LINEA 1. ARQUITECTURA SINGULAR SEMINARIO 1.2 (3 ECTS) PROFESOR: RAÚL DEL VALLE GONZÁLEZ Profesor Asociado Director del Seminario FEBRERO-JUNIO 2011 AULA 1N5, JUEVES 12:30h-14:30h
VERSUS LE CORBUSIER
CONFERENCIA JAVIER CARVAJAL
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CONTENIDO
CONFERENCIA “LA HERENCIA DE LE CORBUSIER” JAVIER CARVAJAL FERRER
Se transcribe la primera parte de la conferencia de clausura del ciclo “Centenario de Le Corbusier”, impartida por Javier Carvajal y que tuvo lugar en la Fundación COAM el 30 de junio de 1987. La transcripción ha sido realizada por Raúl del Valle.
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… a Le Corbusier no le hubiera gustado nada hablar de Le Corbusier, a Le Corbusier le hubiera gustado hablar de arquitectura y sobre todo le hubiera encantado, le hubiera gustado, levantar en vosotros el entusiasmo que es lo que hizo toda su vida, con esa cosa maravillosa, con esa prosa extraordinaria, que tal vez sea uno de los grandes factores que caracterizan al mayor arquitecto de los tiempos modernos. Es absurdo, a estas alturas de su centenario, a estas alturas de las muchas celebraciones, de actuaciones de todo tipo, de exposiciones, de conferencias y charlas que sobre Le Corbusier se han dado, intentar ni siquiera hacer un apunte más de Le Corbusier. No tendría ningún sentido. Naturalmente, no seré yo quien intente hacer un nuevo apunte de Le Corbusier, ni hacer tampoco el recuento de aquellas cosas que hizo, de aquellas cosas que realmente, nos dieron pistas y caminos para abrir un mundo distinto, que el que nos encontramos. No tiene sentido. Entre otras cosas no tiene sentido, no tanto ya por lo mucho que habéis hablado de él, por lo mucho que hemos hablado todos de él, o por lo mucho que hemos revivido su aventura, sino porque Le Corbusier está vivo entre nosotros. Le Corbusier no es ni un mito aislado del cual por erudición se puede recurrir a él, pues para celebrar lo que sea, como un acontecimiento de algo que está ahí pero que está congelado, que ha pasado naturalmente a la categoría de los mitos consagrados, sino que está vivo, vivo en cada uno de vosotros. No ya vivo en aquéllos que le conocieron, no vivo en aquéllos que de alguna forma aprendieron de él la aventura de la arquitectura, vivo en cada uno de los arquitectos que sin saberlo no serían ellos mismos si este gran hombre no hubiera existido. La herencia de Le Corbusier por tanto no es un depósito al cual podamos ir a buscar, como quien va a buscar a un almacén, a un repertorio determinado para en un momento salir de un apuro. Versus Le Corbusier - CONFERENCIA JAVIER CARVAJAL -5-
Está en nosotros como está en los genes casi que nos dan vida, porque cada vez que abramos la boca, cada vez que abrimos naturalmente nuestra inteligencia frente a un problema de arquitectura, está Le Corbusier. Ni siquiera quienes le niegan son ajenos a esa gran herencia que es, hoy día, un patrimonio compartido. Le Corbusier sigue siendo un mito, pero también diríamos que de cierta manera, es un desconocido, como lo son casi todos los mitos, que por serlo, se arropan como en una entidad específica, que les acolcha de la realidad. Le Corbusier en cierta manera es un desconocido, porque todavía hoy cuando nos preguntamos por su obra, encontramos como grandes contradicciones. Parece como –esta mañana misma, sin ir más lejos, hablaba yo de Le Corbusier y, alguien, arquitecto, me decía: ¿no te parece ti que en Le Corbusier hay como una negación de él mismo, en el último periodo de su obra? – Esa pregunta indica que sigue siendo un desconocido. Yo no lo creo en absoluto. Creo que, efectivamente Le Corbusier, hacedor de arquitecturas o inventor de arquitecturas, como decía Paco en el momento en el que se empezó este curso, no solamente es porque invente él en distintos momentos de su vida arquitecturas distintas, formas distintas, sino porque nos ha trazado la pauta capaz de generar en nosotros, los que ya no estamos conviviendo con él, arquitecturas nuevas que aun contradiciendo formalmente determinados momentos de su quehacer arquitectónico le afirman. Le Corbusier, ese perfecto desconocido, también lo fue para mí. Y lo fui descubriendo de mil maneras distintas. Yo le conocí físicamente un año antes de su muerte. Un año antes de su muerte yo tuve el deseo de conocerle; no tenía tal vez nada que hablar con él, no había ningún trabajo que hacer, ninguna conferencia que hacer, no, no había nada que hacer, había solamente el deseo realmente de conocer a ese hombre mítico que ha marcado con su nombre todo un siglo de arquitectura y que sin duda alguna, en este centenario hay que decirlo, sobre
