El Cultural 177

Page 1

CARLOS VELÁZQUEZ

EN LA FIL CON EDUARDO LAGO

ALEJANDRO DE LA GARZA ¿ÚTEROS EN RENTA?

ESGRIMA

FRANCISCO CÓRDOVA

El Cultural N Ú M . 1 7 7

S Á B A D O

0 1 . 1 2 . 1 8

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

CARLOS VEL Á ZQUEZ J. M. SERVÍN EMILIANO MONGE GUILLLERMO FADANELLI

LA NUEVA AUTOBIOGRAFÍA

FEDERICO GUZMÁN RUBIO

R AFAEL PÉREZ GAY

TRILOGÍA INDESEADA

MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ FERNANDO VALLEJO

PROFETA DESCARNADO

MARCOS DANIEL AGUILAR

Fuente > picturexe.pw (detalle)

EC_177 PORTADA.indd 3

29/11/18 19:58


02

El Cultural SÁBADO 01.12.2018

Un rasgo compartido por cuatro narradores mexicanos —Carlos Velázquez, J. M. Servín, Emiliano Monge, Guillermo Fadanelli— es que sus obras recientes incluyen un componente autobiográfico, donde el papel tradicional del autor se desplaza para convertirlo además en personaje y protagonista de su relato. Este fenómeno ha sido tema de análisis, con términos más o menos sonoros como autoficción o escritura del yo. Más allá de cualquier etiqueta, los títulos que revisan estas páginas no carecen de antecedentes, pero se distinguen por la voluntad radical de su expresión y sin duda constituyen algunas de las apuestas más potentes de nuestra narrativa actual.

Yo y los otros

LA AUTOBIOGRAFÍA EN LAS LETR AS MEXICANAS FEDERICO GUZMÁN RUBIO

R

ecuerdo que, en una noche larga, hace tiempo, un amigo afirmó que hay dos cosas que uno no perdona que le digan: que no tiene sentido del humor y que no ha vivido lo suficiente. Ésos son precisamente dos de los reproches que con mayor frecuencia se le hacen a la literatura mexicana. Según este criterio, las letras nacionales pecarían de solemnidad y de recato, de ahí que haya pocas páginas concebidas para la media sonrisa o la carcajada franca, y que las autobiografías sean una rareza en una cultura literaria demasiado pudorosa y que sólo se permite la confidencia en el lugar donde corresponde: el confesionario. Además, los escritores mexicanos suelen llevar vidas de escritores mexicanos, pródigas en embajadas y consulados y en premios y becas, pero cortas de aventuras y desventuras. De esta forma, la biografía de un escritor sería su obra, como escribió Paz, a la que habría que agregar, para las plumas patrias, no su diario de navegación, sino su agenda de contactos. Algo hay de verdad en ese prejuicio pero, y eso es lo importante, abundan los ejemplos para desmontarlo. Para acabar

pronto, sólo en los últimos dos años, cuatro escritores nacionales han publicado libros de corte autobiográfico, en los que muestran que, a pesar de que a algunos de ellos con cierta generosidad todavía se les pueda considerar jóvenes, han vivido lo suficiente para tener que contar y, además contarlo bien, lejos de los azotes con música de José José de fondo, y con una liviandad, por suerte, en las antípodas de la prédica del buen ejemplo, la petición de indulgencia o el deseo de mitificación. Sin quererlo, leyendo las obras en conjunto, estos cuatro escritores también ejemplifican la diversidad y la libertad formal que permite el género pues, hablando cada uno de qué más sino de su propia vida, las estrategias que eligen para hacerlo no podrían ser más distintas: Carlos Velázquez, en El pericazo sarniento (Cal y Arena, 2017), cuenta su historia a través de su adicción a la cocaína; J. M. Servín reúne crónicas dispersas en Nada que perdonar (Literatura Random House, 2018) para elaborar un collage de sí mismo; Emiliano Monge recurre a la saga familiar, en No contar todo (Literatura Random House, 2018), para explicar(se) su propia trayectoria, y,

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Twitter:

@ElCulturalRazon

Roberto Diego Ortega Director @sanquintin_plus

Julia Santibáñez CONSEJO EDITORIAL

Editora @JSantibanez00

Facebook:

@ElCulturalLaRazon

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Delia Juárez G. Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez Director General Editorial › Adrian Castillo Coordinador de diseño › Carlos Mora Diseño › Maria Fernanda Osorio Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 10

EC_177.indd 4

29/11/18 19:53


El Cultural SÁBADO 01.12.2018

03

por último, Guillermo Fadanelli reúne algunas de sus crónicas de viaje en El billar de los suizos (Cal y Arena, 2017) y viaja a su adolescencia en Villa Coapa en Al final del periférico (Literatura Random House, 2016).

RECUENTO DE VIDAS PASADAS El hecho de que se hayan publicado cinco libros de corte autobiográfico no debe verse como una anomalía en la literatura mexicana; contra lo que suele creerse y dictan las apariencias, pocas cosas le gustan tanto a un escritor mexicano, y de donde sea, que ponerse a hablar de sí mismo. Otra cuestión es que el resultado cumpla las expectativas y, cuando los escritores se ponen a escribir de sus estimables personas, en varios tomos y con el convencimiento de que la historia espera ansiosa sus palabras, aparecen las decepciones. Tal es el caso de los novelistas del boom: nadie niega que les debamos algunas de las mejores novelas de la todavía breve historia de la literatura latinoamericana, pero sus libros autobiográficos, tanto de Fuentes como de García Márquez y Vargas Llosa —y con las probables excepciones de Donoso y Cabrera Infante— no están a la altura de sus novelas (tan fantasiosas, ellas, y tan reales, sus autores). Quizás lo único que comparten los cinco libros mencionados es la naturalidad con la que sus autores escriben y se escriben. No hay justificaciones; ellos saben que no las necesitan. Si San Agustín, el fundador del género, tenía claro que escribía para el género humano y a la vez para los pocos hombres que pudiesen tropezar con sus escritos, y que lo hacía para mostrar “el abismo tan profundo” del que todos venimos, los autores que nos ocupan no escriben para nadie y para nada; sólo los motiva el inútil y vanidoso arte del recuerdo. Por supuesto, el exhibicionismo inherente a todo ejercicio autobiográfico es también una señal, quizás la señal, de nuestro tiempo. Ya los estudiosos del futuro dilucidarán si la falsamente novedosa autoficción y su copiosa parentela de pueblo —que se presenta en sociedad con el pomposo título de escrituras del yo— es la novelización de una foto de Instagram, o si, por el contrario, las decenas de millones de posts de Facebook que se publican a diario son la vulgarización de una literatura que, contra todo pronóstico, se las ingenia para seguir dialogando con la sociedad (entendiendo sociedad como el conjunto de usuarios de todas las redes sociales). Pero por más horas al día que se pasen en Twitter, dicha naturalidad no sería posible si detrás de ella no existiera una sólida y a veces invisible costumbre de la introspección pública. De hecho, es pertinente recordar que nuestra literatura se inaugura, involuntaria y picarescamente, con una autobiografía. El querible y maltratado padre Mier escribió en sus Memorias las peripecias que

EC_177.indd 5

vivió en Europa, escapando de cárcel en cárcel, sorprendiéndose por el bárbaro espectáculo de la culta Europa y viendo pasar la historia de la que él —jamás lo imaginó— acabaría siendo uno de los protagonistas (como también lo es de la magnífica biografía que le dedicó Christopher Domínguez Michael). Y digo que la escritura de estas Memorias fue involuntaria porque qué más hubiera querido el padre Mier que no vivirlas —en realidad, no cuentan más que un largo encierro con su consabida fuga— y no escribirlas —las redactó, tristemente, desde la última de sus muchas prisiones—. Si pensamos que el origen de sus desventuras y de nuestra literatura fue un sermón en el que afirmó que los aztecas ya adoraban a la Virgen de Guadalupe en la figura de Tonantzin, entonces podemos aventurar que la autobiografía es el más guadalupano de nuestros géneros, y allí están para demostrarlo las actas de la Inquisición (primera institución, vista de este modo, de fomento de la literatura mexicana). La historia hace a las vidas y las vidas conforman la historia, como queda patente en la evolución del yo escrito. En nuestro siglo XIX, ese aprendiz de épica, abundan las memorias de campaña y de gobierno, siempre concebidas para postularse a candidato a prócer y, de pasada, fusilar en tinta a los rivales conservadores o liberales (o mejor, a ambos). Estos libros, por lo general aburridos por su explicable falta de sinceridad, quizás culminan, ya en un decidido siglo XX, con los Ocho mil kilómetros en campaña del general Obregón, escrito con una sola mano. En él abundan los datos militares y políticos, pero se echa en falta la historia íntima y secreta de quien fue, como corresponde a todo revolucionario triunfante, uno de los grandes traidores de la Revolución, parodiado genialmente por Jorge Ibargüengoitia quien, es necesario recordarlo, vivía para escribir semanalmente un breve capítulo de su autobiografía en marcha. Hablando de la Revolución, bien vista, su novela es una variante

