Revista diez 222

222 16 de marzo de 2014. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

12 años de esclavitud David Tovilla

Entrevista con Francisco Javier Santiago Pinto Entrevistadora: Dora Patricia Espinosa Vázquez

LECTURA DE UNA

FOTOGRAFÍA

DE A PAISAJITO

CONTENIDO

LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

5.- EDITORIAL

10.- ZAGUÁN Lectura de una fotografía de un paisajito

Arenilla

12.- PATIO 12 años de esclavitud David Tovilla

21.- BALCONES Carteles parlantes

28.- SITIO Entrevista con Francisco Javier Santiago Pinto

33.- ACTUALIDADES Editor responsable: Alejandro Molinari alejandromolinaritorres@gmail.com

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EDITORIAL

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Este fin de semana se inauguró la exposición “La magia de Chiapas sobre ruedas”. Exposición itinerante conformada por 24 obras pictóricas de gran formato. Dicha exposición tiene la pretensión de llevar la visión de artistas plásticos a las plazas públicas. Es un pretexto para reflexionar acerca de los rasgos que nos dan identidad y que nos hacen únicos. Veinticuatro artistas dan a conocer su visión acerca de la naturaleza y del carácter de los chiapanecos.

En Comitán, se inauguró la exposición el viernes 14 de marzo y permanecerá hasta el día 18. Es una iniciativa de Bonbajel Mayaetik, A. C., Conaculta y Secretaría de Educación Pública.

Dentro de los artistas expositores se encuentra una obra de Aurora Argüello Gutiérrez, reconocida pintora oriunda de Comitán.

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DE A PAISAJITO El fotógrafo no podía creerlo. Tenía en sus manos la primicia. Nunca imaginó que podría ver el instante de la inauguración de esta nueva posada. Un día, el fotógrafo, caminó por esta misma calle, lo hizo a la hora en que los niños y niñas salían de la escuela. En medio de la algazara vio el letrero pegado en esta estructura de metal. El fotógrafo iba acompañado por una muchacha bonita que comía unos esquites en un vaso de unisel. Platicaban, el fotógrafo y la muchacha bonita, platicaban del libro más reciente de Vila-Matas. Cuando ambos leyeron el letrero de “Se rentan cuartos” rieron. Ella dijo que eso podía ser motivo para que Vila-Matas escribiera un cuento, él dijo que sí. Todo era tan irreal. Al final, ambos aterrizaron la idea y estuvieron de acuerdo en que alguien (listo) había usado la estructura para hacer promoción de los cuartos que renta en alguna otra parte. Había un número teléfono, entonces ella propuso hablar y preguntar. A él se le ocurrió bromear. Marcaron el número y preguntaron acerca de los cuartos. “¿Por día o por mes?”, preguntó la voz femenina del otro lado. Se escuchaba una voz gruesa y cansada, como de una mujer que a la hora de recibir la llamada estaba viendo su telenovela favorita y quisiera colgar de inmediato. Por hora, dijo el fotógrafo. “Cómo se atreve, cochino”, dijo la mujer del otro lado y colgó. Ella rió (la muchacha bonita) y él también rió.

Caminaron y siguieron platicando acerca de la novela de Vila-Matas.

Por eso, el fotógrafo no podía creer lo que miraba cuando vio al hombre durmiendo sobre la estructura metálica. Tomó la foto (esta foto), sacó el teléfono y le habló a ella, le habló para decirle que lo anterior había sido un equívoco. La realidad es que la posada no existía en otra parte. El cuarto era al aire libre y costaba nada el alquiler, porque el fotógrafo vio a la hora que el hombre, tembloroso y mareado, colocaba sus manos sobre la estructura, levantaba una pierna y hacía el esfuerzo de subir una pierna y luego la otra hasta acostarse y recostarse de un lado, no del lado de la pared, sino del lado de la calle, como si quisiera que a la hora de despertar tuviese a la vista el paisaje de una calle y de una banqueta. La calle llena de autos estacionados y la banqueta llena de muchachos y muchachas que, con mochilas en las manos o en las espaldas, regresaban a casa después de clases.

El fotógrafo se sintió bendecido porque vio cómo el hombre se recostó y se cubrió el cuerpo con la sábana del aire. A veces hay noches y días en que cualquier espacio puede ser un cuarto; a veces hay tardes en que cualquier espacio puede ser un sanitario, porque al hombre ya le gana hacer del uno; a veces hay instantes en que cualquier banqueta se convierte en el mejor restaurante y el hombre come de pie. A veces, lo he visto, hay tardes en que una nube es un espejo y un gato es la sombra del hombre. Hay veces en que la calle se convierte en el mejor lugar para jugar. Hay veces.

