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Claudia Yaneth Ospitia Rojas

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Festival MAS

Festival MAS

VELITAS

Algo distorsionó el ruido de las fiestas sobre la 107, me asomo. Sillas y esculturas de cervezas, litrones vacíos y velas derretidas en los andenes, las familias parranderas de siempre y otras bebiendo con las visitas de fin de año. La doña que estuvo encerrada por que le dio COVID, está afuera acompañando a la hija y a los amigos. Pero algo está mal, bajaron el volumen, y demoro en ver la angustia de una mujer que busca desesperada un teléfono para llamar a la policía, ¿Por qué? Mi instinto recuerda que mis hijos viajaron hace dos días, están lejos. Veo en el suelo a un hombre desangrándose, a otro que lo levanta y otro más que llega a auxiliar, con la señora del teléfono acuden de repente como moscas. Un hombre camina hacia su casa y una mujer grita cuando lo recibe, está herido también, lo acuestan. ¿Qué pasó? me pregunto, y entre ellos se preguntan lo mismo. Alguien trata de abrir el carro de otro vecino, preguntan por las llaves ¿Alguien sabe manejar? hay un vecino taxista que sale borracho de su casa, la señora se agarra la cabeza, la hija entra con los amigos y recogen las cervezas, el nieto obliga a la abuela a que se meta detrás de la reja. La policía no llega.

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Sube un taxista desafortunado por la 107, lo paran, él para, y lo cargan con un herido, bajan dos hombres con cuchillos a terminar de parar al taxista, las señoras caen en regaños contra ellos, con miedo, el nieto regaña a la abuela por gritarle a dos ñeros con cuchillos. Se va el taxi con los heridos, bajan dos motos, se escuchan dos disparos, o la pólvora... y los ñeros gritan ¡Tanto sapo! El vecino taxista ebrio y adolorido por el trato a su colega quiere salir a dar pelea, las mujeres lo cubren y lo encierran.

Ya solo se escucha la música de la 107A y de la 107B, y un niño que llora. Desaparecieron las botellas de cerveza, llega la policía. De lado a lado de la calle algunos tratan de explicar lo que pasó. Siento hielo en los brazos, y solo veo la sangre en la camisa blanca de un hombre que se llevaron, deben ser visitas, no los reconozco, o pasaban por ahí, no sé. Cierro ventanas y cortinas pero no puedo dejar de mirar. Mi hijo mayor, el fiestero, está lejos y lo

agradezco. Con ese alivio escucho a un vecinito totear todos sus cartuchos de martinicas frente al andén de mi casa. El nieto de la vecina un pela’o más ñoño que ninguno deja encerrada a la abuelita y sale a hacerse cargo de algo, sí, falta su mamá, debió subir al taxi con un herido. Es muy joven, tiene la edad de mi hijo. La 107 fue la encerrona del laberinto de una noche de velitas en Santa Helena de la Sierra, lo supieron los hombres heridos, el taxista y yo, ahora.

Claudia Yaneth Ospitia Rojas

Claudia Yaneth Ospitia Rojas, nacida en 1982, madre de tres hijos, reside actualmente en la ciudad de Floridablanca. Estudió Antropología en la Universidad Nacional de Colombia. Es estudiante de Artes plásticas de la Universidad Industrial de Santander. Artista originaria de Barrancabermeja, donde hace parte del Colectivo de Artistas de la Magdalena desde el año 2017, con el cual trabaja obras de performance entorno a temáticas de la cultura ribereña y la memoria local departamental. Integra también el colectivo de teatro Diente de León en Bucaramanga. Como artista individual ha participado en diferentes exposiciones y festivales locales, nacionales e internacionales con su obra de performance, en la que vincula la poesía, el cuerpo y la imagen plástica para crear diálogos entre el espectador y los mensajes de sus acciones performáticas. La literatura ha sido un código y una herramienta constate en su quehacer. Ha interactuado con sus escritos en diferentes recitales y encuentros poéticos de la ciudad. Actualmente está vinculada a la Casa de la Cultura Piedra del Sol de Floridablanca como tallerista de Poesía Visual.

