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PILOTE DE GUERRE
Antoine de Saint-Exupéry,
Por: Juan Antonio José**
Pilote de Guerre o “Piloto de Guerra” en español, es una obra literaria del año 1942 que narra la experiencia del comandante de una aeronave Bloch 174 en una misión de reconocimiento sobre la ciudad francesa de Arrás, escrita por el autor y aviador galo Antoine de Saint-Exupéry. Nacido en Lyon,
Francia, el 29 de junio de 1900 y desaparecido en el mar Mediterráneo el 31 de julio de 1944, este hombre es universalmente recordado por ese “Principito” cuya visita a un desierto terrestre y el encuentro que ahí tuvo con un aviador en problemas con su avión, lo que no queda claro si se trata de una fábula infantil, un ejercicio de moralismo o, como da la impresión, sea una profunda evocación a una niñez perdida, quejándose de las realidades de haberse convertido en adulto.
Tanto es así, que el pequeño gentilhombre de rubia cabellera y aristocrática vestimenta que protagoniza la historia, decide aceptar la invitación de una venenosa serpiente y dejarse morder por ésta para permitirle,
“aparentemente muerto”, regresar a cuidar de su caprichosa pero única rosa en el Asteroide B-612 del que originalmente partió empleando una parvada para llegar a la Tierra, camino en el que tuvo sendos encuentros con originales habitantes de otros planetas, descritos con particular sarcasmo a lo largo de la narración.
Tal y como sucede con otros grandes aviadores que también han sido hombres de letras, como el caso de Charles A. Lindbergh o de Richard Bach (ambos unidos a Saint-Exupéry por diversas razones), cuesta trabajo distinguir en éste al
piloto civil del militar, con la salvedad de que formaba parte de ese grupo de entrañables colegas de vuelo (Jean Mermoz y Henri Guillaumet, por citar a los más conocidos) quienes bajo el mando del severo e implacable Didier Daurat (otrora piloto en la Primera Guerra Mundial), al frente de lo que originalmente se conoció como “Líneas Aéreas Latecoere” y posteriormente nada menos que como Aeropostale, protagonizaron algunas de las páginas más románticas de esa aventura que fue el nacimiento de las grandes aerolíneas del orbe. Antoine era paradójicamente el más nacionalista de ellos, y por ende, el más comprometido en morir por su patria (Francia), pero también resultó el más humano y también humanista del grupo.
El siguiente texto, recuperado por cierto de “Piloto de Guerra” lo dice todo: “El hombre que soy y el niño que fui son la misma persona; el tiempo, insensiblemente por la marca que dejan los sucesos, transforma la apariencia: esta cicatriz, este otro cabello que falta, esta arruga en el rostro, aquí una huella de una sonrisa repetida, allá el rastro de las zozobras o de tormentos secretos…” cita lo que nos lleva a esas cartas personales que escribió al concluir su vida, en una de las cuales que fecha en 1943, dijo a su destinatario: “No me importa si muero en la guerra... pero si regreso vivo. ¿Qué es lo que voy a decir a la humanidad?”; mientras que en la otra, escrita en la Isla de Córcega, poco antes de morir, dice: "Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica”.
Luego de comentar este autor el contenido de ésas misivas con su desaparecido amigo el doctor César Pérez de Francisco, también estudioso de la vida y obra de este crecientemente grande personaje del imaginario popular, le regaló las siguientes palabras: “Convertir a Saint-Exupéry en mártir abatido por un criminal nazi... que leía "El Principito"... rubricaría patrióticamente la estatura ética y gloriosa del Conde liberal“.
En el año 2015 quien esto escribe tuvo la oportunidad de compartir dicha opinión, nada menos que con el anteriormente mencionado autor y piloto civil y militar norteamericano Richard Bach, célebre por el “Juan Salvador Gaviota” que nos regaló y uno de los más grandes admiradores de Saint-Exupéry que se haya conocido, y quien vía correo electrónico dijo generosamente a quien firma este artículo, que creía, sin dar más detalles o evidencia de ello, que el distraído piloto francés fue derribado por otro alemán al mando de un Focke-Wulf FW-190 en su última misión de reconocimiento aéreo.
Y que portando el uniforme de los pilotos militares franceses, al mando de un Lockheed P-38-F5B “Lightning”, Número de Serie 42-68223, asignado como aviador al Grupo 2/33 de Reconocimiento del Escuadrón 31, eventualmente establecido en un campo aéreo cercano a Borgo (Bastia), Córcega, literalmente se robó del rol de vuelos, sabedor de que, dada su edad, condiciones físicas y prestigio nacional, muy posiblemente ya no le serían autorizadas más misiones de las que de por sí había logrado extraer a duras pe-
nas. Y mediando esa natural e inocua sinvergüencería que le caracterizaba, obtuvo, tanto de sus mandos franceses (en este caso con virtual complicidad) como de los altos mandos norteamericanos (a los que tenía verdaderamente fastidiados por esa insistencia suya de pretender morir por Francia al mando de un P-38 provisto por las fuerzas aéreas de los Estados Unidos) el reconocimiento que le fue formal y oficialmente otorgado por el gobierno de Charles De Gaulle en el año 1948, con todo lo que ello significó para su legado.
