Clarimonda #37: Relato Policiaco (13° Aniversario)

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DIRECTORIO Director: Manuel Noctis manuelnoctis@gmail.com Subdirector: Marco Ultreras Fotografía: Eduardo Jaramillo, Joebeth Terríquez. Contacto y Colaboraciones revistaclarimonda@gmail.com www.clarimonda.mx Facebook.com/Revista.Clarimonda Twitter.com/Reva_Clarimonda www.issuu.com/Revista.Clarimonda ************ CLARIMONDA –Cultura contraCultura- Revista alternativa y de autogestión editada por Manuel Alejandro Ayala Chávez. Tijuana, Baja California, México. | Registro de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo: 04-2013-051712530300-102 | Edición junio 2018. Número 37, Año 13 | Víctima: Relato Policiaco | Logo oficial: Gustavo Santiago López (Veracruz) | Logo Secundario: Luz Koreysi Ugalde (Guadalajara). Cada texto firmado es responsabilidad de su autor y no en todos los casos responde a las políticas de Clarimonda. Se permite la reproducción total o parcial del material, siempre y cuando se cite la fuente y el autor. *Todas las imágenes que acompañan los textos fueron tomadas de Internet con la mera intención de difundir la obra, a excepción del Dossiere, propiedad de su autor.

CONTENIDO 2. ¡And Starring Mario Almada as Himself!, Juan Alberto Apodaca 4. ¿Qué haría Mario Almada?: Un caso del Kótex Aqueberro, José Salvador Ruiz 8. A tres caídas, Iván Landázuri 10. Árbol torcido, Jorge Arce Gálvez 12. Las riendas, Luis Gabino Alzati

DOSSIERE: Pepenadores por David Santiago Álvarez Durón

14. Los Corruptibles, Paco Robledo 16. Sueños de pueblo, Néstor Martínez 19. Crónica mediocre, Norma Cuéllar Fuentes 20. Mercy, Atzin Nieto 21. Trujillo, Oscar M. Mora 24. En la mira: atisbos fronterizos de la narrativa policiaca mexicalense, Gabriel Trujillo Muñoz

Imagen de portada: Rubén A. Guarneros

EDITORIAL La era del Internet y las nuevas tecnologías consume. Todo fluye de manera más inmediata y muchas veces hasta pasajera. Las nuevas generaciones piden a gritos las cuestiones más interactivas, sobre todo si de la red se trata. Sin embargo persiste el papel, lo palpable, lo que huele y se siente al tacto. El impreso como una forma de resistencia ante las herramientas tecnológicas. Bajo esa premisa, Clarimonda también resiste y por ello desistimos de “morir” en el formato impreso. El formato que nos dio vida hace más de 13 años y que durante mucho tiempo nos dio entrada a muchos eventos, festivales, congresos, escuelas, academias, bares, antros y demás parafernalia en donde lo material aún es un objeto de apreciación y conservación histórico. Así pues, llegamos a esta treintaisieteava edición impresa, dedicada al Relato Policiaco. Un tema que desde hace varios años ha estado en boca de todos y hasta podríamos aventurarnos a decir que está de moda. Sin embargo, no pretendemos con esta edición hacer algo más de lo que ya se hace, sino aportar desde nuestra trinchera a un tema consabido pero desde un ángulo que siempre nos ha caracterizado: a través de nuevos escritores o jóvenes en ciernes que no figuran en esas editoriales que todo lo abarcan. He aquí pues una edición más de esta revista, en la que le realizamos también un sentido y merecido homenaje al ídolo de multitudes Mario Almada. Nuestro personaje policiaco mexicano por excelencia. Polémico, criticado y amado, con la que sirva también recordar su memoria y la trascendencia que ha dejado a una parte del cine mexicano. En hora buena por esta edición, en el consejo editorial de esta revista nos honramos por estar de vuelta en estas páginas, sobretodo porque era algo que nos pedían a gritos y ya se merecían ustedes lectores. Atte. Manuel Ayala, Tijuana, Baja California.


¡And Starring Mario Almada as Himself! Juan Alberto Apodaca

¿Quién fue Mario Almada? ¿El Clint Eastwood mexicano? ¿El justiciero al que nunca se le terminan las balas? ¿El sheriff incorruptible? ¿El más chingón que Rambo? ¿El mal actor de videohomes que ganó dos Diosas de Plata y un Ariel? ¿El orgullo de Huatabampo, Sonora? En resumidas cuentas, Mario Almada fue sinónimo de balaceras sin parangón. El incansable actor que trabajó prácticamente hasta su muerte en octubre del 2016, dejó un legado de más de 350 películas y una larga relación de amor y odio con lo fronterizo, con aquellas (vigentes aún) prácticas socioculturales, políticas y económicas (ir)reales que tuvieron, y siguen teniendo lugar en poblaciones del sur de Estados Unidos y/o del norte de México, en las borderlands, en regiones in-between profundamente incomprendidas, y sin interés alguno de hacerlo, por el centralismo recalcitrante desde donde se forjaron los cimientos del cabrito western, del cine sobre migración y del narcocine mexicano. Almada fue una figura clave en las insulsas y altamente efectivas representaciones cinematográficas sobre estos temas. La era de Mario Almada Los años 70 y 80 fueron paradójicos para el cine mexicano hecho e ideado desde el centro del país. Entre la nula participación de la iniciativa privada y la 2 | CLARIMONDA.MX

cooptación estatal de las productoras de cine industrial (cine de ficheras al por mayor), para Almada fue una época de bonanza pues actuó en más de 100 películas de géneros variopintos. Y fue justo en dicha coyuntura que el mayor de la dinastía estrechara de manera irreversible su vínculo con el cine sobre contrabando de drogas, por un lado, y con los (narco) corridos por el otro, lo que se convertiría en el sello de la casa. Cronológicamente hablando, en esta época “oscura para nuestro cine”, Don Mario se consolida como el personaje fetiche del cine de acción mexicano al lado de figuras como Jorge Reynoso y Valentín Trujillo. Fue tal el éxito, que en los años 90 Almada participó en aproximadamente 107 largometrajes, unos 10 por año. Eso fue posible en gran medida gracias al surgimiento de una nueva cultura de la distribución que cambiaría al cine para siempre: el videohome. Más allá de Mario Almada: El siglo XXI Violencia, dramas inverosímiles, corridos, narcotráfico, misoginia, pobreza, venganza. Todos temas recurrentes en el cine de Mario Almada, un ícono indiscutible de la cultura popular mexicana del siglo XX, le pese a quien le pese. Pero todo ícono tiene un declive. Y es que el siglo XXI no fue bondadoso con “El


para esconder su propia basura. En realidad, se trata de una industria que a lo largo de 40 años ha dado trabajo a muchísima gente, que recauda alrededor de 30 millones de dólares anuales, que hoy por hoy tiene una distribución asegurada en el mercado estadounidense tanto en tiendas departamentales donde venden sus DVD´s en carretadas, así como en espacios de exhibición sumamente sólidos como el canal de televisión de paga Cine Mexicano. En la entrega del Ariel de Oro a Don Mario por su trayectoria, se dijo que su trabajo representó un vínculo con la comunidad migrante de mexicanos que viven en Estados Unidos, lo cual es cierto y cuya prueba irrefutable es el éxito y la enorme complejidad en el terreno sociocultural de la industria del videohome transfronterizo contemporáneo.

Fiscal de Hierro” pues solamente apareció en unas 15 películas haciendo en su mayoría papeles menores y cameos como en El infierno (Luis Estrada, 2010). Indicador que era de esperarse debido a su avanzada edad y a la descentralización del videohome, cuyas mayores productoras se encuentran en ciudades fronterizas como Tijuana. Pero más allá del cine (y como extensión del mismo), Almada también sirvió como bisagra entre los corridos y los ahora conocidos como narcocorridos. Para muestra véase la participación del actor en portadas y videoclips del grupo Exterminador, una fórmula de éxito antes probada con Los Tigres del Norte o Los Cadetes de Linares, pero que en esta ocasión funcionaría a manera de homenaje, o bien, como un pase de estafeta simbólico de la narcoindustria-cultural (música y cine) a nuevas generaciones. Por otra parte, no hay un consenso sobre la última película que filmara Almada. Se dice que fue El Centenario (Juan Hernández), cinta sobre narcotráfico filmada en Guanajuato, o El ocaso del cazador (Fabrizio Prada), una historia protagonizada por Hugo Stiglitz sobre un hombre que enfrentó a un grupo de Zetas porque no les quiso vender su rancho. Lo que bien es cierto, es que Mario Almada encarnó perfectamente dos paradojas del cine mexicano. La primera tiene que ver con que su mayor éxito no fue el de la crítica o el de festivales sino el de la cultura popular, la cual, le ha concedido un lugar en el firmamento de las estrellas del cine mexicano en general. La segunda paradoja es su gran aporte al videohome made in Mexico, la industria incómoda y censurada por las autoridades nacionales, por esas “autoridades” que levantan la alfombra

El homenaje póstumo Ricardo Silva, director de la polémica etno-docuficción Navajazo (2014), dirigió por última vez a Mario Almada, pues en junio del 2016 (cuatro meses antes de su fallecimiento) lo filmó para el cortometraje Algo extraño sucedió camino a la morgue. Y vaya que es un extraño y certero homenaje pues en escasos 19 minutos queda claro el legado de Almada para el narcocine en particular y para el videohome en general. Se trata de otro polémico trabajo de Silva pues mediante una gruesa voz en off, en inglés, pone palabras a supuestos e inquietantes pensamientos de un longevo Mario Almada que apenas puede sostener una chamarra con su marca. En el cortometraje, producido por Spécola y el FONCA, convergen la admiración del director al trabajo de Almada y a una industria cinematográfica cautelosa, contradictoria, que eterniza estereotipos, que se reinventa a sí misma y que ha sobrevivido a todas las crisis “del cine mexicano” pues opera en sus propios márgenes. El videohome fronterizo que se filma con Red One, es retratado por Silva a través de extras, esos personajes que mueren varias veces en la misma película, que forman parte de ese Otro cine mexicano, un tipo de cine muy querido y buscado por unos y muy odiado y satanizado por otros, una fórmula en la que Mario Almada tuvo mucho que ver y que le sobrevive. En este caso, Algo extraño sucedió camino a la morgue funge como documento histórico pues es la última película en la que aparece Mario Almada, a su vez funciona como un irónico y punzante homenaje y al mismo tiempo, es una pequeña rendija que nos deja asomarnos al amplio y complejo mundo del (mal) llamado narcocine.

