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Edición número Trescientos ocho. Año 07. Caracas, 23 de diciembre de 2018 REVISTA GRATUITA

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PAPAGAYOS DE BELÉN


contenido Consejo Editorial Erika Farías Roberto Malaver Gustavo Borges Revilla Mercedes Chacín Gustavo Mérida Director Carlos Cova DirecTORA de Arte Edarlys Rodríguez Diseño Tatun Gois COORDINADOR DE FOTOGRAFÍA Jesús Castillo Coordinadora 2.0 Yanira Albornoz (†) Web y redeS Enyeli González Redacción Marlon Zambrano María Eugenia Acero Colomine

01. Poemas Juego, poema de la plaza Aquiles Nazoa 02. antes y después atados Tomasa Ochoa Cordero 02. cometas / papagayo Efraín Subero 03. las cometas Alejandro Díaz 04. canciones “El papagayo” Iván Pérez Rossi 05. “EL LUNERITO” Alí Primera 06. “a la hila” Alejandrina Reyes 07. “el papalote” Silvio Rodríguez

FotOGRAFÍA Michael Mata Enrique Hernández

08. crónicas

CORRECTOR Rodolfo Castillo

las veradas de la victoria María Eugenia Acero Colomine

LOGÍSTICA Idania Bracamonte Daniela Fernández Edi Cordero

10. remontando Rodolfo Porras

Colaboran en esta edición Rodolfo Porras, Humberto Márquez, Jesús Sanoja, Forastero LPA, Henry Rojas y Justo Blanco. Fotografía de portada: Carlos Cova. redes www.epaleccs.info epale.ciudadccs@gmail.com @epaleccs @epaleccs Épale CCS Comercialización y Ventas: 0212-8080323/0426-5112114 Distribución: 0212-8085843

12. recuerdos de papagayos Humberto Márquez 14. hilo beso pabilo Marlon Zambrano 16. cuentos “entre papagayos te veas” Jesús Sanoja 19. “helena” Luis Britto García 22. “el juego del papagayo” Santiago Key Ayala

Depósito Legal: pp201202dc4166 Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar”, 2014, 2015 y 2017. Premio Municipal de Periodismo “Guillermo García Ponce”, 2014. Una publicación de la

EDITORIAL papagayos de belén Si la Virgen fuera andina y San José de los Llanos, el Niño Jesús habría volado papagayos. A saber, los Reyes Magos le traían al Salvador regalos orientándose por un objeto volador no identificado. A nosotros se nos figura que no era estrella aunque sí cometa, pero de los de cañabrava o verada, que ya existían para la época. Entonces, echando pabilo a la imaginación, se nos figuró también que el obsequio navideño de este año bien podría ser un atado de papagayos de (o en) papel, pescados al vuelo de entre la tradición literaria. Cazamos volantines y barriletes en poemas y canciones, y en la memoria de escritores y cronistas, suficientes para armar esta breve antología. Así, las “naves voladoras en cuyas colas oímos alguna vez el lenguaje del cosmos y el adiós sin llanto de las nubes” de Gustavo Pereira se sumaron a los artilugios que Luis Britto García aspiraría a dejar en herencia, acompañados de una canción de cuna, y estos, a su vez, a otros tantos para festejar una Nochebuena colorida y por lo alto, como nos merecemos los caraqueños y las caraqueñas. Ha sido este un año de pruebas, aún más exigente que los anteriores. Y a la hora de los balances seguimos palpando nuestra presencia, latente y residual, ajena a todas las contingencias, viva como un papagayo que se impulsa sobre la línea de viento. Es nuestra naturaleza. Seguir adelante con cada día sin esperar su permiso, sabiendo en todo momento hacia dónde se va. En esa andadura esperamos seguirlos acompañando desde estas páginas que son sobre todo de ustedes, lectores y lectoras de Épale CCS. ¡Feliz Navidad!

Revista Gratuita Circula los domingos con el Diario Ciudad CCS búscala de lunes a viernes en nuestra sede: esq. san jacinto, edif. gradillas “c”, piso 1, al lado de la taquilla única de servicios municipales

Carlos Cova


Juego, poema de la plaza Vamos a jugar a que vivimos en un palomar Ala, de espuma, tĂş; ala, de nube, yo. Vamos a jugar a que el aire juega con nosotros dos. Aquiles Nazoa (1920-1976)


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POEMAs

Antes y después atados Robadores como aquellos ojos que vi y se han ido llevándose como rehén la calma mía.

Cometas

De ahí, aunque no me vean en ningún lugar, estoy en cada grieta de las nubes contemplando la estrella de papel, el papagayo, la zamura, el papalote, la cometa, el barrilete,

—Yo que bajaba y tú que subías. —¿Entonces? —Lo que te decía: No sigas pensando en eso, mi hermano.

por la sed de hilo, hilo y más hilo, hasta encumbrarse hacia lo desconocido encontrar la inmensidad y cabecearse frente al viento.

Tomasa Ochoa Cordero (1915-2011)

Papagayo El Niño echó un papagayo pero reventó el cordel, y ahora anda por el cielo corriendo a más no poder.

Efraín Subero (1931-2007)

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V

Las cometas El cielo se viste de mil colores y el ambiente luce muy contento hay cometas por los alrededores que juegan y bailan con el viento. Un juguete muy divertido que con varillitas y papel, además del carrete de hilo nos brindan su vuelo fiel. Su cola hecha de tela a lo lejos se divisa mostrando bella acuarela enredadas con la brisa.

Cómo me alegra ver en los siete días del mundo tu leve papagayo sobre los edificios, tener entre mis brazos tu cuerpo de pequeño naranjo, tu corazón del bosque y de gacela, sentir en la mejilla tu aliento de lago y nube. Longitud de alegría es tu mirada crepuscular sonido, eres el niño errante, bestias desnudas cortarían tu hilo de fiesta, pero estoy a tu lado hijo de párpados y raíces, elemental poema, levantando murallas de fuego y agua para protegerte y perpetuar tu papagayo airado, constelación precisa del poeta azul marino marinero. Víctor Valera Mora (1935-1984) del poemario Tiempo de perros

Hoy en mi verso se destaca el sencillo homenaje que yo hago a las cometas o petacas, volantines o papagayos. Los sueños de mi niñez tenían tanta entereza que volaban en un dos por tres al igual que mi cometa.

