VIII - ¡Achiss! – estornudó Javier nada más entrar en clase – ay, creo que he pillado un buen resfriado, me duelen todos los huesos. - Vaya, el que nunca tiene frío ni necesita abrigo – dijo Ana con ironía – va y se constipa. ¡Qué cosa más rara! - Pero ¿De dónde venís vosotros? – preguntaron los del primer grupo. - De Islandia ni más ni menos – dijo Carmen que todavía no sabía como había bajado por aquella cuerda – del interior de un volcán. - Hemos estado en el volcán donde empieza el “Viaje al centro de la tierra”, y traemos gripazo, un pepino en mi cabeza y… ¡la letra!- dijo J. Ángel mostrando la cantimplora del profesor…Linderbrock. - Bien hecho chicos, habéis sido muy valientes. No hay aventura sin esfuerzo, sin un poco de dolor, sin sacrificio y sin alegría – dijo D. Antonio - Todavía nos queda mucho camino que recorrer. Debéis ser perseverantes y no desanimaros. Ya tenemos dos letras La e y la l. Se sentaron a descansar mientras tomaban un rico zumo de naranja y cambiaban impresiones. Solo Javier, que estaba tiritando de frío, se quedó apartado hecho un ovillo muy cerca del radiador de la calefacción. Media hora más tarde, los chicos del primer grupo fueron de nuevo al aula de música. Como la vez anterior, entraron en el armario atraídos por las luces rojas. ¿Dónde irían esta vez?... Se encontraron de nuevo en medio de una gran ciudad. El cielo estaba cubierto y caía una fina lluvia. Pero no les quedaba más remedio que echar a andar, resguardándose bajo las cornisas de los edificios, y aunque todavía les doliesen los píes de su anterior caminata por París. Algunos edificios que veían les resultaban familiares. Los habían visto en algún sitio. Fue Ángel quien los sacó de dudas esta vez. - ¡Estamos en Londres! – dijo – mirad esa torre. - ¡El Big Ben! – dijo Noelia, que eso de reconocer monumentos no se le daba mal – Nos lo ha ensañado Yolanda un montón de veces. En ese momento se acordaron de nuevo de su maestra y sintieron una punzada en el corazón. La echaban de menos. Sin embargo había algo extraño en aquella ciudad. Al principio no lo advirtieron, pero ahora se daban cuenta de que todo el mundo se les quedaba mirando. ¡Eran sus ropas! Aquella gente iba vestida de un modo extraño, como si estuviesen en una película antigua, de otra época. Además, apenas había trafico y los coches parecían piezas de museo. - ¡Ya está! – sentenció Joaquín - hemos retrocedido en el tiempo. A lo mejor estamos en el año 1300 o así - ¡Pero que bestia! – contestó Sandra – en el 1300 no había coches ni restaurantes como esos. Yo creo que estamos entre 1850 o 1900. - Un momento chicos, esperadme aquí - dijo J. Miguel mientras salía disparado como un rayo por la escalinata que tenían a sus espaldas. - Eh chicos, vais a flipar – dijo a su regreso – estamos en 1869. acabo de leerlo en una pizarra que esta a la entrada de aquel museo. 9
- ¡Bingo¡– dijo Sandra con orgullo – ¡He acertado! Se sentaron en la escalinata, buscando refugio bajo la estatua del almirante Nelson para asimilar todo aquello y resguardarse de la lluvia. Después, se dejarían llevar hasta que encontrasen una pista. No podían hacer otra cosa. Cuando cesó la lluvia, decidieron entrar en un jardín muy bonito y alejarse de los mirones. Por dentro el jardín era más grande de lo que parecía a simple vista. Al caer la tarde se sentaron de nuevo en un banco. Estaban fatigados y desanimados. - Estoy desmayado – dijo Joaquín - con esto de buscar la letra ni hemos comido ni nada de nada. - Mejor será que vayas a aquella fuente y bebas agua – le recomendó J. Miguel pues no llevamos dinero para comida. - Y a saber lo que come esta gente – añadió Sandra – seguro que no conocen los bocadillos de tortilla. En esas estaban cuando se les acerco un niño muy rubio y guapo de verdad que con extraña familiaridad se sentó a su lado. - ¿Es que te has perdido? – le preguntó Noelia con su mejor sonrisa. - ¿Perdido? , no, no. Yo vivo aquí. Estos jardines son mi casa. Solo venía a avisaros de que pronto cerraran la verja y si la cierran no podréis salir hasta mañana. - Pero¿cómo es que vives aquí?- quiso saber Ángel, al que le parecía todo muy sospechoso. - Pues porque me cansé de la ciudad, de las madres y de los maestros y me vine a vivir aquí, con las hadas y los duendes de la noche. - Eso que dices me suena de algo – dijo Joaquín – que trataba de buscar en su memoria - No me digas que eres… ¡Peter Pan! – saltó entusiasmada Sandra – Si, y estos deben de ser los jardines de Kensington. - Exacto. Soy Peter Pan. El chico que nunca se hará mayor para evitar el estúpido y aburrido mundo de los mayores. Pero, decidme, ¿Qué hacéis vosotros aquí con esas pintas? - Es una larga historia que podríamos resumir diciendo que buscamos una letra para formar una palabra mágica que nos permita derrotar a un poderoso enemigo. - Y esa letra se encuentra aquí. - No lo sabemos – contestó Noelia que ahora le parecía mucho más guapo que cuando lo veía en los libros - nuestro maestro no nos ha dado ninguna pista. - ¡Ah, ya veo!- dijo Peter decepcionado- Sois niños que vais a la escuela y tenéis madres y todo eso - Anda, pues claro – dijo J. Miguel – no creas que es tan malo. - ¡Claro!- saltó Joaquín- ¡Tú como eres el delegado! Pero a mi la escuela me aburre mucho. - Eso no hace falta que lo jures – le dijo Ángel. A mi tampoco es que me entusiasme, pero tienes que reconocer que en tu casa tú solo estarías mucho más aburrido. - Bueno – terminó Peter – veo que sois buenos chicos. Creo que podré ayudaros a encontrar esa letra. Venid conmigo, dadme la mano. Las chicas se apresuraron a engancharse de sus manos. No iban a dejar que sus compañeros les quitasen ese privilegio. Cuando todos estuvieron unidos, cerraron los ojos y comenzaron a volar. Ahora se veía todo Londres iluminado y sobre su cabeza brillaban las estrellas más hermosas que hubiesen contemplado.
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- ¡Guaaaauu! Esto es alucinante.