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¿Qué haría Mario Almada?: Un caso del Kótex Aqueberro José Salvador Ruiz Dominico “el Kótex” Aqueberro, policía judicial en retiro y fanático de Mario Almada, gimoteaba para evitar que su esposa lo viera llorar al final de Cazador de asesinos. Siempre le pasaba lo mismo, se enternecía hasta las lágrimas por la recuperación del niño. Lalo había caído en una especie de coma al presenciar la violación y asesinato de su hermana y de su madre. Pero sobre todo, le conmovía la decisión de Eduardo, el personaje protagonizado por Mario Almada, de limpiar la ciudad de asesinos, violadores, narcomenudistas y todo tipo de malandros. “¡Qué buena película!, ¿verdad Dominico? Ya no hacen buenas películas como éstas, así con mensaje y todo”, dijo Caridad Ángeles de Hidalgo, su esposa. El Kótex carraspeó antes de responder. “Tenéis razón, corazón”, alcanzó a decir con su acostumbrado acento español espurio. El Kótex fingía ascendencia española a pesar de haber nacido en Sonora. Lo más cercano que estuvo de España fue el lujurioso toqueteo de un sacerdote vasco que ofrecía misas y caricias en la capilla del orfanato donde creció. —¿Ya supiste que el viernes mataron a Estelita? Pobre, si ni dinero tenía, nomás la pensión que nos dan por ser viejos. Es la única gracia que tenemos— dijo Caridad mientras forcejeaba con la videocasetera para sacar la película —Dicen que andan matando viejitos, deberíamos comprar un seguro, Dominico —remató con temor. —¡Joder! pero cómo crees que nos vendan un seguro, mujer. Con tantas enfermedades que cargamos. 4 | CLARIMONDA.MX

—¡Ay, Dominico! Son seguros contra accidentes. Al Centro Belén donde voy a tejer va un licenciado a vender seguros y dice que cubren muerte violenta también. Ahí tengo hasta folletos para que los veas porque me da miedo que te pase algo. —Luego hablamos de eso, mujer. Nada me va a pasar. El Kótex Aqueberro se acercó a su mujer para plantarle un beso en la frente. No había dos seres más dispares viviendo bajo un mismo techo por cincuenta años. Sentía que era su contrapeso y su salvación divina porque si había alguien en el mundo a quien Dios no le negaría un favor sería a su mujer. El Kótex se puso su acostumbrado saco rojo, pero cambió su boina española por un sombrero de fieltro. “Me voy a la cantina, Caritas”, le dijo a su mujer y se dirigió a la Old Crimes, una cantina que parecía asilo de ancianos y nido de ex criminales. Pidió un tequila y se fue directo a la rocola donde eligió “Cazador de asesinos” con los Cadetes de Linares. Saboreó cada letra, cada acorde como Salmos bíblicos. Pidió otro tequila, ahora doble. Tenía aún la película en su mente. Comparó su vida con la de Eduardo, el personaje de Mario Almada. Ese compa limpió la ciudad de lacras ¿y qué hago yo? Planeo atracos con ese tipo de cabrones. Pensó en la decepción que le causaría a Caridad porque lo que su mujer no sabía es que el Kótex suplementaba sus magros ingresos de la jubilación forzada con pequeños robos y extorsiones que hacían más llevaderos sus años ancianos. En esas reflexiones se


encontraba cuando vio entrar al judicial Michel Lamartine Bastos, el Toblerone, un negro veracruzano con cabeza piramidal que venía en busca del Kótex. Sostenía un cartapacio con sigilo como si llevara el antídoto contra la resaca. Pidió una cerveza y se sentó junto al ex judicial. —Anda un cabrón matando viejitos y no tenemos ni una puta pista, Aqueberro —dijo el Toblerone sin mediar saludo ni perder tiempo. —Joder, sí. Algo he leído en los diarios, macho — respondió el Kótex fingiendo indiferencia. —El Comandante me pidió que nos echaras una mano. La prensa se lo está comiendo y pide su cabeza. Por eso te promete un estipendio jugoso. ¿Qué onda, le entras? —Que vaya a tomar por culo el gilipollas ése —espetó el ex judicial. ¿Por qué habría de ayudar al cabrón que lo obligó a jubilarse con una pensión raquítica? Pensaba el Kótex. Era el momento de su venganza, pero entonces notó a un hombre que lo observaba desde otra mesa. Un tipo de rostro largo, cejas pobladas y bigote recortado. Llevaba con gracia un sombrero vaquero y una mirada férrea. “¡Me cago en la panocha santa!, pero si es Mario Almada”, exclamó para sí. El hombre levantó un caballito de tequila a manera de brindis. ¾Dile al gilipollas ese que acepto, pero la pasta por adelantado ¾respondió el Kótex terminándose tu tequila doble. El Toblerone lo conocía bien, había sido su compañero de patrulla hasta que el Comandante Izaguirre lo obligara a jubilarse. Por eso venía preparado y le extendió el cartapacio junto a un fajo de billetes. “10.000 pesos libres de polvo y paja, Aqueberro”, dijo el veracruzano. El Kótex aceptó el caso no tanto por el estipendio ni por solidaridad al gremio de la tercera edad sino porque imaginó a Caridad siendo víctima de ese “mataviejitos”. Recordó nuevamente la película, el rostro de Mario Almada al llegar a su casa y ver a su mujer y su hija muertas. El Toblerone dio un sorbo matador a su cerveza y oteó hacia todos lados. “En un descuido el mataviejitos entra aquí y se despacha a todos ustedes, deberías de cambiar de cantina”, dijo el Toblerone poniéndose de pie. Hizo mutis del Old Crimes mientras Los Cadetes de Linares cantaban “Pistoleros famosos”. El Kótex regresó la mirada hacia el hombre del sombrero pero ya no estaba ahí. Pensó que el tequila le estaba haciendo una mala jugada y pidió un café. Abrió los expedientes de las víctimas. Todos ejecutados de un balazo, pero algunos con huellas de haber resistido. Notó que cinco de las seis víctimas tenían la misma edad: 78 años. El otro tenía 79 años, este fue el primero en ser asesinado. Leyó los nombres y primero pensó que había un error, que el Toblerone había organizado los expedientes por orden alfabético. Una segunda inspección comprobó que llevaban un estricto orden cronológico. “¡Me cago en concha de su madre! El hijo de puta asesina por edad y orden alfabético”. El hombre de 79 años llevaba por apellido Zazueta. El resto de los muertos tenían la misma edad así que habían muerto según su apellido: Tirado, Talamantes, Sánchez, Rojas y Pérez. Había dos mujeres entre los muertos y ver sus rostros provocó una sensación de rabia. Imaginó a su mujer sobre

la plancha de la morgue. “¿De dónde toma las nombres el hijo de puta?”, se preguntó el Kótex. Recordó la conversación con su mujer sobre Estelita. Se puso de pie para pedirle el teléfono al cantinero. —Michel Lamartine Bastos para servirle —respondió al teléfono el judicial. —Toblerone, necesito el padrón de pensiones del programa de adultos mayores. —¡Cabrón, si te acabo de dar diez mil pesos! —¡Joder, Toblerone! Haz lo que te digo, macho. Llévamelos a casa. La mañana siguiente una aspirina llevó los expedientes a casa del Kótex. Le cayó la noche examinando los expedientes y sacando conclusiones. El ex judicial ordenó los casos por edad. Si su teoría era correcta la siguiente víctima sería Aurelia María Pascual de 77 años y con domicilio en Calle Altamirano 56 en la colonia Centro. ¿Pero cuándo va a volver a matar? Hizo un esquema con las fechas entre cada asesinato. El asesino dejaba pasar cinco días entre cada crimen, el último de ellos había sido el viernes, por lo tanto esta noche saldría a matar a doña Pascual. Eran ya las once de la noche y si tenía suerte aún podría estar con vida. Tomó el teléfono para llamar al Toblerone, ellos podrían hacerse cargo del asesino. Cuando marcaba los números escuchó la voz de Mario Almada en el cuarto, su esposa había puesto nuevamente la película. “¿Qué haría Mario Almada?”, se preguntó el Kótex. La bocina del teléfono escupía una voz gruesa. Colgó y fue por su sobaquera y su Browning 9mm. Se subió en su Nova 78 y enfiló hacia el domicilio. La colonia centro estaba a solo unas manzanas. Pasó por la zona roja y a dos cuadras dio con la calle Altamirano. Bajó la velocidad intentando descifrar la nomenclatura caprichosa. Los fanales del Nova apuntaron como brazos flamígeros el movimiento de un hombre que salía apresurado de una casa. “¡A ver tú, gilipollas, párate!” gritó el Kótex. La respuesta del hombre fue instantánea; dos tiros impactaron la carrocería del Nova. “¡Hijo de la gran puta, mi Nova!”. El hombre subió a su coche aprovechando el desconcierto y la edad del ex judicial. Emprendió la huida pero el Kótex sacó su Browning y disparó en tres ocasiones, una llanta sintió un balazo. El asesino siguió acelerando y el Kótex fue tras él. El auto del hombre serpenteaba, por momentos invadía las baldosas y luego regresaba al asfalto. Enfiló hacia la avenida Internacional pero perdió el control del auto y se estrelló ante la valla fronteriza. El impacto provocó una pequeña explosión y un incendio en la parte trasera del auto. El Kótex detuvo su coche y bajó de él, se acercó cauteloso con su Browning por delante. Las llamas del auto amenazaban por envolverlo completamente. El hombre había perdido el conocimiento, pero su pistola estaba en el tablero. Se acercó a éste y buscó su cartera. El coche no tardaría en explotar. ¿Qué haría Mario Almada?”, pensó el Kótex. ¿Sacaría al asesino para que fuera a la cárcel? La respuesta vino del tocacintas de su coche: “El cazador de asesinos” se reproducía por sí sola. Su Browning lo despidió sin culpa. La mañana siguiente el Toblerone citó al Kótex en un café. CLARIMONDA.MX | 5


—Qué cagadero me dejaste pinchi, Aqueberro. ¿Por qué no me llamaste para arrestar al hijo de puta? Así yo hubiera quedado como héroe, ahora toda la raza cree que hay un vengador anónimo suelto en la ciudad. El jefe está más encabronado contigo así que sólo te pagará la mitad de lo que acordamos. Ese cabrón resultó ser una fichita, había estado hace años en el bote por robo. Por si fuera poco el coche era robado y él estaba libre bajo caución por fraude. —¿En qué trabajaba? —En una aseguradora, era un pinche Godínez. ¡Quién lo iba a pensar! tenemos un asesino serial. Ya somos primer mundo, Aqueberro. “Asesino serial la puta que lo parió”, pensó el ex judicial. Cuando el Toblerone se retiró, el Kótex llamó a un amigo en los juzgados. Preguntó por la persona que había pagado la fianza. Fue un tal Carlos Landa, secretario de Fernando Aparicio Rodríguez, el representante de la Secretaría de Desarrollo Social. El hijo de puta le dio la lista de pensionados. ¿Pero para qué matarlos? Entonces recordó nuevamente la conversación con su mujer. Le llamó por teléfono a casa. Le pidió que tomara el periódico y viera la foto del asesino. “Ave María Purísima, si es el licenciado Gómez Zazueta, el de los seguros”.

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Fue a la compañía de seguros y le dijeron que Gómez Zazueta venía altamente recomendado, por eso le dieron empleo ahí. De los difuntos solamente tres estaban asegurados. Los beneficiarios eran supuestos familiares. Tomó los domicilios de los beneficiarios y salió hacia ellos en su Nova. Dos de los domicilios eran viviendas abandonadas y en el otro nunca habían oído el nombre de ese señor. Ya no tenía duda, los mataron para cobrar seguros con nombres falsos, los otros viejitos asesinados sirvieron como distractor, como cortina de humo. El Kótex se dirigió al Old Crimes a consultar su siguiente paso con el agave. Ahora sí tenía al autor intelectual de los crímenes. ¿Qué haría Mario Almada? La respuesta se la dio la rocola. Salió de la cantina y siguió al secretario de Desarrollo Social hasta su lujoso departamento. Puso el silenciador a su Browning. Lo confrontó, aquél hablaba de estado de derecho y el Kótex de 9mm. Le metió dos tiros a Aparicio Rodríguez una vez que vio las identificaciones falsas y las pólizas de seguro en su caja fuerte. Salió del departamento con sigilo. Subió al Nova 78, buscó un casete en su guantera y lo insertó. En seguida la voz de Guadalupe Tijerina llenó la cabina del auto y el Kótex vio o creyó ver la sonrisa menguante de don Mario Almada a su lado.

