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POR LA LIBRE

POR LA LIBRE

La abstracción como estado de gracia Nuevas pinturas de Virgilio Santaella

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Edgar SAAVEDRA*

Qué es la abstracción en el arte? La respuesta es amplia, sinuosa. Y qué bien que así sea. Dice Karl Ruhrberg –autor del ensayo Entre la revuelta y la aceptación– refiriéndose a los paradigmas y la línea del tiempo por donde circula esta expresión artística: “La abstracción no fue niveladora ni productora de uniformidad, no eliminó la individualidad ni abolió la belleza, no destruyó la imagen humana ni causó la muerte del ornamento ni perdió contacto con la realidad. No condujo a la anulación fundamentalista ni al exceso anarquista”. Aunque no necesitamos profusas justificaciones hay que saber que existen y que fundamentan el discurrir contemporáneo de la abstracción, más aun si el interés parte de la producción que hace trinchera (de acción y propuesta) desde Oaxaca. La evidencia inquisitiva ahora mismo la propone Virgilio Santaella con una serie de pinturas bajo el enigmático título «Preludios para el alma». Vigencia y capacidad creativa desde su íntima génesis la muestra promueve y ofrece posibilidades sensoriales, escenarios cromáticos, parsimoniosos y con alegría, quienes lo conocemos, encontramos su identidad, persistencia, conjunción y coherencia artística. El titulo establece –si se quiere—el hilo conductor. El artista se abre, o más bien, abre de par en par los almacenes del alma humana para traducirlos en un lenguaje propio. Dice un antiguo proverbio que “los pensamientos del corazón del hombre son como aguas profundas, pero el hombre discernidor sabe sacarlos”. Cada lienzo es una crónica en el amplio sentido de la palabra, pues recoge tiempo, ánimos, lucidez, sentimientos y que el lector del arte, ahora, debe saber inquirir y disfrutar. La obra abstracta prescinde de la figura no del sentido, al menos la que compone Preludios.

Los colores no arrancan en estampida como sucedería en la conocida action painting con la intención de ampliar el territorio visual casi como a destajo y dejar la impronta de su enérgica velocidad. «Preludios para el alma» es una construcción calculada, como una elegante puesta en escena sin desorillarse de su profunda intención. Aquí se habla de pintura y retroalimentación anímica. No es pintura neutral, tampoco aquella que enarbola una actitud mimética o incluso la desesperación de su factura en aras del mercado. Tampoco es una estrategia disuasiva del color para imperturbables miradas. Nada de eso. Está del lado cualitativo, espiritual del autor. Cada lienzo penetra con propia fuerza en la construcción del argumento existencial que propone Virgilio: el alma como una estética, como un diálogo de inteligencias, de sensibilidades. En cada óleo existe un color dominante aunque flexible, puesto que permite la inclusión de elementos compositivos característicos en el historial creativo de Santaella y que a la postre han resultado más dinámicos en su serena fluidez. En algunos cuadros sirve como asidero «corpóreo», una franja negra que soporta el juego superior de matices e ingrávidos entresijos que se colocan en calistenia que dicta el alma. Esta dimensión comunicativa que integra elemento y subjetividad es lo que permite al espectador el privilegio de sentir la belleza como un acto humano.

*Periodista cultural. edgarsaavedra@outlook.com

Cosas guapas de museos : Los compitas del arte

Claudia SAGREDO*

El día de hoy quiero conversar un poco más sobre las relaciones que surgen a causa del arte, sin duda; los que nos dedicamos al arte, a su gestión y a su promoción somos unos eternos enamorados de esta profesión y ello hace que el museo sea nuestra casa, más que una segunda casa, literal nuestra casa, se ha trasnochado en salas en medio montaje o en salas del aeropuerto esperando un semáforo en verde.

No estoy yo para contarles, pero para que ustedes puedan disfrutar de las exhibiciones todo un sinfín de personas, cajas de embalaje, montacargas, barcos, vuelos, impresiones, gritos y sombrerazos tienen que suceder para ver culminada una sala de exposición con todas sus piezas, con las luces en su punto, con el audio perfecto, con las cédulas de objeto alineadas y con las personas listas para recibirnos como los espectadores de este diálogo entre un artista y su entorno.

