Una aproximación al vínculo (de pareja) desde las experiencias del tiempo y del espacio.

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Una aproximación al vínculo (de pareja) desde las experiencias del tiempo y del espacio

Gustavo F. Del Cioppo *

Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, Tomo XXXIV, Nº 1, 2011, pp 117-132


(*) Licenciado en PsicologĂ­a. Miembro Activo AAPPG. Docente UBA. E-mail: gdelciop@psi.uba.ar


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«El espacio comienza y termina donde el verbo lo indica»

1. Punto de partida Comenzaremos por definir algunos conceptos que nos permitirán circunscribir y operar en el campo de problemáticas a las que nos queremos abocar. En primer lugar, propondremos concebir un vínculo,1 como aquella experiencia compleja en la que dos otros no pueden sino verse alterados por el ir haciendo juntos; resultando así, un nosotros con efectos de inter-subjetivación y variación de la mismidad. Transitar dicha experiencia implica y requiere de un trabajo específico al que denominaremos trabajo con la otredad. Éste conlleva por lo menos dos niveles de ejecución: en el primero situaremos el «saber-hacer» con la alteridad; y en el segundo, el «saber-hacer» con la ajenidad.2 En el primero se tratará del reconocimiento y metabolización del otro como semejante-diferente, cada vez. Es decir, del otro en tanto real 3 (distinción respecto del objeto interno y la consecuente relación de objeto). En el segundo, se tratará de la tramitación de aquello del otro definitiva y constantemente incognoscible e irrepresentable, lo real del otro.4 1

Tal como lo indica el título del trabajo, estaremos hablando preferentemente del vínculo de pareja, aunque no excluyentemente. 2 Dejemos aquí señalado –ya que no lo abordaremos en esta ocasión– que el campo de la otredad también implica un nivel de trabajo intrasubjetivo, es decir, con lo otro en mí. ¿Podríamos decir también con «lo-otro-mío-en-mí»? 3 Propuesta conceptual trabajada por Carlos Pachuk (2003). 4 Idem.


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Hablamos entonces de una tensión a resolver y sostener, un equilibrio, ya que el otro será siempre en su alteridad y ajenidad, un incesante por-venir. A la vez, suplementariamente, denominaremos estilo vincular al repertorio de modos de «saber-hacer» de un vínculo. Valiéndonos entonces de las definiciones precedentes, centraremos nuestro interés en tratar de elucidar cómo un estilo vincular expresa los alcances y/o calidad del trabajo con la otredad. Para ello, constituiremos como analizador privilegiado –y por lo tanto parcial– lo que definiremos como la experiencia del tiempo-espacio-entre-dos y al interior de la misma, sus diferentes configuraciones posibles.

2. El tiempo-espacio-entre-dos 5 «Vos no me entendés, no es sólo estar juntos mucho o poco rato en un lugar lindo, es poder compartir, pasarla bien, relajarnos un poco, encontrarnos...». Hablar del tiempo no es referirnos exclusivamente a una extensión sobre la cual se imprimen los avatares de nuestra vida; es, como dirá Merleau-Ponty, no «...una línea, sino una red de intencionalidades» (Merleau-Ponty, M., 1945, pág. 425). En otras palabras, no es pensable sino abarcamos además de su dimensión objetiva (el tiempo «observado por nadie desde ningún lugar»), su dimensión vivida: aquella en la cual la primera es «afectada» por lo subjetivo (el tiempo «vivido por mí desde mi corporalidad y deseo») y por lo vincular (el tiempo «vivido por nosotros desde nuestro vínculo»). A partir de ello, estaremos diciendo que la experiencia del tiempo (o temporalidad), se irá desplegando y configurando 5

Janine Puget habla –con otros alcances– del «espacio-entre-dos».