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todo porque hay que decirlo muy claro, hoy se nos dibuja como el más grande arquitecto de la modernidad. Le conocí un año antes de su muerte, en 1964. Me impresionó mucho. Recuerdo que cuando yo estuve pensionado en Roma, al final había que hacer una memoria sobre lo que habíamos hecho y yo decía, entre las cosas que decía en mi memoria, que había podido conocer gracias a la pensión de Roma a los más grandes arquitectos de mi tiempo. Me había permitido viajar, me había permitido hablar con mucha gente y por una especie de enorme interés por conocer que creo que tengo y he tenido desde chico, pues he conseguido eso, conocerlos a todos: a Wright, a Aalto, a Mies van der Rohe, a Le Corbusier… Y me impresionó mucho, porque una vez más me confirmó algo importante: la diferencia fundamental entre un gran arquitecto y uno que no lo es, está en la seguridad de lo que quieren. Y nada más. Sabe lo que quiere y lo persigue, con enorme esfuerzo y tesón, y para eso arrolla lo que haga falta. Pero no son distintos de nosotros, y Le Corbusier no era tampoco distinto de nosotros y me hablo con inmensa amargura de su historia de arquitecto. Me dijo: “No se confunda usted. Sí, yo sé que soy un mito, yo sé que ustedes en la escuela hablan de mí, pero la verdad verdadera es que mi obra mejor está sin hacer. Que nada de lo que para mí era importante conseguí haberlo hecho. Que los políticos no me entendieron nunca. Que los municipios me pusieron trabas. Que los clientes, solamente cuando había lucro por medio, atendían a mis razones…” – Cuando yo le decía no es así, el continuaba: “...Sí sí, mire usted: el Palacio de la Sociedad de Naciones no salió a flote, y no hubo forma de hacerlo
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prosperar. Pero tampoco hubo posibilidad de construir el Soviet Supremo en Moscú. El Plan Voisin no pasó nada más de ser una propuesta, la Villa Radieuse jamás se consiguió hacer. El Palacio de la Sociedad de Naciones cuando parecía que ya estaba todo… y yo era llamado a hacerlo ¡no lo hice! y el proyecto mío lo deformaron, entre Wallace K. Harrison... yo no lo hice. Cuando años después se plantea hacer el Palacio de la UNESCO en París no se me llama, y no solamente no se me llama, sino que se me mete en el Comité del Palacio de la UNESCO para que yo no pudiera aportar mi propuesta… No, lo importante de mi vida yo no lo he hecho”. Le Corbusier ha hecho una gran obra, pero indudablemente revisando con él, junto con él, las cosas que no hizo, realmente asombra la capacidad de voluntad de ese hombre que preparó para ustedes y para mí, para todos nosotros, vías de futuro. Le Corbusier es un gran arquitecto, yo le conocí… pero también le conocí antes. Yo recuerdo que le conocí mucho antes, cuando era un niño y estaba enfermo en la cama durante los años de la guerra, y no tenía juguetes para jugar. Le conocí entonces, le conocí en las páginas de blanco y negro que yo, intuitivamente recortaba para luego dibujarlas en cartón, pegarlas y armar arquitecturas que después, muy a posteriori, he sabido que eran de él; descubrí a Le Corbusier en el último año de mi carrera cuando en El Rastro de Madrid compré una Architectural Review de la Biblioteca de Bergamín y de repente vi publicada aquella obra que en la Escuela no se nos había explicado. Y conocí, por lo tanto a Le Corbusier, poco a poco, a través de imágenes deformadas, hasta que lo descubrí, yo creo que totalmente, en la exposición de Berlín del año 1957, donde coincidí por casualidad con una gran exposición de Le Corbusier donde al lado de unas maquetas prodigiosas, de madera, preciosas, de dibujos espléndidos, se exponía también la obra de escultura y de pintura de Le Corbusier. Ahí estaba muy clara una faceta que no se ha afirmado bastante: hay tres Le Corbusier.