NOELIA MARTÍNEZ SEVILLA
- ¡Bienvenidos al país de Nunca Jamás! – les dijo Peter al aterrizar después del estupendo viaje por los cielos nocturnos de Inglaterra – La tierra de los piratas y filibusteros. De los indios y las fieras salvajes. La tierra de los niños que no quieren crecer. Ahora debéis seguirme sin hacer ruido. Vais a conocer a alguien que tiene muy mal carácter. Peter los condujo hasta la escalerilla de un autentico barco pirata. Era enorme, con sus velas desplegadas y su mástil más alto que el cielo. Una vez en cubierta vieron tumbado sobre una manta a un pirata que roncaba como un búfalo. - Ese es el Capitán Garfio, mi peor enemigo. Mirad, allí, en su bota derecha resplandece algo. Es una letra. Uno de vosotros deberá acercarse con mucho cuidado, arrancarla de un tirón y volver a toda prisa antes de que esa mala bestia se despierte. Noelia y Sandra no se iban a separar de su nuevo compañero por nada del mundo, así que tendría que ir un chico. - Iré yo – dijo sin vacilar José Miguel – a mi no me dan miedo los piratas. Con mucho cuidado de no hacer ruido, fue recorriendo la cubierta del barco que ahora le parecía inmensa. Al otro extremo sus compañeros esperaban nerviosos. Joaquín ya se había comido todas las uñas. Cuando llegó a la altura del Capitán Garfio, vio con claridad la letra de la bota. ¡La “b”!. Intentó arrancarla con mucha maña pero así no lo conseguiría. Estaba bien fijada al cuero de la bota. Uno, dos y… tres. ¡Zas!, Dio un tremendo tirón de la letra y consiguió arrancarla. Pero también arrancó a Garfio de las garras del sueño que al momento se percató de lo que sucedía. - ¡Eh, tú, mocoso, vuelve aquí! – gritaba el pirata mientras corría tras J. Miguel. Este, viendo que Garfio era condenadamente rápido y que le daría alcance, lanzó con todas sus fuerzas la letra hasta sus compañeros y les grito: “¡Huid, vamos, coged la letra y marchaos! Ya me las apañaré para encontraros”. 11
Y diciendo esto último sintió como el garfio del pirata penetraba por el cuello de su camiseta y le arañaba la espalda. Había atrapado a J. Miguel y con la otra mano disparaba su trabuco contra sus compañeros. Estos corrían despavoridamente escaleras abajo. Las balas de plomo pasaban muy cerca de sus cabezas silbando peligrosamente. Entonces vieron las luces rojas que salían de un almacén de ultramarinos al otro lado del puente. Llegaron justo a tiempo. IX Los cuatro niños entraron muy serios en clase. Sandra se acercó a la mesa de D. Antonio y dejó caer la letra. Apenas le quedaba fuerza para hablar. Fue Ángel quien relató lo sucedido. Todos le escuchaban muy preocupados. Aquello no estaba previsto. ¿Qué pasaría ahora? ¿Cómo rescatarían a J. Miguel? O, lo que era aún peor ¿Habría acabado con él el Capitán Garfio? Los niños protestaban, aquello no era justo. Uno de los suyos estaba solo, sufriendo no sabían que tormentos. ¿Quién sería el próximo? - Está bien – dijo el maestro – Yo también estoy preocupado, pero debemos tener esperanza. J. Miguel fue valiente y se arriesgó por todos nosotros. Gracias a él tenemos una nueva letra. Debemos seguir, se lo debemos. - Si, claro, eso es muy fácil decirlo – protestó Sofía – pero somos nosotros los que tenemos que salir a jugarnos el pellejo. - Nadie dijo que esto sería fácil – dijo D. Antonio – Además, es posible que los siguientes viajes sean aún más peligrosos. Yo no puedo obligaros a nada. Si no queréis seguir lo dejamos ahora mismo. - ¡No, no! – dijo Ana – tenemos que seguir. Estoy convencida que Peter Pan ayudará a J. Miguel. Pero no podemos rendirnos. Eso sería lo peor que podría pasarnos. - Así se habla – reconocieron sus compañeros un poco más animados. Y recordaron de nuevo que no había aventura sin esfuerzo, sin dolor ni sin ¡alegría! Era el turno pues del segundo grupo. Javier no estaba recuperado. Tenía muchos escalofríos y le dolía todo el cuerpo. D. Antonio le pidió que se quedara en clase hasta que le bajara un poco la fiebre. - No -protestó Javier- Yo iré con mis compañeros. Ya tendré tiempo de recuperarme esta noche en mi cama. Quiero ir. Y salió de clase el primero, como el primero fue en entrar el armario de la clase de música. Habían llegado a un camino de tierra flanqueado por arbustos y plantas silvestres. Más arriba se veía una casa muy grande, una mansión de ladrillos rojos y tejas negras. - Tal vez tengamos que entrar dentro – sugirió J. Ángel. - Pues ahí parece que no vive nadie. – dijo Carmen – Fijaos, el jardín está muy descuidado y están todas las ventanas rotas. - ¡Huy!, pues a mí me da un poco de miedo esa casa. No sé, hay algo que no me gusta – añadió Ana. En verdad, el aspecto de aquel entorno era inquietante. Tanto silencio alrededor de ese edificio decadente y lúgubre no animaba a ningún visitante. El cielo, gris y encapotado, anunciaba una atmósfera nada halagüeña. Mientras decidían qué hacer, Sofía echó a andar con decisión. Se sentía mal por haber hablado antes así. No había querido ofender a nadie, era solo que estaba asustada y preocupada por su compañero. 12
- ¡Venid aquí! – gritó a los demás – Yo sola no puedo abrir esta verja. Entraron en el Jardín, que debió conocer momentos mejores. Estaba todo descuidado, lleno de matorrales y de espinos. Una suave brisa movía las hojas del suelo y acariciaba sus cabellos. Cuando Carmen levantó la cabeza para terminar de abrocharse su abrigo, se quedó paralizada y casi sin habla. Sólo pudo susurrar a sus amigos: - Eh, chicos -dijo- creo que alguien nos está vigilando. Mirad arriba, a la torre de la izquierda.
SOFIA APARICIO ARGANDOÑA
Todos dirigieron allí su mirada. Desde la torre, muy quieto, los observaba un hombre alto y delgado, vestido de negro y tocado con un sombrero también negro. Como había un poco de niebla, parecía una figura irreal, como venida de otro mundo. - ¡Qué miedo! -suspiró Ana- ¿Quién ese tío? Ya os lo he dicho, yo me voy de aquí. - Tal vez sea el dueño – dijo J. Ángel que solo quería aliviar la tensión. El caso es que los cinco fueron acercándose hasta quedar todos muy juntos, como una piña. Notaron que Javier seguí ardiendo por la fiebre. - No nos queda más remedio – terció Sofía que decididamente había tomado las riendas en esta misión – tenemos que entrar en la casa. La letra debe estar allí - ¿Dentro? ¿Pero y ese hombre qué? Yo creo que es un fantasma, tal vez el dueño de la casa que murió hace tiempo y se resiste a abandonarla. He oído muchas historias así – dijo Ana que en cualquier caso sabía que Sofía tenía razón. Cuando miraron de nuevo a la torre, el misterioso hombre había desaparecido y la puerta de la entrada se abrió invitándoles a entrar. Una vez dentro, sintieron como si una sombra se deslizase escaleras arriba, dejando a su paso el movimiento oscilante de las velas encendidas del pasillo superior. No quedaba duda. Tendrían que enfrentarse a una presencia sobrenatural… Pero, a diferencia de como era el aspecto exterior de la mansión, el interior era muy cuidado y acogedor. Un cálido fuego crepitaba en la chimenea y el sofá era de lo más 13
confortable. En la mesa del salón encontraron cinco vasos muy grandes y llenos hasta arriba de zumo de frutas. También había un sobre cerrado. - ¡Una carta! – Sofía leyó en voz alta: “Hola amigos. Espero no haberos asustado mucho. Como veis os he preparado estos zumos y calentado un poco la casa. Podéis serviros de todo ello. Estoy muy contento de que hayáis venido hasta mi morada, tanto tiempo cerrada a los visitantes. Sé que andáis buscando una letra y yo quiero ayudaros. Esa letra será la “a”, pues es la inicial de mi nombre. ¿Habéis adivinado ya quién soy? En efecto. Algimiro. Sí, vuestro amigo Algimiro. Muchas gracias por vuestras cartas. Gracias a ellas me sentí menos solo y aprendí muchas cosas. Suerte.” Eso si que era una sorpresa. ¡Algimiro!, el fantasma con quién se habían carteado a principio de curso existía de verdad y no era una invención del maestro. Tendrían que volver a escribirle. La luz roja apareció de nuevo. Los niños se sentaron y en sofá y en un santiamén estaban de vuelta en el colegio. Bye, bye… - Recuerdos de Algimiro – dijo Carmen al resto de chicos – tomad leed. Y la nueva letra es la “a”. Pero estos apenas miraron la carta. Seguían pensando en J. Miguel. - No tenemos noticias de él ¿Verdad? – preguntó Ana al ver sus caras – - De momento no sabemos nada - respondió D. Antonio - No podemos hacer nada salvo seguir esperando. Pronto será la hora del recreo y habéis completado la mitad del trabajo. Tendremos que terminar antes de la dos. - ¿Y sí llega la hora y no hemos terminado? ¿Y si no ha vuelto J. Miguel o le ha pasado algo? ¿Qué le vamos a decir a su madre? – preguntaron - La responsabilidad será mía. Pero no podemos detenernos pensando en esas cosas. Si a las dos no hemos terminado ya no podremos hacerlo. Las luces rojas tienen un tiempo limitado que no llega más allá de la cuatro o cinco horas. - Pues no bajamos al recreo – dijo Ana – tenemos que aprovechar cualquier minuto. - Jo, yo quería jugar al fútbol un rato – dijo Joaquín. - Mira que estos críos no se dejan en fútbol ni el día de su boda – dijo Noelia con sorna – Anda, olvídate del balón por hoy. - Además – dijo Ángel - no está J. Miguel y siempre jugamos con él - Si yo solo lo decía por si teníamos tiempo – se defendió Joaquín. Estoy preparado para una nueva misión. - Bueno chicos, hagamos recuento, ya tenemos cuatro letras: e, l, b, a. ¿Estáis preparados par continuar? - ¡Estamos listos! El grupo uno, ahora compuesto por cuatro chicos, salió disparado hacia el aula de música. Un nuevo viaje les esperaba, pero ¿Sería como el anterior? ¿Perderían a alguien más o encontrarían de nuevo a su amigo?... 14
