DON JOSÉ, FUNDADOR DEL COLEGIO RAMÓNY CAJAL Y DE LA REVISTA EL MURCIÉLAGO (Continuación de la primera página) que no sabemos su graduación, pero suponemos que no pasaría de sargento. ¿Qué hace nuestro maestro por estos lugares? ¡Hombre!, en primer lugar y puesto que es honrado y honesto, atiende sus deberes para con sus alumnos, sus niños, de todas edades y, en segundo lugar, requiebra de alguna manera a Julita, la maestra de las chicas y de otra manera a la estanquera, o a la hija de la estanquera del lugar (que ahora no recuerdo a cuál de las dos trataba), pues fumador empedernido de picadura y puros, y en mala época por eso del racionamiento, nada mejor que tener apaño con la expendeduría del lugar para tener mejor y más barato acceso a las labores (sí, así se hablaba antes del tabaco) del fumeteo. Sesenta años más tarde, algunos lugareños aún recuerdan al maestro que engatusó a la estanquera y recuerdan también la labor docente que realizó con ellos, aunque su paso por la escuela no fue más allá de un año y, sesenta años más tarde…… …… dos viajeros, dos caminantes, que aquí llamaremos el viajero A y el viajero B pasan por la estación de Navaleno. El camino les viene trayendo andando desde el pueblo de Covaleda y al llegar a la vía del ferrocarril Valladolid – Ariza, observan cómo el asfalto cubre la misma allá donde se cruza con la carretera y cómo los pinetes han ido reproduciéndose en medio de las traviesas, lo que es cosa curiosa y digna de ver, pues nos da sensación de abandono, de tristeza, de tiempo pasado y ya ido. Nuestros viajeros deciden seguir la vía y ésta les lleva a la estación de Navaleno, y uno de ellos, al que aquí llamaremos viajero o caminante B, enmudece de pronto; se queda estático, pensativo y unas lágrimas afloran a sus mejillas. El viajero B no es ningún niño, pues ya ha brincado unos pocos años atrás la barrera de los cincuenta, y cuatro años haría que pertenecería al consejo de ancianos, si estuviéramos en la antigua Roma, pero da igual: enmudece y llora en silencio; con tristeza y en silencio; con nostalgia y en silencio; con amor y en silencio. El caminante B es hijo de aquel que sesenta años atrás bajó un día del tren en esa misma estación en la que ahora están nuestros dos viajeros, para hacerse cargo de la escuela y piensa en lo que podía pasarle por la cabeza a su padre cuando, con veinticinco años, empezaba su vida. ¡Cuántas ilusiones! ¡Cuántos pájaros en la cabeza, como muchos otros! ¿Tendría dudas? ¿Huiría de algo? El viajero B sólo sabe que aquí se inició el camino profesional de un hombre que luego, andando los tiempos, consiguió mucho de lo que anheló siempre y al que también faltó mucho de lo que, sin duda, habría deseado, como pasa con todo ser humano (…….) (…..) con estas y otras cosas, los dos caminantes van acercándose a Navaleno y al viajero B se le va formando un nudo en la garganta, pues se acuerda de su padre que, muy enfermo ahora, tuvo su primer EL MURCIÉLAGO.Revista de los Colegios Ramón y Cajal
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destino como maestro titular en este pueblo y le van pasando muchas, muchas cosas por la frente. Cuando llegan a la estación, la emoción es muy fuerte y casi, o sin casi, se le saltan unas lágrimas, lágrimas que van presagiando una despedida. La verdad es que el viajero B ha tenido mucho tiempo para ir despidiéndose de su padre y, aunque en algunos momentos, haya quien piense que la desaparición brusca de un ser querido, si bien parece más traumática, es menos dolorosa, eso de poder ir despidiéndote poco a poco, lágrima a lágrima, recuerdo a recuerdo de seres queridos es muy bonito. El viajero B, unos meses después de este paso por Navaleno, perdió a su padre, aunque ha tenido, como ya he dicho antes, la gran suerte de poder despedirse largo tiempo de él, como cuando a la vuelta de esta caminata, le recordaba en presencia de Lola lo que decían de él por Navaleno, y de sus líos con la estanquera y con esos ojillos pícaros que le han acompañado hasta el final de su días, iba de ella a él y de él a ella y se quedaba en ésta como diciendo: “mira lo que andan diciendo de mí…” y poniendo cara de no haber roto un plato en su vida quien había roto muchos, muchos. El viajero B se ha despedido largo tiempo de su padre y le ha llorado mucho, tanto que a su muerte, sólo tuvo dos llantos profundos, breves, pero profundos, de los que se desgarra todo por dentro, y se queda con el recuerdo de la última tarde junto a él, cuando los ojillos habían dejado de ser pícaros y eran más tristes, pero tremendamente dulces, como de despedida, y también los pasaba de Lola a él y de éste a ella, y le tenían cogida la mano y es de los momentos más bellos que el viajero B recuerda (……)