A diferencia de Lindbergh y de Bach, ambos con claro perfil militar, Saint-Exupéry llega a los 21 años de edad a las alas marciales, luego de haber hecho su servicio militar como mecánico en el segundo regimiento de aviación en Estrasburgo y ya con una licencia de piloto civil, pero sin esa vocación para la disciplina propia de quienes integran las fuerzas armadas, luego de haber fracasado en 1919 en su intento de ingresar a la Escuela Naval Militar. Aún así y sorprendentemente para muchos de quienes estudiamos su biografía, el demandante soñador, introvertido, creativo, distraído, pero hay que reconocerlo, sumamente hábil para los temas mecánicos, no solamente logró adaptarse al medio castrense, sino que logró ascender a puestos de mando, en particular en misiones de reconocimiento aéreo, única rama de la aviación militar en la que podía desempeñarse a gusto “un divo humanista” que se negaba a matar a otros al mando de un bombardero o de un avión de caza, a tripular “aburridas” misiones de transporte táctico o a entrenar a nadie.
Lo cierto es que aún en ésos que bien podría definirse como rígidos ambientes como en los que tienen lugar las labores de los soldados, marinos y aviadores armados, y más aún en plena guerra, Saint-Exupéry se ganó el respeto, camadería y los consiguientes favores de mandos y compañeros de armas.
Mi amigo Toño, tal y como este autor suele referirse a Exúpery, inició su carrera de piloto militar asignado al 37 regimiento de aviación en Casablanca, Marruecos, donde obtuvo su patente de grado el 23 de diciembre de 1921.
Fue promovido a caporal en enero de 1922 y en de ése año se convirtió en oficial de la reserva y luego en octubre, logró el grado de subteniente y la patente de observador de aviación.
Después, el 1 de mayo de 1923, asignado al campo aéreo de Le Bourget (por cierto el mismo en el que cuatro años después aterrizaría Lindbergh al mando de su “Espíritu de San Luis”) sufrió su primer gran accidente de aviación, un poco soprendentemente a causa de un error de evaluación suyo, terminando con una fractura de cráneo, después de lo cual dejó temporalmente el vuelo, tanto civil como militar. En el año 1926 se incorporó, primero en calidad de mecánico y aprendiz, y luego finalmente como aviador, al equipo de Daurat en el aeropuerto Montaudran de Tolosa (Toulouse) de donde partían los vuelos con destino a Dakar, Senegal, con escalas en España, Marruecos y diversos protectorados francoespañoles del Sahara Occidental, rutas que gracias a Mermoz, terminaron por extenderse hasta la Argentina, donde Saint-Exupéry hizo historia en el aerotransporte.
Una etapa importante en su carrera, personalidad y obra literaria tiene lugar hacia 1927 cuando se desempeña como Jefe de Escala en Cabo Juby, hoy día Tarfaya, Marruecos, labor que hizo la mayor parte en solitario y en la que destacó por realizar con éxito valientes e intrépidas misiones de rescate de aeronaves y pilotos accidentados o varados a merced de agresivos y criminales beduinos en el desierto.
Consumado y afamado aviador de aerolíneas y con una obra periodística y literaria de creciente valor, volvió a las armas en el año 1939, es decir, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con el grado de capitán instructor y con la especialidad de reconocimiento aéreo. Aquí ya se incorporó al Grupo Aéreo de Reconocimiento 2/33, inicialmente en Orconte, Francia. Para 1940 ya estaba en el exilio en Nueva York, desde donde se dedicó a promover la entrada de los Estados Unidos a la guerra y en donde escribió “El Principito”.
Considerado por los mandos alia-
dos como un piloto demasiado viejo, logró volver a ponerse el uniforme de aviación militar francesa y partir hacia África, concretamente a Túnez, donde inicia un periplo de gestiones y solicitudes de favores entre sus contactos y entre los generales franceses, quienes finalmente convencieron al general norteamericano Dwight Eisenhower de aceptar que se le reincorpore al Grupo 2/33, que ya disponía para entonces de los veloces “Lightning”, uno de los cuales destruyó por un error de pilotaje, antes de terminar muriendo, tal y como ya se ha descrito, pero con el grado de comandante.
Los restos del P-38 de Saint-Exupéry tardaron casi seis décadas en ser descubiertos en aguas mediterráneas, no así el cuerpo del aviador que se presume, con justificada razón, terminó en una fosa común en Carqueiranne, localidad costera ubicada no muy lejos y al alcance de las corrientes marinas provenientes de la Isla de Riou en cuyos linderos fueron localizados en el año 2003 los restos de su avión (por cierto, sin reportes de impactos de bala) lo que, en opinión de quien esto firma, descarta el supuesto derribo por parte de un aviador alemán. La familia De Saint-Exupéry se ha negado a autorizar pruebas de ADN al cuerpo de ese corpulento aviador decapitado en uniforme francés y recuperado en las cercanías.
Es así que nos atrevemos a presentar ante nuevos lectores en este espacio editorial particularmente enfocado al quehacer de las armas, a un personaje de creciente valor literario y humanista que no dejó de ser todo un nacionalista y un leal, valiente, competente y distinguido piloto militar..
Citas: 1* Académico, historiador y comentarista del acontecer aeronáutico. Miembro activo de la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos.