Revista Awen Número I

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AWEN

REVISTA LITERARIA NÚMERO I AGOSTO 2017

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EDITOR EN JEFE JORGE MORALES CORONA @JORGEMORALESCORONA

EDITORA ADJUNTA VERÓNICA TORRES @VERONICAT2727

JEFE DE REDACCIÓN IGNACIO POVEDA DIAGRAMACIÓN Y DISEÑO JORGE MORALES CORONA FOTO DE PORTADA MAURICIO GARCÍA ILUSTRACIONES JOSEANNY RUIZ


EDITORIAL

DONDE DUERME LA

INSPIRACIÓN Han sido muchas las historias, las emociones y los momentos vividos desde que el hombre descubrió la comunicación. Partiendo de la tradición oral a la escrita, hombres y mujeres han desplegado infinidad de argumentos, construcciones fonéticas y sintácticas para expresar lo que de un principio se les era atribuido a los dioses: la inspiración. Pero, ¿qué es la inspiración? ¿A qué se debe? ¿A qué dios (o dioses) responde? Ella existe y se expande, recorre caminos intrincados, diversos y confluye en miles de palabras que dan a entender un todo con sentido etéreo. A veces parece escurridiza, y las miles de veces que nos visita lo hace bajo la forma de Musas (y para otras personas como Musos); efigies intelectuales, emocionales y sempiternas que nos hacen despertar junto a ellas, en una palabra, dicha o escrita, que llega luego a otra y así se propaga el mensaje, el


verdadero cariz de las deidades formuladas en nuestro verbo. Ahí, es donde duerme la inspiración: en la inmortalidad del verbo. Por eso, desde Revista Awen hemos querido esparcir aún más ese estadio espiritual como es la inspiración para llevar a más lectores, número a número, nuevas voces; las cuales nos colocan a un paso de aquel que crea y fundamenta el idioma. Nuestro objetivo es hacer imperecedera la existencia de la inspiración entre los que disfrutamos creando y leyendo literatura. La inspiración es amor y responde a nuestros propios designios. Por ello le debemos el sentido de pertenencia. Ella será por siempre la que nos guarde de la cordura.

Jorge Morales Corona


SUMARIO HORMIGAS

RAMIRO AVILÉS

pág. 08

EL RETORNO

ADOLFO LOYOLA MÁRQUEZ

pág. 14

VOLVÍ A MADRID CON LOS OJOS CERRADOS

JOSÉ MARÍA SEBASTIANI

pág. 18

DESEOS...

MARIA LUZ PÉREZ DÍAZ

pág. 20

DENTRO DE MÍ, DENTRO DE TI

ÉDIXON OCHOA

pág. 24

SOLSTICIO DE TU MIRADA

MIGUEL ALEXANDER VIVAS

pág. 26

PENSAMIENTOS DE SOBRAS

SALVADOR ROJAS

pág. 28

FIRMAMENTO

FERMÍN ANTULES

pág. 30

POEMAS

IRÁN INFANTE

pág. 32

LOS AUSENTES

MARTA FERNÁNDEZ POSADAS

pág.35

PARA QUE NADIE SE RESIGNE A LOS FALSOS FULGORES

GUSTAVO PEREIRA

pág.36


NUESTROS MAURICIO GARCÍA (Socopó, Venezuela. 1993) es estudiante de la carrera Artes Audiovisuales en la UNEFM (Coro). Fotógrafo, diseñador gráfico, escritor y guionista (FILVEN falcón 2016). Aparte es actor certificado con trayectoria en el estado Falcón (perteneciente a la RED Nacional de Teatro y Circo).

Ha participado en varios talleres de creación literaria y guionismo impartidos por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado en varias revistas digitales como Letras Raras y Arte y un café.

JOSEANNY RUIZ UGARTE (Coro, Venezuela. 1995) es estudiante del 6to semestre de medicina en la UNEFM. Siendo además, ilustradora amateur, lectora empedernida y escritora aficionada. Cada uno de estos hábitos ha sido parte fundamental de su crecimiento y desarrollo como persona. Es la primera vez que su trabajo es publicado. Según comenta, seguirá haciendo lo que disfruta.

JOSÉ MARÍA SEBASTIANI (Coro, Venezuela. 1988) Egresó en 2012 como Comunicador Social Mención Publicidad y Relaciones Públicas de la Universidad del Zulia y Magister en Estudios Literarios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma de Madrid. Es activista por los derechos de la población LGBTI desde España, país donde reside actualmente. Ha publicado las novelas «Contigo, Siempre» (reeditada en 2016 por Editorial Awen) y «Desnudo N° 5 –La Revelación de David–». Actualmente prepara su próxima novela «Te llamaré Bruno».

RAMIRO AVILÉS (Baja Califonia, México. 1986) Su formación literaria ha sido autodidacta, entre lecturas de los clásicos y contemporáneos, así como de varios años trabajando en las librerías más importantes de su país. Es autor de las novelas «La Fábrica de Pesadillas» (ilcsa, 2008) y «Post Mortem» (ilcsa, 2010). Actualmente trabaja en su tercera novela.

