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Discos alados, mensajeros antropomorfos, carros y ruedas de fuego… El origen de la iconografía angélica

Antonio Vicente Frey Sánchez

En este breve ensayo el autor explica el origen de la iconografía del vehículo celestial por excelencia del relato bíblico, los ángeles. El autor propone que su origen, al igual que la base estética de las religiones abrahámicas, nace en Mesopotamia, y, a lo largo de la Historia trasunta como fenómenos naturales o de origen poco claro.

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In this work we explain the origin of the iconography of one of the most well-known celestial vehicles in the biblical accounts, the angels. Their origin, like the aesthetic basis of the Abrahamic religions, is placed in Mesopotamia, and, throughout history, there are referred as natural phenomena or from an unclear origin.

Las primeras manifestaciones angélicas y su evolución

La representación de seres alados con atribuciones divinas fue una característica común de los pueblos de Oriente Próximo, pues en esa región del planeta es donde se han hallado sus más significativas figuraciones1. En origen, su característica fundamental era la capacidad de hacer lo que entonces era inaccesible al ser humano: volar o mantenerse aparentemente suspendidos en el cielo; habilidad extraordinaria tan solo posible para las aves y los astros. También mantenerse indefinidamente bajo el agua, tal y como hacen los peces, fue un misterio que dignó la atención de los pueblos protohistóricos. En consecuencia, no es extraño que las primeras apoteosis tuvieran a los discos solares y animales voladores y anfibios como sus principales protagonistas (fig. 1).

Una vez el hombre de la Antigüedad adquirió la habilidad para representar aquellas primigenias deidades, las plasmó como mejor asimilaba sus fenomenales capacidades, esto es, astros alados, cual aves, que surcaban los cielos (fig.2). Es por ello por lo que en fechas tan tempranas como el III milenio antes de Cristo aparecen los primeros discos solares en el Antiguo Egipto, en la IV dinastía, concretamente en el ajuar de Heteferes I, madre del faraón Keops. Tal iconografía simbolizaba al dios Ra, aunque con el tiempo adquirió un carácter apotropaico, abundado tanto en palacios y templos (fig. 3) como unidas a las divinidades zoomorfas y antropomorfas egipcias como Hathor, Horus, Jepri o Isis. En esa misma línea, prácticamente de forma contemporánea, como ilustra la citada figura 2, el disco alado fue venerado por los soberanos de Sumer y Akkad, de Elam y Urartu o de Mari y Nuzi. Y al igual que los egipcios, disfrutaron de un panteón donde disco y seres zoomorfos y antropomorfos convivían armónicamente. Así, en Sumeria, Caldea y Babilonia se documenta el muy significativo caso de los seres abgallu o apkallu [literalmente hombre-pez], que, según su mitología, llevaron el conocimiento a aquellas regiones, y eran representados como mitad humanos, mitad peces2 en relieves con el disco alado siendo objeto de veneración junto al árbol de la vida (fig. 4). Otras variantes de los benéficos seres abgallu son aquellos mitad hombres y mitad pájaros (figs. 5 y 6) o toros alados (fig. 7); estos últimos también conocidos como lammasu, cuyas propiedades también eran apotropaicas. Pero ¿de qué se tenían

1. Si se obvia la serpiente emplumada mesoamericana, cuyas primeras manifestaciones la sitúan en el agua para luego pasar a tener plumas. 2. Desde entonces, ir vestido o tocado con una cabeza de pez era un símbolo de sabiduría que algunos historiadores consideran que ha persistido hasta hoy día, en la forma de la mitra sacerdotal que, a su vez, ha evolucionado del migbahat hebreo. La representación del hombre-pez es universal, y se repite en numerosas culturas a ambos lados del océano atlántico.

que defender? Fundamentalmente de los opuestos seres malignos representados por aberraciones de aquellos animales que siempre habían amenazado la existencia de los hombres, como leones, perros o serpientes, y que sustantivaron los miedos, las supersticiones y los temores, en forma de monstruosas fieras malignas como los demonios Pazuzu y Lamasthu entre otros (fig. 8).

Los pueblos limítrofes a la Creciente Fértil también hicieron uso del disco solar alado. Un interesante salto cualitativo se produjo en el II milenio, en que se observa en Asiria la aparición de Ashur (fig. 9), otro disco solar alado más complejo al que se añadió una figura humana en su interior, como una forma de hacer patente el poder del tradicional dios antropomorfo montando un carro de la realeza simplificado en unas ruedas aladas. Los vecinos hititas, por su parte, lo representaron al más puro estilo asirio, aunque sustituyendo el antropomorfismo interior por rayos y estelas que parecían enfatizar la fuerza astral (fig. 10).

