Revista Biblioteca de México 147 "Sea usted breve"

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ISSN-0188-476X • NÚMERO 147 • 2015 • $45.00

Adolfo Castañón

SEA USTED BREVE | POEMAS EN PROSA Y PROSAS POÉTICAS

José Luis Martínez a viva voz

Poemas en prosa y prosas poéticas. Antología. 1 4 7

Jacob ——— Bulfinch ——— Propercio ——— Lao Tse ——— Ts’uei Hao ——— Tu Fu ——— Michaux ——— Aub ——— Lautréamont ——— Brillat-Savarin ——— Eluard ——— Swift ——— Lichtenberg ——— Rilke ——— León Felipe ——— Benn ——— Hesse ——— Musil ——— Benjamin ——— Montale ——— Ivo



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Adolfo Castañón José Luis Martínez a viva voz SEA USTED BREVE. POEMAS EN PROSA Y PROSAS POÉTICAS. ANTOLOGÍA.

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Max Jacob El cubilete de dados

11 Thomas Bulfinch 15 NÚMERO 147 2015 • $45.00 PLAZA DE LA CIUDADELA 4, CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, CP 06040. TELÉFONOS (55) 41550830 EXT. 3857 CORREO ELECTRÓNICO: bibmex@conaculta.gob.mx CERTIFICADO DE LICITUD DE TÍTULO # 6270 CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO # 4380 CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES PRESIDENTE RAFAEL TOVAR Y DE TERESA DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS JORGE VON ZIEGLER REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO DIRECTOR FUNDADOR: JAIME GARCÍA TERRÉS † DIRECTOR: EDUARDO LIZALDE EDITOR: JOSÉ ANTONIO MONTERO EDITORA ASOCIADA: MARTHA DONÍS CONSEJEROS FUNDADORES: JUAN ALMELA, FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO, MIGUEL CAPISTRÁN, ADOLFO ECHEVERRÍA, VÍCTOR TOLEDO Y RAFAEL VARGAS PROMOCIÓN EDITORIAL: MIGUEL GARCÍA RUIZ DISEÑO Y EDICIÓN GRÁFICA: R.E. NAVA TRISTÁN ASISTENCIA EDITORIAL: MARINA GRAF MATEO PLIEGO ASISTENCIA TÉCNICA Y CORRECCIÓN: OLIVA GONZÁLEZ COMERCIALIZACIÓN Y DISTRIBUCIÓN: RUYSDAEL NAVA IMPRESIÓN: IMPRESORA Y ENCUADERNADORA PROGRESO S.A. DE C.V.

Poesía lírica griega

Propercio 18 Elegías 20

Lao Tse Tao Te King

Ts’uei Hao 22 Pasando por Hua-Yin 25

Tu Fu Una visita a Weipa, letrado retirado

Henri Michaux 26 Un bárbaro en Asia 28 31

Max Aub Antología traducida Poesía quechua

Conde de Lautréamont, Isidore Ducasse 33 Poesías 35 Jean Anthelme Brillat-Savarin 38 Paul Eluard

AGRADECEMOS EL APOYO BRINDADO PARA ILUSTRAR ESTE NÚMERO AL PERSONAL DE LAS BIBLIOTECAS PERSONALES “JAIME GARCÍA TERRÉS”, “ALÍ CHUMACERO”Y A LA SALA GENERAL DE LA BIBLIOTECA DE MÉXICO.

40 Jonathan Swift 42 Georg Christoph Lichtenberg 44

Rainer María Rilke Canción de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke (fragmentos)

46 León Felipe 49 Gottfried Benn 54 Herman Hesse 57 Robert Musil 60 Walter Benjamin 62 Eugenio Montale 64 Lêdo Ivo


I.

Hay en los palacios de la memoria numerosas estancias y rincones. Uno de esos espacios es la serie de “Voz viva de México” fundada en 1960 por iniciativa del escritor español Max Aub, amigo por cierto de José Luis Martínez y maestro de José Emilio Pacheco. El catálogo registra voces de poetas, escritores y personalidades hispanoamericanas significativas, desde Pablo Neruda y León Felipe hasta Lázaro Cárdenas, Alfonso Reyes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Carlos Fuentes. Sergio Pitol, José Emilio Pacheco. En ese catálogo se incluye la selección de José Luis Martínez que aquí saludamos. II. Al inicio de su limpia semblanza de José Luis Martínez (1918-2007) que aparece impresa como presentación al disco de Voz Viva de México entre las págs. 7 y 16 del pequeño libro que acompaña al disco, José Emilio Pacheco subraya un rasgo del quehacer del maestro Martínez que no cabe ser desdeñado y ahonda esa “deuda de gratitud interminable con José Luis Martinez”: “Inició esta labor cuando no existían becas ni fotocopias ni ayudantes de investigación ni equipos de apoyo . Para hacer ediciones como las suyas era preciso copiar a mano los textos de la hemeroteca y pasarlos a máquina. Sin estos trabajos de amor nunca perdidos hubiéramos tardado mucho tiempo en tener la crítica literaria de Altamirano y la obra periodística de Sierra”. En Pacheco se continúa en cierto modo la figura y el estilo a la par artesanal y profesional de trabajo editorial. El comentario llama la atención en más de un sentido. Se refiere en primer lugar, diría yo, no tanto a una persona sino a un precursor, a un modelo y, más allá de las instituciones, a un maestro en el arte de editar. De ese arte abierto en México por Martínez participaron José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis y podrá decirse sin exagerar que con sus trabajos de crítica y erudición Martínez fundo una escuela o un estilo. Pero es cierto en más de un sentido. Pertenece José Luis Martínez a ese linaje de investigadores que hicieron su obra y se hicieron a sí mismos un poco al margen de las instituciones, aunque su obra desde luego contribuiría a consolidarlas y se levantan en el espacio de la cultura nacional con una independencia

desafiante, sostenida por la voluntad desinteresada y el tesón. Cuando José Emilio Pacheco habla de trabajos de amor, alude entre líneas a la vocación desinteresada e independiente de Martínez que desde joven era capaz de llamar pan al pan. Ese desinterés creativo, esa independencia, esa fe en el sentido de poner orden en la casa y de hacer las cosas bien, limpia y decorosamente, son acaso la herencia más inapreciable de don José Luis. Su lección crítica e historiográfica es una lección ética y política. Hacer una ficha bien, construir un relato con fichas bien redactadas, palabras bien elegidas equivale a trabajar bien y en consecuencia a pensar bien, a pensar el bien. De ese hacer virtuoso se desprende un principio moral y aun político... José Luis Martínez fue un escritor a quien le gustaba la penum-

ADOLFO CASTAÑÓN

José Luis Martinez a viva voz bra. De ahí que saludara con simpatía a un amigo como José Rogelio Álvarez al ingresar a la academia con estas palabras: “Tengo la impresión de que mi paisano José Rogelio Álvarez ha aceptado de buen grado ser un escritor de sombra. Y lo que me sorprende más es que le guste este estilo de trabajo intelectual, y que lo haga con esa misma pulcritud con que se viste y se conduce en sociedad. Creo que se trata de una cierta manera señorial en la que se juntan la laboriosidad, la discreción y la cortesía, como si fuera lo más natural ordenar papeles e indagar circunstancias, que al fin se hacen por gusto propio y sin esperar por ello ni la fama ni pretender la sabiduría. Así debieron ser algunos de nuestros viejos investigadores, como don Manuel Orozco y Berra, don José Fernando Ramírez, don Joaquín García Icazbalceta, nuestro paisano don Alberto Santoscoy; y, entre los más recientes, don Manuel Romero de Terreros. Junto a estos paradigmas, no he mencionado los nombres de otros sabios que, 2

sin serlo, fueron también envidiosos, enredadores y traficantes de libros.”1 Esa era la manera señorial de Martínez, de sus maestros y amigos. III. El disco “Obra reunida” de José Luis Martínez fue producido y editado en México en 2010 cuando todavía no había fallecido José Emilio Pacheco y tres años después de que se fuera en 2007 don José Luis a los 89 años de edad. Los temas sujetos por los textos que recoge el disco podrían funcionar como una historia de México: Nezahualcóyotl, Hernán Cortés, El romanticismo mexicano, Luis G. Inclán, Justo Sierra y “Algunos rasgos de la cultura griega”. Por el dato que se consigna sobre el fragmento del capítulo XXIV de Hernán Cortés como “obra en preparación”, se puede deducir que la grabación del disco se hizo después de 1983 y antes de 1988, lustro que duró la preparación de la obra, cuando Martínez contaba menos de setenta años y tenía la voz recia de sus arterias sexagenarias. Los textos elegidos transparentan las preferencias de Martínez: predominan los hombres de vida activa, como diría Hannah Arendt, los hombres de acción, los visionarios, más que los hombres de vida contemplativa —aunque en todos esté presente la sombra del espectador. Es cierto que entre los autores elegidos no está Alfonso Reyes, el maestro de José Luis Martínez a quien éste dedicó numerosos trabajos y cuya correspondencia con Pedro Henríquez Ureña cuidó en su primer tramo (1897-1914), pero están presentes esos “rasgos de la cultura griega”, extraídos de la introducción a El Mundo antiguo (1976). Este libro panorámico, este libro-museo y obra incomparable en cualquier idioma fue, de hecho, el primer libro de José Luis Martínez que leí y reseñé en el suplemento “La cultura en México” dirigido por Carlos Monsiváis, con entusiasmo y admiración en el momento de su aparición. Esa lectura sellaría la amistad y lealtad del joven aprendiz de Castañón que reconoció en Martínez a uno de sus maestros. Los rasgos que traza Martínez para dibujar el rostro de la cul1 José Luis Martínez, respuesta al discurso de ingreso de José Rogelio Álvarez, México, UNAM, AML, 2010, pp. 146-147.


fender a la patria con la memoria y con las letras es uno de los nervios que recorren estas páginas que son a la vez tan memorables y tan hospitalarias, tan felizmente pensadas y están tan bien dichas. Llamo la atención sobre dos hechos que aquí se funden en una sola presencia acústico-conceptual: de un lado, los textos están finamente concebidos, del otro, están pronunciados con una rara soltura que envidiarían no pocos actores y locutores profesionales. Esta felicidad elocuente es síntoma del amoroso acaparamiento con que Martínez cultivó su devoción por la cultura y la historia mexicana. La vivacidad de la dicción hace resaltar las virtudes mismas de una prosa que el escritor José de la Colina ha insistido en llamar clásica en el sentido francés de la palabra. La claridad conceptual de José Luis Martínez es, permítanme insistir, una virtud moral, o sea un valor que no duda en elogiar al novelista de los bandidos como fue Luis G. Inclán (1816-1875), el autor de Astucia, el jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama (1865-1866) o ponderar y admirar el impulso institucional y literario del noble Justo Sierra, cuyo resplandor magistral ilumina indirectamente al propio Martínez. El secreto de esa virtud es, diría yo, la probidad, la higiénica reticencia ante las construcciones retóricas y las filosofías hechizas de la modernidad, por definición decadente. Martínez es un maestro de llanezas, un claro y claridoso, y con ese ojo de pintor un poco parecido al del paisajista José María Velasco o a la retina de un pintor flamenco al estilo de Brueghel o de Vermeer, que no pierde de vista ni el conjunto ni el detalle, nos va armando y desarmando los vaivenes de la historia y la cultura nacional a través del juicio de, por ejemplo, Hernán Cortés. Ese héroe y antihéroe que sigue ganando batallas en nuestra historia. IV. Hay, entre los textos leídos por la voz decidida y de nítida dicción de don José Luis Martínez, una estampa dedicada a la muerte y ritos funerarios de Nezahualcóyotl, el sabio rey-poeta de Texcoco. Refiere Martínez que era costumbre entre los antiguos indígenas, cuando alguien notable moría, ir a visitar al cuerpo muerto y ponerse a conversar con él como si no hubiese fallecido. Esa imagen me parece que es un buen emblema para describir este acto en el cual un grupo de amigos, discípulos y familiares se reúne en torno

tura griega son: “haberse desprendido del pavor ante las manifestaciones de lo divino y del temor ancestral ante los elementos para racionalizar esas reacciones y consagrarse a entender al hombre y explicar el mundo desde la inteligencia”; la atención “constante a una realidad inmediata y por lo que pudiera llamarse su funcionalismo”. Pero el superar el temor a lo divino no llevó a los griegos a olvidar o desdeñar “El sentimiento de lo divino, manifestado en formas vivas humanas” y en cambio los llevó “a una perpetua búsqueda de la belleza”, sin perder de vista que el conocimiento “se dirigía a interlocutores concretos”. Estas condensadas lecciones helénicas o de la cultura griega arman el límpido catecismo, la transparente carta de creencias contenida en esta Obra reunida de José Luis Martínez que nos llega como un testamento dicho en voz baja, al oído. Otro de esos rasgos se refiere al hecho de que “Píndaro cantaba glorias de los atletas y los asociaba a la gloria de la ciudad de donde provenían...” El concepto “gloria de la ciudad” nativa se transforma en y derrama por los otros textos, por ejemplo, en el dedicado a Justo Sierra, “atento a fundar las bases y el espíritu de una educación y de una cultura que defendiera a la patria...” De-

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En las páginas siguientes, don Joaquín discurre sobre la conquista militar y las condiciones de los contendientes. Nota que no se ha dado el debido lugar a los capitanes que combatían [al lado de Cortés] ni se ha pintado al vivo el carácter de sus compañeros. Nadie les ha negado el valor, y pocos les perdonan la crueldad; pero falta un estudio serio del carácter de esos asombrosos aventureros, mezcla singular de valor indómito, de dureza, de incomparable energía, de codicia, de libertinaje, de lealtad y de espíritu religioso. Después de la caída de la ciudad de México y, a propósito de las expediciones posteriores, se ocupa del “feroz letrado Nuño de Guzmán, hombre extraordinario, de inquebrantable firmeza de ánimo, que deslucía sus grandes cualidades con su despotismo, su avaricia y su crueldad”. Y llama la atención sobre el “personaje admirable” que sucede a Nuño: Cristóbal de Oñate, “digno de ser mucho más conocido, porque al valor, común en aquellos guerreros, juntaba en rara armonía la prudencia y la humanidad”. “La conquista propiamente dicha llegaba ya de Guatemala al Nuevo México, y estaba casi terminada al expirar el siglo XVI”. El inciso III se refiere a la situación de España en el siglo XVI, cuando sobraban caudillos y soldados salidos de aquella ruda escuela, y faltaban brazos para el arado… la emigración a las Indias la agotaba. El trabajo honrado era visto con desdén: las pocas fábricas se convertían en ruinas, los campos se quedaban incultos, la riqueza pública se consumía en guerras. Los tesoros de América no reparaban tantos males, porque no hacían más que pasar por España para pagar tropas fuera… España compraba a costa de enormes sacrificios el inestimable bien de la unidad de raza y de religión.2

al fuego de la voz y a la memoria del maestro que supo ser un padre para sus discípulos y del padre que supo ser un maestro para sus hijos para hablar de las cosas que a él le gustaban y a las que dedicó su vida y sus trabajos. Hablar de las cosas que a él le gustaban, en el tono y con el ritmo pausado que a él le gustaba no sólo es recordar las dualidades funestas y gloriosas de Hernán Cortés, los episodios rústicos y rancheros de Luis G. Inclán –figura que tiene por cierto no pocos puntos de contacto con don Joaquín García Icazbalceta (1825-1894). La visión que tiene José Luis Martínez de Hernán Cortés y de México en el siglo XVI solamente se puede explicar si se tiene en mente la lectura que hace de los escritos del historiador, historiógrafo y bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta, figura a la cual su hijo y mejor discípulo Rodrigo Martínez Baracs ha dedicado el hermoso número de la revista Biblioteca de México que se presenta en este mismo acto. Icazbalceta escribió lo que Martínez llama su “Testamento histórico”, publicado en la segunda época revista El Renacimiento, en 1894 y ahí hace unas reflexiones que seguramente iluminaron la percepción de Martínez sobre Hernan Cortés y el proceso de la Conquista. Reproduzco las contundentes frases de Icazbalceta citadas por Martínez sobre la situación de México en el siglo XVI:

V. La prosa de José Luis Martínez podría compararse en su sencillez a los horizontes ya evocados del paisajista tan admirado por Carlos Pellicer. Tuve la suerte y la buena idea de volver a escuchar este disco de Voz Viva con la voz de mi maestro José Luis Martínez mientras regresaba en auto a la ciudad de México una luminosa tarde de marzo. La voz de José Luis y su palabra luminosa nos envolvían y la voz parecían campear por el valle poniendo mi atención en vilo suspendida en los palacios de la memoria. Venimos sencillamente aquí a hablar de cosas, atmósferas y detalles que a él le gustaban, a poner una flor entre los libros de la memoria. VI. Por lo que a mi toca, debo decir que tengo con Martínez una deuda de gratitud no solamente cultural como la que señala José Emilio Pacheco, sino personal y casi diría genealógica en la medida en que un discípulo puede hablar de filiación. Discípulo en relación con la lectura y la devoción a las obras de Alfonso Reyes y de Pedro Henríquez Ureña. Además debo a la iniciativa de Martínez, Gabriel Zaid, Eulalio Ferrer y Mauricio Beuchot el haber sido propuesto para pertenecer a la Academia Mexicana de la Lengua desde 2002. Debo confesar que en la casa-biblioteca de don Jesús Castañón Rodríguez, (1916-1991) estaban los libros de José Luis Martínez que todavía hoy me acompañan como es esa primera edición de Problemas literarios hecha en la Colección Obregón, dirigida por Octavio Paz y Carlos Fuentes en 1955. Vengo a este acto no como historiador sino como testigo y deudo, como amigo del maestro que se fue y que todavía extrañamos. Traigo en prenda de esa nostalgia esta corbata negra que le perteneció.

