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CARLOS VELÁZQUEZ

UN SALVAVIDAS Y SCHOPENHAUER

ROGELIO GARZA PHIL SPECTOR

LUIGI AMARA

MÚSICA DE TUBERÍAS

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S Á B A D O

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[   S u p l e m e n t o d e La Razón    ]

IMAGINACIONES DEL DESASTRE

GEORGE STEINER NARRADOR DE PROFUNDIDADES ADOLFO CASTAÑÓN

TED CHIANG EN DOS LECTURAS Fuente > medium.com

BERNARDO FERNÁNDEZ, BEF • JORGE MARTÍNEZ

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UN CUENTO

UN POEMA RECOBRADO

JAIME MORENO VILLARREAL

SAMUEL NOYOLA

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A punto de cumplirse (el próximo 3 de febrero) un año del fallecimiento de George Steiner, acaso el crítico literario más influyente desde la segunda mitad del siglo pasado, Adolfo Castañón vuelve a sus pasos. Con motivo de su muerte, El Cultural le dedicó el número 237 (8-2-20). En aquella oportunidad, el académico mexicano evocó un encuentro y viaje compartido con el crítico —de quien tradujo Después de Babel. Esta vez aborda un aspecto poco difundido pero no menos relevante: la faceta del narrador, igualmente marcada, como el conjunto de su pensamiento y obra, por el nazismo, el genocidio del holocausto que a sus ojos transfiguró la condición humana.

George Steiner

NARRADOR DE PROFUNDIDADES ADOLFO CASTAÑÓN @avecesprosa

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eemos con cautela las narraciones y máquinas de ficción escritas por los críticos literarios, y es raro el caso —uno se llama Cyril Connolly— en que la obra personal eclipsa la lección crítica. ¿Puede un ensayista escribir cuentos? Faltaba más. Pero ¿serán legibles? Y a su vez, el lector del ensayista ¿no deberá cambiar de actitud ante el autor de ficciones en prosa? En alguna ocasión George Steiner recordó aquellas palabras de Pushkin a propósito de los críticos como carteros —y que nos dejen a nosotros, los poetas —decía—, escribir nuestras cartas. ¿Alguna vez habremos encontrado sentado en un parque a un cartero pergeñando una misiva? Es poco probable, aunque la circunstancia no deja de suscitar curiosidad. La inteligencia trágica de George Steiner nunca ha dejado de suscitar en mí una suerte de nostalgia premonitoria, de tentadora curiosidad. Pues

el autor de Después de Babel es eso: un tentador, capaz, como el Fausto imaginado por Paul Valéry, de comprometer al mismo Demonio. Empecé a leer su narrativa para apreciar el conjunto y por esa compulsión que nos lleva a leer, primero, todos los libros de un autor; luego, su biografía, los comentarios sobre su obra. Por supuesto, descubrí que existían vasos comunicantes entre su obra ensayística y crítica y sus ejercicios literarios y aun poéticos. Sin embargo, aunque eso sea de algún valor para el especialista, no es lo relevante. El escritor ha sido injustamente relegado por el crítico —como, para poner un par de ejemplos nuestros, se olvida al poeta Dámaso Alonso en beneficio del crítico y del filólogo o al poeta y cuentista Alfonso Reyes en favor del ensayista, así como del hombre de letras. Concisión, inquietante sentido del humor, musicalidad, brío narrativo, destreza teatral y, en particular, una voluntad de ir a fondo y atacar hasta la médula, hasta el finis terrae mental e

Fuente > academia.org.mx

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imaginario las diversas historias contadas. Un tema dominante: la guerra, antes, durante, después, alrededor; otros motivos, el amor y la amistad (Pruebas, Un fragmento de conversación, Pastel ).1 El crítico aparece ante todo en las parábolas que gravitan en torno a la Shoa o (intento de) exterminación de los judíos por los nazis, pero sus parábolas son las de un escritor, recuerdan a las de André Gide, J. E. Rodó, Italo Calvino, Thomas Mann o Kafka. Son quizá estos dos últimos escritores los que mayor ascendiente han ejercido, desde nuestro punto de vista, sobre el Steiner narrador, tan obsesionado con el carácter sagrado —es decir: intocable, intangible, infeccioso— de la escritura. No en balde se ha hablado de Steiner teólogo; y no en balde los primeros balbuceos del tortuoso diálogo que el hombre entabla con Dios se dan a través de la poesía. Sabe narrar no con la conciencia medio sonámbula y el si es no es amargo del resucitado, sino con la poesía intacta de los sentidos recién despiertos; no se le escapa la ambigüedad de las Escrituras, la intuición aterradora de que Dios no carece de sentido del humor y de que quizá —como escribe Maurice Blanchot— los dioses murieron de risa. Tampoco se le escapa la tragedia ¿quijotesca? del corrector de pruebas que vive cada día el agotamiento de la historia y de la ideología histórica que infunde sentido a los documentos que tan soberbiamente corrige. (Pruebas). No, no se trata de inventar un nuevo santo para el panteón de la literatura; sólo quizá de llamar la atención sobre una obra que, como el cartero, llama a nuestra puerta dos veces.

“AARON TEFFT QUEDARÁ CAUTIVO DE ESTE SUEÑO OMINOSO, EL SILENCIO INSONDABLE DE LAS PROFUNDIDADES DEL MAR SE IRÁ ABRIENDO PASO HASTA INTERPONERSE ENTRE ÉL Y SU MUJER Y VENCER CON SU HECHIZO TODAS SUS RESISTENCIAS . a despertar, una parte de él, algún fragmento de lo que da a un hombre la alegría de vivir, se queda atrás... Esa era su fantasía recurrente.2

donde han quedado varados los restos intactos de los barcos naufragados y donde el eco se diluye en un sonido inasible, remoto y persistente. Pasan las semanas y el féretro sigue su descenso, ahora hacia las aguas oscuras sólo habitadas por el pez martillo y algunos monstruos fosforescentes; dando tumbos, sigue cayendo por los interminables fosos submarinos, el cajón y el cadáver ya despedazados, cayendo hasta que por fin alcanzan el borde del abismo, el punto donde el suelo del mar se abre en una grieta inconmensurable y voraz, una fisura abisal que todo lo succiona. En ese momento, el adolescente intenta despertar, pero una fuerza irresistible llama de nuevo: ... todos sus narcotizados sentidos pelean por despertarse. Pero antes de que rompan el encantamiento nauseabundo, su mente atisba la profundidad. Es una visión breve pero terrible: la oscuridad es tan absoluta que ilumina, el frío, tan intenso que quema. Bestias monstruosas, titanes ciegos y las legiones de los ahogados se arrastran hacia abajo y, aunque el señor Tefft comienza

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Fuente > wmagazin.com

2 George Steiner dio a conocer su primera narración en 1956, cuando tenía veintisiete años y trabajaba en el equipo editorial de la revista The Economist. Todavía no publicaba ningún libro. The Deeps of the Sea (En lo profundo del mar), reviste así un valor augural y puede recogerse entre sus fabulosas líneas como el eco de un presentimiento —de su pensamiento. Esta breve obra de ficción fue dada a la estampa por vez primera en la revista internacional italiana Botteghe oscura [Botella oscura], la secretamente influyente publicación fundada en Roma en 1948 por la Princesa M. Caetani, dirigida por Giorgio Bassani. Cuenta la historia de Aaron Tefft, un oficial de la marina mercante que, desde la adolescencia, cuando le anunciaron (¿quién?, ¿su padre?) que iría como aprendiz grumete en un barco de línea, para de ahí seguir la profesión naviera, vislumbra, en una extraña pesadilla, indecisa entre el sueño y la vigilia, el espantoso abismo que se abre como una garganta en el fondo del mar. A esta pesadilla sigue otra. Imagina que muere en alta mar y su cadáver es arrojado al agua para evitar que se pudra, expuesto al tibio vaho del aire tropical. El cuerpo yerto baja, atraviesa las verdes aguas luminosas hirvientes de vida, de peces veloces y flores de vivos colores; cruza hacia abajo las regiones

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George Steiner (1929-2020).