revoltosa del género autobiográfico. Ninguna de las grandes novelas que cuentan la historia de esos hombres que pasaban la noche repitiendo canciones monótonas y tristes puede leerse como un ejercicio puro de la imaginación o de la metódica investigación de archivo: por las buenas o por las malas, todo escritor de la Revolución se vio envuelto en ella. Azuela y Guzmán marcharon en su búsqueda; Campobello la vio pasar desde una ventana de su pueblo; a Urquizo le hizo justicia como a pocos, y a Vasconcelos se la negó en la dimensión que él la soñó. El espacio autobiográfico —como atinadamente nombra Luz América Viveros Anaya a todas las variantes escritas del yo en su informado, útil y ameno estudio (características poco frecuentes en un trabajo académico), El surgimiento del espacio autobiográfico en México (UNAM, 2015)— encuentra en el siglo XIX su espacio más sugerente en el relato de viajes, ya sea a San Ángel, como en Manuel Payno; a Estados Unidos, el gran desconocido, como en Sierra O’Reilly o Guillermo Prieto, o a la Conchinchina, como en Francisco Bulnes. Posteriormente, inspirado por los anhelos de Baudelaire, el exotismo de Loti y la sensualidad de Verlaine, el relato de viajes conocerá su esplendor en la crónica modernista de Gutiérrez Nájera, Nervo y Tablada. Dispersos los últimos polvos de la Revolución y con el modernismo reducido a letra de bolero, la autobiografía conoció uno de sus contados momentos de protagonismo literario con la Generación de Medio Siglo. En una convocatoria cuyo éxito fue mayor al previsto, Empresas Editoriales encargó a un grupo de jóvenes autores escribir sobre la vida de la que tan poco sabían. Así, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol y Juan Vicente Melo, entre otros, entregaron unas breves cuartillas que dejaban en claro dos cuestiones: que para escribir una autobiografía no era necesario haber vivido y que podía hacerse literatura de uno mismo. Ya Novo había mostrado

“DISPERSOS “ LOS ÚLTIMOS POLVOS DE LA REVOLUCIÓN Y CON EL MODERNISMO REDUCIDO A LETRA DE BOLERO, LA AUTOBIOGRAFÍA CONOCIÓ UNO DE SUS CONTADOS MOMENTOS DE PROTAGONISMO LITERARIO CON LA GENERACIÓN DE MEDIO SIGLO .

29/11/18 19:53


04

El Cultural SÁBADO 01.12.2018

que podía hacerse literatura con uno mismo, y Cuesta, en contra de uno mismo. Varios de los miembros de la deliciosamente elitista Generación de Medio Siglo quedaron tocados por el vicio de hablar de sí mismos; Pitol no se cansaría de reinventar el género una y otra vez, mientras que García Ponce, en Pasado presente (FCE, 1993), mediante el disfraz de la novela, desnudó la intimidad de su generación con una nostalgia salvaje. Este breve recuento podría extenderse y abarcar nuestro siglo que, en materia literaria, parece nunca acabar de empezar: ahí están la novela del duelo con Canción de tumba, de Julián Herbert (Literatura Random House, 2011), y El cerebro de mi hermano, de Rafael Pérez Gay (Seix Barral, 2013); Otros días, otros años, de Luis González de Alba (Planeta, 2008), donde cuenta su vida de cárcel, exilio y descubrimientos después del 68; Daniel Espartaco, con su infancia pseudocomunista y su adultez hipercapitalista novelada en Memorias de un hombre nuevo (Literatura Random House, 2015), o El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel (Anagrama, 2011), cuyo hilo conductor es el temor a la ceguera. Entonces, como se afirmaba párrafos arriba, no es de extrañar que surjan cinco libros autobiográficos en nuestras letras; la sorpresa, de hecho, es la opuesta: que con una tradición que ha explorado el yo de diversas maneras, se encuentren aún formas novedosas, sin estridencias experimentales, de encarar la escritura sobre sí mismo.

DE RAYAS, VIAJES Y FUGAS IMPOSIBLES Carlos Velázquez, sobra decirlo, no es el primero en escribir sobre sus vicios. Si algo sobra en las biografías de escritores son los borrachos y drogadictos; son ya menos quienes supieron hacer de sus parrandas legendarias o de sus borracheras de buró buenos textos, aunque los ejemplos siguen sobrando. Sin embargo, casi todos quienes lo hicieron seguían fascinados o ya estaban escandalizados por los encantos y las miserias que puede desencadenar una botella de mezcal o una jeringa de heroína. Finalmente, casi siempre, alguien que escribe sobre adicciones, propias o ajenas, es un moralista en potencia, militante o arrepentido. No es el caso de Velázquez; él no juzga ni se juzga. No busca convertirse en leyenda, como los beatniks, y tampoco busca la autoindulgencia a la Scott Fitzgerald; no pretende reafirmar su virilidad contando las copas que aguanta, como Hemingway, y tampoco juega al maldito, pues sabe que su adicción, más que una afrenta al orden establecido, es una simple forma de consumo en todas sus acepciones. Velázquez se limita a narrar, mediante un cinismo reposado, su ya antigua adicción a la cocaína. Él mismo se preocupa por aclarar que “estas memorias no son una apología de la droga. Son el testimonio de mi paso por la adicción”. ¿Por qué

EC_177.indd 6

“EN “ UNA CRÓNICA MÁS CERCANA AL ENSAYO, SERVÍN REFLEXIONA SOBRE LA IDENTIDAD ETÍLICA DE LOS MEXICANOS ... Y CONFIESA QUE ES MUY DIFÍCIL QUE BROTE DE LA IMAGINACIÓN UNA SOLA FRASE QUE VALGA LA PENA SIN TENER COMO CATALIZADOR UN ALIPÚS . lo hace? Quién sabe. Simplemente aclara, sin atormentarse ni buscar respuestas debajo de las piedras, que “sin las drogas no sólo no me hubiera dedicado a escribir, sino que jamás me habría sentido un ser humano”. Y por más que algunas de sus hazañas psicotrópicas merezcan un lugar destacado en el anecdotario de excesos de la literatura mexicana, tampoco se vanagloria de ellas; sin más, de nueva cuenta, se limita a describir con buen ánimo: No voy a hacerme el héroe y a proferir que soy un sobreviviente, un guerrero. Sólo mi condición física y espiritual saben por qué no he muerto. Porque de que soy un candidato a pasonearme, no hay duda, lo soy. Y con quince tafiles dentro, coca, Rivotril y varios litros de cerveza no sé cómo no quedé como un autista. Del itinerario de Velázquez pueden hacerse muchas lecturas. Hay en sus páginas una historia del consumo de la cocaína en México, que “era una droga para gente adinerada. New rich. Pero el neoliberalismo hizo lo suyo y la puso en las calles al alcance de pránganas como yo”. Esa época dorada del consumo, de buena cocaína a precios populares, desapareció con la guerra de Calderón contra las drogas y la expansión de los cárteles: la calidad del producto se fue a pique, los precios se dispararon y los distribuidores independientes fueron asesinados (lo que puede verse como una historia del capitalismo en tres actos). “Hoy cientos de adictos darían lo que fuera para volver a ese tiempo justo antes de que los Zetas desembarcaran en nuestro desierto”, afirma Velázquez, con la nostalgia de quien sabe que todo tiempo pasado fue mejor. En este sentido, y sin que de ningún modo sea su intención, Velázquez escribió un libro escandalosamente ausente en la copiosa literatura del narco: la del consumidor que sabe de lo que habla. Aunque reducir El pericazo sarniento a un mero testimonio, por insólito y

necesario que fuera, sería cometer una injusticia. A la par de esta historia de consumo está la vida del mismo Velázquez, quien, de probar la cocaína en un estudio de tatuajes en un barrio popular de Torreón, llega al un tanto deslucido glamur de meterse una raya con Ray Loriga en la Feria del Libro de Guadalajara. De una raya a otra hay también una curiosa novela de formación, en la que Velázquez perfecciona su vicio al tiempo que se convierte en un escritor. San Agustín, buen maestro de retórica a su pesar, supo convertir su cruda en santidad; Velázquez, en cambio, no saca lecciones de nada, y de lo único que se congratula es de haber sabido organizar su vida para ser un padre responsable y un cocainómano dedicado, resignado a nunca dejar la droga, sino sólo a tomar algunas vacaciones para, por ejemplo, escribir este libro. Hay capítulos memorables, como un viaje a Lima que lo mismo lo podría haber emprendido Hunter S. Thompson, o los dedicados a los amigos perdidos por los desiertos del norte de México. Escrito con oraciones agresivas, contundentes y paralelas (me resisto a escribir el símil evidente), el de Velázquez es una prueba más de que un relato no necesita la ficción para ser literatura; el suyo lo es, y de la mejor que se ha escrito en México en lo que llevamos del siglo.