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Por Carlos Dzul


A tres caídas Iván Landázuri

Estás tendido sobre el piso de los vestidores. Un charco de sangre se expande a tu alrededor. Te cuesta respirar. Varios sujetos te patean con saña y sientes como tus costillas se parten en varios pedazos pero ya no tienes aire ni para mentarles su madre. *** Mientras observas las fotos de la escena del crimen, enciendes tu tercer cigarrillo del día. Sientes que la sangre esparcida por aquellas paredes se desbordará por las esquinas de la fotografía. En el centro del recuadro, el cuerpo de un hombre yace sin vida con siete agujeros a lo largo de su cuerpo incluido el tiro de gracia. Se trata del “Búmeran Ramírez” un luchador de larga trayectoria pero de poca marquesina. Asesinado en un callejón muy cerca de los bares y prostíbulos, a los que de acuerdo a sus compañeros solía acudir después de sus presentaciones. *** Te ha contratado “El espectro López”, pareja en el cuadrilátero de la víctima por casi veinte años. Es un hombre corpulento como lo demanda su profesión, a pesar de la máscara, alcanzas a ver sus lágrimas. Te explica que ambos encabezaban un grupo de luchadores que por años habían intentado sindicalizarse para oponerse a los atropellos de la empresa que dirigía el espectáculo. De ahí la razón que sus carreras no despegaran a pesar de sus talentos pugilísticos según te cuenta. 8 | CLARIMONDA.MX

*** El reporte policiaco no aporta mayores datos, por el contrario, parece cerrar el caso con una hipótesis surgida de la nada: Tráfico de drogas. Tras cobrar viejos favores en la fuerza obtienes un dato útil: El primer disparo le cobró la vida al Búmeran, ese que se incrusto entre sus cejas. Los otros seis disparos, son mera fachada… o un mensaje. *** Miras las máscaras multicolores de los asistentes. Podría tratarse de un carnaval, de no ser por el ambiente tenso y el llanto de algunos asistentes. Seis hombres enmascarados llevan sobre sus hombros el féretro donde reposan los restos del “Búmeran”. “El espectro” es el encargado de las palabras de despedida. Enfatiza tanto al hombre bajo la máscara como al ídolo sobre el ring. *** Tras una larga espera por fin te recibe en su oficina dentro de la misma arena el coliseo. Esa noche hay función. El espectáculo debe continuar. No pierdes el tiempo con sutilezas y lo cuestionas sobre las inconformidades de los luchadores respecto a la empresa que él dirige. Recalcas las diferencias entre el Búmeran y él. El tipo sonríe, esculca entre sus cajones y te muestra una fotografía donde está junto a otros dos hombres, luchadores ambos. “No los reconoce” te pregunta. Sus máscaras son de corte improvisado, la


imagen parece vieja. “Son el Búmeran y el espectro, en ese entonces tenían otro nombre, tenían cualidades pero no imaginación. Yo les di sus nombres, el apoyo, yo los hice.” Te da una charla sobre derechos de autor y ética corporativa. Insistes en encontrar las pistas que lo conecten con el homicidio. Entonces afablemente te manda a chingar a tu madre. *** Mientras te diriges a la salida te desvías siguiendo los gritos. La arena está en su máxima capacidad. El bullicio se expande en cada rincón. El público desde el más chico al más veterano portan máscaras de su luchador predilecto. En el centro, dentro del cuadrilátero, dos hombres se retan, se aplican llaves y se lanzan uno contra el otro, con giros en el aire de por medio. La lucha del bien y el mal, encarnizada entre rudos y técnicos. El alcohol fluye entre los espectadores, una cálida cantina de corte familiar. Una edecán con ropa ajustada portando el logo de los patrocinadores anuncia la tercera caída. Los rivales guardan distancia, parecen medirse mutuamente. Intercambian palmadas en el pecho. Se proyectan a las ligas, patadas, llaves, conteos que no llegan a tres. Después de un rato, una distracción entretiene al referí. El rudo asesta un golpe seco en la entrepierna de su contrincante. El referí voltea en el momento justo para el conteo. El rudo se alza con el triunfo entre silbidos y festejos. *** Deambulas entre pasillos. Llegas a los vestidores. Un gorila te impide el paso.

Probablemente un luchador sin actitudes o con muchas lesiones que lo tienen tras bambalina. Ofreces el resto de tu anticipo a cambio de cinco minutos. Adentro los hombres que hace unos minutos protagonizan la lucha, bromean en pelotas respecto a la posición y tamaño de su miembro. Te miran con desdeño, hasta que mencionas que te ha contrato “El espectro”. Los dos intercambian miradas, por fin uno habla: “¿Es verdad que con el Espectro tendremos seguro de vida?”, “No queremos acabar como el pinche Búmeran” acota el otro. En lugar de aclarar tu papel real, afirmas a sus interrogantes. “Entonces sí, cuenten con nosotros para irnos con el Espectro” “¿Pero no habrá pedos con lo de los nombres? No nos van a quitar los nombres o las máscaras?”. Les dices que pueden estar tranquilos. El gorila se asoma, te indica que debes irte. Afuera, en la calle frente al coliseo, te detienes a mirar la máscara del Búmeran en uno de los puestos improvisados. Tienes una pequeña corazonada. *** Al día siguiente te devuelven la llamada. Te empiezas a quedar sin favores que cobrar. Efectivamente, existe la solicitud para una nueva empresa luchística promovida por Hilario Ramírez e Isidro López. Enciendes el primer cigarrillo del día. En el periódico aparece la pelea en honor al luchador caído, al final de la nota se escribe sobre una probable huelga del gremio para exigir que se pague el seguro de vida a los deudos del gladiador urbano. *** Por fuera parece un decadente gimnasio. Por dentro es todavía peor, sin embargo muchos de los que entrenan ahí, te resultan vagamente familiares. Tardas un tiempo en darte cuenta que la mayoría estaba en el funeral. Nadie hace caso a tu presencia, todos practican sus movimientos, por lo que llegas sin mayor problema a la oficina del fondo. Entras sin avisar en un acto de imprudencia. El hombre enmascarado se sobresalta al principio, pero al reconocerte te ofrece parte de la nieve que cortaba en su escritorio de segunda mano. Te pregunta sobre tus avances en el caso. Exhalas una densa bocanada de humo. Le dices que no estas seguro que la empresa lo hubiera mandado a matar. No aquella empresa por lo menos. Bajo la blanca máscara se asoma una mirada furibunda. Le hablas del registro que hallaste en el que él y el Búmeran iniciarían una nueva empresa. ¿Pero cómo traer a los luchadores? “Un mártir” escupes después de consumir el cigarrillo. “Hacía falta un mártir para la causa”, concluyes. El hombre suelta una carcajada y te acusa de ver demasiadas películas. Busca entre sus cajones y te extiende el restante acordado. “Tenga, me temo que buscaremos un profesional que si cumpla con su trabajo y le traiga justicia a nuestro compañero”. En un episodio de capricho lo dejas con la mano y el efectivo al aire. Sales despacio para encontrar que esta vez, todos te están prestando atención. Los hombres que cargaron el féretro te cierran el paso. Te hacen ver que tan enserio puede ser la lucha libre. CLARIMONDA.MX | 9


Árbol torcido Jorge Arce Gálvez

El Instituto Maurer se anunciaba en los interiores de La Novela Policiaca, de la cual Nacho era fiel lector. Ahí vio la oportunidad porque entre otras, ofrecía la carrera técnica de investigador privado. Decidió inscribirse cuando se convenció que nunca iba a terminar la prepa y ni soñar con un título universitario, pensó además que eso le abriría las puertas de la Academia de Policía. Convertirse en agente ministerial fue una idea que germinó en su mente a los diecinueve años. A esa edad, a todas las escuelas que asistió dejó constancia de su bajo rendimiento académico incluso en la última, hubo que agregarle la acusación de sus compañeros de vender mariguana, aunque nunca se lo pudieron comprobar. Fue de esos árboles que nacen torcidos. Su padre era ingeniero mecánico y falleció durante una explosión en la refinería de Salina Cruz, cuando Nacho apenas tenía 8 años. Su madre ocupaba la semana entre turnos en la clínica del Seguro Social y un hospital privado. Nacho también careció de atención, quizá por ese abandono fue que empezó a tejer amistad con Ruperto, un policía estatal al que todos conocían como “el Almada”, que habitaba un departamento a dos calles de su casa. De dudosa decencia, El Almada siempre vestía de mezclilla, camisa y botas vaqueras y ni por las noches dejaba de usar los RayBan para ocultar la nube en el ojo izquierdo. El apodo se lo ganó por que presumía sin recato el revólver calibre 357 como el de la famosa película, que decomisó ilegalmente en su primer operativo. Había iniciado su carrera al servicio de la Ley, como un vulgar informante. Después pasó a “madrina” de un comandante de narcóticos y tuvo que camellar a lo largo de cuatro años para que le dieran su placa y arma de cargo que nunca usaba. Estuvo asignado al sector donde se ubicaba la prepa del Nacho y algunos dicen que era quien le surtía la grifa. Su amistad fue 10 | CLARIMONDA.MX

creciendo y el Nacho hasta se permitía asesorarlo, según avanzaba su plan de estudios cuando aquel platicaba de los casos que tenía asignados, como el de la tiendita que un grupo rival instaló en Los Olivos, sin reportarse con el correspondiente pago de piso por lo que tuvo que ir a desmantelarla a punta de metralleta. En esa ocasión cayeron dos puchas y un vendedor de elotes que sin querer iba pasando. En los diarios lo registraron como el principal narcomenudista de la zona y el Almada empezó a ganar notoriedad. Las ejecuciones se sucedieron un día sí y otro también. Esa tranquilidad que hizo famoso al llamado Puerto de Ilusión se fue al carajo, a causa según la investigación de un medio regional, de las pugnas entre facciones de El Cártel por hacerse del territorio y la venta de drogas. Parecía no tener fin. Las protestas trascendieron de las redes sociales a la calle, algunas más visibles por el hecho de que alguna víctima inocente pasaba a formar parte del ejecutómetro. Primero fueron hechos aislados, después gente que venía de fuera. La Autoridad no atinaba a frenar la escalada de violencia que amenazaba con charpear a los demás municipios. “Se están matando entre ellos”, declaró sin ningún asomo de vergüenza el Gobernador, que para calmar los ánimos trajo un procurador de brillante currículo, pero de inversa proporcionalidad a su eficacia. La situación se salió de control. Ruperto por su parte seguía cosechando triunfos dentro de su carrera policiaca, ascendido a comandante y luego a responsable de la Unidad Mixta de Combate al Narcotráfico, en la que decía poner en práctica las más modernas técnicas de investigación que le proporcionaba su agente estrella el Nacho, que para entonces había abandonado una vez más sus estudios, pero como pagó por adelantado el curso, continuaba recibiendo por correo el material con


