Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. MĂŠxico
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México LA PROMESA María Luisa Díaz Carlín Grupo : 11B2
Cuenta la leyenda que un humilde ranchero cuya madre había fallecido se comprometió a trabajar en vísperas del Día de Muertos para poder solventar los gastos de la ofrenda, su travesía le llevaría varios días, y veía muy difícil poder estar en casa para la celebración, así que encomendó a su mujer la tarea de preparar el altar para su amada madre ya finada. Tras la ausencia del marido, la esposa pensó, “ El muerto, muerto está, y del más allá nunca regresará”, por lo cual no hizo la ofrenda, solo colocó una vela sobre un ladrillo, le rezó un rosario, ignorando por completo el encargo, ya que consideró mejor ahorrar el dinero que su marido le había dejado, para comprar unos animales para el hogar, que gastarlo en el altar. Por más esfuerzos que el hombre hizo no pudo llegar a tiempo a casa para honrar a su Madre, en el camino pudo ver una gran procesión, en la que los participantes iban jubilosos, cargados con canastos de pan, fruta, comida y bebidas, iban adornados con collares, racimos de flores, luciendo ropas nuevas.
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Al final de la procesión, un poco retirada, iba una mujer, envuelta en un rebozo muy desgastado, su delantal sucio y sus enaguas rotas, descalza, inspirando mucha tristeza, solo llevaba en sus manos una vela sobre un ladrillo y un rosario. La emoción del hombre desapareció junto con el cortejo que se alejaba entre las colinas se quedó con una inmensa tristeza de ver a esa persona tan pobre que al parecer por pena no se incorporaba a las demás gentes. Al llegar a su casa, esperando ver la gran ofrenda para su madre, ve la casa vacía y pregunta a su mujer -¿qué paso con la ofrenda de mi Madre?- a lo cual ella contesta – Mejor lo usé en algo de más provecho para nosotros, compré unos animalitos, en lugar de malgastarlo- el hombre ve entonces la vela sobre el ladrillo, junto con un rosario, soltando en llanto al entender que aquella pobre mujer de la procesión era su Madre, a la cual no le había puesto sus ropas nuevas, ni sus comidas favoritas, solo una triste vela sobre un ladrillo que ella cargaba con pesar.
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México CAPITÁN AL NAUFRAGIO. María Fernanda Aguilar Ortíz Grupo: 51B1 Turno: Matutino ¿Estaba vivo? Abrí los ojos y logré ver el cielo aún gris, con tantas nubes como había visto horas antes de que el barco se hundiera. ¿Horas antes?... Si, horas antes, un capitán navegando, a cargo de un hermoso barco; explorador, conocedor y tal vez colón de nuevas tierras. Ahora, un náufrago, que no sabía en dónde estaba. Que sólo recordaba el impacto de una gran ola, el cristal roto, los gritos, las luces de emergencia y posteriormente la nada. Pero no crean que seguía a la deriva, pues mi cuerpo misteriosamente ya estaba en costa, y al levantarme, lo primero que sentí fue una ligereza en mi cuerpo impresionante, como una pluma tan ligera que demuestra lo fácil que es dejarse llevar. Sin embargo lo ignoré y comencé a caminar. Estaba seguro que cerca había una carretera. Y así fue. Tras caminar alrededor de veinte minutos, el letrero al límite del concreto me dejó ver en donde estaba. ¿Veracruz?
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México No lograba comprender cómo era posible llegar sólo flotando a mi tierra natal, si el barco estaba a punto de llegar a Sudamérica. Pero todas mis dudas desaparecieron en mi mente cuando logré ver un carro acercándose. Hice señas. Quería compañía para esta terrible soledad que me acompañaba. Sin embargo el carro no paró. Ni siquiera el conductor volteó a verme. ¿Acaso no levante lo suficiente mi mano? Empecé a caminar, guiado por los letreros que confirmaban lo lejos o cerca que me encontraba de la ciudad; y por increíble que pareciera no sentía en lo más mínimo una señal de cansancio. Caminé sin parar al menos cinco horas antes de ver la primera señal de civilización. El clima, las hojas que caían de los árboles y los puestos de ambulantes que ofrecían dulces de calabaza, flores de época, me dejó saber claramente que estábamos en otoño, Octubre. Rápidamente intenté hablarle a alguien, pero de nuevo el intento fue inútil. Pude orientarme con mayor facilidad y así lograr llegar a mi casa por la noche. Las ganas de ver a mi esposa y a mi pequeña hija, inundaban mi ser. No las veía desde hace mucho tiempo.
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México Cuando por fin estaba frente a la casa, pude oler el incienso y sentir por debajo de las suelas de mis zapatos, los pétalos que conformaban ese camino de flor de cempasúchil. Parecía que esperaban mi llegada, pues sin algún esfuerzo se abrió la puerta, logrando dejar que pasara. Enseguida las vi, tan hermosas, decorando un altar de muertos, tal y como la bella tradición lo marca. Con muchas flores coloridas, dulces y platillos que casualmente que eran mis favoritos. Todo aquello a lo que llamamos ofrendas. Al querer abrazar a mi esposa, sentí un gran vacío en mi pecho, pues mi mano no pudo tocarla, ni siquiera rozarla. Y mi voz se evaporaba hasta llegar como ráfaga de aire tibio al tratar de hablarle. En cuanto ella se movió, dejó ver mi foto en ese altar y así fácilmente comprendí, me dejé vencer. ¿Seguía vivo? Si realmente ya no estaba respirando ¿por qué podía estar entre todo lo vivo y lo material? Después vi por todo lo que había pasado, y todo lo que mi familia había hecho para y por mí. Y entendí que era por ellas por quien estaba ahí. Porque sabía que seguíamos siendo una familia. Y también entendía que seguiría viviendo en sus corazones. Inhalé profundo y una luz clara y pura me invadió… Estaba vivo en sus corazones.