Aaron Tefft quedará cautivo de este sueño ominoso, el silencio insondable de las profundidades del mar se irá abriendo paso hasta interponerse completamente entre él y su mujer y vencer con su hechizo todas sus resistencias. Pese al horror —o acaso precisamente a causa de él—, pese al pavor sin límites que el abismo marino causa en él, Aaron Tefft terminará acudiendo a esa misteriosa cita a que las aguas lo convocan. Antes de hacerlo, tiene un descubrimiento extraño —y es quizá esa revelación la que le permitirá, por así decirlo, ahogarse en paz: ... en latín la palabra altus significaba tanto “alto” como “profundo”. Describía tanto el Everest como la gran sima junto a Japón. Quizá, de alguna manera trascendente, más allá de su entumecida imaginación, las dos dimensiones eran la misma, o sólo estaban separadas por una distancia infinitesimal cuando las medías con una plomada más grande. Las profundidades del mar eran cumbres montañosas invertidas.3

Gracias a esa revelación verbal —concluimos nosotros— Aaron Tefft podría quizá unirse a Hölderlin cuando en El Archipiélago se dirige al “dios marino inmortal” y le suplica:

... concédeme que sueñe con la paz que reina en tus honduras.4 El lector de George Steiner, tanto el ensayista como el crítico literario, no puede dejar de cavilar en torno a esta inquietante ecuación. En el terreno moral, ¿no existe también lo incalculable? ¿No se da lo infinito así en el bien como en el mal? Pero esta especulación, este espejeo son experimentados por Aaron Tefft, el personaje que pierde el amor y la vida por su obsesión abismal, más como una liberación que como una condena, y lo llevan a reconocer en las aguas rutilantes algo así como un firmamento, una bóveda invertida e insondable, un ámbito de pureza y transparencia donde ya no existe diferencia entre las estrellas y su reflejo y puede quedar restaurada la antigua, inocente fe de los sentidos. La lección que se desprende de esta parábola inaugural es clara y a la vez no está desprovista de ambigüedad: sólo puede levantar la mirada hacia los cielos el que ha sido capaz de escrutar el abismo —aunque sólo lo haga un

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instante, del mismo modo que nada más quien ha sido capaz de alzar los ojos hacia el confín más inaccesible de la bóveda celeste, estará en posición de contemplar el abismo sin quedar lesionado. Estrechando esta parábola hacia los dos hemisferios culturales que componen la obra de George Steiner —la historia y el pensamiento poético y filosófico— desprenderemos un circuito apremiante y una corriente alterna: la reflexión sobre la tragedia de la historia acicatea la contemplación intelectual del mismo modo que la intensidad de la vida contemplativa se resuelve en la contemplación polémica de la vida activa materializada en la historia. Aaron Tefft desprecia al joven arquitecto que corteja y enamora a su esposa por la sencilla razón de que ese joven de apariencia frívola desconoce el pavor primario que a él lo embarga;

“AUNQUE SU OBRA NARRATIVA SEA MODESTA EN EXTENSIÓN CON RESPECTO A SU OBRA CRÍTICA… EL SIGNIFICADO DE SU CIFRA EN LA CULTURA NO PODRÍA PRESCINDIR NI DE LA UNA NI DE LA OTRA  .

sólo es capaz, en su ingenuidad superficial, de no ver en el fondo del mar más que un ameno espacio donde se ocultan tesoros perdidos y yacen taciturnas ciudades naufragadas. Sin duda hay en George Steiner algo de ese Aaron Tefft. Al igual que él, el autor de La muerte de la tragedia desprecia la atolondrada barbarie de los coleccionistas, la supersticiosa necedad de quienes consumen bienes culturales y no saben, no están dispuestos a pagar el precio que cuesta habitar entre “Los jardines del Edén”, para recordar el título de uno de sus ensayos.

caso del propio Steiner diríamos que sí, pues aunque su obra narrativa sea modesta en extensión con respecto a su obra crítica, ésta no sabría reducir o desplazar aquélla, y la figura de Steiner, su universo problemático, el significado de su cifra en el texto de la historia de la cultura no podría prescindir ni de la una ni de la otra. El ejemplo de Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes o de Octavio Paz nos llevarían a sustentar que en ausencia, en espera o al acecho del logos del autor, el amanuense debe saber desempeñar el oficio de traductor, resignarse a ser un obrero de la glosa.

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Si el crítico es un cartero que transmite los mensajes, y el escritor y el poeta son aquellos que verdaderamente los escriben, la literatura moderna nos ha enseñado —de Voltaire a Borges— que existe una tendencia a confundir y sobreponer los papeles, que el medium es el remitente. De esta confusión existen no pocas variaciones y grados, y acaso en la comprensión de esa dosificación podemos reconocer, si no las leyes, sí las constantes del oficio literario en los tiempos que corren. ¿Puede el cartero a veces serlo y a veces caer en la tentación de escribir cartas? Si miramos el

Quizá la obra más conocida y polémica de la ficción narrativa escrita por George Steiner sea The Portage to San Cristobal of A. H. (1979, 1981, 1999) [El traslado de A. H. a San Cristóbal ]. La novela imagina que un puñado de judíos a la caza de nazis prófugos encuentra a A[dolf] H[itler], quien está escondido en un remoto confín del Amazonas brasileño. ¿Qué significa, qué significó la figura de este encantador de multitudes que era capaz de incendiar con palabras “a las piedras” y bajo cuyas órdenes miles de judíos de diversos países fueron enviados al Holocausto?

EN LO PROFUNDO DEL MAR (EL INICIO) GEORGE STEINER

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o profundo del mar estaba llevando al señor Aaron Tefft al borde de la locura. En las cartas de navegación que empapelaban las paredes de su estudio de Salem, las fosas estaban marcadas con tintas de tonos cada vez más estridentes: desde la serena estrella azul que rodeaba la fosa de Sigsbee, a solo 3,500 m por debajo del golfo de México, hasta la figura de color rojo sangre sacada de la cábala que circunscribía el abismo del mundo, el centro de las pesadillas del señor Tefft, la fosa de Mindanao, 10,800 m por debajo del brillo del sol. No es que el señor Tefft mirase a menudo el mapa en que esa fosa final estaba cartografiada de manera tan clara. Su cerebro vacilaba ante la idea de ese embudo de la noche en el que el Everest pasaría inadvertido, su penacho nevado oculto 1,800 m por debajo del silencio del mar. Pero la certeza desnuda de que Mindanao existe, de que sus paredes de agua giran con el vagar diario de la Tierra, presionaba el corazón del señor Tefft y lo obligaba, una y otra vez, a saltar de su gastado sillón de cuero y a afrontar el muro oriental en el que había fijado sus cartas del Pacífico. Y aunque el crepúsculo en la habitación o el reflejo caliente del sol de occidente borrasen los detalles, sabía dónde estaba la fosa de Mindanao y podía atisbar por encima el cuadrado púrpura que señalaba la fosa de Ramapo, 10,500 m de mar familiarizado con los tifones y hundido en una súbita oscuridad no lejos de Japón. Para la perturbada imaginación del señor Tefft, el océano Pacífico disfrazaba las distintas entradas del infierno: la fosa de Nerón junto a

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Guam, la fosa de Aldrich a barlovento de las islas Kermadec, la fosa de Milwaukee, un abismo que supera al Himalaya. En la mente del señor Tefft no existía un desastre marino sin explicación. ¿Por qué nunca se había sabido nada del Cyclops después de que saliera de Barbados el 4 de marzo de 1918? Simplemente porque en algún lugar de su trayecto acechaba una fosa por descubrir de la que había surgido un rápido remolino, una avidez en la vorágine que había absorbido el navío hacia la oscuridad. Primero el Cyclops había pasado por la región en la que la luz del sol todavía penetra, un azul oscuro y tenue; luego por las selvas verdes donde cazan las barracudas; más abajo, por donde empiezan la noche absoluta y el frío inhumano, pero donde rayos luminiscentes arrojan sus dardos de fuego; finalmente, llegó al lugar desconocido donde después de siglos de disolución las armadas se convierten en polvo. Pero cuando su imaginación se acercaba a esa última región, al señor Tefft le asaltaba un violento temblor y caminaba hacia la ventana,

“LO ATERRORIZABA Y ATORMENTABA EL TEMOR A QUEDAR ENTERRADO EN EL MAR Y SER ARRASTRADO A UNA DE LAS GRANDES FOSAS .

miraba al jardín y centraba sus sentidos desconcertados en el limero o en el sombrero de paja de Katherine Tefft hasta que, como si la hubiera atraído su mirada salvaje, ella se giraba en su silla de mimbre, sonreía y decía: “¿Estás bien, Aaron? Ven a sentarte a mi lado, querido”. La obsesión del señor Tefft tenía una forma precisa. Lo aterrorizaba y atormentaba el temor a quedar enterrado en el mar y ser arrastrado a una de las grandes fosas por esas corrientes oceánicas cuyos caminos conocía con exactitud. Con cada año de servicio transcurrido en el puente de barcos mercantes y trasatlánticos, el conocimiento del señor Tefft de esas corrientes se hacía más sutil, y más fuerte su convicción de que cualquier cosa muerta que flotara en algún lugar del mar sería al final absorbida en uno de los abismos. Si un hombre fuera arrojado al agua, incluso en la parte menos profunda del Atlántico, su cuerpo vagaría hacia una de las corrientes y sería transportado hacia las Bermudas y la fosa de Nares o la fosa de Mónaco, al este de las Azores. No había manera de escapar. Había que dar sepultura a los hombres en tierra. De lo contrario, los mares los absorberían hacia su centro y su viaje sería más aterrador que ningún peregrinaje por los suelos del infierno. Ese viaje ardía en la mente del señor Tefft con tal intensidad material que había proporcionado una luz curiosa a sus ojos y había quemado los bordes de su alma. Fuente: En lo profundo del mar, traducción de Daniel Gascón, Siruela, Madrid, 2016.