AUNQUE NO HACE del alcohol el pro-

tagonista de su “crónica patibularia”, es una de las constantes en el libro de J. M. Servín: en una de las mejores crónicas del libro, de lectura carveriana, Servín se gasta un aguinaldo invitándole copas a su padre en las cantinas del Centro de la Ciudad de México que el viejo, ahora en silla de ruedas, solía frecuentar en los buenos tiempos. En otra, narra tardes cerveceras en el Tío Pepe y la Vizcaya, dos bares sobrevivientes al “imperio del cardamomo”; en una tercera, más cercana al ensayo, reflexiona sobre “la identidad etílica de los mexicanos”, en donde confiesa “que es muy difícil que brote de la imaginación una sola frase que valga

29/11/18 19:53


El Cultural SÁBADO 01.12.2018

la pena sin tener como catalizador un alipús”. Además del alcohol, los recuerdos de infancia y juventud, la complicada relación con el mundo literario y las relaciones de pareja siempre a punto de terminar son algunos de los nudos que le permiten a Servín evadir el riesgo de esta clase de libros: parecer un mero rejunte de crónicas dispersas. Ya los modernistas mostraron que al recopilar las crónicas en un volumen el resultado final es más que la suma de las partes, y lo mismo sucede en Nada que perdonar. Servín es un autor esencialmente autobiográfico (en algún momento confiesa que para convertirse en escritor le hacía falta ordenar su pasado “lleno de vivencias y recuerdos angustiantes”) y, aunque haya algún episodio francés, este libro puede leerse como su carta de amor y odio a la Ciudad de México. Chilango irremediable, aunque haya intentado huir al norte de la frontera (su Por amor al dólar, además de un buen relato de viajes, es uno de los pocos testimonios que hay de un migrante mexicano en Estados Unidos), Servín está condenado a errar por la Ciudad de México, de Iztacalco a la colonia Juárez, sorprendiéndose por el espectáculo que la ciudad le ofrece y por la tragedia del hombre de a pie, él mismo, quien “siempre parece estar de sobra en el mundo que habita”.

mentira”, y, mediante este vaivén entre historia y fantasía, Monge reconstruye la historia de sus ascendientes para explicarse su propia vida, pasada y futura. “Todos, seamos nobles o no, tenemos nuestras genealogías”, escribió Margo Glantz en una frase que bien pudo servir de modelo para la escritura de No contar todo. Monge no es noble, supongo, y su linaje no reside en títulos ni en propiedades, sino en el hábito, convertido en condena y en salvación, de huir de pronto, sin explicaciones. Este síndrome de Wakefield es la auténtica herencia que los padres legan a los hijos, y Monge, último depositario del secreto familiar, encadena a lo largo de su vida huida tras huida, siendo ésta —la escritura del libro— una forma inesperada y afortunada de rechazar y aceptar su sino. Ignoro para quién se escriben las autobiografías, pero Monge, que juega limpio al mostrar sus cartas y recordarnos una y otra vez que, como protagonista de sí mismo, es una construcción narrativa y un mero artificio literario, consigue convencernos de que No contar todo es ante todo un ajuste de cuentas consigo mismo y una batalla perdida al querer negar su destino. De modo que el lector lo acompaña en esta huida imposible por paradójica: la de pretender escapar del deseo de escape.

EMILIANO MONGE, por su parte, en No contar todo construye el relato más ambicioso de los aquí reseñados. Monge es consciente de que, a final de cuentas, toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción, de ahí que aproveche los recursos de la novela (capítulos dialogados, alternancia de personas gramaticales y de narradores, escritura diarística, cambios temporales, contraste de estilos) para construir una autobiografía consciente de su inevitable carácter ambiguo, de las mentiras voluntarias e involuntarias, de que toda reconstrucción del pasado es interesada y artificial. A lo largo de todo el libro se repite lo difícil que resulta “saber qué es verdad y qué es

COINCIDEN, POR ÚLTIMO, dos libros de Guillermo Fadanelli que, como muchos de los suyos, tienen un fuerte componente autobiográfico: en Al final de periférico rememora su adolescencia, cuando él y su grupo de amigos experimentaban “el comienzo de la vida que en unos diez o veinte años más se derrumbaría en cualquier esquina del mundo”, mientras que El billar de los suizos presenta a un Fadanelli de regreso de todos los viajes por las esquinas del mundo en que su vida se derrumbó. Que ambos libros reflejen etapas alejadas de la vida del autor hacen de su lectura un ejercicio complementario. Salvo por la voz del narrador, no hay nada que permita reconocer

“FADANELLI “ PUDO CONFIRMAR QUE LO QUE PRESINTIÓ EN ESOS TERRENOS EN QUE LAS CLASES MEDIAS CON ÍNFULAS LEVANTARON SUS CASAS EN LOS AÑOS SETENTA ERA VERDAD: QUE LA MELANCOLÍA NO NECESITA REMEMBRANZA PUES SE NUTRE DE SÍ MISMA .

EC_177.indd 7

05

al joven Fadanelli, explorando los inicios de la vida en una Villa Coapa en la que todavía pastaban las vacas y donde culminaba el entonces flamante Periférico, con el Fadanelli maduro que narra sus peripecias por medio planeta con el tono resignado de quien ya lo ha visto todo. Si en el primer libro se afirma que todos tenemos derecho a una autobiografía feroz, y a partir de esa premisa los jóvenes sureños se lanzaban, con más torpeza que tino, a explorar lo que suponían era la vida, en el segundo Fadanelli confiesa que sale de viaje simplemente para aburrirse y que “la vida sigue” es la frase más triste de todos los lenguajes. Al final del periférico se presenta como una novela escrita con la certeza de que toda biografía es un mito y que la memoria es más un estado emocional que un recuento ordenado de hechos. Fiel a sus propias reglas, Fadanelli busca recrear la sensación que los recuerdos de esos tiempos al final del mundo (por entonces, de la extensión del Periférico) le evocan. Así, el lector asiste a un espectáculo conformado por anécdotas chuscas y grotescas, por personajes inocentes y crueles que empezaban a darse cuenta de que la vida era una broma de tan mal gusto como las que ellos hacían y por una Ciudad de México que, como siempre, está convencida de que al fin está a punto de llegar a alguna parte. Por supuesto, este muy relativo paraíso perdido tiene un fin que sus protagonistas, sin saberlo, preparan meticulosamente, y se rompe con la contundencia de una pedrada arrojada con furia. De este relativo paraíso perdido surge el Fadanelli que recorrerá buena parte del mundo para confirmar que lo que presintió en esos terrenos en que las clases medias con ínfulas levantaron sus casas en los años setenta era verdad: que “la melancolía no necesita remembranza pues se nutre de sí misma”.

LEÍDOS LOS CINCO LIBROS, queda la

tentación de concluir que, en conjunto, brindan un panorama de lo que ha significado vivir en México en los últimos cincuenta años. No es verdad. Cada una de estas obras responde solamente a sus autores, y más a su concepción y ejercicio de la literatura que al de su experiencia vital. Después de todo, por más pactos lectores que firmemos sobre la veracidad de lo que se nos cuenta en un libro oficialmente sin ficción, no tenemos formas de comprobar nada, y cada lector decidirá lo que se cree y lo que no. No sabemos si en efecto Velázquez se ha metido todas las rayas de cocaína que afirma haberse metido, si Servín golpeó a un porro en Iztacalco, si Monge acabará dejando todo para marcharse quién sabe a dónde, o si Fadanelli tuvo que hacer a pie la mitad del camino entre Zaragoza y Madrid, según relata. Lo que sí sabemos es que fueron capaces de convertir una parte de su vida —real o imaginaria, lo mismo da— en literatura, y con eso basta y sobra.

29/11/18 19:53


06

El Cultural SÁBADO 01.12.2018

Este año, Rafael Pérez Gay concluyó una trilogía novelística integrada por Nos acompañan los muertos, El cerebro de mi hermano, Perseguir la noche. En ella entrega su singular versión de la narrativa autobiográfica. Los rasgos de una ciudad extinta, la figura paterna, la vejez y la penosa enfermedad que victima a la familia, el padecimiento personal de un cáncer, son potenciados por un amplio bagaje de referencias literarias y una voz que devela —con el arma agridulce de la ironía— su diálogo con los muertos, con los vivos y consigo mismo.