las lecciones, incluso el flamante diploma como Investigador Privado, aunque a decir verdad, siempre se sospechó que trabajaban para la maña y contaban con una extendida red de soplones que les permitió, por ejemplo, poner a un jefe de sector con el que rivalizaban, el cual entregaba las cuentas mochas al Subprocurador. El pobre diablo terminó encobijado con un balazo en la frente debajo de un puente de la carretera al sur. También encabezaron varios decomisos importantes de estupefacientes en la Terminal Marítima de Pichilingue, gracias dijo a los medios, al trabajo de inteligencia. La suerte les sonreía, cuando vino el cambio de Gobierno. El nuevo jefe del ejecutivo, un miembro de la élite empresarial, se había comprometido con su amigo el Presidente –compartieron clases en Harvard- de terminar con la violencia que ya estaba afectando los índices de popularidad. A todos sorprendió el hecho que ratificara al Procurador inútil y su poco exitosa estrategia “Juntos por la paz”. Se estableció el Grupo Coordinado de Seguridad integrado por todas las corporaciones y a las reuniones asistía el Nacho en calidad de asesor del Almada, hasta firmaba como licenciado, que para ese entonces había recibido un par de amenazas, la última una narcomanta en su antiguo domicilio con un mensaje claro: “ya baliste verga almada, asi como traisionas te ban a traisionar. la maña no perdona”. Nunca les dio importancia. Quien sí dio importancia a su nuevo rol dentro de la organización fue el Nacho. En él habían sido delegadas todas las actividades y debido a eso empezó a desplazar a su amigo. Se necesitaba un golpe mediático para relanzar los esfuerzos del Gobierno en materia de seguridad, por eso le encargaron al Nacho que encabezara el siguiente operativo en Miramar, la colonia con mas ejecuciones. Le envió un mensaje de whatsapp al Almada para citarlo a la hora y lugar donde apresarían al jefe de plaza del sur de la capital. No te olvides de la magnum, cerró el mensaje. Quince minutos antes de lo acordado, llegó sintiendo adormecidos los dedos de las manos. Raro. Por la

mañana al salir de casa, estuvo a punto de dejar la pistola a la que debía el mote, cosa que nunca había pasado antes. Últimamente se sentía marginado, engarrotado, casi no tenía acción y los diarios que antes elogiaban su valor y temeridad para enfrentar al crimen organizado, hoy solo se ocupaban de su ex colaborador y destacaban la brillantez científica para dar con los maleantes. Si supieran que ni la pinche carrera de investigador terminó el hijo de la chingada, pensaba el Almada. Ring. El nuevo mensaje lo invitaba a pasar a la casa donde ya tenían armado el cuadro. No tarda en llegar el reportero urbano, apúrate. Confiado bajó de su auto y se encaminó notando la suciedad en las gafas pero no quiso limpiarlos. Abrió la puerta y se percató de los dos cuerpos en el suelo con evidentes signos de tortura y uno más sentado sobre una cama y esposado. Pásale mi compa, esto va a hacer tu consagración con el Procurador. Ni chanza de sacar la 357. El Nacho le descargó cuarto balazos. Su puta madre, el chaleco antibalas se quedó en el asiento de atrás. Cayó dejando al descubierto un ojo izquierdo completamente blanco, señal inequívoca que desde hacía tiempo era inservible. Acomoden todo antes que caigan los de la prensa, gritó la voz al mando. Murió en cumplimiento del deber. “El jefe de la UMCN resultó con heridas mortales, al enfrentarse con una célula de El Cártel, durante operativo donde se logró la detención de tres presuntos delincuentes además del decomiso de una importante cantidad de droga, armas y dinero en efectivo”. Ese fue el boletín que se emitió por parte de la autoridad. Tuvo un sepelio de héroe. Pinche Almada, que te costaba jugarnos limpio, pensaba el Nacho mientras hacía la clásica guardia de honor. Al día siguiente, el Procurador tomaba protesta al nuevo jefe de la Unidad. Estoy seguro que brindará su máximo empeño para honrar la confianza que le deposita el señor gobernador concluyó su discurso. Sí protesto, exclamó con voz firme, mientras levantaba la diestra, dejando ver debajo del saco, la cacha de un revolver 357. Fue un árbol que nació torcido.

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Las riendas Luis Gabino Alzati

Tenía 13 años, pero desde edad ya sabía que quería ser cuando creciera. Un chingón como Don Mario. Fui contratado como extra en una de sus películas, era el morrito que le entrega las riendas de un caballo en una de sus películas, la más chingona de todas, digo yo. Lo de contratado es un decir, porque ni me pagaron los ojetes, coincidió que andábamos de paseo con mis compañeros de la secundaria en un balneario donde estaban filmando la película y nos escogieron a cinco escuincles para hacer un casting rápido, y Don Mario me señaló.

-“Ese de allí”- dijo. Y uno de los asistentes de producción me explicó la escena. –Vas a tomar el caballo por las riendas y cuando te hagamos la señal se lo entregas al señor, y le dices: “aquí lo tiene, señor”. Pero cuando le digas señor haces una pausa, para acentuar que es el patrón, ¿entiendes?-. -Pues claro, ni que fuera una escena de Cuna de lobos-, respondí. No dijo nada más, pero se cagó de risa. Cuando acabé la escena me pidieron mis generales y una dirección que dizque para mandarme una copia 12 | CLARIMONDA.MX

de la película cuando estuviera terminada. También nos dejaron tomar una foto con Don Mario, chingón, una leyenda el viejón. Al final ni supe cómo se llamó la película ni me regalaron la copia prometida, pero ese momento cambió mi vida. Quise entrar a la milicia pero me rechazaron porque mi estatura no era suficiente. Por chaparro, pues. Y a la policía ni madres, uno tiene su dignidad, si para eso estudié en el Conalep. Total que después de andar en varios jales terminé trabajando con un general retirado, era su secretario privado, el que le cargaba la maleta pues. Estuve con él cinco años, por recomendación de mi tío Eleuterio Barraza, primo de mi mamá. Se dedicaba a organizar banquetes y conoció al general en una de tantas fiestas, hasta que se hicieron amigos y mi tío le armaba las pachangas familiares o del trabajo. A veces le ayudaba a mi tío y así me conoció el general. Y como me vio el porte de chingón, que me invita a trabajar con él. Primero empecé como soldado raso, desde abajo, hacia todo tipo de jales, reparando cosas en su casa, mandados, y luego me ascendieron a chofer de su señora, y cuando se jubiló su chofer me tocó entrarle a todos sus jales. Así andaba todo los días con él, en sus reuniones de trabajo. El general tenía una casota en las Lomas, un chingo de perros adiestrados y hartos cuadros en las paredes. Luego supe que el dinero no lo había ganado por su carrera militar, sino que cuando se retiró comenzó a venderle armas a las policías municipales y estatales. El general tenía un socio pesado, y con él cocinaba esa biznaga. Así se fue forrando de billetes. Pero un mal día se me torció en la cama con una de sus novias, una morrita de 21 años, re buena la chamaca, alta, guapa, era de por allá de Sonora, demasiado esfuerzo para mi general, que Dios lo tenga en su gloria. Allí me quedé sin trabajo. Su viuda me dio una buena lana de jubilación, vendió la casa, los cuadros y los perros, y se fue a vivir a San Diego. Pero además del billete le pedí uno de los perros, el más canijo, el líder de la manada, un macho joven, más inteligente que muchas personas, entrenado en Bélgica, muy cabrón el perro pues. Como en mis días con el general conocí mucha gente, algunos de sus amigos me tenían confianza y me empezaron a encargar ciertos favores. Seguir a sus viejas cuando sospechaban que les estaban haciendo de chivo los tamales, averiguar direcciones, entregarle regalos a funcionarios para que les hicieran el paro con algunos asuntos, así aprendí que hay harta lana que corre por debajo de la mesa: botellas caras, relojes, plumas de esas Mont Blanc, viajes, y hasta fiestas con orgías. Los empresarios de este país tienen que invertir un buen billete para que les toque una rebanada grande del pastel.


Así me fui metiendo cada vez más en esto. Ya tenía los conectes, conocía el oficio y hasta tenía el perro, así que me hice detective privado, como no tengo licenciatura ando por la libre, pero traigo charola y todo en regla según la Universidad de Santo Domingo. ¿Quién iba a pensar que llegaría tan lejos desde que jalé aquél caballo y sonó una voz que dijo “corte”? Si mis jefecitos me vieran, pero qué bueno que Dios ya se los llevó para que no anden con el Jesús en la boca de saber en qué jales me muevo, porque eso de andar de caza recompensas o espiando personas no es una tarea sencilla. Se requiere astucia, huevos y mucha paciencia. Hay que tener vocación, y formación. La experiencia te va moldeando, pero aún así se debe andar bien trucha. Una vez me tocó meterme a uno de los barrios pesados de la ciudad, anduve preguntando por una pareja de morros que se fugaron de sus casas. Los anduve buscando en moteles, bares, me metí a las meras cloacas, en los picaderos, casi me revientan en uno por andar de metiche, pero libró que también soy pueblo y me la rifo con el caló urbano. Eso y mil pesos que me tumbaron, pero lo importante era salvar el pellejo y hacer algunos compas. Al final encontré a los chavos en uno de esos cuchitriles. Estaban todos tiesos, murieron entre sus vómitos a causa de alguna chingadera que se metieron. Los fueron a recoger sus papás, gente de lana que nunca se ocupó de ellos. Y ahora menos, al contrario, un peso menos en sus atareadas vidas de cenas, cocteles, viajes, citas de negocios, pero cada quien vive como puede o como quiere, a mi me pagan por cerrar el pico, parar la oreja y afinar el olfato. Cuando me encuentro en una situación difícil, pienso en qué haría Don Mario en cualquiera de sus personajes, para resolver algún misterio, salirse de la encrucijada y evitar que sus huevos se le entuman en la garganta.

Trato de imaginarlo junto a mi, diciéndome “no valedor, no seas pendejo, eso no, ponte chingón”, acariciando ese bigote legendario y calándose el sombrero. Ya sé que no hablaba así, pero da igual, lo que importa es salir del apuro. Yo también tengo bigote, uso sombrero y chamarra de cuero, hay que ser sofisticado porque en este jale como te ven te tratan, y si no intimidas, si no generas la percepción de que eres más cabrón que bonito no te contratan. Ya lo dice el dicho, para cabrón, cabrón y medio, y así hay que ser, ni modo. Una vez me andaban torciendo por no seguir el procedimiento. Me confié con una mujer a la que estuve siguiendo por encargo de un politiquillo para saber de qué lado estaban sus lealtades y sus querencias. Por confiado perdí a mi perro, le metieron dos plomazos que eran para mi, la canija me llevó a una emboscada de la que me libré de milagro. Aún me debe un perro. La vida del detective privado no es tan buena como pareciera. Hay muchos inconvenientes, y es mejor estar solo porque la familia te hace vulnerable. Por eso ni maíz paloma que me amarro a un puerto, si me meto en algún aprieto no hay fijón, soy solo yo y mi pellejo. Y entre más pasa el tiempo menos aventuras se viven, te vas acostumbrando a la rutina de la incertidumbre, a vivir entre cantinas, hoteles, horas detrás del volante y uno que otro pleito. Pero no es queja. Esta es la vida que escogí, ni la que me tocó. Las pocas veces que me ha entrado la nostalgia o las ganas de cambiar de giro, recuerdo la sensación de las riendas en mi mano, la foto con Don Mario, el único héroe de acción que ha visto mi generación, más chingón que Chuck Norris y los Avengers juntos. No hubiera elegido otra cosa, no aprendí nada más. Por eso cuando me recuesten en una plancha fría y me coloquen un papelito en el dedo gordo del pie quisiera que alguien se fije en mi sonrisa. Y que mi epitafio diga: “Vivió chingón”.