Es mejor verlas de frente nunca de espalda ni de costado son los aviones del niño inocente Hoy con el tiempo, me perfilo que vuelan con cabellos despeinados. cuando el viento me convida; y si me sueltan el hilo Vuela, vuela barrilete soy cometa de la vida. sube todo lo que puedas que el hilo de mi carrete Alejandro Díaz (1960) si no subes, se me enreda.

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Canciones

El papagayo Quiero hacer un papagayo volador multicolor para remontar las nubes y llegar donde está Dios para remontar las nubes y llegar donde está Dios. Tres franjas tiene mi papagayo, una amarilla cual sol de mayo una amarilla cual sol de mayo. La franja azul, el mar y el cielo con ocho garzas, ocho luceros con ocho garzas, ocho luceros. Y el rojo fuego del cardenal sangre de héroe sin libertad sangre de héroe sin libertad. Quiero hacer un papagayo para aprender a volar y que juegue con el viento la bandera nacional y que juegue con el viento la bandera nacional.

Iván Pérez Rossi (1943)

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El Lunerito Yo siento el amor más dulce cuando nace por un niño y el más hermoso cariño se cobija en sus manitas no hay como sentir un beso oloroso a golosina es como llenar de impulsos el combate por la vida y es mecer en un columpio, entre el bullicio y las risas, las palabras inventadas en sueños y fantasías el amor no tiene edad, es adiós y es bienvenida.

05

El amor se fue, el amor vendrá el amor iui, el amor iui, el amor iua. La vida que siempre enseña, me ha permitido inventar un sencillo trabalenguas de la más bonita escuela que yo les quiero cantar un niño a quien dan cariño sentirá amor por los niños cuando la vida le crezca es un círculo vital, es la rosa de los vientos y es el más hermoso cuento que yo les quiero contar. Dicen que la Luna tuvo un hijo con un lucero pero la Luna viajaba y el lucero era viajero y el Lunerito vivía sin la calidez de un beso pero sucedió que un día le dijo su amigo el viento: “Móntate en un volantín y desciende hasta los hombres que arriba hay mucho silencio”. Y así llegó el Lunerito a ser el más lindo amigo de los hijos de mi pueblo y, si ustedes miran bien, notarán que allá en el cielo hay un lucerito menos busquen en todos los niños y verán que ellos lo llevan escondidito en el pecho y así llegó el Lunerito a ser el más lindo amigo de los hijos de mi pueblo. El amor se fue, el amor vendrá el amor iui, el amor iui, el amor iua Alí Primera (1941-1985)

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Canciones

A la hila

(dedicada a Nicolás Agüero)

Quiero ver tu sonrisa reflejada en el cielo desde un tren para ir recorriendo los caminos dando tumbos... Como dice Andrés: “... al tenerte a ti se tienen los hijos del mundo...”. Te vas en volantín atado en un cordel con las alas de Pegaso, ojos de colibrí. Te echas a volar en ese cielo azul y entre cables y gritos tú nos cantarás: “A la hila se va —le dicen a Nicolás— a la hila se va” la picúa de los sueños se pierde en la inmensidad. Unos se llevan cuchillas al viento otros van navegando en más desierto unos llevan la sonrisa de cinco años aunque su vida sea puros desengaños.

Alejandrina Reyes (1966)

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El papalote Será por tu vivienda hecha de ruinas y de misterios porque rompías la roca para ganarte un par de medios o por tus tirapiedras los más famosos de la loma de la mejor horqueta de la guayaba y duras gomas. Será por todo esto que mi memoria se empina a ratos como tus papalotes los invencibles, los más baratos y levanta en peso Narciso “El Mocho”, para ponerte junto a los elegidos los que no caben en la muerte. El papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae El papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae Se va a bolina la imaginación buena cuchilla lo picó. Una vez de tus manos el coronel salió brillando qué pájaro perfecto cuántos colores, qué lindo canto ninguno de nosotros iba a volarlo, ya se sabía era un encargo caro del que mandaba, del que tenía. Llevabas en el puño aquel dinero de la tristeza dinero de aguardiente del sol de Cuba, de la cerveza y te seguimos todos

a celebrarlo, sucios y locos para ti, “Carta Oros” y caramelos para nosotros.

07

El papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae el papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae Se va a bolina la imaginación buena cuchilla lo picó. La gente le chiflaba cuando en la tarde subías borracho tú contestabas piedras y maldición a tus muchachos eras el personaje de los trajines de tu pueblo eras para la gracia eras un viejo, eras negro. Una noche el respeto bajó y te puso bella corona respeto de mortales que muerto al fin te hizo persona pobre del que pensó pobre de toda aquella gente que el día más importante de tu existencia fue el de muerte. El papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae el papalote, cae, cae, cae, cae, cae, cae Se va a bolina la imaginación buena cuchilla lo picó.

