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No75 l mayo 2018
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Año VI. Mayo 2018. Número 75 lDirector: Javier Covo Torres l Consejo Editorial: Javier Covo Torres, Roger Campos Munguía, Roberto Mac Sweeney Salgado, Ileana Reyes Campos, Nancy Walker Olvera lDirección de diseño: Sara Covo Reyes lDirección administrativa: Ileana Reyes Campos l Ventas: María Camila Guerrero e Irene Covo Reyes l Revista mensual, Mayo de 2018 Tel: (999)1955843. Email: cobadivulgaciones@gmail. com. Los derechos de reproducción de los textos aquí publicados están reservados por revista way. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 75- 2018 - 082012144500 - 102. Domicilio de la publicación: Esquina 55 por 64 Col. Centro. CP 97000. Mérida, Yucatán.
923 15 50 9991 57 50 53 La Casa de donia Way
Piensas en las diez personas que hacen puch tu corazón, linda hermosa; por eso traes el dulce de tu kilo y medio de azúcar, tu kilo y cuarto de pepita de calabaza limpia, tu pintura vegetal del color rosa de tus apapachos y tu frasquito de agua de azahar, que salva del vendaval del olvido la ternura inolvidable de tu chichí. Mueles en el molcajete de la vida la pepita de los momentos amargos hasta convertirlos en arena de tiempo ingrávido que cae sobre una melaza fría de azúcar transmutada por fuego y agua de azahar. Enciendes la llama suave y mueves todo sin detenerte a pensar porque revelas tu querencia en cada vuelta hasta que llegas al corazón de los tuyos, y cuando ves el fondo del crisol, sabes que es momento de vaciar tu caramelo amoroso
y apacible en botecitos de madera forrados con papel parafinado. Regresas al fuego a derretir el dulce que te sobra para pintarlo con los colores de la niñez; de esos pequeñines que te devuelven la magia y el asombro de unos ojos abiertos, de besos fugaces y risa inocente. Terminas de colmar tus cajitas con este almíbar colorido y esperas con fe, como sólo una madre sabe esperar, para sacar de sus moldes uno a uno esos mazapanes de pepita que nos convirtieron en lo que somos y nos llevaron en volandas sobre los territorios inverosímiles del color del sol y las comarcas de crepúsculos donde resplandecen hoy y por siempre los tintes dorados de tu dulce corazón de calabaza.
donia way al volante Día 1. ¡Aprobé mi examen! Puedo tener la guía yo sola, sin que mi maestro la agarre gritando “¡Sentido contrario!”, “¡frena, frena, que es chop calle!”. Ma’are tú, no sé cómo no me volví sorda estos últimos tres años. Día 2. En la Escuela de Manejo me hicieron mi despedida con helado y pastel de tres leches. Todos salieron a tomar la copa para celebrarlo. No es para tanto, ¿ah? Día 3. Compré mi coche, pero, tuve que dejarlo en la concesionaria para que le cambiaran la defensa de atrás. Al salir confundí la reversa con la primera. Día 4. Ya que me dieron mi coche me fui a dar la vuelta al Paseo de Montejo, pero creo que todos tuvieron la misma idea porque los coches me seguían tocando el claxon como si México acabara de ganar el Mundial. Para seguirles el juego bajé mi velocidad de 10 a 5 Km/h. A todos les gustó porque se pegaron al claxon con más ganas. Día 5. Tengo vecinos de lujo. Llenaron la calle con carteles de “Atención a las maniobras”. También me señalaron con pintura blanca un sitio grandotote para estacionar y prohibieron a sus chamaquitos salir a la calle mientras duraran las maniobras. Día 6. No sé qué les pasa a los demás. Me rebasan tocando el claxon y haciéndome gestos. Ayer uno hasta apuntó al cielo con el dedo. Casi choco cuando viré a ver qué señalaba. Menos mal que iba a mi velocidad de 10 Km/h.