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El estado de Baja California se encuentra con una de las problemáticas más recurrentes en el país: genera más basura que la que recicla, lo que le ubica entre los 10 estados de México que más basura genera y en donde la cantidad de personas que se dedican al reciclaje, tanto en los basureros establecidos como en las calles, termina por no ser la suficiente para remendar todo el daño causado por la sociedad, que poco hace para combatir la contaminación. De acuerdo con una nota publicada en el periódico La Jornada, por el periodista Antonio Heras (2016), “en las ciudades de Baja California se producen y recolectan a diario dos mil 823 toneladas 930 kilogramos de residuos sólidos. El Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) dio a conocer que los tres millones 442 mil 762 habitantes en la entidad generan en promedio 820 gramos de estos residuos cada 24 horas” Ahora bien, si nos enfocamos solamente en Mexicali, capital del estado, podemos encontrar cifras que impactan o no, debido a la costumbre que existe en el tema. En ese rubro, una nota periodística del periódico La Crónica nos habla de los porcentajes de basura que se genera en la ciudad de Mexicali y cuanta de ella es aprovechada para el reciclaje: “Cada habitante de la ciudad de Mexicali contribuye a que se produzcan 800 toneladas de basura diariamente, el 50% es destinado al reciclaje y la otra mitad termina en el centro de confinamiento, impactando de diversas maneras al medio ambiente. Según los datos de la Dirección de Protección al Ambiente de Mexicali, entre 350 a 400 toneladas de basura son recicladas a través de los pepenadores en el centro de transferencia.” De ahí la importancia y trascendencia de este trabajo fotográfico, que está enfocado primariamente sobre la importancia de los peculiares personajes que se encuentran escarbando entre montañas de basura, dedicándose al reciclaje a cualquier hora del día dentro de los basureros. Reciclando materiales que si ellos no lo hubieran separado terminarían revueltos con la demás basura y posteriormente sepultados por las máquinas. Si bien el reciclaje es algo que en los últimos años ha ido tomando fuerza este es un trabajo que muchas veces menospreciamos más que por el trabajo, por las personas, esta vez buscando enaltecer el esfuerzo que hacen por la sociedad día con día. David Santiago Álvarez Durón





Los Corruptibles Paco Robledo

I El atraco Kiki y Pancho son judiciales de La pequeña Ciudad. Su uniforme es vestir de civil. Les gusta llevar camiseta de colores chillantes que usan con el pecho descubierto, donde gordas cadenas se enredan con sus vellos. En las manos traen manoplas de pesados anillos. Plasta de gel en la cabeza para aplanarse el cabello. Se ocultan los ojos con lentes Ray-Juan y llevan la cara lampiña. En sus fundas un par de pistolas sin usar. Van manejando hecho madre por el bule. Estacionan la troka atrás de un abastecimiento que surte las 24 Hrs. Hay más camionetas. Bajan. Saludan a los ahí reunidos. Son judiciales. Se sabe por su similar uniforme y su intenso aroma a perfume. Sacan a flote los acontecimientos: robos menores de chamacos que se mean cuando los agarran. No ocurren cosas interesantes en La Pequeña Ciudad; carros volando en llamas, persecuciones en helicóptero, coaliciones con superhéroes para combatir alienígenas destruyendo la ciudad; nada. Ni puta pizca de acción en los atracos que motive a la adrenalina de la ley. Falta para que los juras apañen a las ratas tras una persecución con tiroteo entre techos y bardas. Eso no significa que La Pequeña Ciudad sea el lugar más seguro en el globo. Hacen coperacha y con el dinero van a la parte de enfrente del establecimiento. Piden cerveza. El chico que atiende dice que ya no es hora de venta. Preguntan por el que atendía hace unos días. Se ha ido. Él y 14 | CLARIMONDA.MX

toda su cuadrilla ya no están, otras personas atenderán desde hoy. Kiki ríe con esa boca chueca que se le quedó de cuando le dio la parálisis facial por salir calientito a donde el frío. Saca la placa, un poco torpe de lo no impuesto. La mete por la ventanilla donde despachan como si no bastara enseñarla por el cristal de la puerta. El chico la mira indiferente y vuelve a decir no. Se voltea. Un jura mete la cabeza por la ventanilla e intenta extorsionar. De por el estante de las papas, una señora se asoma. El tipo saca la cabeza y ya nadie dice nada. Regresan a la parte de atrás. Están encabronados. Uno tranquiliza la situación cuando saca una botella de debajo del asiento. Todos beben del pico. Sacan sobres con polvo y arman rayas en el asiento de una camioneta. Hacen fila para inhalar, otra ronda de un trago y otra raya. Da calorcito, les suda la frente. Quieren cerveza pero en La Pequeña Ciudad no encuentras después de las 11. Están aquí porque son las afueras y antes les vendían. Entrados en ambiente, ven la puerta negra de aluminio que está frente a ellos y por donde meten la mercancía cuando llega por las mañanas al 24 Hrs. Se ponen de acuerdo en que van a entrar dos. Pancho y Kiki se montan un pasamontañas. Una patada abre la puerta y entran con la pistola en mano. La señora está con el joven, arrinconados lloran por su vida. Los tipos ni los pelan, se van directo a los licores. Llenan bolsas con


II El Apañón En el rol me acabo de topar a un bato que le dicen Gordo, toca el yembe. Yo danzo prehispánica, descalzo. Cotorreamos, fumamos. Teníamos hambre y calor. Nos tendimos nomás para sacar el almuerzo. Me gusta más trabajar solo, danzar musicalizado con sonajas atadas a los tobillos. También sueno el caracol y prendo incienso. Yo le doy más en plazas. Como siempre, primero pido permiso, al tambor, luego al suelo, a mis pies. Sentía el piso muy caliente. No me estaba concentrando y eso que soporto el calor. Yo digo que era

Les ponen una botella en la mesa. El Gordo estaba cagado de risa de los juras, y es que sí se ven bien mamones, pero hay que andar con cuidado. Ser más discreto. Este guey no dejaba de verlos y reírse. Le dije que tirara al león. No entendió, se creyó el vergas y mira lo que pasó. Nos echamos la última biela. Nos esperamos un rato a ver si ganchábamos una chucha. Ni una nos hizo iris. En la calle, apenas dimos vuelta, los juras nos cerraron el camino. Se bajaron apuntándonos a la cara. Iban cubiertos con pasamontañas. Nos apañaron. Ni corrimos. Cuando uno no anda en su racho, las leyes de otros uno las ignora y si la cagas, les vale hacerte de agua. Somos tan fáciles de desaparecer que parece no hemos aparecido. Llegamos a una ratonera que llaman comandancia. El bato que nos recibió estaba en su escritorio, con un popote metido en el foso de la nariz, tragándose una línea de coca. Volteó a vernos, volvió a agacharse para tragar con el otro foso. Hizo que firmáramos unos papeles.

mi estómago vacío. El pedo fue del pinche Gordo. Un bato que andaba en una camioneta de lujo se paró cerca de él y le dio un 500. Sentí envidia porque yo levanté puras monedas. Cuando me le acerqué, me enseñó el billete. Dijo que me daría la micha. Eso tranquilizó, porque yo me hubiera clavado el varo. Nos quitamos y fuimos a feriar. Caminamos por una zona a la que no había entrado. Es la segunda vez que paso por La Pequeña Ciudad. Nos metimos a un teibol. El Gordo pidió una cubeta. Nos chingamos la botana mientras unas seños se discutían el baile en un tubo. Ya empezaba a llegar gente. Torcí que unos batos fumaban piedra. Mi compa sacó un porro después de que se llevaron los platos. Dice que no siempre se puede hacer de todo en los congales, se calienta el cuadro y hay que desafanarse. Entran dos judiciales. De volada los distinguí por cómo se visten. Se sientan cerca de la pista. Algunas chicas llegan a saludarlos.

Me mandaron a una celda con toda la banda y al Gordo se lo llevaron aparte. No supe a dónde, pero todo el tiempo escuchamos sus lloriqueos. Salimos. 36 horas marcadas en el bote. Ya ni chingas. No nos dieron de comer, a penas agua, pero para darme un trago espere a que un cabrón que me traía en chinga se quedara dormido. Todos en el suelo, cobijados con un cuarto húmedo de orines, oloroso a pedos que gorgorean en el culo de los gordos, de los que te ensalivan la cara cuando hablan a gritos porque están borrachos, saliva rancia y actitudes eufóricas en una jaula. Tienes que ponerte al tiro, ahí se te aparece el diablo. Mucha de la banda que topas dentro se ve que ahí se la viven. Es su territorio, y son los diablitos de ese terror psicológico que son los separos. El bato andaba madreadísimo. Se quiere regresar con su jefa. Es del norte. Que el universo lo ayude, yo me voy para el caribe.

las botellas caras, paquetes de cigarrillos y listo. Ni víctimas ni maltrato. Con el corazón acelerado se montan en las camionetas y van al otro extremo de la ciudad. Ya les reportaron el atraco pero hasta ahora ninguno de los que escucha a Chalino Sánchez encima del cerrito se ha movido para atenderlo.

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Sueños de pueblo Néstor Martínez

I Me hice policía por culpa de mi abuelo. Yo era un chamaco pendejo y él un señor con una visión distorsionada de la realidad gracias a haber vivido demasiados años en un municipio PRIista, donde sus “acciones” se reflejaban al regalar cubetas, gorras y unas cuantas despensas. Eso y que solo tuviera televisión pública lo habían hecho a la idea de que los policías mexicanos eran, todos, como los Hermanos “Almohada”, de la forma cariñosa que los llamaba: rudos y siempre partiendo madres no importaba a quién. Creía que un policía promedio se enfrentaría a un tratante de blancas o a un bandolero, lo vería a los ojos y le metería tres tiros en la cabeza. Y yo, como nieto orgulloso, y que a decir verdad, pasó demasiado tiempo en esa casa de pueblo, cuando mis padres me dejaban por semanas mientras ellos buscaban trabajar lo suficiente para no perder su casa y su carro en la crisis del 94, también creía que ser policía era así. Sucio, duro, pero siempre con la justicia de mi lado. Al final del día, no importaba qué, tendría chance de poder ver al malo a los ojos y reírme en su cara antes de ajusticiarlo. 16 | CLARIMONDA.MX

