Diez 264

12 de enero de 2015. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

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Lectura de una fotografía Arenilla En recuerdo a Lolita Albores

En un lugar llamado Arana

LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

5.- EDITORIAL

CONTENIDO

10.- ZAGUÁN Arenilla: Lectura de una fotografía donde se vislumbra el principio de una construcción

13.- PATIO En recuerdo a Lolita Albores

18.- BALCONES Fotogramas parlantes

25.- SITIO En un mundo llamado Arana

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EDITORIAL En unos días se habrá cumplido la primera quincena de enero del 2015. Algo que no puede faltar en la lista de “buenos propósitos” es la lectura. Sería bueno llevar un recuento de los libros leídos durante el año, no con un afán pretensioso ni con la idea de convertirlo en una carrera devoradora de libros, sin detenerse a saborearlos y “pasando de noche”. Hacer un conteo sólo con el objetivo de ver qué tan cierta es, de manera personal, aquella estadística que dice que los mexicanos leen un libro y medio al año.

Es bueno estar al pendiente de las nuevas propuestas editoriales. Hay que procurar acercarse a los libros de Milan Kundera, Fabio Morábito, Paul Auster; a todos los autores que, a su vez, recomiendan otros autores, que recomiendan a otros autores. Ya lo dijo Kundera, “la vida es corta, la lectura es larga”. Comencemos a disfrutar el tiempo, sumergiéndonos en grandes historias, viajando a lugares diversos sin necesidad de salir de casa.

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LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VISLUMBRA EL PRINCIPIO DE LA CONSTRUCCIÓN

ARENILLA

Es algo como un bosque. Los bosques, se sabe, están ausentes de construcciones. Su esencia radica en los cielos, árboles y pájaros que le dan oxígeno a su aire. Los edificios (bloques de varilla y hormigón) echan a perder los bosques.

Acá todo es plácido, porque los bosques son el útero del Universo. Pero, ¡un momento! No todo es tan sencillo. Si el lector ve con atención observará que en este árbol hay una rama que tiene una forma diferente a sus demás hermanas. Esta rama es escuálida y tiene una forma rectangular “ramificada”; además se observa que no es de madera. Pareciera una rama adoptada. Se sabe que en la vida hay muchos niños y niñas sin padre ni madre. Los orfanatorios están llenos de pichitos y pichitas abandonados.

Esta rama pareciera de esas que fueron abandonadas por sus madres. Algunas madres envuelven en una sábana al bebé recién nacido y lo echan en el tambo de basura (cuando va bien) o avientan el paquete al río. Estas madres actúan de noche. Salen de sus departamentos con la cabeza cubierta con un chal o con la capucha de una chamarra y llevan el envoltorio adentro de la chamarra. Vuelven la mirada y ven de uno a otro lado y cuando están seguras de que nadie las ve avientan el bulto y regresan. Creen que huyen. No saben que, a partir de ese instante, ese pichito lo llevarán como se llevan los clavos que los médicos injertan en las piernas fracturadas.

Este árbol tiene un injerto que pareciera hecho de varillas. ¡Qué tristeza! Los árboles crecen con sus brazos de madera inocente; se abren como se abren los abrazos de los nietos cuando llegan a casa de los abuelos. Qué pena que este árbol (tan joven, tan gajo de luz) tenga ese tiempo de injertos que tienen parecido a esas columnas de huesos que siembran los albañiles cuando comienzan una construcción. Estas estructuras están diseñadas para ser “ahogadas” en cemento.

Las ramas naturales, por el contrario, respiran la misma esencia que respira la juncia cuando se columpia en el árbol.

Por fortuna, parece que esta invasión de ramas metálicas no ha proliferado. Parece que los demás árboles aún no sufren el contagio. Los demás árboles se veían puros, intocados. Se elevaban

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Zaguán

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con la misma libertad con que los niños se paran en puntas para mirar la calle.

Esta imagen produce dolor y nostalgia. Lo contrario ¡no! Cuando en una ciudad se ven edificios con injertos de árbol la emoción aparece. Esos pequeños injertos huelen a luz. Acá, al contrario, el aire lleva un aroma de óxido, de alambre lleno de herrumbre. Y, se sabe, el hedor que se filtra de las coladeras siempre anuda el mismo hueco que asfixia al alambre de amarre.

Esa tarde, por fortuna, el aro de juncia y cielo canceló el ardor del fierro, la podredumbre del óxido. Ojalá que en los tiempos por venir menos alambres de amarre y más hilos de luz. ¡Ojalá!

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EN RECUERDO A LOLITA ALBORES El viernes 9 de enero se realizó, en el Teatro de la Ciudad, un homenaje a Doña Lolita Albores, cronista eterna de Comitán. El 6 de enero se conmemoró un aniversario más de su fallecimiento, pero como los comitecos se caracterizan por el buen ánimo, en lugar de sentirse tristes armaron el guateque, seguros que la presencia de doña Lolita estuvo en cada acto.

Se presentó un video con imágenes de Comitán, haciendo alusión al poema que Lolita escribió: La Quinta Avenida. El Grupo de Teatro Equinoccio de Invierno, dirigido por Ángel Medina, presentó un monólogo y un sketch. Guadalupe Albores Vázquez, leyó algunos dichos populares rescatados por Lolita Albores en el libro Así te recuerdo Comitán. Por supuesto, la marimba no podía faltar y la gente se emocionó al ritmo de las maderas.

Un festejo que recuerda a la carismática Dolores Albores, quien trasmitió su amor por Comitán con sus poemas, sus ocurrencias y su risa, es un buen augurio para todo el 2015.