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¿Cuáles fueron las raíces del nazismo? ¿Fue H. un aprendiz de verdugo comparado con Stalin y con Mao? ¿Qué relaciones dialécticas vinculan al judío y a su agente exterminador? ¿Hasta qué punto es demencial el monólogo de A. H. que cierra el libro, sus pretensiones insidiosas y venenosas, quizás inspiradas por algún visionario talmúdico: “Quizá yo soy el Mesías, el verdadero Mesías, el nuevo Sabbatai, cuyas infames hazañas Dios permitió para llevar a casa a su pueblo”? El traslado de A. H. a San Cristóbal es —según escribe su autor en el epílogo escrito para la edición norteamericana de 1999— una parábola sobre el dolor. Sobre el abismo de dolor sufrido por las víctimas del nazismo, por aquellos que fueron “étnicamente limpiados” en un hábitat devastado del Amazonas. Intenta dar realidad al lenguaje y con él a las frágiles oportunidades de la verdad, cuando las palabras son despedazadas entre la retórica y la locura. Pero en primer lugar y ante todo esta fábula entraña “el dolor de la memoria, el imperativo pero insoportable dolor del recuerdo”, como apunta en el mismo epílogo de la edición norteamericana. Haber inventado a Dios, haber creado las enfermedades llamadas Ley (cf. Moisés y Jesucristo) y Utopía (Marx) son los motivos que explican la complicidad, la sospechosa indiferencia de quienes pudieron ayudar a la salvación de los judíos en Europa desde 1930, y no lo hicieron. Una y otra vez durante los últimos años de la década de los treinta, los judíos de Alemania, los niños en primer y principal lugar, pudieron haber sido salvados. Esta fábula provocadora e inquietante que es imposible leer sin vértigo y náusea no sólo es un viaje al fondo del abismo del pasado inmediato. Presenta un retrato no menos aterrador del presente circundante inmediato y de la envolvente cultura del espectáculo, de la maquinaria de trivialización y banalización que alimenta a la sociedad contemporánea y que, en su indiferencia y pasividad, tiene demasiados puntos de contacto, demasiadas afinidades con las sociedades de los países que asistieron con sonámbula, si no regocijada apatía, al martirio de los judíos. Novela de ideas y novela de aventuras, sátira y parábola, El traslado de A. H. a San Cristóbal ensaya una empresa que a no pocos puede parecer insensata: mantener viva la llama calcinante de esos recuerdos que hoy el cine, la televisión, los millones de páginas publicadas sobre el tema del nazismo —sus abominables y sus no menos bochornosas raíces— amenazan con transformar en dócil, insubstancial fantasía. El traslado de A. H. a San Cristóbal suscita para el lector latinoamericano una pregunta central: ¿Auschwitz, la solución final, A. H. y el nazismo solamente son un asunto que concierne a los judíos y a los alemanes, a los europeos? ¿No es una irresponsabilidad pensar que las Américas son inocentes de la realidad de los campos precisamente cuando los diversos proyectos americanos, el anglocanadiense y el francocanadiense, el yanqui y el sudista, el hispánico y el portugués, arrancan —cuál más, cuál menos— de la guerra

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Fuente > history.com

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“EL TRASLADO DE A. H. A SAN CRISTÓBAL SUSCITA PARA EL LECTOR LATINOAMERICANO UNA PREGUNTA CENTRAL: ¿AUSCHWITZ, LA SOLUCIÓN FINAL, A. H. Y EL NAZISMO SOLAMENTE SON UN ASUNTO QUE CONCIERNE A LOS JUDÍOS Y A LOS ALEMANES, A LOS EUROPEOS? . étnica como condición de la colonización? ¿No podría pensarse que los militares brasileños, argentinos, chilenos, uruguayos que han torturado y hecho desaparecer, secuestrado y confinado en prisiones clandestinas a miles de sus conciudadanos por razones ideológicas, son herederos de esos rebaños que siguieron a la dictadura nazi en su delirio de persecución y purificación? ¿Hasta qué punto la cristiandad como idea civilizatoria es una empresa política y guerrera? ¿No avanza Occidente al compás de una guerra profana y de una serie de batallas secularizadoras? ¿Hacer memoria de esos negros episodios no es una forma de tener conciencia de la ambigüedad profunda de la cultura: de las vertientes “demasiado humanas” de las humanidades? El traslado de A. H. a San Cristóbal gravita sobre dos monólogos —el horrorosamente memorable de Lieber, el cerebro judío de los cazadores israelitas de nazis, y el de A. H., provocador, blasfemo, con el coraje del apóstata. En efecto, El traslado de A. H. a San Cristóbal es un libro escrito con coraje. En español esta palabra sugiere, de un lado, valor, arrojo; del otro, ira y cólera. Es un relato escrito con ira y ciencia (cum ira et scientia), alternando diversos puntos de vista y donde el narrador omnisciente se disimula en el lector. Aparece como un capítulo apócrifo de la historia universal, cuyos testigos más autorizados son esos dos espectadores que no se conocen entre sí, el guía indio Rebku y el doctor Gervinus Rothling, observadores que comparten a la vez la distancia y el interés apasionado. Entre los soliloquios de Lieber y de A. H., aparece un tercero: el del doctor Gervinus Rothling que plantea, de un salto mortal a otro, los temas de la justicia y el poder desde una óptica trascendental y que es capaz de distanciarse e incluso de relativizar (sin desestimar) la importancia del

Holocausto. Lo puede hacer porque sabe que “la proporción” es “la virtud suprema” y que “la medida es la aristocracia última del hombre”. La mesura como la puerta de la libertad. Gracias a la medida el arte musical es posible y “la musique est la liberté dans le temps” (“la música es la libertad en el tiempo”), es decir, la única realidad que le permite al hombre dominar al tiempo y escapar de él. No en balde el breve cuento “Discos para una isla desierta” (1992), en realidad un poema en prosa, imagina la eternidad bajo la especie de una Babel auditiva donde están concentrados, clasificados y organizados todos los ruidos (reales o imaginarios), toda la música y la memoria acústica del mundo. En un registro distinto a La montaña mágica de Thomas Mann o a La peste de Albert Camus —pero en un horizonte conceptual afinado a estas dos obras maestras de la literatura del siglo XX—, El traslado de A. H. a San Cristóbal convoca, en la complejidad polifónica de su órgano vertical y a partir de la dolorosa substancia de que está hecha, la realidad fabulada y figurada de la música de las ideas. Esa música, hecha de locura y sacrificio, es uno de los misterios que hacen de El traslado de A. H. a San Cristóbal una pieza memorable y trágica de la imaginación literaria y política contemporánea. Notas

1 Con el título de En lo profundo del mar, Siruela (Madrid, 2016) publicó el tomo de la narrativa completa de George Steiner, traducida por Daniel Gascón, que incluye las piezas mencionadas y aún es asequible. 2 Ibidem, p. 12. 3 Ibidem, p. 25. 4 Friedrich Hölderlin, El Archipiélago (fragmento), traducción de Jaime García Terrés, en Obras I. Las manchas del sol. Poesía, 1953-1994, compilación de Rafael Vargas, Fondo de Cultura Económica, Letras Mexicanas, México, 1997, p. 415.

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De acuerdo con una de las culturas más antiguas de la humanidad —y que sigue del todo vital e impetuosa en estos tiempos—, el judío errante fue condenado a vagar por siempre, sin hallar jamás reposo en la Tierra. El relato que ahora ofrecemos crea un vínculo entre ese personaje simbólico y la segregación, dado que el primer ghetto para los hebreos se estableció en Venecia, ciudad en la que hoy conviven su barrio antiguo y su barrio nuevo. El protagonista del cuento halla, sin buscarlo, el inicio de la trashumancia perpetua.

