ALEJANDRO DE LA GARZA
CARLOS VELÁZQUEZ
¿DEVORARÁ EL MONSTRUO A TAIBO?
YO VS. LA TELEVISIÓN
NAIEF YEHYA
UN ASUNTO DE FAMILIA
El Cultural N Ú M . 1 8 4
S Á B A D O
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
J. D. SALINGER EN SU CENTENARIO ENCUENTRO CON HEMINGWAY + UNA CARTA CRAIG BROWN
ACECHOS AL CAZADOR GUILLERMO VEGA ZARAGOZA
2018: LA MUERTE INDIE WENCESLAO BRUCIAGA
PUNK, EMO, HIP HOP Y MÚSICA NEGRA JORGE FLORES, BLUMPI
Arte digital > A partir de una foto en cerber.info > Mónica Pérez y Gerardo Núñez > La Razón
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Los cien años del nacimiento de J. D. Salinger (1919-2010) se cumplieron el primer día de enero. Este domingo 27, además, es el noveno aniversario de su fallecimiento. Es el autor de una novela fundamental del siglo XX —El guardián entre el centeno—, así como de una obra cuentística que le ha ganado múltiples lectores en diversos idiomas y regiones del mundo.
Presentamos una etapa clave en su vida, como integrante del ejército estadunidense que desembarca en Normandía. De ahí se traslada a París, donde se encuentra con el “más famoso novelista” de Estados Unidos, Ernest Hemingway, quien se muestra en plena posesión de su figura pública y su temple íntimo, en el momento que se decide la Segunda Guerra Mundial.
SALINGER Y HEMINGWAY UN ENCUENTRO, UNA CARTA CRAIG BROWN
TRADUCCIÓN ROBERTO DIEGO ORTEGA
A
sus veinticuatro años, Jerry Salinger experimenta una guerra terrible. De los tres mil ochenta hombres del doceavo regimiento de infantería de Estados Unidos que desembarcaron con él en Normandía, el Día D, sólo un tercio permanece con vida. Su regimiento es el primero que entra a París, rodeado por multitudes felices. El trabajo de Salinger como oficial del Cuerpo de Contrainteligencia incluye ubicar e interrogar a colaboracionistas nazis. Mientras avanzan por París, él y un compañero oficial arrestan a uno de ellos, pero una muchedumbre se los arrebata y lo golpea hasta matarlo. Salinger ha oído que Hemingway está en la ciudad. Siendo él mismo un escritor de prestigio en ascenso por sus cuentos, toma la decisión de buscar al más famoso novelista estadunidense vivo. Se siente seguro de que lo encontrará en el Ritz y hacia allá conduce su jeep. Claro que ahí está Hemingway, instalado en el pequeño bar, alardeando ya de que él solo liberó a París en general y al Ritz, en particular. Hay un ligero rastro de verdad en este último reclamo. “Era lo único de lo que podía
hablar”, recuerda un compañero de la prensa. “Era más que ser el primer americano en París. Decía: ‘Yo seré el primer americano en el Ritz y yo lo voy a liberar’”. Lo cierto es que los alemanes ya habían abandonado el hotel cuando Hemingway llega, entonces el gerente sale a darle la bienvenida y le presume: “¡Salvamos el [vino] Cheval Blanc!”. “Está bien, ve por él”, le dice Hemingway, que luego comienza a beberlo. Hemingway procede a hacer del Ritz su casa. En lo sucesivo, no se le puede molestar para cubrir la liberación de París, aunque le presta su máquina de escribir a alguien que sí puede hacerlo. En lugar de eso, pasa la mayor parte de su tiempo en el bar, bebiendo champaña Perrier-Jouet.
EL DÍA DE LA LIBERACIÓN, con un brandy luego del almuerzo, una huésped dice que quiere ir a ver el desfile de la victoria. “¿Para qué?”, responde Hemingway. “Quédate tranquila, hija, y bebe este buen brandy. Siempre podrás ver un desfile, pero nunca volverás a almorzar en el Ritz luego de la liberación de París”. Mientras los días transcurren, él mantiene su base en el Ritz y se ufana de cuántos
alemanes ha matado, aunque nadie de quienes lo acompañan puede recordar un solo caso. A la llegada de Salinger, Hemingway lo saluda como a un viejo amigo, le dice que lo reconoce por su foto publicada en Esquire y que ha leído todos sus cuentos. ¿Acaso trae algo nuevo? Salinger saca un ejemplar reciente de The Saturday Evening Post que contiene un cuento suyo. Hemingway lo lee y felicita al autor. Los dos toman asiento y platican durante horas. Salinger (que en secreto prefiere la escritura de Fitzgerald) tiene la agradable sorpresa de distinguir al personaje público de Hemingway de la persona en privado; le parece “un muy buen tipo en realidad”. Unos días más tarde, Hemingway le cuenta a un amigo sobre su encuentro con “un chico de la Cuarta División llamado Jerry Salinger”. Hace notar el desdén del joven por la guerra y su urgencia por escribir. También está impresionado porque la familia de Salinger continúa enviándole por correo The New Yorker. No se volverán a encontrar, pero intercambian correspondencia. Hemingway es un mentor generoso. “Primero, tienes
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Todavía estoy atado a mentiras y afectos, y ver mi nombre en la cubierta de una portada polvosa aplazaría durante varios años más cualquier mejora verdadera. Edmund Wilson ha publicado una especie de libro de recortes de F. Scott Fitzgerald (una idea sucia), que ha llamado Crack Up [La quiebra]. Malcolm Cowley lo reseñó para The New Yorker, o reseñó al propio Fitzgerald, con la maldita superioridad con la que los críticos reseñan a los muertos. Es tan fácil escribir una “buena” reseña de Fitzgerald. Todas sus deficiencias sobresalen de manera tan obvia, y si algunas no lo hacen el propio Fitzgerald las señala. Parece insulso que los críticos se lamenten por el fracaso de Fitzgerald para “desarrollarse”. Su oficio o su belleza sólo eran aplicables a sus debilidades, ¿no crees? No pienso, como los críticos parecen hacerlo, que El último magnate haya sido su mejor su libro. Se alistaba para arruinarlo. Estaba listo para imprimirle un giro al estilo Gatsby. Que no lo haya concluido, me parece, da lo mismo. Lo mejor para ti. J.
J. D. Salinger (1919-2010).
un oído formidable y escribes con ternura y amorosamente sin humedecerte... qué feliz me hace leer los cuentos y vaya si eres el buenísimo escritor que yo creo que eres”, le anota.
EL AFECTO de su único encuentro es
captado en una carta que Salinger le escribe a Hemingway el año siguiente, desde el hospital militar donde es tratado por estrés de combate:1 Querido Papa, Te escribo desde el Hospital General de Nuremberg. Todo lo que tengo por decir es que se nota la ausencia de Catherine Barclay. 2 Espero poder salir mañana o al día siguiente. Nada estaba mal en mí, excepto que he padecido un estado casi permanente de abatimiento y pensé que sería bueno hablar con alguien sano. Me preguntaron sobre mi vida sexual (que no podía ser más normal, ¡afortunado!) y sobre mi infancia (normal. Mi madre me llevó a la escuela hasta que cumplí veinticuatro años, pero ya conoces las calles de Nueva York), y por último me preguntaron cuánto me gustaba el Ejército. Siempre me ha gustado el Ejército. [...] Quedan muy pocos arrestos por hacer en nuestra sección. Ahora atrapamos niños menores de diez años si se comportan de modo irrespetuoso. Hay que llenar esas formas de arresto para el Ejército, tenemos que engordar el Reporte. [...] ¿Cómo va tu novela? Espero que trabajes duro en ella. No vendas los derechos para hacer la película. Eres un hombre rico. Como presidente de tus muchos clubs de fans, sé que hablo por todos sus integrantes cuando te digo que No a Gary Cooper. Es cierto que trabajas en tu nueva novela, ¿verdad? Sé que los automóviles no son seguros en Cuba.
He solicitado al CIC (Cuerpo de Contrainteligencia) que me mande a Viena, pero sin resultado hasta el momento. Estuve ahí durante casi un año en 1937 y quiero poner de nuevo unos patines de hielo en los pies de alguna muchacha vienesa. No es demasiado pedirle al Ejército. He escrito otro par de mis cuentos incestuosos, varios poemas y parte de una obra de teatro. Si alguna vez salgo del Ejército, podría terminar la obra e invitar a Margaret O’Brien para actuarla conmigo. Con un casquete militar y un hoyuelo de Max Factor en mi ombligo, yo mismo podría representar a Holden Caulfield. En alguna ocasión brindé una actuación muy sentida como Raleigh en El final del viaje. Muy sentida. Daría mi brazo derecho por salir del Ejército, pero no con el boleto psiquiátrico de que este-hombreno-es-apto-para-la-carrera-militar. Tengo en mente una novela muy sutil y no quiero que en 1950 le digan al autor que es un tarado. Soy un tarado, pero la gente equivocada no debe enterarse. Me gustaría que me escribieras una línea si alguna vez te es posible. Separado del escenario, es mucho más fácil pensar con claridad. Me refiero a tu trabajo. Espero estar en Nueva York la próxima vez que vayas y si tienes tiempo puedo verte. Las pláticas que tuve contigo aquí fueron mis únicos minutos alentadores en todo este asunto. Sinceramente, Jerry Salinger P. D.: Si hay algo que yo pueda hacer aquí por ti, cualquier mensaje que le pueda llevar a alguien, lo haré con todo gusto. El proyecto de mi libro de cuentos ha colapsado. Lo cual en realidad es bueno, sin amarguras.