Sintiendo cercano el fin de su vida, dice que va a “dirigir por última vez una mirada a aquella época para siempre memorable en la vida de nuestro pueblo”. Y explica su “predilección particular”, recordando que a principios del siglo XVI, los pueblos que entonces existían en México se encontraron subyugados y, en lo principal sustituidos por otra raza poderosa que cayó sobre ellos y trastornó casi por completo su organización política y social… El conocimiento exacto de los elementos que entraron en la formación de la nueva sociedad, y de cómo se fueron combinando, es el punto práctico para nosotros… De aquí la importancia capital, de una verdadera historia de la dominación española, y en particular de una Historia de México durante el siglo XVI. Asunto es éste a que siempre me he sentido fuertemente inclinado; pero que nunca he osado tomar entre manos, por no encontrarme capaz de tratarle como merece.

2 José Luis Martínez, “Joaquín García Icazbalceta (1825-1894)”, Biblioteca de México, número 143, septiembre-octubre 2014, pp. 8-9.

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José Luis Martínez Rodríguez fue desde niño y joven un hombre afortunado, era inteligente, guapo, véase la foto en Acapulco, sabía tener amigos y tuvo maestros, compañeros a los que supo reconocer. Atesoró sus revistas, primeras ediciones, supo escribir sobre ellos y seguir hacia atrás el hilo de la tradición de que provenían, tuvo la fortuna de poder salvarlos, publicarlos, editarlos y reeditarlos en catálogos y editoriales y como si eso no fuera poco se supo salvar a sí mismo y salvó a todos los suyos al lograr que el soporte material de sus afanes –su prodigiosa biblioteca, que fue como su alma e hija mater– se transformase en el eje alrededor del cual giraría la ciudad de los libros que se alojan en este hermoso espacio. Esos amigos se llamaron Octavio Paz y Juan José Arreola, esos maestros fueron Alfonso Reyes, Enrique Diez-Canedo y Agustín Yáñez, Agustín Basave, esos compañeros se llamaron Lepoldo Zea, Alí Chumacero, Jorge González Durán, esas editoriales fueron la Revista Tierra Nueva, la Revista de Bellas Artes, los Talleres Gráficos de la Nación, el Fondo de Cultura Económica, la Academia Mexicana de la Lengua, la Academia de la Historia. Ese oficio de salvación, como decía, buscó remontarse hacia los hontanares, alfaguaras y raíces para saber mejor quien era él, quiénes éramos nosotros los mexicanos, así se interesó por el rey poeta texcocano Nezahualcóyotl, así dedicó luengos años de su longevidad a rescatar a Hernán Cortés de la olla chismosa y a hacer una biografía digna y límpida que supo acompañar de un caudaloso cuerpo de documentos cortesianos, así buscó en el siglo XIX las huellas de Luis G. Inclán, el autor de Astucia, así se inclino a hacia la obra de Justo Sierra. Estos son los medallones que contiene el disco que hoy saludamos. José Luis Martínez sabía quedarse quieto para que se acercaran los pájaros y las palomas, sabia atesorar lo ahorrado para edificar una casa común. Este acto lo prueba.

La revista Biblioteca de México hospeda frecuentemente en sus páginas numerosos textos originales de ensayistas, narradores o poetas contemporáneos, pero no ha renunciado nunca nuestra publicación a cultivar la tarea de divulgar materiales poco frecuentados por los lectores de hoy [siempre animados por el afán de novedades características de esta era] para conmemorar aniversarios de importantes figuras del país y del extranjeros, lo mismo que a rescatar célebres producciones hoy olvidadas generalmente por suplementos y revistas culturales que circulan en nuestro medio, así hubieran sido muy apreciadas en años pasados. A este propósito obedece la antología de autores de distintas eras de la cultura europea, asiática o nacional: Max Jacob, líricos griegos, Lao Tse, Henri Michaux, Max Aub, Baudelaire y otros muchos, cuyas obras cuentan en los libreros de toda mi generación. Hay también conjuntos de textos tampoco muy frecuentados de Robert Musil, Herman Hesse, Walter Benjamin, Eugenio Montale y otros célebres autores. E.L.

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SEA USTED BREVE. POEMAS EN PROSA Y PROSAS POÉTICAS. ANTOLOGÍA.

MAX JACOB 1906 o existe nada de común entre el poema en prosa y las exaltaciones de Rimbaud. La obra de Rimbaud se enorgullece de su sublime desorden; el poema en prosa equilibra los elementos que le integran. Los imitadores de Rimbaud son tal vez poetas en prosa pero no llegan a ser autores de poemas en prosa.

prefacio de

N

1916 Todo lo que existe está situado. Todo lo que está por encima de la materia está situado; la materia misma está situada. Dos obras están desigualmente situadas, ya por el espíritu de los autores, ya por sus artificios. Rafael está por encima de Ingres, Vigny por encima de Musset. La señora de X... está por encima de su prima, el diamante está por encima del cuarzo. ¿Consiste esto, acaso, en las relaciones entre lo moral y la moral? En otro tiempo creíase que los artistas eran inspirados por los ángeles y que había diferentes categorías de ángeles. Buffon ha dicho: “El estilo es el hombre”. Ello significa que un escritor debe escribir con su sangre. La definición es saludable, pero no me parece exacta. Lo que es el hombre es su lenguaje, su sensibilidad; hay razón para decir: “Expresaos con las palabras que os son propias”. Es un error creer que eso será el estímulo. ¿Por qué querer dar del estilo en literatura otra definición que la que tiene en las diferentes artes? El estilo es la voluntad de exteriorizarse por medios escogidos. Generalmente se confunden, al modo de Buffon, lengua y estilo, porque pocos hombres necesitan un arte de voluntad, es decir, el arte mismo, y todo el mundo anhela humanidad en la expresión. En las grandes épocas artísticas, las reglas del arte enseñadas desde la infancia, constituyen cánones que dan un estilo; los artistas son entonces los que, pese a las reglas seguidas desde la infancia, encuentran una expresión viva. Esta expresión viva constituye el encanto de las aristocracias y es el del siglo xvii. El siglo xix abunda en escritores que comprendieron la necesidad del estilo, pero no se atrevieron a descender del trono que su afán de pureza edificara. Se crearon trabas a expensas de la vida1. El autor, luego que situó su obra, puede usar de todos los encantos: lengua, ritmo, musicalidad e ingenio. “Cuando un cantante tiene la voz bien impostada, puede entretenerse en hacer gorgoritos.” Para comprenderme bien comparad las familiaridades de Montaigne con las de Arístides Bruant o los codazos del periódico de perra chica con las brutalidades de Bossuet zarandeando a los protestantes. prefacio de

El cubilete de dados* Esta teoría no es ambiciosa; tampoco es nueva; es la teoría clásica que yo modestamente recuerdo. Los nombres que cito no los saco a relucir para golpear a los “modernos” con la maza de los “antiguos”, son nombres incontestables; si citara otros que yo sé, acaso tiráseis el libro, lo que no deseo. Quiero que lo leáis, no de una larga sentada, sino con frecuencia; hacer comprender es hacer amar. No suelen estimarse más que las obras largas; pero es difícil conservarse mucho tiempo hermoso. Puede preferirse un poema japonés de tres versos a la “Eva” de Péguy, que tiene 300 páginas, y una carta de Madame de Sévigné, llena de ventura, osadía y agilidad, a uno de esos novelones de antaño compuestos con retazos hilvanados, que pretendían haber hecho bastante para la presentación con haber obedecido a las exigencias de la tesis. Mucho se ha escrito acerca del poema en prosa desde hace treinta o cuarenta años; no conozco a poeta alguno que haya comprendido de lo que se trataba y que haya consentido en sacrificar sus ambiciones de autor a la constitución formal del poema en prosa. La dimensión no significa nada para la belleza de la obra; su situación y estilo lo son todo. Por lo tanto yo pretendo que “El Cubilete de Dados” puede satisfacer al lector desde este doble punto de vista. La emoción artística no es un acto sentimental; si no fuera así, la Naturaleza misma bastaría a dárnosla. Existe el arte, luego es que responde a una necesidad; el arte es puramente una “distracción”. No me equivoco; esta es la teoría que nos ha dado un maravilloso pueblo de héroes, de poderosas evocaciones, de medios donde se satisfacen las legítimas curiosidades y aspiraciones de los burgueses prisioneros de ellos mismos. Pero hay que dar a la palabra distracción un sentido aún más amplio. Una obra de arte es una fuerza que atrae y absorbe las fuerzas disponibles de quien a ella se aproxima. Hay en esto algo parecido a un matrimonio y un aficionado desempeña aquí el papel de la mujer. Necesita que una voluntad haga presa en él y lo retenga. La voluntad desempeña, pues, en la creación, el papel principal; el resto no es sino el cebo delante de la trampa. La voluntad no puede ejercitarse sino en la elección de los medios, porque la obra 1 El poema en prosa ha de ser, no obstante las reglas que lo estilizan, de una expresión libre y viva. *Max Jacob, El cubilete de dados, traducción y prólogo de Guillermo de Torre, Editorial-América, Madrid, 1924, 216 pp.

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excita a la emoción artística; se conoce que una obra tiene estilo en que da la sensación de lo cerrado; se conoce que está situada en el ligero embate que nos impulsa también en el margen que la rodea, en la atmósfera especial en que se mueve. Ciertas obras de Flaubert tienen estilo; ninguna de ellas está situada. El teatro de Musset está situado y no tiene mucho estilo. La obra de Mallarmé es el modelo de la obra situada; si Mallarmé no fuera engolado y oscuro, sería un gran clásico. Rimbaud no tiene estilo ni situación; tiene la sorpresa baudelairiana; es el triunfo del desorden romántico. Rimbaud ha ensanchado el campo de la sensibilidad, y todos los literatos le deben gratitud; pero los autores de poemas en prosa no pueden tomarlo por modelo, porque el poema en prosa, para existir, ha de someterse a las leyes de todo arte, que son el estilo o voluntad, y la situación o emoción, y Rimbaud sólo conduce al desorden y a la exasperación. El poema en prosa debe evitar también las parábolas baudelairianas y mallarmeanas si quiere distinguirse de la fábula. Ya se comprenderá que no considero como poemas en prosa a los cuadernos impresiones más o menos curiosas que de cuando en cuando publican los compañeros que tienen dinero de sobra. Una página en prosa no es un poema en prosa, aunque en ella se encuentren dos o tres hallazgos. Consideraría como tales a dichos hallazgos al ser presentados con el necesario margen espiritual. A propósito de esto, pongo en guardia a los autores de poemas en prosa contra las piedras preciosas demasiado brillantes que atraen la vista a expensas del conjunto. El poema es un objeto construido y no el escaparate de una joyería, Rimbaud es el escaparate de la joyería, no la joya; el poema en prosa es una joya. Una obra de arte vale por sí misma y no por las confrontaciones que de ella pueden hacerse con la realidad. Decimos ante el cinematógrafo: “¡Qué bien está!” Ante un objeto de arte decimos: “¡Qué armonía! ¡Qué solidez! ¡Qué corrección! ¡Qué pureza!” Las adorables definiciones de Julio Renard se desmoronan ante esta verdad. Son obras realistas, sin existencia real, tienen estilo, pero no están situadas; el mismo encanto que les da vida las mata. Creo que Julio Renard ha hecho otros poemas en prosa además de sus definiciones; no los conozco; lo lamento; es posible que sea el inventor del género, según yo lo concibo. Por el momento considero como tales a Aloysius Bertrand y al autor del “Libro de Monelle”, Marcelo Schwob. Ambos tienen estilo y margen; es decir, componen y sitúan. Le reprocho al uno su romanticismo “a la manera de Callot”, como él dice, que llamando la atención sobre los colores demasiado violentos vela la obra misma. Por lo demás, él mismo ha declarado que consideraba sus fragmentos como los materiales de una obra y no como obras definidas. Le reprocho al otro el haber escrito cuentos y no poemas, ¡y qué cuentos! ¡Preciosos, pueriles, artículos! Sería posible, sin embargo, que uno y otro escritor hubiesen creado el género del “poema en prosa”, sin saberlo.

Max Jacob (1876-1944) por Amedeo Modigliani. Oleo sobre tela.

de arte no es más que un concierto de medios, y llegamos en lo tocante al arte a la definición que he dado del estilo; el arte es la voluntad de exteriorizarse por medios elegidos; ambas definiciones coinciden y el arte no es más que el estilo. Considero aquí el estilo como la realización de los materiales y como la composición del conjunto, no como el lenguaje del escritor. Y concluyo que la emoción artística es el efecto de una actividad pensante hacia una actividad pensada. Me sirvo a regañadientes de la palabra “pensante” porque estoy convencido de que la emoción artística cesa en cuanto el análisis y el pensamiento intervienen; una cosa es hacer reflexionar y otra dar la emoción de lo bello. Equiparo el pensamiento con el cebo de la trampa. Cuanto mayor sea la actividad del sujeto, tanto más aumentará la emoción dada por el objeto; la obra de arte ha de estar, pues, alejada del sujeto. Por esto debe estar situada. Podría verse en estas palabras la teoría de Baudelaire sobre la sorpresa; esa teoría es algo grosera. Baudelaire comprende la palabra “distracción” en su sentido más ordinario. Sorprender es poco, hay que transplantar. La sorpresa hechiza y estorba la creación verdadera; es nociva como todos los hechizos. Un creador no tiene derecho a ser encantador sino después, cuando la obra está situada y estilizada. Distingamos el estilo de una obra de su situación. El estilo o voluntad crea, es decir, separa. La situación aleja, es decir,

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Poema declamatorio

Poema de un gusto que no es el mio

Poema de un gusto que no es el mio A ti, Rimbaud.