PARA LA ETERNIDAD JAIME MORENO VILLARREAL

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Fuente > guias-viajar.com

l salir de la terminal de tren, la gente cruza el puente o toma el vaporetto, pero nosotros doblábamos por una callejuela a la izquierda. Para mí la llegada a Venecia no era feliz, era siempre ese recular hacia una zona que sentía alejada del resto, siguiendo a mi madre, el rígido avanzar de su falda de oficinista, el sombrerito, sus zapatos siempre más veloces que mi carrera. Yo a mi madre no la llamaba mamá, sino Pina, por su nombre. “Pina, espérame”. Era angustioso sentir que me dejaba atrás Cruzábamos frente al portal de una pensión que dejaba descubrir un huerto al fondo, donde se hospedaban jóvenes viajeros de mochila. Pasábamos a San Marcuola a comprar flores. Luego seguíamos hacia el Ghetto Nuovo. Las aguas del río eran de verde cetrino en el verano, y en invierno con la niebla daban impresión de un lecho helado. A pesar del mosaico de ventanitas caseras que daban al río, entrar al ghetto era como entrar a una fortaleza medieval. Las lanchas amarradas a los postes apenas aligeraban la impresión de un foso de castillo amurallado, y yo sentía al cruzar el puente de madera que caminábamos por un puente levadizo. En otro siglo había que pagar al entrar y al salir, cuando todos los movimientos de los judíos eran vigilados bajo sospecha del uso que daban a sus dineros de prestamistas. Se decía que espiaban para los otomanos en contra de la Serenísima y que propagaban la peste. Los confinaron, por eso y más. Ingresábamos al ghetto por la boca del soportal a un túnel de piso de losas, muros de ladrillo y piedra sillar, y con techo de vigas muy bajo. Daba la sensación de entrar en otro tiempo. Pasos adelante ya estábamos en la plaza rodeada de edificios de cinco, seis y hasta siete pisos, el Campo del Ghetto Nuovo con sus tres pozos de agua decorados con los leones de Judea, y los infaltables ancianos sentados en las bancas. Luego cruzábamos otro puente hacia las callecitas del Ghetto Vecchio, y al doblar la escuadra de las dos sinagogas nos

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mirando el cielo. Ella servía té y galletas. Hablaba de la familia y de sus muertos, a quienes yo confundía con la lista de víctimas de la Primera Guerra Mundial inscrita en la fachada de la sinagoga española. Y luego nos contaba chistes llenos de autoescarnio judío. Uno tenía esta moraleja: “La felicidad no dura, pero no te preocupes, lo que sí dura es la renuncia”. Risas de mi madre. No recuerdo el chiste, sólo se me quedó la frase. Una vez, al cruzar en góndola bajo el puente de San Pietro di Castello, el señor Valenzin, buen amigo de la familia, nos contó que en otro tiempo al pasar por ahí los féretros de los judíos difuntos, los venecianos les gritaban improperios y les arrojaban inmundicias. Tiempos terribles. ¿Habrían de volver? Mi madre y yo no éramos ya practicantes. Mi papá, a quien no se nombraba, fue cristiano, cosa no inusual en la comunidad israelita de Venecia, un zapatero cristiano. Sarita decía que en tiempos remotos los judíos vivían en la ciudad entremezclados con los goyim quienes, envidiosos de su prosperidad, los habían “INGRESÁBAMOS AL GHETTO POR despojado. “Mataron a todos, excepto LA BOCA DEL SOPORTAL A UN a un niño”, contaba mirándome a los ojos, “al niño lo convirtieron a la fuerTÚNEL DE PISO DE LOSAS, MUROS DE za al cristianismo y lo casaron con una LADRILLO Y PIEDRA SILLAR, Y CON noble veneciana”. Pues por lo visto no mataron a todos, pensaba yo al ver a mi TECHO DE VIGAS. DABA LA SENSACIÓN tía aposentada frente al muro con su DE ENTRAR EN OTRO TIEMPO . espejo de marco dorado, entre cromos del Canaletto y también un retratito de León de Módena. Una mañana salimos mi madre y yo al cementerio judío. Tomamos el vaporetto al Lido y luego caminamos por la costa hacia el monasterio de San Nicoló. El cementerio viejo estaba cerrado, pero bastó con solicitarle acceso al guardia del cementerio nuevo para que nos abriera la puerta. El lugar, rumoroso de chicharras, estaba sembrado de incontables lápidas en el abandono, inclinadas unas, otras ya vencidas, como campo de batalla en el que aún se acodaran los moribundos, todos acostados por el vendaval que sube de la laguna, dispersos entre la hiedra invasora. Sarcófagos tendidos detrás de las piedras Ghetto Nuovo, Venecia.

perdíamos entre las casas, frente a puertas de madera muy estrechas, para ascender por fin la alzada escalera, más de tablones que de escalones, Pina y yo envueltos en un olor rancio de humedad mezclado con aroma de pan ázimo del horno del panadero que horneaba en la planta baja. Tocábamos a la puerta de la tía Sara. Su cabecita de ratón asomaba, con cabello plateado y enormes lentes, y sonreía sorprendida por los colores del ramo de flores que Pina le ofrecía. Yo corría a asomarme a la ventana de la sala para mirar la plazoleta Delle Scuole, con sus palomas, su pila de agua y sus muchachas que me enamoraban. Por ahí cruzaría un rabino seguido por una tropa de niños, pero había también cristianos avecindados y algunos comerciantes que no respetaban el shabbat. De las ventanas del edificio colgaban lazos de ropa puesta a secar al sol de la mañana. Para tostarme un poco, me sentaba en el sillón donde mi tía pasaba horas

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“MI MADRE SE PERDIÓ ENTRE LAS PIEDRAS, Y YO HALLÉ UN SARCÓFAGO ABIERTO, LLENO DE HOJAS SECAS, DONDE ME SUMERGÍ A INVESTIGAR. ME TENDÍ DENTRO .

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LA MUSA VIRTUAL SAMUEL NOYOLA Tus pechos erizados apuntando hacia Venus

semejaban tesoros saqueados. Por recomendación de Sarita habíamos ido a buscar la tumba de nuestro ancestro más antiguo. Había fosas vaciadas, sin señal, y estelas fuera de lugar, como arrojadas por ser ya inútiles, pero labradas en hebreo y con escudos heráldicos en bajorrelieve. Me impresionó que así se elevaran las familias judías, oblicuamente, como páginas desprendidas y dispersas de un libro de piedra. Podía sentir fragmentos de losas bajo mis pies, los sarcófagos eran barcas encalladas, la tarde se extendía muy despaciosa como las plantas parásitas de los saucos y el moho del cementerio. Había una roca trabajada en cantera que sobresalía por su rudeza, y que no llevaba más que una pobre inscripción: “1631 Hebrei”. “Será una fosa común, dijo Pina, los muertos de una peste”. Mi madre se perdió entre las piedras, y yo hallé un sarcófago abierto, lleno de hojas secas, donde me sumergí a investigar. Me tendí dentro para mirar el pestañeo del cielo azulísimo entre las frondas y ver caer las hojas, con la membrana roja de sangre de mis párpados como refugio. El sueño de mi padre, el sueño de los hermanos de mi padre, el sueño de cuando nos alcanzó la noche en una brecha, el sueño de cuando dejamos la casa para siempre, el sueño de las lluvias copiosas, el sueño del estío y de la separación, el sueño de un cuerpo inmóvil, el bálsamo de la muerte. A un costado mío, una estela tenía forma del arca santa donde se guarda la Torá, y otra un arpa esculpida. Yo, tendido junto a la familia Sasso y junto a los Jesurum, me ataba a ellos y me olvidaba de la muerte. Pensé en Jacob, que llevaba luto por José aunque José estuviera vivo. Fue entonces que escuché los gritos de Pina. Me buscaba desesperadamente. Su hijo se había perdido entre las tumbas. En vez de salir a su encuentro, esperé maliciosamente a que me encontrara en el sarcófago. Pero no daba conmigo y seguía llamando. El guardia del cementerio nuevo acudió pronto y se puso a correr entre los sarcófagos abiertos. Yo me cubrí con las hojas secas para hacerme el desaparecido. Podía sentir cómo, al paso de Pina sollozante, las lápidas se ladeaban aún más, las ramas de los árboles braceaban forcejeando, y yo respiraba otro aire, el polvo de los levitas, de los prosélitos, de los huérfanos. No podía abrir la boca. Por fin, el sufrimiento de mi madre me hizo levantarme y me puse de pie como si fuese un alma incorpórea. Estaba cubierto de tierra. Pina corría a saltos, encaramándose entre las losas. Me atravesé en su camino para que me encontrara, pero ya no pudo verme. Le grité, pero ya no pudo oírme. Me colgué de su falda, pero me arrancó de su lado. No me dejes, le pedí, anudándome a ella con ligamentos de carne, pero me dejó atrás en esa isla semisalvaje, entre las piedras disimuladas por la maleza, expuesto a la erosión de la sal que carcome los sepulcros, frente a la lápida de los Coen, con su símbolo de dos manos en gesto de bendecir, y las inscripciones tumbales de los lotes, que los judíos no consignaban a perpetuidad sino para la eternidad.