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al ir haciendo, y consecuentemente, al ir haciendo junto con el otro: al irnos subjetivando y vinculando. Por otro lado, nunca se presenta en forma aislada, se entrama significativamente con otras experiencias y en especial con la del espacio (o espacialidad). Esta a su vez, tampoco es pensable exclusivamente desde coordenadas objetivas, ni oficiando como una superficie receptora o como una extensión desolada. Es también un ejercicio de posibilidades, de apropiación: un habitar. Por lo mismo, será siempre una «espacialidad de situación» (Merleau-Ponty, M., 1945, pág. 117) y estará también constituida desde lo subjetivo y en lo vincular. Dicho de otro modo, cualquier regulación que haga –por ejemplo– a la distancia y/o proximidad, reconocerá como punto cero o coordenada primera, a mi corporalidad; pero a la vez, en situación: es decir, que reconocerá también como afectación y/o referencia privilegiada al otro. Como dice Pélicier: «L’espace humain n’est pas le desert. Il est entiérement pénétré par le monde des relations» (Pelicier, Y., 1983, pág.14). A la trama resultante del con-fluir de ambas experiencias en los vínculos, la llamaremos «tiempo-espacio-entre-dos». Cada vínculo dará cuenta de su particular modulación del tiempo-espacio-entre-dos en la especificidad de sus intercambios y producciones (desde donde podremos inferir además, sus encuentros y desencuentros; o como veremos, sus predominancias vinculantes o desvinculantes). Si sostenemos además que, a todo vínculo, le es requerible un cierto grado de estabilidad; si ese ir haciendo juntos y esa modulación del tiempo-espacio-entre-dos expresan en algún sentido duración, resulta pertinente preguntarnos por eso «estable» que se da en la interacción y tensión, entre permanencia y cambio.


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Dos líneas de sentido se destacan al momento de pensar lo estable: una que tendería al no cambio como condición de existencia, es decir que algo «se mantiene sin peligro de cambiar, caer o desaparecer».6 La otra se orientaría a la noción de equilibrio, siendo permeable a la idea de cambio: es aquello «que mantiene o recupera el equilibrio».7 Entre las definiciones posibles de equilibrio destacaremos aquellas que, por ejemplo, apuntan a: «…armonía entre cosas diversas», «Actos de contemporización, prudencia o astucia, encaminados a sostener una situación, actitud, opinión, etc., insegura o dificultosa».8; 9 Desde este enfoque entonces, propondremos dos configuraciones posibles de lo estable en los vínculos. La primera o «permanencia estática», nos habla de intercambios y producciones donde lo estable es lo inercial, lo indiferenciado, lo repetitivo e incluso –acaso paradójicamente– lo impulsivo y/o violento (pensando aquí, sobre todo, en aquellas situaciones «naturalizadas» y/o «cíclicas»); terreno donde las experiencias temporales y espaciales, se tornan restrictivas y coagulantes. La segunda o «permanencia dinámica», es en cambio aquella donde lo estable es un fluir, un equilibrio que va promoviendo intercambios y producciones de distinto tipo que permiten procesos de diferenciación, reconocimiento y subjetivación, que posibilitan una circulación no restrictiva de las experiencias, una complejidad creativa. Ambas configuraciones «dicen» acerca de la modulación de la experiencia del tiempo-espacio-entre-dos; «expresan» 6

7 8 9

Diccionario de la lengua española. Real Academia Española (Vigésima segunda edición), en: http://www.rae.es Idem. Idem. ¿No es siempre un vínculo una situación insegura o dificultosa? No como consecuencia de un obrar u otro, sino como quehacer estructural al que denominamos «trabajo con la otredad».