A continuación, compartimos un fragmento del texto presentado en dicho acto. ¡Que lo disfruten!

“Lolita, hace ya varios años que te fuiste de Comitán. ¿En dónde andás? No lo sabemos, pero al estilo de la hija de Rita Macedo y Carlos Fuentes, todos los días decimos que acá en la tierra no te olvidamos.

“Tu Comitán, el Comitán de los tomates, tomate una, tomate dos, ha cambiado. Ya había cambiado desde que habitabas acá, pero ahora, estos tiempos de posmodernidad aceleran los cambios. Hoy, que nos hemos reunido para recordarte, te mostramos algunas imágenes de tu pueblo. A ver qué identificás, a ver qué novedades hallás. Todo es un mero pretexto para decirte que acá en la tierra ¡no te olvidamos!

Salve Dolores, de mil misterios, de mil dolencias, de mil sonrisas, de mil amores. Salve, Lolita, la de los eternos albores. (…) Como en la quinta que naciste, luego se convirtió en la primera, ahora la quinta lleva tu nombre. ¿Quién iba a decirlo? ¡Ya sos calle! Los que viven ahí, dicen que viven en la quinta avenida, la avenida Martha Dolores Albores Albores. Y esta quinta avenida conserva la misma magia de la quinta donde viviste porque tiene tu nombre, casi tu aroma, casi la sonrisa que nos heredaste.

Comitán no es ajena a la globalización. Tu Quinta Avenida actual también ha cambiado, pero si estuvieras aquí, sin duda la caminarías con ojos de asombro y reconocerías los detalles

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que la siguen haciendo especial. Tú no irías con ojos de automovilista, te detendrías ante la magia de algún huerto, de un sitio, o de los balcones comitecos. Tú puedes detenerte y nombrar al aguacate, al níspero, al nopal, a la naranja agria; nombrarías a la buganvilia de la misma forma en que nombras al chulul, este fruto tan representativo de Comitán. Disfrutarías la carne de este fruto, su jugo, como si fuese aquel fruto prohibido, el último y quizá, con un poco de nostalgia, recordarías lo que dijiste: se acabó el tiligüet, sal de venado y chulush chan (...), ¿qué fue de aquellos magueyales que nos tentaban a robar su pulque? ¿Dónde están los jocotes amarillos y las agrias guayabas? Las palmeras enredadas de pitahayas, los chulules, aguacates, sidras, limas, “el juchuch y el ococ”, quedaron sepultados (...).

“¿Cómo cambió tu estampa Comitán?, te quitaron la enagua y el rebozo y te pusieron short.

Bien lo dijiste Lolita. Pero Comitán luce una piel bronceada, cuidada por comitecos como vos, que quisiste mucho a este pueblo.

“Sí, tu Quinta Avenida no es la misma ¡cómo ha cambiado! Pero, vos que sos mujer sensible y sincera, podrás notar que aún quedan rasgos de tu Comitán, y que esos rasgos son los que debemos cuidar. Vos sos dueña de las Quintas de tu tiempo, dueña de la Primera actual, tenés una Quinta para vos solita. ¿Para qué hacernos bolas? Vos sos dueña de Comitán, cronista eterna”.

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FOTOGRAMAS PARLANTES

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Balcones

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¿Ya vieron qué bien enseña la nueva maestra?

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¡Cumplí mi propósito de fin de año! Bajé de peso.

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¿Cómo que comerte la torta antes del recreo no tiene consecuencia? ¡Ya viene un pichito! ¿Por qué no eres una niña normal?

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¿Así que comer butifarra todos los días te da esa cantidad de proteína?

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Y con ustedes, Miss San Sebastiรกn 2015.

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EN UN MUNDO LLAMADO ARANA Yo vivo en un mundo llamado Arana. En Arana las mujeres lavan su cabello en noches de luna llena. Desde las cuatro de la tarde comienzan los preparativos. En las casas los hombres preparan café y guardan el pan adentro de canastas de mimbre. Esa carga, las mujeres la llevan sobre la cabeza. Se colocan el yagual y sus hombres colocan las canastas, que también lleva una toalla blanca. Las mujeres se reúnen en la plaza central. El punto de reunión es el árbol mayor, también llamado ceiba. Cuando la mujer más anciana anuncia que es momento de partir, todas las mujeres se destrenzan y dejar caer sus cabelleras como si fuesen la cola tenue de un caballo. Mientras recorren el trayecto de un camino lleno de polvo y circundado por matas de ortiga, las mujeres cantan, tomadas de la mano. Los hombres, desde arriba de una colina, ven la procesión, no hay necesidad de prender teas, la luna guía su camino. Cuando las mujeres llegan a la laguna, colocan su carga sobre el piso, tienden la toalla blanca y se paran sobre ella. Se desnudan, dejan que la luna ilumine sus cuerpos. Se toman de las manos, hacen una ronda, cantan como si fuesen búhos a mitad de un escenario, luego se acercan a la orilla de la laguna, se hincan y dejan que las puntas de sus cabellos se mojen, como si fuesen venados tomando agua. Con sus manos recogen los rayos de la luna que juguetean en la superficie del agua y se los untan como bálsamo en sus cabelleras. Así se están hasta que la laguna, ya hija de la confusión, pierde su encanto de aire y los rayos de luna son como pececitos imposibles de coger. La laguna es ya como un mar con olas que no permiten coger los rayos. Entonces, una mujer avisa, con un cuerno, que ya terminó el ritual y los hombres bajan de la colina, toman las toallas, blancas, más blancas que nunca por la bendición de la luna, y secan a sus mujeres.

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