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El fin de semana llegó a las salas de Chiapas la película condecorada como la mejor por los Óscares 2014: 12 años de esclavitud. Con su certificado en la bolsa, se le ha colocado como es inusual en la entidad: en todas las plazas, de todas las ciudades donde hay complejos cinematográficos. Hay que verla porque su triunfo la convierte en un referente. Sin embargo, dista mucho de ser una película contundente, sin detalles sueltos, con plena armonía entre el qué y cómo. Es una cinta histórica que laceró la conciencia de quienes otorgan los premios en Hollywood pero nada más. Una vez pasada la ceremonia, un cable reveló: “En declaraciones a Los Angeles Times dos miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas se sinceraron y reconocieron que votaron a favor de 12 años de esclavitud sin haber visto la película. En sus declaraciones, ambos afirman que actuaron así porque se sentían obligados a hacerlo dada la enorme relevancia social de la película”. El asunto es que eso resulta evidente al ver el largometraje.

Es una historia sustentada en un hecho real: en la biografía de Solomon Northup.

Un negro libre secuestrado para ser vendido como esclavo. A partir de ahí, el filme quiere demostrar todo lo que se sabe: la tortura, la condición inhumana, la justificación en el discurso religioso, el abuso sexual, el sentido de “propiedad” de las personas por

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su color, la condición de “mejor” negro si no sabe leer. ¿Cuál es la aportación? Un poco la novedad es lo enfático en la documentación de la crueldad. Las espaldas lastimadas, los rostros incrédulos y transformados por el dolor. Pero eso tampoco la levanta como una película memorable.

Por el contrario, 12 años de esclavitud es predecible. Por las alusiones sensibleras a la familia, desde el principio se advierte que Solomon triunfará. Cómo ocurrirá también es fácil de adivinar. Sin tener información previa, el espectador puede leer que esa historia será de final feliz. También peca de esquemática: los buenos y los malos. Algunos blancos tienen un rasgo de humanidad pero la generalidad se caracteriza por su ruindad y eso incluye a sus esposas. Las únicas mujeres buenas son las de color: la chica que recoge más algodón, aquella que se acerca con miedo a mojar los labios de Solomon cuando está colgado. Todas las blancas son arrogantes, celosas, insensibles, tiránicas. Eso funciona para un golpe moralista. Parece que lo logró.

12 años de esclavitud estuvo en la competencia final con Gravity. No hay comparación. Si hay que elegir, la segunda, a pesar de la opinión de la Academia norteamericana es mejor película. Es sencillo, la cinta de Steve McQueen será una

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anécdota en algunos años. En cambio, el trabajo de Cuarón tendrá que ser estudiado por quienes deseen realizar algo similar en el futuro. Gravity ha elevado el piso de las películas de ciencia ficción. Tal como ocurrió con 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick. Ya se dijo en un apunte anterior: Kubrick tiene el mérito en el qué; Cuarón en el cómo. Y Gravity debió erigirse, también, con la presea a la mejor cinta. Eso puede afirmarse, sin la menor consideración, al acudir a ver 12 años de esclavitud. El tiempo pondrá a cada una en su lugar.

davidtovilla.blogspot.mx

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Siguen vivas, pero ยกa la fuerza!

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Si así está la nobleza, ¡imaginen a la clase media y clase baja!

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Mentirosos, me dijeron que la actriz principal era Martha SahagĂşn.

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TESTIMONIOS EN EL

Entrevista con

Francisco Javier Santiago Pinto

Entrevistadora: Dora Patricia Espinosa Vรกzquez

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Francisco Javier Santiago Pinto es un hombre con mirada inteligente. Es considerado como el Cronista Gráfico de La Trinitaria. Durante toda su vida ha ejercido como fotógrafo. Encontró en este oficio una pasión, un motor de vida. Para él la fotografía es un arte. A continuación, responde las siguientes preguntas: ¿Cómo llega a La Trinitaria?

Nací en la finca Islamapa, municipio de Tuzantán, cerca de Huixtla. Mi papá era de Unión Hidalgo, Oaxaca, y mi mamá de La Trinitaria. Mi papá era agricultor. El llegó a las zonas bananeras, a sembrar banano, ajonjolí, principalmente. Cuando yo tenía once meses de nacido, mis papás se separaron. A mí me trajeron a La Trinitaria. Mi papá regresa cuando yo tenía once años. A él le gustaba aventurar, irse a otros lugares, y mi mamá pacientemente lo espero. ¿Cómo inicia con el oficio de la fotografía?

Cuando mi papá regresa, yo ya sabía sastrería. Era sastre pantalonero. Desde chiquitos nos ponían a aprender un oficio. Yo aprendí con don Ramiro Pasquet. Usábamos máquina de pedal.

Mi papá ya había aprendido fotografía. Era su trabajo. Antes, en las ferias llegaban y acomodaban un paisaje y entonces las personas llegaban ahí para retratarse. Recuerdo que mi papá tuvo varios fondos. Llegó varias veces a la feria de La Trinitaria. Una vez llevó un paisaje con animales.

Impresionaba mucho porque en el dibujo había una serpiente que casi quedaba en la cabeza de las personas. Una vez trajo la Catedral de la Ciudad de México.