“EN “ GREENWICH VILLAGE, 1946, JERRY SALINGER HA RECUPERADO ALGO DE SU ANTIGUA BELIGERANCIA. JUEGA PÓQUER Y HABLA CON SUS AMIGOS, DESPECTIVO, SOBRE MUCHOS ESCRITORES RECONOCIDOS, ENTRE ELLOS HEMINGWAY .
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CRAIG BROWN (Inglaterra, 1957), crítico literario, periodista y guionista de vena satírica, es autor de The Little Book of Chaos (1998), The Lost Diaries (2010), One On One (2012) y Ma’am Darling: 99 Glimpses of Princess Margaret (2017), entre otros libros.
Por ese tiempo, Salinger padece una especie de colapso nervioso alimentado por los horrores que ha resistido. Su biógrafo Ian Hamilton sugiere que su amigable carta a Hemingway no debe tomarse al pie de la letra. Cree que es “casi maniáticamente alegre” y quizá tiene razón. Años más tarde, Salinger le dice a su hija: “En realidad nunca te quitas de la nariz el olor de la carne quemada, no importa cuánto vivas”. En Greenwich Village, 1946, Jerry Salinger ha recuperado algo de su antigua beligerancia. Juega póquer y habla con sus amigos, despectivo, sobre muchos escritores reconocidos, entre ellos Hemingway. “De hecho, tenía la convicción total de que en realidad no hubo buenos escritores en Estados Unidos desde Melville —es decir, hasta la aparición de J. D. Salinger”, recuerda uno de ellos. Hemingway, por su parte, es feliz al mencionar a Salinger como uno de sus tres autores contemporáneos favoritos; al morir, un ejemplar de El guardián entre el centeno es hallado en su biblioteca. No es el primer escritor con un discípulo que se vuelve contra él, ni tampoco el último.3 Notas
1 El texto original cita algunos fragmentos de esta carta. Salvo dos pasajes incidentales, aquí la reproducimos completa. (N. del T.) 2 Catherine Barclay, la enfermera inglesa de A Farewell to Arms (Adiós a las armas). 3 En thedailybeast.com, el profesor Nicolaus Mills reivindica el afecto que Salinger manifestó más tarde por su mentor: luego del suicidio de Hemingway, cuestionó a sus detractores y defendió al amigo y colega que le brindó toda su generosidad. (N. del T.).
Fuente: Craig Brown, Hello Goodbye Hello.
A Circle Of 101 Remarkable Meetings, Simon & Schuster, New York, 2012.
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Cuando una obra artística toca y trastoca las fibras hondas de toda una generación dentro de sus propias fronteras es probable que ese fenómeno se replique en otras latitudes. Ese fue el caso de la novela El cazador oculto o El guardián entre el centeno. Caló no sólo entre el público de Estados Unidos, sino también entre lectores mexicanos y escritores de la generación de la onda. Esa es una de las vetas que explora este ensayo sobre la personalidad y el trabajo de una de las plumas más notables de la literatura en lengua inglesa.
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Pero, “para ser un guardián entre el centeno, que es la ambición de Holden, tiene que ser una especie de santo secular, dispuesto y capaz de salvar a los niños de los desastres”, apuntó Harold Bloom en una de las decenas de libros existentes dedicados al análisis de la novela. 2 El dilema de Holden —su incapacidad de encontrar y aceptar a un auténtico guía en quien confiar— “nos duele a muchos de nosotros, es profundamente estadunidense.
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L A DOCTRINA CENTRAL del libro —que dentro de todos nosotros habita un guardián entre el centeno— implica un estricto código de vida. A su destartalada manera, The Catcher “es un libro para la era de la ansiedad y la conformidad”, resalta David Castronovo en un notable ensayo sobre el legado del personaje de Salinger.4 Todo el libro está plagado de prohibiciones y consejos prácticos para llevar una vida libre. Es una guía para quienes desean apartarse de la búsqueda de prosperidad y felicidad que plantea la vida norteamericana de la posguerra. Por ello, The Catcher in the Rye es pionera en la aparición del adolescente como personaje literario y prefigura la brecha generacional que se abrirá unos cuantos años después, con el surgimiento del rock and roll, y se ahondará aún más en la década siguiente, con la explosión de la contracultura hippie. En un principio la novela no fue bien recibida por la crítica, sobre todo por el lenguaje desparpajado e irreverente del personaje, pero con el tiempo fue justamente apreciada y se convirtió en un éxito entre los lectores. Incluso recibió el espaldarazo de alguien como William Faulkner, quien reconoció haberse sentido impresionado por el libro porque mostraba la presión social para dejar de ser uno mismo y formar parte del grupo, de sumergirse en la masa de ese nosotros: Creo que lo que vi en ese libro fue a un hombre joven, inteligente, un poco más sensible que la mayoría, que simplemente quería amar a la humanidad [...] Su tragedia es que cuando trató de unirse la humanidad, allí no había ninguna raza humana.5 anrarebooks
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Tan sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños se caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar a dónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.1
Holden habla por nuestro escepticismo y por nuestra necesidad. Ésta es una gran carga para tan frágil personaje literario”, sostiene Bloom.3
Fuente > baum
A
cien años de su nacimiento y a nueve de su muerte, resulta pertinente reflexionar de nuevo sobre la perennidad de la obra de J. D. Salinger, sobre todo de su novela The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno o, como se estableció en su primera traducción al español, El cazador oculto), de la que se dice que circulan por el mundo más de 140 millones de ejemplares. ¿Qué tiene esta obra que, más de medio siglo después de haber sido publicada, sigue afectando profundamente a miles de lectores jóvenes, al compartirles las desventuras de Holden Caulfield, el singular adolescente malhablado y de ácido humor hipercrítico, pero sobre todo idealista y de alma frágil? Los críticos coinciden en que el gran precursor de Holden Caulfield es el Huckleberry Finn de Mark Twain. Sin embargo, el de Salinger es un joven con el alma rota que anda en busca de un mentor, alguien en quien confiar, y todos lo decepcionan. Vaga por las calles de Manhattan tras las huellas de su padre, desconfía de todo y de todos por ser phonies (farsantes, hipócritas). En el célebre fragmento que le da título al libro, Holden le confiesa a su hermanita Phoebe:
.
, 1951 Primera edición
¿C UÁL FUE esa tragedia de la que habla
Faulkner? Gracias a la reciente publicación de biografías que han revelado partes oscuras de la vida del escritor —como la de David Shields con Shane Salerno y la de Kenneth Slawenski—, hemos podido conocer más detalles sobre él. Hijo de una familia judía acomodada, Jerome David Salinger (llamado familiarmente Sonny) nació en 1919 en Nueva York y creció como un niño malcriado, por lo que su padre lo inscribió en una academia militar para que enmendara el camino y se encargara del negocio familiar. Lo que Sonny encontró allí fue su verdadera vocación: escribir. Se puso como objetivo publicar en la que consideraba la mejor revista del mundo: The New Yorker. Sus editores se negaban a reconocer su talento, así que se conformó por un tiempo con publicar en revistillas menores. Entonces estalló la Segunda Guerra Mundial. Se alistó en el ejército en 1942 y partió a Europa. Recibió entrenamiento de contrainteligencia y peleó contra los nazis. En Alemania ayudó a liberar un campo de concentración y participó en el interrogatorio de los prisioneros de guerra. En 1944 entró en París, con las primeras tropas estadunidenses que liberaron la ciudad. Cuando su unidad desembarcó en Normandía, llevaba una máquina de escribir entre sus pertenencias. Poco después del fin de las hostilidades, Salinger sufrió un colapso nervioso debido al estrés postraumático y fue relevado de su cargo en 1945. Su experiencia en la guerra lo marcó profundamente y le hizo cambiar su opinión sobre la humanidad. A propósito de sus días en el ejército, Salinger le confesó a su hija Maggie: “Nunca consigues deshacerte de ese olor a piel carbonizada”.6 A todo ello hay que sumar la desilusión que le provocó su novia Oona O’Neill, la joven hija del Premio Nobel Eugene O’Neill. Al partir Jerry a la guerra, ella le prometió esperarlo, pero en el frente se enteró por el periódico que se había casado nada menos que con Charles Chaplin (ella apenas había cumplido 18 y él tenía 54). El francés Frédéric Beigbeder novelizó todo el drama en Oona y Salinger.