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Los libros no leídos que escribo a duermevela El espectro del alma proyectada en mis dedos La órbita terrestre en los nopales elípticos La nada que respira con la nariz de humo El paso treceavo contra la doble A La música de Mozart cantada por un simio Mi muerte adelantada en un sucio periódico El dinero perdido en el Casino Etílico La tarola norteña y la copa de un álamo Los misiles prendidos en el pastel de Irak Mil genes femeninos: 108 del hombre La cámara secreta del fotógrafo ciego La ruleta sin rumbo del taxista perdido El brillo de la Aurora en los ojos de Pedro Un e-mail redactado pa’ todas mis hermanas La fuente de la vida que chorrea en el desierto Mis días sandinistas y un amor valenciano Un infante educado por el haz digital Los poemas baratos de un poeta becado Una vaca sagrada en mi patio trasero El laberinto de Escher, las líneas de mi mano Mi madre recostada en una alfombra flotante El litigio del cielo en La Tremenda Corte Un ovni matutino como un disco compacto La pirámide trunca del reino tepaneca Las plantillas cortadas de un cartón reciclado El tic-tac de una bomba en el avión del tiempo Los claveles temblando que aguardan las tijeras El aforismo pobre del filántropo rico El Challenger que vuelve con la raza sisqueada La catarina: joya que posa en la memoria La cara del vacío sin mirada ni dientes Los paneles solares y el panal avispero Un reloj descarado sin sus bigotes crónicos La hoja mariguana como mano bendita Y la piedra del cuarzo como un altar colgante Los orines del gato perfumando su insidia Y el olor del pescado en el mercado púbico El orgasmo en el sueño de la musa virtual. El 12 de abril de 2007 Samuel Noyola envió “La musa virtual” en un correo electrónico a Daniel González Dueñas con esta nota: “Querido Daniel: me acabo de encontrar tu tarjeta dentro del laberinto de mis papeles. Espero que hayas leído Palomanegra productions. Me interesa tu opinión. Te mando lo más reciente que he escrito. Tú sabes que no escribo mucho. Un abrazo”. El poema no aparece en El cuchillo y la luna (2011), volumen reunido por Minerva Margarita Villarreal y Víctor Manuel Mendiola, que recoge Nadar sabe mi llama (1986), Tequila con calavera (1993) y Palomanegra productions (2003). —Alejandro Toledo.

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Quizá poco frecuentado por lectores mexicanos pero una absoluta autoridad en la narrativa estadunidense actual (y no sólo la que cabe bajo la categoría ciencia ficción), Ted Chiang es ahora accesible al público hispano, gracias a la traducción que hizo Sexto Piso de su libro Exhalación. El novelista y dibujante BEF es hondo conocedor de la pluma del autor de origen chino, que parece “enloquecedoramente” lenta: en tres décadas ha publicado sólo dieciocho cuentos. Aquí ofrece pautas finas para acercarse a esta nueva edición.

EL SUSPIRO MECÁNICO DE TED CHIANG BERNARDO FERNÁNDEZ, BEF @monorama

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n un mercado editorial que es tan voraz como el estadunidense, donde la demanda de contenidos genera autores capaces de producir novelas de seiscientas páginas cada año, una figura como la de Ted Chiang se distingue con gran contraste.

N ORTEAMERICANO E HIJO de migrantes chinos, nacido en 1967, estudió ciencias computacionales en la Universidad Brown. Es egresado del legendario Taller Clarion, al que aspirantes a escritores acuden en una especie de retiro para ser tutoreados por autores notables; años después fue instructor del mismo. Ha traducido al inglés a varios autores chinos de ciencia ficción. Poco más se sabe de su vida personal, es reservado hasta la misantropía. Acaso dedicado a su labor profesional de programador, el proverbial day job, su producción narrativa se reduce a dieciocho cuentos en casi treinta años. Es un ritmo enloquecedoramente lento para sus lectores lo que, sin embargo, no le ha impedido cosechar todos los premios importantes de ciencia ficción en inglés. Una de sus más famosas narraciones, “La historia de tu vida”, fue adaptada por Denis Villeneuve al cine como Arrival (La llegada, 2016). Quizá sea una de las más inteligentes cintas de ciencia ficción recientes y, sin duda, un clásico instantáneo. Tuve el gozo de incluir ese cuento en la antología 25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana, que coedité con Pepe Rojo para Almadía en 2013 (gracias a Pepe conocí el trabajo de Chiang). SU PRIMERA COMPILACIÓN, Stories of Your Life and Others, fue publicada en inglés en 2002. Casi veinte años después, en 2020, Sexto Piso tuvo el acierto de comprar los derechos y traducir Exhalación, su segundo volumen compilatorio. Ello da oportunidad a lectores hispanoparlantes de tener de golpe la mitad de su obra narrativa. El libro contiene nueve historias que van desde la brevísima “Lo que se espera de nosotros” hasta la noveleta “La ansiedad es el vértigo de la libertad”. Es un microcosmos deslumbrante, derroche de imaginación maridada —cosa poco común en la ciencia ficción— con un nivel literario sorprendente. En las historias parecen mezclarse Jorge

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“ES UNO DE LOS MEJORES VOLÚMENES DE CUENTOS QUE HE LEÍDO EN ESTE TIEMPO, DENTRO Y FUERA DE LA CIENCIA FICCIÓN . Luis Borges con Bruce Sterling, Philip K. Dick con Neil Gaiman, Ursula K. Le Guin con Margaret Atwood, sólo para ofrecer como resultado una elegante síntesis que abreva de lo mejor de estos mundos. Buen ejemplo de ello es el cuento que abre la antología, “El comerciante y la puerta del alquimista”, entrañable homenaje a Las mil y una noches pasado por la física de punta, donde el autor presenta una ¿máquina del tiempo? que funciona más como un recurso poético que tecnológico. Al final, Chiang entrega a sus lectores una deliciosa fábula. Continúa con “Exhalación”, tan deudor de Borges como de Asimov, donde un científico robot que habita un mundo mecánico se aplica a sí mismo una vivisección que le permitirá descubrir que los días de su planeta están contados. “Lo que se espera de nosotros” cuestiona el libre albedrío a través de un juguete tecnológico, aparentemente inocuo, mientras “El ciclo de vida de los elementos de software” es una de esas narraciones al estilo del más reciente William Gibson, en la que Chiang presenta a los digientes, mascotas digitales con capacidad de aprendizaje que desarrollan con sus dueños complejas relaciones emotivas que habrán de persistir a lo largo de años, pese a los cambios de tecnología e, incluso, a la obsolescencia. El autor se pregunta si la conciencia de estos seres basta para calificarlos como criaturas vivas, con derechos y obligaciones.

“La niñera automática, patentada por Dacey” es un divertimento dieselpunk, subgénero retrofuturista de la ciencia ficción que sitúa desarrollos tecnológicos complejos, propios de la computación y la robótica, entre el inicio de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda. En este cuento, disfrazado de ensayo histórico, se revisa el fallido desarrollo de una niñera autómata por parte de un inventor que es contemporáneo a Edison. En “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento”, la voz de un periodista tecnológico reseña un software que registra con precisión las experiencias humanas y se va contrapunteando con el testimonio de un aborigen africano que descubre la escritura —con su presunta objetividad— de mano de un misionero europeo, en dos narrativas entrelazadas. “El gran silencio” responde con melancólico ingenio lo que sucedería si los humanos cohabitáramos el planeta con otra especie inteligente. En “Ónfalo”, una científica en una realidad paralela donde la religión domina el mundo se topa con la evidencia de que quizá la humanidad no fue colocada por dios en el centro del universo. Finalmente, “La ansiedad es el vértigo de la libertad” plantea un mundo muy a la Philip K. Dick, donde es posible comunicarse con nuestras encarnaciones en universos paralelos. Ello permite ver las consecuencias de los caminos tomados y no tomados en otras realidades (¡Ah, Robert Frost!), lo que enloquece a la gente, al grado de desarrollar una auténtica adicción. ¿Seríamos más felices? ¿Cometeríamos los mismos errores? Chiang lo responde magistralmente.

SE TRATA de una compilación sólida, que se lee en un suspiro, pese a su respetable extensión y a que deja un regusto a brevedad, con la frustrante noción de que habremos de esperar otros veinte años para leer la siguiente antología del autor. Al mismo tiempo se trata de uno de los mejores volúmenes de cuentos que he leído en este tiempo, dentro y fuera de la ciencia ficción, como respaldan los comentarios de personalidades como Joyce Carol Oates, Barack Obama y Alan Moore. Chiang es un narrador brillante, quizá el mejor cuentista norteamericano de ciencia ficción de su generación. Y uno de los mejores fuera de ella.

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Sobre el mismo libro Exhalación, Jorge Martínez teje su lectura entusiasta de Ted Chiang. Destaca la manera en que el escritor cuestiona los alcances de la comunicación humana para confrontarla con el sistema binario de las nuevas tecnologías, además de plantear los dilemas morales que conlleva nuestra relación de amor-dependencia-odio con ellas y su omnipresencia en la vida contemporánea. Luego subraya el tino del cintillo que la editorial puso al libro: “Y tú que creías que no te gustaba la ciencia ficción...”.