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la predominancia vinculante o desvinculante de la misma; y consecuentemente, «informan» acerca de la calidad y alcances del trabajo con la otredad. Dicho de otro modo, todo ello nos permite elucidar aspectos significativos y/o predominantes del estilo vincular de un vínculo en general, o del mismo frente a una situación o problemática específica. Podemos sostener entonces, que en su devenir, un vínculo puede reconocer variaciones en su estilo vincular; las cuales a la vez pueden indicar alternancias entre las distintas configuraciones de lo estable («permanencia estática» y «permanencia dinámica»). En otras palabras –aunque pueda resultar obvio, vale la pena aclararlo– un vínculo no es estrictamente asociable a un único estilo vincular. Esto lo registraremos rápidamente, si pensamos por ejemplo, en aquellas situaciones que –retroactivamente– pueden «marcar» a una pareja; dentro de las más comunes podemos señalar el nacimiento de un hijo, la convivencia, una migración, un duelo, etc. Encontraremos allí expresiones que muchas veces refieren a un antes y un después, que perfectamente podría ilustrar la alternancia o el pasaje –con potencial riesgo o beneficio de permanencia– de una configuración a otra: – «Desde que nació Lucas estamos así todos los días, peleándonos, ya no podemos siquiera compartir algo lindo como nuestro hijo…». – «Todo empezó cuando empezamos a convivir, todo es un problema, nada fluye…». – «Cuando vivíamos en Mercedes, en la casa familiar, no podíamos hablar, no nos comunicábamos, ahora eso cambió…». – «Desde que murió el padre, se encierra, ya no escucha, no existo para él, ni nos rozamos, pasamos a ser dos extraños, estamos y punto…».


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2.1. Pausa y Ritmo10 «De tanto que hablás y no parás, no dejás un silencio para dejar al otro ser». Pausa, significa «breve interrupción del movimiento, acción o ejercicio»11 y en música es ese «breve intervalo en que se deja de cantar o tocar».12 En ambas definiciones se puede inferir una suerte de discontinuidad en un marco de continuidad, ya que se resalta la condición de breve, como duración de la interrupción o del intervalo. La pausa es entonces esa dinámica que resulta –valiéndonos de Derrida– en un «devenir-espacio del tiempo»,13 que desde nuestra perspectiva implicará un dar y hacer lugar al otro, y consecuentemente, un dar-se y hacer-se lugar junto con el otro.14 Será en tal caso, promotora de encuentro, facilitadora del mismo. Ahora bien, considerando la permanencia en simultaneidad con la dinámica, podemos pensar que por y en el ir haciendo junto con el otro, se configuran también ritmos. 10

Una aproximación a estas ideas de «pausa» y «ritmo», tuvo lugar en el trabajo grupal sobre «Temporalidad» en la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo en el que participé junto a Elena Berflein, Alejandra Besozzi, Inés Carcaci, Marina Selvatici y Adriana Zadunaisky, en 2003. 11 Diccionario de la lengua española. Real Academia Española (Vigésima segunda edición). 12 Idem. 13 Derrida, J. (1968) La Différance. Conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa de Filosofía, el 27 de enero de 1968, publicada simultáneamente en el Bulletin de la Societé française de philosophie (julioseptiembre, 1968) y en Theorie d’ensenble (col. Quel, Ed. de Seuil, 1968); en Derrida, J., Márgenes de la filosofía, traducción de Carmen González Marín (modificada: Horacio Potel), Cátedra, Madrid, 1998. 14 En Y mañana, qué… Derrida aclara en diálogo con Roudinesco que la différance no es una distinción ni una esencia ni una oposición, sino un movimiento de espaciamiento, un «devenir espacio» del tiempo, un «devenir tiempo» del espacio, una referencia a la alteridad.


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Ritmo, etimológicamente nos remite al griego «fluir». Puede definirse como ese «orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas»15 y también como «grata y armoniosa combinación y sucesión de voces… pausas y cortes…».16 Para la música, el ritmo es la condición misma de su existencia. En efecto, ésta se constituye por relaciones entre los sonidos y no por los sonidos mismos y fundamentalmente por relaciones con los intervalos o pausas. Se trata de una «…proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente, o entre los tiempos de dos movimientos diferentes».17 Estaría aquí implicada la noción de diferencia: sin diferencia no hay ritmo. Diferencia e intervalo o pausa hacen al ritmo. En este sentido cada vínculo, a partir de su modulación de la experiencia del tiempo-espacio-entre-dos (y del trabajo con la otredad), compone ritmos que integran el estilo vincular. Se requerirá de una dedicación suficiente y consistente para que –en su conjunto– ello pueda resultar en fuente de placer, y no de disonancia, ni malestar, ni sufrimiento; dando lugar a una consonancia vinculante. Será en la configuración de la «permanencia dinámica» entonces, donde encontraremos facilitada esa consonancia vinculante. En ella, la pausa devendrá un esperarse y espaciarse, un horadar lo inercial del mero estar, para poder darse a un habitar abierto a la novedad; y consecuentemente, a la inter-subjetivación y variación de la mismidad. Ahora bien, en nuestra práctica clínica con parejas, nos encontramos con situaciones en las cuales la pausa no logra 15

Diccionario de la lengua española. Real Academia Española (Vigésima segunda edición). 16 Idem. 17 Idem.