¡No es el horror del crepúsculo blanco ni el alba descolorida que la luna rehúsa iluminar, es la luz triste de los sueños en la cual flotáis, cubiertas de lentejuelas, repúblicas, derrotas, glorias! ¿Quiénes son esas Parcas, quiénes son esas furias? ¿Es Francia con gorro frigio? ¿Eres tú, Inglaterra? ¿Es Europa? ¿Es la tierra sobre el Toro-nube de Minos? Flota una gran calma en el aire y Napoleón escucha la música del silencio sobre la meseta de Waterloo. ¡Oh, Luna, que tus cuernos le protejan! Sobre sus mejillas pálidas resbala una lágrima. Cuán interesante es el desfile de los fantasmas. ¡Salud a ti, salud!, nuestros caballos tienen las crines mojadas de rocío; nosotros somos los coraceros; nuestros cascos brillan como estrellas y en la sombra nuestros batallones polvorientos son como la mano divina del destino. ¡Napoleón, Napoleón! ¡Hemos nacido y hemos muerto! “¡Cargad, cargad, fantasmas, ordeno que se cargue!” La luz se mofa; los coraceros saludan con la espada y se burlan; no tienen huesos ni carnes. Entonces Napoleón escucha la música del silencio y se arrepiente, pensando donde han ido a parar las fuerzas que Dios le había dado... Pero ¡ved un tambor! Es un niño que toca el tambor: sobre su gorro hay una bandera roja y este niño tan vivaz ¡es Francia! Ahora no es aquí en torno a la meseta de Waterloo en la luz triste de los sueños, donde flotáis, ornadas de lentejuelas, repúblicas, derrotas, glorias, ni existe el horror del crepúsculo blanco ni el alba descolorida que la luna rehúsa iluminar.

Leyendas y dibujos enviados por el dueño de una casa equívoca de Hanoi a “El plato de manteca”, publicación cómica o política que tuvo éxito hacia 1900. Los dibujos de Hanoi se asemejaban al modernismo de 0... o, más bien, eran dignos del Museo Guimet. No podemos dar a conocer aquí el lado plástico de esta obra, pero véanse sus concepciones morales que serán envidiadas por el universo. −Un viejo no dice: te amo; dice: ámame. −Un viejo no tiene vicios: son los vicios los que lo tienen a él. No existe una pasión por el té: es preciso por tanto beberle. Ciertas mujeres son como el té. −La quinta noche de amor. Voy a verme obligado a devolverte a tu casa; eres demasiado exigente. −En una playa, bajo un toldo, ha sido encontrado el cadáver de un viejo: se había suicidado porque tras una pérdida de juego no podía someter a las dos mujeres de otro viejo, y hasta al viejo mismo. −Con las mujeres sé paternal, pero inflexible. El dibujo que subrayaba esta última moralidad representaba a un hombre vestido como el poeta B… levantando el bastón sobre una mujer despeinada. El patrón de la mala casa de Hanoi busca su obra desde hace quince años en los periódicos ilustrados. “L’ Asiette au Beurre” ya no se publica, pero él cree que el fondo de este plato yace sobre alguna mesa. Este autor improvisado que se ha dedicado a la trata de blancas y de negras, que ha servido de espía, de forzado, de jugador, de agente diplomático, de agente de pompas fúnebres, es un hombre de experiencia. ¡No es él solo cuya experiencia sorprende por su pobreza!

Mi caballo ha tropezado en las dobles corcheas, Las notas salpican hasta el cielo verde de mi alma; ¡el octavo cielo! Apolo fue doctor y yo soy pianista de afición, ya que no de hecho. Sería necesario, con los bemoles y los grupos de barras, descargar los barcos hendidos y recoger los estandartes minúsculos para componer cánticos. Lo minúsculo es lo enorme. Aquel que ha concebido a Napoleón como un insecto entre dos ramas del árbol, que le ha pintado a la acuarela una nariz demasiado grande, que ha representado a su Corte con colores demasiado tenues, ¿no era mayor que Napoleón mismo?, ¡oh, Atamar Prajapati! Lo minúsculo es lo peculiar. El hombre lleva sobre sí las fotografías de sus antepasados, del mismo modo que Dios presagiaba a Napoleón, ¡oh, Spinoza!, yo, mis antepasados, no somos notas de arpas. Dios había concebido a Santa Elena y al mar entre dos ramas de árbol. Mi caballo negro tiene el ojo albino y ha dado en las notas del arpa.

Rimabud por Alberto Giacomentti. >

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Poema sin unidad Todo sucede como en los tiempos de Alfredo de Musset. Héme aquí en un hotel amueblado de la calle Rempart: Un compositor a la luz de las candilejas me reprocha no haber venido a la Opera para ver su bailable; después sobre un antiguo piano de cola me ejercito en sostener calderones mientras él ejecuta variaciones locales. ...Y en una alcoba había una mujer, pero esta mujer era su madre enferma. Héme aquí en el baile. Se hacen conjeturas: “Observe usted qué manera de vestir: esa señora lleva un turbante negro y su hija también. Señoras, la honesta dama de Pont-Aven está enamorada. Todos esos turbantes, esos cambios de peinados lo delatan. No abandona los salones una sola noche porque él está ahí.” Cuando yo entraba, dos señoras me preguntaron a cuál de ellas prefería, y yo prefería a ambas. Un señor muy correcto nos enseñó a bailar la cadena inglesa y la lección no acababa nunca. Merced a una innovación tan audaz como ingeniosa, mientras se organizaba la cadena inglesa disminuíase el gas (¿había gas?), y se acrecía el resplandor cuando la música se intensificaba. Una vez establecida la cadena el piano marchaba brillantemente y el gas también. ¡Innovación! Además, yo estaba cerca de la chimenea: la señora de la casa hacía enviarme flores porque me encontraba enfermo. Estos cestos de flores me hacían llorar y reír a la vez. El salón se llenaba de turbantes y de espaldas desnudas: todas estas gentes tenían aire de comparsas del Teatro Francés. Dos señoras decían: “En nuestro mundo no se puede ser inocente ni hacer ingenuidades.” Los caballeros intentaban recordar una charada que se resume en dos versos; después salían para batirse en un duelo. Se observaban mucho mis alegrías, mis llantos y mis flores cerca de la chimenea.

Poema de un gusto que no es el mio A ti, Baudelaire

Cerca de un acebo a través de cuyo follaje se veía una ciudad, don Juan, Rotschild, Fausto y un pintor conversaban. −Yo he amasado una inmensa fortuna, y como no me proporcionaba ninguna satisfacción he continuado enriqueciéndome, esperando encontrar la alegría que me dio el primer millón −afirmó Rothschild. −He seguido buscando el amor en medio de las desdichas −dice don Juan−. Ser amado y no amar es un suplicio, pero yo he continuado buscando el amor con la esperanza de volver a hallar la emoción de un primer amor... −Cuando encontré el secreto que me ha dado la gloria −dice el pintor− busqué otros secretos para llenar mi pensamiento; mas para éstos se me ha negado la gloria que me había facilitado el primero, y vuelvo a mi fórmula a pesar del hastío que me causa. −He dejado la ciencia por la felicidad −dice Fausto− pero me reintegro a la ciencia, espero estar anticuados mis métodos, porque no hay otra felicidad más que la investigación. Al lado de ellos estaba una mujer joven coronada de hiedra artificial que dijo: −¡Yo me aburro, soy demasiado bella! Y Dios, tras el abeto, afirmó: −Yo conozco el universo, me fastidio.

C h a r le s B

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(1 82

1- 1 867 ), p o r de Roy.

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THOMAS BULFINCH* Gigantes onstruos, en el lenguaje mitológico, eran seres de proporciones o miembros sobrenaturales, generalmente mirados con terror por poseer inmensa fuerza y ferocidad, que empleaban para daño y estorbo de los hombres. Se suponía que algunos combinaban los miembros de distintos animales; tales como la Esfinge y la Quimera; y a éstos se les atribuían todas las terribles cualidades de los animales salvajes, junto con la sagacidad y demás facultades humanas. Otros, como los gigantes, diferían de los hombres más bien por su tamaño; y en este particular debemos reconocer una distinción amplia entre ellos. Los gigantes humanos, si así se pueden llamar, tales como los Cíclopes, Anteo, Orión y otros, se debe pensar que no eran del todo desproporcionados con los seres humanos, pues se confundían en amores y luchas con ellos. Pero los gigantes sobrehumanos, que combatían con los dioses, eran de dimensiones muchísimo más vastas. Se refiere que Titio, cuando se tendía sobre la llanura, cubría cerca de cuarenta metros cuadrados, y Encelado necesitó que se le pusiera encima todo el monte Etna a fin de sujetarlo. Ya hemos hablado de la guerra que los gigantes hicieron contra los dioses y de sus resultados. Mientras duró esta guerra, los gigantes demostraron ser un enemigo formidable. Algunos de ellos, como Briareo, tenían cien brazos; otros, como Tifón, exhalaban fuego. En un tiempo aterraron tanto a los dioses que éstos huyeron a Egipto y se escondieron allí bajo diversas formas. Júpiter tomó la figura de un carnero, y por eso fue adorado después en Egipto como el dios Ammón, de cuernos curvos. Apolo se convirtió en cuervo, Baco en cabra, Diana en hato, Juno en vaca, Venus en pez, Mercurio en pájaro. En otra ocasión los gigantes trataron de trepar al cielo, y con ese fin tomaron la montaña Ossa y la apilaron sobre el Pelión. Finalmente fueron subyugados con rayos, que inventó Minerva, quien le enseñó a Vulcano y sus Cíclopes cómo hacerlos para Júpiter.

M

Gigantes • La Esfinge • Pegaso y Quimera • El Centauro • Grifos y Pigmeos

Tetis invoca a Briareo. Talla dulce de 1793, obra de Tommaso Piroli (1752 – 1824) a partir de un dibujo de John Flaxman, empleada en una edición de la Ilíada de 1795.

*Thomas Bulfinch, La edad del mito, traducción de L. y C. Eggers Lan, Emecé editores, S.A., Buenos Aires, 1951, 312 pp.

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La Esfinge Layo, rey de Tebas, fue advertido por un oráculo que su trono y su vida correrían peligro si se permitía que su hijo recién nacido creciera. En vista de ello, entregó la criatura al cuidado de un pastor con órdenes de que lo matara; pero el pastor, movido a piedad, aunque sin atreverse a desobedecer por completo, ató a la criatura por los pies y la dejó colgando de la rama de un árbol. En esta condición el infante fue encontrado por un campesino, quien lo llevó a su amo y ama, por los que fue adoptado y llamado Edipo o “pie hinchado”. Muchos años después, Layo iba camino a Delfos, acompañado solamente por un servidor, cuando se encontró en una angosta vía con un hombre joven que conducía también un carruaje. Al rehusar dejarle paso cuando se lo exigieron, el acompañante mató uno de sus caballos, y el desconocido, lleno de furia, asesinó a Layo y a su acompañante. El joven

era Edipo, quien de esta manera se convirtió sin saberlo en el matador de su propio padre. Poco después de esto, la ciudad de Tebas fue afligida por un monstruo que desolaba el camino real. Era llamado la Esfinge. Tenía cuerpo de león, pero la parte superior de una mujer. Se acurrucaba sobre una roca, y detenía a los viajeros que pasaban por allí, proponiéndoles un acertijo, con la condición de que aquellos que lo resolvieran pasarían a salvo, y los que fracasaran morirían. Ninguno todavía había conseguido resolverlo, y todos habían perecido. Edipo no se amedrentó por estos alarmantes relatos, sino que avanzó valientemente hacia la prueba. La Esfinge le preguntó: −¿Cuál es el animal que a la mañana anda en cuatro pies, al mediodía en dos y a la noche en tres? Edipo respondió: −El hombre, que en su niñez se arrastra sobre manos y rodillas, en su madurez camina derecho, y en la vejez, con la ayuda de un bastón. La Esfinge se mortificó tanto con la solución de su acertijo que se arrojó desde la roca y pereció. La gratitud de la gente por su liberación fue tan grande que hicieron rey a Edipo, otorgándole en matrimonio a su reina Yocasta. Edipo, que ignoraba su parentesco, se había convertido ya en el asesino de su padre; al casarse con la reina, se transformó en el esposo de su madre. Estos horrores permanecieron sin ser descubiertos hasta que, cierto tiempo después, Tebas fue azotada con hambre y pestes, y al ser consultado el oráculo, se reveló el doble crimen de Edipo. Yocasta puso fin a su propia vida y Edipo, atacado de locura, se arrancó los ojos y se alejó de Tebas, temido y abandonado por todos excepto por sus hijas, que fielmente permanecieron unidas a él hasta que, después de un agobiador período durante el cual erró miserablemente, llegó al fin de su desdichada vida.

Pegaso y Quimera Cuando Perseo le cortó la cabeza a Medusa, la sangre que penetró en la tierra produjo el caballo alado Pegaso. Una coz de éste abrió la fuente llamada Hipocrene en el monte de las Musas, el Helicón. La Quimera era un monstruo terrible, que respiraba fuego. La parte de adelante era una combinación de león y cabra, y la de atrás pertenecía a un dragón. Producía enormes desastres en Licia, por lo que el rey Yobates buscó algún héroe que la aniquilara. En aquel tiempo llegó a su corte un gentil y joven guerrero, cuyo nombre era Belerofonte. Traía cartas de Preto, yerno de Yobates, en que recomendaba a Belerofonte en los términos más cálidos, como a un héroe invencible; pero añadiendo al final un pedido a su suegro de que lo hiciera morir. La razón era que Preto tenía celos de él, pues sospechaba que su mujer Antea contemplaba con demasiada admiración al joven guerrero. Del hecho de que Belerofonte fuera inconscientemente el portador de su propia sentencia de muerte surgió la expresión “cartas belerofónticas” para describir cualquier tipo de comunicación que una persona se encarga de transmitir, y que contiene perjuicio material para la misma. Yobates, al leer las cartas, no sabía qué hacer, pues no deseaba violar los derechos de la hospitalidad; pero deseaba a la vez complacer a su yerno. Se le ocurrió entonces la feliz idea de enviar a Belerofonte a combatir con la Quimera. Belero-

fonte aceptó la propuesta, pero antes de efectuar el combate consultó a la profetisa Polido, quien le aconsejó procurarse para la lucha, de ser posible, al caballo Pegaso. Con este fin le encareció que pasara la noche en el templo de Minerva. Así lo hizo, y mientras dormía, Minerva se le acercó y le dio una brida de oro. Cuando despertó, ésta permanecía en su mano. Minerva también le mostró a Pegaso, que bebía en el pozo de Pirene, y a la vista de la brida, el corcel alado acudió complacientemente y dejó que lo capturaran. Belerofonte montó, subió con él por los aires y pronto encontró a la Quimera, y obtuvo una fácil victoria sobre el monstruo. Después del triunfo sobre la Quimera, Belerofonte fue expuesto a más pruebas y tareas por su poco amable anfitrión, pero con la ayuda de Pegaso triunfó en todas, hasta que por fin Yobates, al ver que el héroe era un favorito particular de los dioses, le otorgó su hija en matrimonio y lo proclamó sucesor del trono. Más tarde Belerofonte atrajo sobre sí, por su orgullo y presunción, el enojo de los dioses. Se cuenta que trató incluso de volar hasta el cielo en su corcel alado, pero Júpiter le envió un tábano que picó a Pegaso y lo obligó a despedir a su jinete, que como consecuencia quedó cojo y ciego. Después de esto, Belerofonte erró solitario a través del campo Aleyo, evitando el encuentro con los hombres, y murió miserablemente. 12


Los Centauros Estos monstruos eran representados como hombres desde la cabeza hasta las ijadas, mientras que el resto del cuerpo era el de un caballo. Los antiguos querían demasiado al caballo como para considerar que la unión de su naturaleza con la de un hombre podía dar por resultado una combinación poco digna, y, de acuerdo con esto, el Centauro es el único de los monstruos imaginarios de la antigüedad al que se le asignaban algunas buenas cualidades. Los Centauros eran admitidos en la compañía del hombre, y en el casamiento de Piritoo con Hipodamia se contaban entre los invitados. Durante la fiesta Eurito, uno de los Centauros, al embriagarse, trató brutalmente a la novia; los otros Centauros siguieron su ejemplo y se entabló una feroz lucha en la que varios de los monstruos perecieron. Ésta es la celebrada batalla de los Lapitas y Centauros, tema favorito entre los escultores y poetas de la antigüedad. Pero no todos los Centauros eran como los groseros invitados de Piritoo. Quirón fue educado por Apolo y Diana, y era celebrado por su destreza en la caza, medicina, música y en el arte de la profecía. Los más distinguidos héroes de las leyendas griegas fueron discípulos suyos. Entre otros, Apolo le confió a su cargo a su hijo Esculapio. Cuando el sabio volvió a su casa con el niño, su hija Ocíroe salió a su encuentro y, a la vista de la criatura, habló en tono profético (pues era profetisa), y predijo la gloria que iba a alcanzar. Cuando Esculapio llegó a la madurez se convirtió en médico de fama, y hasta en más de una oportunidad logró restituirle la vida a los muertos. Plutón se resintió por ello, y Júpiter, a pedido suyo, hirió al esforzado médico con un rayo y lo mató, pero después de su muerte lo

El rapto de Deyanira por el centauro Neró.

acogió en el número de los dioses. Quirón era el más sabio y más justo de todos los Centauros, y a su muerte Júpiter lo colocó entre las estrellas, constituyendo la constelación de Sagitario.

