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ALEJANDRO DE LA GARZA

CARLOS VELÁZQUEZ

LA CANCIÓN DE UN DESESPERADO

ARNULFO VIGIL

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ LOS ORADORES CLASICOS

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S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

CREATIVIDAD Y CONFLICTO EN AMÉRICA DEL SUR

LA LITERATURA VENEZOLANA EN EL SIGLO XXI GISELA KOZAK ROVERO

RODOLFO WALSH Y CARLOS DROGUETT ESCRITORES RECOBRADOS Arte digital > A partir de una imagen de Michael Tompsett en cellcode.us > Staff > La Razón

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HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Y FEDERICO GUZMÁN RUBIO

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La revolución bolivariana que emprendió Hugo Chávez al final del siglo XX y continúa con Nicolás Maduro desde el 2013, ha endurecido sus planteamientos, con resultados desastrosos para la mayor parte de la población y la economía venezolanas. Los escritores de ese país han debido afrontar los efectos del aislamiento, la represión y la bancarrota que asedia también a la industria editorial, obligados tanto a la resistencia como al exilio que no les han impedido realizar obras notables y trascender, mediante la escritura y la imaginación, el cerco de un poder en crisis. Éste es un panorama.

LITERATURA VENEZOLANA CREATIVIDAD Y CONFLICTO GISELA KOZAK ROVERO

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urante el siglo XX, la literatura venezolana no logró la presencia internacional de otras literaturas del continente, al no contar con su repertorio de premios internacionales, traducciones, reediciones y crítica tanto académica como de medios impresos. Salvo figuras señeras conocidas en la primera mitad del siglo XX como Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri (cuyos cuentos se reeditaron recientemente en México, de la mano del crítico venezolano Gustavo Guerrero), no es frecuente la inclusión de Venezuela en el canon latinoamericano que orienta la formación universitaria, es objeto de revisiones especializadas y se sigue leyendo hoy día. Tampoco tenemos un autor con la popularidad de García Márquez, por ejemplo. La Biblioteca Ayacucho, creada en Venezuela, cuyo espléndido fondo editorial podría calificarse perfectamente como el gran canon latinoamericano, no logró una mayor penetración de la literatura venezolana en la academia internacional ni tampoco entre los lectores, especializados o no. Lo mismo podría decirse de Monte Ávila Editores, con un catálogo excelente que ha ido perdiendo por problemas de gestión. Venezuela, muy cosmopolita en cuanto a gustos literarios, no lo ha sido en la misma medida en relación con el mercado del libro. Es decir, no se ha

orientado a la internacionalización de los autores, lo cual implica inversión monetaria tanto como relaciones públicas y mercadeo. Es necesario el cultivo del medio académico y también un trato permanente con los medios de comunicación. Sobre todo en el caso de la narrativa, no está de más que los escritores radiquen en capitales como Barcelona, Madrid o México, y que la presencia en ferias internacionales llame la atención de editores en otras lenguas. En cuanto a la poesía, el cuento y la crónica, el ciberespacio favorece una circulación menos dependiente del gran aparato editorial alrededor del libro, pero no independiente de él, pues para convertirse en un poeta de renombre absolutamente internacional, editoriales al estilo de PreTextos y Visor siguen siendo vitales. Asimismo, no es lo mismo publicar crónicas en Tusquets que hacerlo de manera dispersa o en libros que no salen de Venezuela. Por último, y no menos importante, a pesar de que el libro electrónico facilita enormemente la circulación literaria, el impreso sigue siendo clave para los lectores. En resumen, que se conozca la literatura de un país depende de un alto grado de profesionalización editorial que permita dar a conocer creadores y libros en un mercado global en español y en otras lenguas, no solamente de la calidad de los autores.

POR FORTUNA ya contamos con varios nombres

que han superado las fronteras de Venezuela, pero

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también con escritores de calidad poco conocidos o desconocidos en el exterior, que le han dado un gran empuje creativo a la literatura venezolana del siglo XXI . Sometidos a los vaivenes y las tensiones editoriales, literarias y políticas dimanadas del impacto de la revolución bolivariana en el campo literario, poetas, narradores, ensayistas y críticos han apostado por la palabra con persistencia y brillo, incluso en estos últimos seis años testigos del desmoronamiento del mundo del libro dada la situación económica. Todo inventario es injusto, y éste peca al subrayar la creación ligada con la situación de Venezuela y al marcar el énfasis en los autores publicados fuera del país. Igualmente, se señala a autores con premios internacionales y varios libros pero sólo se menciona uno, máximo dos. Además, el presente ejercicio busca estimular la lectura, para lo cual es necesario que los libros puedan adquirirse en impreso o digital; si no se consiguen en la edición original, en publicaciones posteriores con otras casas editoras. Se tomó también en consideración la pertenencia generacional y los distintos géneros. Por supuesto, la selección de autores sufre de otras limitaciones típicas en estos panoramas: preferencias personales, olvidos, los siempre polémicos premios y, lo más difícil, los buenos escritores que deben dejarse de lado en esta oportunidad.

II Hasta 1998, cuando comienza la revolución bolivariana en Venezuela, el Estado fue el gran editor. Las voces literarias del país contaban con Monte Ávila y FUNDARTE, las cuales apoyaban a escritores de distintos géneros. Asimismo, existían concursos literarios que daban a conocer las nuevas voces. No obstante, la literatura venezolana parecía falta de lectores interesados, como si entre ella y su público inmediato hubiese un abismo difícil de subsanar. Aunque en el mundo entero los autores nacionales han estado compitiendo hace mucho tiempo con best sellers vendidos por millones, por lo menos el público universitario lector mantenía cierta familiaridad con ellos. Las editoriales privadas no apostaban por creadores del patio y la ausencia de estos de los medios de comunicación y de la educación formal empeoraba la situación. Si el mundo del libro reflejaba la realidad de un país petrolero que enfrentó una baja sustancial de los precios del crudo en la década de los noventa, era evidente que entre los lectores y la literatura nacional la separación trascendía la coyuntura económica.

LA LLEGADA de la revolución boliva-

riana en 1998 produjo una profunda sacudida en el campo cultural, intelectual y literario venezolano. Con los años se constituyeron dos circuitos de escritura, edición y recepción completamente diferenciados

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por razones estrictamente políticas. Acudir o no a un recital de poesía, publicar en una determinada editorial o periódico, ser invitado a una feria del libro, frecuentar determinadas librerías, participar en el Premio de Novela Rómulo Gallegos, incluso leer libros de determinados autores y editoriales empezó a tener connotaciones ideológicas. Tan lamentable circunstancia ha marcado la literatura venezolana hasta hoy y explica la presencia del tema político en numerosas obras.

III Sostengo que la fuerza que tomó la literatura venezolana en lo que va de este siglo se debe tanto a la creatividad de los escritores como al manejo profesional de editores privados. No estoy en contra de editoriales estatales ni mucho menos, pues tienen un rol clave en las políticas culturales orientadas a la lectura en países como los nuestros, pero en el caso concreto de Venezuela, su situación política y económica marcó el auge de la edición privada. Tan tempranamente como en el año 2000, hombres y mujeres de letras empezaron a dividirse por razones políticas y a tal situación abonó la búsqueda de opciones editoriales no estatales. Aunque hasta mediados de la pasada década, la estatal Monte Ávila, dirigida por el fallecido escritor Carlos Noguera, intentó mantener una fachada de pluralidad y publicó a escritores opositores, la realidad superó las intenciones de Noguera, pues no hubo rincón de la vida cultural que no se hubiera impregnado de la polarización reinante. En medio de una creciente atmósfera autoritaria, la propaganda gubernamental dentro del sector cultural mostraba como prueba de su índole democrática, muy discutible, los nombres de escritores opositores. Estos luego abandonaron las editoriales del Estado. Por otra parte, en el año 2003 el gobierno de Hugo Chávez decidió controlar la salida y entrada de divisas en el país, con lo cual empresas

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y particulares se vieron limitados a solicitar determinadas cantidades de dólares o euros fijadas por el Estado, vía trámites burocráticos. Igualmente, el Estado controlaba el suministro del papel. Las condiciones ya estaban dadas para el manejo político de la publicación impresa, pero a la revolución la literatura nunca le ha molestado realmente, pues su gran preocupación han sido los medios de comunicación. Lo que sí ocurrió es que las dificultades cambiarias, que de entrada propiciaron un floreciente mercado negro de divisas que todavía está en pie, hicieron más rentable invertir en autores nacionales. Además, con el tiempo y paulatinamente se nacionalizó la oferta editorial porque la dificultad de importar libros comenzó a crecer hasta convertirse en un grave escollo. En todo caso, a la circunstancia cambiaria y la división del sector cultural se sumó una transformación dentro del público lector venezolano, asediado por las circunstancias históricas. El problema dictadurademocracia empezaba a obsesionar a los venezolanos, que entre 2002 y 2008 habían vivido un periodo de fuerte inestabilidad política que incluyó un golpe de Estado (2002) y una huelga petrolera (2002-2003). Luego de confirmarse su mandato en 2004 vía referéndum, Chávez propuso en 2005 el socialismo como vía para Venezuela y ganó las elecciones en 2006, lo cual fue el espaldarazo que necesitaba para acelerar el proceso revolucionario. En 2007 su propuesta de reforma constitucional fue derrotada en las urnas pero posteriormente la impondría por la vía de los hechos. En medio de este ambiente enrarecido y, como ya dijimos, con un control de cambio que restringía las importaciones de libros, la gente buscó en los autores venezolanos respuesta a sus desvelos políticos.