MARIA LUZ PÉREZ DÍAZ (España, 1974) Funcionaria. Diplomada RR.LL. Ha participado en el Taller “Completamente Viernes” y en el Congreso AEN (del cual es socia). Ha publicado la novela «Enigma Esculpido» y formó parte de la Antología Poética I Certamen de Poesía Edith Checa (L’Almazara-Editorial Círculo Rojo) y las Revistas «Grito de Mujer» y «AEN».

ADOLFO LOYOLA MÁRQUEZ (Ciudad de México, México. 1962). Estudió la carrera de economía en la UNAM y un Diplomado en Filosofía en la Universidad Iberoamericana.

ÉDIXON OCHOA (Maracaibo, Venezuela. 1985). Médico, historiador, músico, escritor, investigador y docente universitario. Ha publicado en las antologías Efigies de tinta


COLABORADORES (2005), Mosaico de Recuerdos II (2013), Mosaico de Recuerdos III (2014) y Mosaico de Recuerdos IV (2014). Es autor de los libros Masonería, política y economía en la Casa de Beneficencia de Maracaibo (18601885) (2013), Entre sueños de alcoba y letras (2014), Conjunto Saladillo. Los gaiteros del pueblo (2015) y Semiótica y Erotismo (2016).

diversas antologías en España bajo el sello de la Editorial Diversidad Literaria y Letras como Espadas. Formó parte del equipo de la webzine «Panfleto Negro» entre 2012 y 2014, publicando cerca de cuarenta poemas y una veintena de relatos de terror. Actualmente reside en Chile y prepara su primer poemario.

MIGUEL ALEXANDER VIVAS (Coro, Venezuela. 1995) se dedica a la gastronomía a una edad muy temprana, años después toma la cocina como un arte y se da cuenta que la vida misma es un arte y sus ojos se llenan de asombro por descubrir todas las artes que existen: la poesía, el teatro y la fotografía.

IRÁN INFANTE (Caracas, Venezuela. 1981). Poeta y narrador. Ha publicado algunos de sus escritos en el papel literario “PEZDEPLATA”, el suplemento literario “Criba”. Su bibliografía comprende: Delirios nocturnales (Fundación editorial el perro y la rana, 2011). Epitafio nocturno (Ediciones Madriguera, 2012). Ad Noctum (Negro sobre Blanco Editores, 2013). Resquicio fórmico (Negro sobre Blanco Editores, 2013). ANGST (Negro sobre Blanco Editores, 2013). DØD (Negro sobre Blanco Editores, 2014). L (Negro sobre Blanco Editores, 2014).

SALVADOR ROJAS (Caracas, Venezuela. 1995) Seudónimo de un estudiante del octavo semestre de Letras en la Universidad del Zulia, comenzó a escribir a la edad de 15 años poemas y cuentos. Ha sido parte de antologías como «Versos al Viento» (España) o «Autores Noveles» (Argentina) y publicó en 2014 el poemario «Tesis(ta) de un taxista» (Arena y Vientos Editores). Escribió varias piezas de teatro para la compañía Teatro de Títeres Parque Infantil «Chímpete Chámpata» de su universidad, del cual forma parte desde 2015. FERMÍN ANTULES (Maracaibo, Venezuela. 1992) Abogado egresado de la Universidad del Zulia en 2015, ha participado en

MARTA FERNÁNDEZ POSADAS (España, 1994) es graduada en Psicología por la Universidad de Granada. En el 2012 obtuvo el 1º Premio Especial ‘Jóvenes Valores Motrileños/as’ de Poesía XV Certamen Literario. También fue publicado en 2013 el poema “El arte de amar” en Antología de poesía de autores jóvenes. Es autora del poemario La agonía del Ideal (2017), con ilustraciones propias. Actualmente es secretaria de la Asociación Cultural Akasha.


HORMIGAS HORMIGAS HORMIGAS HORMIGAS HORMIGAS


por RAMIRO AVILÉS

Desperté a mitad de la noche con la sensación de estar cubierto de hormigas. No me moví al instante, recobré la lucidez gradualmente, saliendo de un sueño sin recuerdo a una oscuridad extraña y con esos rastros apenas perceptibles que se insinuaban a través de mi cuerpo. Padezco de mala circulación, por lo que al principio refrené el impulso de sacudirme los molestos insectos, pensando que tendría entumecido algunos de mis miembros y que se recobraban al mismo tiempo que mi consciencia reconquistaba el sentido de la realidad. Otras veces me he encontrado en situaciones similares. Perdido de pronto en medio de extraños despertares he llegado a preguntarme si esto que soy he sido siempre, acaso he dejado atrás el hilo de otra vida, acaso todos nos convertimos en usurpadores de consciencias y recuerdos en cada despertar; y hay veces que despierto con una ansiedad al borde del llanto, porque la oscuridad se vuelve opresiva, interminable la noche, y me encuentro terriblemente solo con la certeza de que arriba de mí se cierne un universo vasto en el que me sé extraviado y minúsculo. Cuando esto ocurre regularmente no vuelvo a conciliar el sueño. Acostumbro a sentarme en el borde de la cama, apaciguando mi agitación, mis temores, eso que un personaje de Dostoievski definió una vez como pavor místico. Al poco tiempo me siento dispuesto a salir y fumar, resignado al espectáculo del amanecer. Cuando desperté esa noche, sin embargo, recobrado por completo el sentido de la realidad, la sensación de las hormigas caminando a lo largo de mi cuerpo no desapareció. Encendí la luz de mi habitación y maquinalmente revisé la cama. Estaba limpia. Eso que se desplazaba sobre mí seguía haciéndolo, y mis intentos por sacudirme su enojosa e invisible presencia eran vanos, cesaban y se reafirmaban como para convencerme que esto que me sucedía era