LA CIENCIA FICCIÓN ESTÁ DE MODA JORGE MARTÍNEZ

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Fuente > syfy.com

o reconozco: mi pestaña favorita en Netflix es la de ciencia ficción. Escroleo las filas de recuadros: invasiones, astronáufragos, hackers, guerras intergalácticas, Inteligencia Artificial, naves ultrasónicas... Quizá, en otro momento de la humanidad, la cartelera del cine real también me dé argumentos, pero las salas todavía son inaccesibles y el cine está en la palma de nuestra mano, literal. Sin embargo, para 2016, cuando Denis Villeneuve y Eric Heisserer filmaron Arrival (La llegada), la sci-fi ya estaba de moda y fui realmente al cine —con palomitas, asientos reclinables y personas—: ahí también conocí a Ted Chiang. En la película, Amy Adams estelariza a Louise Banks, una lingüista a quien Chiang le encarga, en el relato original que ese filme adapta (La historia de tu vida), la nada sencilla misión de comunicarse con extraterrestres. Sí, es una premisa arquetípica de la ciencia ficción si se quiere, pero la distingue el complejo tejido argumentativo: su heroína lingüista no sólo se dedica a descubrir el lenguaje de Lo Otro, sino que ofrece toda una interpretación lingüística del tiempo, la identidad y las condiciones humanas. La sci-fi de Chiang tiene lugar en las ideas, en el gigantesco imperio del What if..., porque propone y argumenta la posibilidad, mucho antes de darla por hecho. Esto lo distingue del eterno ABC —Asimov, Bradbury, Clarke—: sus relatos bien podrían situarse en estantes más cercanos al Sidereus Nuncius de Galileo que a los de El hacedor de estrellas de Stapledon. Ted Chiang ha publicado alrededor de dos decenas de relatos en treinta años y eso ha sido suficiente para ganar todos los premios importantes en la ciencia ficción, algunos de ellos varias veces. En 2002 Tor Books publicó Stories of Your Life and Others, traducido como La historia de tu vida por Alamut Ediciones (2015). En 2020 Sexto Piso publica Exhalación, traducida por Rubén Martínez Giráldez, publicada originalmente por la editorial Alfred A. Knopf como Exhalation: Stories (2019). Ted Chiang tiene apenas un par de volúmenes compilatorios y ahora mismo es catalogado como el Philip K. Dick de esta generación. Nada nuevo: cada época obedece a sus símbolos particulares, y es precisamente aquí donde Chiang se deslinda de toda una tradición de esquemas

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de la ciencia ficción: sus escenarios son recientes, las tramas actuales, los personajes —androides, seres humanos, et al.— deconstruyen sus roles, discursos, hasta su apariencia. La apuesta es propositiva y crítica, pero al mismo tiempo la subyace una lógica que es arbitraria: paranoica y ansiosa, se obsesiona con el absurdo. Buena parte de los nueve relatos que integran el volumen proponen un dilema moral. “El comerciante y la puerta del alquimista”, en particular, es un relato en el que se ha observado gran influencia de Borges y Scheherazade, por los marcos diegéticos y el estilo delegado de la narración, pero su centro de gravedad es el mismo: ¿realmente existe el libre albedrío? Algo similar sucede con “El gran silencio”, que retoma el tema del contacto extraterrestre y lo revierte: ¿qué tal si el verdadero contacto está dentro de nuestro propio planeta? O peor aún: en nosotros mismos. El gabinete de curiosidades de Ted Chiang incluye “La niñera automática, patentada por Dacey”, donde una nana robótica se encarga de educar a un niño, hasta que salen a relucir los alcances de la comunicación humana y sus evidentes diferencias con el sistema binario de las máquinas. Si bien Chiang reconoce en sus notas la enorme influencia de Dick

“LA APUESTA ES CRÍTICA, PERO CON UNA LÓGICA ARBITRARIA: PARANOICA Y ANSIOSA, SE OBSESIONA CON EL ABSURDO .

sobre su narrativa, importa destacar que en relatos como éste la disyuntiva surge del papel de la tecnología en la vida humana. Así, en el cuento que da título al libro, un personaje desarma su cerebro y su identidad para entrometerse en los secretos del cosmos; mientras que en “El ciclo de vida de los elementos de software”, la relación amor-dependenciaodio entre los humanos y la tecnología queda al descubierto: ¿podríamos sentir algo por nuestros avatares de la vida digital en la vida real? ¿Existe realmente una diferencia? Un eje fundamental de los relatos es que todos habitan el territorio de la memoria. “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento” presenta una nueva herramienta para los humanos, el Remem, capaz de hacer olvidar, pero mejor aún: busca sustituir por completo la memoria humana. Es tan escalofriante como “Ónfalo”, cuya base es la ancestral memoria de la Tierra y, por consiguiente, la de sus habitantes, de modo que cada comunidad construye su particular cosmogonía, anclada en el sujeto individual y su experiencia planetaria. Mención aparte para “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, que incluye todos los tópicos señalados: un texto actual que ofrece una posibilidad maravillosa a costa, una vez más, de la interacción tecnológica: la comunicación efectiva con tu para-yo en un universo paralelo al tuyo. Nunca he sido partidario de los cintillos en los libros —la mayoría son malos, amarillistas, misóginos—, pero el que Sexto Piso incluye en Exhalación me pareció peculiar. Encima de adjetivos como “provocador”, “deslumbrante” y “puto genio”, se lee: “Y tú que creías que no te gustaba la ciencia ficción...”. Es interesante si el género está de moda, y no lo digo por la cantidad o calidad del streaming, sino porque ofrece justo lo que necesitamos en este momento: no escapatoria, como mordazmente sugieren algunos detractores del género, sino imaginación creativa, exploración, nuevas formas de experimentar el conocimiento y las capacidades humanas.

Ted Chiang (1967).

JORGE MARTÍNEZ (Torreón, 1994) ha colaborado en revistas y suplementos culturales. En 2019 publicó, en coautoría con Fernando de la Vara, Ruta de Paso (El Astillero Libros), crónicas en torno al fenómeno de migrantes centroamericanos en tránsito por la región lagunera de Coahuila.

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Hace unas semanas comenzó a circular el libro de cuentos de Héctor Iván González que esta página comenta, donde el autor se prueba con solvencia en otro género literario, luego de incursionar en la crítica, el ensayo, la poesía. Ahora muestra, como narrador, una diversidad de registros y énfasis que exploran posibilidades diversas. Queda a deber una novela, según apunta esta reseña, para cerrar el ciclo de lo que se ha dado en llamar un escritor todo terreno.

PORNOGRAFÍA Y DEVOCIÓN MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ @AmbrizEmece

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mmanuel Carballo, en un prólogo a los relatos de José Luis Cuevas (Material de Lectura, UNAM, 2009), señala que los textos narrativos del artista plástico pueden dividirse en dos categorías: de acción y de introspección; los que responden a la pregunta: ¿y luego? y los que contestan a esta otra: ¿por qué? Los cuentos de Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) pueden ubicarse en las dos clasificaciones que plantea Carballo. En el caso de Cuevas, son textos que cuentan una historia lineal de principio a fin, donde la mayoría de las veces el narrador-protagonista describe encuentros sexuales. La información que ofrece de las mujeres invariablemente es escasa, la mínima para saber por qué despierta atracción en el protagonista. La figura de un Casanova está lejos de estas páginas, pues no se ejerce el arte de la seducción sino una serie de estratagemas obsesivas, frenéticas, en favor de la sexualidad, sin ninguna clase de ataduras, porque el amor y la ternura acaso serían vistos como un lastre, como la piedra que impide el nado libre en aguas impregnadas de desenfreno, casualidad y erotismo. Carballo observa que en sus relatos Cuevas consigue resultados positivos y en varios cuentos de Los grandes hits de Shanna McCullough, de Héctor Iván González (Dieci7iete editorial, México, 2020), ocurre lo mismo: es posible distinguir dos historias que son el anuncio de que el autor podría escribir una novela, con óptimas consecuencias, como sucede en “El ánima de Venus” y en el relato que da nombre al libro. En “El ánima de Venus” el lector es testigo del interés de un joven en el cine porno. Durante sus sesiones en la sala Afrodita conoce el talento de heroínas como Rebequina, Dany Cheeks, Marlette, Silvia Saint, Rebbeca Wild y, por supuesto, de la pelirroja venerada, Shanna. Este relato funciona a manera de preludio de la historia central del libro, “Los grandes hits de Shanna McCullough”. ¿Por