C OMENZÓ ENTONCES una nueva y sorprendente etapa. En el año 2004 se publicó la novela Falke, de Federico Vegas (1950), de la mano de Random House Mondadori, Venezuela. Desde lectores de best sellers hasta críticos de las escuelas y los posgrados de literatura del país se volcaron en esta novela histórica que recreaba una empresa quijotesca: derrocar al dictador Juan Vicente Gómez, que gobernó entre 1908 y 1935. El buque Falke llegó a las costas venezolanas pero los insurrectos fueron rápidamente sometidos. La novela consagró a Vegas, cuentista y novelista prolífico que de esa manera se aseguró un lugar de excepción en la narrativa venezolana.

“LAS “ DIFICULTADES CAMBIARIAS HICIERON MÁS RENTABLE INVERTIR EN AUTORES NACIONALES. CON EL TIEMPO SE NACIONALIZÓ LA OFERTA EDITORIAL PORQUE LA DIFICULTAD DE IMPORTAR LIBROS COMENZÓ A CRECER .

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Su caso de éxito no fue el único. Francisco Suniaga (1954) obtuvo un éxito resonante con El pasajero de Truman (Random House, 2008), que por medio del diálogo de dos hombres mayores reconstruye la historia de Diógenes Escalante. Este personaje fue el candidato civil de consenso entre todos los actores políticos de los años cuarenta del siglo pasado; su enfermedad mental le impidió protagonizar como presidente de la república una transición pacífica de los gobiernos militares a la democracia. La historia tomaría entonces otros caminos, más violentos y traumáticos. En esta orientación, el ensayista Miguel Ángel Campos publicó Desagravio del mal (Bigott, 2005), libro clave para entender el impacto del petróleo en la cultura y la vida venezolana, con una prosa personalísima, amén de una mirada aguda sobre el papel hipertrofiado del Estado como razón de la decadencia tremenda de la sociedad venezolana. Por su parte, la sobresaliente novelista, ensayista y miembro de número de la Academia Venezolana de la Lengua, Ana Teresa Torres (1945), publicó La herencia de la tribu. Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2009), en el sello de Alfa, la editorial privada con más trayectoria y mejor catálogo del país. Este ensayo, cercano a la historia de las ideas, examina el uso político del pasado en el proceso revolucionario y la persistencia del militarismo y el caudillismo en la antiliberal sociedad venezolana. Su triunfo entre los lectores fue notable y la autora fue convocada a medios y foros públicos en los que el público mostró sus ganas de comprender la coyuntura histórica. Antes, Torres publicó también en Alfa una novela distópica, Nocturama (2007), que con sorprendente agudeza recreó una ciudad que recuerda mucho a la Caracas de 2019: devastada, hambrienta y anárquica. Esta vocación distópica es evidente en novelas posteriores como Las peripecias inéditas de Teofilus Jones (Alfaguara, Venezuela, 2009), de Fedosy Santaella (1970), radicado en Ciudad de México, cuyos extravagantes personajes viven bajo el imperio de una teocracia inepta y corrupta. Santaella ganaría posteriormente el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro (España, 2016) con Los nombres, publicada por Pre-Textos. Otros ejemplo es Jinete a pie (Lector cómplice, 2014), del narrador Israel Centeno (1958), asilado en Estados Unidos, que dibuja una urbe devastada en manos de criminales al servicio del poder político. Por su parte, la poesía, género de aquilatada trayectoria en Venezuela y que contó con el Estado para su difusión, vivió un auge que se expresó en editoriales privadas como Bid&Co y Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro. País (2007), de Yolanda Pantin (1954), es un libro clave por su tratamiento extraordinario del tema político desde la memoria familiar, vista como la intrahistoria entrañable que prueba el alcance de la historia como violencia en la intimidad del mundo

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“LA “ SEGUNDA DÉCADA DEL SIGLO XX HA SIDO TESTIGO DE LA DECADENCIA DEL MUNDO DEL LIBRO EN VENEZUELA, LUEGO DE UN FLORECIMIENTO QUE COMENZARÍA A DECAER PAULATINAMENTE EN 2013, CON EL ADVENIMIENTO DE UNA CRISIS ECONÓMICA SIN PRECEDENTES . doméstico. Pantin, junto con Rafael Cadenas, es la poeta más destacada del país. En 2017 se le otorgó el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana por su obra Lo que hace el tiempo. Igualmente, obtuvo el galardón del XVII Premio de Poesía Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2015, que otorga el Seminario de Cultura Mexicana. Su obra ha sido publicada en editoriales como Pre-Textos y Visor. El interés en la literatura venezolana (limitado, sin duda, en comparación con la lectura de best sellers, pero muy real), no se redujo a su cercanía con los dramas políticos. Una novela mayor de este periodo fue sin duda Lluvia (2002), de la escritora Victoria De Stefano, publicada por Candaya en España, una reflexión única sobre el proceso creador desde la soledad de la lectura y la escritura, que expresa la singular potencia estética de la autora. Por su parte, el poeta, narrador, cronista y guionista de televisión, residenciado en México, Alberto Barrera Tyszka (1960), ganó el Premio Herralde de Novela (2006) con La enfermedad, cuyo protagonista es un médico que tiene que lidiar con el cáncer de su padre. Logró mucho éxito de público en Venezuela y traducciones a otros idiomas, un paso más para una literatura poco conocida en el exterior. Patria o muerte, Premio de Novela Tusquets (2015), es su novela más lograda y pone en escena lo que es vivir durante la revolución en Venezuela, desde una perspectiva polifónica que deja respirar sin maniqueísmo a los personajes. Se trata de seres sumergidos en la vida de una sociedad rota, inestable y brutalmente polarizada, hasta el extremo de dividir familias, encerrar niños ante el peligro callejero, enfrentar a arrendadores y arrendatarios de viviendas. El relato corto dio a conocer en la primera década del milenio a autores de nuevas generaciones que se destacaron con el paso del tiempo y de los que se hablará posteriormente. Ganó una extraordinaria vitalidad y también éxito de público de la mano de autores como Oscar Marcano (1958),

cuya mano maestra para los temas relativos a la abyección humana frente a la vida, el poder y el sexo tiene una acabada expresión en Sólo quiero que amanezca, reeditado en 2008 por Seix Barral, Venezuela. En 1999, Marcano ganó el Premio Internacional de Cuento Jorge Luis Borges con este libro. Salvador Fleján (1967), radicado en Argentina, mostró su talento para el humor en Intriga en el Car Wash (Random House, Venezuela, 2006), inusual en una literatura poco dada a explorar la tragicomedia. Personajes fracasados, músicos que alegran las fiestas de narcotraficantes, beisbol, misses, todo un repertorio de la cultura popular venezolana visto desde el desparpajo más absoluto. Miguel Gomes (1964) —cuentista, novelista, ensayista y académico residente en Estados Unidos—, con un estilo personalísimo que mezcla en partes iguales erudición, humor, ironía, fantasía y tragedia, establece su poética con meridiana claridad en Un fantasma portugués (Otero Ediciones, 2004).

IV La segunda década del siglo XX ha sido testigo de la decadencia del mundo del libro en Venezuela, luego de un florecimiento que comenzaría a decaer paulatinamente en 2013, con el advenimiento de una crisis económica sin precedentes y una inflación que terminaría haciendo languidecer las mejores intenciones y esfuerzos de los editores, hasta lograr el desmoronamiento del ecosistema editorial venezolano. No obstante, en esta década han ocurrido eventos importantes en cuanto a la emergencia de nuevas voces, la producción literaria de la diáspora, reconocimientos internacionales y publicación de escritores en formatos digitales. En la medida en que la situación política y económica empeoraba en Venezuela, los escritores se sintieron más llamados a expresarse sobre el tema desde una perspectiva que privilegió sobre todo los efectos en la vida cotidiana. El cuentista, novelista, cronista y promotor cultural Héctor Torres (1968) ofrece en Caracas muerde (Punto Cero, 2012) un conjunto de crónicas sobre la vida urbana capitalina que funciona como un caleidoscopio que recoge desde una perspectiva abierta a todos los matices posibles la belleza y la furia de una urbe en revolución en el siglo XXI, desde la compasión y la ternura hasta la furia más denodada. Su merecido éxito y la calidad de su propuesta colocan a Torres como el cronista más sobresaliente del país,