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algo auténtico, una sensación tan innegable como el frío que se colaba por la ventana. Minuciosamente desplacé mis dedos sobre las sábanas buscando en vano la forma, el relieve, la certidumbre de las diminutas presencias, o era tal vez una sola presencia mil veces fragmentada, acaso las caricias de un fantasma desesperado. Al ver hacia la ventana y distinguir entre el cielo oscuro fulgores de estrellas, el infinito aterrador, tuve la intuición que mientras persistiera la noche mis reptantes visitantes no me abandonarían. La agitación que me sobrevino tenía algo de nocturno, algo propio de ese raro cariz de las noches, el mismo que conturba la mente, que hace engendrar ideas fantásticas, ideas que la lucidez del día ridiculiza y desaparece. No lo sé, pero en tales momentos he llegado a creer que un espíritu como el mío, vulnerable a ser un poseso, está dotado de una naturaleza nocturna que se comunica y se reconforta con la parte que su lado diurno juzga demencial. Raras veces me acomete una necesidad imperiosa de compañía, cualquier compañía; una efímera, circunstancial, esporádica, comprada, no importa, lo que importa es que acoja mis palabras, mis sufrimientos, que fabrique con esto que soy una impresión lúgubre y de esa forma seguiré existiendo, seguiré siendo algo,

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porque cuando deseo intensamente una compañía ya no sé en qué me he convertido. Precisaba de alguien esa noche, alguien que corroborara la veracidad de mis sensaciones o que constatara mi locura, lo que precisaba era una certeza, todos la necesitamos a media noche. Me arrojaría a sus brazos si compartiera conmigo la presencia de las hormigas, seguramente lloraría; de lo contrario, es decir, si me juzgara de loco, no sé qué haría y me aterraba pensarlo. Sí, vivo solo, pero no siempre fue así. Hay en esta habitación recuerdos a los que me sé encadenado. Rememoré otro tiempo, y pensé en ella para refrenar el impulso de desgarrarme la piel y la vi recostada en la cama como antaño, a media noche, cuando abandonaba mis lecturas y me acercaba a su lado, a esa hora que la luz de la luna le daba de lleno en su rostro, haciéndola parecer más pálida, más cercana a la ruptura con la vida y por ende más hermosa, más mía. Ya el sonido apacible de su respirar era suficiente para colmarme de calma y amarla en silencio, contemplándola como a un paisaje, como a los años de juventud que nos abandonan irremediablemente. Y esa noche, en medio de la extraña sensación que me acometía, pronuncié su nombre, y el sonido de sus dos sílabas, expedidas tras dos febriles y cansados movimientos de mi lengua, no evocó otra cosa que no fuera dolor. Comprendí que atrás, abismalmente atrás, había quedado el tiempo de la dicha ingenua, donde era tan fácil decir


su nombre y charlar sobre poesía. Lo que persistía era el recuerdo, un eco engañoso, transfigurado por mis constantes remembranzas, haciendo y rehaciendo entre delirios lo que entonces no hice. Deambulé cansinamente por mi habitación y las hormigas continuaron deambulando sobre mí, imprimiéndome su presencia falaz a su ritmo inmutable, buscando a través de mi cuerpo el fin de su inusitado vagar tal vez, buscando una certeza al igual que yo, o algo que devorar de mi vieja piel. Las sentía desplazarse mientras me movía. Al principio era una sola sensación adueñada de mis miembros; luego, ya resignado a su compañía, empecé a distinguir, no sin dificultad, los trazos de cada una. Si fuera un hombre más paciente me detendría a seguir el trayecto individual de todas, llegaría incluso a nombrarlas, animándolas en su peregrinaje, advirtiéndoles los caminos repetidos, las trampas de mi ser; y cuando sintiera que una de mis hormigas se ha detenido seguramente pensaría que duerme y rezaría para que a su despertar no tuviera consciencia de su tamaño y no experimentara dolor por su insignificancia. Pero lejos estoy de ser un hombre paciente.

«La nostalgia que comúnmente me acometía perdió su misterio al encontrar sólo sombras y polvo.» En medio de la agitación, de la desesperanza al saber la mañana todavía distante, me arrojé a los cajones olvidados, sepultados en polvo, buscando algún rastro de ella al que aferrarme, una reminiscencia del orden perdido. La nostalgia que comúnmente me acometía perdió su misterio al encontrar sólo sombras y polvo. Comprendí que mi desasosiego estaba conformado por un caos y la falta de voluntad por remediarlo, que la añoranza por tiempos perdidos era la ausencia de un sentido del orden en el presente. Hubiera deseado tener conmigo una prenda de ella, impregnada con su aroma, para aspirarla, sentirla cerca, y experimentar efímeramente la dicha, la certeza, del orden pretérito, del que, como una rata, sólo podía roer un poco mientras persistiera mi demencia nocturna. Me mantuve en silencio, esforzándome en reencontrar el sueño, convenciéndome del cansancio, diciéndome que aún me era posible cerrar los ojos y dormir por el resto de esa noche extraña. Miré con melancolía hacia la ventana al escuchar el sonido

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de un automóvil en la calle y recordé que cuando, tras un prolongado aislamiento, salgo a la calle y escucho hablar a la gente, el sonido de sus voces tiene para mí algo de lenitivo. Creo que encuentro cierto hedonismo al fundirme entre mis semejantes cuando mis reflexiones hacen de mí algo inhumano. Así como Thomas Mann tuvo razón al afirmar que el padecimiento de la enfermedad hace al hombre sólo cuerpo, es coherente afirmar que un hombre recluido en sus lúgubres reflexiones existe en un plano limítrofe a la definición de hombre, como ser social, por lo que padece una enfermedad indefinida, infectada por quimeras, ideas, en cuyo trastorno se convierte y personifica. El contacto con el exterior sosiega un poco en mí esta enfermedad mortal. Anhelé salir y dar un paseo, como hacía tanto tiempo que no lo hacía, y entablar una conversación con el primer transeúnte que encontrara. Tal vez lo único que necesitaba era ese aire frío, la luz de la luna sobre mí y una voz extraña en el viento. Comprobé, no obstante, con gran pesar, que carecía de la fuerza necesaria para traspasar el umbral de mi habitación. De cierta forma, las etéreas hormigas me debilitaban a cada instante, en tanto que su presencia iba convirtiéndose en un entumecimiento apenas perceptible. Me arrastré hacia mi ventana, a hercúleos esfuerzos, y me dispuse

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a contemplar la noche como si de la libertad para un prisionero se tratara. La ciudad se presentaba ante mí como algo extraño, externo a eso que era yo, era como si viera por vez primera esos edificios elevarse y centellear en la noche, abrigando personas, las mismas que habían construido todo ese complejo sistema al que se habían integrado instintivamente, y pensé que ellas no eran cuerpo, no eran ideas, no eran enfermedad, sino tuercas, tornillos, utensilios insignificantes en el titánico mecanismo del mundo, eran parte de un orden inquebrantable por el que sólo podía experimentar nostalgia. Sí, hubo un tiempo en que era parte de ese orden, en que también toqué uno de los innumerables tambores que avivan el ritmo incesante de la realidad, y sí, fue el tiempo de mi juventud, de mi dicha irremplazable. Vivía entre dos polos, nunca en el medio. El fin de esa dicha me había catapultado a este inhumano aislamiento, alimentándome de recuerdos, de sensaciones que revivía en mis labios, en mi piel, entre las yemas de mis dedos; de sentimientos sepultados en estas paredes, entre los innumerables libros y objetos que atesoraba. Había perdido la noción del tiempo, el sentido de la realidad, sacrificándolo todo para no profanar esos recuerdos, por ella, que tan joven había fallecido en mis brazos, cierta tarde que perdí también la belleza de todos los atardeceres que me quedaban por vivir.


Desde entonces he permanecido aquí, contemplando el devenir de días grises, adorándola en el recuerdo, leyéndole a su fantasma, como elevando plegarias a un ángel. El entumecimiento se apoderaba de mí de tal manera que fui incapaz de mover un solo dedo momentos antes del amanecer. Tampoco logré articular palabra. El único movimiento permisible eran mis ojos, la mirada que se afanaba en contemplar la ciudad y el cielo oscuro que empezaba a teñirse por el sol naciente. Nunca antes los sonidos del mundo despertando me trajeron tanta aflicción. Lo que el amanecer iluminó esa mañana no sólo fue el mundo del que me sentía excluido, sino las hormigas sobre mi cuerpo que antes era incapaz de ver. Una multitud de estos oscuros insectos se desplazaban a través de mí como una noche, y lo que recorrían ya no era piel, sino pedazos putrefactos de esto en lo que me había convertido. La certeza, largamente anhelada, estaba fragmentada en millares de hormigas y gusanos carcomiendo mis restos, ascendiendo lentamente hasta mis ojos para privarme la contemplación de la ciudad, ese gran mecanismo que perpetuaría la marcha de sus engranajes, mientras yo pensaría incansablemente en todo esto sumido en las tinieblas sin el consuelo de mi ángel.•

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EL

RETOR por ADOLFO LOYOLA MÁRQUEZ

«… el maligno secreto de la ciudad se mezcló con el de las profundidades de su corazón.» Thomas Mann, Muerte en Venecia

