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Arturo Cantú: los oscuros adoradores de la palabra, por Humberto Salazar
Entre 1955 y 1960 se publicó en Monterrey una revista que cambiaría completamente la concepción de la poesía y la forma de escribirla en la ciudad. Un grupo de entonces jóvenes estudiantes de la Universidad de Nuevo León serían sus promotores principales: Arturo Cantú, Homero Garza y Hugo Padilla. Ellos, junto a otros de su edad, integraron lo que Padilla llamó “una especie de minusválido Ateneo de la Juventud” regiomontano, que se reunía los sábados a realizar lecturas conjuntas comentadas en la Biblioteca Universitaria. Son los jóvenes escritores e intelectuales a quienes desde entonces se identificó con el nombre de la revista que publicaron: Kátharsis.
Arturo Cantú Sánchez fue uno de esos jóvenes que renovaron la expresión poética en el Monterrey del medio siglo veinte. Fue también uno de los “becarios regiomontanos” de don Alfonso Reyes en El Colegio de México, como se deja ver en las páginas del alfonsino Diario VII (1951-1959), recientemente publicado (1915). Luego de su primera incursión capitalina, Cantú regresaría a la Universidad donde permaneció por algunos años, como profesor en las Facultades de Economía y de Filosofía y Letras. De entonces es su publicación El problema del bachillerato (1964), así como las antologías preparadas para las materias de estudios generales en Economía. De regreso en la ciudad de México, desempeñó diversos cargos en la administración federal: Secretaría de Programación y Presupuesto (1977); Coplamar (1978-1982); ISSSTE (1986-1988); en la Embajada de México en Nicaragua (1983-1984), y editaría la página cultural de El Día y el suplemento cultural de El Nacional (1989-1994). Aunque muy tempranamente se alejó de la creación poética, mantendría siempre entreabierta la puerta del interés por la poesía. Una prueba de ello es su importante estudio sobre Muerte sin fin de José Gorostiza: En la red de cristal (UAM, 1999), publicado a los 60 años de la edición original del poema, leído por primera vez en aquellas apresuradas jornadas juveniles, “en una sola tarde” (Padilla), en la Biblioteca de la UNL. Sobre este libro, David Huerta escribió: “A estas alturas, ya no sabemos con exactitud quién o quiénes leen poesía en México. Si yo formulara esa inquietud en forma de pregunta, tendría que poner, en la respuesta, en lugar destacado y primerísimo, el nombre de Arturo Cantú, de manera que debería decir esto,
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rotundamente: en México, Arturo Cantú y apenas dos o tres personas más leen poesía. El resto hace como que lee y hace como que entiende…”
Héctor Aguilar Camín lo recuerda (“El camarada Vadillo”, Nexos, marzo de 1990) como el autor del palindroma “más natural que registra el idioma castellano”: “Sana tigre, vas a correr rocas a ver gitanas”, y como el anfitrión de José Revueltas en los días del 68 cuando éste vivió durante un par de meses en su casa, como huésped “clandestino” a voces.
En repetidas ocasiones invitamos a Arturo Cantú a reunir sus poemas juveniles aparecidos en Kátharsis, con otros publicados en diferentes medios culturales a lo largo de varias décadas. Su respuesta siempre fue una media sonrisa que cumplía sobradamente como respuesta. De momento, la obra de Cantú, en prosa y verso, con excepción de su estudio sobre Gorostiza, se encuentra dispersa en diversas publicaciones de Monterrey (Kátharsis, Armas y Letras, El porvenir, Nueva Salamandra) y de México (unomásuno, La jornada, El Día, El Nacional, Universidad de México).
Los dos poemas que aquí se incluyen, aparecieron en Kátharsis, en sus números 9-10 (junio-julio 1956) y 17 (octubre de 1957), cuando Cantú contaba con 20 y 21 años, respectivamente.
Desde su número inicial, de octubre de 1955 Kátharsis ponía los puntos sobre las íes, con un lenguaje desconocido hasta entonces en Monterrey. En su editorial (y las editoriales siempre las escribió Cantú, según aclaración oportuna de Hugo Padilla) postula: “Aquí, frente a la espalda irreverente del vulgar, se construye la astilla, el pedernal, la fábula; siniestramente crece lo diabólico, anida lo inconsútil, se estanca lo podrido. De aquí brotan los dioses y los cantos, la angustia encarcelada, la embriagante fragancia de los cuerpos, la palabra perdida… El verbo ha de salvar o hundir el universo, él lo puede todo, desde astillar el mundo hasta hacerlo de nuevo diamantino. Aquí estamos nosotros, pues, oscuros adoradores de la palabra…”, escribe el joven poeta de 19 años.
Arturo Cantú Sánchez nació en Monterrey, N. L. en el año de 1936, y murió en la ciudad de México el 4 de septiembre de 2006.