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1 de septiembre de 2014. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

Alto el Perú David Tovilla

Entrevista con

Yolanda Gómez Fuentes

Arenilla: Lectura de una fotografĂ­a donde la mesa es el centro del universo.

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Fotogramas parlantes 25 Entrevista con Yolanda GĂłmez Fuentes.

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En Comitán no faltan los festejos. El 28 de agosto se conmemoró un aniversario más de la Independencia de Chiapas. En diversas partes de la en dad se realizaron actos con mo vo a este festejo. Sin embargo, el centro de la fiesta fue ¡Comitán!, lugar donde se gestó este importante movimiento.

Comitán es erra de la libre expresión. Las figuras de Fray Ma as de Córdova y de doña Josefina García siguen siendo una muestra clara de valor y voluntad férrea por lograr una sociedad digna y más tolerante. Es importante recordar los ideales de estos hombres y mujeres.

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA MESA ES EL CENTRO DEL UNIVERSO

Arenilla

Es una mesa con una carpeta de lámina. No es una mesa común. No lo es, porque es una mesa especial para recibir las charolas (también metálicas) que salen del horno. La mesa está colocada en el pa o de la casa donde está una panadería de gran tradición en Comitán. ¿Cuántos años ene la mesa? ¿Cuántos años las charolas? ¿Cuántos años la tradición de esta casa en la manufactura del pan? Es maravilloso pensar cómo, en las tardes, la mesa comienza a llenarse con estas charolas. Imagino, sólo imagino, que esto es como la sala de enfriamiento, antes de que el pan se coloque en los canastos sobre los estantes. La gente que entra a la panadería no reconoce la existencia de esta mesa, mesa que, en lugar de oler al metal y al óxido, huele a pan. Tal vez esta sea la mesa más llena de aromas gratos; tal vez sea así porque cuando un caminante pasa por la panadería lo primero que asoma es el olor a pan. El olor a pan, se sabe, es el aroma que más remueve recuerdos. Los viejos recuerdan el pan que hacía la abuela, los niños también lo recuerdan. Basta imaginar lo que detonó el recuerdo de Marcel Proust para entender cómo escribió esa cascada de palabras que se llama “En busca del empo perdido”. Es famosa la parte en donde el protagonista recuerda un episodio de su infancia mientras remoja (“sopea”) una magdalena en el té. Las magdalenas (cuentan quienes saben) son como los panquecitos.

Todos los hombres y mujeres del mundo enen una cercanía con el pan. Pan y vino fue lo que Jesús repar ó la noche de la úl ma cena. Llama la atención cuando alguien, afectuoso, agradece a los amigos haber compar do “la sal”, cuando, tal vez, lo compar do va más allá del mar y se cuela en los campos llenos de trigo. Los enamorados jamás preguntan a las muchachas bonitas “a qué hora van por la sal”, todo mundo pregunta “a qué hora van por el pan”. Y es que una de las costumbres más arraigadas en los pueblos es la de ir por el pan, en la tarde. La gente sale de su casa con una canasta de mimbre, llega a la panadería y elige las diversas variedades. “Acaba de salir del horno”, dice la panadera. “Se vendió como pan caliente”, dice el comerciante que acabó con su mercancía en un san amén.

En Comitán es costumbre tomar café ¡pero con pan! Los viejos que son como ceibas acostumbran levantarse, preparar el café y tomar éste con una pieza de pan.

En esta fotogra a se ven muchas charolas llenas de “pan francés”, pan que sirve para preparar uno de los antojos más cercanos a la iden dad de Comitán: el pan compuesto. Tal vez se llama compuesto porque no se come tal como sale del horno, sino que, como si fuese primo hermano de la telera, se parte por la mitad y se rellena con frijol, hebras de carne y picles (que son verduras encur das en vinagre). Los mejores panes compuestos del mundo los preparó Tío Tavo.

Quienes vivieron los años sesenta y setenta pudieron saborear los panes compuestos de su can na. La diferencia principal estribó en que estaban “compuestos” con crema y delgadísimas

lonjas de chicharrón de hebra.

Las semitas acompañan a los panes franceses. La combinación de aromas es inigualable, como inigualable el ma z que se logra entre ambos colores. Quién sabe en qué momento, estos panes pasan a los canastos y son expuestos en los estantes de madera.

Esta famosa panadería comiteca termina su venta antes de las ocho de la noche. ¡El pan vuela! Vuela porque su aroma está por encima de su sustancia. Mi papá, cuando era niño (una vez lo conté), compraba una semita los domingos, la me a en la bolsa derecha de su chaqueta, con la mano la espolvoreaba, se sentaba en las gradas del parque de San Cristóbal, y comía el polvito poco a poco. Una vez que le pregunté cuál era un recuerdo feliz me dijo que ese. Mi papá, sin ser Proust, también tenía su “magdalena” par cular. Debe ser así con todos los hombres y mujeres.

Algunos nombres de panes se prestan a albur. El más solicitado es “concha”, porque esta palabra es un nombre propio, pero en algunos lugares si un hombre pide la concha a una mujer le está pidiendo casi casi la chilindrina. Todo mundo ha comido una rosca y, sin duda, todo mundo se ha hecho ídem.