Silvio Rodríguez (1946)

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Crónicas

Las veradas de La Victoria Félix Martín, cuando tenía 8, se iba en bicicleta con sus panas a buscar verada por los lados de San Mateo, en el estado Aragua. La verada es una rama larga, larga, larga, verde y muy dura con que los chamos de la época se disponían a hacer papagayo. Ángel Rafael, su hermano mayor, era el especialista en confeccionarlos. Como eran muy pobres, no podían costearse pelotas de los Tiburones de La Guaira ni jugar con carritos de modelismo. Así que en la calle Campo Elías no les quedaba otra que ingeniárselas. Y la creatividad era la mejor juguetería. Trompo, yoyo, chapita, palo encebao, pelea de cocos en Semana Santa, baile de La Llora el Día de Muertos y la sempiterna marcha del Día de la Juventud todos los 12 de febrero, cuando las muchachas más lindas del liceo Rubén Darío salían a la avenida principal con el permiso de la mamá y los muchachos aprovechaban para invitarles una cola Dumbo. Félix con Maximino y los otros sospechosos habituales, esos chicos malotes que se jubilaban de clase para irse a jugar chapita y comer conserva de coco en la plaza, agarraban sus bicicletas. En sus naves shugaboom enfilaban carretera arriba a buscar las dichosas maticas que les darían el triunfo absoluto en el campeonato mundial de pelea de papagayos, en esa calle donde Carmen María les contemplaba de cuando en cuando mientras les hacía arepas. A orillas de la carretera, ahí estaban. A simple vista parecían monte. Pero solo el ojo acucioso de los papagayólogos expertos en la materia sabía separar la ortiga de la flor. Probaban la verada separando las hojas, y si la vara verde volaba ¡era verada! Agarraban las más que podían, las metían en sus mochilas y enfilaban pedal abajo de regreso a La Victoria. En casa de Carmen María, Ángel Rafael y Rosa Cecilia, la hermanita y la niña más linda del pueblo, se disponían a confeccionar sus armamentos. Sí, armamentos, porque aquellos voladores multicolores no eran mascaritas para sonreírle a Papá Dios. ¡No señor! Eran naves para derrotar al enemigo tumbándolo con colores, con tiras y con la pericia de un experto. Con papel cebolla, con tela muy fina y hasta con periódico armaban sus aviones caza

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de guerra. Eso sí, debían aguardar varios días hasta que las varitas naturales se secaran lo suficiente. Luego, ensamblar la estructura del guerrero en cuestión (el papagayo), colorear, pintar (si disponían en ese momento de colores) y los toques mágicos finales: mucho pabilo y unas tiras con flequitos para poder sobrevolar a sus guerreros y tumbar a la nave enemiga. Las tardes en aquella calle se convertían en un duelo a muerte, pues los pobres papagayos solían terminar enredados en los cables de luz, las veradas se convertían en espadas y los compañeritos corrían a casa de Carmen María a comer arepas. Esas arepas ahora habitan en la memoria de mi viejo y mis tíos y en la mirada tierna de una abuela que, con 98, en su papagayo de flores este año voló junto a Papá Dios.

María Eugenia Acero Colomine (1977)

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Crónicas

Remontando Del monte crece una espiga cuyo tallo es derecho a cabalidad. Tie- lo que sostendrían la cola. Al otro extremo, dos cordeles se ataban ne la dureza suficiente como para sostener el papel de seda, pero con un tercero que surgía del centro de la cruz. De ese equilibrio su resistencia para la batalla con el viento es demasiado precaria. depende que el hilo que une al niño con el cielo cumpla su función. Esa espiga era como una rama-escuela con la que aprendimos a hacer papagayos. Se arrancaba con facilidad. Con un pequeño El rito de hacer el papagayo era tan intenso como el mismo hecho gesto separábamos la corona del tallo. Con hilo “elefante” unía- de volarlo. El largo de la cola era un discurso y una prueba. Allí mos las varas para acoplar el andamiaje. se agazapaba la duda perpetua: muy larga y el peso no permite el vuelo, muy corta y el bicho caracolea. El papagayo, propiamente dicho, era una lámina hecha de papel de seda y espiga. Luego venía el mecanismo de cuerdas. Dos pabi- La espiga siempre fue demasiado endeble y la mayoría de las veces los, en necesaria e imprescindible simetría, formaban un triángu- el animal no remontaba el vuelo, cualquier tropezón deshacía las

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11 esperanzas. Pocas veces la combinación entre la dureza de los travesaños, tamaño de la cola, simetría en los triángulos era la adecuada. Así que mi experiencia con los papagayos era tormentosa... una frustración en ciernes a la que se le sumaba que teníamos que montarnos en “el tanque del edificio viejo” para evitar cables y ramas de árboles, cosa que tenía terminantemente prohibido porque subirse allí era “peligrosísimo”. Mi pertinaz insistencia me llevó a hacer cientos de papagayos. Pero solo se elevaron, y mal, unos pocos. El último que hice fue con mi hijo. Por supuesto que con verada y no con la espiga traicionera. Como siempre, el empeño descansaba en la elaboración

más que en lanzarlo al cielo. Pero nos fuimos a una colina, por San Diego de los Altos. El viento solidario y la experiencia en la hechura hicieron el milagro. El barrilete se escapó de mis manos, corrió hacia las nubes con un sonido de vela de barco que se abre. Mi corazón pegó un salto y se fue con él. Mis ojos y mi alma, aquí abajo, estaban fascinados. El mejor papagayo y el mejor vuelo de toda mi vida. Le di toda la cuerda que tenía. Mi esposa me jaló por la manga, mi hijo me miraba como esperando. Debo confesar que le pasé la cuerda muy a mi pesar... al fin y al cabo mi corazón estaba allá arriba.