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qué leemos a un cuentista en ebullición, es decir, a punto de volverse novelista? Es una clara muestra de su habilidad para abordar, de manera intercalada, dos historias: la obsesión del protagonista-narrador por la actriz porno, Shanna McCullough, y la presencia de su alumna, Ángela, quien tiene cierta similitud con McCullough. La ficción se antepone a la realidad y viceversa en este binomio donde el narrador termina confundido, obnubilado ante la belleza de ambas chicas. Luego surge el fervor del protagonista por la actriz porno, a quien venera por la pasión y entrega que exhibe en sus películas. La sublimación acontece dentro de la historia, como la pieza fundamental que ocasionará su renuncia a cualquier otro tipo de placer que no sea contemplar a Shanna, como un fiel devoto onanista entregado a sus orgasmos: ella goza siendo una actriz porno con aires de ninfómana y, al mismo tiempo, decide quién goza ante ella durante sus filmaciones. Cuando el escritor hace que el narrador entienda la sexualidad de su protagonista, deja claro que asimila la visión erótica de Juan García Ponce y sus egocentrismos terminan por diluirse. Esta historia, la más lograda del libro, recuerda un espléndido reportaje de Martin Amis sobre la pornografía, incluido en El roce del tiempo (Anagrama, 2019), recopilación de ensayos y crónicas del escritor inglés. Amis entrevista y convive con los actores porno, a quienes retrata en una atmósfera de oropel y decadencia; "el norteamericano promedio —apunta— pasa cuatro horas y cincuenta y

“ASÍ COMIENZA UNA EXPLORACIÓN HILARANTE Y FRESCA, ANTISOLEMNE Y AUDAZ. EL RELATO CONFIRMA SU EFECTIVIDAD CUANDO ELIGE REVELAR LA TORPEZA DE LOS PERSONAJES Y VOLVERLOS HUMANOS .

un minutos al día viendo porno (videos e internet). El norteamericano sin casa propia gasta más en porno que en el alquiler de su vivienda". Los intereses de Héctor Iván González quedan acentuados en el cine de arte y porno, así como en la literatura y el boxeo. En “Caravan” hay un juego de espejos, un homenaje a Dostoievski, pues el protagonista del relato finge ser Paul Verlaine para ser tratado de diferente manera. Es quizá el cuento con más referencias literarias. En “Columpios” y “Una historia (History)” se aprecian claros guiños al pugilismo: ... eres el boxeador que cae en el mismo round, recibiendo el mismo upper cut, en el mismo minuto en la misma pelea, por un enano “peso mosca” que sigue y seguirá hasta que, ¡hasta que nada!, al infinito porque aquí la historia (History) manda, y te puedes llamar con mil nombres, y llorar la misma lágrima en distintos rostros. El cuento más divertido es “Buscadores de tesoros, Inc.”. Si un reproche pudiera formularse a este libro, es precisamente que el resto de los relatos no cuenta con el humor y la dosis de ironía que permea en esta historia. Un joven decide emprender un negocio fuera de lo común: ir a buscar tesoros en compañía de su padre. Resuelve comprar una de esas máquinas detectoras de metales que vendían en la colonia Roma y así comienza una exploración hilarante y fresca, antisolemne y audaz. El relato confirma su efectividad cuando elige revelar la torpeza de los personajes, deslizarlos de la engolosinada perfección y volverlos humanos. Héctor Iván González entrega un primer volumen de cuentos colindante con la visión de un ensayista que reflexiona en las causas y efectos que se despliegan en la ficción. Y, en cierto sentido, le queda a deber al lector una novela, pues posee las herramientas necesarias para forjar una prosa de largo aliento y certera.

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MURIÓ un arquitecto del sonido. Artista, personaje incomparable, productor y loco que creó una intersección entre el rock, el pop y la música sinfónica. Era uno de los genios de la producción y rey Midas de la industria en los sesenta. Pero su locura terminó por devorarlo. La personalidad paranoica y sociópata que lo poseía, mezclada con armas, alcohol y drogas, era un coctel explosivo que lo llevó a la cárcel por el asesinato de la actriz Lana Clarkson. Falleció en el hospital de Stockton a los 81 años por Covid-19, sin música para despedirse. Existe una anécdota sobre su carácter obsesivo por cada disco que hizo, más de doscientas producciones entre sencillos y álbumes, la mayoría destinados a ser éxitos contantes y sonantes. Spector se forjó como compositor, guitarrista y cantante del trío Teddy Bears; tuvo con ellos un par de éxitos al finalizar los cincuenta. Después fue compositor y músico de sesión en los estudios Gold Star, donde aprendió el arte y la ciencia de la producción con Stan Ross. Su década de oro empezó en 1960, cuando se dedicó a producir en su disquera Philles Records, una fábrica de hits. En ese periodo formó su orquesta, The Wrecking Crew, y a los grupos vocales que moldeaba en el estudio para exprimirles los #1 en las listas de popularidad: las Crystals, las Ronettes, los Righteous Brothers y Ike con Tina Turner. Así desarrolló las técnicas de grabación y producción que le dieron celebridad y fortuna: el monumental Muro de sonido, orquestado por una cascada de coros e instrumentos eléctricos y

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por  EN LAS TUMBONAS, NADIE LEÍA. EL ÚNICO LECTOR

CARLOS VELÁZQUEZ

@Charfornication

ERA EL SALVAVIDAS . El único lector era el salvavidas. Que desde su puesto tenía la cabeza metida en un libro. Comencé a beber, la cerveza no es azul pero también es espiritual. Dos horas más tarde bajé a hacerle una pregunta al salvavidas. Pero su turno había terminado. A las once de la mañana del día siguiente me sacó de dudas. De la playa a la isla de enfrente había kilómetro y medio de distancia. Que no existía la posibilidad ni de ser atacado por criatura alguna ni de ser arrastrado por una corriente traicionera. Ya no llevaba el libro. Y no le quise preguntar para no incomodarlo. La mañana de un jueves me levanté resuelto a irme nadando hasta la isla de ida y vuelta. Obvio con aletas. Me coloqué los goggles y me lancé al agua. Lo conseguí. Y el salvavidas me felicitó. Me dijo que aun con aletas era muy pesado. El viernes repetí mi paseo. En total nadé seis kilómetros en dos días. Ya con más confianza, me acerqué al salvavidas para preguntarle qué estaba leyendo. Me esperaba cualquier respuesta, García Márquez, Stephen King, Quién se ha llevado mi queso, todo menos lo que me mostró: El arte de insultar. Un día después lo fui a buscar para regalarle uno de mis libros. Pero era su día de descanso. Quién descansa en sábado. Ese día dejé el hotel y ya no lo volví a ver. Todo el viaje de regreso me dolió horriblemente el lado derecho de mi cuerpo. Pensé que era la vesícula. Pero al llegar a Torreón fui al médico y resulta que me produje una costocondritis. Es el desgarre de la capa que recubre las costillas. El oleaje me golpeaba en las costillas sin que me enterara. Había acudido en busca de la espiritualidad del mar y me ocurrió lo más schopenhaueriano: que recibí justo lo que anhelaba pero no fue sanador. O como lo cantarían sabiamente Homero, Marge y Bart: “No vives de ensalada, no vives de ensalada, no vives de ensalada”.

Fuente > freep.com

LA MALDITA PANDEMIA me orilló a tomar vacaciones. Hacía siglos que no pisaba la playa. Un recuerdo amargo. La última vez que estuve en Mazatlán todavía estaba casado. Y no fue un viaje agradable. La zona “drogada” no había cambiado sustancialmente desde mi anterior visita. La novedad del trip era el puente Baluarte. Mil cien metros que te sostienen sobre la Sierra Madre Occidental. Lo que te ahorra pasar por El espinazo del diablo. Me fui en mi carro, el Blackout, y llegué en cinco horas. Mientras recorría en el coche la avenida junto al malecón constaté con horror, fascinación y culpa a los turistas caminar codo a codo, algunos sin tapabocas, con tal desparpajo que parecía que la pandemia no existiera. Ni siquiera en Semana Santa se abarrotaba de esa manera. Por supuesto que yo era parte del problema. Criticaba pero tampoco me quedaba en casa. Ya lo había hecho cuatro meses. Necesitaba la purificación que otorga el mar. En una de las entrevistas que le hicieron a Bob Dylan a propósito de Rough and Rowdy Ways, su último disco, le preguntaron: “¿Tener el océano Pacífico en tu patio te ayuda a procesar la pandemia de manera espiritual? Existe una teoría llamada ‘mente azul’, la cual señala que vivir cerca del agua es una cura para la salud”. Y el viejo respondió: “Sí, también lo creo. ‘Cold Water’, ‘Many Rivers to Cross’, ‘How Deep Is the Ocean’. Cuando escucho cualquiera de estas canciones, siento como una especie de cura. No sé de qué, pero una cura para algo que ni siquiera sabía que sufría. Es como una sanación. Como algo espiritual. El agua es algo espiritual. Jamás había escuchado eso de mente azul. Suena a que podría ser algún tipo de canción lenta de blues, algo que escribiría Van Morrison”. Así que ahí estaba yo, en el Pacífico mismo, obedeciendo al llamado de Dylan. Hacía cuatro meses que habían cerrado la alberca, mi principal terapia, y me urgía dejar de amañarme el ánimo. Por supuesto que no caminaría por las calles atestadas del malecón. Mi cometido era quedarme en mi hotel y alejarme lo más posible de la gente. Me asomé al balcón de mi habitación y vi que era mentira que la ocupación era del cuarenta por ciento. Sin embargo, todavía se preservaba el espacio suficiente para poder estar tranquilo. De todas las personas que estaban en las tumbonas, tanto de la playa como a un lado de la piscina, nadie leía.