22 –12 - 2006
FELIZ NAVIDAD A TODOS
DON JOSÉ, FUNDADOR DEL COLEGIO RAMÓN Y CAJAL Y DE LA REVISTA EL MURCIÉLAGO
(……) antes de la cena los dos viajeros se ponen en contacto con José Luis Sanz (se llama igual que el padre del viajero B) director de la escuela del pueblo que les da una fotocopia de un registro del año 1945 en el que el maestro titular rinde cuentas a la administración, a través de la inspección, de los gastos que ha tenido en el ejercicio de su función en el año anterior. En el documento no aparece el nombre del maestro, sino sólo la firma de éste, y el viajero B enmudece cuando ve la firma de su padre, ocho años antes de que él llegara al mundo. Es una firma joven, aún sin hacer, pero es la misma que él tantas y tantas veces ha visto a lo largo de su vida (el “manolín” que decía la gente del Ramón y Cajal) y se lleva la copia del documento con cariño y con recogimiento, y desde su vuelta, pertinentemente enmarcada, preside su despacho, dando fuerza y vida a lo que él creó allá por los primeros años sesenta. Desde estas páginas del Murciélago, tu revista, la que tú creaste y diste vida a la vez que se la dabas al Ramón y Cajal, quiero otra vez rendirte homenaje en nombre mío y de todos los que aquí estamos y decirte lo mucho, mucho, que te he querido siempre. Tu hijo Mariano
GRACIAS, DON JOSÉ Los que formamos la gran familia del CRC siempre tendremos presente tu ejemplo, tu dedicación, tu familiaridad y tu comprensión para cada uno de nosotros y con nuestras familias. “Yo de tu padre no tengo nada más que buenos recuerdos”, decía una de nuestras mujeres a Mariano en el funeral. Y así es.
Nº 355
IN MEMORIAM Puede ser un día cualquiera de 1943, o de 1944 cuando un joven de veintipocos años desciende, en la estación de Navaleno, del tren que cubre la línea Valladolid – Ariza. Ropa bien cuidada, que denota una gran preocupación por el aspecto: pelo negro un tanto engominado con la “brillantina” de la época y un bigotillo que le da un cierto tono de galán de película de posguerra, acompañan al
viajero que, con una maleta en la que hay pocos útiles de aseo, pues no son muy habituales en la época y sí varios libros de música y literatura del Siglo de Oro y del Diecinueve, mira hacia un lado y hacia otro y se dispone a comenzar una nueva vida, lejos de la familia directa o indirecta que hasta ese momento le ha acompañado. Atrás quedó mosén José, por tierras de Alagón, tío Vázquez, con su música en Zaragoza, Esperanza y Zacarías, sus padres, en Leciñena… El viajero que desciende del tren viene de Zaragoza, o mejor dicho, del secarral de los Monegros, aunque a él le guste más “farutear” con ser de capital, y llega para hacerse cargo de la escuela de muchachos de Navaleno, entre los pinares sorianos, tras haberse hecho con la plaza de Maestro Nacional. Nuestro viajero no tiene más de veinticinco años, pero listo es un rato largo y ya ha ido recorriendo lugares y ambientes que han formado su carácter y le han indicado por dónde debe ir en la vida; y así, sin más, coge su maleta, renegando un tanto del peso de los libros que hay en ella, aunque pronto encuentra alivio a sus penas en forma de paisano acompañado de un borrico que accede a su solicitud de acompañarle al pueblo y el borrico acarrear la maleta que pesa lo suyo. Dicho y hecho, ambos enfilan la senda que nace enfrente de la estación, senda recta que parece trazada a tiralíneas entre el pinar y en una media hora o así, aportan por el pueblo, donde nuestro maestro se presenta a las autoridades locales, como prescribe su deber, para tomar posesión de su plaza de maestro y del alojamiento que ya tenía apalabrado de antes. Fiel a su manera de ser, pronto congeniará con las “fuerzas vivas” del lugar y se dejará ver en compañía del alcalde, del cura – párroco, del secretario del ayuntamiento y del boticario, pues es amigo de estos aunque nunca lo haya sido de médicos, y no faltará tampoco el comandante de la Guardia Civil del lugar,
(Continúa en la contraportada)