Belerofonte y la Quimera.

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Los Pigmeos Los Pigmeos eran un pueblo de enanos, y se les llamaba así debido a una palabra griega que significa codo o medida de unas trece pulgadas, que se dice era la altura de esta gente. Vivían cerca de las fuentes del Nilo o, de acuerdo con otros, en la India. Homero cuenta que las grullas acostumbraban emigrar todos los inviernos al país de los Pigmeos, y que su llegada era señal de sangrienta lucha para los minúsculos habitantes, que debían tomar las armas para defender los campos de trigo contra los rapaces forasteros. Los Pigmeos y sus enemigas las Grullas constituyen el tema de varias obras de arte. Escritores posteriores cuentan que un ejército de Pigmeos, al encontrar a Hércules durmiendo, hizo preparativos para atacarlo, como si fuera a asaltar a una ciudad. Pero el héroe se despertó, se rió de los pequeños guerreros, envolvió a algunos en su piel de león y se los llevó a Euristeo.

Pigmeo, estatuilla de marfil, Etruria, ca. 325-300 a.c. Colección del Museo Arqueológico Nacional (Florencia). Fotografía: Sailko.

El Grifo El Grifo era un monstruo con cuerpo de león, cabeza y alas de águila, y la espalda cubierta de plumas. Como las aves, construía su nido, y en lugar de huevos ponía allí un ágata. Poseía garras largas y un pie de tal tamaño que la gente de aquel país fabricaba con ellos copas para beber. Se señalaba a la India como el país de origen de los Grifos. Encontraban oro en las montañas y construían con él sus nidos, y por esa razón éstos eran muy tentadores para los cazadores, por lo que se veían obligados a guardar estrecha vigilancia sobre ellos. Su instinto los llevaba a adivinar dónde yacían tesoros enterrados y hacían lo posible para mantener a distancia a los ladrones. Los Arimaspianos, entre los que florecían los Grifos, eran gente de Escitia que poseía un solo ojo.

Grifo, grabado de Johannes Jonstonus en The History of Four-Footed Beasts and Serpents,1658.

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Poesía lírica griega* TIRTEO DE ESPARTA (alrededor de 640 a. C.)

... Avancemos trabando muralla de cóncavos escudos, marchando en hileras Panfilios, Hileos, y Dimanes, y blandiendo en las manos, homicidas, las lanzas. De tal modo, confiándonos a los eternos dioses, sin tardanza acatemos las órdenes de los capitanes, y todos al punto vayamos a la ruda refriega, alzándonos firmes enfrente de esos lanceros. Tremendo ha de ser el estrépito en ambos ejércitos al chocar entre sí los redondos escudos, y resonarán cuando topen los unos sobre otros...

Pues es hermoso morir si uno cae en la vanguardia cual guerrero valiente que por su patria pelea. Que lo más amargo de todo es andar de mendigo, abandonando la propia ciudad y sus fértiles campos, y marchar al exilio con padre y madre ya ancianos, seguido de los hijos y de la legítima esposa. Porque ése será un extraño ante quienes acuda cediendo a las urgencias de la odiosa pobreza. Afrenta a su linaje y baldona su noble figura y toda clase de infamia y ruindad le persigue. Si un vagabundo así ya no obtiene momento de dicha ninguno, ni vergüenza ni estima ninguna, entonces con coraje luchemos por la patria y los hijos, y muramos sin escatimarles ahora nuestras vidas. ¡Ah jóvenes, pelead con firmeza y codo a codo; no iniciéis una huida afrentosa ni cedáis al espanto; aumentad en vuestro pecho el coraje guerrero, y no sintáis temor de hacer frente al enemigo! Y a vuestros mayores, que ya no conservan ligeras rodillas, a los viejos, no les abandonéis atrás al retiraros. Vergonzoso es, desde luego, que caiga en vanguardia y quede ante los jóvenes tumbado un hombre ya maduro, que tiene ya blanca la cabeza y canosa la barba, y queda exhalando su ánimo audaz en el polvo, con el sexo cubierto de sangre en sus manos −bochornoso espectáculo es ése y exige venganza− y su cuerpo desnudo. En cambio, todo es bello en un joven, mientras la flor flamante de amable juventud posee. Es admirado por los hombres y suscita amor en las mujeres mientras está vivo, y hermoso es si cae en la vanguardia. Así que todo el mundo se afiance en sus pies y se hinque en el suelo mordiendo con los dientes el labio.

Escucharon a Febo y de Delfos trajeron a Esparta las profecías del dios, sus palabras de cierto final. Así el Soberano Certero del Arco de Plata, Apolo, el de dorada melena, les dijo en su templo suntuoso: “Que manden en consejo los reyes que aprecian los dioses, ellos tienen a su cargo esta amable ciudad de Esparta, y los ancianos ilustres, y luego los hombres del pueblo, que se pondrán de acuerdo para honestos decretos. Que expongan de palabra lo bueno y practiquen lo justo en todo, y que nada torcido maquinen en esta ciudad. Y al conjunto del pueblo le atañe el poder y el triunfo.” Así en este asunto le habló entonces Febo al pueblo.

*Antología de la poesía lírica griega, selección, prólogo y traducción de Carlos García Gual, Alianza Editorial, Madrid, 1983, 144 pp.

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ALCEO DE MITILENE (alrededor de 600 a. C.) Bebe y emborráchate, Melanipo, conmigo. ¿Qué piensas? ¿Que vas a vadear de nuevo el vorticoso Aqueronte, una vez ya cruzado, y de nuevo del sol la luz clara vas a ver? Vamos, no te empeñes en tamañas porfías. En efecto, también Sísifo, rey de los eolios, que a todos superaba en ingenio, se jactó de escapar a la muerte. Y, desde luego, el muy artero, burlando su sino mortal, dos veces cruzó el vorticoso Aqueronte. Terrible y abrumador castigo le impuso el Crónida más tarde bajo la negra tierra. Conque, vamos, no te ilusiones. Mientras jóvenes seamos, más que nunca, ahora importa gozar de todo aquello que un dios pueda ofrecernos.

Safo y Alceo, Lawrence Alma-Tadema, oleo sobre tela.

Zeus hace llover, baja del cielo una enorme tormenta y están helados los cursos de las aguas... Desprecia la tormenta, aviva el fuego, sazona, sin escatimarlo, el vino dulce como miel, y luego reclina tus sienes sobre un blando cojín.

Bebamos. ¿A qué aguardar las candelas? Hay un dedo de día. Descuelga y trae las grandes copas pintadas, en seguida. Porque el vino lo dio a los humanos el hijo de Sémele y Zeus para olvido de penas. Escancia mezclando uno y dos cazos, y llena los vasos hasta el borde, y que una copa empuje a la otra...

Si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres.

… Al malnacido Pítaco de esta ciudad, desdichada y cansina, le han hecho tirano, después que todos lo elogiaron mucho.

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… Has venido del confín de la tierra, trayendo recubierta de oro la empuñadura de marfil de tu espada, y cumpliste una gran hazaña peleando con los babilonios, y los libraste de agobios, al matar a un guerrero tremendo a quien sólo un palmo faltaba para medir cinco codos reales.

Destella la enorme mansión con el bronce; y está todo el techo muy bien adornado con refulgentes cascos, y de ellos cuelgan los albos penachos de crines de caballo, que engalanan el arnés de un guerrero. De ganchos que ocultan que están enganchadas las grebas brillantes de bronce, defensas del más duro dardo, los coseletes de lino reciente y cóncavos escudos cubren el suelo. Junto a ellos están las espadas de Cálcide, y muchos cintos y casacas de guerra. Ya no es posible olvidarnos de eso, una vez que a la acción nos hemos lanzado.

Pues cuentan que una vez Aristodamo dijo en Esparta una frase indiscutible: “El dinero es el hombre; ningún pobre resulta hombre valioso ni apreciado.”

Bien, venga cualquiera a ponernos al cuello las guirnaldas trenzadas de flores de anís, y luego derrame la mirra olorosa en nuestro pecho.

Cruel, insufrible daño es la Pobreza, que a un pueblo grande somete a la par de su hermana, la Impotencia.

El vino, caro amigo, es también la verdad.

¡Coronada de violetas, sonrisa de miel, santa Safo!

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PROPERCIO

Elegías* IV

¡C

onviene que antes te lamentes por incontables caprichos de tu amada, que a menudo supliques y a menudo seas rechazado, y que muchas veces con los dientes destroces tus uñas sin que lo merezcan, y que la ira levante estrépito al herir el suelo tu irresoluto pie! En vano se derramaban los ungüentos en mis cabellos y mi planta caminaba morosamente con medido paso. Nada pueden las hierbas, ni la nocturna magia de la heroína de Cólquide,1 ni las plantas cocidas por la mano de Perimede2. ¿Pues a qué engañoso adivino he dejado yo de pagar? ¿Qué vieja hechicera no revuelve diez veces mis sueños? Mas puesto que no distinguimos ni causas ni golpes francos, y es oscuro el camino por donde vienen tantos males, este enfermo no necesita de médicos ni de blandas camas, a él no le daña ningún tiempo del cielo ni aura alguna; anda, y, de repente, los amigos se pasman ante su muerte. Así es de sorprendente lo que llaman amor. Si yo tuviere algún enemigo, que ése tenga amores con mujeres, que goce de mancebo si alguien es amigo mío. Tú bajas por un río tranquilo en barca segura: ¿qué daño puede hacerte el oleaje en tan pequeña orilla? El uno cambia a menudo su corazón por una sola palabra, la otra apenas si se ablandara a costa de tu misma sangre.

V ¿Es cierto, Cintia, que andas en boca de toda Roma y que nadie ignora tu licenciosa vida? ¿He merecido esperar tal cosa? Pérfida, me las pagarás, y el viento me llevará a alguna parte. Sin embargo, encontraré, entre muchas engañosas, una que quiera ser famosa con mi verso, que no se burle de mí con tan cruel trato y te haga rabiar: ¡Ay!, tarde llorarás después de haber sido amada largo tiempo. Ahora mi enojo es reciente, ahora es la ocasión de alejarme: si el dolor se fuera, volverá el amor. No cambian tanto con los Aquilones las olas del mar de Cárpatos,3 ni la oscura nube retrocede ante el caprichoso Noto, cuanto cambian fácilmente los iracundos enamorados con una palabra. Mientras es posible, sacude de tu cuello el injusto yugo. Tú sufrirás algo, pero la primera noche; todo mal, en el amor, con paciencia es leve. Mas tú, por las dulces leyes de nuestra protectora Juno, cuida, vida mía, no se vuelva contra ti tu arrogancia. No solo el toro hiere al enemigo con sus cuernos curvados, sino que aun la oveja atacada resiste al importuno. Yo no desgarraré tu vestido sobre tu cuerpo perjuro, ni mi cólera rompería tu puerta cerrada, airado no osaría yo arrancar tus trenzados cabellos, ni ofenderte con crueles manos: que un hombre grosero, cuya cabeza

no ciñó la hiedra, busque tan torpe pelea.4 Y así, escribiré algo que tu existencia nunca podría borrar: “Cintia, dominadora belleza: Cintia, liviana en sus promesas.” Créeme, aunque desprecies los murmullos de la fama, este verso te hará palidecer. IV. −Penas de amor.− Nada es más cruel que amar a una mujer. El que ama debe esperar todos los males imaginables. Por eso, el afecto por un mancebo se desea para los amigos; y el de mujer, para los enemigos, 1 Medea es uno de los temas preferidos de Propercio cuando se trata de hechicerías y encantamientos. 2 Perimede es nombrada por Teócrito (21, 16) junto a Medea como experta en preparar filtros amorosos. V.−A Cintia.− La fragilidad e inconstancia de Cintia se torna una vez más poema.Propercio intenta alejarse cuando su enojo dura todavía. Pero el amor le impide separarse. Con todo, previene a Cintia de una separación. Y el verso de Propercio será perenne recuerdo de las debilidades de aquélla. 3 Las olas del mar cambian con los vientos apenas éstos se anuncian. Así también el ánimo de los enamorados. El Cárpato es el mar situado alrededor de la isla de este nombre, entre Rodas y Creta. El Aquilón es el viento frío del norte, y el Noto, el cálido del mediodía, que trae la lluvia. 4 Propercio alude aquí malévolamente a un pasaje de Tibulo (I 10, 53 ss., 61 s.), cuyo libro I debió publicarse después del I de Propercio y antes del II.

*Propercio, Elegías, edición traducción y notas de Antonio Tovar y María T. Belfiore Mártire, profesora de latín de la Universidad Nacional de Tucumán, Ediciones Alma Mater, S. A., España, 1963, 260 pp.

Auguste Jean Baptiste Vinchon, Propercio y Cintia en Tivoli. >

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LAO TSE*

Tao Te King XXIII

XLIV

Hablar raramente es conforme a la naturaleza.

Renombre o santidad, ¿qué don es más precioso? Santidad o fortuna, ¿cuál es la más importante? Ganar el uno o perder la otra, ¿qué es peor?

Un torbellino no dura toda la mañana. Un chaparrón no dura todo el día. ¿Quién los produce? El cielo y la tierra. Si los fenómenos del cielo y de la tierra no son duraderos, ¿cómo las acciones humanas podrían serlo?

Quien ama demasiado el renombre debe pagarlo muy caro; quien demasiado acopia sufre grandes pérdidas.

Quien va hacia el Tao, el Tao le acoge. Quien va hacia la Virtud, la Virtud le acoge. Quien va hacia la perdición, la perdición le acoge.

Quien con poco se contenta, evita todo insulto. Quien sabe dominarse previene las catástrofes. Es así como se puede vivir mucho tiempo.

LIII Si yo fuera conocido ventajosamente en el mundo marcharía sobre el gran camino, no temiendo más que desviarme. El gran camino es derecho pero las gentes prefieren los atajos. El corral está cuidado, pero los campos están llenos de cizaña y los graneros vacíos. Vestirse con ropas bordadas, ceñirse de espadas cortantes, hartarse de beber y de comer, acumular riquezas, todo esto se llama robo y mentira y no tiene nada del Tao.