X - Eh, no os mováis. Lo primero, antes de ir a ninguna parte fijaos bien si la gente de aquí va vestida como nosotros – advirtió Ángel – no quiero volver a parecer un extraterrestre y que nos miren como si fuésemos bichos raros. - Creo que esta vez estamos en 2011 – dijo Joaquín alargando su cuello desde una esquina. Acabo de ver un coche como el de mi padre. - Chiss, eh , si vosotros, aquí arriba – dijo alguien desde una ventana sobre sus cabezas – Sí, a vosotros. Hola, me llamo Helena y os estaba esperando desde hace un rato. Un momento, ahora mismo bajo. Al instante apareció una joven morena con ojos verdes que no paraba de moverse y sonreír. - Bienvenidos a Grecia. Me han dicho que sois unos chicos muy valientes. - Y ¿Quién te lo ha dicho? – preguntó Noelia que no se fiaba mucho de aquella desconocida. - Bueno, digamos que yo sé algunas cosas un poquito antes que las demás personas. Y además, unos niños que conocen tantas cosas de mis antepasados tenían que venir aquí antes o después. - ¡Eso es verdad! - reconoció Sandra orgullosa – conocemos la Guerra de Troya y el viaje de Ulises. - ¡Anda, y a Zeus, Afrodita y Prometeo! – añadió Noelia. - ¡Y que la capital es Atenas! - dijo Ángel que era muy bueno en geografía y se sabía todas las capitales de Europa. - ¿Lo veis? Sabéis más cosas que la mayoría de los niños sobre el pasado esplendoroso de este país. Precisamente ahora nos encontramos en un lugar muy importante. Os llevaré a un lugar sagrado para mi pueblo. Esperadme un minuto. Al instante apareció la joven conduciendo un coche 4x4 e invitó a los niños a subir. Atravesaron terrenos pedregosos y llenos de baches que Helena sorteaba con suma destreza mientras los pasajeros daban pequeños saltitos en el interior. Media hora después se detuvieron ante un majestuoso desfiladero donde el eco de sus voces resonaba con mucha fuerza. - ¿Por qué venimos aquí? – preguntó Sandra a Helena - Estáis en el desfiladero de las Termópilas - contestó- uno de los lugares más importantes de Grecia. - ¡Las Termópilas! – Exclamó Ángel – conozco este sitio. Nuestro maestro nos contó una historia que sucedía aquí de unos griegos muy valientes que lucharon para defender su país y sus leyes contra un ejército muy poderoso. - Sí, ahora lo recuerdo - añadió Joaquín – Sabían que iban a morir, pero fueron a luchar a pesar de todo. - Exacto. Os he traído aquí porque sé que vosotros también combatís contra un tirano que no respeta las leyes de vuestro pueblo. La batalla de las Termópilas sucedió hace más de dos mil años, pero si cerráis los ojos y os concentráis, todavía se puede oír el sonido de aquella guerra. El entrechocar de espadas y los gritos de valor y coraje de nuestros trescientos soldados defendiendo la libertad de su país. Prestad atención y recordad su gesta. Os dará fuerza para seguir luchando. Los niños cerraron los ojos y se quedaron unos minutos escuchando en silencio. De pronto, como si sucediera en ese instante, comenzaron a escuchar el fragor de una batalla que atravesaba siglos y siglos para hacerse presente de nuevo. Debió de ser tremendo. 15
ANGEL GONZALEZ REYES
Al abrir los ojos comprobaron que Helena y su 4x4 habían desaparecido. A su lado encontraron un enorme auténtico escudo espartano y una carta en su interior. Noelia leyó su contenido en voz alta: “Los antiguos griegos ideamos un sistema de gobierno hasta entonces desconocido: La Democracia. Consistía en que el representante de nuestro gobierno sería elegido por todos los ciudadanos. Nadie podría quedarse con el poder si no lo elegían sus vecinos mediante votaciones. En muchas ocasiones, la democracia hubo que defenderla, a veces mediante guerras, de los tiranos y dictadores que pretendían convertirse en amos absolutos de un país. La letra que os dejamos para que vosotros defendáis ahora vuestro pueblo es la “D” de democracia. Suerte.” Después de leer la carta, Noelia la dobló de nuevo y se la guardó en su bolsillo. El escudo desprendió una potente luz roja y comprendieron que su misión en este hermoso país había concluido. XI D. Antonio felicitó al grupo y volvió a leer la carta para todos. Era una buena lección. Sí, aún hoy había gente empeñada en acabar con la democracia y atemorizar a los ciudadanos mediante leyes injustas. Los niños del primer grupo volvieron a preguntar por J. Miguel. No lo habían olvidado en su último viaje. A él, que tan valiente había sido, le habría gustado estar en las Termópilas. Lo malo era que no se sabía nada de su paradero. Habría que seguir esperando. El segundo grupo marchó de nuevo al aula de música, incluido Javier que después de beberse el zumo que les había preparado Algimiro parecía milagrosamente recuperado. El armario se cerró y…
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- ¡Qué bonito es esto! – exclamó Carmen llena de admiración - ¿Dónde estaremos esta vez? - ¡Estamos en Praga, estamos en Praga! – dijo J. Ángel que venía corriendo – acabo de preguntárselo a ese músico y me ha dicho que esta ciudad se llama Praga. En efecto, habían llegado a una de las ciudades más bonitas del mundo. Ahora se encontraban en mitad del imponente puente de Carlos, con sus estatuas negras y con el río moldava desfilando a sus pies. A su izquierda veían los tejados picudos y los campanarios de la ciudad antigua y en el otro lado, el castillo de tejados verdes que dominaba toda la ciudad. - Y ¿Eso dónde está? – preguntó Javier que no recordaba haber oído ese nombre en su vida - Pues la verdad es que no lo sé – dijo J. Ángel – pero creo que seguimos en Europa. - Yo si lo sé – añadió Ana – Praga es la capital de la República Checa, un país del centro de Europa. Lo sé porque mis tíos estuvieron aquí el verano pasado de viaje de novios y me enseñaron algunas fotos. - Oye ¿habéis visto a Sofía? No la veo por ningún sitio – dijo de repente Javier percatándose de que faltaba su compañera de pupitre. - ¡Nooo! – contestó Carmen – ahora me doy cuenta de que no la he visto en todo este tiempo. A lo mejor no ha llegado todavía. - ¿Quieres decir que se ha perdido en el viaje? – preguntó Ana muy preocupada. - Podría ser – siguió Carmen – o que se haya extraviado y haya aterrizado en otro lugar de esta ciudad. Tenemos que buscarla inmediatamente. - Pues lo mejor es que nos pongamos en marcha. Ahora tenemos doble faena – terminó diciendo J. Ángel. - ¿Por qué no le preguntamos al músico? Tal vez pueda ayudarnos. - Claro – dijo Carmen con ironía – y qué le decimos, que estamos buscando una letra y a una niña que se ha perdido en un viaje por el espacio. - No hace falta, podemos decirle que estamos de visita y que se nos ha perdido una amiga que es…un poco despistada. Se acercaron al misterioso músico del puente y éste, dejando a un lado su precioso saxo, les escuchó con atención. Los niños le contaron a su manera lo que había sucedido. - Es mejor que no aviséis a la policía – les dijo este, que por cierto, hablaba español porque su madre fue una emigrante española que se había casado con un checo – ellos desconfiarían de vosotros e intentarían avisar a vuestros padres. Más abajo se encuentra la plaza mayor. Las plazas siempre han sido lugares de encuentro entre las personas. Tal vez debáis mirar allí. - Pues tienes razón – reconocieron los chicos de inmediato – Allá que vamos. Muchas gracias amigo. - Una cosa más – les gritó cuando ya se alejaban - Tened mucho cuidado con el Golem – y diciendo esto, cogió de nuevo su saxo y comenzó a tocar una extraña melodía que no dejaba indiferente a nadie. Guiados por sus indicaciones y por la música del saxo, los cuatro chicos entraron el la plaza mayor del casco antiguo. La luna, fina y clara, ya brillaba por occidente. Pronto sería de noche. Habían recorrido la mitad de la plaza cuando vieron que alguien les hacia señales con la mano desde la mesa de una heladería. ¡Era Sofía!