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Rodolfo Porras (1957)

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Crónicas

Recuerdos de papagayos En Maracaibo le decíamos “volantín” y “petaca” al papagayo de los caraqueños, pero al final siempre fue la misma vaina, como lo fue que yo era malísimo en esas lides del aire y, por mala leche, la única vez que logré elevar uno, de lujo por cierto, fue un papagayo arrechísimo que me regalaron mi tío Benigno y mi abuela Remigia en un cumpleaños, y cuando gozaba del juego de la mano derecha y dándole guaral con la izquierda vino un “mardito”, del barrio Sierra Maestra, hasta amigo mío era el hijo de puta, y con una hojilla en el rabo de su pobre petaca me cortó mi volantín de primera clase y mis ilusiones de ser un gran volador de papagayos se perdieron en las nubes, como hace un par de años se esfumó el último amor de mi vida. A los 11 años comencé a entender la lucha de clases. El mismo carajo que me cortó aquel papagayo, descubrí después, me robó la bicicleta Raleigh que me había regalado tío Benigno en esa Navidad. Yo era un burgués de mierda que estudiaba en uno de los colegios más exclusivos de Maracaibo, y fui a parar al barrio después del divorcio de mis padres. El Beni y la abuela Rema invadieron ese terreno y, como miembros de la junta comunal —concepto que no es tan nuevo, por cierto—, se armaron de un terreno larguísimo donde mi madre Ana Lucía montó una casa prefabricada, ¿de hierro, latón?, que negoció con unos gringos que se iban. Luego del divorcio fui a parar al liceo militar Jáuregui, y después de mi “fuga espectacular” (naaaa, espectacular nada. Salí por la puerta, atravesé el patio de honor, como si saliera de permiso, y con la complicidad de los guardias salí como Pedro por su casa) agarré un bus y llegué a la quinta Sallent de la Rafael María Baralt de Maracaibo. Y era burgués otra vez.

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Los papagayos siguieron rondando sin querer queriendo, y apareció Willie Colón con su “Sueño de papelote”: Cuando niño ya tenía en el mirar / esa loca fantasía de soñar / quise ser un gran malote / al igual que el papelote / que elevándose / entre nubes con el viento de esperanza / sube y sube. / Y vivía en ese mundo de ilusión / y escuché solo mi propio corazón / mas la vida no es juguete / y el lirismo es un billete sin valor. Una vil copia del “Sueño de barrilete” de Eladia Blásquez, cuya letra por la época nos partió el corazón. Digamos “versión” para no ofender la buena voluntad de entonces de mi examigo Willie Colón, a quien retiré mi amistad después que se puso inmamable durante la enfermedad de nuestro comandante Chávez. Después vinieron los festivales de papagayos del Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo Aquiles Nazoa (MPCPAN), una jugada maestra del PRV-Ruptura, que tuvo su sentido en agitar pacíficamente sin exacerbar la furia represiva de la Cuarta, pero ya a estas alturas, o unos añitos atrás, el Comandandate Magolla, Elegido Sibada, me decía en una entrevista: “La cultura más importante es la del pueblo, tú vas por esas montañas y ves cómo cada pueblo tiene su manifestación. En la ciudad el movimiento cultural lo integraban Tito Núñez, Alvarito Montero, Pichardo, Frank Ortiz... los poetas siempre han sido parte de nosotros, pero lo que sí no comparto es esa vaina de ver a mi compadre Douglas Bravo volando un papagayo en Cabure”.

Humberto Márquez (1953)

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Hilo Beso Pabilo Echa pabilo, echa, echa, suéltalo... mándalo pa’rriba, que se eleve, déjalo que desde ahí agarre impulso solo, alma en pena que se desborda por las llanuras de aire como un espíritu indomable. Aflójale las amarras, que tome vuelo, que se despeine, que derrape, que brille y calle, y haga ruido y vuele y se deje llevar como un murmullo sobre el cuello de las quinceañeras que se desviven por su primer asalto de amor, comiendo mandarinas sobre las escaleras del bloque donde ya han recibido la suave caricia del hierro helado. Dale, que se nivele, que no vacile ni cabecee, que agarre firme las olas del cielo cernido de Catia, por donde se cuelan el rostro ajado del obrero penitente que llega de bachaquear y la risa fragosa de doscientos cincuenta y dos mil niños que más nunca voltearon hacia ese cielo azul-estrellado, donde no se vio más un cometa colorín colorado desde 1998, cuando cinco muchachitos de Casalta II reinaron sobre el brillo de nirvana de la plaza Pérez Bonalde con su ingenio de papel de seda y pabilo, durante la breve monarquía que impuso la ley de la verada en los vuelos rasantes sobre una ciudad sin drones. Mándale cuerda y manda y manda, resiste fiero los golpes traicioneros del viento tropical, no hay que lamentarse de que un arrebato huracanado te devuelva a la tierra como un marino derrotado, desinflado como la vela de un barco a la deriva. Cuidado con el cableado eléctrico, cuídate de las trampas del suelo y, ahora sí, pídele un beso y si no te besa sácale la lengua y vuélvele a decir que se arregle pa la cosa, y si no se arregla le picas el ojo y dale sedal, sedal, sedal, y cuando se pongan ariscas las aletas del papagayo róbale un piquito adormecido y huye a través del bulevar, que con el gentío río abajo nadie sabrá que eres tú el carajito enamorado que mientras izaba una cometa se atrevió a colorear sus labios de pergamino.

Marlon Zambrano (1971)