La mejor forma de conocer una ciudad es perderse en ella. La cita te vino a la mente mientras observabas por primera vez, desde la ventanilla del autobús, la magnífica ciudad de Cuernavaca. La frase, que seguramente leíste en algún lado, resonaba en tu cerebro como una promesa, como una apremiante invitación a la aventura. No percibiste su velada amenaza sino hasta que fue demasiado tarde, cuando ya las cosas habían adquirido el horrible cariz de lo irremediable. Pero en aquel momento, al bajar en la estación de La Selva, te prometiste que recorrerías cada parte, cada rincón, cada una de esas encrucijadas que constantemente asomaban entre la exuberante vegetación que sitiaba a la ciudad por todas partes. El ajetreo del cambio, la no siempre tersa


RNO adaptación a las costumbres de los tíos que te acogieron en su casa,el desconcierto de los primeros días en la preparatoria, ese mantenerse alerta a las múltiples posibilidades que podían surgir de cualquier acontecimiento cotidiano –el cruce de una mirada, por ejemplo– te hicieron postergar tu propósito. Más pronto se hizo evidente que no habías olvidado en la mudanza el impreciso pero inapelable designio que te perseguía: no hablabas con nadie y a nadie parecía importarle tu presencia. Volviste a escuchar la antigua voz que te susurraba que nada importa, que lo que en verdad vale la pena sólo sucede a los demás, que la vida siempre está en otra parte. Con resignación asumiste de nuevo

esa especie de exclusión. No era tan malo. En cuanto salías de la escuela te dedicabas a vagabundear por la ciudad. Caminabas sin rumbo, te dejabas llevar por la fortuna, por el mismo azar que había trazado las extrañas sinuosidades del lugar. Todo te deslumbraba. Era sorprendente cómo una misma calle podía adquirir, en un brevísimo trayecto, múltiples fisonomías: residencias antiguas, vetustas, de ostentosas fachadas de cantera daban paso, con sólo cruzar la calle, al moderno centro comercial. Un poco más adelante, una hilera de casas sencillas, anónimas en su uniformidad, terminaba abruptamente frente a la profunda hondonada que formaba el cauce de un río. En el fondo, junto a sus aguas, un despreocupado

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grupo de indigentes lavaba, cocinaba, disponía a su antojo de ese pequeño y enardecido paraíso terrenal. Así ibas descubriendo poco a poco la ciudad, con el moroso deleite con que seguramente se recorrería el cuerpo de una mujer. Esa idea te gustó. Estas ciudades cálidas –pensaste– son así, luminosas, acariciantes, escandalosas como un fruto abierto, pero también enigmáticas, a veces siniestras. Como una mujer. Te prometiste que alguna vez escribirías sobre eso. En más de una ocasión, sin realmente saber cómo, tus pasos te llevaron a una peculiar plaza cuyo nombre nunca llegaste a saber. Era más bien pequeña, agradablemente tranquila. Se asemejaba un poco al patio interior de un convento. Estaba bordeada por un muro de piedras y cuatro bancas de hierro circundaban la fuente central que siempre tenía agua. Realmente resultaba perturbador el que partiendo de distintos puntos, a veces diametralmente opuestos –el crucero del mercado, el antiguo puente del ferrocarril, Jacarandas, La selva– llegaras al mismo lugar. Eso debió ponerte en alerta, pero como no era raro que te “nortearas” en esa extraña orografía, no le diste mayor importancia. Se convirtió en tu lugar preferido. Ahí el tiempo avanzaba sin sentirlo mientras pensabas, leías, soñabas. Después, desde que apareció por vez primera, verla pasar se convirtió en el principal atractivo del lugar. No sabías si

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era hermosa o no, no podrías precisar su edad. Parecía una adolescente azorada del cuerpo salvaje que habitaba. Pero te miró con los ojos de una mujer y te sonrió como si formulara una promesa. Eso bastó. En aquella ocasión, la última en que visitaste la plaza, decidiste actuar. Ya no ibas a conformarte, como lo habías hecho hasta entonces, con ser un mero espectador. No sabías con precisión lo que harías, pero ibas a mover, por fin, una pieza en el tablero. Te sentaste en el borde de la fuente. Cerraste los ojos y esperaste, esperaste, esperaste… …Ahí venía. Pasó lentamente junto a ti y te sonrió como otras veces. ¿Por qué no le hablaste? Algo te petrificó. Confundido, la viste ascender ligeramente por los escalones de piedra. Después de unos momentos, maldiciendo tu pusilanimidad, decidiste seguirla y buscar una nueva oportunidad para abordarla. Alcanzaste la avenida y viste que abordaba un autobús suburbano. Corriste y apenas alcanzaste a subir antes de que el camión avanzara. No supiste qué contestar cuando el chofer te preguntó hacía dónde ibas. A la base, balbuceaste. Ya no había lugar al frente, donde ella se había sentado y tuviste que pasarte hacía la parte de atrás. Desde ahí podías ver su cabello suelto, no querías perderla de vista. El camión avanzaba dando tumbos hacía la periferia de la ciudad, hacia los numerosos y antiguos