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configurarse; y por lo tanto, se ve dificultada la posibilidad de sostener una práctica que permita componer y desplegar un ritmo y un estilo vincular con efectos complejizantes. Esto podemos «escucharlo» en demandas vehiculizadas a través de expresiones que implican ya un cierto grado de interrogación y/o reflexión (entiéndase que esto no representa garantía pronóstica alguna), por ejemplo: «Él no logra hacerse un espacio para que estemos juntos; y si lo estamos, es a las apuradas, difícilmente termina bien». «Nos resulta difícil con los chicos y el trabajo tener tiempo para nosotros; y cuando lo logramos, seguimos hablando de los chicos o no sabemos qué hacer...». «Nuestras salidas son puro conflicto, parece mentira pero decimos tener ganas de salir y luego parece que si no peleamos nos desinflamos». O más crudamente –por así decirlo–, en demandas que distan considerablemente de la interrogación/reflexión y se estructuran en diversos niveles de actuación y/o impulsividad, de desborde pulsional. Veámoslo insinuado en este recorte de sesión de primeras entrevistas: Ella: Yo no sé lo que le pasa (solloza) desde el sábado que no me habla y duerme en un colchón, tirado en el living… Él: ¿¡Terminaste!? (Interrumpiendo). Ella: ¿Decime qué te pasa?, en casa de mi suegra me empezó a hablar mal, a humillarme delante de ellos, me basurea, me empuja… Y yo no puedo más, tengo mucho ya (llorando). Él: El sábado lo que pasó es que estábamos en el lugar de las cerámicas y en un momento yo no entendía lo que ella le decía al vendedor, le pregunté y me contestó gritándome de-


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lante de todos, con esa soberbia que tiene y a mí me sacó, me saca que… Ella: No fue así… (Interrumpiendo). Él: Pero vez que no se puede hablar, que empiezo y te superponés y ya no puedo hablar (Poniéndose de pie y gritando). El sufrimiento en estos vínculos a menudo queda expresado en episodios repetitivos y gozosos, impregnados por fenómenos de violencia de distinto tipo. En esas consultas, transitamos sesiones plagadas de sucesivas y reiteradas escenas donde la pura especularidad tensa y decide los intercambios. En la dinámica discursiva de las mismas, reinan las interrupciones, las superposiciones y los desaires. Consecuentemente, fenómenos (clínicos) como el reproche, la desconfirmación, la indiferencia, la descalificación, la agresión, etc., suelen ser figuras privilegiadas. Podríamos entonces reformular la cuestión a partir de la siguiente pregunta: ¿en qué estilo vincular es perfectamente posible un acontecer y/o sufrimiento como ése? Responderemos que cuando la modulación de la experiencia del tiempo-espacio-entre-dos produce como configuración predominante la «permanencia estática», aquello es perfectamente posible. Son situaciones clínicas donde constatamos que ese «devenir-espacio del tiempo», ese «esperarse y espaciarse», es difícilmente viable. La posibilidad de escucharse y reflexionar, debe ser construida con las intervenciones del analista (incluso a veces en forma explícita y/o como función de encuadre). Lo que en nuestras palabras podría ser, causar la pausa y así poder «equivocar» y entonces «variar» el ritmo que vienen componiendo.18 18

¿Podremos sostener también, que la pausa bien podría actuar como indicador de la permeabilidad a la terceridad en un vínculo?


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Intentemos acercarnos entonces, al posible proceso a través del cual los distintos fenómenos de violencia referidos, resultan ser la expresión privilegiada de un vínculo, al verse el mismo emplazado a un régimen de «permanencia estática».