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Está el Le Corbusier de la polémica, el Le Corbusier de la idea que quiere plantear una teoría, que quiere abrir un camino, y que para hacerlo no duda en absoluto en ir contra casi la lógica que él pregona en sus afirmaciones. Luego hablaremos del tema. Es uno de los grandes Le Corbusier: el polémico de la nueva arquitectura, ese fabuloso escritor, ese fabuloso defensor de ideas, ese hombre que ha arrastrado a juventudes, no a una, sino a muchas generaciones de gente joven con su palabra, aparte de con su imagen. Está el arquitecto Le Corbusier, el de las obras de arquitectura que realmente nos asombra y que sin sus escritos seguiría siendo asombrosa. Esa arquitectura realmente que marca un hito en la arquitectura de occidente, que es como decir la arquitectura del mundo. Sí, ya sé… luego hablaremos un poco del recorrido para analizar todo el tema de la herencia de su formación, de sus maestros, de sus amigos, de sus colaboradores, porque hoy me interesa más este aspecto humano de Le Corbusier que no la noticia de su obra que todos conocéis de sobra. Y finalmente, estaba el tercer Le Corbusier que para mí es la gran revelación: el de sus dibujos y el de su escultura. En la escultura y en los dibujos de Le Corbusier estaba clarísimo el principio del sentimiento. No es un arte de la razón. En Mies podemos percibir mucho más la vía de la razón que del sentimiento. Qué duda cabe que en la formalización de la arquitectura de Mies, justamente labrada a través de esa actitud de la razón encontramos también la emoción de la belleza pura, pero en Le Corbusier es distinto. En Le Corbusier su escultura y su pintura no hacen ninguna invocación a la razón, y hablan solamente de una voluntad expresiva de color y de forma.
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Y en ese impacto en la que en aquella exposición de 1957 para mí fue evidente, una pregunta se abrió camino, que no es justamente la que este profesor esta mañana me hablaba “la contradicción”, sino algo más profundo: ¿qué hay en Le Corbusier que hace que dentro de una inmensa homogeneidad se den actitudes tan diversas?.
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Le Corbusier, yo creo que lo tengo muy claro, sobre todo después de aquélla conversación larga como de tres horas, puede que no sean tantas, puede que llegaran a ser dos y media, no creo que tuviera tanto tiempo para mí, pero fue muy larga, me dio la impresión de que él había necesitado ser Le Corbusier para poder llegar a afirmar ser Le Corbusier. ¿Qué quiere decir esto? Es un trabalenguas. No, no es un trabalenguas, es algo muy sencillo: él sabía que su mensaje de innovación no podía ser pregonado desde el anonimato o desde el silencio. Él necesitó tener una resonancia universal, necesitó tener un reconocimiento universal de su valor para poder luego afirmar la realidad de su pensamiento. Le Corbusier era un hombre profundamente inteligente y sabía que en aquel momento en la cultura de occidente, en la cultura de Europa, no había vía para el sentimiento. Ahora resulta que es muy distinto: después de Heidegger, después de todos los movimientos existencialistas, después de Gabriel Marcel, después de Sartre, claro que hay vía para el sentimiento, pero no lo había en los años 19, 18 y 20. La única vía era la razón. El pensamiento occidental era un pensamiento racionalista y él usó del instrumento de la razón para dar tal vez el gran mensaje de la razón en la cual él no creía. ¿Qué quiero decir con eso? ¿Qué era un falsificador? ¿Qué nos engañó? No, ciertamente no es eso. Él sabía algo que para vosotros es absolutamente cotidiano gracias a él entre otras cosas. Y es que la razón es un instrumento pero no la medida de todas las cosas. Ese es el error de Occidente. El mundo nuestro actual, que indudablemente ha aprendido muchas cosas más allá del mundo de la razón, no niega la razón, nosotros no somos antirracionales, diríamos que somos pos-racionalistas, y no sólo hablo como Arquitecto, hablo como intelectual, nuestro mundo es antirracional, no, es pos-racional y ¿qué quiere decir esto?: Que la razón ha descendido a su justo lugar, a ser la herramienta capaz de hacer posible la eclosión de la emoción. Eso fue en él muy claro.