Fuente > freepik.es

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LA PERSONALIDAD SOCIÓPATA, MEZCLADA CON ARMAS Y DROGAS, ERA UN COCTEL EXPLOSIVO .

acústicos, metales, cuerdas, pianos, percusiones y efectos, duplicados y triplicados. Su estilo estableció un canon para productores como Jeff Lyne de ELO y Jim Steinman de Meat Loaf y Bonnie Tyler. En 1969 produjo Let It Be, un discazo con todo y arreglos florales, el último de los Beatles con el número uno: “The Long and Winding Road”. MaCa lo odió, pero Lennon y Harrison le pidieron sus siguientes producciones: Plastic Ono Band, Imagine, parte de Rock ‘n’ Roll, All Things Must Pass y The Concert for Bangladesh. Puro clásico, pese al balazo que se le salió con Lennon. También se hizo odiar por cubrir de merengue Death of a Ladies’ Man de Leonard Cohen. Una de las anécdotas más descabelladas sucedió con los Ramones, les produjo la sinfonía punk End of the Century a punta de pistola, luego de que lo amenazaran con una navaja. Solía andar armado, con guardaespaldas, hasta que en 2009 lo sentenciaron por el balazo a Clarkson. Fue uno de los productores con números uno en las listas durante tres décadas. Tenía un lado A muy luminoso y un lado B demasiado oscuro.

E L S A LVAV I D A S QUE LEÍA A SCHOPENHAUER LA CANCIÓN #6 Por

ROGELIO GARZA

@rogeliogarzap

PHIL SPECTOR

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FETICHES ORDINARIOS Por

LUIGI AMARA @leptoerizo

MÚSICA DE TUBERÍAS

“EN EL ESCALOFRÍO DE DESCUBRIRME PARTE DE LA PLOMERÍA, SENTÍ EN LA GARGANTA UNA SUERTE DE REFLUJO, PARECIDO A UN GORGOTEO .

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ocos sonidos tan enloquecedores como el del grifo que gotea en forma de reloj nocturno y pocos tan espeluznantes como el quejido que recorre las paredes de la casa. Antes del tic-tac de la era de las máquinas, el tiempo se escurría en forma líquida, deslizándose gota a gota por el cuello de la clepsidra, y algo de esa noche antigua y elemental permanece en la tortura que taladra las sienes cuando hay una fuga en la llave del insomnio. De signo distinto, pero igual de angustiante, es el lamento gutural que surge de la garganta de la tubería cuando se queda sin aliento por fallas en el suministro de agua. Menos un gorgoteo que un aullido desgarrador, la queja doméstica se antoja tan cercana e inubicable que parece provenir de nosotros mismos —no está claro si de los intestinos o de la caja torácica—; su semejanza con un anuncio de muerte tiene que ver con que se produce a la manera del estertor: como una exhalación última, un eco cavernoso de vida que se vacía o se acaba.

AL IGUAL que muchas cosas que damos por descontado, la tubería se hace presente a través de sus desperfectos y averías. Estamos tan habituados al milagro de que con un giro de los dedos tengamos agua corriente, que casi no reparamos en la red invisible de codos y válvulas, de llaves de paso y aleaciones de metal que permiten el acto cotidiano de lavarse las manos. ¡Cuántos kilómetros de esfuerzo e ingeniería, cuántos ríos sometidos y vueltos a encauzar para que podamos dejar la llave abierta mientras cantamos ante el espejo “I Will Survive”! La rehabilitación del lavabo me llevó hace unos días a lidiar con la presión y el nivel del agua. A familiarizarme de nueva cuenta con ese mundo oscuro y borboteante al interior de las paredes, hecho de codos y niples, de soldadura y empaques. Así como la casa tiene un esqueleto, también tiene un sistema circulatorio y digestivo, y siempre hay algo de operación quirúrgica en practicar un boquete en el muro para restaurar sus flujos vitales. Fabio Morábito le ha dedicado algunos versos a esa presencia “a espaldas de la piedra” que avanza dando largos rodeos, violentas torceduras, como “dedos de una gran mano / abierta todo el tiempo”. Mientras lijaba embocaduras de cobre y revisaba los puntos débiles de las junturas, experimenté una extraña continuidad entre mi cuerpo y la vieja tubería. Más que el dedo retorcido de una mano metálica, lo que cortaba con la segueta se me antojaba un hueso, un hueso largo y hueco de alguna criatura fantástica que hubiera quedado apresada en el cemento. Purgar la tubería, aliviarla del sarro, reconectarla, me hizo sentir de pronto como un tubo andante, como el eslabón de un ciclo más vasto de escurrimientos y desagües. Entre el grifo de cuello de cisne y el vertedero del inodoro me encontraba yo, ese ramal inquieto que va de la boca al esófago, de los intestinos a los riñones... En el escalofrío de descubrirme parte de la plomería, sentí en la garganta una suerte de reflujo, algo parecido a un gorgoteo insistente, a unas gárgaras bullendo en sentido inverso; me miré en el espejo y sólo encontré las facciones de una gárgola asustada. Grité. UNO DE LOS PRIMEROS efectos del sedentarismo fue la necesidad de transportar los recursos naturales hacia un centro que rápidamente los agotaba. Mucho antes de la gigantesca arborescencia de acueductos de la antigua Roma, que se extendía por más de 350 kilómetros (tanto en forma elevada como subterránea), ya en la isla de Creta se había desarrollado la ingeniería hidráulica. Dos mil años antes de nuestra era, en Cnosos, donde el legendario artífice Dédalo levantó un gran palacio para el rey Minos, un ramaje oculto de tubos cónicos elaborados en terracota llevaba agua a las bañeras, con aliviaderos, pozos para el sedimento y un eficaz y sofisticado sistema de desagüe. No se sabe si Dédalo, inspirado en la imagen

Fuente > G. J. Whitby / Pixabay

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El Cultural

del laberinto, fue el genio pionero de la fontanería, pero según los arqueólogos hay evidencia de que los cretenses ya contaban con tuberías separadas para el agua fría y caliente. El Sistema Cutzamala, una de las obras de conducción y distribución hídrica más grandes del mundo —bombea agua potable para millones de habitantes en el Valle de México—, no alcanza a superar, entre su tubería metálica, sus túneles de concreto y sus canales abiertos, la desmesura de los acueductos romanos, que en su apogeo llegaron a proveer, según Lawrence Wright en su incomparable libro Pulcro y decente. La interesante y divertida historia del baño y del W. C., cerca de 1,350 litros diarios por persona, cuatro veces más que el promedio en las ciudades contemporáneas. Aparte del despilfarro imperial (no hay que pasar por alto que bañarse era un deber social básico en la antigua Roma y que buena parte de la vida de la comunidad sucedía en termas colosales como las de Caracalla), lo que llama la atención es la voluntad de transformar el paisaje en función de un esquema centralista de asentamiento urbano. Ríos entubados, presas que se confunden con lagunas, montañas horadadas, ductos por los que podría deslizarse una ballena, compuertas tan altas como murallas... El privilegio de contar con agua corriente a cambio de alterar, quizás para siempre, la orografía de los alrededores. En comunidades como San Pedro y San Pablo Ayutla, en la zona mixe de la Sierra Norte de Oaxaca, después de que fueran despojados de su manantial, pasan y pasan los años sin que se restablezca plenamente el servicio de agua potable, y no hace falta recordar los cientos de colonias, aun en las principales ciudades del país, que son mandadas por un tubo cada vez que reclaman su derecho al “líquido vital”. ¿Qué son allí los grifos, sino meras bocas del vacío, oquedades por las que se comunica la nada? ¿Qué son allí las tuberías, sino flautas transversas torcidas por el sinsentido, que recorren miles de kilómetros para llevar a los hogares una música de herrumbre y esterilidad?

EN MAD MAX, furia en el camino de George Miller (2015), la escasez de agua en un futuro posapocalíptico crea el contexto inmejorable para ejercer la tiranía. Ese desierto sin límites y sin esperanza, que la película postula tras una hecatombe nuclear, se encuentra a la vuelta de la esquina, expandiéndose alrededor de los pozos secos, formándose en la fila para acarrear agua en cubetas, detrás de las caravanas de pipas y camiones cisterna que recorren día y noche los caminos. Pese a que la captación de lluvia sea una práctica común, la autonomía hídrica se antoja todavía una solución lejana. El modelo de un poder central que distribuya el agua y la reconduzca desde sitios cada vez más distantes ha resultado, sin embargo, errático, ineficiente, profundamente desigual. Como en Mad Max, siempre tendrá la autoridad para cerrarnos la llave.

28/01/21 18:57


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