JEROME DAVID REGRESÓ y se dedicó totalmente a la escritura. Logró que The New Yorker le publicara un cuento en 1948 —el extraordinario “Un día perfecto para el pez plátano”— y así cimentó una bien ganada
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reputación de excelente narrador, que se corroboró en 1951 con la publicación de The Catcher in the Rye, que llevaba años puliendo y reescribiendo. Al principio aceptó el juego del mundo editorial, pero pronto se hartó de él y decidió apartarse de todo y todos. Descubrió el budismo y se mudó a una finca apartada en Cornish, New Hampshire, en la que viviría el resto de su vida. Se casó y tuvo dos hijos. Además de la novela, publicó apenas 36 textos; el último de ellos apareció en 1965. Los que tomaron forma de libro estuvieron dedicados a contar la vida de los miembros de la familia Glass, integrada por Seymour, Franny y Zooey, niños de inteligencia superior con una vida trágica. El 19 de junio de 1965 apareció su último cuento: “Hapworth 16, 1924”, una larga carta del joven Seymour Glass, precisamente el mismo personaje de “Un día perfecto para el pez plátano”. Se interpretó como el cierre de un ciclo y así fue. A partir de entonces guardó silencio. Su mutismo de 45 años lo llevó a ser piedra angular de la Literatura del No, aquella cofradía de los Bartlebys inventada por Enrique Vila-Matas, en la que incluyó a hombres que se negaron a seguir escribiendo, paralizados ante “las dimensiones absolutas que conlleva toda creación”, como Arthur Rimbaud, Franz Kafka, Juan Rulfo y otros. Además de formar parte del contingente de autosilenciados, llama la atención más de un paralelismo entre Salinger y Rulfo. Ambos publicaron un volumen de cuentos magistrales (Nueve cuentos y El Llano en llamas, ambos en 1953) y los dos experimentaron estragos de guerra que los marcarían para siempre (uno, siendo niño, la Cristiada; otro, ya como adulto, la segunda gran conflagración mundial). Sus únicas novelas aparecieron en la misma década (El guardián... en 1951, Pedro Páramo en 1955) y son consideradas fundamentales en la historia de sus propias literaturas. Aquí encontramos lo más interesante: aunque una se desenvuelve en el ámbito fantástico (mejor: fantasmagórico) y la otra en el eminentemente realista, ambas novelas relatan la búsqueda del padre y un descenso a los infiernos. Otra vez Bloom: Manhattan no le ofrece a Holden nada positivo; como muchos lectores han notado, la ciudad es su descenso a los infiernos. Incluso, tiene más que ver con Holden que con Manhattan. Como Huck Finn, Holden es un muchacho de infinita buena voluntad, pero es menos saludable que Huck, que no es un masoquista. Holden lo es, y aquí hay un elemento de ansia de muerte en sus aventuras en Manhattan. La ambivalencia, la presencia simultánea de sentimientos positivos y negativos en grados casi iguales dominan a Holden a lo largo del libro, en busca de su padre y de todo el mundo adulto, pero también en busca de sí mismo.7
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inspiración (o iluminación) en la novela de Salinger.
ALGO QUE PARECE haber pasado de
largo es la resonancia de Salinger en la literatura mexicana. Por ejemplo, no se puede explicar la irrupción de la llamada generación de la onda sin El guardián entre el centeno. José Agustín ha reconocido la influencia decisiva de ésta en su propia escritura al principio de su carrera, en novelas como La tumba, De perfil y Se está haciendo tarde ( final en laguna), así como en Gustavo Sainz, sobre todo en Gazapo, y en la de Parménides García Saldaña. José Agustín resume así el significado de la novela de Salinger:
Salinger y Oona O’Neill.
“JOSÉ “ AGUSTÍN HA RECONOCIDO LA INFLUENCIA DE EL GUARDIAN ENTRE EL CENTENO EN SU PROPIA ESCRITURA, EN NOVELAS COMO LA TUMBA Y DE PERFIL . Aunque Holden tiene diecisiete años, parece no haber madurado más allá de los trece, edad a la que muere su hermano Allie. La propia alma de Salinger parece haberse congelado ahí. Renunció a lidiar con el podrido mundo adulto y se dedicó a crear su propia familia imaginaria de niños inteligentísimos, los Glass, aunque a sus propios hijos no les prestó atención. Quizá por el trauma vivido con Oona, se dedicó a cartearse y establecer relaciones más allá de lo platónico con jóvenes mujeres de aspecto virginal (el caso más conocido es el de Joyce Maynard, quien lo ventiló en un polémico libro de memorias, pero no fue la única), y sobre todo se negó a dar entrevistas y a ser fotografiado, con una obsesión digna de mejores causas.
L A RESONANCIA
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA (Ciudad de México, 1967) es poeta, narrador y ensayista, autor de Poemas para ablandar a las rocas (2016) y Antología de lo indecible (2004), entre otros. Fue jefe de redacción de la Revista de la Universidad de México.
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de su obra y del mito del propio Salinger permeó tanto en la literatura como en la cultura popular. Novelas de autores como Bret Easton Ellis, Jay McInerney, Sylvia Plath, Jim Carroll, Evan Hunter y otros fueron escritas en la misma tradición de The Catcher... Aunque luego de una desafortunada experiencia con uno de sus cuentos, que lo llevaría a prohibir cualquier adaptación al cine de sus obras, después de su muerte han aparecido cintas donde el escritor es protagonista o, al menos, aparece como personaje, como Salinger (Shane Salerno, 2013), Coming Through the Rye (James Steven Sadwith, 2015) y Rebel in the Rye (Danny Strong, 2017). Por otro lado, es sabido en el imaginario popular que The Catcher... ha estado ligada a casos criminales como el asesinato de John Lennon o el atentado contra el presidente Ronald Reagan, cuyos perpetradores alegan haber recibido
Fuera del “sentido y de las metas de la vida” tradicionales, desgastadas ya a mediados del siglo XX, un joven sensible, que percibe la insensatez del sistema y carece de espacios para expresarse y moverse, puede ver que la sociedad es una cárcel o un laberinto asfixiante. Holden no es rebelde por naturaleza, por el contrario, su sencillez lo hace no pedir demasiado; podría adaptarse fácilmente. Pero no es así, y desde el principio no encaja, siempre está profundamente insatisfecho. Por eso The Catcher... está tan ligado a la contracultura y se volvió un clásico de la generación de los sesenta.8
SALINGER FUE un escritor de oficio, talento, sensibilidad y maestría que, al igual que otros grandes previos a él, escribió con la esperanza de influir en la vida espiritual de sus lectores. Tocó un punto neurálgico de la sociedad estadunidense: el horror ante la irrecuperabilidad de la juventud. Como ha apuntado con certeza el argentino Rodrigo Fresán, Salinger es y seguirá siendo, de algún modo, la juventud, nuestra juventud: “Es un escritor que nos recuerda demasiadas cosas de nosotros mismos; su relectura en ocasiones nos perturba no por quién es él sino por quiénes fuimos nosotros”.9 Notas 1 J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, capítulo 22, Alianza, México, 2011. 2 Harold Bloom, “Introduction” en Bloom’s Modern Critical Interpretations. J. D. Salinger’s The Catcher in the Rye, Infobase Publishing, 2009. Traducción mía. 3 Op. cit. 4 David Castronovo, “Holden Caulfield’s Legacy”, op. cit. 5 Faulkner in Virginia, “Undergraduate Writing Class, Tape 1”, 24 de abril de 1958, en http://faulkner.lib.virginia.edu/display/ wfaudio23_1. Traducción mía. 6 Margaret A. Salinger, El guardián de los sueños, Debate, Madrid, 2002. 7 Harold Bloom, Bloom’s Guides. J.D. Salinger’s The Catcher in the Rye, Infobase Publishing, New York, 2007. 8 José Agustín, “J. D. Salinger o el suicidio en abonos”, en Vuelo sobre las profundidades, Lumen, Buenos Aires, 2008. 9 Rodrigo Fresán, “Para Jerry, con amor y sordidez”, Letras Libres España, número 102, marzo 2010.
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El término música indie, que hoy algunos relacionan con la hipsterización y la consiguiente trivialización en forma y fondo, tiene varias lecturas posibles. Una de ellas es la que propone el siguiente texto: la de cómo diversos grupos se insertaron en los años setenta en la escena musical del pop punk a partir de explorar un discurso, digamos, alternativo: el del sentimentalismo impune y el coqueteo homoerótico, con el cual de inmediato se identificó parte de la comunidad gay de nuestro país.