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- ¿Pero puede saberse dónde te habías metido? – le preguntó Javier muy nervioso cuando llegó a su lado- Nosotros por ahí buscándote y tú aquí tan tranquila tomándote un helado. - Es verdad. ¿Y cómo es que no has llegado al mismo sitio que nosotros? – añadió J. Ángel - Un momento, un momento – dijo Sofía que estaba sorprendentemente tranquila – yo también me alegro de veros. He pasado mucho miedo cuando he visto que estaba sola. Pero al llegar a esta plaza tan bonita me he dicho: Sí están en esta ciudad, tendrán que pasar por aquí antes o después. Y Como llevaba algunas monedas, me he sentado en esta terraza a esperar. Siempre me tranquilizo cuando tengo un rico helado en las manos. Entonces os he visto venir a lo lejos. Mi intuición no me ha fallado. ¿Queréis? – terminó Sofía, ofreciendo helado a sus amigos que la miraban sorprendidos. - El armario de las luces debe estar ya un poco escacharrado después tanto viaje. Creo que está empezando a fallar – dijo Carmen – será mejor que volvamos pronto. - Pues en marcha, aunque a mi me ha dejado intrigada ese músico con lo del Golem. “Tened mucho cuidado con el Golem”, ha dicho – dijo Ana imitando la voz del chico. - ¿Quién es el Golem? – preguntó Sofía a sus amigos. - Pues no lo sabemos – contestó J. Ángel – lo único que sabemos es que debemos tener cuidado. Pero desconocemos si es animal, cosa o persona. - ¿Y por qué no volvemos al puente y le preguntamos otra vez al músico? -preguntó Javier. - ¡Buena idea! Pero cuando llegaron al puente, comprobaron decepcionados que el chico del saxo ya no estaba. Probablemente se habría marchado a tocar a otro sitio. Anduvieron con la esperanza de encontrarlo más adelante. Entonces Ana tuvo una idea. Había visto un cibercafé abierto, podrían entrar y buscar por Internet información sobre el dichoso Golem. Entraron en el cibercafé procurando no llamar demasiado la atención. En cualquier caso, todo el mundo estaba concentrado en su ordenador y no se fijaban demasiado en quien entraba o salía. Cuando vieron uno libre se acercaron a él disimulando e introdujeron la palabra Golem en el buscador de Google. Según una antigua leyenda – leían en el ordenador – Un rabino judío de Praga creó un hombre utilizando arcilla de la orilla del río Moldava al que llamó Golem. Después introdujo en su boca un papel con la palabra que Dios utilizó para dar el don de la vida. El hombre de barro comenzó a moverse pero carecía de voluntad. Solo obedecía las órdenes del rabino. Sin embargo, antes de llegar la noche, debía retirarle el papel de la boca o el Golem escaparía a su control. Un sábado, Low Ben (así se llamaba el rabino) lo olvidó y el Golem se transformo en una fuerza destructora que amenazó noche tras noche la ciudad… - Esto es parecido a la historia de Frankenstein – dijo J. Ángel después de leer en la pantalla. - Pues yo creo que es una leyenda fantasiosa y no debemos preocuparnos más – añadió Carmen que era más práctica que sus compañeros. - Pero aquí dice que el rabino Low Ben existió de verdad y que está enterrado en el cementerio judío de la ciudad – dijo Ana – tal vez debamos ir allí a buscar la letra. - ¿Al cementerio?, pero si ya casi es de noche – dijo Sofía que no le apetecía nada esa excursión
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- A mi tampoco me hace gracia, no creas – contestó Ana – pero todas la pistas que tenemos hasta el momento parecen llevarnos hasta ese sitio. No quedaba remedio, tenían que buscar el cementerio Judío. Por suerte, no se encontraba muy lejos, ¡estaba en el mismo corazón de la ciudad! La noche iba subiendo al cielo y las calles comenzaban a vaciarse de gente que volvían a sus hogares. Una vez dentro, Javier sacó del bolsillo de su cazadora un mechero linterna que llevaba guardado desde Nochevieja. Gracias a ese pequeño haz de luz pudieron orientarse. El cementerio era impresionante. Cientos de lápidas que salían de la misma tierra, todas muy juntas e inclinadas que dificultaban su paso. Tenían que encontrar la tumba del rabino Low Ben. Fueron leyendo, una a una todas las inscripciones que encontraban a su paso. Por fin, después de un buen rato y gracias a la inestimable ayuda del mechero- linterna de Javier, dieron con lo que buscaban. - Aquí – gritó Ana – debe ser esta. “Low Ben 1815 – 1893”. Más abajo parece que pone rabino, aunque no se distingue bien. - Sí, ¡Y esta debe ser nuestra letra!, esta separada del resto y a punto de caerse – dijo J. Ángel cogiendo la “R” grabada en un trozo de piedra. - Pues fuera de aquí volando – añadió Sofía – empieza a no gustarme este silencio sepulcral En ese instante, sintieron como una sombra gigantesca, más oscura que la noche, se les echaba encima y les cortaba el paso. - ¡El Golem! – exclamó Javier muy asustado esta vez – ¡corramos! Pero no podían huir. El muro de una sinagoga les cerraba el paso. Tendrían que esquivarlo o enfrentarse a él. Esta es mi oportunidad, se dijo Carmen adelantándose a sus compañeros y yendo directamente a por el Golem. Cuando estuvo a un metro de él, sacó un bote de spray de su bolsillo y con los ojos cerrados, apretó con todas sus fuerzas el compresor rociando la cara y el cuerpo de su enemigo. Cuando se acabó el contenido del bote, volvió hacia sus compañeros que aún no entendían lo que estaba pasando y les dijo: Vamos, salgamos de aquí volando. Tenemos quince minutos antes de que el Golem vuelva a moverse. Salieron corriendo, pies para que os quiero, y en unos minutos se encontraban de nuevo en la plaza mayor, ahora completamente desierta. Carmen les contó lo que había sucedido: - Llevo siempre este bote escondido en mi cartera – reconoció – y después del último viaje me he acordado de él. Se trata de un spray paralizante que me dio mi primo que es policía nacional en Madrid. Al parecer lo utilizan contra los delincuentes y consiguen inmovilizarlos durante quince minutos más o menos. Cómo sabe nuestra situación con “Corazón de hielo” y sus esbirros, me lo entregó por si alguna vez me hacía falta. Pero de esto ni una palabra a mis padres, les advirtió al final, si no, le caerá una bronca al bueno de mi primo. - ¡Y eso que decías que el Golem no existía! – le recordó Javier a su amiga riéndose. Los demás sentían mucha envidia, también querían un spray paralizante. En cualquier caso propusieron un ¡hurra! por Carmen y su primo el policía. Las luces rojas, un poco más débiles que de costumbre, iluminaron la plaza y poco después, esta vez los cinco juntos, llegaron al colegio con una nueva letra y otra aventura para contar. 19