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precisamente en el momento en que se escribe más y mejor crónica en Venezuela, en especial en los medios de comunicación, sobre la trágica situación del país. De las voces narrativas jóvenes de la década pasada, Rodrigo Blanco Calderón (1981) —cuentista, novelista y editor— ha llegado lejos en razón de su probado talento. Su primera novela, The Night, lanzada simultáneamente en España (Alfaguara, 2016) y Francia (Gallimard), ha logrado posicionarse entre la crítica internacional y ha sido traducida a varios idiomas. En 2007, Blanco Calderón fue seleccionado para formar parte del grupo Bogotá39, los mejores narradores latinoamericanos menores de treinta y nueve años. En junio de 2016 recibió el Premio Rive Gauche à Paris de novela extranjera precisamente por The Night, finalista por cierto del Premio Bienal Mario Vargas Llosa 2019 que se falla en el próximo mes de mayo. El nombre de la novela remite a las largas noches oscuras de una Venezuela sumida en cortes eléctricos, a las veladas de alcohol y conversación que intentan comprender el absurdo de la muerte y el peso del pasado histórico a través de la literatura y de héroes literarios. Novela sobre la literatura y de la literatura, pero sin duda parte de la reflexión estética que ha propiciado la situación revolucionaria en Venezuela. Otra voz clave es la de la poeta, cronista y narradora Enza García Arreaza (1987), quien obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo de Casa de América (Madrid, 2004). En 2017, fue residente en el International Writing Program (IWP) de la Universidad de Iowa y escritora invitada en el programa City of Asylum, en Pittsburgh. En 2018 fue seleccionada como escritora residente en el IWP para el año académico de la Universidad Brown. En El bosque de los abedules (Sudaquia, 2010), renueva su interés por historias límite en las que campea el sexo entre la pasión y la sordidez, relaciones humanas complejas hasta la violencia y la presencia del humor negro. El narrador, poeta y ensayista Roberto Martínez Bachrich (1977), actualmente en Estados Unidos, sorprendió con la calidad indudable de sus cuentos en Las guerras íntimas (Lugar Común, 2012), relatos donde lo grotesco y el humor marcan la apetencia por situaciones insólitas que muestra el autor. Otro tema ha sido el de la diáspora, situación inédita en Venezuela. El novelista, cronista y cuentista Eduardo Sánchez Rugeles (1977), residente en Madrid, tuvo un éxito inusitado entre lectores menores de treinta y cinco

años con su novela Blue Label (El Nacional, 2010). Su protagonista, una joven de clase media caraqueña, quiere recuperar la nacionalidad de su abuelo para irse de Venezuela. Su desencanto con el país se evidencia en el viaje a un lejano pueblo con el fin de encontrar a su ancestro, acompañada por un amigo del que se enamora. Recuerda su historia desde París, paralizada por un pasado que no supera. La narración del mundo juvenil desde la perspectiva del desencanto, la droga y el alcohol, con un lenguaje despojado e incisivo, explica su merecido éxito. Desde un punto de vista radicalmente diferente, el también residenciado en Madrid Juan Carlos Méndez Guédez (1967), narra en Chulapos Mambo la insólita vida madrileña de inmigrantes venezolanos en la ruina, mezclados con revolucionarios corruptos y arribistas, entre ellos un supuesto escritor que en realidad no escribe. Con humor y desfachatez únicos, el autor demuestra el lado esperpéntico de la revolución bolivariana. Méndez Guédez ha sido publicado por editoriales como Harper Collins, Siruela, Alianza y Lengua de Trapo. La poeta, narradora y guionista Sonia Chocrón (1961) aborda también el tema migratorio en Las mujeres de Houdini (Bruguera, Venezuela, 2012), pero desde la perspectiva de la llegada de los judíos a Venezuela en el siglo XX. Tres generaciones de mujeres en distintos países y realidades están relacionadas por el parentesco y por heridas cuya superación depende de saber la verdad tras las apariencias. La poesía ha sido caja de resonancia de la situación venezolana. Adalber Salas (1987), con Salvoconducto (PreTextos, 2015), ganó el Premio de Poesía Arcipreste de Hita, otorgado por esta editorial española y el Ayuntamiento de Alcalá La Real. Es un poemario dedicado a escudriñar la tragedia venezolana desde el deterioro, la miseria del poder y la tristeza de las víctimas. El excelente poeta Igor Barreto (1952) ha publicado igualmente en Pre-Textos su poesía reunida. Su poemario El muro de Mandelshtam (Bartleby, 2017) fue

“EL “ POEMARIO EL MURO DE MANDELSHTAM DE IGOR BARRETO (1952) TEJE, DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS LUGARES Y TONOS DE LA POBREZA Y LA MISERIA, UNA CRÍTICA LAPIDARIA A LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA .

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incluido en la lista de los mejores libros del año 2017 por el diario The New York Times (edición en español). Es excepcional la manera en que teje, desde la perspectiva de los lugares y tonos de la pobreza y la miseria, una crítica lapidaria a la revolución bolivariana. Por su parte, la sobresaliente poeta y narradora Jacqueline Goldberg (1966) rompe en El cuarto de los temblores (Oscar Todtmann Editores, 2018) las fronteras de los géneros, pero siempre desde su perspectiva de poeta, en un libro que explora la experiencia de quien padece una enfermedad de nacimiento, tema tremendamente comprometido en un país con las carencias de Venezuela. Hablando de ruptura genérica, Ricardo Ramírez Requena (1977), en Constancia de la lluvia: Diario 2013-2014 (2015), practica un diarismo que juega con un mundo paralelo distópico y cruel, espejo imaginario de una vida signada por la revolución. Estos experimentos arriesgados tienen otro ejemplo en la novela Santiago se va (2015), de José Urriola (1971), que reflexiona sobre la memoria, la migración y el olvido desde la reconstrucción de la vida del personaje, quien le encarga a un amigo un documental sobre su vida. Precisamente sobre el tema revolucionario habla Antonio López Ortega (1957), novelista y cuentista publicado por Pre-Textos, además de ensayista. En 2018 publicó La gran regresión. Crónicas de la desmemoria (Ab Ediciones), una recopilación de sus artículos en revistas y prensa entre 2000 y 2016, que le toma el pulso a la situación venezolana desde la cultura, la literatura y la reflexión política. Para cerrar el inventario, el poeta mayor de mi país, Rafael Cadenas (1930), ha sido galardonado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2009), el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2012) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2018). Además, ha sido publicado en editoriales como Pre-Textos, Visor y el Fondo de Cultura Económica, y traducido a lenguas como francés, italiano, inglés, alemán y búlgaro. Hay quienes lo consideran el más grande poeta vivo en lengua española. La decadencia del mundo editorial venezolano en general, hasta llegar a su agonía actual, ha suspendido hasta nuevo aviso la riqueza del intercambio literario entre lectores y novedades de los escritores. No obstante, la palabra de los venezolanos resiste y se perfila sin el respaldo del Estado para mostrar su empuje y calidad. GISELA KOZAK ROVERO (Caracas, 1963) es narradora y ensayista. Fue profesora durante veinticinco años en la Universidad Central de Venezuela. Reside en la Ciudad de México. Su último libro es la compilación Siete sellos: Crónicas de la Venezuela revolucionaria (2017).

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Completamos esta edición de El Cultural sobre las letras sudamericanas con el análisis de dos autores —uno argentino, otro chileno— cuyos trayectos dialogan, se contradicen y complementan, en un singular juego de espejos, apuestas y abordajes literarios. Una nueva oportunidad de recuperarlos surge con la reedición de sus títulos clave, marcados de distintas formas por el sino de la resistencia. El primero es el argentino Rodolfo Walsh, que vuelve a librerías bajo el sello de la UNAM, con la reaparición de una obra en espera de sus nuevos lectores.

OPERACIÓN MASACRE LA CRÓNICA: ARTE MAYOR Fuente > cronicasyversiones.com

HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ A nuestros periodistas asesinados

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odolfo Walsh nació en ChoeleChoel, Río Negro, Argentina, el 9 de enero de 1927. Descendiente de irlandeses inmigrantes que habían llegado en el siglo XIX ahuyentados por el hambre, la familia Walsh vivió precariamente durante muchos años. “Mi madre vivió entre cosas que no amaba: el campo y la pobreza”, escribió Rodolfo. Como nos dice Michael McCaughan,1 su biógrafo, el padre perdió a su protector y patrón en 1933, por lo cual la familia se desmembró. Sus dos hermanos mayores, Miguel y Carlos, fueron enviados a Buenos Aires con la abuela; en cambio, Rodolfo y Héctor fueron ingresados al Instituto Fahy de Capilla del Señor, un internado de monjas irlandesas, lo cual los enfrentó a un mundo mucho más rudo del que habían conocido. Esta experiencia le servirá para escribir “Irlandeses detrás de un gato”, “Un oscuro día de justicia” y “Los oficios terrestres”.2 Desde pequeño, Rodolfo mostró carácter, se sabía defender, a veces en su perjuicio, como la vez que al ganarle al joven Cassidy provocó la venganza de su protectora, Miss Annie, quien le descubrió las piernas a medianoche para darle una tunda con una vara de mimbre. “Al día siguiente me descubrí con el cuerpo lleno de moretones”, recordaba Walsh. Asimismo, opuso una resistencia pertinaz frente a la bazofia que le daban de comer: una sémola nauseabunda, así que se quedó sin probar alimento tres días, hasta que las monjas, resignadas, le llevaron un caldo que tampoco era una delicia. Estos actos de resistencia ya lo anunciaban como un espíritu tenaz, dispuesto a todo por no transigir ante la estupidez ajena. Esos años son fundamentales para su conocimiento del inglés, la forma de vivir en una constante conquista y la familiaridad con los libros. Rodolfo continuó sus estudios en Buenos Aires, donde se mostró como un alumno destacado. Ingresó al Instituto Belgrano y, a los quince años, con el fin de adelantar el curso, le propuso