Entrar a la policía no fue difícil. Sobre todo a la Judicial, que, según creía, era la que más se parecía no solo a las películas de los Almada, sino también a las Hollywoodenses: sería un alcohólico o drogadicto con una pistola. Eso sonaba a toda madre. Mis papás, por supuesto, hicieron notoria su decepción y me corrieron de la casa cuando les dije que me había incorporado a las honorables filas de la policía Judicial. Al principio no supe realmente qué hacer, pero después de haber pasado un entrenamiento, dónde nos dieron las mejores técnicas del tehuacanazo, así como dar chingadazos en los huevos y otras mañas para amedrentar, pude pagarme un cuarto en la Guerrero. Así estuve unos cuantos meses. Haciendo el verdadero trabajo del policía promedio mexicano. Nada de excentricidades, a duras penas y podía pagar unos zapatos y un traje de segunda mano que me salió en quinientos pesos. Nada cercano al sueño de mi abuelo. La primera vez que lo visité, después de haber entrado a la policía, fui cabizbajo y le confesé, con pesar, que no era ese sheriff que Mario Almada


representaba, ni si quiera podía decir que tenía un uniforme que me diera, al menos, el respeto de los niños, porque los adultos le gritaban a todos los uniformados por cualquier pendejadita. Más bien parecía un mamarracho con un traje que me quedaba una talla más grande, zapatos rotos, sucios y mi huevo (placa), que era lo único brillante. Sin embargo, mi abuelo, como buen priista pueblerino y atrofiado por las promesas de campaña, todavía creía en el sistema, así que, con el poco dinero que tenía de la última “ayuda” que le dio el gobernador (que consistía en 300 pesos), me compró un par de botas, imitación de piel, para usar con orgullo. También se endeudó con un comerciante de ropa y me compró un traje de apariencia texana. No lo dejé que me comprara o regalara un sombrero porque no quería parecer ridículo. Lo aceptó a regañadientes, pero respetó al chilango de su nieto. Ese mismo día vi a mis padres. Placa al cuello, botas vaqueras y ropa de ranchero. No me saludaron. Poco a poco fui aceptando la vida del policía judicial. Conducir por la ciudad haciéndome pendejo, junto a un tipo con quince o veinte kilos más que yo, pero con mi misma estatura. Mi pareja, como insistía que le dijera, cada que se bajaba del carro respiraba como un cerdo en celo. Me daban nauseas, bueno, no solo su sobrepeso, sino que apestaba a sobaco, mierda y grasa. Sin embargo, el cabrón siempre usaba esclavas de oro, anillos, botas de piel de serpiente y lentes Ray -Ban, no importaba que Mario Almada nunca los hubiera usado, yo siempre quise lentes de esos, de aviador. Pero solo me alcanzaba para las copias baratas que vendían afuera del metro. Estaba harto de la vida poco glamorosa. En un año de judicial no había estado en un tiroteo, no me había enfrentado a una banda de trata de blancas y jamás me vieron con respeto. Todo era una mierda, empezando por mi pareja. Ese gordo mórbido había sido, años atrás, todo un chingón, pero ya viejo y acabado, solo se dedicaba a apestar a mierda, sobado y grasa. Pero siempre andaba a toda madre con sus joyas. Así que un día le pregunté “¿qué pedo, cabrón, cómo le haces para tener tantas chingaderas a toda madre?” Se me quedó viendo y se cagó de la risa. “Es que soy chingón,” me dijo y nada más. Una semana después de que le pregunté, me dio un sobre. “Toma, culerito, ya te habías tardado.” Cuando abrí el sobre de papel manila, vi un chingo de billetes de quinientos. “Cómprate unas botas chingonas, unos buenos pantalones y tus pinches lentes. Debes verte verga para que te respeten.” Ese fue el primero de muchos sobres. Paseábamos por la Roma, Doctores, Condesa e incluso Polanco. Ahí, mi pareja entraba a edificios viejos donde se leía “Estancia para señoritas,” salía con un par de sobres. Uno para cada uno. Cuando le quise preguntar qué pedo con eso, solo me contestó “tú no hagas preguntas, quédate con eso y si te dicen algo, calladito.” Aunque desde el primer sobre sospeché, en ese momento supe qué pedo con el soborno. Inmediatamente pensé en mi abuelo y su visión perfecta del país, la policía, los “Almohada”. Pero ya estaba hasta la madre de vivir en la mierda. Así que no dije nada y seguí recibiendo sobres. Después visitaba al viejo y le presumía que ya era un policía de

verdad, de los chingones. Por su puesto, se puso feliz. “Ves, había que portarse bien, nada te costaba”, me dijo. Tomamos pulque, brindamos y me puse la primera y única peda con mi abuelo. II Son las diez de la mañana. Mi abuelo está en una caja. Lo metimos entre otros del pueblo y yo. Todos me ven de reojo. Nadie me habla. Ni si quiera mis papás. Pasan frente a él, dicen unas palabras y siguen de largo. El judicial con anillos de brillantes, cadena de oro, lentes Ray-Ban de montura dorada y chamarra de piel es un ornamento. Llevo mi revolver en la sobaquera y el huevo en el cinturón. Cuando pasa mi mamá, hija de mi abuelo, tiene los ojos llenos de lágrimas. Lo besa en la frente, dice unas palabras y se para frente a mí, me escupe. No dice nada, no llora, nada más me escupe, sube al carro, con mi papá y se van. El funeral fue rápido. O al menos así me pareció. La gente rezó el rosario interminablemente, bebió café Legal toda la noche y cuando amaneció, me siguieron hasta el cementerio. Lo enterramos en la misma tumba que a su esposa. Tiré uno de mis anillos a su tumba y ahí lo dejé. Ni si quiera me quedé a que llenaran el hoyo. Estoy seguro que alguno de los sepultureros del pueblo se robó el anillo y lo cambió por una o dos botellas de mezcal. Así de pendejos son, no saben distinguir entre lo que verdaderamente vale y entre la mierda de su pueblucho. III Llevo una semana hasta la madre de Chivas Regal. La muerte de mi abuelo me pegó más de lo que creí. Sobre todo porque fue mi culpa que se muriera. Todo el puto orgullo que sentía por el mierdita de su nieto se fue a la chingada cuando se enteró, en las noticias, que estaba involucrado con un grupo de trata de mujeres o más bien de niñas de entre diez y quince años. Su visión pendeja que tenía sobre mí y sobre lo que supuestamente representaba ser policía se vino abajo. Sus ojos solo me devolvieron tristeza cuando la edad se lo tragó por completo con un derrame cerebral. Y ahí lo tuve, en frente, cagado, orinado y lleno de lágrimas. Creo que no lloré. Son las dos de la mañana y ando solo en la patrulla. Ni mi pareja quiere andar conmigo. El hijo de su puta madre me vendió a los medios antes de que las chingaderas llegaran a él. Es un hecho que me van a meter al tambo un rato. No sé si meses o años, pero necesitan quedar bien con los pendejitos de Internet. Que vean cómo la policía es eficaz y trabaja por el bien del pueblo. Que se vayan a chingar a su madre todos. Mis papás, mi pareja, los chamacos pendejos que andan en bicicletas y tienen perros. Ojalá alguien un día los atropelle con todo y animales. Estoy en un alto cerca de mi antiguo cuarto de la Guerrero. Escucho dos tronidos a mi derecha, volteo, de un Oxxo salen dos chacas corriendo. Uno trae una pistola, el otro una bolsa negra. No enciendo la sirena ni la torreta. Me bajo de la patrulla y sin decir nada, sin gritar “alto, policía,” disparo, como el viejo Almada haría. Uno de los escuincles cae fulminado. Hace frío CLARIMONDA.MX | 17


y mucho aire, el aroma a piel de mi chamarra me llega a la nariz. Camino, lento, hasta el cadáver. Hay sesos esparcidos por la calle. Es un niño que no pasa de los diecisiete. No me importa. No siento nada. Solo me hace falta mi sombrero, bigote y bolsas en los ojos. El otro ratero se quedó helado al ver que su compañero cayó. Alza su pistola, me apunta pero le tiembla la mano y dispara tres veces, no le da a nada. Quiere disparar una cuarta y no sale el tiro. Se pone blanco y se echa a correr para meterse en una vecindad que esta cruzando la calle. Lo sigo, trotando un poco. La boca y las manos me hormiguean. Entro a la vecindad. Escucho otros dos tronidos. El culero traía más balas para su chingadera. Otra vez no me alcanza ninguno de lo dos. Y, como advertencia, también disparo. Los tiros de mi pistola se escuchan más fuerte y hacen eco en el patio de la vecindad. Varios vecinos salen y me ven persiguiendo a un niño con una pistola. No les importa que haya matado a una cajera de su misma edad, que dejó a un bebé recién nacido, que

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en un futuro se volverá drogadicto y probablemente un vagabundo porque su abuela no querrá hacerse cargo de él. Lo único que ven es a un policía persiguiendo a uno de los suyos. “¡Déjalo, pinche cerdo!” Gritan y me vale verga. Alzo de nuevo la pistola, el niño también levanta la suya y nos quedamos frente a frente. Él ve en mi a un juda medio borracho que le apunta. Está que se caga de miedo. Su pantalón se moja. Me dan ganas de cagarme de la risa. Los demás me siguen gritando y a él le piden que se meta a un cuarto. Se mueve un poco y lo sigo con el revolver. “Ya te cargó la chingada”, le digo, y a quemarropa le doy dos tiros en el pecho. Es tan flaco que sale impulsado hacia atrás y cae de espalda con los ojos y la boca abiertos. Ya me imagino los titulares de mañana “Judicial acusado de corrupción elimina a perpetradores de un robo. Lo absuelven de cargos y nombran héroe”. Sonrío y un diente de oro ilumina la noche en la vecindad.


Crónica mediocre Norma Cuéllar Fuentes No. No lo había dispuesto así, pero Dios tiene designios muy raros, y cuando juega a la matatena es repeligroso. A’i mero en Cuatzala del Progreso se me chingó el carro, y en eso llegó un tal Crescencio y dijo que me arreglaba el carro porque yo era “el mero mero”, que le daba gusto que ya hubiera llegado, el mismísimo detective Pedro Chávez, el que iba a imponer la ley y el orden en el pueblo. Y ¿pa qué le iba a llevar la contra? Si me invitó a cenar y a chupar, me dio un

agarrara confesados. Los pueblerinos se persignaron y rezaron para que la maldad y los pensamientos suicidas abandonaran Cuatzala. A los tres días llegaron 3 muertitos con las piernas y brazos a un lado, toscamente separados del tronco por algún arma punzocortante. Expliqué, sí, pacientemente, que era otro suicidio y que no fue sino hasta la cuarta extremidad que los automutilados saciaron su desprecio por la vida. Los habitantes furiosos miraron

cuarto con baño y hasta una oficina. A Cuatzala apenas llegaban los malosos y al principio me tocó nomás hacerme güey, nomás que luego se puso denso el pedo. Crescencio confesó entre copas que él estaba de parte de los malosos y que más me valía seguirme haciendo güey o me iban a hacer el nudo de corbata colombiano. Ya ni tuve tiempo de investigar sobre el nudo porque me llegaron dos muertitos con cuatro balazos y el tiro de gracia… y con ellos, sus viudas. Las palabras de don Crescencio retumbaban en mi cabeza, tragué saliva y les dije que era un caso claro de suicidio. Las señoras me miraban incrédulas, pacientemente les expliqué los mecanismos de la depresión y los casos que ya había visto, así de increíbles. El primer balazo no los mató, ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto, realmente querían darse en la madre. Que Dios nos

a Crescencio y se calmaron. Lo respetaban. Así estuve dándome la gran vida, con tragos y mujeres, aunque la puerta de mi cuarto amanecía con letreros con mentadas de madre, los cuales Crescencio arrancaba. Las semanas pasaron, expliqué más muertes con palabras como “autoapuñalamiento”, “autodestripamiento”, “autocombustionamiento”… Hasta que un día Crescencio llegó a mi oficina susurrando “Por a’i me dijeron que no eres Pedro Chávez”, y conocí el rechinar de dientes bíblico. “Pe-pero usté insistió en que yo era ése”, tartamudeé en voz baja, “y luego hice todo lo que usté me pidió”. Crescencio preguntó “¿Ya sabes de la epidemia de suicidios?”… y sí, pacientemente, me dio cuatro balazos y el tiro de gracia.