Rafael Pérez Gay

A LA MANERA DE GR ACIÁN MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ

EC_177.indd 8

Foto > Daniel Aguilar > La Razón

E

ste año, Rafael Pérez Gay (México, 1957) concluyó la trilogía que inició con Nos acompañan los muertos (Seix Barral, 2009), donde cuenta la enfermedad de sus padres, sus últimos días, los recuerdos de infancia así como la juventud de sus progenitores. Luego tocó el turno de El cerebro de mi hermano (Seix Barral, 2013), un intenso relato sobre los últimos meses de vida del escritor, germanófilo, José María Pérez Gay y, recientemente, el último título: Perseguir la noche (Seix Barral, 2018). En esta trilogía se detectan varios puntos en común como son la nostalgia, el paso del tiempo, la vejez, las enfermedades y el ocaso de una vida. Sin embargo, un lazo une a estos tres títulos, algo que exhala a lo largo de sus páginas y es el miedo a la muerte. A veces se tiene la impresión de que el autor está en una sala cinematográfica viendo cómo pasa la vida y los mejores momentos de sus seres queridos; más tarde esa luz apunta hacia él y entonces experimenta en carne propia lo que su padre, madre y hermano han padecido antes de su partida: la noticia de que una enfermedad grave ocupa su vida. La angustia —que Pérez Gay quiere exorcizar con tafil o cualquier otro ansiolítico en momentos de Perseguir la noche— resulta ser el leitmotiv de la trilogía. En el último título de la serie, el protagonista padece cáncer de vejiga. El miedo paraliza, hace que seamos otros y nos comportemos de distinta manera. Nadie sabe cómo va a reaccionar ante una noticia pronunciada por el médico: usted tiene cáncer. Quienes lo han padecido deben recuperarse de la telaraña de ideas que se cruzan en el pensamiento después del diagnóstico. Cán-cer, cán-cer y la voz del médico queda resonando en el oído del paciente que permanece sentando, callado, como si le hubieran arrojado un balde de agua fría. En La autobiografía, George May ( FCE, 1982) apunta que la biografía

Rafael Pérez Gay.

tiene un padre y es Plutarco. Me agrada pensar que Michel de Montaigne es padre por partida doble: del ensayo y de la autobiografía, tomando en cuenta la manera en que usa el yo y su sabiduría. Para Jean Cocteau, las obras de un hombre, sobre todo aquellas que se pretenden autobiográficas, retratan con frecuencia la historia de sus nostalgias o sus tentaciones y casi nunca su propia historia. “Ningún hombre osó jamás pintarse tal cual es”, disiente. Pero, como reconoce Juan Villoro en La utilidad del deseo (Anagrama, 2017), la novela moderna se ha volcado en la exploración del yo, que incluye “no sólo los pensamientos estructurados sino el delirio, la asociación libre, el sinsentido, el disparate, el olvido, los falsos recuerdos y otros recursos o perturbaciones del campo cerebral”. Lo escrito por Rafael Pérez Gay recuerda algo que menciona Baltasar Gracián en El criticón (UNAM, 1996) sobre el descubrimiento de la sabiduría. Decía que su aspiración era hablar por las mañanas con los muertos, por la tarde con los vivos y en la noche consigo mismo. Aplicado esto a la trilogía, podría entenderse de la siguiente manera: el diálogo con los muertos (sus padres) refiere todas las enseñanzas y reflexiones sobre su familia; conversar con vivos remite a la charla prolongada con su hermano

(José María Pérez Gay) porque esas conversaciones de sobremesa eran como viajar, poner en equilibrio lo aprendido, peregrinar en el mundo conociendo más de la literatura alemana y disfrutar ambos el presente. Por último, ese diálogo consigo mismo es la meditación necesaria de lo experimentado, la necesidad de asimilar que padece cáncer y debe actuar. Como refiere San Jerónimo, “el cáncer es una gravidez demoniaca”. La llegada de una enfermedad grave trae consigo dos caminos: uno muere o se vuelve más fuerte de lo que antes era. A esta segunda opción le apuesta el protagonista de Perseguir la noche. En cualquier guerra es necesario conocer quién es el enemigo y cuáles, sus puntos débiles. “Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no temas el resultado de cien batallas; si te conoces a ti mismo, pero no conoces al enemigo, por cada batalla ganada perderás otra; si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”, enfatiza Sun Tzu en El arte de la guerra.

EN NOMBRE DEL PADRE El lector de esta trilogía reconocerá en la figura del padre de Rafael Pérez Gay el origen de sus reflexiones, que a su vez derivan en un conocimiento sobre sí mismo. Es la figura de ese hombre más cercano al fracaso que al éxito, más próximo al reproche de su hijo menor que a recibir su admiración, lo que detona una serie de especulaciones.

“ESE “ DIÁLOGO CONSIGO MISMO ES LA MEDITACIÓN NECESARIA, LA NECESIDAD DE ASIMILAR QUE PADECE CÁNCER Y DEBE ACTUAR. COMO REFIERE SAN JERÓNIMO, EL CÁNCER ES UNA GRAVIDEZ DEMONIACA .

29/11/18 19:53


El Cultural SÁBADO 01.12.2018

07

“EL “ PADRE ES, TANTO EN AUSTER COMO EN PÉREZ GAY, UNA MISIÓN NARRATIVA DOTADA DE UN SINFÍN DE ESPECULACIONES. ¿ACASO LA NARRATIVA DE PÉREZ GAY NO INICIA PRECISAMENTE CON LA FIGURA DEL PADRE PARA PODER EXPLICAR TODO LO DEMÁS? .

La memoria autobiográfica —refiere Federico Campbell en Padre y memoria ( UAM , Ediciones Sin Nombre, 2009)— tiene sus leyes y va arreglando el pasado. Nada de lo que nos sucedió antes de los tres años lo recordamos. ¿Por qué? ¿Por qué las humillaciones sí tardan en olvidarse? Se recuerdan muchísimos años y de pronto un día el perdón de la memoria las evapora. Paul Auster suele escribir desde la orfandad. En La invención de la soledad, el viaje interior que inicia por la casa y la memoria personal lo acerca a un hecho traumático que podría explicar la naturaleza desapegada y gélida de Samuel Auster, una disociación con el mundo y con él mismo que encontró representada en una fotografía, la cual terminó siendo la portada del libro: una imagen que reproduce al padre multiplicado por seis, con la mirada perdida. Es el padre clonado, solo, encerrado en un universo casi impenetrable que únicamente su muerte logró revelar y transformar en un ser más nítido. Lejos del padre represor —como en el caso de Kafka o de Mario Vargas Llosa—, Samuel es un hombre desconocido, ausente. Si se buscara definir la relación del señor Auster con su hijo, podría acudirse a una palabra: indiferencia. En la conciencia de Auster existe una idea latente, no explícita, que deja entrever en el desarrollo de su libro: el narrador estadunidense no merece al hombre que le tocó de padre. Aunque nada puede hacer para cambiar esa situación, recurre a la escritura para convertirlo en un personaje interesante, con una serie de claroscuros. En la literatura de Pérez Gay tampoco se menciona de manera literal, pero queda sugerido muchas veces: por el distanciamiento de los padres, porque los hijos saben que tiene otra familia, por la serie de situaciones que envuelven el engaño del señor Pérez. Averiguar quién fue en realidad su padre es, tanto en Auster como en Pérez Gay, una misión narrativa dotada de un sinfín de especulaciones. En eso consiste la primera parte de La invención de la soledad, algo que Auster ha definido como el “Retrato de un hombre invisible”. ¿Acaso la narrativa de Pérez Gay no inicia precisamente con la figura del padre para poder explicar todo lo demás? Algunos autores continúan el camino horadado por Rulfo, van a Comala en busca de su padre, lo desdibujan para recrearlo con sus mejores cualidades o lo describen tal

EC_177.indd 9

como era. En esta vertiente se inscribe la principal motivación de Rafael Pérez Gay al unir pistas sobre la vida de su padre. ¿Quién es ese hombre que aparece en esta trilogía de novelas autobiográficas? En gran medida, la ficción en Pérez Gay parte de la realidad. Es un escritor al que le interesa jugar con las posibilidades del azar y la memoria. Su narrativa se desarrolla a caballo entre la crónica y el relato, sabe contar historias, jugar con las emociones y acentuar la idea de fracaso. En este último punto obtiene óptimos resultados. ¿A quién le interesa leer historias de éxito? Precisamente en esa línea del autor que escribe y no del escritor frustrado que intenta redactar la novela sobre el siglo XIX, así arranca la última entrega de su trilogía. Se trata, en esencia, de una propuesta autobiográfica que procede de la mejor estirpe de la literatura francesa, quizá desde los Ensayos de Michael de Montaigne, de La educación sentimental de Flaubert y Las memorias de ultratumba de Chateaubriand. La obra de varios escritores de la tradición occidental parece haberse forjado bajo la estela dominante de los rostros del padre. La primera imagen que Gabriel García Márquez tuvo del suyo fue la aparición de un extraño, un hombre esbelto y moreno vestido de dril blanco que caminaba grácilmente por las calles de Aracataca, a quien los demás saludaban porque ese día cumplía 33 años. Gabriel Eligio García y su mujer, Luisa Márquez, dejaron a su hijo en casa del abuelo, el coronel Gerineldo Márquez, cuando tenía apenas meses de nacido; querían buscarse un futuro en Barranquilla. El niño fue criado por el exmilitar. En su autobiografía, Vivir para contarla, García Márquez refiere cómo estableció una imagen paterna con su abuelo, en pos de lograr una relación que ahuyentara de él la soledad y la orfandad. Christopher Domínguez Michael dedica un artículo, publicado en el suplemento Confabulario de El Universal, al libro Examen de mi padre, de Jorge Volpi (Penguin Random House, 2016). El crítico literario menciona