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Rodolfo Walsh (1927-1977).

al director Lachica Campoy estudiar las materias de todo el tercer año en un mes y presentarlas como un alumno externo. La respuesta fue un reto, nadie podría hacerlo; Rodolfo se plantó y propuso al director una apuesta —los Walsh nunca ganaban apuestas— que estribaba en que, de lograrlo, el siguiente año no pagaría cuotas. El director aceptó. Un mes más tarde, Rodolfo obtuvo diez en todas las materias, excepto dibujo: lo logró y cursó el cuarto año sin pagar cuotas. Luego de terminar ese año abandonó los estudios formales. Con este hecho, Rodolfo renunció a ser maestro o incluso a la aspiración de un trabajo bien remunerado. Asistió a la Universidad como oyente, ahí conoció a una poeta muy talentosa, María Isabel Orlando, Nené. Al ver a Nené indecisa ante su propio talento literario, Walsh se tomó la libertad de mandar sus poemas a un concurso, el cual ganó. Nené fue premiada en aquel entonces por el jefe de la Cámara del Libro, un hombre muy amable, “un gigante, dos veces mi tamaño”, quien no sería otro que el casi incógnito Julio Cortázar. En un evento literario en casa de Borges, Nené le presentaría a Elina María Tejerina, de quien Rodolfo se enamoró y con quien se casó. Fue la madre de las dos hijas de Walsh, Vicky y Paty. Vale la pena ver cómo su biógrafo McCaughan sintetiza un periodo tan agitado para Argentina, un país que inició el siglo XX como una de las potencias económicas que podrían equipararse con Estados Unidos,

pero que —todo lo contrario— quedaría como la punta de lanza de varios proyectos de concentración del poder por parte de la milicia, como sucedió en Chile, Brasil, Uruguay o Paraguay: Entre el primer gobierno militar de 1930 y el primer año de restablecimiento de la democracia en 1983, hubo un total de veinticinco años en que el país tuvo catorce “presidentes” militares que gobernaron, en promedio, diecinueve meses cada uno. La llegada de Rodolfo a Buenos Aires en la década del cuarenta coincidió con un extenso periodo de régimen militar que había comenzado en el año 1930.3 En esa Argentina convulsa, Walsh se movía sin poner demasiada atención a lo político. Por el contrario, como sucede con cierto sector de la aspirante clase baja, Rodolfo Walsh tenía una visión conservadora de la vida política y era un nacionalista. El 24 de febrero de 1946, un antiguo líder del Departamento Nacional de Trabajo, quien había sido diplomático militar en la Italia mussoliniana y fue orillado al exilio por las facciones progresistas y liberales, arrasó con el 52 por ciento de los votos, con lo cual cambió decisivamente el orden político. Su nombre era Juan Domingo Perón. Influido por el fascismo, el nuevo presidente fue beneficiado por las crisis bélicas en Europa: “Las naciones europeas compraban toda la carne disponible e inaugurarían así una de década de expansión económica”, señala McCaughan. En el peronismo, según me cuentan amigos argentinos, muchos obreros pudieron comprar

“OPUSO “ UNA RESISTENCIA PERTINAZ FRENTE A LA BAZOFIA QUE LE DABAN DE COMER: UNA SÉMOLA NAUSEABUNDA, ASÍ QUE SE QUEDÓ SIN PROBAR ALIMENTO TRES DÍAS .

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casa o tomar sus primeras vacaciones, algo que no habían logrado las generaciones anteriores. Guste o no guste, la faz del país cambia. Se industrializa. En 1943 no se fabricaba aquí nada. [...] Tanto Perón como sus jerarcas carecen en general de escrúpulos. Se enriquecen con grandes negociados [sic]. Pero el saldo es positivo, la política posterior del gobierno de Aramburu debe considerarse un retroceso —apuntó Walsh en una carta a su amigo Don Yates.4 Dentro de lo nebuloso que es el peronismo, pues gente de opiniones políticas opuestas podía autoproclamarse por igual peronista, Walsh planteaba algunas coordenadas: Durante el peronismo, gozaron de libertad y democracia los sectores obreros; en cambio se sintieron oprimidos la clase media, los intelectuales, los artistas, los periodistas y la clase alta. Ahora [1957] sucede exactamente al revés. La “élite” y la clase media se sienten perfectamente libres, comprendidas e interpretadas; y como es precisamente la “élite” la que se expresa en el libro, en el periodismo, en el arte, de afuera se puede tener la impresión de que reina aquí la más perfecta democracia. En cambio, nueve de cada diez obreros no trepidan en decir que viven bajo una dictadura militar.5 Walsh nunca tragó del todo a Perón, ya que lo consideraba un demagogo, pero no le escatimaba importancia a su papel histórico.6 Sin embargo, en un inicio, la familia Walsh era adversa al gobierno y se sintió animada por dos intentos de golpe de Estado. Carlos Walsh, el hermano que realizara el sueño de Rodolfo, ser piloto aviador, participó en el primer bombardeo que intentó infructuosamente derrocar a Perón, en junio de 1955.7 Debido a esa intentona, Rodolfo escribió “2-0-12 No vuelve”, en memoria de un piloto caído en el ataque a Perón, lo cual contrasta con la indiferencia ante decenas de civiles heridos o muertos. Financiado por el capital que provenía de Europa, el gobierno peronista mostró, durante casi diez años (febrero de 1946 a septiembre de 1955) una cara amable para las clases baja y media. Pero en función de su raíz fascista, cultivó más el clientelismo y el culto a la personalidad del propio Perón y de Evita, en lugar de crear instituciones civiles, lo cual evitó que la democracia echara raíces. Los militares aprovecharon esta situación para dar un segundo golpe en septiembre de aquel 1955. Instituyeron así la mal llamada revolución libertadora.

“EN “ FUNCIÓN DE SU RAÍZ FASCISTA, EL PERONISMO CULTIVÓ EL CLIENTELISMO Y EL CULTO A LA PERSONALIDAD DE PERÓN Y DE EVITA, LO CUAL EVITÓ QUE LA DEMOCRACIA ECHARA RAÍCES . Quentin e Irish. Habitaba con Elina una escuela para ciegos donde ella era maestra desde 1950; en algún momento obtuvo el Premio Municipal de literatura y otro donde Borges y Bioy fueron parte del jurado. Vivía con escasos recursos, por y sólo para la literatura. Esta experiencia le inspiró un cuento genial intitulado “Nota a pie”, donde un traductor engaña a su editor, quien debido a su pobre conocimiento del inglés inventa algunos fragmentos y termina por suicidarse. El cuento se bifurca: por un lado, el texto principal y, paralelamente, la carta a modo de nota a pie de página, que termina por ser la revelación en la historia. Quizá sea uno de sus textos de ficción más fascinantes, incluso más que aquellos de corte detectivesco, donde surgía el diletante Daniel Hernández, evidente trasunto de Walsh. Jugaba al ajedrez en el club y continuaba su vida precaria y solipsista. A la medianoche del 9 de junio de 1956 se escucharon numerosas explosiones en la población de La Plata. Algunos salieron para ver de qué se trataba, Walsh llegó a la Plaza San Martín acompañado por un grupo que se disgregó poco a poco, así que al seguir andando terminó completamente solo. Había detonaciones, pero nada en concreto. Al llegar a su casa, que estaba frente a una comandancia, descubrió que ésta se hallaba tomada por militares. También escuchó con claridad la voz de un joven detrás de una persiana que, alcanzado por un tiro, agonizaba con una súplica: “¡No me dejen, hijos de puta!”. Aquello fue la represión que ejecutó la Junta Militar de la mal llamada revolución libertadora, contra un conato de rebelión que buscaba reinstalar a Perón en el poder. Como señala Walsh, él hubiera preferido volverse al ajedrez, a la literatura fantástica o a las novelas policiacas, pero una tarde, seis meses después de aquel 9 de junio, escuchó la frase que le cambiaría la vida: “Hay un fusilado que vive”.8 A partir de ese instante, Walsh emprendió la investigación más documentada y acezante que haya realizado. Con base en testimonios fue

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conociendo los eventos de la larga noche del 9 de junio: No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana.9 Apoyado por Enriqueta Muñiz, Walsh entrevista, visita las casas de las víctimas, asiste a la estación de radio, viaja al basural de la población de José León Suárez adonde llevaron a entre doce y catorce hombres para fusilarlos sin juicio, sin testigos y sin prueba alguna que los incriminara en el levantamiento ni en la violación del toque de queda.10 Como Walsh demuestra cronométricamente, el toque de queda comenzó media hora después del arresto. Fueron aprehendidos en una casa de color celeste de la calle Hipólito Yrigoyen, número 4545,11 mientras escuchaban por radio una pelea de box. Algunos de los presentes estaban enterados del alzamiento, como Nicolás Carranza, Norberto Gavino y uno que se salvó, Marcelo; otros sólo asistían para escuchar la pelea, como Francisco Garibotti, Rogelio Díaz, Carlos Lizaso, Juan Carlos Torres, Mario Brión, Vicente Rodríguez. Otros más estaban por error, como Miguel Ángel Giunta, Julio Troxler y Reinaldo Benavídez, quien fue invitado por el dueño de la casa, Horacio Di Chiano, además de Pedro Livraga, el fusilado que sobrevivió después de recibir tres balazos en la cabeza. Luego de pasearlos y decirles que irían a un centro de detención en La Plata,12 los trasladaron al basural de José León Suárez. Mientras tanto, el alzamiento de los generales peronistas Valle y Tanco fue sofocado. Apunta Walsh, con una conciencia semiubicua: En Campo de Mayo los rebeldes encabezados por los coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la agrupación infantería de la escuela de suboficiales y la agrupación servicios de la 1a división blindada; pero la ocupación de la escuela de suboficiales fracasa después de un corto tiroteo y el grupo atacante queda aislado. [...] A las once de la noche un grupo de suboficiales se subleva en la Escuela de Mecánica del Ejército,

