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El ángel del Santo Sepulcro de Cartagena
José Francisco López Martínez
El trono procesional elaborado por los Talleres de Arte Granda en 1927 para la imagen de Cristo Yacente realizada por José Capuz vino a completar el mensaje de la imagen sagrada con un elaborado programa iconográfico. En este monumental catafalco procesional, la imagen del ángel portador de la Luz a la cabecera de Cristo se convierte en la pieza más relevante y clave en la interpretación de todo el conjunto.
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The processional throne made by the Talleres de Arte Granda [Granda Art Workshops] in 1927 for the image of the Recumbent Christ made by José Capuz came to complete the message of the sacred image with an elaborate iconographic program. In this monumental processional catafalque, the image of the angel bearing the Light at the head of Christ becomes the most relevant and key piece in the interpretation of the whole.
Al año siguiente de que José Capuz entregara a la Cofradía de los Marrajos su talla del Cristo Yacente (1926), el mensaje iconográfico de su impresionante escultura se vería complementado con un trono procesional que va mucho más allá de su función de soporte ambulante de la imagen sagrada, desplegando un elaborado programa iconográfico que conseguiría transformar la imagen yacente aislada en un grupo alegórico de mensaje trascendente.
Desde entonces, el centro de la procesión de la noche del Viernes Santo está ocupado por el bellísimo trono-catafalco elaborado por los Talleres de Arte de Félix Granda, que adquiere las características de un auténtico carro triunfal a la manera de los antiguos triunfos imperiales romanos. Sobre este carro fúnebre se va desplegando un complejo programa iconográfico alusivo a la obra redentora, sosteniendo y arropando la imagen yacente, en una lectura ascensional que culmina con el ángel que sostiene la antorcha encendida a la cabecera de Cristo.
El ángel con el candelabro encendido – imagen de Cristo, luz entre las tinieblas – es heredero de toda la tradición clásica del genio de la muerte, imagen que solía representarse en los sepulcros arrastrando la antorcha recién apagada. En este caso, el genio de la muerte pagano se ha transformado en ángel de la vida, presentado como portador de la luz, símbolo de la promesa de la Resurrección. Así mismo, es el ángel trasunto de la personificación de la Fama, imagen que coronaba los triunfos clásicos como signo de trascendencia de las limitaciones mortales.
La presencia del ángel en el ámbito sepulcral cristiano era definida por Chateaubriand en El genio del cristianismo, al recomendar la representación de las dos emociones del creyente ante la muerte: “… a un lado, el llanto de su familia y el dolor de los hombres, y al otro la sonrisa de la Esperanza y las alegrías celestiales… La muerte podría figurar también, pero bajo las facciones de un ángel, a la vez benigno y severo, porque la tumba del justo debe hacer exclamar con San Pablo: ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu victoria? ¿Qué has hecho de tu aguijón?”
Es esta imagen del ángel del Santo Sepulcro una de las seis piezas escultóricas que incorpora el trono. Aun cuando no lleva firma, se puede atribuir formalmente al mismo José Capuz, teniendo en cuenta la colaboración del artista en aquella época con los Talleres de Arte Granda y la predilección que el propio Félix Granda sentía por el escultor valenciano. Los mismos rasgos de la escultura de Capuz que podemos apreciar en la representación de las tres virtudes teologales, dispuestas a los pies del trono, Fe, Esperanza y Caridad, la noble sencillez y serena grandeza clásicas, el escueto modelado de formas limpias, los planos aristados, elementos todos característicos de la escultura de Capuz, los encontramos también en los tres ángeles que culminan el conjunto a la cabecera del trono: los dos angelitos oferentes de la guirnalda y el ángel portador de la antorcha.
Este ángel luciferario destaca en el conjunto del trono por su disposición culminante y por la especial riqueza del trabajo de talla, dorado y añadidos de filigrana y pedrería. Sin embargo, a
pesar de su relevante presencia, no compite por el protagonismo con la imagen principal, sino que la complementa y realza mediante unos recursos formales que permiten entenderla dentro del plano de significación alegórico que acompaña a la representación de Cristo Yacente expuesto en el altar del sacrificio pascual. En este sentido, las tonalidades en caoba y dorado en las que se resuelve el lenguaje del color de la talla del ángel consiguen incorporarlo como un elemento del trono procesional, aun cuando se trate de una animación de los elementos inertes que conforman el catafalco.
Desempeña, además, el ángel el papel fundamental en una obra procesional de servir de vínculo entre el mensaje transmitido por el trono y los espectadores del cortejo, participando de ambos niveles significativos, la contemplación y lo contemplado, puesto que al dirigir su confiada mirada al público le hace partícipe de su certeza en la promesa de la Resurrección, desempeñando el papel de mensajero del ángelos helénico.