El cerebro de mi hermano como un “registro de un personaje público pero también parte de la escritura de ‘novelas familiares’, dirían los franceses, cuya recurrencia entre nosotros festejo”. Domínguez Michael dedica más párrafos de su texto para hablar de su propio padre que del libro de Volpi, mismo que elogia. En el prólogo de Octavio Paz en su siglo, el ensayista aborda la figura de Paz visto como un padre intelectual que le pregunta por sus lecturas recientes y se preocupa por la manera en que se ha aficionado al alcohol. ¿La paternidad es un asunto pendiente en la obra de Domínguez Michael? Es posible, basta revisar ese texto sobre el padre de Volpi, en donde deja entrever que le gusta el libro —entre otras cosas— porque le recuerda a su progenitor. ¿Qué podrían tener en común la narrativa de Volpi y de Pérez Gay? Ambos parten del asunto autobiográfico, pero también presentan marcadas diferencias. Mientras que Volpi es analítico, Pérez Gay es emotivo. Cuando en las descripciones del primero está a punto de emerger la sensibilidad de cualquier detalle conmovedor, él apuntala de inmediato con la cita erudita que no hace sino romper la escena. Así, el acercamiento del lector con la imagen de su padre se desvanece. Para combatir ese olvido irremediable —escribe Volpi—, ligado a nuestra propia arquitectura neuronal, los seres humanos inventamos lo que Roger Bartra ha llamado exocerebro, formas de almacenamiento artificial que se iniciaron con el lenguaje y la transmisión oral de la poesía —con ayuda de la métrica y de la rima— y se prolongaron con la escritura, plasmada en inscripciones, manuscritos, pergaminos, libros y, a últimas fechas, con dispositivos electrónicos y computadoras. No obstante, Examen de mi padre, cabe decirlo, acierta cuando parte de un asunto íntimo —la salud, la vida o un órgano del cuerpo del doctor Volpi— para recordar su presencia en el entorno, con sus familiares, con su hijo, el escritor; pero falla después, cuando se exponen inquietudes que en realidad estorban lo descrito. Me refiero al contexto social, político, económico, que se convierte en ruido al final de cada capítulo. A Jorge Volpi lo seduce hablar del poder, como ya lo ha demostrado en otros libros suyos, y parece que no puede dejar de abordar esa historia de caos que ronda diversos aspectos de la vida cotidiana en México. Pretender hacerle

29/11/18 19:53


08

El Cultural SÁBADO 01.12.2018

una autopsia al país, con cada uno de sus órganos enfermos, es un asunto que da para un solo libro, no para mezclarlo con la vida de su padre y su manera de rememorarlo. Nada tendría que hacer ahí la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, el incendio de la guardería ABC, la guerra contra el narcotráfico, los problemas con los migrantes, la corrupción y los derechos humanos, entre otros temas que aborda. Y esto último, la autopsia o exhumación de lo que queda del país, no lo aborda Domínguez Michael.

ENTRE IRONÍA Y FANTASMAS DEL XIX De regreso a la narrativa de Rafael Pérez Gay, conviene tener presente que Chéjov recomendaba crear personajes que fueran comunes y corrientes, y persistentemente complejos como los seres humanos: nada heroicos. La cercanía de la muerte de los padres nos vuelve débiles, neuróticos —escribe Pérez Gay en Nos acompañan los muertos—. Me enfrenté a mí mismo muchas veces en busca de una respuesta ante la decadencia humana y la enormidad de la muerte. Soy adicto a las reprimendas: no entiendes nada, crees que solucionar problemas diarios expresa amor, eres un afanador de almas. Me topé con Baudelaire, siempre alguien se encuentra con Baudelaire y su higiene simbólica: todo hombre que no acepta las condiciones de vida vende su alma. Vendí la mía, no al diablo sino al remordimiento. Mis padres vendieron su alma al odio. La vida puede ser entendida como una subasta, una gran compraventa de almas. Quisiera comentar una virtud y un desacierto de la trilogía de Pérez Gay. La primera radica en la ironía. La herramienta que ha elegido para acercarse al lector es la risa a partir de la lucidez, no el chiste tosco ni de los excesos, sino una madeja de humor fino para lograr varios propósitos: ser el primero en reírse de sí mismo, eliminar el tono solemne y fatalista que pudieron haber adquirido cualquiera de las tres historias y así conseguir cierta empatía con el lector. Como cuando busca en una antología de la poesía mexicana del siglo XX el poema de Ricardo Castillo, “Oda a las ganas”, que se refiere a la necesidad de orinar y a la casualidad o broma del destino que fue encontrarlo, como si alguien lo retratara a él en ese instante. La voz del narrador en primera persona crea espontaneidad en lo que se cuenta. El desenfado, una aparente desmemoria, los infortunios de la vida, el que circunstancias disímiles se salgan de control, la ágil manera de enumerar ansiolíticos y otros medicamentos, le han dado apreciables resultados en su prosa. Los capítulos de sus novelas inician a manera de una crónica que cada vez adquiere otras connotaciones, siempre en tono confesional e indiscreto para que el

EC_177.indd 10

“LA “ HERRAMIENTA QUE HA ELEGIDO PARA ACERCARSE AL LECTOR ES LA RISA A PARTIR DE LA LUCIDEZ, UNA MADEJA DE HUMOR FINO PARA LOGRAR VARIOS PROPÓSITOS, COMO SER EL PRIMERO EN REÍRSE DE SÍ MISMO, ELIMINAR EL TONO SOLEMNE . lector posea la firme convicción de que se ha llevado un poco de la esencia del autor. Y ese relato-crónicaconfesión crece hasta proporcionar una visión panorámica de las cosas que le preocupan: la salud de sus padres, la de su hermano y la de él mismo, aderezada con lo que acontece en la Ciudad de México desde el siglo XIX, el XX y lo que llevamos del XXI. Como cronista no pierde detalle en asuntos que, en apariencia, son triviales, pero que más adelante van a ser significativos para tal o cual personaje o situación. Tal es el caso de El Redondel, un semanario que su padre salía a buscar y, con ese pretexto, llegaba a altas horas de la noche. Detalla: “Era una palabra clave que usábamos mi hermano y yo si queríamos referirnos a una patraña. [...] El Redondel era el núcleo nervioso de una red de mentiras. Nos hicimos mentirosos a la sombra de la crónica taurina". Precisamente el sentido del humor, cercano a Ibargüengoitia y a Novo, es lo que provoca que el último volumen de la trilogía, Perseguir la noche, no cause dolor ni compasión. Descibir una enfermedad grave no es fácil si se toma en cuenta que el riesgo de provocar lástima puede ser considerable. Cuando el lector está a punto de contagiarse de la ansiedad que transpira la novela, el autor suelta frases irónicas y no queda otro remedio que seguir siendo su cómplice de desventuras y quebrantos. El desacierto que encuentro en la trilogía radica, principalmente, en el último título. Antes que nada, debo reconocer en Rafael Pérez Gay a un atento y lúcido lector de la poesía y la narrativa del siglo XIX mexicano. A partir de ese conocimiento incluye una serie de figuras literarias que quedan inscritas de manera forzada. Me refiero a la presencia de Julio Ruelas, Amado Nervo, José Juan Tablada, Ciro B. Ceballos y Bernardo Couto. Aunque para el autor son personajes importantes, pues se le aparecen en sueños y los persigue por la noche en distintos cafés y bares de la Ciudad de México, esas imágenes oníricas le dan un impulso vital al novelista

y, paradójicamente, llegan a ser un estorbo para que fluya la trama. Mi hipótesis es la siguiente: el autor se mostró un tanto inseguro de la historia y pensó que en sus descripciones era necesaria la intervención de estos actores, casi encargados de brindarle un ambiente confortable al narrador. Ampararse en estas figuras puede ser atrayente, pero en este caso aletarga la lectura. Este enfermo de cáncer en la vejiga, que pasa por uno de los peores y más desconcertantes momentos de su vida, le contagia al lector su desesperación, su ansiedad, mientras los fantasmas del siglo XIX que se cruzan por el camino frenan el ritmo. De pronto la escena adquiere tintes de blanco y negro; el olor a naftalina y a libro empolvado perdura en el ambiente y le resta vitalidad a la historia. Es como si alguien va en carretera en un día espléndido, y de pronto debe frenar porque un tráiler se colocó en la ruta y no permite continuar con la misma velocidad. Esa pausa tiene sus riesgos, el primero de ellos es conducirnos al sopor, al mismo sueño. Seguramente habrá lectores que no estén de acuerdo, pero prefiero la narrativa de Pérez Gay sin la necesidad imperiosa de volver al siglo XIX, a menos que se trate de una crónica o novela que forzosamente ocurre en esa época. Me daba remordimiento perderme en los cuadros anquilosados con tremendos escritores notables del siglo XIX, mientras líneas arriba está un hombre desesperado, con dolor, atónito, desencajado, intentando reconstruir lo que queda de su vida. Se escucha exagerado, lo sé, pero acaso sólo las personas que hemos caído en las garras del cangrejo sabemos lo que se experimenta en ese momento. Rafael Pérez Gay ha cimentado una trilogía emotiva, irónica, lúcida. No es de los escritores grandilocuentes que analizan demasiado lo que van a narrar y terminan entregando algo desangelado y fútil. En el aparente desorden que adopta, existe en realidad una estructura y cuenta con la habilidad para colocar de manera precisa una cita puntual, más allá de los sentimientos y la memoria. Es poco probable que se imaginara escribiendo una triada a la manera de Gracián: empezó un diálogo con los muertos, después con los vivos —aunque su hermano ya no está, perdura su literatura y es un modo de seguir con vida— y luego consigo mismo, en medio de uno de los más desventurados contextos que puede padecer el ser humano. Sin embargo, como suele ocurrir con los que libran el cáncer, se hizo más fuerte.