OPERACIÓN MASACRE Walsh se ganaba la vida como corrector y traductor de literatura policiaca para la editorial Hachette. Eran sus autores Holmes, Hammett, Queen,

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pero deben rendirse después de un tiroteo. [...] En Avellaneda, en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región Militar, se producen dos o tres escaramuzas entre rebeldes y policías. Éstos [sic] toman algunos prisioneros. Después irrumpen en la Escuela Industrial y sorprenden al teniente coronel José Irigoyen con un grupo que pretendía instalar allí el comando de Valle y una emisora clandestina. La represión es fulminante.13 En esta conjunción de clarividencia con precisión literaria radica en gran parte la genialidad de Operación masacre. Nos presenta una visión panorámica de lo que sucede en los diferentes enfrentamientos mientras narra el fusilamiento de los civiles: —¡Nosotros somos inocentes! —gritan varios. —No tengan miedo —les contestan—. No les vamos a hacer nada. ¡NO LES VAMOS A HACER NADA!

Los vigilantes los arrean hacia el basural como a un rebaño aterrorizado. La camioneta se detiene, alumbrándolos con los faros. Los prisioneros parecen flotar en un lago vivísimo de luz. Rodríguez Moreno baja, pistola en mano. A partir de ese instante el relato se fragmenta, estalla en doce o trece nódulos de pánico. [...] De pronto [Livraga] siente un irresistible escozor en los párpados, un cosquilleo caliente. Una luz anaranjada en la que bailan fantásticas figuritas violáceas le penetra la cuenca de los ojos. Por un reflejo que no puede impedir, parpadea bajo el chorro vivísimo de luz. Fulmínea brota la orden: —¡Dale a ése, que todavía respira! Oye tres explosiones a quemarropa. Con la primera brota un surtidor de polvo junto a su cabeza. Luego siente un dolor lacerante en la cara y la boca se le llena de sangre.14 Así fluye el capítulo “La Matanza” de Operación masacre: crónica del mayor orden literario, incomparable narración de hechos reales y, sobre todo, una denuncia directa de los responsables. Si bien es cierto que A sangre fría (1965), de Truman Capote y crónicas como Los Ángeles del infierno (1966), de Hunter S. Thompson o Los ejércitos de la noche (1967), de Norman Mailer, son obras maestras, Walsh se adelanta nueve años y además lo hace arriesgando la vida. Sin duda, la crónica de investigación como género mayor es obra de

“EL “ OBJETIVO NO ERA DEFENDER A PERÓN, SINO DAR TESTIMONIO DE LO QUE HABÍA PASADO. OPERACIÓN MASACRE PROVOCÓ EL DESCRÉDITO TOTAL DE LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA .

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Rodolfo Walsh, una escuela que después será emulada por autores como García Márquez en Crónica de una muerte anunciada y por Ricardo Piglia en Plata quemada. A final de cuentas, entre los fusilados hay sobrevivientes porque los militares no tenían las armas adecuadas, porque su visión no era buena, porque la premura de estos y la suerte de las víctimas dio margen a los prodigios. La investigación de Walsh continúa, uno de ellos se asila en la Embajada de Bolivia, otro llega herido a un hospital y lo persiguen como en un auténtico thriller; Livraga huye y demanda justicia, con el paso de los años terminará siendo asesinado. Walsh pensaba que ganaría el Premio Pulitzer, pero para eso tenía que publicar la noticia con celeridad, pues todos los periodistas estarían tras el caso; para su sorpresa, no fue así. A nadie le importaba lo que había sucedido aquella noche del 9 al 10 de junio. A partir de ese momento, Walsh se transformó de ser un escritor al estilo de Bioy Casares a ser un auténtico investigador, un sabueso, como le llama McCaughan. En el instante en que tomó conciencia de lo sucedido, Walsh se refugió en el delta del Tigre.15 Portaba una identificación falsa y traía una pistola casi inocua, cuyo propósito era la inmolación que le evitaría caer en manos de los chacales de la Junta Militar. Publicó un fragmento de lo que sería la investigación final, “Expediente Livraga”, en la revista Propósitos. Además de entrevistar a los sobrevivientes y visitar los lugares de los acontecimientos, había obtenido el libro de la programación de la radiodifusora que transmitió el bando del toque de queda, donde no sólo pudo conocer minuto a minuto la emisión, sino que le proporcionó la prueba de que los arrestos habían sido realizados de manera ilegal, ya que el toque de queda se emitió media hora antes de los arrestos. Ni siquiera el derecho leguleyo respaldaba en sentido estricto la masacre. Por lo demás, el reportaje era un material difícil de publicar y Walsh sólo dio a conocer su investigación hasta que conoció a Cerruti Costa, quien publicaba Revolución Nacional. Al parecer, Costa era un convencido de que su publicación daría batalla a los atropellos de la dictadura. Milagrosamente, el 15 de enero de 1957 apareció la primera entrega de Operación masacre.16 La continuación, de mayo a julio, se publicó en el semanario Mayoría, de los hermanos Jacovella. Los militares buscaron a Walsh en la escuela para ciegos donde trabajaba

Elina Tijerina; sin embargo, él siempre les llevaba la delantera. Al salir el libro con varias correcciones y otros agregados que se incluirían con los años, Walsh fue muy cuidadoso en deslindarse del peronismo. El objetivo no era defender a Perón, sino dar testimonio de lo que había pasado realmente. Operación masacre provocó el descrédito total de la revolución libertadora y expuso los nombres de Rodolfo Rodríguez Moreno y del teniente Desiderio A. Fernández Suárez como responsables de la masacre. Conocer las penurias por las que pasó el autor durante gran parte de su vida dignifica su persona a grados inconmensurables. Su tarea continuó con obras no menos brillantes como Quién mató a Rosendo, Caso Satanowsky y la emblemática “Carta abierta a la Junta Militar” —que dejó en el correo minutos antes de que lo asesinaran a mansalva—. Con todo, el golpe asestado a la dictadura militar con Operación masacre hizo de Rodolfo Walsh la figura más valiente e incluso más admirada de la resistencia en el Cono Sur, tanto que es posible que el propio líder de los montoneros, Mario Firmenich, lo haya traicionado.17 La forma que halló la Junta para detener la guerra personal de Walsh contra sus militares fue asesinarlo el 25 de marzo de 1977 y desaparecer su cuerpo. Notas 1 Michael McCaughan, Rodolfo Walsh. Periodista, escritor y revolucionario. 1927-1977, traducción de Julia Benseñor, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2015. 2 Rodolfo Walsh, Cuentos completos, edición y prólogo de Vivian Paletta, Veintisiete Letras, Madrid, 2010. 3 McCaughan, op. cit., p. 33. 4 Rodolfo Walsh, Ese hombre y otros papeles personales, nueva edición corregida y aumentada a cargo de Daniel Link, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2010, pp. 34-35. 5 Ibid., pp. 37-38. 6 En la carta antes citada, Walsh define a la demagogia como la “tiranía de la plebe”. Al morir Perón, el propio Walsh fue el encargado de hacer la nota necrológica, considerada una síntesis perfecta del peronismo. 7 McCaughan, op. cit., p. 50. 8 Rodolfo Walsh, “Operación masacre”, presentación de Osvaldo Bayer, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2012, p. 19. 9 Rodolfo Walsh, Operación masacre, Literatura UNAM, Ciudad de México, 2018, p. 19. 10 Ibid., p. 67. 11 Ibid., p. 44. 12 Ibid., p. 70. 13 Ibid., p. 57. 14 Ibid., pp. 80, 85. 15 McCaughan, op. cit., p. 60. 16 Ibid., p. 21. 17 Ibid., p. 235.

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Luego de ejercer —como Rodolfo Walsh— la investigación y la crónica de interés periodístico, el escritor chileno Carlos Droguett enfrentó la opresión política de su tiempo, al exacerbar su vena realista de un modo paradójico. Su recurso: insertar elementos fantásticos en el entorno más cotidiano y reconocible, para dinamitar las fronteras de esos dominios convencionalmente apartados. Con su rebeldía y avasallante potencia literaria, la novela emblemática de Droguett ha regresado también a librerías, en una edición reciente de Malpaso.