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egún los garabatos facsimilares sobre una hoja blanca de mi libreta con calcomanías de casetes y penes erectos que dicen Suck dick, save the world, este texto condenado a la perfidia debía empezar casi honrando el Joy As An Act Of Resistance de los bristolianos Idles: para mí, el mejor y más terrorista álbum del 2018, con esos riffs de pavimento en bruto solapando la voz bracera de Joe Talbot, fermentada en cerveza barata, que llegó para soltar cabezazos y patadas en los huevos al tendencioso círculo de las reseñas. Todo iba saliendo de acuerdo al plan...
Fuente > co-sign.com
WENCESLAO BRUCIAGA
NO SÓLO LA LEYENDA SE FUE A LA TUMBA Hasta que las notificaciones empezaron a brotar en redes sociales. Pete Shelley, vocalista de los Buzzcocks, había muerto con 63 años. Dejé de teclear bajando el monitor, incrédulo: apenas seis meses atrás tuve a Shelley a una docena de cabezas de distancia, que rebotaban como canicas en la marea del irascible slam que se armó con el resto de los Buzzcocks en su presentación estelar, como parte del Festival Marvin 2018. Con todo y la peda que me cargaba, recuerdo al Pete entero, saludablemente panzón, dando la nota del grito punk sin ahogarse, a diferencia de su paisano punketo John Lydon, quien necesitó un tanque de oxígeno para alcanzar los agudos indispensables en su Public Image Ltd cuando tocaron en el Pepsi Center de la Ciudad de México, el pasado noviembre. Shelley era tan sólo un año mayor que el exvocalista de los Sex Pistols.
UN INFARTO zanjó la voz que fun-
daría la velocidad a mil por hora del punk machín y sensiblero, con el cual los Idles están endeudados. Se dice que los Buzzcocks son los padres del pop punk, acaso por la osadía de Pete Shelley de hundir las manos sin contriciones en la aciaga cursilería propia de los romances, atrevimiento que
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sería definitivo para que el punk perdiera el miedo a los sentimientos, muy determinantes en la lírica de los Idles, por ejemplo. No sospechaba ponerme tan triste, pero como buen joto estoy muy pendejo al momento de digerir el sentimentalismo. Puse el Love Bites de los Buzzcocks del 77, a modo de novenario para el difunto, recordando cómo esas canciones me consolaban en los primeros y torpes enculamientos, como no puede ser de otra manera a los veinte años. Lo más patético es que he cambiado poco desde entonces. Quizás la única diferencia, madura por así decirlo, es que ahora no les parto su madre a los ex. Shelley y los Buzzcocks también fueron los primeros en hacer guiños al slang homoerótico, desde el nombre, las vergas zumbantes, la velocidad de las guitarras que si bien excitadas, eran desarrolladas con la elasticidad del Bubblegum pop, hasta las letras chillonas de pasión en
testosterona sobrecargada de emociones, mucho antes de que la pretensión activista exigiera cuotas de arcoíris en la cultura pop, el entretenimiento, el arte y la música. Es decir, mucho antes de que aspectos como la tolerancia o la inclusión, la agenda rosa, fueran estrategia de marketing, aunque los ingenuos se compren la farsa de la visibilidad en tiempos liberales, la sensibilidad de los Buzzcocks dictaría las reglas de grupos de pasión gay, ocultas por vendavales de ruido como los seminales Hüsker Dü o el subsecuente queer punk: “Nosotros ayudamos a descubrir que el punk era lo suficientemente abierto para hablar del amor y las relaciones personales sin tapujos. No todo tenía que ser anarquía y ‘Dios salve a La Reina’. El punk era más que eso”, dice Pete Shelley en Teen Spirit: De viaje por el pop independiente. Como muchas bandas de la época, alejadas de las masas o los estadios, los Buzzcocks sentaron las bases del mentado indie de los últimos años, que yo destaco por sus montones de melcocha clasemediera y pueril, con la diferencia del tempo: a los indies filtrados por el Instagram les fascina la lentitud inofensiva.
EL AÑO CERO DE LA CHILLADERA No pretendo caer en purismos resentidos sobre qué debe ser lo indie en espectros del bien y el mal, pues no hay nada más pedante que exigirle cualquier tipo de castidad al rock. Sólo que empezó a llamarme la atención cómo el llamado indie, sobre todo el surgido al mismo tiempo que MySpace, hacía la finta de adelantar el futuro, ese que antepone el género inflando el pecho por encima de la música y las letras; dejó de ser realista para diseminar la sensación, o idea, de que la independencia conectaba con la melancolía enfundada en ropitas de American Apparel (marca hoy ya extinta), ya sea real o forzada, y era más importante que chocar con la realidad.
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Fuente > nme.com
EL SONIDO tanto de los Belle como Death Cab pareció fácil de imitar: bandas como los Decemberists, los Antlers y Broken Bells brotaron por mogotes, hablando de desamores tan profundos como el capítulo más pretencioso e inmamable de la serie Girls. En México hubo casos descarados, no por ello malos: recuerdo a los Chikita Violenta que hacían un buen plagio del sonido indie asimilado por la mayoría y la industria, aunque después de su disco The Stars And Suns Sessions no se supo gran cosa de ellos, igual que los antes mencionados.
The Buzzcocks.
Esto me regresa a la inspiración original de los apuntes anteriores a la muerte de Pete Shelley, quien se llevó algo más que la leyenda a la tumba: proponer la muerte del indie como ese aguijón de pop chilletas que rehúye la realidad, con toda su injusta complejidad, inevitable a pesar de la conciencia social de bandas como Beirut y Beach House, que en entrevistas hablan de feminismo o influencias étnicas pero sus letras, encantadoras, son al mismo tiempo cobardes si se trata de romper su propia zona de confort.
DICE MICHAEL AZERRAD en su libro,
Nuestro grupo podría ser tu vida, que “el rock de masas consistía en vivir a lo grande; el indie, en vivir de forma realista y estar orgulloso de ello”, y me parece que tal fundamento empezó a desvanecerse por ahí del 2005, cuando el indie empezó a fusilarse la materia prima de bandas como Death Cab for Cutie, Belle and Sebastian, Ladytron o Cut Copy. Con él organizaron un especie de secta con valores heredados de la utopía hippie, donde los únicos gritos de independencia venían del folk o el synth pop de nostalgia ochentera y la estética parecía levantarse como árbol de la salvación. No soy hipócrita, eso lo dejo a las creyentes de The XX o Björk: soy bien pinche fan de Death Cab... y Belle and Sebastian es como mi cardioestimulador: estos últimos me llegaron en intravenosa justo por las engañosas capas de sus composiciones, cuyos paisajes campiranos y dulzones sostenían historias de empleados de cafés enamoradizos, mal pagados y pervertidos según su adolescencia tardía (será que por los días en que me hice de sus primeros discos de portadas monocromáticas me ganaba la vida de mesero). Además, esta banda escocesa
se formó al interior de un programa para desempleados, como de película de Ken Loach, donde la música se ofrecía como capacitación laboral: Después de unos siete años en el desempleo le dijeron, de forma bastante poco ambigua, que tenía que asistir a un curso de formación laboral y dejar de ir a la oficina de una vez por todas, o se acabaría el subsidio... Por suerte para Stuart David (bajista fundador de Belle and Sebastian), uno de los cursos de la lista, incrustado de forma atractiva entre las ofertas relacionadas con maquinaria y hostelería, consistía en algo llamado Beatbox, un curso ideado para ofrecer a músicos en ciernes la oportunidad de familiarizarse con diversos aspectos del negocio musical —escribe Paul Whitelaw en Una historia de rock moderna, biografía de la banda. Fue en ese curso para desempleados con ínfulas de músicos fallidos que David conoció a Stuart Murdoch y prendió la chispa de lo que hoy conocemos como Belle and Sebastian. Whitelaw agrega: “Los miembros de Belle and Sebastian tienen poco en común con la imagen exageradamente sensible que los ha perseguido desde el primer día”. Ese fenómeno ocurrió de modo inverso a los proyectos inspirados en el sonido de los Belle, como la desesperación por demostrar que su sensibilidad, o los outfits, eran más importantes que la música misma. Algo similar pasaba con los Death Cab for Cutie, oriundos de Bellingham, estado de Washington, con un sonido de pop electrónico pegajoso, cuya inteligencia lírica apegada a la monótona sobrevivencia de la clase media-obrera siempre me recordó a las proletarias de Nirvana o Alice in Chains.
“EN “ REALIDAD, ES HONESTO QUE ESTE TIPO DE BANDAS NO HABLEN DE HAMBRE O DESEMPLEO PORQUE PARA ELLOS SERÍA UN EJERCICIO DE CIENCIA FICCIÓN. NO SE HABLA DE PROBLEMAS ECONÓMICOS O SOCIALES PORQUE LA MAYORÍA DE LOS GRUPOS SURGEN DEL COLLEGE ROCK .