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Cuentos

Entre papagayos te veas Recuerdo, eran aquellos días donde el viento soplaba tan fuerte que hasta una hoja con frenillo se elevaba. El cielo a eso de las 4 de la tarde quedaba inundado de papagayos: los normalitos, las estrellas, los trompos y las picúas —estas eran mis favoritas—, todos ellos agujereaban el firmamento de huequitos multicolores, de manchitas orientadas desde cualquier platabanda del barrio. Esta imagen lúdica, aparentemente inocente, no era más que la antesala de un combate aéreo protagonizado por nuestras máquinas artesanales hechas con veradas y hule de tintorería. Todo comenzaba con la fabricación de la máquina, se escogía la mejor verada, el mejor hule, la boya de pabilo. Se definía el aeroplano que deseábamos, el que mejor podía zigzaguear las diferentes corrientes de viento, la perfección de los frenillos. La cola del mismo no podía ser tan pesada y en ella el mortal aguijón, que no era otro que el crucero, el cual fabricábamos meticulosamente con hojillas de máquinas de afeitar que incrustábamos en cruz en el culito que sobraba de la verada. Por último, unos roncadores de lado y lado del papagayo que pegábamos con candela de cualquier colilla de cigarro. Luego de este trabajo técnico especializado —de cuya perfección dependía el éxito de una operación que, como todas las tardes, emprendíamos después de llegar de la escuela y hacer las respectivas tareas—, nos dedicábamos entonces al estudio del terreno. Se trataba de considerar algunos elementos tales como corrientes de viento, posibles cables de electricidad, entrada y salida del espacio, entre otros aspectos, que pudieran en cualquier momento interferir con la operación. De modo que, ya evaluadas todas las variables, cada quien tomaba su puesto: el encargado de maniobrar el papagayo y echarlo a volar, el que sujetaba el papagayo —este no era tan imprescindible— y el que estaba pendiente de la periferia en cuestión, este último daba la voz de alerta en caso de divisar en el espacio aéreo cualquier objeto volador no identificado. Ya en el cielo nuestro papagayo, poco tiempo quedaba para hacer el ajuste de rutina: verificar la capacidad del papagayo de maniobrar o responder a la hora del quiebre (que no era otra cosa que un movimiento fuerte de izquierda a derecha y viceversa que se le aplicaba al pabilo desde tierra y donde el papagayo debía responder sin ningún tipo de dificultad desplazándose hacia la derecha o izquierda). Para este momento la adrenalina ya se había apoderado de nuestros sentidos. Se acercaban por la retaguardia dos papagayos inmensos.

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Desde nuestra posición podíamos ver claramente cómo brillaban dos sendos cruceros en la cola de los mismos —lo cual no era buen augurio. Rápidamente llegamos a la conclusión de que esa tarde no sería nada fácil. Cada papagayo se iba ubicando en el mejor ángulo, el mismo que le permitiera una estocada perfecta. En una hora el cielo ya se había convertido en una arena romana. Cada cual amenazaba con prolongadas extendidas, como si apagasen los motores, maniobra cazabobos de defensa y al mismo tiempo de contraataque. Ejercicios de caída libre de parte y parte incrementaban la angustia. Se presentía que en cualquier momento se daría el desenlace fatal... y así comenzó la cosa cuando el mal cálculo de un trompo que quebraba rápido hacia la derecha quiso en operación suicida enredar una estrella, quedando destrozado en un santiamén por el crucero de esta última. Igual suerte corrió un papagayo de cola azul y una picúa que al grito orgásmico de “¡¡¡a la hiiiila!!!, ¡¡¡a la hiiiilaaa!!!” quedaron prendidos en los cables de alta tensión que llevan la electricidad al barrio. A nosotros nos acosaba un papagayo como de dos metros doble pabilo además de los otros dos con sendos cruceros elevados desde el sector Madre María y que con actitud vigilante y amenazadora patrullaban el sector norte del cielo. Sin duda alguna estábamos en desventaja, la posición de nosotros no era la más favorable, a pesar de todas las consideraciones que se hicieron al respecto. El viento soplaba cada vez más fuerte. Los gritos de ¡¡¡éééchaaaleee!!, ¡¡¡éééchaaaaleee!!! iban y venían desde todas partes. Aullidos de una carajitera ensordecedora desorientaban las pocas palomas que surcaban el cielo. De pronto, en tirabuzón, el papagayo doble pabilo embistió contra el nuestro. Rozante, pasó la cola doble crucero —que si no es por la oportuna extendida que aplicamos no la estuviésemos contando. La superioridad de tal papagayo era desmedida en comparación con el nuestro por lo que inmediatamente debimos apelar a nuestra arma sorpresa: la tarraya. Ella se había convertido en un arma versátil cuando de guerra asimétrica se trataba. La tarraya era una guaratara que se amarraba a un pabilo y era lanzada con precisión quirúrgica sobre el pabilo del papagayo enemigo. Me tocó a mí el lanzamiento. Para ello me ubiqué en uno de los callejones del barrio. Ahí esperaba el momento preciso. No podía fallar, nos estábamos jugando la vida. Por otro lado, Carlito debía procurar posicionarse de manera que nuestro papagayo quedase sobre el otro de dos metros. Pasó como una hora hasta

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que se logró la posición. Ya la mesa estaba servida. Carlito debía echarle una extendida a nuestro papagayo, debía de una manera decidida lanzarlo a cortar. Buscábamos que este, al ver que no le encimábamos, aplicara la misma maniobra, que echara su extendida. En esta espera mi corazón se salía del pecho. Mis piernas estaban heladas y un extraño sudor empapaba todo mi cuerpo. Era una sensación de vacío justamente ahí en la boca del estómago además de un hormigueo en las manos y una sequedad en los labios.

ro, una parábola se dibujaba y nuevamente los gritos ensordecedores de la carajitera, ¡jala, jala, jala! Ya no había marcha atrás.

Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, vi cómo los dos papagayos venían en caída libre. Dos aves en un sueño profundo de desprendían de las nubes. Ángeles excomulgados de los santos cielos azules adormitados entre lo sublime y lo salvaje. Mi mano apretaba fuerte la tarraya. A pesar de toda esta manifestación de emociones sentía el pulso firme, seguro. Mi mirada no dejaba de posarse sobre su objetivo. Era cuestión de segundos. Ahí estaba, a 50, a 40, a 20 metros. Y ahí iba la tarraya, una hermosa figura geométrica sobre el pabilo del papagayo enemigo. Disparo certe-

Aquella tarde terminó sin bajas que lamentar. De nuestro lado y en nuestras manos un inmenso papagayo como de dos metros. 6 de la tarde, en la ventana de Leo, en la punta del barrio, una inmensa corneta dejaba escuchar a La 5ta Galaxia: Cuando yo estaba chiquito, y mi tío improvisaba, así sí es, así no es, así suena mi tres...

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En ese momento mis manos pudieron sentir en carne propia el esfuerzo de aquella bestia por zafarse, sus movimientos, el crujir de sus huesos, la contracción de sus músculos, el desdoblar de ese cuerpo que se resistía pero que poco a poco sucumbía agonizante. Al final, solo esporádicos espasmos de aquel ejemplar desdibujaban el rastro de lo que aquella máquina fue en el aire.