CARMEN CORCOLES HERNANDEZ
XII De nuevo en su clase, los niños del segundo grupo contaron su último viaje con todo lujo de detalles. Praga era una ciudad que les había impresionado y no la olvidarían jamás. Lo del spray paralizante fue un éxito no solo para derrotar al Golem, sino también para la imaginación de cada uno. Todos pensaban en la manera de hacerse con uno de esos botes, aunque tuviesen que invertir todos los ahorros del año. También D. Antonio quería uno, pero de eso habría tiempo más adelante. Ya tenían seis letras: e , l , b , a, d , r. Solo faltaban dos. Pero el armario y las luces rojas presentaban síntomas de fatiga. No sabían si aguantaría hasta el final. - Es posible que en los últimos viajes vuelva a producirse alguna imprecisión como la que ha sucedido con Sofía. Recordad que ya se va acercando la hora y pronto dejará de funcionar nuestro querido y mágico armario. En cualquier caso creo que no será nada grave que no sepáis solucionar – les recordó D. Antonio que en verdad, estaba más preocupado de lo que sus palabras daban a entender. Sabía que los viajes que restaban serían menos seguros. ¡Debían darse prisa! El primer grupo, entró de nuevo en el armario. Si todo iba bien, esta sería su última misión. Era la una en punto del mediodía. Solo les quedaba una hora. Esta vez se agarraron de la mano muy fuerte. No querían quedarse por el camino…¡Arrivederci! - ¡Qué no se mueva nadie! – gritó Joaquín – estamos por lo menos a 30 metros del suelo subidos en un bloque de piedra. - Estamos montados en una estatua sobre un pedestal altísimo. Esta vez creo que tienes razón – dijo Sandra a Joaquín – incluso diría que 30 metros son pocos. - Es un león – dijo Ángel – estamos montados en un león con alas. - ¡Que vértigo dios mío, que alguien me baje de aquí, socorro! – gritaba desesperadamente Noelia que no llevaba bien lo de las alturas. - No mires hacia abajo – le recomendó Ángel – e intenta siempre mirar al frente. Habían llegado a la plaza de San Marcos, en Venecia. Estaban en la ciudad de los canales y de las góndolas. En la ciudad del renacimiento y de los carnavales, pero a muchos metros del suelo. Sobre la estatua del león alado que era el símbolo del 20
esplendor de la ciudad. Seguramente se trataba de otro error en el viaje. Aquello comenzaba a ser preocupante. Estuvieron allí arriba más de media hora, hasta que los bomberos, que llegaron en una lancha por el canal más cercano, pudieron rescatarlos. Noelia estaba pálida como una hoja en blanco. No recordaba una media hora tan angustiosa en su vida. Ángel y Joaquín, aunque no lo querían reconocer, se sentían aliviados al volver a tener los pies en el suelo. Solo Sandra parecía haber disfrutado de las alturas. La plaza de San Marcos, de una belleza inigualable, estaba llena de turistas a esa hora y ninguno se había perdido el rescate de los chicos. Unos les aplaudían, otros, sobre todo japoneses, les hacían fotos con sus cámaras de último modelo. Pero nadie se explicaba como demonios habían ido a parar allí esos cuatro niños. Estos tuvieron que agudizar su ingenio para dar una explicación medianamente creíble a los bomberos. Joaquín les dijo que todo había sido por culpa de una apuesta. Que habían cogido unas escalerillas plegables del almacén de su padre y que así habían conseguido subir. Pero una vez arriba algún ladronzuelo les había robado la escalera y…el resto ya lo conocían. Los bomberos se miraban extrañados. Aquella historia era poco convincente, pero no preguntaron más, pues acababan de recibir otro aviso de emergencia y se fueron disparados en su lancha. Al parecer, el hijo menor de la baronesa Concetta se había subido a un ciruelo altísimo y no podía bajar. - ¡Menuda trola les has contado! – dijo Noelia ya repuesta del susto. - Y ¿qué querías que dijera?, ¿qué estábamos haciendo parapente y que aterrizamos allí por casualidad?– contestó Joaquín. Menos mal que se han tenido que marchar. Ni yo mismo me estaba creyendo lo que decía. Tenían que recuperar el tiempo perdido así que se pusieron en marcha y se internaron por las estrechas callejuelas de la ciudad. Cuando cruzaron el famoso puente de Rialto, el que aparece en la mayoría de las postales de Venecia, vieron muchas góndolas, negras y brillantes como un piano de cola, conducidas por expertos gondoleros con camisetas de rayas. Caminaban cerca de la orilla, cuando una de esas góndolas se les acercó. La señora que iba dentro les lanzó un papel de color morado que cayó a sus pies. - ¡Nos lo ha tirado a nosotros! – exclamó Ángel al tiempo que lo recogía con cuidado. - Pues léelo, venga – dijo Noelia impaciente – tal vez nos interese y sea la pista que buscamos. Ángel leyó: “Hola amigos. Sé que no me conocéis y os resultará extraño que me dirija a vosotros. Soy la princesa Fabrizia de Venecia. Sed bienvenidos Esta noche daré una fiesta de disfraces en mi palacio y estoy invitando a todos los turistas que se encuentran estos días en la ciudad. Espero vuestra asistencia. Va a ser muy divertido. Aquí abajo os dejo mi dirección. Besos. Canal de Firenze nº 13” - Baronesas, princesas, pues sí que vive gente importante aquí – dijo Ángel – y al parecer se aburren mucho. - ¿Y cómo sabe que somos turistas? – preguntó Joaquín a sus compañeros - Se ve a la legua que no somos de aquí. Vamos embobados mirando de un lado a otro. 21
- Pues a mí me gusta – dijo Noelia – no me digas que no te apetece visitar un palacio de verdad - No tengo ningunas ganas. Seguro que allí no hay más que señoras remilgadas y hombres que no tienen nada mejor que hacer. - Además – añadió Joaquín – no debemos perder más tiempo. Tenemos que encontrar la letra. - Pues si mi instinto no me falla, creo que es precisamente en esa fiesta donde tenemos que buscar – terminó diciendo Sandra. Después de darle algunas vueltas, decidieron aceptar la invitación. Además, sería una buena ocasión para volver a disfrazarse desde que “Corazón de Hielo” prohibiese los carnavales en Santa Ana. Pasaron la tarde buscando el disfraz adecuado. Habían decidido ir vestidos todos con el mismo atuendo. Por fin, en una tienda muy curiosa, encontraron lo que buscaban, cuatro trajes iguales de león alado. Al anochecer, entregaron la dirección a un gondolero que los condujo al palacio. El paseo en góndola fue delicioso. Se deslizaban suavemente por los oscuros canales. Más arriba, el cielo tachonado de estrellas brillaba con singular intensidad en ese rincón del mundo. Iban dejando atrás puentes emblemáticos donde se detenían los enamorados y los poetas. Todo era tan romántico…