*Lao Tse, Tao Te King, traducción Ramón Hervás, Ediciones 29, Barcelona, España, 1989, 100 pp.

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XXXIX

XLVI

He aquí lo que antaño sucedió a la unidad. El cielo alcanzó la unidad y se hizo puro. La tierra alcanzó la unidad y se hizo tranquila. Los espíritus alcanzaron la unidad y se hicieron eficaces. Los valles alcanzaron la unidad y se llenaron. Los seres alcanzaron la unidad y se reprodujeron. Los señores y los príncipes alcanzaron la unidad y se hicieron el ejemplo del universo.

Si el mundo está en buena vía, los correos desensillados trabajan en los campos. Si el mundo no está en buena vía, los caballos de combate pululan en las afueras. No hay mayor error que aprobar sus deseos. No hay mayor desdicha que ser insaciable. No hay peor azote que el espíritu de codicia. Quien sepa limitarse tendrá siempre bastante.

Si el cielo no es puro, se desgarra. Si la tierra no estuviera tranquila, se arruinaría. Si los espíritus no fueran eficientes, se aniquilarían. Si los valles no se llenaran, se desecarían. Si los seres no se reprodujeran, desaparecerían. Si los príncipes y señores no fueran ejemplares, serían destronados.

Lao Tse >

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TS’UEI HAO*

Pasando por Hua-Yin1 Las descollantes cumbres del T’ai-Hua contemplan con desprecio al Hsien-Yang; Por encima del cielo se destacan sus tres picos; Aun los mismos Inmortales2 no podrían abatirlo. Frente al templo de Wu Ti,3 las nubes se aprestan a zarpar; Sobre el palmar de Hsien4 las primeras lluvias limpian el cielo. Al norte, río y montaña resguardan el peligroso paso del Ch’in. El camino del correo, hacia el oeste, conduce a las llanuras de Han. A la vera del camino, pregunto a los desconocidos que buscan fama y provecho:5 ¿Por qué no se detienen en este lugar y aprenden a vivir?

1 El distrito de Hua-yin y el Monte T’ai-Hua (“Gran Montaña Florida”) se encuentran en la provincia de Sen-shi, lo mismo que la capital local, Hsien-Yang. 2 Los hsien: magos o adeptos que lograron la inmortalidad material. 3 El Emperador guerrero Kao-tsu, del período Wu Ti (618-626). 4 El palmar de Hsien es un desnudo peñasco sobre la escollera. 5 El camino era una carretera entre Lo-yang, importante ciudad de la dinastía T’ang y antigua capital china, y Ch’ang-an, capital T’ang, actualmente llamada Hsi-anfu o Sian, en la provincia de Shen-si. *Poetas chinos de la dinastía T’ang (618-906), selección y traducción de Raúl A. Ruy, Ediciones Mundonuevo, Colección Asoka, Buenos Aires, 1961, 192 pp.

Camarones, pintura a grandes rasgos con base de tinta china, de Qi Baishi. >

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TU FU

Una visita a Weipa,1 letrado retirado

En la vida, es tan poco frecuente que dos amigos vuelvan a encontrarse, Como la conjunción de las estrellas matutina y vespertina.2 Esta noche, diferente a todas las noches, Nos pudimos sentar juntos a la luz del mismo candil. Juventud y vigor, ¿cuánto tiempo podrán durar? Mi barba y cabellos están ya grises. Visitando los viejos amigos, hallo entre los fantasmas a la mitad de ellos; Pero ahora que te veo mi corazón se estremece. ¿Cómo podía saber que debería aguardar veinte años Antes de volver a visitar tu hogar? La última vez que nos separamos tú no estabas casado; Ahora, de improviso te hallo con una familia de hijos e hijas. Ceremoniosamente, y dando muestras

de alegría, presentan sus respetos al viejo amigo de su padre, Y me preguntan de dónde vengo. No habíamos llegado aún al término de nuestra plática Cuando ordenaste a los chiquillos que traigan el vino y lo coloquen delante nuestro. Las cebollas vernales se siegan en el rocío del atardecer, Y se las guisa frescas con el amarillo mijo. Mi anfitrión habla de lo difícil que es celebrar un encuentro Y me pide disculpas una y otra vez. Después de diez copas aún no estábamos ebrios, Sólo nos tornamos sentimentales ante nuestras reminiscencias. Mañana nos separarán las Colinas Occidentales Y los afanes del mundo nos harán olvidar el uno al otro.

1 Aunque nada se sabe de la identidad de este personaje, Hung (1) 139, lo representa como un ermitaño. 2 Orión y Lucifer, respectivamente.

< Detalle del Poema de Du Fu dedicado a He Lanxian, interpretado en la escritura Cao Shu por Huang Tingjian, dinastía Song.

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HENRI MICHAUX*

Un bárbaro en Asia monótona. “No son sino marchas”, dicen. En efecto, cuántos trotes y cuántas clarinadas entre los blancos). Igual que a ciertas personas les basta abrir un libro de tal autor para ponerse a llorar sin saber por qué, a mí me basta oír una melodía china para sentirme aliviado de mis errores y de mis malas inclinaciones y de una especie de excedente que me aflige a diario. Pero hay un encanto, no mayor, pero quizá más constante, en la lengua china hablada. Comparados a este idioma, los demás son pedantes, afligidos de mil ridiculeces, de una monotonía estrambótica que hace morir de risa: idiomas de militares y de mandones: Es lo que son. El idioma chino no ha sido hecho como los demás, por una sintaxis atropellada y ordenadora. No se han hecho las palabras con dureza, con autoridad, método y redundancia, de una aglomeración de sílabas retumbantes, ni por vía etimológica. No, son palabras de una sílaba, y esa sílaba es indecisa. La frase china es como una serie de débiles exclamaciones. Si una palabra consta de más de tres letras, una u otra consonante ahogada (la n o la g) la envuelve con un sonido de gong. En fin, para acercarse más a la naturaleza: es un idioma cantado. Hay cuatro tonos en la lengua mandarina, hay ocho en los dialectos del sur de la China. Nada de la monotonía de otros idiomas. Con el chino se sube, se baja, se vuelve a subir, se está a medio camino, se arranca. Queda, sigue cantando en plena Naturaleza. *

Henri Michaux en su mesa de trabajo por Brassaï.

La música china pocos europeos les gusta la música china. Sin embargo, a Confucio, que no era hombre exagerado, ni mucho menos, lo embargó de tal modo el encanto de una melodía que se quedó tres meses sin comer. Yo sería más moderado, pero salvo ciertas melodías bengalíes, debo decir que la música china es la que más me conmueve. Me enternece. Lo que sobre todo molesta a los europeos, es una orquesta hecha de estrépitos, que subraya e interrumpe la melodía. Eso, es lo netamente chino. Como la afición a los petardos y a las detonaciones. Hay que habituarse. Por lo demás, cosa curiosa a pesar de ese formidable barullo, la música china es la más pacífica del mundo; ni dormida, ni lenta, pero sí pacífica, exenta del deseo de guerra, de mando, exenta hasta de sufrimiento, afectuosa. Qué buena, agradable, sociable es esta melodía. No tiene nada de fanfarrona, de idiota, ni de exaltada, es humana, bonachona e infantil y popular y muy “tertulia de familia”. (A propósito, los chinos dicen que la música europea es

A

Confucio (c. 551-479 B.C.) folosofo chino por Liang Kai, siglo xviii.

*Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, traducción de Jorge Luis Borges, Ediciones Sur, Buenos Aires, 1941, 204 pp.

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La música china La poesía china es tan delicada, que no encuentra jamás una idea (en el sentido europeo de la palabra). Un poema chino es intraducible. Ni en pintura, ni en poesía, ni en el teatro, hay esa voluptuosidad cálida, espesa, de los europeos. En un poema, indica, y los rasgos que indica no son los más importantes, no tienen una evidencia alucinante, la evitan, y ni siquiera la sugieren, como suele decirse. Más bien, se deduce de ellos el paisaje y su atmósfera. Cuando Li Po nos dice cosas aparentemente fáciles como esto que es un tercio del poema: Azul es el agua y clara la luna de otoño Recogemos en el lago del sur lirios blancos Parecen suspirar de amor y llenan de melancolía el corazón del hombre en la barca. hay que empezar diciendo que el golpe de vista del pintor es tan común en la China que sin otra indicación, el lector ve de manera satisfactoria, se regocija, y con toda naturalidad puede dibujar con el pincel el cuadro en cuestión. Un ejemplo antiguo de esa facultad: Hacia el siglo xvi, no sé bajo qué emperador, la policía china ordenaba a sus inspectores que dibujaran subrepticiamente el retrato de cada extranjero que entraba en el Imperio. Diez años después de haber visto ese único retrato el policía lo reconocía. Más aún, si se cometía un crimen y el asesino huía, había siempre alguien en la vecindad que podía hacer de memoria el retrato del cual se tiraban muchos ejemplares, que se enviaban a la carrera por las

grandes rutas del Imperio. Acorralado por sus retratos, el asesino acababa por entregarse al juez. A pesar de ese don de ver, el interés que tomaría un chino en la traducción francesa o inglesa del poema sería mediocre. Y después de todo, ¿qué contienen en francés esos cuatro versos de Li Po? Una escena. Pero en chino, contienen unas treinta: son un bazar, son un cinematógrafo, son un gran cuadro. Cada palabra es un paisaje, un conjunto de signos cuyos elementos, hasta en el poema más breve, promueven un sin fin de alusiones. Un poema chino es siempre demasiado largo, es tan repleto, tan realmente halagador y tan erizado de comparaciones. En la palabra azul (Spirit of Chinese Poetry, de V. W. W. S. Purcell), está el signo de partir leña y el del agua, sin contar el de la seda. En la palabra claro, la luna y el sol a la vez. En la palabra otoño, el fuego y el trigo, etcétera. De modo que al cabo de tres versos, hay una afluencia tal de aproximaciones y de refinamientos, que uno queda maravillado. Este encanto se produce por equilibrio y armonía, estado que el chino gusta por sobre todas las cosas, y en el que encuentra una especie de paraíso.1 Este sentimiento, más opuesto a la paz exaltada de los hindúes que a la nerviosidad y a la acción europeas, sólo se encuentra en las razas amarillas. 1 El chino ha deseado siempre “un acuerdo universal donde el cielo y la tierra estén en perfecta tranquilidad y donde todos los seres logren su completo desarrollo”. Un intrigante que quería sublevar al pueblo, decía: “El Emperador ya no está en armonía con el cielo”; los campesinos aterrados, los nobles y todo el pueblo, corrían a las armas, y el emperador perdía su trono.

Li Bai de paseo (Li Po, Li Bai, Li Bo) por Liang Kai, siglo xviii, China durante el periodo Song del Sur. Museo Nacional de Tokio.

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MAX AUB

Antología traducida* SUBANDHU (Siglo vii) Poeta persa que, aunque parezca extraño, escribió en sánscrito. Doy una versión de la alemana de Heinrich von Baumgartner.

De la amada al amado Lo primero que recuerdo de ti son las manos. No tus manos en sí −que no sé siquiera si son hermosas o feas− sino tus manos en mí, tus manos sobre mí. Su marca huidiza, corredora, alucinante, como sombras de pájaros en vuelo. Tus manos en mis manos como palomas, en mis brazos como peces, en mi cintura como lianas, en mis espaldas como chorro de agua recién nacida, en mis muslos como serpientes. Tus manos por todo mi cuerpo, como mar. Tus manos sobre mí, corriendo, recorriendo, formando mi epidermis, formándome, dándome contenido: haciéndome mundo. Hasta que me tocaste, no fui yo, la que soy ahora. ¿Nueva? No: otra. Me hiciste por el tacto, de perfil y de frente. Desde el primer momento en que rozaste mi cabeza con tus manos, al descuido. Lo recuerdo como si fuese ahora mismo: estaba, sentada en el suelo, pasaste tu mano por mi pelo y se estremeció mi tronco como si le azotara un viento nuevo. Me estremecí. Cada vez que recuerdo tus manos me estremezco. Me inmuto. Ardo con sólo recordar tus manos, mi vida, conmovida. Lo que siento, lo que me recorre cuando me tocan tus manos no tiene nombre. Ni escalofrío ni estremecimiento, ni temblor; conmoción tal vez. Ni lo sé ni lo sabré: vibro, me espeluzno, centelleo, titilo trémula. Ondulo, me cimbro, nueva, otra. Me das movimiento. Escribo “trémula” y quizá por ese sendero podría hallar las palabras que reflejaran lo que me hacen sentir tus manos en mi cuerpo. Pero no es temblor lo que siento cuando voy a temblar, temblar sin miedo, con gusto profundo. Soy yo, del otro lado. Me alteras, me conmueves. Sí: está bien dicho: tus manos, me conmueven, me sobresaltan, me quebrantan abriéndome, haciendo salir de mis entresijos el musgo del placer más escondido. Me estremeces: me meces, me entre −meces−. Dentro. Tus manos me acunan, me enternecen, me mueven, sirenas, me alan. Me ablandan tus manos tiernas endureciéndome, me desmenuzan dándome unidad. Me cierran en ti, abriéndome a la mar. Me transportan, contrarias al milagro, milagro ellas mismas, haciéndome, dándome lo que nadie me dio.

Del amado a la amada Lo que quería en tus brazos era morir, no pasar adelante, sin nada más que desear. Cuando tenía entre mis brazos, completamente cercado, tu torso fino y duro, en mí tus pechos duros y blandos, no podía pensar en alcanzar más lejos, llegado al fin de mis sentidos, en el borde mismo de lo posible, en la frontera de mis deseos. Más allá, tal vez otro país, mas para descubrirlo hubiese debido ser otro. Lo intenté, sin resultado. Desnudo, sin nada, lo poseía todo. Por tu boca me hundía en lo mejor soñado, para reencontrarme como nunca fui. Nada hay que deseara que no tuvieras; nada que quisiera que no me dieras. Para apoyarme en algo tenía que inventar perderte. Todo era tuyo: el tiempo, el pensamiento, el recuerdo −trizas el futuro−, la dulzura, la posesión y la entrega −de pronto, sinónimos−, las flores, la yerba, la tierra, el sol, las estrellas, el agua estancada y la que corre salvaje o suave. La luna y todo lo que han dicho sobre el tiempo, el pensamiento, el recuerdo, el futuro. Tú: esplendor y oscuridad. Eras mi juventud y mi madurez; capullo, flor, fruto y semilla de consuno, entreverados y sucesivamente; tierra que araba, sembraba y cosechaba a la vez y sucesivamente, sin saber dónde empezaba, sin fin. ¡Quién hubiera podido guardarte eternamente para echarte cada mañana renovada a la mar, siempre igual y cambiada como tú, vuelta a mí en cada ola! Te fuiste, y mi muerte se hizo vida, acíbar, dureza, piedra. Sábelo, traidora, a ver si mueres y tu cadáver profana la tierra. Porque donde te entierren todo se asolará. Triste retórica: esta que ahora eres, allá en el norte, es la misma que fue. Te disfruta otro ¡oh mi semilla! Nada deseaba en tus brazos, nada deseo ahora. Pero hay más diferencia entre estas dos palabras idénticas que entre las cimas del Cáucaso y el largo curso del Kerkha.

Ilustración de Leonora Carrington para Del amor de Max Aub, México-Ecuador, 1960. >

*Max Aub, Antología traducida, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963, 136 pp.

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IBN-BEN-ALI (¿1210? - 1265) De la tribu de los Kelbidas, de Sicilia; poemas recogidos por un viajero granadino, a fines del siglo xiv.