pueblos que la creciente mancha de la ciudad había devorado. Observaste las primeras señales del atardecer y eso te llenó de inquietud. ¿Cuánto tiempo había pasado? El servicio de transporte dejaba de funcionar muy temprano en las zonas aledañas a la ciudad. Por un momento pensaste en bajarte, pero en ese momento avanzaban por una zona despoblada y preferiste continuar. Además, de eso se trataba ¿no?, de lanzarte a la aventura. El autobús se había vaciado poco a poco. Sólo quedaban ustedes dos como pasajeros. En el momento en que irías a sentarte a su lado el autobús se detuvo. Ella descendió. Observaste que en su asiento había olvidado una de las bolsas que cargaba. Quisiste llamarla pero, por alguna razón, la voz no te respondía. La tomaste y fuiste tras de ella pero como sucede en algunos sueños, tus pasos eran lentos, fatigosos. La seguiste con la mirada para no perderla. Ni cuenta te diste que la noche había caído completamente.

casi detenido. «Ya voy» escuchaste la voz cascada que respondía desde el interior. La puerta se abrió y se asomó una siniestra anciana que sonreía con socarronería. «¿Por qué te tardaste tanto? Siempre es lo mismo contigo.» «¿Y qué, te piensas quedar ahí paradote?» te dijo al ver tu estupefacción. «Ya métete» y te introdujo de un empellón. Miraste confundido el lugar. Sin embargo, por algún raro mecanismo, no te pareció del todo desconocido. Como si regresaras al hogar después de un largo viaje, tus sentidos fueron reconociendo poco a poco todo a tu alrededor: el olor a rancio, el ruido de las goteras, los muebles raídos y pasados de moda, esos pequeños muñecos de porcelana que adornaban la vieja vitrina pegada a la pared. Sólo tardaste en reconocer, en el rostro del anciano que te veía con gesto horrorizado desde el espejo ubicado en el fondo del mueble, tu propio rostro.•

Justo antes de que ella avanzara lo suficiente para perderse, la viste entrar al extraño lugar que albergaba su hogar: cuartos miserables, de ladrillos sin revestir y techos de lamina, se adosaban sin ningún orden a las altas y gruesas paredes del casco en ruinas de una antigua hacienda. Monstruosos insectos que socavaban el interior de un cadáver desventrado. Te acercaste lentamente –¿qué otra cosa podías hacer ya?– a la puerta por la que se perdió y tocaste con el corazón

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VOLVÍ A

CON LOS

OJOS

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MADRID


CERRADOS

Extracto del libro “Te llamaré Bruno”

por JOSÉ MARÍA SEBASTIANI

Me detuve frente al viento y volví a vivir.

Eso de cruzar los dedos y desear la suerte me convenció poco en aquel momento. Nadie con deseos verdaderos espera la suerte. Por lo que al verme perdido entre la vida, una ciudad desconocida y varios oficios sin terminar me detuve y recordé a Madrid. Recordé a la Madrid de noches concurridas y fiestas inacabables. Recordé las calles y sus pasadizos secretos, acompañado por abrazos y compañías que hoy perdieron el rostro pero no el sentido, la pertenencia y la historia. Madrid, un recuerdo recurrente cuando salgo de sus murallas. Una ciudad, Madrid, donde por siempre me esperaría Jordi.

Y con la memoria de él, los ojos cerrados y el viento fresco peinándome el rostro volví a Madrid como nunca antes. El recuerdo del amor, los días de invierno junto a él en la cama, de la tranquila oficina escribiendo para él, el periódico con sus noticias, el secreto de nuestros encuentros… El todo. La ciudad perfecta para el amor perfecto. Visitar Madrid con los ojos cerrados es lo que me salvó de la distancia. Siempre es fácil visitarla porque mi corazón sigue allí, junto a él, junto a mi vida.

Nunca me voy. Jamás me iré. Por eso cuando viajo me detengo frente al viento, donde él me entregó su corazón, y vuelvo a vivir.•

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DESEOS... por MARIA LUZ PÉREZ DÍAZ

La mañana acaudalada de emociones se fue colmada del máximo índice de exaltación. El mar en calma traía un suave olor a sal, sal de vida, sal intensa que emanaba de las entrañas del todo, de la inmensidad, de lo etéreo, de la más plácida y hermosa armonía y quietud. Cuéntame de que trata tu más hondo pesar, tu más honda inquietud, que yo, la mar, te apartaré con mis olas tu tristeza, tu insatisfacción. Dime de qué trata tu melancolía, que la haré naufragar en mi núcleo para siempre… Suelta de una vez tu máscara de protección, de aplomo, y haz frente a tu