JOAQUIN RUIZ CORCOLES
Cuando llegaron, la fiesta acababa de comenzar. Se encontraron con piratas y princesas, bailarinas y arlequines, vampiros y actrices. Todo el mundo parecía muy feliz. - Vaya, veo que habéis decidido venir – les dijo una señora con un perfume muy pesado – La princesa se pondrá muy contenta. Sois sus invitados especiales. - ¿Y eso por qué? – preguntó Ángel que no le gustaba que le pasaran la mano por la espalda de aquella manera. 22
- Ah, jovencito no seas impaciente. La princesa me dijo que tal vez vendrían unos niños. Parecía muy ilusionada. Se va a alegrar mucho. - Menudo rollo de tía – dijo a sus amigos cuando esta se marchó- y qué tufo va dejando. Pero el caso es que lo estaban pasando mejor de lo que creían. Bebían toda clase de riquísimos zumos y se atiborraban de pasteles. Total, un día era un día. Su disfraz causaba sensación. Qué buena idea habían tenido. Hablaban con unos y otros, pero quien mejor les cayó fue un vampiro que había venido de Montevideo a conocer la ciudad de sus abuelos. Hubo baile y piñata. Aquello era un autentico carnaval. Hasta que de repente se produjo un apagón en el palacio. Como iban un poco achispados, esto fue motivo de un revuelo jocoso por parte de todos los invitados. Entonces se oyó un grito. Un grito desgarrado de mujer. “¡Al ladrón, al ladrón!”- decía. Instantes después se iluminaba de nuevo el salón. En el centro estaba la princesa Fabrizia que parecía desconsolada. Le habían robado el collar de perlas que lucía orgullosa para la ocasión. - ¡Detenedlo. Ese es el ladrón!- gritó un hombre vestido de ciervo. Se refería a Ángel, que portaba en sus manos el collar de perlas de la princesa. - ¿Pero es que te has vuelto loco? – preguntó Noelia muy asombrada. - ¡Eh, que yo no he hecho nada! – dijo Ángel muy nervioso. No tengo ni idea de cómo ha venido a parar este collar a mis manos. Pero no le dio tiempo de decir nada más. Un gigantesco guarda lo sujetó por los hombros y se lo llevó detenido mientras este pataleaba inútilmente en el aire. - ¡Socorro, socorro, que soy inocente! De nada le valieron estas declaraciones. Pronto fue conducido hasta la comisaría de policía y el teniente ordenó que le encerrasen en prisión hasta que se aclarasen los hechos. Aquello no era justo. No le dejaron ni siquiera defenderse y ahora sus huesos iban a ir a parar a una de las prisiones más peligrosas de toda Italia. La prisión de los Plomos. Famosa por sus numerosas torturas y violaciones de los derechos humanos. Mientras, sus compañeros permanecían retenidos en el palacio, ajenos a la suerte de su amigo. La princesa había ordenado no dejar salir a ningún invitado. - Él no ha podido ser – decía Joaquín – será lo que quieras pero Ángel es el tío más legal que conozco. - Y que lo digas – le apoyaba Noelia – no sé cómo ha pasado esto pero me huele a chamusquina. Sandra permanecía al margen. No participaba de la charla con sus compañeros, cosa que irritaba a Noelia y Joaquín. Parecía como si la cosa no fuera con ella. - Podías decirnos algo. Aquí estamos quebrándonos los sesos y tú tan tranquila – le recriminaba Noelia - Sí, ¿se puede saber qué te pasa? – le preguntaba Joaquín. Pero esta seguía en sus cosas. En silencio y dando vueltas de un lado a otro. Al poco llegó la policía y comunicó que el caso estaba resuelto. El niño era un ladronzuelo que ahora pasaba las horas en la cárcel. No había motivo de preocupación. La fiesta podía continuar. Entonces Sandra avanzó hasta el centro de la sala, apartó los platos de la mesa y se subió a ella. Con las manos en la boca grito: - “¡Un momento. Esta noche se ha cometido un grave error y se ha culpado a un inocente. Sé quién está detrás de todo esto. Si me dejáis hablar lo demostraré.” 23
Hubo insistentes protestas por parte de algunos para que bajaran a esa mocosa entrometida, pero la princesa, tal vez guiada por su intuición le dio la palabra. - En primer lugar, permítame decirle que el collar que lleva es falso – continúo Sandra - El apagón y lo que sucedió después es obra de una banda de ladrones profesionales. Cuando vino la luz – continuó la niña - vi pasar a mis espaldas a alguien disfrazado con una capa negra y una máscara de pantera. Nadie se percató porque todos estaban pendientes de la princesa y de mi amigo. Pero esta persona salía del cuarto donde están los generadores de corriente y fue quien apagó y devolvió la luz a la sala. Después la perdí de vista pero de eso me ocuparé más adelante. Durante el apagón, una segunda persona arrancó de un tirón el collar de la princesa y un tercero colocó el falso, que es una buena imitación, en las manos de mi amigo. El ladrón se dirigió a la última ventana y arrojó el collar al patio trasero con la intención de esconderlo si había un registro por parte de la policía y recuperarlo después. Lo sé por que cuando regresó la luz vi las cortinas de esa ventana moviéndose ligeramente, y sin embrago no había nadie por allí cerca. Diciendo esto, Sandra bajó de la mesa y fue hasta la última y apartada ventana. - ¡Eureka! compruébenlo ustedes – dijo a los policías que no salían de su asombro – aquí esta vuestro collar. En efecto, allí se encontraba, sobre un montón de troncos y envuelto en un paño de terciopelo azul. - Si hubieseis pensado un poco, habríais comprendido que mi amigo no podía arrancar el collar de la princesa. Esta es altísima y más sobre sus tacones de fiesta. Así que la obra sin duda es de un hombre más bien alto y corpulento. En ese momento, todos los hombres altos de la fiesta trataron de encogerse un poquito. Por último, en un nuevo gesto de audacia, Sandra pidió a los policías que registrasen el bolso de la señora del perfume pesado. De su interior sacaron un antifaz: El antifaz de pantera. Había delatado a la culpable del apagón. Todo el mundo estaba asombrado. Los polis felicitaban a Sandra e inmediatamente dieron órdenes de liberar a su amigo. Los otros dos ladrones ya habían sido descubiertos y la princesa se lamentaba por no haber reconocido el collar falso. Por fin llegó Ángel. Levaba las muñecas condolidas por las esposas. Sus amigos corrieron abrazarlo. Ya tendrían tiempo de las explicaciones. La princesa, en señal de reconocimiento, les entregó una moneda de oro muy antigua con la letra “i” de Italia en el centro - No os olvidaré pequeños – les dijo – Esta moneda ha pertenecido a mi familia desde varias generaciones. Siento mucho que esos brutos te hayan puesto las esposas. Espero que te recuperes pronto. En la calle hacía mucho frío por la humedad. Era plena madrugada y los niños caminaban de nuevo solos. - Vaya, tenemos aquí a Sandra Holmes – dijo Joaquín impresionado – Si no es por ella no sé como hubiésemos salido de esta. - Sobre todo yo – dijo Ángel – ¡Menudos barrotes tenían las celdas! Espero no tener que pisar una cárcel más en mi vida, ni de visita. - Los has dejado impresionados. Esos cerebros de mosquito necesitan buenos detectives como tú – terminó Noelia. Pero, dime una cosa. ¿Cómo supiste que era esa la señora del antifaz de pantera? 24