II Hoy, has muerto. Ayer decías, no me lo niegues, no: que te gustaba yacer conmigo.

XI Canción del adúltero ¿Cómo pueden unirse tierra y cielo, agua y aceite, piedra y fuego? Te deseo tanto que te penetra mi pensamiento.

Nunca oí palabras que me estremecieran tanto. Nunca llegaron a mí palabras más placenteras. Tú me decías que te gustaba yacer conmigo.

Conversa el hombre con el cielo, bien supremo. Cuando te atravieso no es mi mástil el que te posee, sino mi recuerdo; de tanto como te quiero.

Tenías el cuerpo más blanco que las sábanas del lino más fino aunque te gustaba hacerme padecer antes de darte por entero, creyendo que así sería más hermoso.

Me conmuevo sobre tu cuerpo no con el mío sino con mi pensamiento: de tanto como te quiero.

Hermosa: no era más hermoso, pero me solazaba ver que lo hacías creyendo que así me placía, más blanca que las sábanas del lino más fino.

Estremecido me sobresalgo −suave terremoto− porque mi mente fornica con tu cuerpo. El deseo no es carne sino pensamiento. Te quiero como eres porque eres como te deseo.

Tu triángulo oscuro era más suave que el trigal maduro y mi mano era el viento que lo inclinaba según mi capricho.

Otra cosa sería si te quisiera como a otras quiero. ¡No me lo niegues, no! Tú me lo dijiste, alondra, paloma blanca, suave pájaro vivo, que alentabas hasta ayer entre mis brazos incansables de ti: que te gustaba yacer a mi lado.

XIV Me quedo absorto cuando pienso / que descansa el océano / tras de mi cráneo / y que tengo la Meca / frente a mis pies / y que dando la vuelta / trueco el Atlántico / por el santo lugar. Lo mismo pasa, Zaida, / con la derecha / y su contrario.

Hoy, has muerto en los brazos de tu señor; en ti la vida y la muerte. Cuando pasaste por el patio florido me miraste como si no me conocieras.

M ax

Aub. Dibu

jo d e J o s é M o

reno Villa .

Hechos que bastan, Zaida, / para que me contente / con tu centro profundo.

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Poesía quechua* ORACIÓN PRIMERA AL HACEDOR ¡Oh, Hacedor! que estás en los fines del mundo sin igual, que diste ser y valor a los hombres y dijiste sea este hombre y a las mujeres sea esta mujer; diciendo esto los hiciste y los formaste y diste ser. A estos que hiciste, guárdalos que vivan sanos y salvos, sin peligro viviendo en paz. ¿A dónde estáis? ¿En lo alto del cielo o debajo de los truenos o en los nublados de las tempestades? Óyeme, respóndeme y concede conmigo y danos perpetua vida para siempre, tenednos de tu mano; y esta ofrenda recíbela a doquiera que estuvieres, oh, Hacedor. ORACIÓN PARA QUE MULTIPLIQUEN LAS GENTES ¡Oh, Hacedor! que haces maravillas y cosas nunca vistas, misericordioso Hacedor, grande, sin medida multipliquen las gentes y haya criaturas y los pueblos y tierras estén sin peligros y éstos a quienes diste ser guárdalos y tenlos de tu mano. ORACIÓN ¡Oh, Hacedor, dichosísimo, venturosísimo Hacedor! que has misericordia y te apiadas de los hombres, cata aquí tus hombres y criados pobres, viven sanos y salvos con sus hijos y descendientes, andando por camino derecho sin pensar en malas cosas. Vivan largos tiempos; no mueran en su juventud; coman y vivan en paz.

ORACIÓN ¡Oh, Hacedor! Señor de los fines del mundo, misericordioso que da ser a las cosas y en este mundo hiciste los hombres que comiesen y bebiesen, acreciéntales las comidas y frutos de la tierra; y las papas y todas las demás comidas que criaste multiplícalas para que no padezcan hambre ni trabajo para que todos críen; no hiele ni granice; guárdalos en paz y en salvo. ORACIÓN PARA TODOS LOS INCAS ¡Oh, Sol!; padre mío que dijiste haya cuzcos y tambos; sean vencedores y despojadores estos tus hijos de todas las gentes; adórote para que sean dichosos si somos estos incas tus hijos y no sean vencidos ni despojados sino siempre sean vencedores, pues para esto los hiciste. ORACIÓN A TODAS LAS HUACAS ¡Oh, Padres huacas y uilcas, antepasados, abuelos y padres nuestros! Atun apahualpi huanatyna Apo Aya hatum; acerca el Hacedor a vuestros hijos y a vuestros pequeñitos, y a vuestra flor y a vuestros hijos dáles ser para que sean dichosos con el Hacedor, como vosotros lo sois. CANCIÓN GUERRERA Beberemos en el cráneo del traidor, usaremos sus dientes como un collar, de sus huesos haremos flautas, de su piel haremos un tambor; después bailaremos.

*Poesía quechua, Traducción y notas de Sebastián Salazar Bondy, Galerna, Arca, Buenos Aires, Montevideo, 1968, 112 pp.

Caza del ciervo con red y lanza. (Dibujo de cerámica procedente de Chan-Chan ciudad precolombina del norte de Perú.).

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CONDE DE LAUTRÉAMONT, ISIDORE DUCASSE*

Poesías Reemplazo la melancolía por el valor, la duda por la certeza, la desesperanza por la esperanza, la maldad por el bien, las quejas por el deber, el escepticismo por la fe, los sofismas por la frialdad de la calma y el orgullo por la modestia.

Los gemidos poéticos de este siglo no son sino sofismas.

pederasta, fenómeno de acuario y mujer con barba, las horas ebrias del desaliento taciturno, las fantasías, las acritudes, los monstruos, los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo irreflexivo como el niño, la desolación, ese manzanillo intelectual, los chancros perfumados, los muslos de camelias, la culpabilidad de un escritor que rueda por la pendiente de la nada y que se desprecia a sí mismo con gritos alegres, los remordimientos, las hipocresías, las perspectivas vagas que os trituran entre sus engranajes imperceptibles, los escupitajos serios sobre los axiomas sagrados, la miseria y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios insensatos, como los de Cromwell, Mlle. de Maupin, y los de Dumas hijo, las caducidades, las impotencias, las blasfemias, las asfixias, los ahogos, las rabias ante esos osarios inmundos, que me ruboriza nombrar, es tiempo ya de reaccionar contra lo que nos contraría y nos doblega tan soberanamente.

No existen dos géneros de poesía: sólo hay una.

Existe una convención poco tácita entre el autor y el lector, por la cual el primero se intitula enfermo y acepta al segundo como enfermero. ¡Es el poeta quien consuela a la humanidad! Los papeles se han invertido arbitrariamente.

La poesía no es la tempestad, tampoco el ciclón. Es un río majestuoso y fértil.

Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación, los embrutecimientos, las alucinaciones servidas por la voluntad, los tormentos, la destrucción, los trastornos, las lágrimas, las insaciabilidades, las servidumbres, las imaginaciones atormentadas, las novelas, aquello que es inesperado, lo que no debe hacerse, las singularidades químicas de buitre misterioso que acecha la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las obscuridades con caparazón de chinche, la monomanía terrible del orgullo, la inoculación de los estupores profundos, las oraciones fúnebres, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, las acrimonias, los despropósitos agresivos, la demencia, el spleen, los espantos razonados, las inquietudes extrañas que el lector preferiría no experimentar, las muecas, las neurosis, los nervios sangrientos por los cuales se lleva la lógica hasta su último extremo, las exageraciones, la ausencia de sinceridad, los estribillos, las ramplonerías, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que asesinatos, las pasiones, el clan de novelistas de juzgado, las tragedias, las odas, los melodramas, los extremos presentados a perpetuidad, la razón impunemente silbada, los olores a polla mojada, los empalagos, las ranas, los pulpos, los tiburones, el simún de los desiertos, lo sonámbulo, lo turbio, lo nocturno, lo somnífero, lo noctámbulo, lo viscoso, foca parlante, lo equívoco, lo tísico, lo espasmódico, lo afrodisíaco, lo anémico, lo tuerto, lo hermafrodita, lo bastardo, lo albino, lo

Hay escritores rebajados, peligrosos graciosos, farsantes mulatos, sombríos mixtificadores, verdaderos alienados, que merecerían poblar Bicêtre. Sus cabezas cretinizantes, de donde se ha arrancado una teja, crean fantasmas gigantescos, que descienden en lugar de subir. Ejercicio escabroso; gimnasia especiosa. ¡Pasa, pues, grotesca bolita! Por favor, retiraos de mi presencia, fabricantes en serie de acertijos prohibidos, cuya solución frívola no adivinaba antes, a primera vista, como ahora. Caso patológico de un egoísmo formidable. Autómatas fantásticos: indicad con el dedo, uno por uno, hijos míos, el epíteto que los deje en su sitio.

No reneguéis de la inmortalidad del alma, de la sabiduría de Dios, de la grandeza de la vida, del orden que se manifiesta en el universo, de la belleza corporal, del amor de la familia, del matrimonio, de las instituciones sociales. ¡Abandonad a los escritores funestos: Sand, Balzac, Alejandro Dumas, Musset, Du Terrail, Féval, Flaubert, Baudelaire, Lenconte y La Huelga de los Herreros!

No transmitáis a los que os leen sino la experiencia que se desprende del dolor, y que no es ya el dolor mismo. No lloréis en público.

*Conde de Lautréamont, Isidore Ducasse, Poesías, Prefacio a un libro futuro, traducción de Braulio Arenas, Editorial Poseidón, Buenos Aires, 1945, 104 pp.

< Isidore Ducase, Conde de Lautréamont (1846-1870), por Félix Vallotton. 33


Si sois desdichados no hay para qué decírselo al lector. Guardad esto para vos. El corazón del hombre es un libro que he aprendido a estimar.

El plagio es necesario. El progreso lo implica. Estrecha de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, borra una idea falsa, la reemplaza por la idea justa.

Los juicios sobre la poesía tienen más valor que la poesía. Son la filosofía de la poesía. La filosofía, comprendida así, engloba a la poesía. La poesía no puede pasarse sin la filosofía. La filosofía puede pasarse sin la poesía.

Existe una filosofía para las ciencias. No existe una para la poesía. No conozco moralista que sea un poeta de primer orden. Alguien dirá que esto es extraño.

La ciencia que emprendo es una ciencia distinta de la poesía. No canto a esta última. Me esfuerzo por descubrir su fuente. A través del timón que dirige todo pensamiento poético, los profesores de billar distinguirán el desarrollo de tesis sentimentales.

La modestia es tan natural en el corazón del hombre, que un obrero cuidadoso de no alabarse, quiere tener sus admiradores. Los filósofos lo quieren. ¡Sobre todo, los poetas! Los que escriben en favor de la gloria quieren tener la gloria de haber escrito bien. Los que los leen, quieren tener la gloria de haberlos leído. Yo, que esto escribo, me vanaglorio de haber tenido ese deseo. Los que leerán esto, se vanagloriarán igualmente.

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JEAN ANTHELME BRILLAT-SAVARIN* MEDITACIÓN XVIII Del dormir 85. Aun cuando existan hombres en corto número talmente organizados, que puede casi decirse que no duermen, preséntase empero como hecho general y evidente que la necesidad de dormir es tan imperiosa como el hambre o la sed. Los centinelas avanzados de cualquier ejército se duermen a menudo, aun cuando se echen tabaco en los ojos, y Pichegru estando cercado por la policía de Bonaparte, pagó 30.000 francos por una noche de sueño durante la cual fue vendido y entregado. Definición 86. El acto de dormir es un estado de embotamiento, durante cuya duración, separado el hombre de todo objeto exterior por la inactividad forzosa de sus sentidos, sólo mecánicamente vive. Al sueño, lo mismo que a la noche, preceden y siguen un par de crepúsculos, de los cuales el primero a inercia absoluta encamina, y el segundo hace volver a nuestra actividad vital. Tratemos de examinar estos diversos fenómenos. Desde el momento en que empieza el sueño, los órganos sensuales caen poco a poco en inacción; primero el gusto, siguen la vista y el olfato, todavía vela el oído y siempre el tacto; pues alerta esta para advertirnos por medio del dolor de los peligros que el cuerpo puede correr. El dormir va siempre precedido de sensaciones más o menos voluptuosas, el cuerpo cae con deleite en tal estado por convicción de que pronto volverá a repararse y el alma se entrega también confiadamente al sueño, esperando que refresque sus medios de actividad. Por no apreciar bien una sensación semejante, a pesar de su carácter tan positivo, notabilísimos eruditos han comparado el sueño a la muerte, mientras que, al contrario, a ésta todo ser viviente la resiste con su mayor *Jean Anthelme Brillat-Savarin, Fisiología del gusto, traducción de Conde de Rodalquilar, prólogo de Néstor Luján, Editorial Bruguera, S.A., Barcelona, España, 1986, 384 pp.

fuerza, estando marcada por síntomas tan particulares que hasta a los mismos animales causa horror. Lo mismo que cualquier otro deleite, el dormir llega a convertirse en pasión; pues se han visto personas que duermen las tres cuartas partes de su vida, y en tal caso, así como las demás pasiones, el sueño sólo produce efectos siniestros, a saber: pereza, indolencia, debilidad, estupidez y muerte. La escuela de Salerno únicamente permitía siete horas para dormir, sin distinción de edad o sexo. Esta doctrina es demasiado severa: es menester dar algo más a los niños por necesidad y a las mujeres por complacencia; pero puede considerarse como cosa segura que siempre que se esté más de diez horas en la cama se comete un exceso. En los primeros momentos del sueño crepuscular, la voluntad subsiste todavía: es posible despertarse; los ojos no han perdido aún toda su fuerza: Non omnibus dormio, decía Mecenio, y en situación semejante, más de un marido ha llegado a adquirir enojosas certidumbres. Todavía brotan algunas ideas, empero son incoherentes; se experimentan ráfagas dudosas, se piensa que se ven revolotear objetos sin contornos. Semejante estado dura poco; pronto cuanto hay desaparece, toda clase de

perturbación termina y se cae absolutamente dormido. Durante este tiempo, ¿qué hace el alma? Vive dentro de sí propia; está como el piloto mientras hay calma, como el espejo en la oscuridad, como el laúd que nadie toca y aguarda nuevas sensaciones. Sin embargo, algunos psicólogos, y entre otros el señor conde de Redern, pretenden que el alma nunca deja de funcionar. Este último presenta como prueba que, interrumpiendo el primer sueño, todo hombre experimenta igual sensación que si a uno le estorban en alguna cosa con la que estuviese seriamente ocupado. Semejante observación no carece de fundamento y merece que atentamente se la compruebe. Además de esto, tal estado de aniquilamiento absoluto es de corta duración (casi nunca se prolonga más que cinco o seis horas); poco a poco se reparan las pérdidas; empiezan a renacer sentimientos oscuros de existencia, y el que duerme pasa al imperio de los sueños. MEDITACIÓN XIX De los sueños Sueños son impresiones unilaterales que llegan al alma sin ayuda de objetos exteriores.

La Physiologie du Goût (La fisiología del gusto) del gastronomo francés Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826) con retrato del autor. Edición de 1848.

