Análisis de un “no” que le dio el Nobel a Santos Gemma Casadevall
Que el Nobel de la Paz sería para la Colombia parecía cantado desde mucho antes de que el presidente Juan Manuel Santos decidiese, en una opción política arriesgada y a la que no estaba constitucionalmente obligado, someter el acuerdo de paz con las FARC a un plebiscito. En Oslo, la capital donde se entrega el más prestigioso premio internacional de esta categoría, se había instalado formalmente la mesa de negociación entre el Estado colombiano y la guerrilla el 12 de octubre de 2012. A Oslo tenía que volver tarde o temprano el proceso, para recibir el sello de los Nobel. Cuatro años después de ese arranque, de las negociaciones en La Habana con Noruega, Venezuela y Chile, entre otros, como países facilitadores, parecía llegado el momento. Paradójicamente, si el domingo día 2 hubiera ganado el sí, como pronosticaban todos los sondeos previos al plebiscito, a más de uno le habría parecido “prematuro” otorgar a Santos -en nombre de Colombia- un premio complejo y comprometido, en cierto modo compartido con las FARC. A muchos les habían parecido ya blasfemo o al menos excesivo el aire adoptado por la firma del proceso, en Cartagena de Indias, con la guerrilla sobre el escenario. La prudencia habría aconsejado esperar, al menos, a dar por concluida la desmovilización de los 7.000 guerrilleros que se estima seguían en activo, bajo la verificación de la ONU, y a comprobar que la implementación de los acuerdos se ajustaba al calendario establecido. Tras la victoria contra pronóstico del no, el Comité Nobel optó por arriesgarse aún más. El jueves 7 de octubre, cinco días después del plebiscito, con Álvaro Uribe y restantes defensores del no cantando victoria, Oslo anunció que el premio de la Paz era para Santos. Más que reconocer el
trabajo realizado hasta ahí, el premio debía entenderse como un impulso a los actores implicados a seguir buscando el acuerdo que parecía derrotado. Fue una jugada maestra, en un momento en que parecía palidecer la buena estrella de Santos, que apenas dos meses después, el 10 de diciembre, acudió a Oslo a recoger el premio, de nuevo arropado por la comunidad internacional, como si el “no” del pueblo colombiano hubiera sido apenas un accidente pasajero. Cúcuta, un panorama radicalmente adverso a Santos Los siguientes párrafos sintetizan las observaciones realizadas entre la víspera del plebiscito y la jornada electoral en el municipio de Cúcuta, departamento de Norte de Santander, así como en la vecina localidad de Villa del Rosario, junto a la frontera con Venezuela. El mero repaso de un par de indicativos estadísticos ilustra hasta qué punto la observación se realizó en una zona adversa a Santos: en Cúcuta, el no se impuso por 65,36 % frente al 34,63 % para el sí En Villa Rosario, la victoria del no fue aún más clara: 75,98, frente al 24,01 % para el sí. El índice de participación se situó en Cúcuta en un 45,27 % de los 542.712 ciudadanos habilitados para votar, mientras que en Villa del Rosario fue del 33,80 %, entre el total de 79.404 personas habilitadas para emitir el voto.
Los resultados reflejan un panorama político mucho más hostil a la propuesta del presidente Santos que en el resto del país: a escala colombiana, el no se impuso al sí por un estrecho margen de 50,21 % frente al 49,78 %. La participación se situó en el 37,45 %. Es cierto que, si algo mostró en términos electorales 2016, a escala global, es que no hay que fiarse
de los sondeos. Una consulta popular, además, no es precisamente territorio amigo para quien lo convoca, ya que el ciudadano puede estar “tentado” de mostrar a través de las urnas su voto de protesta hacia el oficialismo por las más diversas cuestiones. En el Reino Unido se impuso el “brexit” -la salida de la Unión Europea (UE)-, cuando lo que pretendió el entonces primer ministro David Cameron era justamente que saliera ratificada la línea europeísta. A Santos, como a Cameron, nada le forzaba a someter a la consulta del pueblo soberano su proceso. La derrota del presidente colombiano fue doblemente dolorosa porque, a diferencia de lo ocurrido en el Reino Unido, ni siquiera logró movilizar a las urnas al colombiano para un voto que se había etiquetado de antemano de histórico. La abstención, un mal dicho endémico en Colombia, fue aún mayor que en las elecciones presidenciales de 2014 -ahí se rozó el 40 %-. Un abstencionismo devastador para un plebiscito considerado clave para el futuro de Colombia y para el conjunto de América Latina. 1. El “efecto Venezuela” Que en Cúcuta el “no” prácticamente doblara en votos al “sí” no es de extrañar. En todo el departamento de Norte de Santander, fronterizo con Venezuela, hizo mella el argumento uribista del miedo al chavismo. El “no queremos acabar como Venezuela” era la frase síntesis que se escuchaba en cualquier conversación o a cualquier pregunta sobre el plebiscito y el proceso de paz. El rechazo a la supuesta impunidad que se otorgaba a la guerrilla -otro argumento del uribismo- era un aspecto sin duda relevante, pero más aún lo es el panorama de las columnas humanas de venezolanos que día a día cruzan el Puente Internacional Simón Bolívar, entre La Parada y San Antonio de Táchira, para comprar en Cúcuta productos básicos que no tienen en su país. O lo que significó para esa población desesperada el periodo en que el paso fronterizo quedó cerrado, por designio de Caracas, de modo que ni siquiera podían recurrir a viajar desde cualquier parte de Venezuela y cruzar el puente para abastecerse con lo básico.