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Jesús "Pirulo" Sanoja (1988)


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Cuentos

Helena Un papagayo se hace con papel y verada. Los demás niñitos decían que yo estaba enamorado de Helena. Se toman las veradas, se ponen en cruz y se amarran con pabilo. En realidad lo que yo hice fue que no dejé que le pegaran una vez que la encontramos en el cerro. En las puntas de las veradas hay que hacer rajaduras con yilé para que se pueda amarrar el pabilo. Tirarle piedras y pepas de mango a las viejas y a las putas estaba bueno pero dígame usted pegarle a una carajita. El pabilo se amarra en las veradas y se forma como un cuadrado, y si uno le pone más veradas, como un barril como una rueda. Entonces me cantaban Rafucho tieneee novia. El papel mejor de seda pero hay que robarlo de la quincalla si no se puede mejor de periódico. Y taaambién es

puuuuta. El engrudo se puede hacer con harina pero mejor robarle la goma a los niñitos que van a la escuela. A Manuelito le di un coñazo y desde entonces me cantaban nada más hasta tienee novia. Mejor echar poca goma para que no forme grumos. A las putas sí pero que culpa tenía la carajita de que la tuvieran en el burdel para que pasara la coleta. El papel que quede bien prensado sino al coger el aire se rompe. Mejor apedrear carros robarse las gallinas de los ranchos espichar los cauchos de los camiones. Hay que dejar huequitos para amarrar las guías. Aquel año fue cojonudo el italiano de la bodega se volvió loco y apuñaló al cuñado todos vimos cuando se lo llevaron preso. Las guías se miden de lado a lado del papagayo y de la cola. La policía mató por la

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espalda a un obrero que le decían activista. La cola se puede hacer de trapo. Ya me tenía arrecho lo de Rafucho tiene novia. El largo de la cola depende del tamaño del papagayo y del viento. En el farallón del cerro donde volábamos papagayos estaban instalando los cables de la luz eléctrica. Las yilés se pueden instalar a los lados, pero son más efectivas en la cola. En la tarde después de mentarle la madre al bodeguero subíamos con los papagayos y comenzábamos a esperar la brisa. Las yilés se pueden robar en la botica se pueden recoger las viejas que botan al suelo o se pueden comprar con la plata de los mandados pero entonces a uno lo pelan. Al soplar la brisa volábamos los papagayos y los hacíamos embestirse para que las yilés cortaran el pabilo. Instaladas las yilés la cosa es tener noción de la maniobra. Aquella tarde tiré mi papagayo contra uno de papel rosado, grandote. Es necesario soltar guaral, recoger guaral, la cola da después el latigazo. El papagayo rosadote cayó y fue a dar al carajo sobre los techos de la policía, yo entonces embestí uno azul, muy movedizo. Dado el latigazo se debe coger altura otra vez, si no a uno también lo peinan. El papagayo azul cayó Edición Número Trescientos ocho. Año 07. ÉPALE CCS

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dando vueltas como sacacorchos como rabo de cochino el dueño me gritaba y yo decía trancao y recogí una piedra por si acaso. La ventaja de la cola corta está en que como ondula mucho aumenta la movilidad del papagayo pero existe el riesgo de que se corte ella misma. Corté otros dos papagayos, el segundo muy difícil, un barril amarillo que casi me cortó el pabilo a mí pero que de todos modos se vino pabajo y le cayó en la batea a una vieja. Si las hojillas se mellan, afilarlas dentro de un vaso. Cogí altura, le corté el hilo a otro papagayo rosado pero más chiquito y maniobrero que cayó cerca de los cables. Al aumentar el viento, soltar cabuya. Mi papagayo, solo sobre el cerro, hacía ochos como un loco, todos los demás cortados o recogidos. Si el viento disminuye, recoger cabuya. Solo no, mentira, una cosita blanca como una pantaleta volaba meneándose como con calambrina a la derecha al reflejar el sol casi parpadeaba. El mejor ataque tirones largos combinados con soltadas de cabuyas cortas. Señor, casi sin mirar hubiera podido decir que aquella basurita blanca la estaba volando Helena. El descenso debe ser rápido pero no mucho porque revienta el guaral. Aquel tironear el hilo aquel declarar que mientras los demás huían ella estaba protegida aquel mirarme como si de verdad Rafucho tiene novia como si de verdad. La maniobra evasiva, soltar pabilo, descender lo más posible, con sesgos. Di tirones fuertes, para que mi papagayo picara. El efecto de la yilé se multiplica por los tirones, trabaja como un látigo o mejor una guadaña. Helena, comprendiendo, mirándome aún, comenzó a soltar pabilo. Un ataque que falla debe ser repetido inmediatamente utilizando el impulso para la nueva embestida. Aquel mirarme y soltar pabilo, mirarme y soltar pabilo, como si olvidara todo lo demás, hasta la tierra de los piececitos desnudos, hasta los mocos cuajados en las mejillas. El peligro de la maniobra evasiva es el cable eléctrico. Fue un retorcerse, fue un salto. El perseguidor debe tratar de evitar caer en el cable en donde ha dado el perseguido. Pero no tiré para elevar mi papagayo, solté el pabilo, corrí hacia el cuerpecito fulminado de Helena hacia el cual corrían los demás niños, el papel fue a juntarse al papel en las líneas de alta tensión, hubo otra chispa fea, azul, un rumor, y los papagayos se consumieron juntos en su alto nido, en una crepitación de arrullo.