Mi papá me regaló una cámara Yashika, japonesa, de dos lentes. Con esa cámara aprendí. En ese tiempo los papás no le preguntaban a uno si quería o no. Me decía 'tu mamá te enseñó sastrería y yo te voy a enseñar la fotografía'. Este año cumplo cincuenta años tomando fotos. Empecé en 1964. ¿Y le gustó la fotografía desde un principio, a pesar de ser una imposición?

Es cosa de agarrarle el lado bueno. Algo que influyó mucho es que mi papá fue bastante inteligente para que yo no dejara la fotografía. Primero me enseñó la cámara de tripié. Después él estuvo fuera como año y medio. En una esquina se quedó la cámara, dejé de utilizarla. Cuando regresa se da cuenta. Mi mamá le dice que no he trabajado con la cámara. Entonces él dice 'mi hijo no es para esta cámara, es para una cruzada'. Refiriéndose a la cámara 35. Entonces me dio una cámara alemana, y un libro editado en Estados Unidos, un manual de fotografía. Desde entonces la fotografía es, para mí, un arte. ¿Recuerda qué cámara usaba su papá?

En Comitán había un fotógrafo al que conocían como El mudito. Se llamaba Eladio López. Se ponía por donde está ahora la Biblioteca Pública, frente a la tienda de don Arturo Pérez. El usaba una caja oscura, que tenía de un lado un lente y del otro el respaldo. De lado derecho tenía una manga donde metía la mano. Colocaba el vidrio para enfocar, luego empezaba a enrollar. Todo lo hacía sin hablar. Luego

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cambiaba el vidrio por papel, hacía señas para que la gente viera a la cámara y jalaba el hilo. Así era la cámara que usaba mi papá. ¿Cómo era el proceso de revelado?

Después de haberla tomado, sacaba el papel y se pasaba al tanque revelador. Dentro de la cámara. Eso es al tacto. La cámara tenía una ventanita roja, se acercaba y miraba si ya estaba el revelado o se seguía revelando (estoy hablando del negativo). Vale decir que si había calor era más rápido, cuando hay frío el proceso es más lento. En ese tiempo todo era calculado, no como ahora que las cámaras son automáticas. Cuando ya se tenía el negativo, se pasaba al baño fijador. A una cubeta de agua. Se le subía una tabletita que tenía adelante de la cámara y se le ponía un lente de acercamiento. Eran fotos en blanco y negro. El proceso era sencillo. Pero en ocasiones llegaba, por ejemplo, un novio que quería darle a la novia una foto con dedicatoria. Antes no era tan fácil hacer eso como ahora. Se tenían unos moldes para poner las letras, con huecos, se ponía la foto y solo quedaba el rostro de la dama o el muchacho. Ahora recuerdo uno que decía: “Si al estar a tal distancia tu cariño es siempre igual, exhala un suspiro de amor al recibir esta postal”. ¿Cómo aprendió usted a revelar?

Fueron los tiempos de don Manuelito Pinto o de don Conrado Gómez. Uno iba a consultar y ellos lo hacían todo con una fórmula, bajaban todos sus frascos y lo preparaban en un papel. Ellos tenían boticas. Allí me di cuenta que usaban balanzas para hacer las fórmulas. Mi papá compraba en México.

Después yo lo pedía a Foto Afición, en Isabel La Católica, todo lo que servía, como el metol, hidroquinona, sulfito de sodio, carbonato de sodio, todo lo que se necesitaba para preparar el revelador. Dependía de la clase de fotos. Si uno quería hacer una ampliación, era un revelador de grano fino, una fórmula, y si quería un revelador universal para película y papel, era otra fórmula.

Mi papá me ayudó a hacer mi cuarto oscuro. Además que un buen cuarto oscuro es la noche. Una vez nos tocó en Comalapa, a él y a mí, trabajar y en medio de un platanar revelar las fotos.

En muchas de sus fotografías aparece la firma SANVER, ¿qué significa?

Mi oficio se volvió familiar. Mi esposa se interesó. Al principio eran las fotos en blanco y negro. Luego las de color. Pero al inicio de éstas, eran iluminadas a mano, coloreadas con pintura al óleo. Las mujeres, que se maquillan, se retocan, se les facilita más colorear una foto. Ella se dedicó a eso. Se usaba el papel Opal G de Kodak. Luego se viraban al sepia y ya era más fácil colorearlas. Antes todas las fotos decían Santiago. Con la participación de mi esposa y de mis hijos firmamos como Sanver, de Santiago Vera.

Don Francisco Javier tiene mucho que contar. A lo largo de su vida ha tenido que adaptarse a nuevas etapas y necesidades. En el próximo número de la Diez, se presenta la segunda y última parte de esta entrevista, donde Francisco cuenta cómo fue el proceso para pasar de una cámara analógica a una digital, las ventajas y los retos a los que ha tenido que enfrentarse.

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