inseguridad, y una vez suelta ésta, y sólo entonces, haz que la verdadera seguridad se apodere de tu ser. Dale rienda suelta a tu sincera quietud no fingida, porque sólo siendo no fingida permanecerá en tu alma para la eternidad, para la infinidad de tus días. Dime, dime de una vez cómo es tu vida. Quiero compartirla contigo. Dime cómo era, cómo es y cómo crees que será. Dime si es penosa, dulce, melancólica, desafiante... Tú tienes el timón, deja atrás como era, avanza en lo que es y modela a tu forma lo que será. Tú y sólo tú lo harás. Quiero ver como tus lágrimas colmadas de sal entran en mi vientre, quiero sentir como tus perlas inundan mi forma, mi yo y quiero que tu llanto de tristeza se convierta en lágrimas de dicha, de eterna pasión por la vida, de cautivadoras noches de sueños plateados como las estrellas, de sueños dorados como el sol, de sueños reales como la vida misma. Envuélveme cariño de esos sueños y hazme sucumbir en ellos, endemóniame con tu deseo, endemóniame con tu placer y tu aplomo, endiáblame con tu voz, siénteme con tu tacto, hazme un novillo de satisfacción con tus besos, con tu auténtico aroma y devuélveme a la vida y no digo a la vida sin más, si no a la vida con sentidos a flor de piel, consentidos de armonía, de lucha y de inmensidad. Derríteme con los sentidos en un amago incesante de llegar a la gloria.

Endemóniame de forma certera y plácida. Haz de la nada un todo y del todo una eternidad. Haz de la noche el día y en el día juega a tentarme con tu intención de traspasar mi alma por completo, y de enjugarme con tu amor platónico y no existente; sólo existente en mi mente, en mi ser, en mi eterna necesidad de enloquecer junto a ti, de volverme loca sin más, de ser enjugada por tu lujuria, por tu pasión. Permite que tu sensual estilo embriagador me cautive sin más. Déjame sumergirme en un estrambótico sueño dorado. Un sueño en el que flautas, violines y guitarras dancen sin cesar... Hazme creer que lo nuestro puede ser, que el amor ficticio se traslada a real, que las noches creadas en mi mente, sean de verdad, sean para mí, sólo para mí. Un cielo eres de hecho, un sol de luz para mi alma, un rayo de albor de una estrella para mi corazón, y una tentación para mis sentidos, una tentación exquisita que sólo queda en mi mente, en mi ser… Hazme ser para ti y yo floreceré para siempre jamás; hazme ver la luna y yo te tentaré a ti con mi alma, con mi armonía, con mis ganas de vivir, de saborear, de trasnochar con tu amor. Hazme tuya y te haré mío para siempre jamás. Hazme tuya y te enloqueceré para siempre llevándote a lo más hondo de mi dicha y de mi pena, a lo más placentero de mi codicia por amarte, por poseerte, por enloquecerte… Y ahora, dime, ¿cómo es tu vida? ¿Cómo quieres que sea? Dímelo y

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compártelo y yo compartiré contigo todo mi hondo ser, toda mi eterna sinceridad a la hora de amar… Proponte con firmeza algo eterno, una dicha en tu vida, una armonía en tu pesar, una certera pasión, una eterna armonía. Emprende tus deseos y derrocha tu energía. Derrocha tus ganas, derrocha tu alegría, no te pongas límites. Sin trabas, sin vuelta atrás, sin puertas cerradas, sin adiós, sin ir atrás, sin barreras. Derrocha y derrocha emociones, sentidos. Álzate y devora el mundo, devora el mundo junto a mí, devora el horizonte teñido de luz y devuélvelo no sólo teñido de luz, sino inmerso en ella. Regodéate en tu alma y no la dejes sucumbir. Regodéate de placer y lánzate, lánzate al supuesto vacío y no dejes nada atrás, no dejes de vibrar, no dejes de saltar, de amar, de saborear, de experimentar… Tiéntame de emociones en tus noches eternas. Tiéntame de tu olor, de tu intenso olor a rosas, a claveles, a vida, a amor sin fin, a trenzas de armonía tejidas por la pasión, tejidas por la luna, tejidas por el sol… La música que desprendes me lleva al roce de la lujuria, de la tempestad, de la armonía, de la pasión hacia la verdad, de la autenticidad…•

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© 2017, Joseanny Ruiz.

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DENTRO

DE MI, DE TI

por Édixon Ochoa

Nuestros prohibidos apetitos nos torturan clamando ser atiborrados, aquietando su furia. Así nos reencontramos cada tarde, cada noche, escondiéndonos de la injusta y mundana censura. Tu cuerpo y el mío son iguales: hermosos, apolíneos, broncíneos, perfectos para el hermético deleite. Lejos de las indiscretas miradas, nos besamos, nos tocamos, nos desnudamos y nos confundimos con el satén de nuestro lecho.


Luego de probar tu cuerpo, irrumpo con mi espada en su interior y navego en sus cálidas profundidades mientras me aferro al remanso de tu espalda. Tú prosigues al rodearme con tus manos y apropincuarme a tu regazo para luego adentrarte en mi idílica angostura, erigiendo en ella tu lanza guerrera. Nos unimos entonces en una sola carne y descubrimos la inmensidad del parnaso. La pálida diosa de la noche se revela, con sus rayos alumbra nuestro aposento, descubre nuestras desnudas y sudorosas pieles, alumbra nuestros felices rostros. Y es que te deleitas cuando habito dentro de ti y tú me deleitas al hallarte dentro de mí.•