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México AMOR HASTA LOS HUESOS Nataly Ramírez Ramírez Grupo:32A1 Turno: Vespertino Era un día triste, y no tanto por el color del cielo, sino porque hacía ya cinco años que Eduardo había perdido a su amada Valentina; él vivía en algún lugar de México, y ella vivía en otro sitio, tal vez otro mundo, él no lo sabía, solamente pensaba que no hay peor despedida que la que nunca se planea, y así se había ido ella, sin planearlo, por una enfermedad que la fue consumiendo poco a poco hasta llevársela. A Eduardo le gustaba el día de muertos, porque le permitía sentirse un poquito más cerca de Valentina otra vez, ese día compraba flores, en su altar, colocaba las cosas que algún día habían sido las favoritas de la muchacha a la que quería tanto, ponía comida, dulces, agua, pan y muchas frutas. En medio de una necrópolis estaba su tumba y Eduardo la visitó; le contó lo que había hecho en su ausencia y le confesó que entre sus más grandes deseos podían destacarse sus inmensas ganas de volver a verla; su cabello oscuro le cubría la cara y escondía las lágrimas que salían de sus ojos, llevaba en sus brazos un ramo de rosas y decía en voz baja: “Solamente sé que voy a amarte, aunque en ello se me vaya la vida,
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México aunque estés y no te encuentre, aunque te busque y te hayas ido”- terminó de decir estas palabras y el suelo empezó a estremecerse, lo que hizo que Eduardo cayera al suelo; observó como de la tumba salió Valentina, estaba tan bonita como siempre, era justo como la recordaba, sin los estragos que la muerte había dejado en su cuerpo. Nadie podría describir la emoción de sus rostros al volver a verse, corrieron a abrazarse, era como si ella estuviera viva de nuevo, solamente un poco más fría, ambos lloraban y estaban muy conmovidos por el momento, una vez pasada la emoción se pusieron a hablar y ella dijo que pensaba que él ya no la quería, por el hecho de que lo había dejado solo en el mundo, Eduardo respondió con una sonrisa dulce que su partida le había dado la fuerza para superar el dolor de la pérdida que ella misma ocasionó. Valentina le dijo que ahora vivía en el Mictlán (tierra de los muertos), que para llegar ahí había pasado por nueve niveles, le comentó a Eduardo que desde ahí todos veían el inmenso amor que este chico le profesaba solamente a ella, Eduardo emocionado insistió en intentar pasar por esos niveles para poder estar junto a ella. Valentina, con una sonrisa enorme, tomó a Eduardo del brazo y se lo llevó hasta el lugar donde empezaría el recorrido, ella lo esperaría al final y él debía empezar enseguida.
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México El primer lugar era el Apanohuaia (lugar de perros) donde debía cruzar el río con ayuda de un xoloitzcuintle, debido a que no tenía ninguno solicitó la ayuda de uno que iba pasando por ahí, el perro era ciego y por eso nadie pedía su ayuda, Eduardo creyó en el animal y pasaron el río casi sin ningún problema; en el segundo nivel, donde dos cerros se juntan y se separan continuamente, había que ser rápido para pasar sin ser aplastado, lo cual fue fácil y rápido. Pasó por los demás niveles con dificultad pues éstos contenían filosos pedernales, lugares donde nevaba mucho, vientos que lo hacían volar todo, flechas que salían de lugares escondidos y jaguares que trataban de comerse los corazones de los muertos. En el octavo nivel, en la laguna de las aguas negras el muerto terminaba de descarnar y su alma se desprendía completamente del cuerpo, debido a que Eduardo no estaba muerto su alma se quedó con él. Finalmente llegó al noveno nivel, donde los muertos debían atravesar las nueve aguas de Chiconahuapan y, una vez superado esto su alma sería liberada completamente de los padecimientos del cuerpo por Mictlantecuhtli y Mictlantehicuatl (esencia de la muerte masculina y femenina), el muchacho logró pasar por las nueve aguas y agotado logró observar a Valentina que lo estaba esperando con una sonrisa y el brillo en sus ojos que lo hacían ser fuerte, llegó con los dioses del Mictlán y habló con ellos, quienes escucharon atentos
Calaveritas Cetmar 07 Veracruz, Ver. México las razones por las que un hombre no muerto quería llegar a sus tierras de difuntos, a pesar de estar molestos por el hecho de desobedecer las reglas, entendieron que ese hombre estaba enamorado, y había sido muy valiente al pasar por todos los niveles que pusieron a prueba su fuerza, voluntad, amor y perseverancia; vieron que el muchacho tenía un alma limpia y pura, y al final, ambos gobernantes de los muertos, quienes también eran esposos y sabían lo que era estar enamorados decidieron que Eduardo fuera el primer humano vivo en tener el permiso para ir al Mictlán cada vez que lo deseara, solamente para poder visitar a la mujer que tanto amaba, y así fue, siguieron juntos aún después de la muerte, superando cualquier obstáculo que pudiera presentarse porque tenían amor, y teniendo eso, no se necesita nada más.