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EN OTRO EXTREMO, proyectos como Ladytron de Inglaterra o los australianos Cut Copy deslactosaban las nociones del cyberpunk o synth pop bailable, inspirando nombres como New Young Pony Club o los Hot Chip que en su momento gozaron de una avalancha de fama, tiranos de las playlists llamadas “Fiestas Hipster”, hoy difuminados entre efemérides empolvadas y memoria incierta. No se sabe si se les recuerda por su calidad o lo que la fantasía ideológica hace pensar que significaron para el axioma indie. No quiero dejar pasar el hecho de que muchos homosexuales, en su mayoría reacios a lo que sale de la coreografía pop fácil de emular, abrazaron este indie que garantizaba depresiones libres de raspones y ensayos de suicidios, por aquello de que nos deja el chacal y ya queremos atragantarnos de pastillas. Mientras tanto, Death Cab for Cutie y Belle and Sebastian se engolosinaban en su propia mediocridad al tomarse muy en serio su papel de ídolos indies, perjurando su realidad para regodearse en días de olores vintage, sin presiones económicas y con mucho tiempo libre para estilizar los dramas. Es decir: lanzaron discos malos, aburridos y complacientes. INDIE DEL SIGLO XXI: PROZAC SIN RECETA Víctor Lenore, autor del mordaz libro Indies, hipsters y gafapastas, afirma: En realidad, es honesto que este tipo de bandas no hablen de hambre o desempleo porque para ellos sería un ejercicio de ciencia ficción. No se habla de problemas económicos o sociales porque la mayoría de los grupos surgen del college rock, escena universitaria de clase media y alta. También puede ser peor cuando encuentras a grupos que vienen de barrios populares, pero copian esa mentalidad. Recordemos que los precios de la educación en Estados Unidos son mucho más elevados que los de México o España. Sin embargo, Sonic Youth sí establecía conexiones con la jodida realidad como en el sencillo “Teenage Riot”, y a pesar de que J. Mascis, vocalista de Dinosaur Jr., es un mimado niño bien e hijo único de dentistas pudientes,
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SI LA REALIDAD ES CRUDA Y DURA HABRÁ PUNK
Fuente > subpop.com
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Hot Snakes.
no evadía la realidad a pesar de sus constantes azotes. Recuerdo una ocasión en la que entrevisté a una de las integrantes de Au Revoir Simone, el trío de supuesto dream pop surgido de las entrañas de Williamsburg, Brooklyn, considerada capital de la decoración hipster. A propósito, le pregunté si sentía alguna responsabilidad por fomentar la cultura de los chai lattes de siete dólares o los bares de cereales orgánicos que te venden un vil plato de Zucaritas a diez dólares. Creo que no entendió del todo la ironía, pues respondió alegre, contenta de ser pionera en una nueva era cultural: —Algunos de mis amigos se burlan de mí porque me han dicho que soy la única persona que se identifica con lo hipster y no se ofende... la razón es que realmente creo en la contracultura y en ser muy raros y ser diferentes y ahora, aunque existe Urban Outfiters y todas estas cosas que intentan acoplarse a ese estilo de vida, creo que todavía hay lugar para la individualidad y ser fiel a uno mismo. Después empezamos a hablar de cómo la contracultura, según el filtro de Au Revoir Simone, fomenta nociones como el feminismo, la igualdad y tolerancia. Y ahora que recuerdo aquella charla no dejo de pensar cómo aquella burbuja liberal del indie, individual y fiel a sí misma, chillona y fiestera sin pleitos, fue el caldo de cultivo para el yunque de corrección política que hoy aplasta o santifica los diálogos públicos. No es lo mismo proclamar igualdad desde un escritorio de CoWork en la Colonia Roma de la Ciudad de México que en el paradero de microbuses a las orillas del Ajusco. Hubo un momento en que los Black Kids chiflaron las conciencias de muchos indies por su sencillo I’m Not Gonna Teach Your Boyfriend How to Dance With You, alabando el festín étnico de sus integrantes y el hecho de romper estereotipos con sus tecladistas llenitas, según la permivisidad coloquial de esos tiempos. Pero luego de ese éxito no se volvió a saber nada de los Black Kids. En cuanto a Au Revoir Simone, estuvieron a punto de caer en el olvido hasta que David Lynch las resucitó como parte de los cameos musicales que cerraban los capítulos de la tercera temporada de Twin Peaks.
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NO TENGO PROBLEMAS con el dinero. Pertenezco a una generación que se sentía cómoda con los rockstars millonarios, aunque leales a cierta imperfección chocante y suicida, susceptibles de ser asesinados por sus propios fans o ser catalogados como mala influencia, coherentes con la lógica autodestructiva. Kurt Cobain, Layne Staley —vocalista de Alice in Chains—, Shannon Hoon —líder de Blind Melon—, el folk doloroso y el misterioso suicidio gore de Elliott Smith, lejos de los neofolkis de nostalgia cuasi victoriana: los indies de mi generación (alternativos en ese entonces) superpusieron las consecuencias de la realidad por encima de cualquier espejismo idolatrado. Por su parte, el indie que traigo a cuento en este texto (debatir sobre la metafísica de la independencia, los grupos prefabricados en serie o los círculos temporales de los one hit wonders requiere de más espacio y la paciencia del Dalai Lama, que me caga), rayó en absurdos como convertirse en material didáctico de educación cívica con todas sus peroratas de veganismo, consumo orgánico, tolerancia de aparador y un soberbio rechazo a todo tipo de violencia cuando en la realidad eso es imposible, sobre todo cuando tu fuente de empleo no está dentro del ámbito creativo. Me la paso bien cuando escucho a Phoenix, me pone de buenas, pero admito que es la banda favorita de los diseñadores gráficos. Ya lo decía John Lydon: “La ira es energía”. Cierto que Kurt Cobain fue un defensor de las causas lgbt+, pero al menos en su expediente había arrestos por grafitear en las calles frases como Dios es gay. Los indies de la camada de Portugal The Man no se meten en problemas ni se roban nada. Supongo que es una buena señal: los hombres de bien son urgentes en esta sociedad.
“EL “ PUNK DE LA VIEJA E INCORRECTA ESCUELA HA EMPEZADO A BULLEAR AL INDIE, QUE EN SU AFÁN DE ALFOMBRAR LA REALIDAD DE PELUCHE Y TOLERANCIA HA CAÍDO EN FASE TERMINAL .
Y es que no es lo mismo deprimirte con tres dólares en la cartera que secarte las lágrimas en un café de maderas relucientes frente a un humeante chai latte orgánico. Lo primero frustra, encabrona y da por resultado canciones como las de Idles, Hot Snakes o Pissed Jeans, que llevan ya algún tiempo pateando tobillos indies con sus impertinencias obreras. Desde hace un par de años a la fecha, el punk de la vieja e incorrecta escuela ha empezado a bullear al indie, que en su afán de alfombrar la realidad de peluche y tolerancia ha caído en la fase terminal de la repetición intrascendente. Y el disco de los Idles y su impacto es un ejemplo de vandálica esperanza. O eso quiero pensar. Aunque Joe Talbot esté duro y chingue con que el sonido de los Idles nada tiene que ver con el punk, incapaz de negar la pedante cruz de su parroquia milenial, devoto de las categorías identitarias, se le va la vida declarando que lo de Idles es motorik aunque los periodistas no se lo pregunten ni por bostezos. Lo cierto, para desgracia de Talbot, es que los Idles suenan a punk, hardcore y post punk, y de ahí su relevancia sobre otras producciones del 2018, que estriba en lo salvaje de sus canciones, heredada de la anarquía de los Buzzcocks y del punk en general, que partía de cierto sentido de independencia. En la raíz etimológica del indie, con todo y la temática anclada en su realidad generacional, muy queda-bien con las minorías, la erradicación de hábitos normalizados o el cuestionamiento de masculinidad hegemónica —cosas que ya gritoneaban las primeras bandas del queer punk como Pansy Division, pero bueno, hay cierta necesidad milenial de sentirse descubridores de algo, lo que sea—, la genialidad de los Idles estriba en la rabiosa contradicción de sus convicciones. Un track como “Samaritans” es una declaración de guerra contra los preceptos machistas que establecen que los hombres no deben llorar, pero a un ritmo que si fueran madrazos ya estaríamos llorando, tumbados en la banqueta retorciéndonos del dolor. Lo contrario de Iron & Wine o Chet Faker que reflexionan sobre lo mismo, pero gimoteando. No son los únicos. Aunque menos panfletarios, los Hot Snakes de San Diego, California, lanzaron en 2018 Jericho Sirens, un disco de hardcore, angustioso y surfero, que evoca notas de los Descendents o NOFX lo mismo que Black Flag o Agnostic Front. Pero el coraje no es el único jab. Algo que comparten tanto los Idles como Hot Snakes son sus letras grafiteadas de realidad, desamor y desempleo, donde la clase media es más dura que aburrida y melancólica, cuando no paupérrima. O como los mismos Buzzcocks cantaban en el primer surco de Love Bites: “Todos ganaremos si jugamos el mismo juego, en el mundo real”. Algo que el indie pop no hace, al menos en el mundo real.