- Muy sencillo, Ella era la única que no llevaba disfraz cuando llegamos. Sin duda lo escondía para utilizarlo más adelante y poder bajar a la sala de los generadores de corriente sin que nadie sospechase. - Si decía yo que no me gustaba un pelo. Menuda tía más empalagosa – dijo Ángel Justo cuando volvían a cruzar el Puente de Rialto, la luz roja los envolvió y en unos segundos estaban en clase, con su última misión cumplida. XIII D. Antonio felicitó a los chicos del grupo uno. Ahora podrían descansar. Habían pasado solo cuatro horas desde que comenzó su aventura pero les parecía que hubiesen sido semanas enteras de intensa actividad. Estaban agotados. Faltaba una sola letra, tal vez la más difícil de conseguir. El armario estaba en las últimas y no sabían si les daría tiempo a terminar. La luz brillaba cada vez con menos fuerza. Bueno, les faltaba una letra y, lo más importante, un amigo. ¿Qué pasaría con él? ¿Y si se quedaba para siempre vagando en ese otro mundo? ¿Cómo se encontraría en esos momentos? ¿Estaría solo? ¿Tendría frio o hambre? Pero no podían recrearse en esos pensamientos, tenían que seguir adelante y confiar en que todo terminase bien. El segundo grupo se puso en marcha. Esta vez Sofía se agarró muy fuerte a sus compañeros, no quería volver a perderse. - ¡Vamos alláaaa…! - Fiuuu, que puntería. Un poco más y nos despeñamos – dijo Javier tan tranquilo. - ¡Estamos en mitad de un puente! - ¡Y menudo puente!, es más estrecho que el pasillo del colegio – dijo Ana. - ¡Y más alto que cinco colegios juntos! – exclamó Sofía. - Pues yo estoy cansada de tantas alturas, os juro que cuando esto termine no me subo ni al portal de mi casa – dijo Carmen agobiada – salgamos de aquí cuanto antes. Se encontraban en mitad del puente de San Pablo, en Cuenca, a más de 20 metros de altura sobre un angosto y peligroso barranco. - ¡Estamos en Cuenca! – reconoció J. Ángel – aquellas son las casas colgadas. Lo sé porque mi tía tiene una figura con esas casas en miniatura sobre un mueble de su casa. - Pues que cerca estamos esta vez – dijo Sofía un poco decepcionada. Después de Praga, soñaba con visitar El Cairo o Moscú. - Tal vez al armario no le queden ya muchas fuerzas para llevarnos más lejos – dijo Ana convencida. Cruzaron el puente y dejaron atrás las casas colgadas. Estaban la parte vieja de la ciudad. ¡Era más bonita de lo que pensaban! Los edificios se reflejaban en las calles mojadas, multiplicando así su belleza. Y más arriba, unos pájaros enormes atravesaban el cielo oscuro y frío. Cerca de la catedral Ana se prestó para hacer unas cuantas fotos a un grupo de estudiantes que venían de Barcelona. Estos animaron a los chicos a compartir con ellos su almuerzo. A media tarde comenzó a llover y los niños se refugiaron bajo el alero de una casa con la fachada de color naranja. Entonces J. Ángel se apoyo contra la puerta para dejar más espacio a Javier y esta se abrió de golpe. Guiados por experiencias anteriores, no se lo pensaron dos veces y entraron en la casa. Estaba todo oscuro y olía a polvo. Parecía deshabitada. - ¡Eh, mirad lo que he encontrado! – alertó Javier a sus compañeros – al otro lado se ve luz. 25
Por las rendijas de una pequeña puerta les llegaba un rayo de luz. Abrieron con mucho cuidado y se encontraron con unas escaleras muy largas iluminadas débilmente por la luz de unas cuantas velas. Bajaron con mucho cuidado de no tropezar, los peldaños eran enormes. Al final había un estrecho pasillo con varios bifurcaciones en su trayecto. - Esto es un pasadizo secreto, me apuesto lo que queráis – dijo Ana - en Albacete también hay uno que servía para esconderse durante la guerra. - ¿Qué guerra? – preguntó Sofía - ¡Y yo que sé! Pues una que hubo hace mucho tiempo en España. - Si, la Guerra Civil – les dijo Carmen – en Santa Ana todavía hay gente que luchó en ella. Mi abuelo, sin ir más lejos. - Vaya, pues no lo sabía. El pasadizo parecía no tener fin, tal vez recorría toda la ciudad. Agobiados por la claustrofobia que provocaban aquellas paredes y sobre todo por la falta de oxigeno, aceleraron el paso hasta que por fin encontraron una pesadísima puerta de hierro. A la de tres, todos empujaron y entraron en una estancia amplia, iluminada y bien ventilada. - ¡Escondámonos! Por ahí viene alguien – dijo Sofía arrastrando a sus amigos de la mano. Se lanzaron detrás de un sofá y vieron pasar a dos hombres vestidos con hábitos de monje. - ¡Estamos en un ¡ – susurró J. Ángel – - A mi esto me da un poco de miedo - Tenemos que seguirlos, seguro que encontramos algo. Salieron de su escondite y siguieron a una distancia prudencial a los hombres que caminaban en silencio y con la cabeza agachada. Instantes después, los monjes desaparecían tras una puerta que debía dar acceso a otra estancia. Por fortuna, la puerta tenía una cerradura enorme que permitía a los curiosos niños ver lo que sucedía desde el exterior. Todos coincidían en lo que veían: Un grupo de diez monjes, iguales que los dos anteriores, que se reunían en circulo entonaban cánticos y rezos de lo más extraño. - ¡En el centro hay un niño! – dijo Carmen tras asomarse por la cerradura una vez más –¡Fijaos! - Pero, si parece, no, no puede ser, ese niño se parece a J. Miguel – dijo Javier que no daba crédito a lo que veían sus ojos. - ¡Si, es él! Estoy seguro ahora le veo la cara perfectamente - añadió J. Ángel. - ¿Pero que hace aquí? ¡Va también vestido de monje! - Pues lo mejor será que entremos y se lo preguntemos. - Un momento – dijo Ana deteniendo a sus amigos – tal vez lo hayan secuestrado. No podemos entrar ahí así como así. Tenemos que llamar su atención sin que los demás se den cuenta. Eh, Javi, ¿Llevas todavía encima tu mechero linterna? - ¡Pues claro! - Se me ha ocurrido una idea. Enfoca la luz por la cerradura. A lo mejor la ve y recuerda lo de la luz y el armario y sale a ver que sucede. - Pero esta luz es azul y la del armario roja – apuntó Carmen – además, la pueden descubrir los otros antes que J. Miguel - Ya, pero es lo único que podemos hacer…eso y rezar como hacen esos señores – dijo Ana con una sonrisa.