Luis Britto García (1940)

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El juego del papagayo (Conferencias de Elías Martel) (extracto) Este curiosísimo texto de género impreciso supone una isla en la producción creativa de Santiago Key Ayala, un escritor destacado sobre todo por sus ensayos históricos y bibliográficos. Aunque en su presentación el escrito denota su intención fabular, su prosa evoluciona hacia un vasto tratado sobre el tema del papagayo, sin parangón a nivel mundial. Su extensión inmanejable ha precisado extractarlo para esta antología. La editorial El Perro y la Rana lo publicó hace algunos años y se puede consultar en el sitio web: http://www.cenal.gob.ve/wp-content/uploads/2015/11/El-juego-del-papagayo.pdf

Teoría y maniobra

La teoría elemental del papagayo se funda en la acción del aire, en reposo o en movimiento, contra una superficie ligera y resistente. Si en un ambiente tranquilo abandonamos a la gravedad en posición horizontal una simple hoja de papel, la hoja no caerá en dirección vertical ni con rapidez. La resistencia pasiva del aire se le opone. La resistencia guarda relación con las dimensiones de la hoja y el peso de esta no basta para vencerla. La naturaleza, previsiva, se vale de sus sabios recursos para que se cumpla la ley de la gravitación y la hoja caiga. Si la hoja fuera homogénea, perfectamente plana, bastante rígida y el aire estuviese absolutamente inmóvil, la situación podría mantenerse, pues es de advertir que la acción resistente del aire se ejerce en sentido perpendicular a la superficie de la hoja de papel. Mas, sucede que la menor alteración de estas circunstancias ideales, perturba la horizontalidad de la hoja. Cambia la situación relativa de las fuerzas. La resistencia del aire para una superficie oblicua se debilita por virtud de un teorema trigonométrico. La hoja corta entonces el aire en sentido oblicuo, deslizándose en su propio plano. Cualesquiera pequeñas diferencias interrumpen este movimiento. La hoja se detiene un instante; en seguida se desliza en su plano, en otra dirección. Así, por una serie de movimientos en zigzag concluye por dar en tierra. Edición Número Trescientos ocho. Año 07. ÉPALE CCS

La resistencia pasiva, mejor, reactiva, del aire puede utilizarse en el juego del papagayo, y un jugador hábil logra mantener su barrilete elevado, sin viento, por una serie de maniobras en las que se vale de la mera resistencia aerostática. Pero el papagayo se ha hecho para volar utilizando el aire dinámico, el aire que se mueve, el viento. Fuerza indómita y salvaje por naturaleza, el viento sigue su camino. La inventiva humana, para servirse de él le opone superficies planas y relativamente ligeras, como le opone artefactos pesados, veloces y en ángulo para cortarlo, neutralizándolo, y vencerlo. La resistencia del viento en marcha crece en alta medida con la velocidad propia y la del móvil que se le enfrenta. Cuando le es diametralmente opuesto, retrasa los trenes de ferrocarriles, los proyectiles y los automóviles. Aprovechando la experiencia, estudiando la distribución de las fuerzas, combinando superficies ligeras con movimientos hábiles, el hombre domestica al viento, lo enfrenta y se sirve de él como bestia de tiro. La inventiva humana, que ha llegado a perfeccionar la navegación a la vela, encontró el secreto de navegar contra el viento. Así también, la inventiva humana puso la terrible fuerza a moler el trigo de donde hacer el pan cotidiano, el pan de cada día que el Cristo santificó pidiéndolo al Dios escondido en los

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misterios de su cielo. Creó el molino de viento; creó al gigante de brazos formidables, susto de cobardes y estímulo de caballeros andantes capaces de marchar contra el molino; los caballeros que mientras la turba se deja llevar de la vida y el viento, marchan ellos, aunque sean lanzados y apabullados, contra el viento y la vida. La misma inventiva enterneció al viento y lo puso a su servicio para las no menos altas y aleccionadoras funciones del juguete. El hombre inventó el papagayo para distracción del niño. Después, sintiéndose prolongación del niño, adoptó el juguete como juego varonil. En manos del jugador veterano, tal como la frágil balandra se enfrenta a la tempestad —que juguete debiera ser del viento— se atreve con la fuerza dominadora, y logra por instantes, “volar contra el viento”. Hijo o ahijado del desequilibrio de las presiones aéreas, el viento no mantiene una dirección ni una intensidad constantes. Las fluctuaciones de la oportunista veleta nos enseñan lo primero. Caracas, 23 de diciembre de 2018.

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El ondear de un pabellón nos muestra lo segundo. El jugador de papagayo lo sabe muy bien. Sus maniobras tienden a utilizar o neutralizar esos cambios. Un papagayo remontado con viento regular sostenido, y abandonado a su albedrío por el jugador, obedece a las fluctuaciones del viento, como el pabellón y la veleta. Sube, decae, pasa a un lado y al otro de la dirección general de la brisa. Cuando esta cesa o al menos se debilita demasiado, el papagayo empieza a caerse. El jugador ha de intervenir. Manija, con lo cual provoca la reacción del aire, y hace remontar el artefacto. Mas como esta operación acerca el papagayo, se requiere devolverle la cuerda que se le ha quitado. Lo hace el jugador, soltando cabuya con mesura. El artefacto desciende entonces alejándose del jugador en sentido oblicuo, por la resistencia estática del aire y por la acción del rabo. Es lo que se denomina una “tendida”. Se vuelve a manijar en espera de que retorne la brisa. Si no se procede con habilidad: si se quita más cabuya de la que se devuelve, pronto el papagayo está en las manos del jugador inhábil. Se ha “tumbado” el papagayo. Cuando la brisa no da esperanzas de regreso, el jugador se fastidia, y “baja” el barrilete, quitando cabuya, primero con lentitud y luego con presteza para evitar la caída brusca. Edición Número Trescientos ocho. Año 07. ÉPALE CCS

