EL SIGNIFICADO DE LA MODA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Carlos Sánchez Ilundáin, Connie Vega Saldaña, Fernando Huerta.Universidad Panamericana
Los medios de comunicación social entran en todas las casas. Por eso el mundo de la moda contemporáneo aprovecha ese hueco y se cuela en los contenidos de los media. La penetración de aquél no se podría explicar sin éstos. La necesidad de cubrirse del hombre ha experimentado en sus formas un cambio continuo de ciclos variables. La historia de la moda va desde la supuesta hoja de parra para salir de un mal paso hasta los pasos inciertos de las modelos en los desfiles sobre las pasarelas públicas. Entre estos dos momentos media un atuendo improvisado por la primera pareja para resolver una necesidad personal, pasando por la aparición del oficio de sastre o costurera —compatible con el quehacer más o menos acertado de las madres de familia en todas las culturas—, hasta la llegada del “prêt a porter” y los creadores de la moda cuyos modelos compiten en la plaza pública. Para entender el cambio profundo de estas maneras de vestirse debemos considerar el énfasis puesto en la vestimenta como adecuación a las necesidades de la persona y la prominencia dada a la aprobación social de las mismas, si bien en cualquier época podemos encontrar facetas mezcladas de ambas tendencias. Si concebimos la prenda de vestir como un signo con sentido, su significación pasa por su referencia a la cosa a cubrir, la persona. Cuando la persona se reduce a cantidad, como veremos, el signo se debilita al punto de perder su valor, y sólo adquiere significancia en el contexto social. Esta secuencia es un proceso similar al del lenguaje, debido a las propuestas cartesianas de la “res extensa” y a la concepción vacía del “signo” de Ferdinand de Saussure, que alcanza su significado en el seno de la vida social. Es decir, la persona se reduce a algo cuantificable, mensurable, manipulable a voluntad, y su expresión en el vestido, el signo, se aprueba en el mercado. Por este camino, la persona desaparece, el cuerpo pasa a un primer plano y la trasparencia del vestido logra enseñar ese cuerpo de determinadas proporciones según los dictados de la época, al extremo de convertirse el proceso en un “corporalismo sexualizado”1. En esta ventura, la tradición, centrada en la persona, pierde su sentido. Lo “nuevo”, por serlo, se instala en este contexto como algo significativo. Las costureras y sastres de antaño ceden su lugar a las propuestas de los profesionales de la moda, de lo nuevo, y los medios de comunicación encuentran el surco abonado para presentar al mundo las creaciones en turno. 1
Llano, A., La vida lograda, Ariel, Barcelona, 2002, p. 172.
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