Día 7. Ma’are, la gente es rara, ¿ah? Además de hacer gestos con la mano están siempre gritando. Yo ni les escucho porque llevo mis cristales subidos, aunque a uno le oí decir “¡Vete a tu casa!”. No sé cómo supo para dónde iba. Cuando encuentre el botón que baja los cristales le pregunto. Día 8. ¡Máare, qué oscura está Mérida! Hoy salí de noche y tuve que poner mis luces altas porque no veo nada. Todos los coches estaban de acuerdo conmigo porque también ponían y quitaban sus luces altas como si estuvieran espantando bichos. Día 9. Lo que me temía: un accidente. Entré en la rotonda del Monumento a la Bandera y como había tantos coches (yo conté como tres), no pude salir. Di vueltas pegadita al monumento. Di tantas que me pasé a marear, me monté en la escarpa y subí las escaleras. Casi me doy contra el maya de la lucecita. Yo digo que en las rotondas nada más debía circular un coche a la vez. Día 10. Estoy de malas. Cuando saqué el coche del taller me confundí de pie y metí todo el acelerador en lugar de frenar. Salí disparada y le sumí todo el lado derecho a un coche que venía. En medio del humo salió el conductor. ¡Era mi maestro de manejo! No sabía que era tan religioso porque cuando yo le decía que era mi culpa, el levantaba los brazos al cielo y gritaba una y otra vez: “¡Que dios me perdone, que dios me perdone!”
Serenata para m haciendo “click amá ” aquí.
¡O sole mio! ¡Oh, Cenzontle! ¿Quién no ha oído hablar del cenzontle?. Si hasta Alejandro Sanz en su último disco, ése que dice que la música no se toca, cita un poema que habla de este pájaro trovador. Yo estaba regando mis chiits cuando lo vi. Nunca lo había tenido tan cerca, y qué bonito estaba en las ramas del xkanlol, todo grisáceo con sus alas negruzcas. Pude darme cuenta que era joven por lo intenso de sus ojos amarillos, pero es raro que esté tan cerca del suelo porque prefiere las ramas más altas; en la ciudad lo he visto cantando en la cima de los postes, y cuando digo “cantando”, es en serio porque este polinizador está superdotado para el canto. Así que si oyes un chur, chuiii y chuí-o, búscalo, que seguro está en el cable del teléfono afinando la voz. Si lo observas con calma verás cómo este Pavarotti alado despliega su talento cantarín imitando la llamada de otros pájaros, los sonidos de los animales, ¡y hasta los ruidos de las máquinas, mi purux!, que este de pronto arrancó a imitar, ¡la bomba del agua! Máare, con esa voz privilegiada y ponerse en el plan de llenar el tanque. Menos mal era de mañana porque el cenzontle canta más fuerte al atardecer, cuando el sol está sobre el horizonte. En el fondo, como todo yucateco, es un romántico perdido, y si por casualidad ves que empieza un aria en lo alto de una percha y se lanza a volar en círculos con las alas abiertas mostrando sus hermosas manchas blancas, para luego aterrizar en la percha sin romper la nota, pueden estar sucediendo dos cosas: o está en plan narcisista (que algo se eso tiene este pajarillo vanidosón), o hay cerca una cenzontle de ojos matadores que lo trae chancleteando las escarpas. Entonces, ¡agárrate, ninia!, que lo vas a ver haciendo marometas subiendo al cielo en espiral
para descender planeando con las alas extendidas demarcando su terreno de conquista donde ningún otro cenzontle, por muy macho que sea, estaría dispuesto a demostrarlo sin sufrir una lluvia de picotazos. Y todo esto cantando, porque este pájaro, que los mayas conocían como xk’ok’, le hace honor a su nombre: la palabra cenzontle viene del náhuatl Centzontototl, formado de centzontli, (cuatro cientos) y Tototl ,(pájaro, ave). “Ave de las cuatrocientas voces”, así le pusieron porque sabían que puede tener un repertorio de entre 50 a 200 canciones. Lo de “cuatro cienta s” de seguro es una exageración del Tatloani de Texcoco, el gran Nezahualcóyotl, quien estaba tan embelesado con su belleza que le escribió este poema: Nehuatl nictlazotla in centzontototl icuicauh / nehuatl nictlazotla in chalchihuitl Itlapaliz / ihuan in ahuiacmeh xochimeh; / zan oc cenca noicniuhtzin in tlacatl, / Nehuatl nictlazotla. Yo tampoco entendí, por eso le hago su traducción simultánea: Amo el canto del cenzontle, / pájaro de cuatrocientas voces; / amo el color del jade y el enervante perfume / de las flores; / pero amo más a mi hermano / el hombre. ¿No lo conocías? ¡Máare, lo llevas en la billetera, purux! Está escrito en los billetes de $100. Y si no tienes siquiera un billete de cien en la bolsa, ninio, mejor saca tu jicarita y ponte a cantar en la calle, pero eso sí, lo más lejos que puedas de un cenzontle.
DÍMELO EN YUCATECO Curiosidades de mi yucabulario
La Chichí
Es la manera más cariñosa que tenemos de llamar a las abuelitas en Yucatán; y hasta los abuelitos, porque le decimos chichito.