* Mercadóloga y gestora cultural enfocada en autogestión de recursos y relaciones públicas

Todo lo anterior es, sin duda: el amor al arte…a conectar con una pieza, con un contexto o con un espacio. Trabajar en un museo es aprender a respirar, a vivir en el enamoramiento constante. Ojo, todas las fases del enamoramiento desde las mariposas en el estómago hasta la frustración y ello da como consecuencia el generar relaciones, lo que ahora le llaman networking, yo creo que los amantes y trabajadores de museos somos una especie aparte, una que se entrelaza y se busca en diferentes contextos, países y espacios. Tal es así, que se toman encomiendas entre la amistad y el desarrollo artístico y la vida tiene sus formas para concretar las mismas.

Dicho ello, hoy quiero hablar sobre una exposición que une a más que artistas, gestores y promotores sino a unos amigos. En el mes de diciembre se inauguró una muestra que es resultado de la amistad y la encomienda de un maestro a sus amigos… el escenario fue el Centro de las Artes de San Agustín (CaSA) que dio espacio a una de las mentes maestras de la curaduría en México, a un gran artista que entreteje la arquitectura y la naturaleza y te envuelve en cada una de sus piezas, y un maestro que más allá de su vida ha dejado un gran legado dentro del ámbito, no sólo cultural sino personal en la escena del arte en México. Esta muestra se inaugura con historias de sus vivencias como colegas y como amigos, de lo que la “casualidad” y la temporalidad culminó en una exposición que embona perfectamente, textiles de gran formato que caben “maravillosamente” entre las vigas, sin ser realizados exprofeso para ellas, una historia contada con cuidado y pulcritud en un recinto que mantiene el espíritu vivo de una amistad que trasciende planos y nos muestra a susurros que ahí hay una amistad de museos. Sin duda, los museos tienen su mundo mágico que no sólo nos transporta hacía otras realidades o perspectivas de la vida misma, si no, que es muestra tácita de las personas que crean, gestionan y promueven todo lo que en ellos habita.

Así que, hoy tienes la oportunidad de visitar un museo y de escuchar con atención qué historias tiene por contarte, qué amistades te muestra y que lecciones te deja.

Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.- Rebasó mis expectativas el viaje a República Dominicana el pasado octubre, en especial su capital, la primada de América —¿cuántas veces escuché esa frase en la retórica de los políticos?—, urbe amurallada ante peligros corsarios a partir del siglo XVI y hasta mediados del siglo XX con la invasión norteamericana, villa tropical cruzada por el río Ozama que le concede otra edad y otros sueños. La convivencia con los poetas participantes de la Semana Internacional de la Poesía fue lo mejor, días intensos de lecturas y de ron recorriendo la ínsula que comparten dos países tan disímiles. Me encantó conocer a la argentina Romina Freschi, la venezolana Edda Armas, la uruguaya Silvia Goldman, el peruano Óscar Limache, el español José Ramón Ripoll y toparme de nuevo con el chileno Héctor Monsalve, el francés Stephane Chaumet y el hondureño Rolando Kattan, todos ellos (y ellas) parte de la legión extranjera. Los poetas locales Mateo Morrison, Plinio Chaín, Basilio Beillard, José Mármol y otros más cumplieron con creces su condición de extraordinarios anfitriones; gracias a sus buenos oficios, fuimos invitados por el Presidente de la República, Luis Abinader, a un desayuno en Palacio Nacional donde no pudo faltar entre los huevos estrellados y el tocino esa maravilla llamada mangú. Me fui para atrás, una y mil veces, al toparme con las bellezas dominicanas que aparecían al doblar las esquinas o al subir y bajar las escalinatas rumbo al malecón o al cruzar una plaza: piernas largas y atléticas, caderas musicales, senos de breve escalada, rostros felinos de cabelleras boscosas, mulatas, negras o criollas, todas sin excepción, cabales ejemplos de la crueldad visual para mi celibato. La sexualidad que exudan las novelas y los cuentos de Junot Díaz, un Pulitzer latino que odian o aman frenéticamente sus coterráneos, quedó impregnada en mis nervios —y no sólo en el nervio óptico—, ardores de un psicotrópico que te atrae y doblega con su cruel poderío. Por su parte, Óscar Limache comenzó a leer en los días del festival La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, novela ubicada en Dominicana en torno a su histórico, cruel y excéntrico dictador Trujillo, lectura que en mi caso se antoja para regresar a Santo Domingo, conocer un poco más Santiago de los Caballeros y pasar un largo fin de semana en Punta Cana, destino que por supuesto me dejaría en la ruina. Tarea pendiente localizar y leer la obra especialmente de los poetas dominicanos, de Pedro Mir (1913-2000), considerado el vate nacional y con museo en la capital del país hasta Antonio Fernández Spencer (1922-1995). El último día del festival conocí e intercambié libros con Soledad Álvarez, poeta valiosísima y recién premiada en España. Infructuosamente busqué en librerías de viejo los tomos que me faltan del epistolario de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, El que brilló por su ausencia en mi estancia isleña —me dijeron que se mudó a Estados Unidos— fue el vate neobarroco Félix León Batista, en otro tiempo organizador de festivales de poesía en República Dominicana. El ubicuo y siempre caballeroso José Mármol, alto funcionario de un banco, me obsequió su discurso de trabajo ingreso a la Academia de la Lengua. Disfruté los afters después de los compromisos del programa, en compañía de mis colegas especialmente en “los colmados”, abarrotes que expenden bebidas alcohólicas las cuales se pueden consumir en la vía pública. En una ciudad turística, cara para el bolsillo de los nacionales, esta opción resulta ideal para los jóvenes que con unos cuantos pesos arman borlote hasta la madrugada.

Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966). De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

*Es periodista cultural, estudiante de la ENAH y la

UNAM, desde los 14 años colabora en diarios y revistas locales, ha publicado 5 libros sobre temas oaxaqueños, en 2021 recibió el Premio de la Juventud de Oaxaca de Juárez y es miembro corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana. En redes: @UrieldeJesús02 Uriel de Jesús SANTIAGO*

CDMX.- Dice la conocida canción vernácula que “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida” aunque también uno huye de estos sitios, se aleja, explora y quizá olvida. Algo así le ha sucedido a Juan, protagonista de Llévame a casa (Seix Barral/2022) la más reciente novela del escritor español Jesús Carrasco, quien alcanzó la cumbre del éxito editorial en 2013 con su primera novela Intemperie, traducida a 28 lenguas, vendida en todos los países de habla hispana y llevada al cine. Aún perseguido por la hazaña de su primer libro, publicado en 2016 La tierra que pisamos, que pasa por los lectores sin pena ni gloria. Tras cinco años de silencio, finalmente regresó en 2022 con esta nueva novela que dice en los cintillos “Jesús Carrasco presenta su novela más personal”, y debo decir que últimamente todos los escritores están haciendo sus novelas “más personales”, aunque la anterior lo haya sido, la nueva es todavía “más personal”. Claro que esto es una estrategia de ventas utilizada y ya bastante gastada por las editoriales, lo que sí podemos afirmar es que esta novela tiene bastantes halos biográficos, del llamado género auto ficción. Así como Carrasco vivió en Torrijos cuando joven, Juan el protagonista pasa ahí de los cuatro a los diecinueve años; luego se va a Edimburgo (Escocia) -así como el autor lo hizo en los 90- a perseguir sus aspiraciones, dejando atrás su origen. El libro se centra en dos generaciones muy marcadas en el viejo continente: en quienes eran niños cuando la Guerra Civil y en sus respectivos hijos, en ambos la guerra ha calado hondo, internas o externas, las huellas de la barbarie permanecen. Tras años alejado, al otro extremo geográfico de su casa, Juan se ve obligado a volver a su pueblo natal por la muerte de su padre. Teme, pero va porque está consciente que es algo temporal, “mientras dura el duelo”. Volver implica reencuentros y se topa frente a frente con su familia y otras cosas de las que sin percatarse huyó; luego del entierro pretende volver a Edimburgo, sin embargo, su hermana le da una noticia que cambia sus planes y lo anclan. El autor que siempre lleva una libreta de viajes -imitando un diario- se dedica a observar el mundo que lo rodea y anotar los aspectos de las relaciones humas que llaman su atención; está obsesionado con la exploración de “El lugar físico en el mundo”, en aquellos lugares en donde decidimos realizar nuestra vida. Su narración es, sin duda, un retrato bastante nítido y hasta estereotipado de la cultura española -en provincia-, que ahonda en las relaciones entre los hijos y los padres cuando ya son mayores.

Y Juan el protagonista al tener que permanecer tendrá que encontrarse con sus recuerdos soterrados para reelaborar su mirada en el constante recorrido por el anhelo y la realidad.

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