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En el pensamiento occidental ha sido así. El pensamiento occidental moderno no renuncia a la razón. Sabe que indudablemente la razón es el instrumento de todo nuestro progreso tecnológico, diríamos casi ideológico, pone comillas, y afirma tranquilamente que “la razón no es la medida de las cosas; que la medida de las cosas es el hombre, el hombre que sufre, el hombre que ríe, el hombre que goza, el hombre que se emociona...” Yo oí esas palabras. Le Corbusier, así pues, manejó todo un mecanismo para explicar la evolución de la arquitectura hacia unas metas muy lejanas a las del momento donde él comienza a tener conciencia de arquitecto. Hay un largo camino. Él pudo haber sido como sus maestros, sus grandes maestros, Perret, Behrens, sus grandes amigos, Loos, Tony Garnier, y pudo realmente haberse quedado en ese estado, quedarse en esa línea, en un racionalismo riguroso, exigente, falso, como casi todos los racionalismos. Porque el racionalismo es aquello que sirve para explicar las cosas, pero que por reducirlo a esquemas, nunca se coincide con la razón, con la realidad. Sí las explican, pero de alguna manera no encajaban en la realidad que es mucho más rica que la razón. El hombre es razón pero no se agota en la razón. Es justamente tal vez el desastre del Siglo XVIII, y parte del Siglo IX, que creen realmente que la razón explica el hombre, y la razón no explica al hombre. La razón da un esquema del hombre, y luego naturalmente tiene que ser insertado de otras muchas cosas que no son justamente la razón. Entonces, naturalmente, en Le Corbusier hay otros factores que, al buscar el hilo de su vida van quedando cada vez más claras. Le Corbusier es hijo de una familia suiza, de origen francés, y de una familia profundamente unida. Digámoslo cuanto antes, no era una familia protestataria, dividida, enfrentada, haciendo
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de la familia el campo de batalla generacional, no, no. Él guardó hasta el momento de su muerte un amor increíble por su madre. Mujer inteligentísima, como puede verse por sus escritos, por sus cartas, por la larga correspondencia mantenida con su hijo desde Viena o desde Berlín o desde París. Le Corbusier fue ayudante, admirador de su padre, artesano fabricante de relojes. Y en ese sentimiento hay que empezar a buscar toda una línea de cosas que se irán insertando. Tuvo un maestro, y lo cita. Y lo cita además con admiración, aunque después llegó un momento en que cortó con él: era un pintor, no era un arquitecto; y además era un pintor que quería que Le Corbusier fuera pintor. Le educó para ser pintor. En un momento de crisis de la vida cuando él decide marcharse a París, llegan a enfrentarse, porque le dice que no, que tiene que ser un pintor, que él tiene que ser un plástico, le dice su maestro. En ese momento es cuando él ya tiene conciencia de que su vocación es ser arquitecto, y rompe con él, pero en su formación hay una formación naturalmente que no va por el camino de la razón, sino del sentimiento… Sus grandes amigos no fueron arquitectos. (…)
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Ilustraciones: (01) Le Corbusier (1887-1965) fotografiado junto al recién construido UN Secretariat, New York en 1950, ©Fondation Le Corbusier. (02) Panurgo III, 1964. Escultura, madera policromada de Le Corbusier. 45 cm de altura, ©Museo y Colección Heidi Weber. (03) Amédée Ozenfant, Albert Jeanneret y Charles Édouard Jeanneret en París, 1921,©Fondation Le Corbusier.
Editor: RAÚL DEL VALLE GONZÁLEZ DEPARTAMENTO DE PROYECTOS ARQUITECTONICOS ETS ARQUITECTURA DE MADRID UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE MADRID Avda. Juan de Herrera, 4 28040 Madrid 1ª edición, mayo 2011 ISSN: 2174-1603 Para cualquier consulta, información o sugerencia, por favor escriba a: docencia@rauldelvalle.es © de los textos, sus autores © de las imágenes, sus autores Portada, Javier Carvajal ©Fondo Javier Carvajal Ferrer VERSUS LE CORBUSIER, febrero 2011.