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La trascendencia de la música como vehículo de cohesión, de resistencia, de abanderamiento de causas no puede exagerarse. En un reciente libro de ensayos, el escritor Hanif Abdurraqib plantea una conexión entre canciones como “Alright”, de Kendrick Lamar, y búsquedas de la historia afroamericana reciente, entre ellas la que llevó a articular el movimiento Black Lives Matter en respuesta a un contexto de violencia. En esta entrevista analiza éste y otros acentos de la música contemporánea en Estados Unidos.
Entrevista a Hanif Abdurraqib
“NI UN SOLO DÍA HA SONADO IGUAL” JORGE FLORES, BLUMPI
L
a extraña y fascinante portada del libro de un escritor llamado Hanif Abdurraqib, al que no conocía, comenzó a obsesionarme hace algunos meses debido a dos elementos básicos: el zorro plateado con una chaqueta deportiva roja y una cadena de oro en el cuello que mira fijamente al lector en un desplante de actitud y coolness (con un fondo azul que contrasta correctamente) y, más que nada, la cita que presume en la parte superior de la portada. Se trata de las palabras de, ni más ni menos, Greil Marcus, quien asegura que “Ni un solo día ha sonado igual desde que lo leí”. Había que ver. They Can’t Kill Us Until They Kill Us (No nos pueden matar hasta que nos matan), libro de Abdurraqib publicado por la editorial independiente Two Dollar Radio, es una recopilación de ensayos del autor aparecidos en medios como MTV News, Pitchfork y The New York Times. Ensayos que van de un lado del espectro musical —como la cantante pop canadiense Carly Rae Jepsen— al otro —como el afropunk, pasando por la música emo. Sí, justamente ese subgénero del punk que dominó la escena en los dosmiles y que nos hizo sentir a muchos que, ahora sí, el rock estaba bien muerto y enterrado. Y sobre todo, que apestaba. Había que ver, porque si el respaldo viene de una mente lúcida como la de Greil Marcus es porque, seguramente, algo dejamos pasar por alto en su momento. En Rastros de carmín, Greil Marcus —quien encontró las interconexiones entre el dadaísmo y las chaquetas roídas de los punks setenteros— nos explica el punk como “un cargamento de viejas ideas que al convertirse de un modo sensacional en nuevas percepciones, casi instantáneamente devenían nuevos clichés, pero lanzadas con tanta energía que día a día la totalidad ampliaba sus ecuaciones”. Y eso mismo parece decirnos Abdurraqib cuando expresa lo siguiente: “Toda
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emoción, cuando se actúa de manera genuina y frente a un público, puede ser una moneda de cambio”.
ABDURRAQIB NACIÓ en 1983, lo cual lo coloca en ese limbo generacional al que le han dado el nombre de Xgennials, es decir, aquellas personas nacidas entre 1977 y 1985 y que tienen un pie en la Generación X y la Milenial. Pero más allá de esas odiosas etiquetas mercadológicas, esto significa que a sus veintitantos años le tocó desgarrarse las entrañas con bandas como My Chemical Romance, Fall Out Boy o Dashboard Confessional. Todo un emo kid que creció en los suburbios de Ohio: —Muchos de nosotros, especialmente los que éramos adolescentes —se refiere a los chicos que vivían en esos suburbios y que asistían a conciertos de punk o emo o que iban a canchas de basquetbol o futbol soccer a jugar— nos esforzamos por ser algo que no somos. Escapar es vital, en algunos casos como una herramienta de sobrevivencia. ¿Qué tiene que ofrecerte la música para que la disfrutes y la hagas parte de tu vida? Para mí articula aquello que en ocasiones no puedo articular a través de otro lenguaje. Ayuda a refinar el enfoque en cualquier emoción que tenga en mi interior y que requiera más precisión. Siempre he usado la música como una herramienta para explicarme lo que me digo a mí mismo y que va más allá de toda explicación.
En tu opinión, ¿cuál es el mensaje que se debe enviar a través de las artes cuando los tiempos se tornan violentos, obtusos, absurdos? No sé si me gustaría atribuirle al arte la obligación de tener un mensaje para darle una vuelta a los tiempos, pero lo que sí creo es que las artes pueden funcionar en tándem con estos, ya sea a manera de protesta, en pequeños recordatorios de alegría o como un alivio temporal del mundo. Un poco como “Alright” de Kendrick Lamar, que fue un canto de sirenas para los jóvenes activistas de Estados Unidos. La música y las artes deberían responder a los tiempos, de la mano de la gente que más las necesite.
ABDURRAQIB SE REFIERE al tiempo en que el movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan) adoptó el coro de Lamar. Recordemos: Black Lives Matter nació tras el asesinato en 2014, a manos de un oficial de policía, de Tamir Rice, un niño de raza negra de doce años. Aparentemente, Rice apuntaba con un arma a la gente que
“EN “ RASTROS DE CARMÍN, GREIL MARCUS NOS EXPLICA EL PUNK COMO UN CARGAMENTO DE VIEJAS IDEAS QUE AL CONVERTIRSE DE UN MODO SENSACIONAL EN NUEVAS PERCEPCIONES, CASI INSTANTÁNEAMENTE DEVENÍAN NUEVOS CLICHÉS .
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se encontraba en el Cudell Recreation Center, un gimnasio de Cleveland, Ohio. El arma resultó ser de juguete, pero uno de los oficiales a cargo le disparó al niño en un par de ocasiones, provocando su muerte al día siguiente. En 2016, se llevó a cabo en la Universidad de Columbia, en Ohio, la primera conferencia oficial de Black Lives Matter, llamada Movement for Black Lives (Movimiento por las vidas de los negros). Al término, un policía arrestó a un niño de catorce años bajo el argumento de que llevaba consigo un contenedor abierto de alcohol y que con él abordó un autobús. Lo que siguió es brutalmente conmovedor: las protestas dieron inicio y ya traían canción oficial, “Alright” de Lamar. “We gon’ be alright” (Vamos a estar bien), reza el coro cantado por Pharrell Williams. Continúa la charla: Tengo la impresión de que hemos atestiguado el ascenso de la cultura del hip hop, el rap y la música negra como una explosión que muchos deseábamos que sucediera. Pero una vez que los artistas negros se volvieron ricos, poderosos y presumidos, perdieron gran parte de lo que los hacía interesantes. ¿Es eso lo que sucede con las revoluciones? Bueno, yo aún creo que hay un montón de artistas negros interesantes, en todos los medios. Para mí, la revolución también es la oportunidad de tener a muchos artistas que comparten tu identidad particular hablándole a cada ámbito posible de tu existencia. Todavía no llegamos a ese punto, pero ciertamente nos encontramos más cerca de lo que estábamos hace una década, y yo pienso que vale la pena hacer esa búsqueda. ¿La llegada de Donald Trump al poder es una oportunidad de crear un arte más interesante y político, o se trata de una idea romántica? No creo que Trump sea una señal más interesante para el arte, pues vale la pena mencionar que muchos artistas marginados ya vivían bajo temor y ansiedad incluso antes de que Trump llegara a la presidencia. Es cierto que, para muchos, esos temores y ansiedades han aumentado, pero no creo que eso signifique que recaiga en ellos la carga de hacer un trabajo más interesante o que responda más a ello. Los artistas marginales le han estado diciendo por años al público que esto ya se veía venir. No sé si hay muchas otras maneras de expresarlo aparte de como ya lo han hecho.
EL LIBRO INCLUYE un capítulo en el
que el autor revisa el paso de Barack Obama por la Casa Blanca, cuando le abrió las puertas a figuras de la música negra como Busta Rhymes, Chance The Rapper, Alicia Keys, Janelle Monáe, Pusha T y Common, entre otros. “La historia del pueblo negro en la Casa Blanca se ha ponderado principalmente en posiciones de servidumbre o espectáculo”, nos recuerda Hanif, a diferencia de ese
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Fuente > azpbs.org
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El Cultural
Hanif Abdurraqib.