29/11/18 19:53


El Cultural SÁBADO 01.12.2018

09

Narrador de la confrontación y la crudeza, del lenguaje brusco que algunos consideran insultante, el autor de La virgen de los sicarios es todo, menos un personaje convencional. Con motivo de su cumpleaños 76, este ensayo visita un abanico de opiniones tanto de colegas como de académicos sobre Vallejo y el impacto de su obra en la literatura hispanoamericana. En conjunto permiten esbozar los muchos ángulos del escritor iconoclasta que este 2018 regresó a vivir a Colombia, luego de más de cuarenta años de estancia fructífera en nuestro país.

Fernando Vallejo

EL PROFETA DESCARNADO

E

n su ensayo “Fernando Vallejo y la estirpe inagotable del maldito”, Díaz Ruiz, investigador de la Universidad Libre de Bruselas, dice que el colombiano Fernando Vallejo se coloca en esta tradición de la literatura porque su mal no es moral. En cambio pertenece al desequilibrio y al vértigo, bajo un principio de seducción y antagonismo, que lo instaló del lado de las minorías y de todo aquello que está al margen de lo que la sociedad considera importante. En el mismo sentido, el crítico colombiano Sebastián Pineda Buitrago, autor de la Breve historia de la narrativa colombiana, asegura que Vallejo expresa en su obra el desencanto “que provocó la locura colectiva que experimentó Colombia desde los años ochenta, con sus consecuencias sicológicas y sociológicas”. A propósito de su cumpleaños número 76 y de su reciente regreso a Colombia, tras vivir por más de cuarenta años en México, conversamos con narradores, ensayistas e investigadores para desentrañar la originalidad y las posibles aportaciones del polémico autor que hizo de este país su segunda patria.

NARRATIVA REVOLUCIONARIA En su novela El desbarrancadero (2001), Vallejo escribe: “cuánto hace que el Cauca y el Magdalena se secaron, se murieron, los mataron, con la tala de árboles y los borraron del mapa, como piensan que me van a borrar a mí pero se equivocan, porque si los ríos pasan la palabra queda”. Sobre la literatura de Vallejo afirma el novelista de Muerte súbita, Álvaro Enrigue: Es probablemente mi escritor vivo favorito, cuando menos en el panorama latinoamericano. Fue el primero que puso en una novela a un protagonista intensamente

EC_177.indd 11

Fuente > YouTube

MARCOS DANIEL AGUILAR parecido a sí mismo, al autor, y dio la idea de que el narrador y el autor pudieran ser el mismo. Esto generó en el lector, desacostumbrado a la autoficción, tan común después de Vallejo, un sentido tremendamente inquietante. Para el ensayista y poeta José María Espinasa, el nacido en Medellín en 1942 ha escrito algunas de las narraciones más importantes de las últimas décadas en castellano. A diferencia de la generación anterior, la del boom latinoamericano, Vallejo es mucho más seco, directo. Escribe de manera realista, pero no hace realismo mágico. Este realismo se observa en la mejor de sus novelas, La virgen de los sicarios (2004), que se puede comparar al realismo de Icaza, de Arguedas, Revueltas y Martín Luis Guzmán, con esa velocidad descriptiva y la misma capacidad de síntesis, pero con otras orientaciones.

Fernando Vallejo.

Téllez-Pon, autor de La síntesis rara de un siglo loco, distingue otro tema en los libros de Vallejo:

Según el también ensayista y crítico literario Sergio Téllez-Pon, Fernando se aparta de la generación de García Márquez porque no hace realismo mágico, su literatura es mucho más radical y agresiva, personal y visceral, e incluso autorreferencial, porque crea un mundo a través de su universo personal con una fuerza y una contención totalmente inusitada en las letras hispanoamericanas. Mientras, para el investigador y profesor Pineda Buitrago, la narrativa de Vallejo se basa en el concepto etimológico de la literatura, por ello, para el autor de La puta de Babilonia (2007), ésta es simple gramática: Como no hay nada que en su etimología defina a la literatura como ficción o imaginación, para Vallejo todo es literatura. Él escribe con

el mismo humor, ritmo y cadencia una novela, un discurso político, una carta personal o un ensayo sobre física o biología. Lo que caracteriza a Vallejo son el humor y el buen manejo de la prosa.

MARCOS DANIEL AGUILAR (Ciudad de México, 1982) ha colaborado en revistas y suplementos diversos. Es autor de los libros de ensayo Un informante en el olvido: Alfonso Reyes (Conaculta, 2013) y La terquedad de la esperanza (UANL, 2015).

Él odia narrar en tercera persona, cree que es un recurso muy utilizado. Por ello a sus novelas les ha dado ese elemento de narrar de manera directa y seca, algo que tal vez no hizo en sus primeros libros, pero que poco a poco fue perfeccionando hasta alcanzar grandes niveles como en El desbarrancadero (2001). José María Espinasa —autor del poemario Piélago— cree que esta forma de narrar ya es un referente contemporáneo que nadie ha podido ni querido imitar, porque le pasa un poco como a José Revueltas, quien tuvo muchos continuadores, pero ninguno pudo atinarle al estilo, y justo le atinaban cuando tomaban la decisión de ir hacia el camino contrario. Vallejo es imposible de imitar porque no es fácil conseguir esa velocidad en la prosa, además de que no tiene tics para imitar.

29/11/18 19:53


10

El Cultural SÁBADO 01.12.2018

Si Espinasa compara a Vallejo con Revueltas, Enrigue encuentra en su forma de narrar a Cervantes: En el momento en que no sabes si el narrador es el autor, esto se convierte en un juego por descifrar si lo que cuenta es o no verdad, que al final es un ejercicio cervantino. Este regreso a un tópico de Cervantes es de mucha valentía en el contexto de una América Latina muy conservadora todavía.

DEL POLEMISTA AL ICONOCLASTA Respecto al ánimo provocador de Vallejo, Sergio Téllez-Pon afirma: A mucha gente no le gusta la obra de Fernando porque la sienten como una agresión visceral. Algunos otros piensan que es misógino, pero él odia parejo: es un misántropo, no quiere a ningún tipo de ser humano, no odia selectivamente. Por ello sus dos únicas batallas son la defensa de los animales y del lenguaje; el dinero que ha ganado en premios lo ha donado a asociaciones que cuidan a los animales. Es un provocador y por esto algunas personas se sienten agredidas cuando se lanza contra el papa Juan Pablo II, contra Benedicto XVI o contra el papa Francisco, pero por eso me gusta, por descarnado. Sobre los temas polémicos de este autor, Enrigue piensa que tal vez los lectores no lo han entendido aún: Tiene una crítica hilarante, la mente de sus personajes puede ser tan oscura que es difícil reconocerlo como uno de los autores más divertidos de la lengua, con un profundo sentido del humor que queda disperso por el melodramatismo de las situaciones que describe. La puta de Babilonia, por ejemplo, es una crítica clavada en la tradición de las filípicas latinas. Amante de los animales y descreído de la humanidad, él es el único que se atreve a decirlo y a construir una comedia en torno a ello.

HUMOR Y PROVOCACIÓN El primer libro de Fernando Vallejo es un texto de gramática, Logoi: una gramática del lenguaje literario (1983), donde indica que “el genio de Cervantes descubrió que la literatura, más que en la vida, se inspira en la misma literatura... El idioma no se inventa: se hereda en un vocabulario, una morfología, una sintaxis y una serie de procedimientos y de medios expresivos”. Como biógrafo, Pineda Buitrago afirma que cuando Vallejo “escribe las biografías en realidad está escribiendo sobre sí mismo. Es un romántico tardío”. En efecto, para desarrollarlas Vallejo investigó y consultó archivos, con trabajo riguroso y de alta precisión intelectual. Además, según Enrigue,

EC_177.indd 12

mediante el humor, ha suprimido la pedantería insoportable de los intelectuales latinoamericanos y la ha sustituido por una serie de gestos de loca —y digo loca dignificando el gesto desafiante de plantearse en otro lugar, como encarnación de otra sexualidad—, sustentados por una mente brillante que no juega al opinólogo.