PATAS DE PERRO UN REALISMO FANTÁSTICO

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ólo a unos cuantos escritores les está reservado el cuestionable y redundante honor de confundirse con lo que escriben, como si su escritura se encarnara en ellos mismos o como si ellos se escribieran en una hoja en blanco. El perpetuamente rescatado y olvidado Carlos Droguett (Santiago, 1912Berna, 1996) es uno de ellos. A su prosa la podemos leer como una extensión de sí mismo —rabioso, difícil, sórdido, resentido—, o bien a él lo podemos ver como una creación más de ella —marginal, incisiva, violenta, piadosa. Pero sin importar quién plagie a quién, el escritor a su obra o la obra al escritor, acercarse a ellos nos permite apreciar una literatura que, a pesar de haber querido, de manera explícita, agotar un tiempo y un lugar, todo el tiempo tiene algo nuevo que decir. La trayectoria de Droguett es interesante por su coherencia de principio a fin y, a la vez, por ser profundamente contradictoria. Para el chileno —más famoso por su carácter hosco y agresivo que por sus libros, lo que sólo acrecentaba su rencor— haberse contradicho en su proyecto literario fue una manera rebuscada de tener razón. Y es que, recorriendo exactamente el camino opuesto al de Rodolfo Walsh, Droguett se estrenó con una crónica de no ficción para, en el punto más alto de su carrera y tras haber publicado algunas novelas realistas, escribir una novela fantástica cuyo trasfondo retrata con tal precisión tanto las mezquindades como la piedad del ser humano, que la fantasía parece haberse convertido simplemente en otro recurso retórico del realismo. En otras palabras, pase lo que pase en un libro, para Droguett lo esencial es la forma en la que un escritor se enfrenta a la realidad; el punto de vista, la técnica y la hondura cuentan mucho más que la simple anécdota, que sólo es una excusa para el combate. El primer enfrentamiento que narró Droguett fue la matanza de un grupo de estudiantes nazis (sí, Bolaño leyó muy bien a Droguett); los

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chicos intentaron llevar a cabo un golpe de Estado en 1938 para apoyar al candidato de la extrema derecha. El golpe fracasó y, tras atrincherarse y rendirse en el edificio del Seguro Obrero, los estudiantes fueron masacrados por el ejército. Más que tomar partido —siempre fue un militante intransigente de izquierda—, Droguett vio en este acontecimiento un ejemplo más de la pulsión violenta y sanguinaria de la historia chilena, cuyo único eje conductor es el derramamiento de sangre. Así, justo al año de la matanza, publica en el diario La Hora “Los asesinatos del Seguro Obrero”, que aparecería un año después como libro. El detonador de la escritura no es la reconstrucción periodística o la memoria histórica, sino el involucramiento personal por el simple hecho de compartir pasaporte con verdugos y masacrados: “Lo que publico, después de todo, lo escribí porque lo sentí bien mío, íntimo de mi existencia, hace un año, cuando fue hecho”. Los asesinatos del Seguro Obrero podría competir sin problemas en el ocioso concurso de quién escribió primero una crónica de no ficción, por más que casi nadie haya leído el libro. No obstante, más que como probable ganador de una competencia adánica, lo interesante de la crónica es que, para recuperar el hecho histórico, no se recurre a una mera reconstrucción con tintes objetivistas, fruto de una obsesiva investigación. Droguett, a diferencia de Walsh y de Capote, considera que los recursos de la literatura, de los episodios abiertamente ficcionales a los flujos de conciencia, son herramientas del

“EL “ DETONADOR DE LA ESCRITURA NO ES LA RECONSTRUCCIÓN PERIODÍSTICA, SINO EL INVOLUCRAMIENTO PERSONAL POR EL HECHO DE COMPARTIR PASAPORTE CON VERDUGOS Y MASACRADOS .

Fuente > pinterest.com.mx

FEDERICO GUZMÁN RUBIO

Carlos Droguett (1912-1996).

realismo tan válidas como la recaudación de testimonios para recrear e incluso fijar un acontecimiento. De hecho, a pesar de su estilo particularísimo y de los visibles artificios literarios que se despliegan en la crónica, Droguett creía que su labor se había limitado a consignar la realidad, como lo aclara, en sus propios términos, en la nota que antecede a la obra: Yo sólo recogí, a la manera mía de coger las cosas, esa sangre que corriera hace dos años por nuestra historia; no fue otra mi tarea, agacharme para recoger. Traté de trabajar entonces con las dos manos para no perder detalle ni hilo, para recoger toda la sangre, para construirla otra vez, y que corriera más abundante por los cauces de nuestra historia.

TAN NO CONSIDERABA su primer li-

bro como una novela que, años después, Droguett publicó una con la misma temática, abiertamente ficcional: 60 muertos en la escalera (1953). Sobra decir que el camino inicial que intentó abrir no tuvo seguidores ni mayor influencia, pues hasta hoy se considera que, para establecer el pacto de veracidad, una crónica debe limitar sus recursos y esconder que, a final de cuentas y por más que le moleste, también es una mera reconstrucción literaria, inevitablemente personal y fanática de la confusión

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“EN “ 1965 PUBLICA LA QUE SEGÚN MUCHOS ES SU NOVELA MÁS IMPORTANTE, PATAS DE PERRO, TAN SÓLO DOS AÑOS ANTES DE QUE, SALVO PARA UNOS ELEGIDOS, CIEN AÑOS DE SOLEDAD SUPUSIERA UN BORRÓN Y CUENTA NUEVA EN LA NOVELA HISPANOAMERICANA . entre objetividad y verdad. El chileno, en cambio, creía que recuperar no era lo mismo que reconstruir, y que mostrar no debía limitarse a relatar: la esencia de un hecho, para él, no se compone de una sucesión de acciones y de la conjunción de distintos testimonios, sino que va más lejos. Al catalogar su ópera prima, para desesperación de los taxónomos literarios, Droguett afirma con elocuencia: Así, pues, verdaderamente, esto no es un libro, no es un relato, un pedazo de la imaginación, es la sangre, toda la sangre vertida entonces que entrego ahora, sin cambiarle nada; sin agregarle ninguna agua, la echo a correr por un lecho más duradero y más sonoro.

FIEL A SU CONVICCIÓN de que la literatura debía partir de un hecho real para enfatizar y enriquecer su realidad, en 1960 Droguett publica Eloy, con la que queda finalista de la segunda edición del Premio Biblioteca Breve, que ganó el español García Hortelano. La novela tuvo cierta resonancia e incluso Ángel Rama, al reseñarla, comentó que merecía la victoria. No obstante, España aún no se rendía a la literatura latinoamericana, y habría que esperar a la quinta edición del premio para que un latinoamericano lo ganara (Vargas Llosa con La ciudad y los perros). Eloy recupera una historia verdadera, la persecución y ejecución de un bandolero, quien en sus últimos momentos rememora su vida en un largo monólogo interior. De nuevo, más que reconstruir la historia de la persecución, Droguett se centra en el fluir de la conciencia del personaje que agota, en párrafos larguísimos y líricos, cada suceso experimentado. Nadie sabe para quién trabaja. La incorporación en Eloy de las técnicas narrativas de vanguardia creadas por Faulkner y Joyce, sumada a que el desconocido Droguett fue uno de los primeros escritores latinoamericanos en ser publicados en España y en varios países del continente (en México, Joaquín Mortiz publicó El compadre), vista a la postre, lo relegó, en el mejor de los casos, a ser otro precursor del boom. No hay duda de que el primer Vargas Llosa se vio influenciado por sus atmósferas sórdidas y por sus complejas estructuras, en las que se alternan narradores y tiempos, pero este mérito no consuela a nadie, y menos a Droguett. Para colmo, en 1965 publica la que según muchos es su novela más importante, Patas de perro, tan sólo dos años antes de que, salvo para unos elegidos, Cien años de soledad supusiera un

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borrón y cuenta nueva en la novela hispanoamericana. Si en la novela de García Márquez los sucesos fantásticos emergen con naturalidad, como si formaran parte de la cotidianidad de América Latina, en la de Droguett sucede exactamente lo opuesto, y lo fantástico, en un contexto realista, acaba por ser absorbido por los aspectos más sombríos de la sociedad. La atmósfera en la que, en la novela del colombiano, nacen los niños con cola de cerdo no deja de tener algo de festivo, de maravilloso, de fundacional, mientras que, en el caso del chileno, el niño que nace con patas de perro —premisa a partir de la cual se articula la novela— es sólo una excusa más para la exclusión. García Márquez festeja lo fantástico; por el contrario, Droguett, con ánimo de aguafiestas, lo sepulta con el peso de la realidad. Ya se sabe cuál de los dos planteamientos, el de la cola de cerdo o el de la pata de perro, tuvo más éxito. Hasta nuestros días, el tema fantástico con intención explícitamente social, incluso de denuncia, constituye una rareza en la novela latinoamericana, y Droguett lo maneja con una precisión conmovedora. No es que Bobi, el niño protagonista de la novela, sea una figura deforme o un monstruo, simplemente es distinto; más aún, su silueta es elegante, su cuerpo es atlético, y sus piernas eran un par de soberbias piernas de perro, robustas y orgullosas, enhiestas y casi fieras y en la cintura se juntaban de un modo tan natural que parecía que él había nacido de una generación muy antigua y refinada, de una maravillosa familia de seres humanos con patas de perro. Pero el simple hecho de ser diferente hace que su familia lo rechace y acabe por regalarlo, que el profesor se burle cruelmente de él en la escuela, que la policía lo acose y los comunistas lo busquen para mostrarlo como fenómeno de feria. La sociedad, no es ninguna sorpresa, no soporta nada que se aparte de la norma, y mucho menos cuando se trata de un pobre. La novela va mucho más allá de ser un simple alegato contra la intolerancia. El narrador, un trasunto del propio Droguett, que no esconde su identificación con Bobi, lo adopta y es testigo de su metamorfosis. Al principio, Bobi se obstina en considerarse un ser humano y en integrarse con sus casi iguales —para lo cual tiene que anular su identidad—, pero los perros también lo rechazan. Conforme se atreve a ser más él, a ser,

