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La vida en el filo se trata de jugar con la maleabilidad del miedo. Unas generaciones atrás los pilares de la vida debían erigirse de forma sólida y duradera, en un listado de valores incuestionables. El valor del trabajo, pero sobretodo del puesto de trabajo, enunciaba una órden categórica sobre el resto de la vida personal y familiar. Cuando exploro la infinitud del recuerdo me observo en una proyección de mi persona pasada, un caparazón lleno de fantasmas, propios y ajenos, que por momento se aglomeraban para hacerse un ladrillo que se ataba a los pies, mientras me sumergía dolorosamente en una inexplicable melancolía. No puedo juzgar esa proyección del pasado con los ojos del presente, porque le faltaba recorrer varios pasos en el tiempo, en los que me encontré arrinconada en el borde, en el preciso borde (de la mente) para entender que el miedo podía ser un recurso maleable, como muchos tangibles o intangibles que en el universo se nos han dado. ¿Que había más allá del miedo? Una vez decidí dar la mayor cantidad de saltos al vacío, ya sin que nada me hundiera con tristeza, más bien dar un salto de revés y esperar lo mejor. Ante resultados negativos siempre consulto espíritus del pasado, los invoco desde las letras que dejaron. Una vez uno de ellos me susurró a la mente que no había nada más aburrido que los paraísos. Mermeladas ideales de quietud mansa sin un solo conflicto que desafiara el alma. Fue también en una tarde mirando a las montañas acariciadas por unas motas de algodón rosado contra la bóveda azulita, que sentí un empujón y entendí que el paso de la nube, de la corriente de agua, de la uña que crece, el fruto que cae al piso, todo danza en un momento fugaz de las eternidades, aparece un ratito se entrelaza con el medio, existe por unas horas, y se acaba, muere como una estrella, un anciano, una amapola, un gusano. Que puede ser mas adorable que la sensación minimizadora de la inmensidad y la grandeza, esa que saluda en nuestras noches pálidamente.


De donde saldría la presunción agridulce de que se vive por un fin y este al ser alcanzado abre una puerta a un remanso de paz del que ya no saldremos. Si hago esto y logro lo otro, y hago el gol allí, si me aprueban de este lado, si conquisto este otro territorio, si enredo aquel, si convenzo a este otro. Movemos todas las maquinarias en nombre del bienestar esperando poder apagarla y descansar por ratos. Cuando me asomé al balcón de este pensamiento y me encontré admirando el vacío supe que había caído ingenuamente (pero con mucha fuerza) sobre el frío pavimento de la realidad. Si había iniciado una acción solo podía esperar reacciones y en caso de la falta de acción solo podía esperar un naufragio en medio de reacciones del pasado. Buscar una solución para todo, resolver todos los días algo, más aún si la decisión fue salir del camino y abrirse paso por el monte espeso, si no se que me espera en el futuro, porque los planes se hacen a cortísimo plazo con un presupuesto que hay que arrancar de copas muy altas de algunos árboles.
















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