3. De la diferencia a la disonancia «Nos duele sostener esa luz tirante y distinta» J. L. Borges

De algún modo podemos pensar que la presencia del otro implica siempre una cierta forma de violencia en tanto imposición de alteridad/ajenidad; y, por ende, una conminación o exigencia de tramitación insoslayable. Por ello, cuando el trabajo con la otredad no puede sostenerse suficientemente, puede mudar (¿en exceso?) y así emprender una escalada que rápidamente se desliza de la intolerancia a la violencia. Al decir de Rebok: «La violencia representa aquel punto del círculo infernal en el que se abrasan la omnipotencia con la impotencia, y estimulan entre ambas el crecimiento del desierto» (Rebok, M. G., 1982, pág. 38). La diferencia entonces –en tanto rasgo ostensivo de la otredad– será interpretada continuamente como lo hostil y amenazante, y se pretenderá suprimirla en un vano intento por no asimilarla. Precisamente, quien ejerce la violencia sobre un otro, lo hace por medio de un doble movimiento en el cual reconoce al otro como tal, es decir como semejante y significativo para él (primer nivel del trabajo con la otredad); y al mismo tiempo lo violenta con pretensión de doblegarlo, someterlo y controlarlo, no haciéndole lugar, creyendo destituir así la diferencia.


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El tiempo-espacio-entre-dos, el con-vivir mismo, resulta entonces en asimetría y disonancia, en nefasta dialéctica que horada y restringe el mundo de la experiencia común, el nosotros. La dinámica de la pausa resulta desalojada, y a la vez, el trabajo con la otredad cede en su calidad y alcances. El estilo vincular así forjado, denota tal insuficiencia y es el paraíso del «eterno retorno de lo mismo» –para utilizar la expresión de Niezstche. La violencia expresa entonces el fracaso del vínculo (en su potencia creativa y complejizante). «La violencia constituye un estampido sonoro que aturde e irrumpe en la cadencia del ritmo, pulverizando el vínculo».19

4. De la disonancia a la situación analítica «Hay como ruido en nuestra comunicación, no puedo hacer que me entienda, es muy desgastante». Podríamos arriesgar que la disonancia, a través de sus distintos y singulares modos de presentación, es la forma general en que se expresa el malestar con el que las parejas nos consultan. Es por ello que, el poder configurar una demanda de tratamiento en una situación analítica, es deudor de la pausa; acaso la situación analítica misma pueda pensarse como propuesta de pausa. Dicho de otro modo, la situación analítica puede devenir escenario privilegiado para la configuración de la pausa. Y que tal como la hemos concebido (aquella dinámica que resulta en un «devenir-espacio del tiempo», un dar y hacer lugar al otro, y consecuentemente, un dar-se y hacer-se lugar junto con el otro), la misma resulte en la posibilidad de componer un nuevo ritmo. El cual a la vez, como ya señalamos, 19

Borchardt, Mara.


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permita variar el estilo vincular con la expectativa de que el mismo contemple entonces, otra calidad y alcances del trabajo con la otredad. Aquí, el «saber-hacer» estará en que en ese recorte del tiempo-espacio-entre-dos, que se ofrecerá ante nosotros (y con nosotros) en la sesión analítica de pareja, podamos intervenir de forma tal, que otra modulación vaya siendo posible. Y si esto se logra, dicha experiencia (devenida recurso) podrá potencialmente por sí misma, aspirar a una consonancia vinculante como nueva posibilidad en el repertorio de modos de «saber-hacer» de ese nosotros.

Bibliografía Diccionario de la lengua española. Real Academia Española (Vigésima segunda edición) en: http://www.rae.es Derrida, J. (1968) La Différance. Conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa de Filosofía, el 27 de enero de 1968, publicada simultáneamente en el Bulletin de la Societé française de philosophie (julio-septiembre, 1968) y en Theorie d’ensenble (col. Quel, Ed. de Seuil, 1968); en Derrida, J., Márgenes de la filosofía, traducción de Carmen González Marín (modificada; Horacio Potel), Cátedra, Madrid, 1998. Merleau-Ponty, M. (1945) Fenomenología de la percepción, Buenos Aires, Planeta-Agostini, 1993.