“NO “ CONOZCO A ESTOS AUTORES QUE MENCIONA HANIF ABDURRAQIB. PERO LO QUE SÍ PROVOCARON EN MÍ SUS TEXTOS FUE ABRIRME A ESCUCHAR A ESAS BANDAS QUE DESPRECIÉ PROFUNDAMENTE DURANTE LA DÉCADA PASADA . momento inédito en el que había raperos con tenis Nike o Adidas retratándose con el presidente. —Lo que más me pega —afirma— es que tal vez nunca vuelva a ser así. Cuando me preguntan qué es lo que más voy a extrañar de Barack Obama, sobre todo al enfrentarnos a los años por venir, estoy seguro de que pensaré en algo más grande que el hecho de que dejara entrar a raperos a la Casa Blanca... Pero recordaré que la puerta se mantuvo abierta para el rap y su estética. En tu libro preguntas: “¿Qué te hace pensar que las actitudes de racismo y exclusión en la escena punk son muy diferentes de las del resto del mundo?”, y explicas cómo es que el punk nació de una necesidad de escapismo para los blancos. Y luego, tenemos a John Lydon usando playeras y gorras con la frase “Make America Great Again”. Pero también tenemos a Kanye West. ¿Qué crees que sucede ahí? En corto, pienso que el deseo de poder no conoce fronteras. En el caso particular de Lydon y Kanye, tienes a dos personas que han construido sus carreras a partir de la provocación. Y como todos los provocadores, perdieron el interés en provocar a aquellos en el status quo y se volvieron parte de ese status quo, lo cual es, en sí, una provocación. El poder corrompe infinitamente. El lenguaje es un arma política, y tú lo utilizas a través de la poesía. Puedo identificar algunos de tus tópicos principales, como la pertenencia a un lugar y una escena específica, el rol de los marginados... ¿qué otras cosas te impulsan a usar el lenguaje? Creo que la idea de que, en nombre de mi propia alegría y de la continuación de mi existencia en el mundo actual, no puedo dar por hecho ningún
momento de mi vida. No puedo imaginar un solo momento como algo mundano. Y entonces busco palabras, sonidos, metáforas para alargar el proceso de vivir. ¿Qué escritores te permiten “imaginar el proceso de escritura” actualmente? Angel Nafis, Safia Elhillo, Alice Walker, Nate Marshall, Fatimah Asghar, Kaveh Akbar, Franny Choi, Jessica Hopper.
N O CONOZCO a estos autores que
menciona Hanif Abdurraqib, y no sé si empiece una búsqueda de su trabajo en este mismo momento. Pero lo que sí provocaron en mí sus textos fue abrirme a escuchar a esas bandas que desprecié profundamente durante la década pasada. Hanif escuchó esas canciones dramáticas y desgarradoras de la misma manera en que cualquiera de nosotros se clavó con la música que escuchamos: en mi caso, mi ritual consistía en llenar la mochila que llevaba a la secundaria con casets de The Cure (que, por supuesto, tiene un vínculo estético directo con el emo) y los tocaba todo el tiempo en mi Walkman. Entre más depresivos, mejor: Faith, Seventeen Seconds, Pornography, Disintegration. Los escuchaba para sentirme mejor y funcionaba. En la página 78 del libro They Can’t Kill Us... Hanif me lo explica —sí, a mí— de la siguiente manera: “La vida es demasiado larga, a pesar de lo que diga el cliché. Demasiado larga y, a veces, demasiado dolorosa. Pero imagino que he llegado demasiado lejos. Imagino que, en algún lugar, a la vuelta de la esquina, lo mejor está por venir”.
P OSTDATA Si el emo no es una razón por la que leerían este libro, en su interior hay otros textos por los que vale la pena: aquellos sobre Marvin Gaye, Prince, Michael Jackson y Whitney Houston. Son oro puro.
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EL ALACRÁN REPTÓ hasta la librería Rosario Castellanos para atestiguar el inicio del proyecto presencial y difundido también a través de redes sociales denominado Desde el Fondo, “un mecanismo de información y conversación para contarles qué demonios va a pasar o qué demonios vamos a intentar que pase” con el Fondo de Cultura Económica, según comentó el anfitrión, Paco Ignacio Taibo II, por lo pronto gerente editorial encargado del despacho de la institución, en tanto se resuelve el obstáculo legislativo (haber nacido fuera de nuestro país) para su designación como director general. El arácnido no niega su entusiasmo al escuchar sobre la casi inmediata puesta en marcha de proyectos cuyos objetivos primordiales son: bajar el precio de los libros, publicar colecciones populares de bajo costo, coeditar con la industria editorial mexicana y extranjera para abaratar el costo a los lectores, distribuir los cinco millones de libros embodegados por el Fondo y Educal, vender los saldos en plazas y ferias de libro, así como el saneamiento y reorganización de una red de 120 librerías y de una red de bibliobuses. El escorpión coincide en la importancia del libro para la transformación cultural. Como prueba, recuerda el último gran esfuerzo cultural del Estado por llevar ediciones de libros accesibles a todo el país: la colección Lecturas Mexicanas, editada de mediados de los ochenta a principios de los noventa. Fue un impulso fundamental para la difusión de la literatura mexicana y para alentar la lectura en el país. Sus ediciones de hasta ochenta mil ejemplares significaron una extraordinaria plataforma de extensión cultural. Revise el lector asiduo cuántos libros de esta colección conserva en su librero.
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NO SÉ SI LA TV SOSPECHA EL
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por
HE PROFESADO
CARLOS VELÁZQUEZ
ÚLTIMAMENTE O SI
@charfornication
DESAMOR QUE LE
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SÓLO ES MALA SUERTE . En estos días no encuentro un lugar más incómodo que estar sentado en el sofá frente a una pantalla. A menos que no sea para ver el futbol no entiendo la utilidad de la televisión en estos tiempos. Así como el video mató a la estrella de radio, la compu y el celular han matado la TV. Obedecí a mi amigo geek y me compré un televisor Sony de 49 pulgadas. Históricamente no he tenido una buena relación con esta marca. Desde la Superbetamax, saludos a Hugol, los productos Sony que he tenido han gozado de una vida muy corta. Como ocurrió con la nueva tele. Comenzó a congelarse la pantalla. No obedecía al control remoto. Si querías apagarla no obedecía. Tenía que desconectarla de la corriente. Era modelo 2016, en teoría no debería suceder eso. Es como si sacaras un coche del año de la agencia y a los seis meses comenzara a tirar aceite. Una noche veía un concierto de David Bowie y la pantalla se congeló. Mal de mi parte, lo reconozco, pero recurrí a ese viejo movimiento que efectuaba uno antaño cuando la imagen de la TV se viciaba, le di un golpecito por un lado. No un chingazo, un golpecito apenas. Y la pantalla se apagó por completo. Entonces sí me encabroné y la agarré a puñetazos. El técnico me dijo días después que era el procesador. Terminator 2 profetizó el dominio de las máquinas sobre la humanidad. La profecía se ha cumplido. No porque haya robots exterminándonos, no, porque como dijo Eduardo Lago en Walt Whitman ya no vive aquí, han convertido el mundo en un basurero tecnológico. En Estados Unidos los gringos no reparan cosas, si se descompone algo lo botan y compran algo nuevo. Lo mismo ocurre ahora en México. La tecnología desechable colma nuestro panorama. Una cuarta pantalla ha llegado a casa esta tarde. Samsung, 45 pulgadas, 4k, Smart TV. No la he sacado de la caja pese a los ruegos de mi hija. No sé si empotrarla en la pared o ya de una vez mandarla directamente al contenedor de la basura.
Fuente > youtube.com
TRAIGO UNA BRONCA ontológica con la TV. Quienes han seguido esta columna saben de mi menosprecio por Netflix. Pero el problema va más allá, es contra el aparato mismo. Desde hace un par de años me he peleado con la TV. Y esto me duele, lo digo sin ironía, porque yo fui un niño criado por la televisión. Pero de momento me es imposible pasar más de veinte minutos frente a la pantalla. Lo que supone un terrible desacierto porque como muchos saben es uno de los vehículos preferidos de la procrastinación. Además, se presume que la gente que está deprimida pasa demasiadas horas mirándola. Si un día me deprimo cómo lo voy a saber. En los últimos cuatro años he tenido tres televisiones. Una LG de 47 pulgadas, que me robaron, primero un amigo al que descubrí y me la devolvió, y después un ladrón. El cabrón la desmontó de la pared. Tardé un año y medio en hacerme de una nueva. Por mí no hubiera vuelto a comprar una jamás, pero con una hija pequeña en casa eso es imposible. Y si bien mi pelea con la TV es explícita, eso no significa que tenga que arrastrar a mi hija entre los pies. No voy a privarla de algo de lo que a mí la vida no me privó. Una nueva LG de 47 pulgadas apareció en casa una tarde. Tener un amigo geek de la tecnología es una maldición. El mío me molestaba con que me comprara un aparato decente. Marca Sony o Samsung. Pero entonces pensaba para qué quiero una TV que me costara más de veinte mil pesos si no podía disfrutarla. Desde el final de Breaking Bad no tenía interés alguno en la TV (incluido el streaming). Algo que se extendió al cine. Pero con una variación. Si entraba a una sala podía quedarme en ella hasta el final de la cinta. Pero no tenía ganas de ver nada en cartelera. En 2017 sólo fui dos veces, a ver T2 y Blade Runner. El único uso que le daba yo a la tv era para ver conciertos o algún capítulo de Los Soprano, ocasionalmente. Una de esas noches en que la euforia del ácido te abraza dulcemente, mientras veía un concer, le arrojé un poco de tinto a la pantalla y se estropeó. Pinches pantallas sensibles. Esto no habría ocurrido en mi infancia. Antes las televisiones estaban hechas para resistir. Recuerden que para su aniquilación, El Rey, Elvis, tenía que recurrir a un revólver. En la actualidad basta con que le hables mal al aparato para que entre en huelga. No sé si la TV sospecha el desamor que le he profesado últimamente o si sólo es mala suerte. Pero el coraje es mutuo. A mí la TV me produce una güeva infinita, cada vez que la enciendo me dan unas profundas ganas de leer. Y ella se venga de mí haciéndome gastar un dinero que no quiero gastar.