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Estos fenómenos tan comunes y al propio tiempo tan extraordinarios se conocen no obstante todavía poco. La culpa la tienen las personas doctas, que aún no han presentado un tratado completo de observaciones sobre la materia. Con el transcurso del tiempo tendremos esta obra indispensable, y con ella conoceremos mejor la naturaleza dupla del hombre. Se ha convenido, según el estado actual de la ciencia, en admitir que existe un fluido tan sutil como poderoso, que transmite al cerebro las impresiones recibidas por los sentidos, y que nacen ideas por la excitación que dichas impresiones engendran. El sueño absoluto se debe a la pérdida e inercia de este fluido. Debe creerse que los trabajos de la digestión y de la asimilación, que distan mucho de interrumpirse durante el sueño, reparan esta pérdida, de suerte que hay un tiempo donde el individuo, habiendo recuperado todo cuanto necesita para funcionar, no se halla todavía excitado por ningún objeto exterior. Entonces el fluido nervioso, móvil por naturaleza, afluye al cerebro entrando en los mismos sitios y con iguales señales, puesto que llega por el mismo camino y produce, en consecuencia, idénticos efectos, aunque menos intensamente. Fácil me parece comprender la razón de esta diferencia. Cuando el hombre despierto está impresionado por un objeto exterior, la sensación es precisa, repentina y necesaria; el órgano en toda su extensión está en movimiento. A la inversa, cuando se transmite la misma impresión mientras el hombre está dormido, solamente se hallan en movimiento las partes posteriores de los nervios; en su virtud la sensación necesariamente ha de ser menos viva y positiva, y para que se entienda mejor diremos que en el hombre despierto, hay persecución en todo el órgano, mientras que estando dormido sólo existe sacudimiento en la parte próxima al cerebro. Sin embargo, se sabe que en los sueños voluptuosos la naturaleza consigue su objeto, casi lo mismo que cuando no se duerme, pero esta diferencia nace de la desigualdad misma que los órganos presentan, pues el sentido genital sólo requiere una excitación única, cualquiera que ésta sea, y cada sexo lleva consigo mismo todo el material necesario para la consumación del acto a que por naturaleza está destinado. 87. Cuando el fluido nervioso va conducido, según se ha dicho, al cerebro, afluye siempre por vasos destinados para el ejercicio de alguno de nuestros sentidos, y en su virtud despierta sensaciones o series de ideas, con preferencia a

otras. Por eso se figura uno que ve cuando hay sacudimiento en el nervio óptico, que oye cuando éste se verifica en los nervios auditivos, etc.; y aquí debemos observar, como cosa extraordinaria, que es muy raro que las sensaciones que experimentamos en sueños, se refieran al gusto ni al olfato. Cuando se sueña con un jardín o con un prado, se ven las flores sin percibir la fragancia; si piensa uno que está en alguna comida, se ven los manjares sin saborear su gusto. Sería trabajo digno de doctísimas personas indagar por qué dos sentidos no impresionan el alma durante el sueño, mientras que los otros cuatro disfrutan de casi toda su facultad. No conozco a ningún psicólogo que se haya ocupado de esto. Observamos también que mientras más exteriores sean las afecciones que experimentemos durmiendo, mayor es la fuerza que tienen. Así, pues, las ideas más sensuales nada son comparadas con las angustias que se experimentan si se sueña que se ha perdido un hijo querido, o que van a ahorcar a uno. En caso semejante puede uno despertarse todo cubierto de sudor, o enteramente anegado en lágrimas. Naturaleza de los sueños 88. Por muy extravagantes que sean las ideas que algunas veces nos agitan durmiendo, si se miran empero algo cercanamente, podrá observarse que sólo consisten en recuerdos o combinaciones de recuerdos. Propenso estoy de llamar a los sueños ni más ni menos que la memoria de los sentidos. Consiste su anomalía en que la asociación de tales ideas es insólita, porque se ha libertado de leyes de la cronología, así como de conveniencias y tiempos; de manera que, en último análisis, resulta que jamás ha soñado nadie con lo que antes le era completamente desconocido. No debe admirar la singularidad de nuestros sueños, si reflexionamos que cuatro facultades se vigilan y corrigen recíprocamente en el hombre despierto, a saber: la vista, el oído, el tacto y la memoria; mientras que en el hombre durmiente cada sentido se encuentra abandonado a sus propios recursos. Podían compararse estos dos estados del cerebro a un piano, junto al cual estuviese sentado un músico y que al tocar distraídamente las teclas formase, de reminiscencias, alguna melodía, que resultaría armonía completa si emplease todas las facultades. Más lejos aún podría llevarse tal comparación, añadiendo que la reflexión es, respecto de las ideas, lo que la armonía a los sonidos, y así como ciertas ideas contienen otras, sucede también que un sonido principal encierra otros secundarios, etcétera.

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Cartel de Alphonse Farcy para promocionar FisiologĂ­a del gusto, ilustrada por Bertall, 1847 fuente http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b9012870m.

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PAUL ELUARD*

PARA COGERSE EN LA TRAMPA En un restaurante como otros. ¿Se puede creer que no me parezco a nadie? Una mujer alta, a mi lado, bate huevos con sus dedos. Un viajero pone sus ropas en una mesa y se me resiste. No tiene razón, no conozco la significación de la palabra: misterio, nunca he buscado nada, encontrado nada, se equivoca insistiendo. La tormenta que, por momentos, sale de la bruma me envuelve los ojos y los hombros. El espacio tiene entonces puertas y ventanas. El viajero me dice que ya no soy el mismo. ¡Ya no soy el mismo! Recojo los despojos de todas mis maravillas. La mujer alta es la que me ha dicho que esto, estos despojos, son despojos de maravillas. Los arrojo a los arroyuelos vivaces y llenos de pájaros. El mar, el tranquilo mar está entre ellos como el cielo en la luz. Los colores tampoco, si se me habla de colores ya no miro más. Habladme de las formas, tengo mucha necesidad de inquietud. Alta mujer, háblame de las formas, o si no, me duermo y me doy la gran vida, las manos cogidas a la cabeza y la cabeza en la boca, en la boca bien cerrada, lenguaje interior.

SILENCIO DEL EVANGELIO Dormimos con ángeles rojos que nos enseñan el desierto sin minúsculas y sin los dulces despertares carentes de sol. Dormimos. Un ala nos rompe, evasión, tenemos ruedas más viejas que las plumas que volaron, perdidas, para explorar los cementerios de la lentitud, la única lujuria. La botella que rodeamos con los bordes de nuestras heridas no resiste ningún deseo. Cojamos los corazones, los cerebros, los músculos de la rabia, cojamos las flores invisibles de pálidas jóvenes y de raquíticos niños, cojamos la mano de la memoria, cerremos los ojos del porvenir, una teoría de árboles liberados nos golpea y nos divide, todas las partes son buenas. ¿Quién las juntará: el terror, el sufrimiento o el hastío? Durmamos, hermanos míos. El capítulo inexplicable se ha vuelto incomprensible. Gigantes pasan exhalando sollozos terribles, sollozos de gigante, sollozos como el alba quiso poner en ellos, el alba que no puede ya llorar, desde el tiempo, hermanos míos, desde el tiempo.

*Paul Eluard, Capital del dolor, traducción de Eduardo de Bustos, Visor: Alberto Corazón, Editor, Madrid, 1980, 160 pp.

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EL AS DE TRÉBOL Ella juega como nadie y estoy solo para mirarla. Son sus ojos quienes la traen a mis pensamientos. Casi inmóvil, a la aventura. Y ese otro que ella coge por las alas de sus orejas ha guardado la forma de sus aureolas. En el hueco de sus manos, una golondrina de argentinos cabellos se debate sin esperanza. Está ciega.

En la bruma en que cristales de agua entrechocan, en que las serpientes buscan leche, un monumento de seda y lana desaparece. Allí es donde la última noche, con su ternura, las mujeres entraron. El mundo no estaba hecho para sus paseos incesantes, para su paso lánguido, para su busca de amor. Gran país de bronce de la bella época, por tus caminos de dulce pendiente la inquietud ha desertado. Habrá que transmitirse gestos más dulces que el olor, ojos más claros que el poder; allí habrá gritos, sollozos, juramentos y rechinar de dientes. Los hombres que durmieron no serán en lo sucesivo más que los padres del olvido. A sus pies la desesperación tendrá el bello aspecto de las victorias sin mañana, de aureolas bajo el bello cielo azul que nos disfraza. Un día ellos se cansarán, un día se encolerizarán, agujas de fuego, máscaras de pez y mostaza, y la mujer se levantará, con manos peligrosas, con ojos de perdición, con un cuerpo arrasado, siempre brillante. Y el sol volverá a florecer, como las mimosas.

Tu boca de labios de oro no está en mí para reír Y tus palabras de aureola tienen un sentido tan perfecto Que en mis noches de años, de juventud y de muerte Oigo vibrar tu voz en todos los ruidos del mundo. En esta alba de seda en que el frío vegeta La lujuria, en peligro, echa de menos el sueño, En las manos del sol todos los cuerpos despiertos Se estremecen con la idea de encontrarse el corazón. Recuerdos de madera verde, niebla en la que me hundo, He cerrado los ojos en mí, estoy en ti, Toda mi vida escucho y no puedo destruir Los terribles ocios que tu amor me crea.

Grandes conspiradoras, caminos sin fin, cruzando la x de mis vacilantes pasos, esteras llenas de piedras o de nieve, leves pozos en el espacio, ejes de la rueda de los viajes, caminos de brisas y tormentas, caminos masculinos en los húmedos campos, caminos femeninos en las ciudades, bramantes de trompo loco, el hombre, para visitaros, deja su camino y esa virtud que le condena a los fines. Desnuda su presencia, abdica su imagen y sueña que las estrellas quieren guiarse por él.

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JONATHAN SWIFT* CONSEJOS A LA DONCELLA DE ALCOBA La naturaleza de su empleo difiere según el rango, el orgullo y la riqueza de la Señora que Vd. sirve; y este tratado debe ser aplicable a toda clase de familias, de modo que me veo en grandes dificultades para ajustarme a los detalles del trabajo para que el que se la ha tomado. En las familias de pasable fortuna, se la distingue a Vd. de la doncella de todo servicio, y en tal sentido le daré mis instrucciones. De su particular incumbencia es la alcoba de la Señora, donde Vd. hace la cama y pone las cosas en orden; y si vive en el campo, cuida los aposentos donde duerman las damas que vienen a la casa, lo cual le brinda las gratificaciones que le corresponden. Su amante habitual, según colijo, es el cochero, pero si tiene Vd. menos de veinte años y es tolerablemente hermosa, quizás el lacayo le haya echado el ojo. Pídale a su lacayo favorito que la ayude a hacer la cama de la Señora; y si sirven a una pareja joven, Vd. y el lacayo, al dar vuelta la ropa de cama, podrán hacer las más bonitas observaciones del mundo que, difundidas en susurros, divertirán a toda la familia y se esparcirán por el vecindario. No baje los servicios, pues la verían con ellos los hombres de la casa; vacíelos por la ventana, para dar lustre al renombre de su Señora. Es sumamente impropio que los mucamos se enteren de que las grandes damas tienen que recurrir a tales utensilios; y no enjuague nunca el recipiente, pues el olor es muy sano. Si por casualidad rompe algún objeto de porcelana de la repisa de la estufa o del gabinete, recoja los fragmentos, ármelos lo mejor que pueda y póngalos en un sitio poco visible, de modo que cuando la Señora los descubra, Vd. pueda decir sin mayor riesgo que esto estaba roto desde hacía tiempo, antes de que Vd. entrara de servicio. Con ello le ahorrara a su Ama muchas contrariedades. Engrase las tenazas, el atizador y la pala del carbón de punta a punta, no sólo para impedir que se herrumbren sino también para que los entrometidos no desperdicien el carbón de su Amo removiendo demasiado el fuego. Cuando tenga Vd. mucha prisa, amontone el polvo que ha barrido en un rincón de la habitación, pero deje la escoba apoyada sobre el, para que no se vea, pues eso lo pondría en evidencia. Cuando deje las ventanas abiertas para que la alcoba se ventile, ponga libros o cualquier otra cosa en el banco junto a la ventana, para que esos objetos también se beneficien con el aire fresco. El hacer las camas en verano es una tarea agotadora, que a menudo la hará transpirar; por lo tanto, cuando note que las gotas le corren por la frente, límpielas con una punta de la sabana, para que no caigan sobre el cobertor. Cuando su Señora la mande lavar una taza de porcelana, y por casualidad se le cae, suba con los restos y jure que Vd. no hizo más que tocarla con la mano y la taza se partió en tres mitades: aquí debo informarle, al igual que a los demas criados, *Jonathan Swift, Consejos a los criados, traducción y prólogo: Raúl Boero, Buenos Aires, Montevideo, 1967, 110 pp.

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que nunca debe faltarles una excusa; ello no le hace ningún mal al Amo y mitiga la falta cometida; como por ejemplo en este caso; no la alabo a Vd. por romper la taza, pero por cierto no lo hizo a propósito y está dentro de lo posible que el objeto se haya desintegrado al ponerle Vd. el dedo encima. Cuando unte el pan con manteca para el té, rellene bien todos los agujeros de la miga con manteca, de modo que el pan se conserve húmedo luego para la cena; y deje la marca de su pulgar solamente en el borde de cada tajada, para que se note su prolijidad y limpieza. Cuando se le ordene abrir o cerrar con llave una puerta, baúl o gabinete, y no puede hallar la llave que corresponde, o no distingue cuál es en el manojo, pruebe con la primera que le venga a mano, métala en la cerradura y hágala girar con todas sus fuerzas hasta que abra el cerrojo o rompa la llave; ya que su Señora pensará que es Vd. una tonta si se queda sin hacer nada.

permita tomarse la menor libertad, ni tocarle la mano, a menos que le ponga una libra de oro en ella; de esa manera, y gradualmente, hágase pagar de acuerdo con el alcance de cada nueva tentativa, doblando el precio en proporción a las concesiones, siempre resistiéndose y amenazando con gritar o con contarle a Milady, pero sin rechazar el dinero. Cinco libras de oro por permitirle el seno es un precio adecuado, si bien Vd. aparenta resistir con todas sus energías; pero no le conceda nunca el último favor por menos de cien libras o una renta vitalicia de veinte libras anuales. Debo advertirle que tenga especial cuidado con el hijo mayor de Milord; aun siendo lo suficientemente diestra, es difícil que pueda atraerlo al matrimonio, convirtiéndose Vd. en una dama; si es un libertino corriente, húyale como a Satán; pues respeta menos a una madre que Milord a una esposa; y luego de diez mil promesas no le dará a Vd. nada, salvo una gran barriga o la gonorrea, o ambas cosas a un tiempo. Si sirve Vd. a una dama un poquito inclinada a los galanteos, deberá manejarse con gran prudencia. Tres cosas son necesarias: primera, saber agradar a su Ama, segunda, impedir las sospechas del marido o de la familia, y última pero primera en importancia, sacar el mayor provecho para Vd. misma de la situación. El darle instrucciones detalladas sobre este tema tan importante, requeriría un libro entero. Todas las citas en casa son peligrosas, tanto para su Señora como para Vd.; procure por lo tanto concertarlas, dentro de lo posible, en otro sitio; sobre todo si la Señora, como es muy probable, tiene más de un amante, cada uno de los cuales es a menudo más celoso que mil maridos juntos; y los encuentros desafortunados se producen a menudo, aun con la mejor organización. Creo innecesario recomendarle que prodigue sus buenos oficios principalmente con los amantes que mejor la recompensan a Vd. Sin embargo, si a su Señora se le ocurre echarle el ojo a algún lacayo buen mozo, debe ser liberal y tolerarle ese capricho, que no es excepcional sino que responde al más natural de los apetitos; ésta es aún la más segura de todas las intrigas domésticas, y era antes la menos sospechada, hasta que se hizo tan común en estos últimos años. El gran peligro radica en que este dueño y señor de sus dominios, que a menudo maneja mercadería en mal estado, no se encuentre sano; su Señora y Vd. se verán entonces en una situación muy enojosa, aunque no del todo desesperada. Cuando guarde un manto de seda o una cofia de encaje dentro de un baúl o un cofre, deje una punta colgando afuera, para poder encontrarlos fácilmente cuando abra el baúl de nuevo.