Acá, en esta fotogra a, se ve una mesa, una mesa que pareciera ser síntesis de la parábola bíblica de la repar ción de los panes. Hay panes blancos (como si estuviesen encalados) y panes del color de la erra. De la erra viene el pan, pero luego adquiere alas y vuela, a las ocho de la noche ya no hay pan.

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ALTO EL PERÚ DAVID TOVILLA

La semana pasada el mundo recordó a Julio Cortázar. Uno de los centenarios esperados para este año que empieza a declinar. Celebración en grande, proporcional a la inmensidad de su producción literaria. Páginas, espacios, para subrayar la es mación que prevalece en sus lectores.

Sí: devoción, afecto, es lo generado por los libros cortazarianos en las más variadas generaciones.

Justo el año de su fallecimiento: 1984, se publicó un volumen de apenas cincuenta páginas: “Alto el Perú”. No es muy popular y, en consecuencia, su comercialización es escasa. En él, Cortázar se ocupa de consignar su encuentro con el trabajo fotográfico de su amiga Manja Offerhaus. Las fotogra as, en blanco y negro, reflejan la pobreza ancestral peruana. Los más vulnerables: mujeres y niños en el entorno de las vías del ferrocarril. Es un libro que sigue un diálogo entre la fotógrafa y el escritor. Interroga, reflexiona, dice. Se pregunta, por ejemplo, en dónde están esos personajes, en esos momentos, en que ellos miran las fotos en París. En dónde estarán en unos años. Lo que mueve al ejercicio es la lacerante realidad retratada. Es lo que acicatea a Cortázar. Su simpa a por esos seres desvalidos le lleva a hacer unos apuntes. Narra, recrea, ironiza: “los niños se dejan fotografiar por como si comprendieran que tu cámara vale más que los discursos de los ministros”. Con elegancia extrema, Julio enfa za en una pincelada lo que ocurre en verdad. Las imágenes desmienten cientos de discursos eternos que hablan de planes de desarrollo, búsqueda de la igualdad, democracia económica. Las palabras van y vienen pero la contundencia de los parias que hacen su vida en la calle permanece.

El escritor sabe dar el tono necesario. Ni indignación, diatriba o discurso. Más bien meditación. Busca, lo dice de forma textual “Que otros lean, tal vez. Que otros miren”. Que otros compartan esa inquietud por los que están, estuvieron y estarán. Allá, lejos de París, en donde no se puede ver nevar desde la ventana y nada ocurre; en donde todos los días son lo mismo para los mismos, en la misma circunstancia.

“Alto el Perú” es de esos libros que vinculan escritura y arte fotográfico. De esa tradición que algunos escritores hacen de manera extraordinaria. El Cortázar íntegro en unas cuantas líneas: emoción, didac cismo, imaginación, alcance. Como expone cuando lee la fotogra a de una indígena dormida al amamantar a su bebé, en el transporte más económico de entonces, el tren: “Ella duerme en el ángulo de la ventanilla, su niño de ojos abiertos entra acaso en el calidoscopio naranja y verde de la cor na recogida en abanico, cada círculo otro ojo con una pupila tan oscura como la que lo está mirando, y entre la madre y el niño el ojo ciego del seno descubierto, su pupila rosada viéndome llegar, sentarme en la banqueta de enfrente, mirón de eso que mira, el seno cur do y estropeado de la muchacha dormida, astro diminuto en torno al

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cual se diría que las dos cabezas llegaban armoniosas hasta que mi llegada las fijó en lo alto y lo bajo, sueño y vigilia como grandes lunas en torno al pequeño sol atezado que un movimiento de la mano ocultará en algún momento, la confusión pasajera, la sonrisa india velada por alguna distancia que nadie podría medir en kilómetros, en años luz.”

Por su par cularidad, “Alto el Perú” es meritorio de recordarse en los festejos para Julio Cortázar.

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FOTOGRAMAS

PARLANTES

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¿Y por portarte mal tenés cabeza de chilacayote?

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No te movás. Quedate quieta. Solo te quitaré un pelito que tenés en la oreja.

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¡Súbete!, te doy un aventón. Voy por el tanque de los caballos.

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TĂş como si nada Batman, yo te arreglo el calzoncillo.

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ÂĄAy, quĂŠ ingratos! Les dije que no le dieran una mordida al pastel hasta que trajera el cuchillo.

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Yolanda

G贸mez Fuentes

Yolanda Gómez Fuentes es originaria de Tapachula, Chiapas. Escribe poesía y ensayo. Perteneció al Centro Chiapaneco de Escritores. Par cipó en el Encuentro Internacional de Poetas, efectuado en Comitán en homenaje a Rosario Castellanos. A con nuación, responde las siguientes preguntas: ¿Qué la mo vó a acercarse a la poesía?

Digamos que fue algo intui vo cuando estaba estudiando en la universidad la carrera de Letras La noamericanas. En una ocasión unos compañeros y yo nos reunimos para editar una revista.