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Mercy Atzin Nieto

Y vete mucho al demonio, puta, pero quédate, pero vete, pero quédate. La tumba india José de la Colina ¿Que por qué la mate? ¡Vaya!, habrá que ser ingenuo. No sé si estaba realmente enamorado o no, tampoco si tuve un ataque de celos como todos creen. Solo hice lo que consideré debía hacer. Ese día la llamé por la mañana antes de ir a trabajar y no me contestó. El pinche teléfono desde donde le marqué se tragó toda la morralla, por eso me tuve que ir caminando al jodido trabajo, luego con esta lluvia que no se quita, pues peor tantito. Yo sabía que había tenido en parte la culpa, pero, digo, no era para tanto. Uno tiene sus momentos débiles en ciertas partes de la vida. Esa ocasión me dejé llevar y me perdí en el camino. Aunque como dice mi compadre el gordo: si uno no se acuerda, entonces nada pasó. Por otra parte, Mercy siempre estuvo al tanto de que yo andaba en malos pasos desde antes de conocerla, algo que en su momento no le importó. El primer día en que no conocimos fue por mera casualidad en aquel bar. ¿Lo recuerda?, el de Insurgentes. Ese 20 | CLARIMONDA.MX

dónde se armó la grande y hasta salió en las noticias. Ese mero. Solo que nosotros salimos por una de las puertas de emergencia. Ella con las medias rotas, un tacón perdido y varias cheves encima, en cambio, yo, solamente alcance a tirar algunos cacahuatazos, pero eso sí, con especial dedicación para cierto fulano que ya se andaba queriendo pasar de listo, pero mejor pasó, a la siguiente vida, directito y sin escalas. Así comenzó nuestra peculiar historia, llena de un sin fin de emociones y sobredosis de adrenalina, Éramos el equipo perfecto: en algunos casos, mi chula, seducía a las víctimas con sus amplias caderas de mujer madura, en otros, utilizaba sus apetitosos y redondos encantos, fíjese que eran casi tan grandes como mis ilusiones, y por ende, nadie podía negarle nada. Yo hacía el resto, ya sabe, lo de siempre: golpes mecos, poco bla bla bla y mucho za, za, za. Con ese ritmo tarde o temprano lo nuestro iba a terminar, sobre todo porque ella quería formar una familia común y corriente e incluso adoptar a un perro callejero. Fue en esas fechas cuando me sugirió la idea de tener trabajo estable, de esos de ocho horas, que tienen seguro, te dan vales de despensa y demás chingaderas que dicen ofrecerte para tenerte contento. Lo que comenzó como una sugerencia, luego cómo una


opción, al final fue un pinche pretexto solo para dejar de vernos. Como sabe, en este oficio no te puedes detener por nada del mundo, ni siquiera por una mujer que se diga serlo. Dice el refrán: las mujeres de tu vida al infierno te van a llevar. Y siempre es mejor andarse con cuidado. Hace poco me enteré que la mujer de Alfredo lo mató mientras veía la televisión, el pobre bato estaba como si nada, bien quitado de la pena. Ni dolor sintió mi compa, pero eso sí, le volaron todas las ideas que tenía y nada más por andarse paseando con su prima la Ruby allá por Coyoacán. Dizque andaban bien encaramelados caminando de a trenecito. ¡Chale! ¡No!, no, gracias, ya no fumo. Si me van a encerrar quiero vivir el resto de mis días sin enfermedades, ni achaques. Pues, mire, Lic., lo que pasó en mi caso fue que Mercy se puso sus moños, tiró las muñecas, o sea, hizo berrinche y yo, la mera verdad, no estaba para bajarla de su altar. Ya le había pasado muchas, me cae, sobre todo por su madre, todo un pan de Dios la doña, siempre tan linda, hacía un mole poblano que para qué le cuento, bueno, ya hasta se me hizo agua la boca. Entonces, sigo diciéndole, después de que le llamé a Mercy y me quedé sin un peso en la bolsa, caminé y caminé, me mojaron y me encabroné. Los calcetines de rombos amarillos estaban que se me pegaban a la piel por lo húmedos que estaban, pero no me importó. Sabía que cerca del trabajo había un puesto de flores, cambiaría mi último billete de la quincena para

comprarle unos girasoles y unos chocolates. Del trabajo hacia su casa era otra hora de distancia, por azares del destino escampó un par de horas, justo cuando ya tenía sus flores en mi mano derecha y bajo la izquierda guardaba su caja de bombones favoritos; esos rellenos con chocolate blanco. Podía suponer que no estaría aún en casa, así que decidí esperarla sentado en la banqueta. Después de toda la odisea tenía que arreglar las cosas de la mejor manera e intentar volver con ella. A eso de las diez de la noche Mercy llegó. La observé aunque no la reconocí sino hasta que me fijé en sus zapatos rojos de gamuza y su bolsa de mano con el logotipo mal imitado que decía "Channel". Venía tomada, ya que el tiempo que duró nuestra plática no paró de repetir la muletilla de "y entonces" para reclamarme sobre todo y no solucionar nada. Al final me dijo que no volvería conmigo hasta que no tuviera un “plan B” o que consiguiera, ahora, otro empleo y mejor pagado. Mientras tanto, seguiría saliendo con varios prospectos en general, dispuestos a satisfacerla en cosas muy en lo particular. Entenderá usted que mi paciencia se esfumó para darle paso a mi orgullo de macho. Las palabras de una mujer matan mejor que las balas de plata. Eso que ni qué. No tenía otra opción, si ella no estaría conmigo tampoco les daría el gusto a otros de disfrutar de lo que yo le enseñé. Cuando estaba por darse la vuelta e irse a su casa, un rayo sonó, y entonces, la lluvia volvió a caer.

Trujillo Oscar M. Mora

Grabo estas palabras como único testimonio de mi imprudencia. Ayer desapareció el Milton. Antier lo había hecho el Jony. Lo más seguro es que a mí también me maten. Lo más gracioso es que ninguno de los tres estaba realmente metido en el pedo. Puto Pingas, todo es su pinche culpa. Apenas la semana pasada estábamos chupando tranquilos. Casual, normal, un viernes por la noche en el local del Juan. Pero su carnal andaba metido en bissnes muy densos. En esta ciudad ya no se puede ser DJ, dealer, vendedor de ropa el domingo en el mercado y escritor al mismo tiempo. Total, si la facultad no tira paro para la titulación, ¿de qué más va a vivir alguien como yo? Pero aquí estoy. Diciendo esto con los últimos minutos de pila. Uno de los encapuchados se portó chido y me reconoció. Yo a él no, pero me dijo que va a volver por mí y ahí hace la transacción y me saca el teléfono. Ha de ser uno de los morros nuevos, de esos que no están tan maleados. Si no, ya me hubiera abierto la puerta a vergazos o de una vez el plomazo en seco. Hasta donde llegue, será el registro de lo buen pedo que son estos sicarios. Ya había conocido a otros. Un primo por

ejemplo. Me decía “mira wey, es que el desmadre es una cosa pero chambear es otra”. El Beto había escapado de su casa, de su jefe pasado de lanza y su mamá histérica y loca, para meterse al ejército. No aguantó o se quebró muy rápido. Igual y no es así. Quizá era de los chidos y por eso lo jalaron los narcos. Empezó como todos, cuidando a los que venden, cobrando cuotas o echando el ojo en la cuadra. Al poco tiempo vieron que estaba cabrón y lo nombraron soldado. Hace un mes creo que se lanzó a un entrenamiento a Tierra Caliente. O la selva de Guatemala, la verdad es que ya no recuerdo. Caigo en la cuenta de que desperdicio mis valiosos minutos acordándome de ese pendejo. Seguro se aplica o lo ejecutan porque sabe demasiado. Yo también y esa es la bronca. El Milton sabía todavía más. Por ese wey la neta es que ni me preocupé mucho. Era mi compa de hace poco. Me prestó unos vinilos, los puse en un rave y jalaron chido. Desde entonces vendía sus tachas aunque fueran de la competencia. Igual y chilló antes y hasta eso me lo cargan a la factura. Así es este negocio, ni modo que me quedará de CLARIMONDA.MX | 21


pendejo esperando caridad o limosnas. Al Jony en cambio lo topo desde hace rato. Trabajaba como vigilante ahí en la misma Plaza del Soriana. Un día me encontró fumando en el estacionamiento. Me dice “mira carnal, fúmate lo que quieras. Es más, métete o pícate antes o después. Es tu pedo, pero aquí no chingues”. Supuse que luego su jefe lo iba a despedir. Además esa plaza estaba muy culera, tenía razón en su sugerencia. Luego nos volvimos a ver en el Beso Negro. Yo reaccioné asustado. Él se me acercó, con una chela en mano me dijo que sacara “ora sí” un ajo o algo para prenderse. Le di un cuarto y estuvimos cotorreando toda la noche. Fuimos a otros puteros y terminamos en su casa. Desde entonces nos hicimos compas y un día lo jale de mi espalda. Siempre me tiró barrio hasta cuando se ponían pendejos los dueños y no querían

equipo básico que graba la voz muy chido. Cero cámara, nada de internet y esas pendejadas. Yo pura atención en mensaje. Así les decía a los conectes para que no hubiera después tanto pedo. Porque uno como sea, pero de pronto sí hay banda bien pendeja. Un cabrón que entró poco después de mí, tenía hasta un grupo de whatsapp para sus pedidos. Otros atendían por inbox o armaban el fan page del facebook. Se les olvida que chismosos como El Pingas, hay en todos lados. Para mí que ese vato fue el que abrió el hocico. Envidioso el perro. Me había pedido un aumento y lo mandé por los refrescos. Entonces me puse a pensar y reconocí mi cagadota. Estoy casi seguro que él fue el que habló con El Juacas. Total que aquí estoy, bien levantado y desaparecido. Y con lo que me quieren en mi casa, seguramente nadie me

pagar su raya. Yo creo que a él fue al que mataron primero. Ojalá haya sido de un balazo en la maseta. Rápido, sin verla venir y ya. Que lo encuentren sus parientes y tenga un entierro digno. Igual y sale en el periódico e indigna a la población. Ya lo vi DE UN COBARDE TIRO, ASESINAN A VIGILANTE DE PLAZA ÁGORA. Si los pinches puercos estos le saben al negocio, harán como que fue robo. Mi primo el Beto así le hacía. Revuelven todo, fuerzan cerraduras y se clavan el dinero. Aunque esos weyes ganen más en un mes que lo que el Jony pudo haber tenido ahorrado en su colchón durante un año. Descansa en paz camarada, ya será para la otra que nos chinguemos unas líneas en las nalgas de una puta. Lo más mierda de esto es que ya no alcanzaré ni a despedirme de mi hijo. Creo que por eso cuento esto. Traigo un

estará buscando. Ya me la sé. Andaba en malos pasos, por algo ha de ser, pinche morro si sus papás tenían dinero. Ni yo sé si lo hice por lana o por sentir que volvía a la vida. Así le voy a decir a la culera de Alexa cuando me aparezca en sus pesadillas. “Mira morra, por andar con tus mamadas de dejarme. Pobrecito de Max, va a crecer sin su padre”. Y ándale, que ojalá te sientas culpable por mi partida. Porque aunque lo quieras olvidar, por algo tuvimos un hijo e intentamos cuidarlo juntos. Pero ni modo, tampoco hay que forzar las cosas. Cada quien por su lado, aunque las leyes favorezcan a la madre. Si la policía empezaba a investigarme, ahí sí iba a valer verga. Sin empleo formal, viviendo en un cuarto prestado y con lo mucho que me quieren mis propios padres. Así hubiera visto a Max hasta que cumpliera 18 años.