inquietantemente, lo que se suele calificar como más humano, se aleja más del hombre, va creando su propio camino hasta llegar a la fuga final, hasta sumarse a una manada de perros y poder vivir, al fin, en libertad, en los pasadizos más oscuros de la noche. Patas de perro, mediante una sintaxis quebrada, una serie de enumeraciones con afanes totalizadores, un estilo reiterativo que avanza en forma de espiral, largos monólogos y flujos de conciencia que oscilan entre la sordidez y el lirismo, es también y sobre todo una reivindicación de la vida marginal y de la oscuridad como estación última de una libertad heterodoxa que se gana a golpes: ¿Quieres que encienda la luz, Bobi? No hace falta, dijo, la luz separa a veces, por eso la gente es mala, porque está sumida la mayor parte del tiempo en ese líquido duro, brillante, resbaladizo, egoísta, perfectamente superficial y exterior que es la luz, por eso es malvada la gente, porque vive poco en la oscuridad, porque tiene miedo de permanecer en la oscuridad, porque no hay nada que ilumine tanto como ella, ni nada que nivele tanto ni que una tan férreamente.

LOS AÑOS POSTERIORES a la publica-

ción de Patas de perro Droguett los aprovechó, con un talento innato y una vocación salvaje, para hacerse de enemigos. Tuvo todo para ser parte del boom, salvo las habilidades sociales de un Carlos Fuentes, el carisma de un Gabo o la tierna militancia de un Cortázar. Por ejemplo, cuando Nicanor Parra aceptó tomar un té con la señora Nixon en Washington, de camino a La Habana, Droguett publicó un poema en el que se burlaba del antipoeta: “Se vende Parra. Tratar con Nixon”. Parra no tardó en reaccionar y declaró que Droguett “como escritor era mediocre, y como persona, un hijo de puta”. Poco después, Droguett recibió el Premio Nacional de Literatura, que había ganado un año antes Parra. Al preguntarle qué se sentía ocupar el sillón donde el antipoeta se había sentado, el autor de Patas de perro se limitó a preguntar si lo habían desinfectado. Tras el golpe de Pinochet, Droguett se exilió en Suiza, donde murió luego de más de veinte años de exilio y de un lento y cruel olvido. A pesar de que su estilo, con oraciones de página entera, no sea el idóneo para la sensibilidad tuitera contemporánea, no se le ha dejado de leer. Dentro y fuera de Chile tiene fieles seguidores, como Lina Meruane, Álvaro Bisama o Guillermo Fadanelli, quienes, sin mucha suerte, buscan rescatarlo para un público más amplio. Tampoco es tan malo que Droguett sea en la actualidad un escritor de culto, es decir, casi desconocido, pues así, al leerlo, uno tiene la sensación de ser su descubridor y cae en la tentación de corregir a Parra: como persona, quién sabe y qué importa cómo haya sido Droguett, pero como escritor era, en el mejor sentido del término, un hijo de puta de cuerpo entero.

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EL ALACRÁN ATESTIGUA desconfiado la moda internacional de viajar estéticamente a la Ciudad de México de los años setenta. No obstante, invita al lector a sondear en el fondo de la memoria, aspirar el polvo de la hemeroteca, trasegar las páginas amarillentas de algún libro o soñar sumergido en la oscuridad uterina de la sala cinematográfica, y acompañarlo al universo alterno de la mitad de los años setenta para recuperar la génesis de una poética: la canción sentida de un desesperado. En un parque invernal de la ciudad se cumple el fin del año 1975. Un joven de 22 años recorre la ciudad aprehendida de memoria y se recuesta en un prado. Del café al cine y a la galería; de la cantina a las calles y al callejón sin salida, y de ahí al jardín del parque, el poema toma forma en su nomadismo urbano. La poesía andante del joven florece fuera del circuito literario. Se ha nutrido de los clásicos y las vanguardias y, sin exagerar, en poesía es erudito. Cita versos de memoria, recita en impromptus, lee poemas a sus amigos aunque se resistan. Por ahora tú te tiendes bocabajo a la sombra / de las piernas largas & velludas de los parques / El parque tiembla / mis pasos interiores me llevan / por las calles de 1 puerto de mar verde / que los nativos llaman Mezcalina / 1 sensación hasta ahora desconocida / como saber a ciencia cierta a qué sabe el ADN / después de hacer el amor. El venenoso saluda este poema largo (482 versos), totalizante, de revisión de la cultura y del estado del arte con ojo y disposición de forense. Y saluda a su autor, en un tiempo José Alfredo Zendejas Pineda, en otro espacio literario Ulises Lima, pero ya siempre Mario Santiago Papasquiaro, nacido en 1953 en la capital mexicana y muerto por atropellamiento vehicular en esa misma urbe en 1998.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

Fuente > tripadvisor.com

UNA DE LAS MEJORES LECCIONES que he recibido en la vida me la obsequió Arnulfo Vigil. Nos encontrábamos en las oficinas de Oficio: la casa donde vive Arnulfo y alberga la imprenta que publica la revista y los libros del sello. En medio de un caos, el ruido de las máquinas y la plática de la gente, Vigil se dejó caer en una silla y tecleó un texto. La capacidad de aislarse en medio del barullo y concentrarse me derribó el mito romántico de que la escritura es un acto sublime donde el autor necesita aislarse para invocar a las musas. Aquella tarde aprendí que la escritura es ante todo un ejercicio de la voluntad. A los 26 o 27 años comencé a frecuentar Monterrey. Ya había publicado mi primer libro, Cuco Sánchez Blues, pero era un completo desconocido. Arnulfo me adoptó. Me hospedó en su casa, me publicó en su revista, me alimentó, me emborrachó y me enseñó Monterrey. La guerra vs. el narco no había comenzado aún y el centro de la ciudad era el equivalente norestense de Tijuana. Quién necesitaba Las Vegas si teníamos la calle Villagrán. Yo ya era veterano en la vida nocturna. Gómez Palacio vivió una época dorada en materia de congales, pero en Monterrey terminé de graduarme como antrólogo. Todavía suspiro cada vez que me acuerdo del téibol el Infinito. Por aquel tiempo en Torreón yo me sentía un alienado en materia literaria. Los escritores nacidos en los sesenta eran férreos lectores del boom. Su concepción de la literatura se reducía a ese grupo de autores, a los clásicos y algunos autores mexicanos recientes. Yo ya había leído todo Bukowski, los beats y Paul Auster cuando me topé con Arnulfo, pero él fue el primer escritor mayor con el que me sentí hermanado. El primero para quien la literatura de corrientes marginales era primordial. Sin personas como Arnulfo, sin haber salido de Torreón y si sólo hubiera leído a García Márquez quién sabe qué tipo de escritor habría terminado por ser. “Te amo por tu faz de santo ebrio, tus arranques de jabalí”, dice el primer verso de su poema “El regreso del ángel bermellón”. La poesía de Vigil bebe de Ginsberg, de Ferlinghetti, de Bob Dylan. Y en México tiende puentes con la de Joel Plata y José Eugenio Sánchez. Si se me pidiera definir a Vigil en una sola palabra, esa sería contracultural. Es uno de los primeros escritores en el noreste de México que decidió no nutrir ni nutrirse de la cultura oficial. Uno de los libros que vi brillar como una olla de oro en su biblioteca fue The Outlaw Bible of American Poetry. Ese hecho contradice al intelectual de hoy en México, ese que cada vez más aboga por el concepto de alta cultura y se cruza de brazos mientras la literatura escrita por académicos asesina a las letras.

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

ANTES DE LA GUERRA VS. EL NARCO MONTERREY ERA EL PARAÍSO . La biblioteca de Arnulfo está expuesta, sin embargo existe un mueble bajo llave con unos cuantos títulos, los que más valora sentimentalmente. Ahí está contenida gran parte de su educación sentimental y de lo que dio origen a su manera de ver el mundo. Vigil es uno de los pensamientos más flexibles de la cultura norestense. Lo mismo sabe de rock que de travestis, de Alfonso Reyes que de los movimientos de izquierda, de Paz que del Piporro. Su labor como poeta es inestimable. Pero también su faceta de editor. Fue uno de los primeros en advertir el potencial de Diego Enrique Osorno, a quien le publicó un libro de poemas. Cuando yo arribé, Oficio ya era una guarida mítica. Centro cultural clandestino por donde pasaba medio underground de Monterrey. Y ahí estaba yo, escuchando a Arnulfo disertar contra el mal gobierno, con la firme intención de quedarme a vivir ahí. No sé qué vio Arnulfo en mí para abrirme las puertas de su casa, yo ni de chiste permitiría pernoctar en mi departamento a alguien que viene otro lugar, menos de Torreón, y al que he visto una vez en la vida. Su generosidad es un misterio. Antes de la guerra vs. el narco Monterrey era el paraíso. Recuerdo que cuando recibí mi primera beca, apenas cobré la primera ministración corrí a Villagrán. Compré cocaína, visité salas de masaje, el Sabino Gordo, el Givenchy, el Tangalay, y me sacaron a putazos de uno de los téibols por fumar piedra en el baño. Terminé sin un peso, sólo con lo suficiente para el autobús de regreso a Torreón. Uno de mis lugares favoritos en el mundo está en Monterrey. El Rey del Cabrito, ubicado en Constitución. Cada vez que piso la ciudad tengo que ir a comer ahí. Es como cuando un católico visita el Vaticano y acude a la misa que ofrece el Papa. Sólo que en lugar de besarle la mano a un viejito en sotana yo le doy una mordida a una pierna de cabrito y es como si me montara en el Cerro de la Silla.

