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Fábula del hombre oscuro, por Gabriel Contreras

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Jeanne Moreau

Jeanne Moreau

Hace muchos años, en la antigua ciudad de Bajmahed La Hermosa, Nasrudín el Sabio juntó a muchos niños y jóvenes en la plaza. Alzó los brazos pidiendo atención y gritó, acomodándose el turbante:

-Eeeeeeyyyyyyy, ahora.

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Esa era su manera favorita de comenzar su trabajo de pregonero y contador de historias. Nasrudín dio dos golpes sobre el suelo y miró a su alrededor. Cuando todos estuvieron con los ojos bien abiertos, les contó esta historia…

–Había una vez, en un país muy lejano, un hombre que se creía rey. Ese hombre tenía las axilas apestosas y miraba a todos en el pueblo con desdén: “–Admírenme, soy el rey, quiéranme. Es una orden”.

A veces, ese hombre les escupía gargajos a sus vecinos.

“–Son ustedes unos cobardes, dónde está su espada, los reto a todos, a todos juntos, son tontos, son unos tontos muertos de hambre”…

Y no, no es que ese hombre fuera malo, simplemente… El hombre oscuro tenía su carácter.

Cuentan que se levantaba siempre muy temprano, se calzaba sus botas de piel de serpiente, cargaba su espada y repartía caprichos aquí y allá: “–Quiero esto, quiero aquello”… No, no es que estuviera loco, claro que no, él sólo quería ser poderoso, muy poderoso. Él solo quería… tenerlo todo.

Como el hombre que se creía rey tenía una corte compuesta por lacayos miserables, torpes y débiles a causa del hambre, sus caprichos se convirtieron siempre en instrucciones, las instrucciones en órdenes, y las órdenes en realidades.

“–Ahora, quiero un viaje a la magna Tayhajan, y deseo ir acompañado de todo mi equipo, no me importa el precio; ahora, quiero correr montado en un cerdo adentro de la sala de Palacio, tiene que ser un cerdo babeante y asqueroso, como a mí me gustan; ahora, quiero bailar desnudo en la plaza, en medio de una nube de opio; ahora, quiero que me hagan unos versos y una escultura con mi rostro… Y quiero… bañarme en miel y en oro”…

Todos sus caprichos fueron minuciosamente cumplidos. Sus lacayos sudaban y se sangraban las manos para que todos esos deseos fueran realizados.

Hasta que un día, el hombre oscuro amaneció realmente de malas y decidió prohibir el canto de los flautas.

“–Odio esos estúpidos sonidos, odio la madera, el barro de las flautas, exijo que se mueran todas juntas, no me gustan, no les entiendo… Ahora… ahora sólo quiero escuchar el choque de las espadas entre sí. No más música, quiero… sonidos de guerra”.

En ese momento, un rumor de suave música y una amenazante ola de gritos comenzaron a sonar frente a las puertas de Palacio…

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