Pachuk, C. (2003) «El vínculo: esa incógnita», en: Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Tomo XXVI, Nº 2, 2003. Pélicier, Y. (1983) «Introduction: la spatialité», en: Espace et Psychopathologie, Paris, Ed. Económica, 1983. Puget, J. (2005) «Desvincularse como decisión-estar separados», Conferencia Anual del Departamento de Pareja de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 2005. Rebok, M. G. (1982) «Antropología de la violencia», en: Escritos de Filosofía, Año V, Nº 10, Julio-Diciembre 1982.


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Resumen Comenzando por definir conceptos como vínculo, trabajo con la otredad y estilo vincular, el autor se propone elucidar cómo un estilo vincular expresa los alcances y/o calidad del trabajo con la otredad. Para ello, concibe como analizador privilegiado lo que denomina experiencia del tiempo-espacio-entre-dos y, al interior de la misma sus diferentes configuraciones posibles («permanencia estática» y «permanencia dinámica»). A la vez, aparecen la pausa y el ritmo como producciones vinculares significativas; así como, la disonancia y la consonancia vinculante. Finalmente plantea considerar la situación analítica como propuesta de pausa; y el «saber-hacer» del analista de pareja para que la consonancia vinculante pueda en potencia, formar parte del estilo vincular. Palabras clave: Vínculo. Estilo vincular. Tiempo. Espacio. Pausa. Ritmo.

Summary An approach to (couple) relationship from the experiences of time and space Describing concepts such as relationship, work with the otherness and relationship style, the author aims to clarify how a relationship style expresses the extents and / or quality of the work with the otherness. For this purpose, he establishes as a privileged analyzer what he defines as experience of timespace-between-two and within it, its different configurations: «static permanence» and «dynamic permanence». At the same time, pause and rhythm surface as significant relational productions, as well as dissonance and consonance binding. Finally, he suggests considering the context of analysis as a proposal for pause; and the know-how of the couple analyst so that the consonance binding could, potentially, be part of the relationship style. Key words: Relationship. Relationship style. Time. Space. Pause. Rhythm.


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Résumé Une approche au lien (de couple) à partir de l´expérience du temps et celle de l´espace L´auteur se demande comment un style de lien rend compte de la qualité et de la portée du travail avec le tout autre; pour s´expliquer il définit les concepts de lien, du travail avec le tout autre et les différents styles de lien possibles. Il développe son analyse à partir de ce qu´il conçoit comme l´expérience du temps-espace-entre-deux et ses différentes modalités («la permanence statique» et «la permanence dynamique»). La pause et le rythme, la dissonance et la consonance apparaissent comme des productions significatives de lien. Finalement il propose de considérer la situation psychanalytique comme une invitation à la pause; et le « savoir-faire» du couple psychanaliste pour faire de la consonance –potencialment– un possibilité de cette style de lien. Mots clés: Lien. Temps. Espace. Style de lien. Pause. Rythme.

Resumo Uma aproximação ao vínculo (do casal) desde as experiências do tempo e do espaço. Começando por definir conceitos como vínculo, trabalho com a outredade e estilo vincular, o autor propõe elucidar como um estilo vincular exprime os alcances e/ou qualidade do trabalho com a outredade. Para isso, concebe como analisador privilegiado o que denomina experiência do tempoespaço-entre-dois, e ao interior da mesma, suas diferentes configurações possíveis («permanência estática» e «permanência dinámica»). Assim mesmo aparecem a pausa e o ritmo como produções vinculares significativas; e além a dissonância e a consonância vinculante. Finalmente propõe considerar a situação analítica como proposta de pausa; e o «saber-fazer» do analista de casal para que a consonância vinculante possa em potencia, formar parte do estilo vincular. Palavras chave: Vínculo. Estilo vincular. Tempo. Espaço. Pausa. Ritmo.


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