EL VENENOSO SALUDA ESTE POEMA TOTALIZANTE Y A SU AUTOR, EN UN TIEMPO JOSÉ ALFREDO

ARNULFO VIGIL EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

ZENDEJAS PINEDA, PERO YA SIEMPRE MARIO SANTIAGO PAPASQUIARO

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El poema se titula Consejo de 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger, y es considerado y estudiado como el primer poema infrarrealista o mejor, como el poema que dio origen y detonó el movimiento infrarrealista, constituido en 1976 por el propio Mario Santiago, Roberto Bolaño y Bruno Montané, junto con otra docena de poetas radicales. El arácnido recupera esta historia del libro publicado por Matadero/Nautilus en 2016: Mario Santiago Papasquiaro. Consejos de 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger. Es una edición crítica de Rubén Medina con estudios y aproximaciones al poema de más de una decena de críticos e investigadores latinoamericanos y españoles, así como de poetas infra compañeros de viaje de Mario, una sensibilidad alterna aquilatada aquí con profundidad y justeza poéticas: 1 cuerpo se alfabetiza junto a otro cuerpo / & así se funda la Universidad de la Ternura.

LA CANCIÓN DE UN DESESPERADO

07/03/19 22:02


SÁBADO 09.03.2019

REDES NEURALES Por

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

LOS OR AD ORE S CL Á SICOS Y LA MEMORIA

“EN “ BUENA MEDIDA SE DEBE A CICERÓN LA FAMA Y EL PRESTIGIO DEL ARTE GRIEGO DE LA MEMORIA, PORQUE EN SU LIBRO DE ORATORE NARRA LA HISTORIA DEL POETA SIMÓNIDES”.

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E

l arte de la memoria inventado por los griegos tuvo una gran influencia en la vida pública a través de la oratoria y la retórica. Aunque las civilizaciones griega y romana fueron eminentemente guerreras, es importante reconocer el poder de la oratoria durante momentos críticos de su historia. Uno de los casos mejor conocidos se refiere a Demóstenes. Nació en el 384 a. C., en Atenas. Durante su infancia sucedieron varios hechos importantes para comprender su carácter. Su padre murió y un familiar huyó con la fortuna familiar, por lo cual Demóstenes, desahuciado, se impuso a sí mismo una disciplina formidable con el propósito de conseguir sus metas. De acuerdo con Isaac Asimov, “se dice que se afeitaba sólo una parte del rostro, para obligarse a permanecer en el aislamiento, estudiando. Copió ocho veces toda la obra de Tucídides para estudiar el buen estilo. Tenía algún género de impedimento en el habla, por lo que se colocaba guijarros en la boca para hablar, a fin de obligarse a pronunciar claramente. También se paraba ante el embate de las olas en la playa para verse forzado a hablar en voz alta”. A pesar de sus deficiencias del habla, Demóstenes llegó a ser un gran orador que se involucró en los más graves asuntos políticos, enfrentando a Atenas contra el naciente imperio de Macedonia dirigido por Filipo II, el padre de Alejandro Magno. Frente a la maquinaria tecnológica y táctica de guerra de los macedonios, Demóstenes usaba la oratoria, basada en trucos retóricos y mnemotécnicos. Casi cuatro siglos después, durante el apogeo del Imperio Romano (en tiempos del emperador Claudio, para ser más precisos), nació el escritor griego Plutarco, quien dio muestras de talento intelectual desde su formación: estudió matemáticas, retórica y filosofía en la Academia de Atenas fundada por Platón. Más tarde fue procurador de Grecia bajo la mano benevolente del emperador Adriano. Plutarco ha pasado a la historia como el autor de un libro célebre titulado Vidas paralelas, en el cual establece una comparación entre los grandes hombres de Grecia y de Roma, por ejemplo, entre las figuras mitológicas de Teseo y Rómulo, o el genio militar de Alejandro Magno y el de Julio César. En el terreno de la oratoria, equipara a Demóstenes con Cicerón. Marco Tulio Cicerón nació casi 300 años después que Demóstenes y, al igual que el orador griego, se dedicó plenamente a la política, por lo general en defensa de los ideales democráticos, utilizando como arma esencial el recurso de la palabra, apoyado en astutas capacidades retóricas y en un conocimiento amplio y profundo de la mnemotecnia. Las ideas de Cicerón perduran hasta nuestros tiempos. En su ensayo sobre la amistad, considera que ésta sólo es posible entre iguales, y que es indispensable para conseguir la felicidad. En su escrito sobre las obligaciones hace una crítica severa contra los gobiernos dictatoriales. En medio de tiempos brutales se expresó contra la tortura y defendió la existencia de una comunidad universal de seres humanos que trasciende las diferencias étnicas. En buena medida se debe a Cicerón la fama y el prestigio del arte griego de la memoria, porque en su libro De oratore narra la historia del poeta Simónides y el nacimiento de la mnemotecnia. Allí aparece la célebre historia del edificio que se colapsa y provoca la muerte de los invitados a una cena; Simónides sale de la casa a tiempo y días después reconoce a los invitados, cuyos cadáveres yacen desfigurados, en virtud de su posición en la mesa y a través de la memoria espacial. La maestría de Cicerón como orador y experto en mnemotecnia provocó también que, durante muchos siglos, se le atribuyera la autoría del más antiguo tratado latino de retórica (al menos, dentro del conjunto de libros que sobrevivieron al desastre de la Edad Media): me refiero al texto Ad Herenium, escrito alrededor del año 90 a. C. por un autor desconocido y traducido a veces como Retórica a Herenio.

Fuente > pixels.org

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El Cultural

Stephen K., The Sky Bleeds Through The Crow's Ancestral Memory.

Al final del Libro III de la Retórica a Herenio hay un capítulo dedicado a la memoria. Dice el autor anónimo que existen dos formas de memoria: la natural, “que aparece de manera innata en nuestras mentes y nace al mismo tiempo que el pensamiento”, y la artificial, que “ha sido reforzada por cierto aprendizaje y una serie de reglas teóricas”. Al hablar sobre la memoria artificial, el autor revela muchos de los trucos necesarios para poner en acción el arte de la memoria que permitía a los oradores, a los actores y los poetas memorizar textos de gran extensión. El memorizador requiere imaginar entornos o “ámbitos determinados por la naturaleza o por la mano del hombre, por ejemplo, una casa, una habitación, una bóveda”. En los entornos deberá visualizar las imágenes, que son “formas, símbolos, representaciones de aquello que queremos recordar”. Los entornos son como los papiros o las tablillas de cera, mientras que las imágenes son como las letras. Así, por ejemplo, “si queremos recordar un caballo, un león o un águila, debemos situar sus imágenes en un lugar específico”. La disposición y localización de las imágenes “es como la escritura, y pronunciar el discurso es como la lectura”. Si queremos recordar muchas cosas, “debemos procurarnos muchos entornos para poder situar en ellos un gran número de imágenes”. Es mejor elegir “lugares desiertos antes que frecuentados, pues la afluencia de personas y sus idas y venidas alteran y debilitan los rasgos de las imágenes, mientras que los entornos desiertos conservan intactas sus formas”. Algunas imágenes son “fuertes, agudas y apropiadas para el recuerdo”, mientras que otras son “tan blandas y débiles que no sirven para estimular la memoria”. Con sensatez, el autor asegura que “es la propia naturaleza la que nos enseña lo que debemos hacer. Cuando vemos en la vida diaria cosas insignificantes, ordinarias, habituales, no solemos recordarlas porque no hay nada novedoso ni extraordinario que conmueva nuestro espíritu”. De la misma manera, nos recuerda el autor, “si oímos o vemos algo que sea excepcionalmente vergonzoso, deshonesto, inusual, grande, increíble o ridículo, solemos recordarlo mucho tiempo”. El arte, asegura el autor, deberá imitar a la naturaleza. Para que las imágenes sean recordadas con efectividad, habrá que embellecer algunas y afear otras, o bien atribuirles rasgos divertidos, “pues este recurso también nos permitirá conservar más fácilmente su recuerdo”. Mediante estas palabras, la tradición que inicia con el poeta Simónides y se desarrolla con los oradores hasta culminar en un autor desconocido nos ofrece lecciones milenarias que estimulan el desarrollo de una ciencia de la memoria, pero también la práctica de un arte verbal dedicado a la solución racional de los problemas, entre tiempos carcomidos por la violencia.

07/03/19 22:02


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