2. El sello del pueblo a lo ya acordado La falta de movilización se ha atribuido principalmente a la llamada “pasión abstencionista” del colombiano, algo que especialmente fuera del país cuesta de entender para un plebiscito insistentemente calificado de histórico. No era una elección más, era la “elección de tu vida”, se dijo. Los sondeos llevaban meses pronosticando la victoria del sí; Santos y la cúpula de las FARC habían escenificado poco antes la firma del acuerdo en Cartagena de Indias, de nuevo arropados por la comunidad internacional. Parecía que el plebiscito era un mero trámite para estampar el sello del pueblo soberano en algo dado por irreversible. Para qué ir a votar, entonces?, preguntaban algunos. O, dicho de otro modo, ¿para qué nos preguntan, si ya decidieron?. 3. La campaña abusiva del sí y la palabra paz, a boca de urna A efectos técnicos, el plebiscito fue una votación ejemplar, donde si algo “típicamente colombiano” faltó fue la compra de votos. No había financiación pública para las campañas, la del sí ni la del no, por lo que tampoco podían temerse irregularidades en ese sentido. El equipo de Santos hizo un uso abusivo y sin contemplaciones de los medios institucionales para su campaña. Cualquier acto al que asistía el presidente o sus ministros acababa convirtiéndose en un acto de campaña a favor del sí, sin el menor miramiento y especialmente en vísperas del plebiscito. Por las mismas, los centros de votación se convirtieron en la jornada electoral en una especie de “escaparate” de las distintas formas de hacer apostolado por la paz, generalmente en forma de carteles dibujados por los propios escolares del centro que nadie se había preocupado en quitar ante el día de la elección. La neutralidad no existía, ni siquiera a boca de urna.
A la pregunta del observador -internacional o nacional- a los representantes de la autoridad electoral dentro del centro o a los miembros de la mesa de votación sobre esas presencias abusivas se respondía, sin más, que formaban parte de alguna campaña divulgativa institucional llevada a cabo en esos colegios ante el plebiscito. En otras palabras, que además de “inducirse” al voto a favor de la hermosa palabra “paz”, en la jornada, se había previamente hecho una labor de campo sobre niños, padres y personal docente. Las campañas por el sí y por el estaban claramente descompensadas, en cuanto a recursos utilizables. Y, siguiente paradoja, eso acabó no ayudando a los propósitos de Santos, sino que probablemente fue contraproducente. Se impuso el no de castigo, a una élite que tal vez se dejó cegar por el arropamiento internacional e ignoró al colombiano. 4 El Nobel, como impulso El presidente Santos recogió el 10 de diciembre su premio de la Paz en Oslo. Su fotografía quedó incluida junto a las del canciller alemán Willy Brandt y el presidente sudafricano Nelson Mandela, en el mar de imágenes y luces que recuerdan a otros galardonados históricos. Algunos de sus antecesores en la nómina de los galardones fueron durante controvertidos. El del presidente colombiano es un Nobel a la esperanza de paz, un impulso ante lo que queda por hacer.
Gemma Casadevall Observadora para MOE-Colombia, sección Internacional en el municipio Cúcuta, bajo la coordinación de Jairo Eduardo Oviedo
Recorrido realizado, el 02.10.2016 Apertura, cierre y escrutinio: Colegio Sagrado Corazón de Jesús de la Salle (Cúcuta) Itinerario: Colegio Gremios Unidos (Barrio La Cruz, Cúcuta) Colegio García Herreros (Barrio La Loma) Colegio Ignacio de Loyola (Barrio Navarro Wolf) Sede Policarpo Salvatierra (Villa del Rosario) Colegio General Santander (Villa del Rosario) Colegio San Pedro (La Parada)
Informe para Gina Romero, Directora Ejecutiva de la Red Latinoamericana y del Caribe por la Democracia