Fuente > tibo.bo
SÁBADO 26.01.2019
EL ALACRÁN ATESTIGUA LOS
YO VS. LA TELEVISIÓN EL SINO DEL ESCORPIÓN Por
BUROCRÁTICOS PARA
ALEJANDRO DE LA GARZA
LA FUSIÓN DEL FCE
@Aladelagarza
PROBLEMAS
CON EDUCAL Y LA DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES . El venenoso apunta otras medidas precisas señaladas por Taibo: construir una colección que sea popular en términos de precio, lanzar la nueva colección Vientos del Pueblo (folletos de entre 12 y 48 páginas, muchos ilustrados), continuar y abaratar la colección Breviarios y editar libros de alrededor de setenta páginas a precios verdaderamente bajos. El alacrán atestigua las muy buenas intenciones, pero también los problemas burocráticos para la fusión del FCE con Educal y la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura, además del enredo de la cuestión presupuestal y la situación de los trabajadores. “Hasta ahora tengo puras buenas intenciones. Pero saldré del delirio a partir de los números que se pongan en la mesa”, precisó Taibo, y remató: “El aparato cultural del Estado es un monstruo, concebido por monstruos, para hacer monstruosidades”. Aquí subyace el quid del desafío y lleva a la pregunta: ¿Devorará el monstruo a Taibo?
¿DEVORARÁ EL MONSTRUO A TA I B O ?
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SÁBADO 26.01.2019
FILO LUMINOSO Por
NAIEF YEHYA
UN A SUNTO D E FA M I L I A , DE HIROKAZU KORE-EDA
“NO “ HAY AQUÍ UNA IDEALIZACIÓN DEL CRIMEN NI UNA VISIÓN ROMÁNTICA DE LA POBREZA, AUNQUE ES UN FILME SENTIMENTAL E INCLUSO LIGERAMENTE MANIPULADOR”.
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na familia pobre en Tokio resuelve sus necesidades improvisando, juntando ingresos y robando. La subsistencia es un acto de rebeldía y subversión contra el sistema. No obstante, su desafío en contra del orden establecido va más allá de lo meramente económico ya que así como sus actividades no son legales, tampoco lo son sus vínculos de sangre y parentesco. En Un asunto de familia, de Hirokazu Kore-Eda, tenemos a un grupo de vive al margen de la ley, solidariamente, compartiendo lo poco que tiene: la abuela Hatsue (Kiki Kirin) que recibe una pensión; la pareja que funciona como padre y madre: Osamu (el diseñador, ilustrador y actor fetiche de Kore-Eda, Lily Franky) y Nobuyo (Ando Sakura), los salarios de sus modestos empleos, él en la construcción y ella en una lavandería; Aki (Matsuoka Mayu) que trabaja en un espectáculo sexual donde se exhibe para clientes que la observan desde el otro lado de un vidrio; y el niño, Shota (Jyo Kairi), de doce años, que fue abandonado en un local de pachinko y que roba comida en los supermercados y tiendas. Una noche fría, Osamu y Shota encuentran en la calle a Yuri (Sasaki Miyu), una niña de cinco años, descuidada, hambrienta, marcada con cicatrices, y deciden sumarla al clan, con la justificación de que no es un secuestro ya que no han pedido recompensa. Osamu se lastima en el trabajo y Nobuyo es despedida del suyo, con lo que sus ingresos se vuelven más escasos y sin embargo no pierden la sonrisa ni el entusiasmo. La notable fotografía de Ryuto Kondo en 35 mm, en su primera colaboración con Kore-Eda, juega un papel determinante en la construcción de las escenas y la determinación del ritmo, con los movimientos suaves de la cámara que se mantienen ojo a ojo (a pesar de que hay seis figuras protagónicas, el director quiso usar una sola cámara) y las apacibles tomas estáticas, casi al estilo de Ozu (aunque la comparación suene a lugar común) con las que esculpe un hogar entre el desorden doméstico. KoreEda muestra un mundo en el que a pesar de los abusos, la crueldad y las carencias, son posibles la generosidad e incluso el cariño. La relación funciona hasta que la abuela muere de causas naturales. Shota comienza a dudar de que robar sea un delito sin víctimas y en un robo fallido termina herido y es atrapado. Sus familiares entienden esto como una traición y provoca que ellos también lo traicionen a él, al abandonarlo en el hospital y tratar de escapar. La familia se desintegra bajo el peso de una burocracia que no reconoce los lazos afectivos ni los métodos poco ortodoxos de supervivencia. En muchos sentidos, el cine de este extraordinario director de 56 años trata acerca de los vínculos familiares, así como de la formación y supervivencia de familias alternativas, las cuales dan posibilidades de vida, confort y protección a personas que por soledad, enfermedad, pobreza, abandono o alguna forma de disidencia no siguen las normas de una sociedad altamente controlada como la japonesa. La carrera de Kore-Eda comenzó con documentales para la televisión enfocados en individuos que vivían alguna clase de tragedia (SIDA, un grave caso de amnesia, una seria depresión) y podían soportarla gracias a pequeñas comunidades y círculos de tolerancia. Su trabajo documental es sensible, cuidadoso e invariablemente hace señalamientos de injusticias sociales y de la deshumanización urbana. En 1995 dirigió su primera película de ficción, Maborosi, en la cual una joven viuda trata de entender las razones del suicidio sorpresivo de su marido. El filme es un trabajo emocional y devastador, con una poderosa influencia del maestro Hou Hsiao-hsien, como él mismo ha reconocido. Pero lejos
Fuente > fotogramas.es
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El Cultural
de un eco de la obra del autor taiwanés, su retrato de la nostalgia y de la impotencia de la mujer solitaria da lugar a una obra prodigiosa. El director abandonó el tono trágico en su siguiente película, Wandafuru raifu (Afterlife o Vida maravillosa), de 1998, donde imprime un cierto sentido del humor a la muerte al presentar a un grupo de personas que acaban de morir y descubren que el purgatorio es un centro de procesamiento donde deben poner en escena, con un equipo de filmación, un momento importante o feliz en su vida para usarlo como su transición al más allá. A estas siguieron filmes enfocados en relaciones familiares, ya sean los parientes de las víctimas de un atentado terrorista que se reúnen a celebrar a sus difuntos en Distancia, de 2001, o los hijos abandonados por su madre en Nadie sabe, de 2004. Una de sus mejores obras es De tal padre, tal hijo, de 2013, acerca del drama que se presenta cuando la burocracia intenta resolver el problema causado por el error de intercambiar a dos bebés al nacer. En 2015 filmó Nuestra pequeña hermana: cuenta la historia de tres hermanas que descubren que su padre tuvo otra hija fuera del matrimonio e intentan integrarla. Kore-Eda experimentó con géneros e hizo la controvertida Air Doll, en 2009, donde una muñeca sexual cobra vida. La trama parece calcada de un subgénero del cine porno nipón y no fue muy bien recibida. En 2016 filmó la peculiar historia de un detective en Después de la tormenta, y el año siguiente un thriller: El tercer asesinato. Un asunto de familia expone las ambigüedades e incertidumbres de los lazos de sangre, así como del laberinto moral y legal que rige el orden social. Es una cinta muy alejada de la crudeza de la miseria que opta por mostrar una cara amable de los submundos de una sociedad opulenta, en la que hasta el homicidio puede ser considerado irrelevante (Osamu y Nobuyo mataron al exmarido de ella, “en defensa propia”). Shota tiene reservas para referirse a Osamu como papá, sin embargo una vez que han sido separados lo llama así, para sí mismo, reconociendo que el hombre que le enseñó a robar (“No sabía qué otra cosa podía enseñarle”) era lo más cercano a un padre. Al final el Estado reestablece el orden: la familia es disuelta, Nobuyo se sacrifica y es enviada a la cárcel (el expediente de Osamu le hubiera costado una larga condena), los niños son repartidos y Yuri regresa con su madre negligente y cruel. El cineasta no celebra esta forma de vida, sin embargo sitúa el centro de gravedad de los afectos en las relaciones elegidas y no impuestas. La forma en que Kore-Eda va revelando los vínculos entre los protagonistas, poco a poco, como desdoblando un origami, es fascinante. No hay aquí una idealización del crimen ni una visión romántica de la pobreza, aunque es un filme sentimental e incluso ligeramente manipulador que merecidamente ganó la Palma de Oro en Cannes, tanto por su humanidad como por ser una especie de antología de la obra y las obsesiones de uno de los grandes cineastas de la actualidad.
25/01/19 18:45