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TINTERO
Desesperes de Mamá Los juegos de sangre
Aída GAXIOLA*
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Cuando uno es mamá y trata de crear espacios en común con los hijos, sobre todo, en estos tiempos donde la pandemia ha hecho de esa acción un verdadero circo, no hay maroma que una madre no haga para hacerse presente, estar para ellos y, sobre todo, colocarse la estrellita de buena madre y colgarla en el refrí. Entonces, estás en ese punto donde tus hijos ya no están en los grupos de deportes y entrenamientos para “niños”, ahora, ya entrenan con los grandes o será que, a raíz de la pandemia, ya no hay personas que quieran eso del ejercicio al aire libre porque igual y mata. Bueno, estás en el entrenamiento cuando te das cuenta que en vez de llenarse de plebes o niños o bestias de edades tempranas al entrenamiento van llegando dos señoras de 40, una sobrina de alguien que claramente tiene más de 30, una parejita de chavos de 28 y claro tus niños, pensando que ibas a hacer el ridículo por desentonada (por no decir viejita) entras al entrenamiento con tus hijos y ¡claro! tú en vez de hacer saltos cual gacela, pareces foca amaestrada. Corres (después de años de no hacerlo) y te truenas las piernas, obvio que no te salen las lagartijas porque tu trasero ha sido la bodega de lo que has comido estos dos años de pandemia. Ahora entiendes a todos esos (santos) que se quedan en casa, sin embargo, sabes que no hay manera de enseñar mejor que con el ejemplo y que si quieres que tus hijos hagan ejercicio no habrá otra manera más que ENTRENARLO con ellos. Por lo mismo, ahora, estás involucrada en un juego (que no entiendes), en un entrenamiento que te hace tronar el cuerpo (y sí por gorda y viejita) desplazando la fiesta por partidos y juegos los fines de semana, sabiendo la que acaba súper emocionada al final y queriendo ir a más actividad, vas a ser tú. Además, si eso no es amor, ya no sabes dónde está la lógica a esto que llamas ADOLESCENCIA de tus bestias.
/ Tintero
*Maestra Aída Gaxiola. Psicóloga Clínica, Madre, Yogui. Fascinada por las historias que florecen, pero sobre todo, de la maravilla del desarrollo humano. aidagaxiolav@hotmail.com
/ Tintero
Jasmina HARTIANA*
Maya
La extraño y siento culpa porque creo que pude haber hecho más cosas por ella. La conocí hace unos once años cuando mi antigua pareja la trajo a casa. Blanca con manchas marrones en el cuerpo, cruza de algo con pitbull. Tenía rastros de abuso en las orejas y no se dejaba tocar por nadie. En cuanto la vi supe que la llamaría Maya y le quitaría el apodo de mayonesa. Él la trajo con la intención de hacerle compañía al cachorro de pastor, también cruza con algo. Al poco tiempo eran inseparables y ella ya permitía que la apapacharan, eran felices ahí en nuestro pueblo, como le decíamos, corrían con libertad. Después vino la ruptura, el cambio de hogar. Él intentó llevarlos con un amigo que tenía un terreno grande, no funcionó, atacaron a uno de sus perros. Yo creo que, debido al abuso ella nunca pudo convivir con otros perros. Le exigí que los devolviera. Pero debía buscar otro lugar, ya que el departamento al que me mudé era minúsculo, sabía que debía separarlos. Le pedí a una amiga que me cuidara al macho por un mes y me dijo que lo dejara amarrado en un poste que alguien pasaría y la adoptaría, sentí mucho coraje, pero no dije nada. Luego accedió y pasaron tres semanas, cuando me pidió su adopción, sus hijos lo adoraban y a ella se le había ablandado el corazón. El día que los separé ambos se miraron con tristeza y puedo jurar que Maya lagrimeó. Ahora, éramos ella y yo. Por el espacio pequeño procuraba sacarla a pasear, me dejaba molido el cuerpo por las arrastradas que me daba. Y no puedo negar que la mayoría de las veces iba muerta de miedo. Pero ella me enseñó el valor. Un día al doblar la esquina nos encontramos tres perros grandes, yo caminé rápido de vuelta y los animales nos siguieron enfurecidos. Ella regresó y se plantó frente a ellos con sus músculos y ese ladrido fuerte que tenía, los perros se callaron y desistieron de seguirnos. ¡Nunca huyas, me dije, no te conviertas en una presa de nadie! Luego vino la pandemia y otra integrante más a nuestra familia, una gata que buscaba hacerse su amiga y que ella remilgó un poco en aceptar su amistad. Un día mi pareja me dijo que esa perrita me amaba demasiado, sólo por mí aceptaba la presencia de la gata, era demasiado furiosa para soportar la presencia de cualquier otro animal. No sé si yo la quise igual. No sé si hice lo suficiente. Un cáncer se la llevó. Cuando la Doctora me dijo metástasis se me hizo un nudo en la garganta. Mi compañera se ha ido, donde quiera que esté espero que comprenda mis limitaciones. La Doctora le había dado unos días, pienso que para morir por sí sola, en casa. Yo la acompañé ese domingo que murió, esa mañana mi cuerpo ya presentía su partida, la enterré ahí donde fue muy feliz, en nuestro pueblo.
*Soy fotográfa y cuentista. Cuentos: Anabel, Miel con veneno, Imágenes que cuentan, Entretenimiento para Adultos, El Cerrajero, y la Chica del Tutu. jazminahartiana@hotmail.com