La talla rotunda y vigorosa de los pliegues que forman la túnica del ángel, sus zigzagueantes aristas de reflejos metálicos, tan del gusto déco, contrastan con la serena belleza clásica del rostro, donde se ha prescindido de la policromía en favor de un ligero teñido de los tonos naturales de la madera. El detallismo de las alas y su elegante tratamiento dorado de tono broncíneo insisten en esa búsqueda del contraste y refuerzan la impresión de sobrenaturalidad de este espíritu puro que se muestra refulgente entre las sombras de la muerte al portar la luz de Cristo, por los destellos dorados de su cabellera agitada, las alas y las incrustaciones de filigranas metálicas y piedras semipreciosas que se reparten por sus vestiduras. La utilización de este tipo de elementos añadidos a la propia talla es un recurso utilizado por Granda en su interés por transmitir la sensación de divinidad mediante la utilización de la belleza y la riqueza sensible. En este sentido, la elección de las piedras tampoco debe considerarse aleatoria, conociendo las elaboradas justificaciones iconográficas de los elementos ornamentales empleados por el padre Félix Granda en sus diseños de arte sacro. Podemos, así, establecer un discurso simbólico del color a través de las piedras que más se repiten: granates finos, zafiros azules, zafiros blancos y ópalo. El blanco opalino es símbolo de la verdad absoluta, además de ser el color de las vestiduras del sacerdote, el color de la luz que irradiaban los ángeles que surcan los pasajes del Antiguo Testamento, y del que se aparece junto al sepulcro vacío. El granate refleja el color rojo, símbolo del amor de Dios y del fuego, elemento fundamental del sacrificio. El azul es símbolo de lo espiritual. El símbolo de Dios como amor es el rojo; el símbolo de Cristo como verdad es el azul.
El sentido litúrgico de la presencia del ángel se refuerza con la utilización de un paño, igualmente ornamentado con motivos de sutiles reflejos dorados, como elemento intermediario para asir el candelabro, al modo en que el sacerdote porta la custodia con Cristo sacramentado.
Finalmente, la luz, eléctrica, demuestra el afán de Granda por realizar un arte litúrgico fundamentado en toda la herencia del pasado pero capaz de superar el mero ejercicio historicista para entroncar con las necesidades y sensibilidades contemporáneas. Especialmente afortunada resultaba, por tanto, su confluencia de inquietudes estéticas con las procesiones cartageneras, que habían hecho de la utilización de la luz eléctrica uno de los elementos más definitorios de su versión burguesa y modernista de la estética pasional barroca.
Contemplado frontalmente, las alas del ángel forman una línea descendente que se prolonga hasta enlazar con los dos angelitos que, a modo de clásicos putti, sostienen la guirnalda floral, cerrando toda una composición piramidal de claro sentido funerario y sacrificial. La presencia de putti o amorcillos en el ámbito funerario parte también de unos orígenes clásicos paganos, reinterpretados por la iconografía renacentista, haciéndolos portar frecuentemente guirnaldas de flores, en una concepción del sepulcro como monumento fúnebre destinado a ensalzar la personalidad del difunto.
En el caso del trono catafalco del Santo Sepulcro de Cartagena, la guirnalda portada por los amorcillos es un elemento efímero, realizado en flor natural, incidiendo en el mensaje funerario de la caducidad del mundo sensible y dando lugar a la participación de los cofrades en la preparación anual del monumento fúnebre.
Este motivo de la guirnalda floral, igualmente de raigambre clásica romana, además de su alusión a la caducidad de las glorias mundanas, reviste también un carácter de homenaje al hé-
roe, especialmente cuando están conformadas por hojas de laurel, alusivo a la victoria. De esta manera, la guirnalda realizada con laurel, entrelazada de flores, alude al concepto de la fama, la eternidad de la memoria mundana por la pervivencia de las buenas obras.
En el Santo Sepulcro de los marrajos, Félix Granda, coherente con el paralelismo desarrollado hasta ahora con las representaciones paganas de los triunfos, dispone a los dos angelitos portadores de la guirnalda, que ofrecen como homenaje al héroe y símbolo de la inmortalidad de su obra redentora.
Finalmente, la imagen de conjunto de toda la “cabecera angélica” del trono catafalco nos ofrece un último elemento simbólico, atendiendo a la composición piramidal tanto del grupo formado por los ángeles como en la composición de las virtudes teologales e incluso en el perfil formado por la escultura de Cristo yacente y el ángel luciferario. La forma piramidal, además de incidir en el significado de la montaña sagrada como escenario de la teofanía, utiliza una imagen asimilada desde la Antigüedad a la idea de sepultura, como lugar de contacto entre la divinidad, en el vértice, y lo terrenal, representado por la base cuadrada. De esta manera, la lectura dinámica, procesional, del trono discurre desde la lamentación y veneración de Cristo muerto hasta la glorificación espiritual de la llama de la fe en la Resurrección, custodiada la luz inmortal como tesoro sagrado, como el verdadero cuerpo de Cristo, por el ángel de presencia rutilante.
Y así, hoy, en este oscuro tiempo de espera en que nos tiene sumidos la terrible epidemia que asola el mundo, este ángel amable sigue ofreciéndonos su mensaje renovado de serena certeza, custodiando como el más sagrado tesoro la llama del entusiasmo procesionil y la esperanza en la luz eterna.
Foto: Moisés Ruiz Cantero.
Foto: Moisés Ruiz Cantero.
Foto: Moisés Ruiz Cantero.