Ahí se dieron las oportunidades y los espacios para empezar a escribir. Mi primera idea fue escribir poesía. Intenté un poco con la narra va, pero no me sen cómoda y regresé a la poesía.

El ensayo sí me gustaba. De hecho cuando era estudiante publiqué ensayos en varias ocasiones en El Observador, de Tuxtla Gu érrez. Después tuve un receso como de ocho años. Cuando regresé me dediqué a la poesía. Mi primer “plaquet” fue de poesía. En fecha reciente retomé el ensayo, precisamente con un trabajo de Rosario Castellanos, una inves gación sobre sus primeros textos. ¿Qué significa la poesía para usted?

Es una necesidad de expresión, una vocación, algo muy personal que tengo que expresar. A lo mejor deje de escribir poesía cuando esta necesidad sea sa sfecha. Estoy en la espera de que ese empo llegue, pero mientras eso sucede sigo leyendo y escribiendo. ¿Qué opina sobre la figura de Rosario Castellanos?

Reconozco la época en la que ella entra a la literatura. Me parece que lo más importante de su trabajo es cómo abre puertas y rompe los tabúes de la época con su es lo. Ahora que tuve la oportunidad de revisar sus textos, fui viendo cómo sus primeros diez años son básicamente de formación. Ella empieza a escribir muy joven, publica a los 24 o 25 años sus dos plaque tas:Trayectoria del polvo y Apuntes para una declaración de fe. Entonces, al leer su obra veo cómo va creciendo. Al principio se ve que la mayoría de lo que escribe es soneto, si bien es cierto ene muchos lugares comunes. Ella empezó como empezamos todos. Poco a poco se va notando cómo va encontrando su es lo. Todo este proceso se me hizo muy interesante. Creo que la importancia de ella es que desde muy pequeña ene la conciencia de que escribir requiere de preparación, de lectura, de oficio. En esa época la gente escribía porque tenía inspiración y ella está en contra de eso. Ella decía que hay que tener formación.

Los que escribimos nos debemos formar y tener esa conciencia é ca de que el trabajo de escritor es un oficio y que enes que ir puliendo las habilidades, las destrezas, para dominar cierta técnica. Tienes que leer, formarte y algo muy importante que no nos gusta hacer, ser autocrí cos, mesurarnos un poco en la publicación. Por ejemplo, siempre he sido enemiga de que siendo muy joven quieras publicar, porque siento que es como si quisieras correr cuando no sabes gatear. Sin embargo, nos gana a veces el ego y no nos detenemos. ¿Qué significó ser parte del Centro Chiapaneco de Escritores?

Esa experiencia en mi vida es la que me llevó a tomar conciencia sobre el oficio de escribir. Yo empecé como empiezan todos y publiqué como publican todos, en la primera oportunidad que

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te dan, con textos que hoy releoy me pregunto cómo me atreví. Pero estar en el CECHE fue lo que me enseñó el compromiso y responsabilidad que significa ser escritor. Ese año fui la única mujer, pero también la única que no concluyó el proyecto que inicié. Escribir no es lo que yo creí que era. Y sentarte en una mesa, con personas que te dicen “es que esto no sirve por esto y por esto”, es parte del aprendizaje y es lo que lleva a madurar. ¿Tiene alguna autora por maestra?

He leído y no me he casado con ninguna. He tratado incluso con Rosario Castellanos, Lamentación de Dido es un poema que yo admiro mucho, me parece que, poé camente, es la mayor expresión de Rosario. Y encuentro respuestas no sólo subje vas y personales sino líricas que ella pretende. Fuera de ahí me gusta más la poesía escrita por varones, a veces me parece que la intensidad es mayor, me quedo con el que más me enseña, del que más aprendo. He rehuidoun poco a leer a mis compañeras, porque me he topado con que escriben cosas personales. Eso no me gusta. Me quiero alejar de eso. No me quiero repe r, entonces me alejo.

La obra de Rosario sí la conozco, pero me gustan más sus ensayos. Su novela la disfruto mucho.

Me gusta mucho Oficio de nieblas, es donde mejor se aprecia su pluma como escritora.Como escritora ella es un parte aguas y, sobre todo, entendiendo a la generación a la que ella pertenece. Ella es la única que se atreve con todos los géneros, que se atreve a hurgar en una especie de afán o búsqueda personal que no es saciada. Está ese afán por encontrar su propia voz, de encontrar la respuesta personal que buscaba a esa soledad, a esa proyección que en alguna forma ella plasmaba en sus textos.

Yolanda dice que gracias a Rosario es que ahora diversas mujeres pueden atravesar la puerta hacia la literatura, a la poesía. Es tarea de las mujeres, de las nuevas generaciones, seguir con la par cipación ac va.

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Programa del martes 26 de agosto de 2014

Programa especial dedicado al Cronopio Mayor. En homenaje a los cien años de Julio Cortázar se leyeron textos del autor y se escuchó jazz, el mismo que escuchaba el club de la serpiente en Rayuela.

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