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SOLSTICIO

DE TU

MIRADA

por Miguel Alexander Vivas


Estoy en llamas todo está distorsionado Soy otra persona que te dice qué hacer pero vuelvo a ser yo para hacerte reír Los bpm se elevan de forma alarmante un nudo maldito se forma en mi garganta mís costillas salen del costado para hacerme una alas de dolor

Miseria Impotencia Cólera Qué está pasando ¡Ya basta! Te lo pido estoy en llamas sólo quiero ayudaros Mis alas duelen lloro bajo la lluvia de tu mirada Lo siento soy un idiota •

Dia 127 de 365 07/05/2017

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PENSAMIENTOS DE SOBRAS por Salvador Rojas

Acuérdate de las mañanas que solíamos correr sin miedos o temor a fallar en cosas del oficio y la industria porque no nos quedaba nada Ni el mar o la montaña para gratificar la jornada menos los poemas ideológicos sólo quedábamos nosotros queriéndonos haciéndonos compañía en la mañana recién perfumada.


Hoy los marineros citadinos buscan una nueva gema silencio es lo que pide la ciudad.

Abramos el festĂ­n con los colores canĂ­bales del desacierto y hagamos ruido

RUIDO

en silencio sin despertar a la bestia uniformada.•

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FIR MEN por

© 2017, Joseanny Ruiz.

MA TO Fermín Antules


Firmamento es esta habitación que comparto con tu fantasma Firmamento es donde estamos los dos haciendo profundidades entre las superficies Firmamento es algo que nos cuantifica en estrellas Firmamento somos los dos. Es inevitable. Firmamento somos‌ •

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POEM Por Irán Infante

*

Dejo llover la ausencia en este banco

ensuciado de noche.

*

¿Qué soles secarán la sangre estancada en el filo de tus ojos y estrangulará mis espejos?

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MAS *

Hablar con mi cadรกver

es asirme a las migajas del misterioโ ข

*

La noche

epitafio donde cuelgan amaneceres

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© 2017, Mauricio García


LOS AUSENTES

por Marta Fernández Posadas

Formo parte del gremio de los ausentes que sin embargo son la sangre de la vida y no dudan a la hora de romper cráneos. Pese haber fallecido y parecer fantasmas nadie escapa al filo de los ojos que han sobrevivido a los horrores de la noche exhibidos con orgullo por el amanecer tirano. Nosotros hemos recorrido los laberintos de las entrañas. Arrancándonos las espinas con las uñas llenas de carne, a gritos Hermanos de los que aúllan los locos. Extranjeros unidos por lazos invisibles nos reconocemos los unos a los otros. Pero la soledad, forma parte del oficio. Sin embargo, los largos abrazos, no se olvidan Y tras nuestro paso, se oye un suspiro de alivio como si se hicieran conscientes de aún no haber muerto.•

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PARA QUE

NADIE S E R E S I G N E A LO S

FALSOS FULGORES Por Gustavo Pereira*

* Autor Invitado

(Nueva Esparta, Venezuela. 1940) Poeta. Estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Profesor titular de la Universidad de Oriente. Sus primeros poemas aparecieron en El Oriental (Caracas). Dirigió el suplemento cultural del diario Antorcha (1970-1972); fue uno de los fundadores de la revista Trópico Uno (Puerto La Cruz). Formó parte del grupo Símbolo (1958). Fue Director de la Revista Nacional de Cultura. Entre su cuantiosa bibliografía sobresale en poesía: Los tambores de la aurora (1961), El interior de las sombras (1968), Tiempos oscuros, tiempos de sol (1980), La fiesta sigue (1992) y Poesía de bolsillo (2002). Entre su obra ensayística está El peor de los oficios (1990, ensayos) y Costado indio. Sobre la poesía indígena venezolana y otros textos (2001).


Si no probaron la embriaguez de lo incierto el barro de lo utópico Si no sucumbieron ante el absurdo Si no persistieron en descreerse en volverse intemperie en repartirse como un humo Si no hicieron leve cuanto tenía por grave inútil lo contrito despreciable lo vano Si no sorbieron el estremecimiento de los cuerpos amados más allá de toda prohibición o desesperanza Si no ahogaron en llanto toda devastación

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Si no recobraron el fulgor de un pluma en el aire ni la errante cĂĄscara de la penumbra en las noches del puerto ni el llamado de las sirenas en altamar Si no abjuraron del rencor Si no aborrecieron la injusticia Si no inventaron en el amor la mĂĄs insensata de las estrategias Si no franquearon la ternura Si no dispusieron de sĂ­ mismos como de una piedra en el camino Si no se burlaron de los poderosos Si no voltearon la historia para resignarse a ser nadie

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Si no fraguaron en las soledades el misterio y las oquedades del nunca jamás Si no se abismaron al paso de la niebla Si no improvisaron a la medianoche el único solo de trompeta capaz de vencer el desamparo Si no se atrevieron a fracasar Si no urdieron paraísos Si no se rebelaron en este mundo ¿cómo podrán saber si verdaderamente vivieron o pastaron?•

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AWEN

REVISTA LITERARIA WWW.REVISTA-AWEN.WEBNODE.COM.VE @revistaawen Revista Awen


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