HOMOSEXUALIDAD SIN TABÚ En El desbarrancadero describe al escritor colombiano Vargas Vila como “un marica vergonzante, pese a lo cual sólo trató en sus libros de sexo con mujer. Un maromero. Un maromero invertido”. Las referencias sexuales de sus personajes son evidentes. Enrigue señala que hablar de esto directamente es “un acto de valentía [...] y las novelas de Vallejo declaraban la homosexualidad del narrador jugando con la posibilidad de que el narrador fuera el autor”. Espinasa plantea un ángulo distinto: Los muchachitos de sus novelas no parecen tener conflictos, son muchachos de la calle a lo Paolo Pasolini. Por cierto, Pasolini está en el origen de los temas de Fernando: los muchachos, Mamma Roma, el mundo de la homosexualidad urbana, los arrabales de Medellín comparados con los de Roma. Hay un gran parecido entre estos dos iconoclastas. Y Telléz-Pon afirma: Ha abordado la homosexualidad con la misma furia, el mismo ímpetu y la apertura que cualquiera de sus temas. Sin tabú ni conflicto, hace referencias a su homosexualidad y no la oculta ni la maquilla. Dedicó varios libros a David Antón, su pareja por más de cuarenta años —quien murió en diciembre de 2017—, y a su hermano que también era gay, según lo narra en El desbarrancadero. Su honestidad literaria no deja de sorprender en una sociedad machista como la de América Latina, y más en un clima de violencia como el que describe en La virgen de los sicarios. Es valiente, pero también muy sarcástico.

COLOMBIA Y MÉXICO: LITERATURA Y VIOLENCIA Muchos escritores colombianos han vivido en México, entre ellos el mismo Barba Jacob, el poeta Germán Pardo García, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Sobre esto, Sebastián Pineda observa: En la historiografía literaria mexicana de la primera mitad del siglo XX se denomina novela de la Revolución a cierta narrativa de contenido violento. Como en Colombia no hubo ninguna revolución, ni tampoco mitos para disfrazar la violencia con una finalidad política,

“ENRIGUE “ SEÑALA QUE LAS NOVELAS DE VALLEJO DECLARABAN LA HOMOSEXUALIDAD DEL NARRADOR JUGANDO CON LA POSIBILIDAD DE QUE EL NARRADOR FUERA EL AUTOR . se denomina novela de la violencia a la del mismo periodo. A este género pertenece Vallejo. Sólo que él encontró en México la comodidad de escribir sobre Colombia sin la zozobra de vivir allá. La libertad de narrar esta violencia aquejó a Colombia durante las pasadas décadas y hoy azota a México: El papa Francisco —apunta Sergio Téllez-Pon— tenía razón al momento de decir que México se está colombianizando: lo vemos, pero no queremos que nos lo digan. Es un proceso que pasó en Colombia y que Fernando Vallejo supo ver perfectamente. Ahora hay un boom de esos temas en la literatura mexicana, pero también lo hubo en la literatura colombiana, como las novelas de Laura Restrepo, Evelio Rosero y otros más. Y en ese sentido la literatura mexicana se está colombianizando. Al respecto, según Espinasa, una novela como La virgen de los sicarios tiene entre sus méritos haber hecho visible el narcotráfico. Después vinieron miles de imitadores muy malos. Compara La Virgen de los sicarios con Rosario Tijeras y hay una diferencia enorme, entre una novela de alto nivel y otra hecha para vender muchos ejemplares. Yo creo que Fernando puso el tema del narcotráfico en el centro de la narrativa latinoamericana, antes de que empezara el tema de la narconovela en México.

LOS IMPRESCINDIBLES DE VALLEJO Sergio Téllez-Pon se queda con tres de sus libros: La virgen de los sicarios, El desbarrancadero y las tres biografías que son “investigación ardua”. Sebastián Pineda Buitrago apunta que “su biografía de Porfirio Barba Jacob, El mensajero (1984), es para mí su mejor libro”. José María Espinasa se queda con La virgen de los sicarios y “con la biografía de Porfirio Barba Jacob, que es un canto a México”. Y Álvaro Enrigue prefiere El desbarrancadero: Mi libro preferido, donde su narrador alcanza una estatura aterradora de superioridad moral convencional, un libro aterrador, siniestro, divertido, que plantea asuntos morales que deberían ser discutidos, como la eutanasia. Todo novelista es un profeta al revés y Vallejo es uno de ellos de manera destructiva.

29/11/18 19:54


El Cultural

ES EL ÚNICO SEXAGENARIO en medio de la pista, está en Guadalajara para presentar Walt Whitman ya no vive aquí (Sexto Piso, 2018), la noche apenas comienza, pero bailará hasta las cuatro de la mañana. Eduardo Lago goza de una salud envidiable, física e intelectual. Es omnipresente. Coincido con él lo mismo en fiestas que en la mesa del Farallón que en los pasillos de la expo. Su nuevo libro es un ambicioso retablo sobre la literatura norteamericana. Mientras recorremos los pasillos de la feria abundamos sobre su obsesión por las letras gringas. Llegó a Estados Unidos desde 1987. Desde hace 31 años comparte la nacionalidad española con la ciudadanía brooklinesa. Walt Whitman ya no vive aquí es una antología que reúne entrevistas de la era preinternet, y al mismo tiempo anticipa un proyecto más ambicioso: un recorrido sentimental por la América literaria, prefigurada en la sección “Crónicas de motel”. Y es una crítica política al USA actual. El título alude a la muerte de la democracia en gringolandia. Desde su llegada a Nueva York, Lago se asumió como un testigo privilegiado de lo que ocurría en el campo literario y comenzó a entrevistar a distintos autores y publicar sus reportes en diarios españoles. Tres décadas después, parte de ese trabajo cristaliza en Walt Whitman ya no vive aquí. Quién es el entrevistado que más te ha impactado, le pregunto. No tarda un segundo en responder: Don De Lillo. “Su persona arroja luz sobre la página”. Afirma que lo enseñó a comprender la distancia entre la obra y la persona. “Humanamente es el más grande”. Caminamos hacia una entrevista de radio que tiene programada en minutos. Le pregunto por la inclinación de los gringos por las catedrales narrativas. Y me habla del Triángulo Sagrado. Son los monstruos que definen la literatura de la dificultad. Los reconocimientos de Gaddis, El arco iris de gravedad de Pynchon y La broma infinita de Foster Wallace. Este último es un mensaje, comenta Lago, una lápida que le coloca el suicida al siglo XX. “Inventen una nueva forma de escribir”. Su entrevista se desarrolla de manera campechana, lo constato a lo lejos. Le saca sonrisas a la locutora. Lago es un loco encantador. Y tiene un don para la gente. Diez minutos después está de regreso y me pide que lo acompañe al Hilton. Mientras salimos de la feria aprovecho para preguntarle quién es su favorito. “Qué pregunta más cabrona”, me dice. Habla del primer Hemingway, pero de inmediato rectifica. Foster Wallace es el dueño de su corazón.

Foto > Archivo del autor

A PESAR DE HABER NACIDO entre el Bosque de Chapultepec y el Parque España, el escorpión no agobiará a sus lectores con otra reseña obvia, inútil y melancólica de la película Roma. Tampoco abundará en la crónica de los hechos presenciados por millones de mexicanos este sábado primero de diciembre en el Congreso de la Unión, ni en sus correlatos políticos. La atención del alacrán se dirige hacia otra problemática compleja y delicada: la maternidad subrogada o renta de úteros, sobre la cual indaga con respeto, pues resultaría estúpido intentar siquiera manexplicar a las mujeres y agrupaciones feministas un tema analizado por ellas a profundidad y desde un género y una experiencia vital ajenas al escorpión. No obstante, desde las limitaciones de su nueva masculinidad, el arácnido se ha sumado siempre a las causas feministas y a la ampliación de los derechos de las mujeres. Pero el venenoso no participa en estas luchas desde la condescendencia patriarcal, sino para acompañar, escuchar y aprender de las mujeres cuando le hablan de la ansiedad ante el hostigamiento en el transporte público y el trabajo; del chantaje emocional, la crueldad obstétrica, la violencia económica o el miedo ante el abusador, así como también, por ejemplo, de las bondades de la copa menstrual o los beneficios del proceso de sanación del útero. La maternidad subrogada, decía el escorpión, es discutida ahora a partir de la iniciativa presentada por Morena para agregar un capítulo sobre Servicios de Reproducción Humana Asistida a la Ley General de Salud. Se busca, en efecto, regular la prestación de estos servicios, pues el vacío legal fomenta abusos y violaciones a derechos humanos aun en estados donde ya existe regulación (Tabasco y Sinaloa).

Fuente > elespanol.com

SÁBADO 01.12.2018

EC_177.indd 13

LA ERUDICIÓN DE LAGO ES

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

Y SIN EMBARGO

CARLOS VELÁZQUEZ

NO ES UN ABURRIDO

@charfornication

INABARCABLE.