LA CASA DE LA TÍA REBECA

El 23 de diciembre, papá recogió la centena de tamales que encargó a su hermana, que los preparaba con una sazón entrañable, posiblemente nostálgica, y nos invitó a pasar la Nochebuena en su casa; de ese modo, como aporte a la reunión, llevaríamos nuestro karaoke y las luces de bengala largas.

Antes de la cena, sería la oración para levantar al Niño Dios, un muñeco Lupita con ropón blanco. Cuando la tía nos pidió que rezáramos, sino no habría dulces, su nieta mayor dijo en torno burlón: “Le digo a mi mama”; a seis años de esa ocasión, me causaba gracia rememorarlo en la actualidad. Nosotros nos integramos, a pesar de que éramos ajenos a esa tradición.

Como éramos veinte invitados, y la casa era pequeña, cenamos por familia: ofrecieron pollo en achiote con papas cocidas, bebimos sidra y tamales dulces como postre; al término, mis primas buscaron ansiosas en el karaoke, anhelaban dedicatorias a los ausentes: desde familiares fallecidos hasta sus exesposos: Timbres postales al cielo de Gloria Trevi, Querida socia de Jenni Rivera y Devuélveme a mi chica de Hombres G.

Sin saber “cómo debe beberse”, acepté una Corona que me ofrecieron, la botella pequeña de cerveza duró muy poco, la bebí y me agradó, rivalizando un poco con la DOS EQUIS Lager Ámbar, mi favorita hasta ese momento.

A la llegada de unos parientes, las anfitrionas dejaron libre el karaoke, mi hermano y yo aprovechamos, elegimos Vivir así es morir de amor de Camilo Sesto; sin habernos percatado, papá estaba grabándonos con la cámara profesional, decidimos terminar la canción para salirnos al porche y nos alcanzó para sugerirnos que, si nos aburríamos, podría llevarnos a casa de mis abuelos maternos, pero había neblina espesa y decidimos no arriesgarnos. Mamá y una prima cantaron Cosas del amor, sentí pena por mamá, seria debido a su admiración hacia Ana Gabriel, mientras su compañera de dueto, que ignoraba la letra, sonaba desafinada.

En la reja, llamó Federico, amigo de las muchachas de la casa, me miró, sonrió y saludó antes de ingresar a la casa; cuando fuimos por más Corona, mis primas bailaban como Gina Montes de La carabina de Ambrosio, una intentó TWERKING a un lado mi tía, que cabeceaba exhausta por su rutina agitada. ¡Pobre de mi tía! ¡Su cara de “ya déjenme dormir, pendejas”! —dije en voz alta al oído de una de las muchachas, porque la música estaba en volumen alto.

—Sí, pobre de mi abuela. Por cierto, Federico está en mi cuarto, ¿tienen algo pendiente, no?

Cuando ingresé, me besó, salió mientras asimilaba su acción efímera y robada, supuse que, según él, no había compatibilidad entre nosotros: yo, Letras; él, enfermero y reconocido a nivel nacional por practicar la natación. Como si hubiesen transcurrido horas encerrado, me reincorporé a la reunión: los de mi edad se lanzaban huevos, mi hermano recibió un impacto, su enojo lo condujo a la cocina. Los demás parientes, mayores de cincuenta años, conversaban mientras encendían las bengalas en el patio trasero.

—Federico vino por ti, ¿hablaron? —Me besó y se fue.

Hubo gusto en su expresión ante la posibilidad de noviazgo entre su mejor amigo y su primo segundo; entonces, mi hermano aprovechó el trance para golpear un huevo sobre la cabeza hasta que estalló y reaccionó sorprendida.

¡Mírense! —clamó la tía Rebeca a sus nietas—. ¡De veinte años y actúan como niñas lelas! ¡Ese era el desayuno para todos de mañana!

Antes que terminara el 2016, descubrí que Federico tenía pareja y no volvimos a contactarnos.

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