Otro importante salto cualitativo fue el asumido por el zoroastrismo, partir del siglo V antes de Cristo, a través de los fravashi o faravahar (fig. 11), los cuales, siendo similares a la iconografía de Ashur, contenían prácticamente todas las propiedades de los ángeles abrahámicos: además de ayuda a los humanos como ángeles guardianes, eran una manifestación de la energía de Dios. A partir de ahí se universalizaría la iconografía y funcionalidad del ángel, alcanzando la cultura grecorromana, y conformándose el definitivo arquetipo.

Los ángeles abrahámicos

Quizá por su vecindad con Egipto y su subsiguiente influencia, los hebreos desde el siglo VIII a. C. emplearon el disco solar alado egipcio para significar los reinados de Ajaz, Osías y Ezequías del Reino de Judá. Tal fue su impronta en la cultura popular que el Libro de Malaquías, compuesto en el siglo V a. C., recoge una explícita mención al mismo3 .

Sin embargo, al margen de aquel carácter simbólico claramente transpuesto de Egipto, los judíos ya empleaban su propia versión de los abgallu mitad hombres y mitad pájaros que manifestaban poderes propios que pocos cientos años después también se atribuirían a los fravashi: auxiliadores de los humanos y manifestación de la energía de Dios. El nombre elegido para ellos fue mal’ak, [mensajero], y aparecen en numerosos libros del Tanaj con variedad de nombres: serafines4; querubines5; tronos6 y arcángeles7. A la vez, también aparecieron sus contrapartes como seres alados capitaneados por un Lucifer citado por primera vez por Isaías en el siglo VIII a. C. Dado que los libros judíos fueron redactados entre el siglo X y el II antes de Cristo, algunas evidencias permiten deducir que se impregnó de influencias de culturas vecinas. Así, en la descripción del Primer Templo, correspondiente al reinado de Salomón (siglo X a. C) se describen querubines con las alas desplegadas en centro del sancta santorum, en ademán de proteger, al más puro estilo lammasu babilónicos, la estancia y al Arca de la Alianza8. También, al igual que el primer abgallu con los primeros pobladores de Mesopotamia, Oanes, el arcángel Gabriel ayudó al profeta Daniel a iluminar su entendimiento en su exilio de Babilonia allá en el siglo VI a.C.9. Y al igual que los abgallu, los lammasu o los fravashi, aparecía un ángel llamado Miguel con propiedades apotropaicas para con Israel10. Y si hay que hacer referencia a su apariencia, la extraordinaria visión de Ezequiel, que se corresponde al siglo VI a.C., de la que hablaré más adelante, parece cerrarse el ciclo de la asociación de los mal’ak a la tradición mesopotámica zoomorfa.

Finalmente, el Cristianismo, ya en su etapa de consolidación como religión de masas entre los siglos III y VI d.C., adaptó la angelología del Tanaj a través de Ireneo, Orígenes, Jerónimo y,

3. Malaquías, 4: 2.

4. Isaías 6: 2-7. 5. Génesis 3: 24; Salmos 18: 10; Ezequiel 10: 1-22 y Éxodo 25: 22. 6. Ezequiel 1: 5-14. 7. Daniel, 9: 20-21; 10: 13-14; 10: 21; 12: 1; etc. 8. I Reyes, 6: 23-28. El Arca también contaba con otros dos querubines con las alas desplegadas. 9. Daniel 9: 21-27. 10. Daniel 12: 1.

sobre todo, Dionisio el Aeropagita, ratificando su condición de protectores y mensajeros hechos como imagen de Dios. El Islam no haría más que reproducir esas mismas características.

La visión de Ezequiel: la síntesis oriental y la conformación del tetramorfos

Probablemente una de menciones a los ángeles veterotestamentarios que mejor recoge la mezcolanza de influencias de las culturas vecinas de la Creciente Fértil, se halla en el Libro de Ezequiel. Interesa detenerse en su poética visión, porque ella sustanció parte de la iconografía de la angelología cristiana y, más concretamente, los querubines y el tetramorfos, específicamente vinculado, este último, a los evangelistas (fig. 12). Además, hoy en día continúa siendo objeto de interés por estudios relacionados con la fenomenología OVNI por razones más que evidentes.