11

ACADÉMICO . No tardamos en caer en el tópico que ha atosigado a generaciones de críticos, escritores y lectores. Es una pregunta obligada. Y la realizo. Cuál es la Gran Novela Americana. “Moby Dick”, responde como si se tratara de un reflejo incondicionado. Qué hay de El gran Gatsby, retomo. Dice que es muy buena pero la cima alcanzada por Melville es la ganadora de esa presea. Y nos enfrascamos en el tema. La pertenencia de la Gran Novela Americana. “Es una de las tesis que defiende mi libro”, recalca Lago. Mientras siga la búsqueda de ese animal mitológico, la salud de la GNA continuará. Y menciona una obra moderna que ha arañado esa categoría: House of Leaves de Mark Z. Danielewski. Como fan de la literatura beat no eludo interrogarlo sobre William Burroughs. “Un visionario”, dice con una cara que no ha puesto en todo el rato que hemos compartido. “No había internet, él tuvo que inventarlo”. Esto en relación a sus métodos de escritura que todavía estamos descifrando. Volvemos al tema de la carretera. Le recomiendo Killing Yourself to Live de Chuck Klosterman, ese recorrido en coche por lugares donde murieron estrellas de rock. “La gente se fija en lo que no debe fijarse, Lolita es una novela de carretera”. Autor de Llámame Brooklyn, Lago me contó su encuentro con Tom Waits frente al pescado zarandeado del Farallón. Me dijo algo que mucha gente no sabe. La historia que protagoniza Waits en la nueva película de los Cohen está basada en un cuento de Jack London. La erudición de Lago es inabarcable. Y sin embargo no es un aburrido académico. Tiene una cena con un amigo. Antes de despedirnos me pregunta qué haré esta noche. Estoy muerto después de la fiesta del domingo. Pero él, que debió dormir a las 5 am, está preparado para asistir a la tradicional pachanga del salón Veracruz. Me alejo de regreso a la expo y pienso: ahí va uno de mis héroes, a bailar una buena parte de la noche mientras yo me iré a tomar media clonazapam para dormir quince horas.

LA ATENCIÓN DEL ALACRÁN SE DIRIGE HACIA OTRA PROBLEMÁTICA: LA MATERNIDAD

EN L A FIL CON EDUARDO LAGO EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

SUBROGADA O RENTA DE ÚTEROS, SOBRE LA CUAL INDAGA CON RESPETO

.

La iniciativa incluye como técnica de reproducción asistida la maternidad subrogada. Si grupos como GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida) favorecen la regulación, otros colectivos feministas acusan la existencia de “una industria reproductiva millonaria que lucra con ese deseo (de maternidad) a través del alquiler de vientres, la venta de óvulos (disfrazada de donación) y la oferta de congelar los óvulos de mujeres jóvenes para implantárselos, ya fecundados, más adelante en la vida”. Y añaden: “En un contexto de precariedad económica que afecta especialmente a las mujeres no es pertinente hablar de libertad para decidir, puesto que la disyuntiva es rentar sus cuerpos o morirse de hambre”. Lo demandado, entonces, lee el escorpión, es detener la iniciativa hasta lograr una verdadera discusión nacional con todos los grupos involucrados.

¿ÚTEROS E N R E N TA ?

29/11/18 19:54


SÁBADO 01.12.2018

ESGRIMA Por

ALICIA QUIÑONES

F R A N C I S CO CÓ R D OVA

DANZA DE AMARGURA

A

sus 32 años, Francisco Córdova es reconocido como uno de los siete creadores emergentes más representativos en la escena de la danza contemporánea en el mundo. Intérprete, coreógrafo y pedagogo, se desplaza por el escenario con una suave combinación que pone al mismo nivel el baile y la maestría acrobática. Su más reciente trabajo, En tercera persona, se presentará el próximo 7 de diciembre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Se trata de una apuesta escénica que aborda la deshumanización y las identidades, así como la belleza de la oscuridad. El bailarín y maestro de danza es director de la compañía Physical Momentum (con la que celebra once años de trayectoria creativa), del Festival Internacional ATLAS y del programa de entrenamiento Técnicas de Movimiento (TDM) en México y Barcelona. Desde el año 2006 desarrolla su propuesta metodológica Cuerpo-Acción=Movimiento-Relación y La Acción Física como Construcción Escénica, a partir de los cuales ha impartido múltiples talleres a compañías, además de hacerlo en festivales y centros artísticos internacionales en Europa, Asia y Latinoamérica. Se ha hecho merecedor de diversos reconocimientos, residencias y subvenciones artísticas en América Latina y Europa, y ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, dentro de diversos programas. ¿Qué te ha llevado al éxito en el mundo de la danza? Creo que es mi propuesta. Busco retratar, a través del cuerpo, la parte más bella de las cosas crudas. Intento mostrar las experiencias que en apariencia son más oscuras, pero mi propuesta parte de la estética. Si abstraes la belleza de una situación que se considera terrible u oscura, a la gente no le desagrada. Ése es uno de los perfiles que me gusta explorar y es, además, una de las investigaciones que aún llevo a cabo. Esta línea de trabajo me ha ayudado a generar una especie de claridad en los lugares en los que me presento. Se trata de uno de los sellos que me identifican: buscar lo bello en lo trágico, en lo amargo, en lo más crudo.

“SI “ ABSTRAES LA BELLEZA DE UNA SITUACIÓN QUE SE CONSIDERA TERRIBLE, A LA GENTE NO LE DESAGRADA. ÉSE ES UNO DE LOS PERFILES QUE ME GUSTA EXPLORAR”.

EC_177.indd 14

¿Cómo combinas tus distintas áreas de trabajo? La pedagogía como entrenamiento es una de las armas fundamentales para generar calidad dentro de los performances. Se trata de una herramienta que me ha ayudado a construir el perfil de cuerpo que me gusta ver en el escenario. Viajo enseñando pedagogía para la danza en diversos festivales y tengo una lógica muy clara de lo que quiero que se vea. La pedagogía me ha ayudado a generar un carácter, no sólo del cuerpo, sino también dramatúrgico. En el escenario, el cuerpo debe tener un contenido de vida personal, no únicamente debe notarse la técnica. Si la interpretación está combinada con vivencias siempre será mejor. Esto forma parte de la investigación que he realizado durante once años. Por supuesto, no ha sido fácil entender lo que hago, pero siempre he sabido que me gusta el cuerpo, que me gusta el perfil de obra no solamente violenta, sino de impacto. Me interesa la danza de impacto. ¿Cuáles han sido las dificultades para sobresalir en el mundo de la danza? Vivir del arte. Es muy difícil lograrlo casi en cualquier disciplina, pero vivir de la danza es una de las cosas más complejas. México es uno de los países más ricos

Foto > David Flores Rubio

12

El Cultural

en generar propuestas artísticas y tiene los perfiles de danza más claros y variados: danza contemporánea, clásica, acrobática, activista, reflexiva, folclor. Hay mucha diversidad y etiquetar lo que es la danza en el país es encasillar a la escena contemporánea del país. Creo que hay un gran camino por descubrir, sobre todo en temas como la forma en que exponemos nuestro trabajo artístico en los escenarios. ¿Qué lugar ocupa la danza contemporánea mexicana en el mundo? Algunos mexicanos están creando cosas maravillosas en otros lugares, aunque muchos no son conocidos y no han tenido los medios indicados para que su trabajo sea visualizado. Yo me siento ahora como uno de los embajadores de la danza contemporánea mexicana, por el hecho de estar en los principales festivales de danza en el mundo, pero sobre todo por el perfil que manejo. Hay otros mexicanos que hacen cosas maravillosas en la danza, si bien su perfil no es conocido. Me parece que la danza en México tiene una riqueza maravillosa desde muchos lugares y estilos. Lo que se necesita es hacer equipo y consolidar el estilo de la danza mexicana, no solamente en lo que es hoy, sino también en su historia como danza mexicana. También en la exportación de productos nacionales mexicanos, la exportación de nuestras estructuras pedagógicas de mexicanos en el extranjero, que hay muchos, pero no los conocemos. Sin embargo, sé de casos de personajes o compañías u obras muy representativas de lo que la escena mexicana dice en el mundo. Para mí es muy importante venir a mi país y exponer lo que estamos logrando en otras geografías. ¿Qué veremos en la obra En tercera persona? Es una pieza coreográfica que tiene seis o siete años de vida. Se generó a través de un programa del estímulo de Jóvenes Creadores y tiene tanto música como escenografía totalmente originales. Se realizó a lo largo de un año de proceso artístico y ya ha viajado por más de una docena países, con lo cual ha sido una de las obras más representativas de mi compañía, entre otras cosas, por su alcance. Ahora bien, al ver En tercera persona el público es testigo de un trabajo plástico, visual y de iluminación muy particular. En el escenario hay cuatro personajes que utilizan máscaras; aunque el público siempre piensa que hay un solo personaje durante toda la obra, la sorpresa es que hay más personajes, pero todos tienen el mismo rostro. La idea es hablar de uno mismo a través de la mirada del otro, es decir, estoy intentando explorar o multiplicar todos los demonios que nos contienen, que nos construyen. Para ello, lo que hago es multiplicar esos demonios y después los pongo en escena.

29/11/18 19:54


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.