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En el centro de Venezuela soplan con regularidad los vientos alisios modificados en su dirección por la topografía local. En Caracas soplan con mayor regularidad en los meses de febrero, marzo y abril. Se les ha bautizado con el nombre de vientos de cuaresma. El tiempo es de sequía. No hay que temer el importuno chubasco o el tenaz “aguacerito blanco”. Es la “era” o época del juego; aunque durante casi todo el año, hasta en los temporales de octubre, se jugaba en Caracas. Soplan en nuestra ciudad las dos grandes corrientes del aire, del Noreste y del Suroeste. Se llama el primero viento de Petare, por los cerros y la población de donde parece venir; el otro, viento de Catia, que entra al valle de Caracas por el abra de tal nombre. Los jugadores los llamaban con tono familiar “Petare”, “Catia”. Petare es mal viento; inconstante, a menudo cesa por completo. Es bastante frecuente que Petare sople en la mañana hasta el mediodía y primeras horas de la tarde. Después de un rato de calma, precursora de cambio, el viento de Catia, fresco, permanente, vigoroso, instala su dominio hasta la noche. Cuando no se realiza la inversión el jugador se augura a sí mismo “un mal día”. Rara vez, pero ocurre, la inversión del viento es brusca y sin calma precursora. Caracas, 23 de diciembre de 2018.

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Un papagayo montado podría ser sorprendido, con las naturales consecuencias. En ciudades costaneras del Occidente de la República, el viento es de tal constancia que se acostumbra un género de juego, sin oportunidad de aplicación en Caracas. Es el “roncador”, papagayo al cual se ha dotado de una especie de barriga abierta por la parte superior. El viento oye a larga distancia. Elevado el papagayo, se ata la cuerda a una ventana o a un poste cualquiera. El viento lo mantiene, llenando el espacio con vibrante bordoneo. La psicología del jugador caraqueño no simpatiza con la pasividad. No puede satisfacerse con mantener sereno el artefacto. Tampoco le basta hacerlo remontar más y más hasta donde sea posible, o alternar remontadas con tendidas. Cansa tal monotonía. La facultad máxima del papagayo es quebrar a derecha e izquierda y puede decirse que en ella reside todo el atractivo del juego. Para tal fin el constructor aplica el caudal de su experiencia. En general, el buen jugador construye su propio papagayo. La práctica le ha enseñado las dimensiones más propicias de las distintas partes, las más adecuadas, no solo a la docilidad y movilidad del juguete, sino a su manera de juego personal; pues ha de advertirse que no hay un modelo ortodoxo de armadura, y se pueden obtener resultados comparables con armaduras que difieren. También, tal armadura que realiza a perfección determinadas maniobras, resulta menos apta para otras, como precisamente acontece con las facultades y aptitudes de los ingenios humanos. Se obtiene que el papagayo se dirija a voluntad del jugador hacia la derecha o la izquierda, haciéndolo “quebrar”. La maniobra consiste en imprimir al artefacto un movimiento de vaivén, más o menos en el sentido de su propio plano. Lo obtiene el jugador realizando con la mano que tiene la cuerda una serie de movimientos alternativos traducidos en templones más o menos enérgicos. Cuando el templón es hacia la izquierda, el lado del papagayo que está hacia la derecha del jugador experimenta una sacudida, se inclina y corta el aire, avanzando en su propio sentido; el templón inmediato es hacia la derecha: el lado izquierdo es el que se inclina y avanza en su sentido. Regulando los impulsos, de modo que siempre sean de mayor energía los que hacen avanzar en una de las dos direcciones, el artefacto progresará hacia donde le impone el jugador con un movimiento intermitente que recuerda el de la proa de un barco de vela con buen viento. Repitiendo la serie de impulsos con energía y rapidez, sucede algo análogo a lo que ocurre en la bicicleta manejada con precisión y velocidad: los titubeos del artefacto como los de la rueda se hacen menos aparentes, la trayectoria se aleja del zigzag y se transforma en línea continua. Los equilibrados, quiebran con facilidad y docilidad en ambas direcciones; el eje principal de la armadura se pone horizontal; el rabo se tiende asimismo

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horizontal, como una prolongación del eje de la armadura: el papagayo “se acuesta” y marcha con la mayor elegancia. Según se ve, el quiebre del papagayo es el resultado de una armonía completa entre todos los elementos del juguete. Si uno de los lados pesa más que el otro; si la armadura no es simétrica; si un frenillo es más largo que su controlador; si el rabo es demasiado rígido o con peso exagerado, la armonía está rota y el defecto se hará sentir en el quiebro; el juguete quebrará con torpeza y desaire; o quebrará bien hacia un lado y mal hacia el opuesto; o exigirá grandes esfuerzos para impulsarlo a quebrar; ni más ni

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menos que una montura de “mala boca”, rebelde a la rienda. El buen “quebrador” obedece al mínimo esfuerzo. Cuando el jugador quiere juntar a la velocidad, la fuerza, quiebra “manijando”, es decir, recogiendo cuerda. Como esta operación es también alternativa y de ambos brazos, no es difícil realizarla, imprimiendo a la vez mayor energía a una dirección y reproduciendo un quiebro rápido y enérgico. Así se procede para “picar”. La maniobra del quiebro suele ser preparativo para una jugada por mera diversión o encaminada a un fin necesario. Cuando el quiebro es continuado y veloz, el papagayo concluye por dar una vuelta, o dos, o un remolino... o se va “de cabeza”. Para obtener a voluntad la vuelta, el jugador acelera los impulsos, aumentando a la vez la decisión de los templones. Llega un momento en que la cabeza superior del papagayo se inclina hacia abajo con violencia; el jugador aprovecha esta postura; da un templón más resuelto en el sentido de la inclinación, y provoca la vuelta del papagayo. Esta vuelta puede ser de gran radio y majestuosa; o corta y veloz, según las condiciones de la armadura. El segundo caso es más propicio para convertir la vuelta en remolino. Repitiendo el impulso en el preciso momento en que el artefacto ha concluido la vuelta, se provoca una segunda y otra, y sirve, ya para distracción del jugador, ya para acercarse en buenas condiciones a otro papagayo con fines hostiles...

Santiago Key Ayala (1874-1959) Edición Número Trescientos ocho. Año 07. ÉPALE CCS

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