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Todo esto lo cuento más para mí que para denunciar a alguien. ¿Para qué? Si hoy seré yo, mañana es cualquiera o hasta los que hoy me tendrán que cortar el cuello. No los culpo, yo vi muchas veces como Beto lo hacía también. Primero te frikeas mucho. Vomitas y no te da hambre o sueño en un mes y pico. Vuelves a ver, a veces hasta te toca ir por bolsas o estar cuando se cagan y mean. Es algo horrible, sí, pero necesario a veces. Más para ganarse al wey de arriba, que algo de placer sádico. Placer sádico. El significado de eso es mi favorito cuando me subía al templete o la tarima. Unas dos horas después, y el psytrance pone a la banda bien prendida. Dos o tres chalanes despachando abajo y todos eran parte del mismo debraye. Comunión y ya. Me gustaba armar eso, ganar dinero y devolverle al mundo algo de dulzura perdida. Todos bien drogados, calientes, sueltos y bailando, y unas horas después, cogiendo en la oscuridad de los árboles o en la zona de acampado. Por eso valía la pena, creo. Pensé en las opciones pero conociendo al Juacas, ese ruco me tiene reservado para algo suyo. Dicen que una vez envolvió a un ratero en una cobija, le prendió fuego y lo puso a rodar. También tiene fama de sacar las uñas con corcholatas y ser admirador de las películas de Mario Almada. Pero como en esas no matan tan manchado, luego se pone a ver los nuevos estrenos del Movimiento Alterado y Sanguinarios del M1. Ese viejo, sí está bien dañado. Ayer lo escuché clarito. Ordenó que al Milton lo tiraran en la barranca de allá atrás y lo supongo que ahí mismo lo enterraron. Si dijo “barranca” es que ya estamos en el rancho o el cerro de su patrón. No conozco a ese señor, pero tampoco él ha de ser el pesado. En una de esas y hasta es un político o el mismo gobernador que según nos anda combatiendo. Tiene que agarrar de vez en cuando a un menso de la propia empresa y hacerle como que era importante.

Por eso Carlitos, el dueño del cuarto en el que duermo, está encerrado. Yo fui el único en decir que no sabía que secuestraba gente. Y la neta es que no sabía y no lo creo. Puto gobernador, para mí que ya le quiere bajar la plaza a los Amarillos. Me hubiera ido con ellos cuando pude. Pagaban más porcentaje y se portaron chido. Ya casi me soltaban un cuerno pero a la mera hora dijeron que yo me veo muy lento como para traer uno. Si lo hubiera cargado, me cae que les hago frente a estos culeros. Pero no, ni nada de lo que pase después me importa. Si el Juacas estuvo y está aquí, se acabó la negociación. Solo me preguntaron unas cosas llegando, unos cachazos en la boca, patadas en los huevos y me dieron tablazos. Les dije que sí, que a veces vendía para los Amarillos y se calmaron. Pero el Juacas no perdona y todo por ver tanto a ese pinche Almada. Se cree la ley, que en este caso, es la suya y ni como sacarlo. Ya casi no queda batería. Solo pido que le digan un día al Max, cuando sea más grande y agarre el pedo, que no se meta a esto. Y si ya anda, que sepa a lo que le tira y no ande de marica después. Míreme a mí, sé que me va a cargar y no estoy haciendo drama. Dejé la carrera trunca, le sé dos tres a la litigación y me encantaba la mota. Esa es mi biografía y ya, lo demás es puro aire mijo. Le caigo con orgullo porque dejé grabadas unas mezclas que todavía darán para rato. Viva el desmadre esos y que chingue a su madre el perro del Juacas. E insisto, Mario Almada ni estaba tan chido. Me latían más las del Valentín Trujillo. Esas eran más urbanas y sin tanta mamada de rancho y balazos falsos. Era ley ese ruco, aunque no fuera narco. No como mi primo el Beto, que no vino ni a despedirse o aceptar que él me conectó con los Amarillos. Que esta grabación sirva para chingármelo.

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En la mira: atisbos fronterizos de la narrativa policiaca mexicalense Gabriel Trujillo Muñoz

En el México del siglo XXI, la novela policiaca seguirá prosperando por una sencilla razón: es la novela costumbrista por excelencia de nuestro país. En el espejo de su violencia nos podemos contemplar de cuerpo entero: a profundidad y sin eufemismos. Vernos tal cual somos, con nuestras carencias y miserias, pero también con nuestra dignidad y nuestra libertad en lucha permanente, en constante conflicto con un mundo que cada día es más voraz en su morbo y en sus placeres, es decir, que cada vez es más felizmente monstruoso, porque sus sueños y pesadillas se cumplen puntualmente con solo desearlas. Y la fiesta de las balas no tiene para cuando terminar. De ahí que la literatura policiaca refleje, con terrible certeza, la cabeza de la hidra del alma nacional: nuestros gestos de ira e impotencia, de dolor y burla, de sadismo y solidaridad. En sus escenarios y personajes contemplamos lo peor y lo mejor de nosotros mismos a partir de las nociones de poder, violencia, represión, injusticia y crímenes de toda especie. Y más si esta literatura se crea en una ciudad como Mexicali, que ya cuenta con detectives literarios como el abogado Miguel Ángel 24 | CLARIMONDA.MX

Morgado de Gabriel Trujillo Muñoz desde 1995 y el investigador Brígido Kalimán Nepantla de Salvador Ruiz desde 2012. Por ello, ahora que ha aparecido la colección ‘En la mira’ de la editorial mexicalense Artificios (cuyos editores son Rafael Rodríguez y Elba Cortez), me parece una buena nueva: la de un conjunto de cuentistas que ponen su atención en la narrativa policiaca y, en especial, en la narrativa policiaca con enfoque fronterizo, norteño, cachanilla incluso. Al menos eso exhiben los primeros libros publicados y especialmente Hotel Kennedy (2016) de José Salvador Ruiz (Mexicali, 1971), El tiempo corre lento para la muerte (2016) de José Manuel Di Bella (Tampico, 1952, pero afincado en Mexicali desde niño) y Afecciones desordenadas (2016) de Nylsa Martínez (Mexicali, 1979). Es cierto que los dos últimos escritores se aproximan desde fuera a este género, lo toman para sí con pincitas y lo transforman según sus propios intereses creativos. Lo contrario sucede con Salvador Ruiz, un escritor mexicalense que hoy reside en el vecino valle de Imperial, en California, quien ha desarrollado buena parte de su


trayectoria literaria en el género policiaco tanto como narrador que como ensayista. En el libro de Di Bella, El tiempo corre lento para la muerte, se presentan personajes y situaciones típicas de un a Mexicali fronterizo donde colisionan y conviven diferentes culturas y concepciones del mundo, desde la mexicana a la estadounidense y pasando por la china. Pero lo que más le interesa a José Manuel es los disfraces que se ponen los fronterizos para encarar la vida y sus retos diarios, para sacarle la vuelta a la ley y el orden en un sistema social y político donde nada es lo que parece, donde la justicia es menos una realidad que una quimera. Sus cuentos se adentran en el corazón de las tinieblas de nuestro ser fronterizo. Sus personajes son apostadores natos en la gran ruleta de la vida, “bajo un sol inclemente que calcina por igual deseos, sueños, ilusiones y negocios fronterizos en proceso”, en ese Mexicali “donde la tranzocracia a la mexicana mantiene el timón estable”. Narrativa morosa, detallista, que da vueltas sobre sí misma para encarar la vida en sus límites, en sus limitaciones. En Afecciones desordenadas de Nylsa Martínez, como lo dice Ricardo Guzmán Wolffer en La Jornada Semanal (25-IX-2016), “quienes viven en la frontera norte del país saben que la geografía no es la única línea que deben cruzar tarde o temprano. Nylsa Martínez lo desarrolla en este cuentario donde pronto se advierte que esa frontera entre los países ni es la única ni es la menos complicada”. En los cuentos de Martínez, la frontera es una dimensión aparte, un viaje por el tiempo, un túnel que comunica a mundos distintos, lo que lo hace “un libro de cuentos disfrutable que transporta a escenarios y percepciones del norte genuino”, a una geografía que nos conduce a “otros lugares donde el pasado acecha en forma de pergaminos antiguos o de cadáveres presuntamente anteriores a la fundación de Mexicali”. Como lo indica Guzmán Wolffer, estamos ante una narradora que se solaza en lo cotidiano, que habla desde el vientre mismo del monstruo fronterizo. Hotel Kennedy, por su parte, funciona como una pasarela de los temas, escenarios y situaciones que mejor se le dan a este José Salvador Ruiz: son cuentos vivaces, de humor negro, violentos sin dejar de ser conscientes de los conflictos éticos que produce el choque de lo injusto y lo corrupto en un sistema social como el nuestro, en un mundo donde todo se vende y se compra sin miramientos legales, en un gobierno que sólo vive para servirse con la cuchara grande. Estamos, pues, en el sitio ideal para forjar personajes truculentos, vidas caóticas, relaciones tenebrosas. Y eso es lo que nuestro autor hace con una prosa galopante, con una narrativa precisa y enjundiosa. Hotel Kennedy responde, desde su título, a un Mexicali de ficción, a una ciudad hecha para el crimen y el

asalto, el robo y el fraude; una urbe donde nadie sabe ni nadie supo qué pasó, quién obtuvo la ganancia, quién desapareció sin dejar rastro. Historias que nos remiten a un mundo en deterioro donde sus habitantes sólo buscan sobrevivir como sea. Retrato de nuestro tiempo en llamas, donde cada calle es un infierno, donde cada habitación es una escena del crimen. Libro que abre, con el filo cortante de sus relatos, una ventana a ese otro Mexicali que ya nadie puede ignorar. Y es que como las calles de Mexicali, que bajo el sol del verano se vuelven chiclosas, así sucede con la visión fronteriza de la narrativa de Salvador Ruiz: se transforma en un espejismo frenético de dinero fácil, de muerte sin aviso; un golpe de calor del que nadie sale indemne. O como lo dice José Juan, uno de sus personajes: “Aquí, en Mexicali, la muerte es un acontecimiento más, un viaje al pozo y nada más. No big deal”. Y el escenario predilecto de la muerte no pasa de un hotel de paso, de una tienda de autoservicio, donde la justicia es una fantasía y la violencia el idioma del poder que todos hablan y todos entienden. En varios de los cuentos de Hotel Kennedy, como “Asalto al Oxxo”, “Muerte en el hotel Kennedy” y “Matapolicías”, aparece, ya sea como protagonista o como comparsa, Dominico Hidalgo Aqueberro, alias el Kótex, un “judicial en retiro y amante de vestir sacos anticuados color escarlata”, que gusta de beber “Bloody Mary en la barra del Old Crimes Cantina” y que, como policía jubilado que aún tiene ansias de aventuras, se dedica a planear “robos con tipos que él mismo había mandado a la cárcel en sus tiempos de servicio”. La vida, para José Salvador Ruiz, es un accidente, un infortunio, un boleto de mala suerte, una broma de Dios en sus días de humor más cruel y despiadado. Aquí no hay gran diferencia entre criminales y agentes de la ley: ambos comparten un Mexicali donde la corrupción reina a su antojo, donde la impunidad hace valer sus privilegios, donde el crimen cumple una función social, un recordatorio de las carencias palpables, sangrientas, de una frontera donde todo se vale, donde nadie está a salvo. Narrativa que muestra los vasos comunicantes entre distintos estratos de la sociedad, entre el comercio en sus vertientes legales e ilegales. Mundo fronterizo que zumba como una colmena a punto de estallar. Espacio urbano que se mira con ternura a pesar de sus extravíos, de sus tropiezos. Ciudad que se ama no a pesar de sus carencias y vicios sino precisamente por ellos, por la humanidad golpeada, doliente, vagabunda, que la conforma, que le da identidad y le ofrece un destino. Tal es el valor de estas ficciones en el caos contemporáneo de la frontera norte mexicana.

CLARIMONDA.MX | 25


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PAISOLOGร AS URBANAS Ilustraciรณn: Emilio Suรกrez Trejo


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