Producida durante el exilio en Babilonia en el siglo VI a.C., la visión recogida en su libro es de una tremenda complejidad formal que llega a repetirse siguiendo un patrón unificado, siempre con vistas a adornar las profecías del regreso a Jerusalén y la restauración del templo perdido11 . En las visiones describe un encuentro con una entidad descendida de los cielos con gran aparato de nubes, fuego y fulgor, distinguiendo a cuatro seres claramente inspirados en abgallu cuatrialados (fig. 13) cuyos rostros eran de un león, un hombre, toro y águila; figuras, como se ha expuesto, muy comunes en la tradición oriental. Estos seres se hallaban vinculados a unas ruedas que estaban dentro una de otra –al igual que el astro alado asirio e hitita- y se movían al unísono con los seres. Más complejo de vincular a la tradición mesopotámica son los ojos de las ruedas o la presunta esfera adornada con lo que aparentaba una piedra de zafiro en forma de trono, que se ubicaba sobre las cabezas de esos seres, aunque se ha querido ver una simbólica preeminencia de Yavhé sobre los querubines trasuntados como deidades mesopotámicas.

La visión ha sido objeto de muchos estudios, y la mayoría concluyen en el carácter profundamente poético de construcción con símbolos y objetos habituales en las culturas de la Creciente Fértil. Un ejemplo de ello es también el atronador ruido –“de batalla (…) de gran trepidación”- que producían sus alas, el cual alimenta sutiles metáforas del ruido de los carros; vehículo de uso exclusivo de la realeza. He querido resaltar esta composición simbólica, porque parece que sobrevivió en el imaginario popular, tanto en el arrebatamiento de Elías en “un carro de fuego, con sus caballos de fuego”12 que se describe en el Segundo Libro de los Reyes (siglo VI a. C) como poco más tarde en un dracma del siglo IV a. C., perteneciente a la satrapía de Yehud Medinata (fig. 14), que no deja de vincular a Yavhé con un carro alado.

En fin, la imagen del carro transportando a la divinidad fue tan poderosa en el conjunto de culturas orientales que se repite allende el Tigris y el Eufrates como se ha podido comprobar en los vímanas [carrozas volantes o carros voladores] mencionados en el Ramaiana; texto religioso hindú del siglo III a. C.

BIBLIOGRAFÍA

BARBERO, V. y GIRARDELLO, G.: Diccionario Akal de las Religiones. Madrid: Akal, 2001. BOTTÉRO, J.: La religión más antigua: Mesopotamia. Madrid: Trotta, 2001. CASTELLÓN HUERTA, B. (2002): “Cúmulo de símbolos, la serpiente emplumada”. Arqueología Mexicana, IX (53), pp. 28-35. GONZÁLEZ HERNANDO, I.: “Los ángeles”. Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. I, nº 1 (2009), pp. 1-9. La Santa Biblia. Madrid: Ediciones Paulinas, 1985. MACKENZIE, D. A.: Myths of Babylonia and Assyria. Londres: The Gresham Publishing, 1915. Recurso electrónico: https://www. gutenberg.org/files/16653/16653-h/16653-h.htm WARD, L. y STEEDS, W.: Los ángeles en el arte. Madrid: EDILUPA, 2006.

11. Ezequiel, 1: 1-28; 3: 13; 10: 1-22 y 11: 22. 12. II Reyes, 2: 11-12.

Fig. 1. Cilindro acadio ca.2300 A.C. Muestra a Inanna, Utu, y Enki, tres deidades Anunnaki. Fig. 2. Estela del Templo de Marduk, Babilonia. 900 a. C.

Fig. 3. Disco solar alado del templo de Karnak. Fig. 4. Abgallu junto al árbol de la vida y bajo el símbolo de Assur. Asiria, VII a. C.

Fig. 5. Umu abgallu del palacio de Ashurnasirpal II. Nimrod, ca 870 a. C. Fig. 6. Abgallu del palacio de Nimrod, ca. 883-859 a. C. Fig. 7. Lammasu del palacio construido por Sargón II en Dur Sharrukin, siglo VIII a. C.

Fig. 8. Placa de piedra con la imagen de Pazuzu. Mesopotamia, siglos VIII-VI a. C. Fig. 9. Representación del dios Ashur. Nimrod, siglo VII a. C.

Fig. 10. Disco solar hitita. Tumba del siglo VIII a. C. Fig. 11. Faravahar ubicado en los restos de Persepolis. Siglo V a. C.

Fig. 12. Tetramorfos del Libro de Kells. Siglo VIII. Fig. 13. Abgallu ummânū de Nimrod, ca. 883-859 a. C. Fig. 14. Dracma de Yehud Medinata. Sigo IV a. C.

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