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ANA ISABEL COTILLAS PIÑERO
Javier apuntó con su mechero por la cerradura e hizo parpadear la luz varias veces .Los demás esperaban escondidos detrás de una columna. Enseguida se abrió la puerta y vieron asomar la cabeza de un niño. Era J. Miguel que miraba con cuidado de un lado a otro. - Chisss, Jose, ¿Eres tú? – pregunto todavía desde su escondite Carmen. - ¿Quién es? – preguntó este en voz baja - ¡Somos nosotros, tío!. ¿O es que te has olvidado? - ¡Chicos!, lo sabía, sabía que vendríais a por mi. Tenéis que sacarme de aquí rápido. Les he dicho a esos tíos que tenía que ir al servicio urgentemente. Si no regreso pronto saldrán a buscarme. Y, sí me pillan, ya no me dejarán salir. - Pues seguidme – dijo Ana que recordaba a la perfección el camino que habían recorrido. En unos minutos se encontraban de nuevo sobre las calles de la ciudad y bajo su cielo amplio alto y grande. XV - Buah, ¡qué alivio!, pensé que me quedaría ahí para siempre con esos tíos tan pesados – dijo José Miguel ya en la calle. - Y bien, ¿Qué hacías ahí? Todos estábamos muy preocupados. - Primero vamos a esa panadería, me muero de hambre. Se sentaron en la escalinata de la catedral, y José Miguel, entre bocado y bocado de su bocadillo de pan crujiente les iba contando todo lo que había pasado. - Si, los de tu grupo nos contaron cómo te quedaste atrapado en la isla de Nunca Jamás. Estábamos muy preocupados por lo que pudiera haberte hecho el capitán Garfio y por si nunca volvíamos a verte. - Pude escapar de allí gracias a la ayuda de Peter Pan. Entre los dos logramos tirar a Garfio por la borda y nos dimos a la fuga con su barco. Entonces Peter me prometió que me ayudaría a regresar. Yo le señalé en un mapa muy viejo donde quedaba más o menos Albacete, pero me temo que no fui muy preciso y señalé un poco más arriba. Entonces Peter ordenó a Campanilla que me acompañase así fue como llegué a Cuenca. De repente caí en el patio trasero de un convento. 27
- Jo, qué suerte haber conocido a Peter Pan. No me importaría quedarme con él en esa isla unos meses – Interrumpió Ana que adoraba a ese personaje más que a ningún otro. - ¿Y qué sucedió entonces? – preguntó Sofía - Pues que los monjes vieron a un niño rodeado por la luz extraña de campanilla caer del cielo y pensaron que yo era un enviado de Dios o algo así. El caso es que salieron al patio y empezaron a rezar y a dar gracias al cielo. No me dejaban en todo el día. Rezos por aquí, ofrendas por allá, un rollo. Yo ya me veía perdido y no sabía como me libraría de ellos. Fue entonces cuando vi vuestra señal. - . Por cierto, veo que seguís con una nueva misión ¿Cómo van las cosas? ¿Qué letra nos falta? - ¡Sólo una! La última – dijo Javier. - ¡Pues a por ella! – dijo J. Miguel que ya se sentía completamente repuesto y con mucho ánimo después de encontrar a sus amigos. Siguieron paseando y vieron edificio gigantesco con un letrero en su fachada que decía: Museo del juego. La diversión asegurada. Los niños entraron. Un rato de diversión no les vendría mal. Admiraron cientos de colecciones de Juguetes de distintas épocas y en la última sala encontraron muchas y divertidas atracciones de feria. Todos a la vez se subieron en marcha a un tiovivo precioso con animales de la selva. Jirafas, leones, tigres…que daban vueltas y vueltas sin parar. Y allí fue donde les sorprendió la luz roja. Justo en el último momento, Ana alargó la mano y arranco una letra de uno de los laterales. La “t” de tiovivo. Instantes después se oía un sonoro golpe en la clase de música. XVI El aterrizaje fue peligroso. La luz y el armario habían llegado a su fin por lo que se dieron un fuerte golpe contra sus paredes. Tenían contusiones por todos lados y J. Ángel creía que se había hecho un esguince en el tobillo. Pero estaban tan animados que apenas les importó. Cuando entraron en clase se desató un enorme júbilo. Estaban todos a salvo ¡y con J. Miguel! Nunca antes se habían alegrado tanto de ver a alguien. Eso era seguro. Se sucedieron los abrazos y muchas lágrimas de emoción. Además traían la letra. La “t”. J. Miguel volvió a contar su periplo por ese extraño mundo de realidad y fantasía. Escuchándole de nuevo revivieron muchos episodios de aquella intense e inolvidable mañana. D. Antonio estaba muy orgulloso de sus alumnos. Habían demostrado ser verdaderos héroes llenos de coraje y valentía, luchando contra un tirano al que los mayores temían y obedecían sin rechistar. Eso tenía mucho mérito y era una lección para todo el pueblo. El maestro felicitó uno a uno y les dio las gracias. - Nos queda terminar el trabajo – dijo – tenemos que formar una palabra con todas las letras que habéis conseguido y solo nos quedan quince minutos. Manos a la obra. Entonces copió en la pizarra todas las letras: e – l – b – a – d – r – i – t. Tras buscar todas las combinaciones posibles, unos minutos antes de que sonara la sirena, Joaquín dio la respuesta. - ¡Ya lo tengo!- dijo con el corazón acelerado. Estaba seguro de que era la correcta. - La palabra que buscamos es “Libertad” - ¡Sí!, ¡Es libertad!, es cierto, ¡Libertad, libertad, libertad…! Repetían uno tras otro. Sintieron unas ganas enormes de gritar cada vez más fuerte esa palabra secuestrada durante tanto tiempo en el pueblo de Santa Ana. La oyeron los niños de otras clases que
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también empezaron a decirla con júbilo y alegría. Germán, Claudia, Guillermo, Alicia, Juanjo, Antonio…Todos se repetían la palabra libertad sinparar. Por la tarde no quedaba ni un solo vecino que no se hubiese contagiado por ese entusiasmo y todos hablaban de libertad sin ningún tipo de reservas. La madre de Javier, el padre de Sofía, los tíos de Carmen, los abuelos de Ana… Todos salieron de sus casas, dejaron de un lado sus obligaciones y abandonaron sus cómodos sofás para bajar a la plaza a gritar muy fuerte “Li-ber-tad”, “li-ber-tad”, “li-ber-tad”. “Corazón de Hielo” observaba estos acontecimientos con odio y repugnancia. Intentó reprimir esa euforia lanzando a las calles a todos sus policías y soldados para que disparasen, si era necesario, contra mujeres hombres y niños. Sin embargo, todo sucedió de otra manera. Los hombres uniformados también se contagiaron por el extraordinario poder de esa palabra y, por primera vez, se atrevieron a desobedecer a su escrupuloso y temible jefe y se unieron a la gente del pueblo. Prometieron ayudarles a expulsar para siempre a ese malvado político. Se convocó una marcha y todos juntos, hombres, mujeres, niños, policías y soldados se dirigieron hasta la casa de “Corazón de hielo” para arrestarlo y expulsarlo del pueblo. Este, viendo la desesperada situación en la que ahora se encontraba y que ya no contaba con más apoyo que la de sus dos fieles esbirros, abandonó su estancia por la puerta trasera y huyo volando… El sonido de unas potentes turbinas detuvo la marcha de los vecinos. Entonces vieron elevarse por encima de sus cabezas una extraña nave con forma de hongo. Se quedó allí, suspendida en el cielo durante unos segundos mientras todos la contemplaban confusos y boquiabiertos. Hasta que de pronto tomó un nuevo impulso, y con una velocidad vertiginosa, desapareció de su vista para siempre. ¡Por fin eran libres! Para el día siguiente se convocaron nuevas elecciones y, esta vez, no hubo nadie que faltase a su cita con las urnas para votar a su antiguo alcalde. Habían aprendido la lección. Se hicieron todos los trámites para que liberaran a Yolanda y a Dolores cuanto antes. Las habían echado mucho de menos. Dos días después continuaban los festejos. Todos querían participar de su liberación. El sábado hubo cena y baile hasta el amanecer. Yolanda asistió con una maleta llena de nuevos y flamantes libros y Dolores llegó con su banda de Rock y ofreció un concierto memorable. Lo único que nadie sabía era que todo se lo debían a los diez valientes niños de la clase de tercero. Sería un secreto bien guardado entre ellos y su maestro. JOSE MIGUEL MARTÍNEZ PALACIOS
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