CONSEJOS A LA DONCELLA DE COMPAÑÍA Dos circunstancias se han confabulado para reducir las ventajas y ganancias de su ocupación: en primer lugar, esa detestable costumbre que han adoptado las damas de permutar su ropa usada por artículos de loza, o usarla para tapizar sillones, biombos, almohadones, banquetas o algo parecido. La segunda es la invención de los pequeños cofres y baúles con llave y cerrojo, donde ellas guardan el té y el azúcar, sin los cuales la doncella de compañía no puede vivir; ya que de este modo Vd. se ve obligada a comprar azúcar rubia y verter agua hirviendo sobre el té ya usado, que ha perdido todo su espíritu y sabor. No se me ocurre remedio perfecto contra estos dos males. En lo que respecta al primero, creo que debería organizarse una alianza general de todos los criados de cada familia, en bien de todos, para echar de la puerta a esos vendedores ambulantes de objetos de loza; en cuanto al segundo, no tiene Vd. otro método de aliviarlo que procurarse un duplicado de la llave, lo cual es difícil y peligroso a la vez; pero en lo que tiene que ver con la honradez de Vd., creo que queda a salvo, al inferirle su Señora una ofensa tan injusta como la de negarle una antigua prerrogativa legal. La dueña de la casa de té quizás le regale media onza de vez en cuando, pero eso no es más que una gota en un balde vacío; por lo tanto, me temo que se vea Vd. obligada, como el resto de sus hermanas en desgracia, a pedir fiado y pagar luego de su propio sueldo, compensando luego el gasto en otras formas, si la Señora es generosa con las gratificaciones, o si sus hijas tienen buenas fortunas. Si esta Vd. en una familia de la nobleza, y es la doncella de Milady, es muy probable que Milord guste de Vd., pese a no ser Vd. ni la mitad de lo hermosa que su Ama. En tal caso, ingénieselas para sacarle a Milord todo lo que pueda; y nunca le

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GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG* Cuando choca un libro con una cabeza, y suena a hueco ¿es siempre por el libro?

Un libro es un espejo; si un mono se mira en él, no puede reflejarse un apóstol.

Es difícil que haya mercadería más extraña en el mundo que los libros. Impresos por gente que no los entiende; encuadernados, criticados y leídos por gente que no los entiende; y aun escritos por gente que no los entiende.

El único defecto de los libros muy buenos es que, por regla general, son causa de muchísimos otros malos y mediocres.

Creo que de cincuenta personas que afirman que Homero les gusta, apenas una lo entiende; nunca han oído censurarlo, y por ello su lectura puede deleitarles; pero hace falta mucho para entenderlo bien. Un libro que a los veinte años uno abarca del todo y comprende íntegramente es difícil que guste aun cuando se llega a los treinta.

Es señal infalible de un libro bueno el que con los años guste más y más. Un joven de dieciocho −si quisiera o si le fuese permitido decir y, ante todo, si lograra decir lo que siente− emitiría, creo, el siguiente juicio acerca de Tácito: “Tácito es un autor difícil que traza bien los caracteres y describe a veces magistralmente, sólo que afecta oscuridad e intercala en la narración de los acontecimientos a menudo observaciones que no aclaran mucho; se debe saber bien el latín para comprenderlo”. A los veinticinco quizá, supuesto que haya hecho algo más que leer, dirá: “Tácito no es un autor oscuro, como yo antes creía, pero me parece que no es latín lo único que es necesario saber para entenderlo bien; hacen falta muchos conocimientos previos”. Y, a los cuarenta, cuando haya llegado a conocer el mundo, acaso dirá: “Tácito es uno de los mejores autores que jamás hayan vivido.”

Ciertamente sería muy útil señalar al mundo los escritores que, conociendo a otros anteriores a ellos, se han inspirado sólo en sí mismos. Únicamente por éstos se aprende, y sin duda existen muy pocos, de manera que cada cual pudiera leerlos fácilmente. Los otros acuñan con troqueles hechos y, en sentido estricto, son monederos falsos.

*Georg Christoph Lichtenberg, Aforismos, seleccionados, traducidos y prologados por Guillermo Thiele, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1942, 206 pp.

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No hay criterio más seguro de un gran escritor que ver que de sus observaciones al margen pueden hacerse libros. Tácito y Sterne son muestras de ello, cada uno en su especie.

Ha escrito ocho tomos. Ciertamente hubiera hecho mejor si hubiese plantado ocho árboles o engendrado ocho hijos.

Un pensador atento encontrará en los “escritos-juguetes” de grandes hombres a menudo más enseñanzas y finezas que en sus obras serias. Lo formal, lo convencional, lo ceremonial desaparece en aquellos generalmente; y es asombroso cuántas miserables cosas convencionales hay aún en nuestra manera de narrar para la forma impresa. La mayoría de los escritores ponen una cara como alguna gente cuando hace retratarse.

Nunca se debe juzgar al hombre por lo que ha escrito sino por lo que habla en compañía de personas de igual nivel.

Entre los más grandes descubrimientos que al intelecto humano le dio por hacer en los últimos tiempos, figura a mi opinión el arte de juzgar libros, sin haberlos leído.

En muchas obras de un hombre famoso preferiría leer lo que él ha tachado, a lo que ha dejado.

Desde la invención del arte de escribir, los ruegos han perdido mucho de su fuerza, las órdenes en cambio han ganado. Es un triste balance. Ruegos escritos son más fáciles de rechazar y órdenes escritas más fáciles de dar que las orales. Para ambas cosas es menester cierto valor que a menudo falta cuando la boca es la que lleva la palabra.

¡Oh cielo, no permitas que yo componga un libro de libros!

Inténtese ver en cualquier cosa algo que aun nadie ha visto en ella y en que aun nadie ha pensado.

Siempre prefiero el hombre que escribe en tal forma que pueda ponerse de moda, a aquel que escribe según la moda.

He hecho encuadernar los diarios del año pasado. Es indescriptible qué clase de lectura es esta: cincuenta partes de esperanza vana, cuarenta y siete partes de profecías falsas y tres partes de verdad. Esta lectura ha desvalorizado para mí mucho los diarios del presente año, pues pienso: “Lo que son éstos, lo fueron aquellos también”.

No debe notarse en ninguna obra, y principalmente en ningún libro, el esfuerzo que ha costado. Un escritor que aun quiere ser leído por la posteridad, no debe desalentarse por tirar sugestiones para libros enteros e ideas para disertaciones en cualquier rincón de algún capítulo, de modo que uno debe creer que él las tiene como para tirarlas a millares.

Me gustaría saber el título del último libro que será impreso, original, claro está, no alguna reedición.

Es lástima que no se puedan ver las doctas entrañas de los escritores para escudriñar lo que han comido.

Aquel libro tuvo el efecto que los buenos libros tienen comúnmente. Hizo más ingenuos a los ingenuos, más inteligentes a los inteligentes, y los otros miles permanecieron inmutables.

Creo que algunos de los más grandes espíritus que han vivido jamás, no habían leído ni sabían, ni siquiera la mitad de lo que muchos de nuestros sabios mediocres. Y muchos de nuestros sabios mediocres hubieran podido ser hombres más grandes si no hubiesen leído tanto.

Hay sermones que uno no puede escuchar, sin llorar de emoción, y leer, sin llorar de risa.

Por leer tanto hemos caído en una docta barbarie.

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RAINER MARÍA RILKE* Cabalgar, cabalgar, cabalgar, a través del día, a través de la noche, a través del día.

Cabalgar, cabalgar, cabalgar.

Y el ánimo se ha vuelto tan débil y la nostalgia tan grande. Ya no hay montaña alguna, apenas un árbol. Nada se atreve a descollar. Extrañas chozas acurrucadas, sedientas junto a fuentes fangosas. En ningún sitio una torre. Y siempre el mismo cuadro. Se tiene dos ojos de más. Sólo en la noche, a veces, se cree reconocer el camino. ¿Acaso desandamos siempre, en horas nocturnas, la etapa que hemos ganado penosamente bajo el sol extranjero? Puede ser. El sol agobia, como entre nosostros en lo más intenso del verano. Pero era verano cuando nos despedimos. Los vestidos de las mujeres lucían largamente sobre lo verde. Y ahora hace ya tiempo que cabalgamos. Debe, pues, ser otoño. Por lo menos allá, donde afligidas mujeres saben de nosotros.

Canción de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke (Fragmentos)

El de Langenau se vuelve en su silla y dice: “Señor marqués...” Su vecino, el pequeño y fino francés, ha estado parloteando y riendo durante tres días. Ahora ya no sabe más qué decir. Es como un niño que necesita dormirse. El polvo se ha posado sobre su blanco y delicado cuello de encaje; el marqués no lo advierte. Marchítase lentamente en su silla afelpada. Pero el de Langenau sonríe y dice: “Tenéis unos ojos extraños, señor marqués. Seguramente os parecéis a vuestra madre”.

Entonces el pequeño florece una vez más y desempolva su cuello y se muestra renovado.

Alguien cuenta de su madre. Un alemán, sin duda. Fuerte y lentamente asienta sus palabras. Como una niña, que enlaza flores, prueba pensativamente flor tras flor y no sabe aún lo que será el todo, así ajusta él sus palabras. ¿Para alegrarse? ¿Para entristecerse? Todos escuchan. Hasta el escupir termina. Porque son caballeros decorosos que saben lo que corresponde. Y quien, en el grupo, no conoce alemán, lo comprende de pronto, percibe palabras aisladas: “De noche...” “cuando niño...”

*Rainer María Rilke, El canto del amor y la muerte del corneta Cristóbal Rilke, versión castellana con un estudio de Ángel J. Battistesa, Viau editores, Buenos Aires, 1944, 82 pp.

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Así se cabalga noche adentro, en un atardecer cualquiera. Se calla de nuevo, pero se lleva consigo las palabras deslumbrantes. He ahí que el marqués se quita el yelmo. Sus oscuros cabellos son suaves y, cuando inclina la cabeza, se le esparcen casi femenilmente sobre la nuca. Ahora también el de Langenau lo advierte: a lo lejos, algo se eleva en la irradiación, algo esbelto, opaco. Una columna solitaria, semiderruída. Y, cuando ya se han adelantado largamente, más tarde, cae en la cuenta de que aquello era una Madona.

Fuego de vivac. Se está sentado alrededor y se espera. Se espera que alguno cante. Pero se está tan cansado. Pesada es la luz rojiza. Yace sobre los zapatones polvorientos. Trepa hasta las rodillas, mira hacia el interior de las manos entrelazadas. No tiene alas. Los rostros quedan a oscuras. A pesar de ello, los ojos del pequeño francés brillan un instante con luz propia. Ha besado a una rosa diminuta, y ella puede ahora seguir marchitándose en su pecho. El de Langenau lo ha visto, porque no puede dormir. Piensa: Yo no tengo ninguna rosa, ninguna. Después canta. Y es un antiguo cantar melancólico que, en su tierra, las muchachas entonan por los campos, en otoño, cuando terminan las cosechas.

Un día entre el equipaje bélico. Imprecaciones, colores, risas; de ello relumbra el campo. Llegan corriendo unos chiquillos abigarrados. Riñas y llamadas. Llegan mujerzuelas con sombreros purpúreos sobre los cabellos flotantes. Señas. Llegan escuderos, pavonados como noche errabunda. Aferran a las mujerzuelas con tanto ardor que les desgarran los vestidos. Las oprimen sobre el borde del tambor. Y, ante la salvaje resistencia de las manos presurosas, despiertan los tambores; como en sueño, redoblan, redoblan. Y, al anochecer, le alcanzan linternas, extrañas linternas: vino, resplandeciente en los cascos de hierro. ¿Vino? ¿O sangre? –¿Quién podría distinguirlo?

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LEÓN FELIPE* LA PRUEBA Y los discípulos le preguntaron al maestro: Maestro, ¿son legítimos, son buenos estos versos? Y el [maestro les dijo: Comprobadlo vosotros. [Hacedlos saltar como monedas sobre la [sombra dura de los túneles ciegos, en la piedra mojada por la angustia, que hay al final de ciertos [sueños o en la calavera del último jinete que pereció de sed en el [desierto. Si suenan bien, si suenan como el Allegretto de la Séptima, [por ejemplo, o como el Padre Nuestro, ya tenéis un poco de dinero para envenenar a la serpiente, para pagar a los barqueros, para sobornar al centurión que está de guardia bajo la gran [ojiva del silencio y para abrir las puertas del infierno.

León Felipe y Max Aub, México, c. 1963. Fotografía de Ricardo Salazar.

HACIA EL INFIERNO 1 ESTOY EN EL INFIERNO Todo cuanto he dicho hasta ahora, no son más que unos pocos preceptos para partir y para caminar. Probablemente para uso mío tan sólo. Bien sé que no tienen vigencia, pero con ellos puedo moverme por ahora de algún modo. No los traigo aquí para ganar adeptos ni para abrir disputas. Los despliego como un mapa, sobre mi mesa, para determinar bien dónde estoy. Y estoy aquí, aquí... en este cruce sombrío de caminos, en las tinieblas, en las sólidas tinieblas. Otros estarán más cerca de la luz. Acaso alguno ha traspasado ya el muro negro y espeso y pisa ahora firme al otro lado del infierno. Yo estoy en el infierno. El cual no cae dentro de ninguna de las nobles y clásicas latitudes poéticas. Mi camino tiene muchos recodos y me encuentro ahora en una vuelta peligrosa por donde han pasado ya los que van más de prisa o los que salieron antes. Lo noto por las huellas y por un ruido lejano de picos y de voces que van dejándome como una estela en el silencio y en la sombra. No guío a nadie. Tal vez junto a mí se agita un grupo de hombres, tan ciegos como yo, que se agarran a mis gritos desesperadamente. Pero yo no guío a nadie. Señalo solamente que la Poesía tiene muchas estaciones y jornadas, y que en el camino largo hay túneles oscuros en donde el verso es más grito que ritmo y la canción una tea encendida. Después de la carrera del hombre hacia la luz y hacia la Poesía, a mí me parece que yo acabo de descubrir las tinieblas; las

*León Felipe, Obra poética escogida, prólogo y selección de Gerardo Diego, Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1975, 464 pp.

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tinieblas y la piqueta roja, encendida y aguda de mi llanto. Y esto es lo que he dicho:

Con esta voz de grajo, destemplada y maldiciente, que me ha salido ahora con los años y que se me eriza con el vino y en la mesa del psicoanálisis ¿cómo voy a reclamar un escaño en las antologías y un sitial en el coro de las catedrales? No disputaré ya más con los canónigos ni los catedráticos. Me quedo aquí en la calle. Y que no se escriba ya mi nombre en la lista de los poetas y de los salmistas: ni bajo la vieja y clásica definición ni en el registro lírico de los buzos y de los alpinistas modernos. Yo no soy el poeta. Si a veces me he llamado poeta a mí mismo, ha sido sólo provisionalmente y de un modo convencional. En realidad, pensando siempre en mi definición y guiándome por mi carta particular de navegante, buena sólo para los días de tempestad y de naufragio. Y a pesar de mi origen y del Viento, debo confesar que yo no soy el salmista tampoco. Llamadme publicano. Así me llama el arzobispo. Y los líricos flecheros farisaicos Llamadme publicano. Llamadme publicano vosotros también. Llamadme todos publicano. Y anotad, esto claro:

La vida es una lucha entre las sombras y mis lágrimas. Y también he dicho esto: Vendrán hombres sin lágrimas, pero hoy la lágrima es mi espada. Y esto añado ahora: Tal vez haya un género poético nuevo y desconocido que no se ha bautizado aún, y una voz humana que no se ha registrado todavía. Conocíamos ya la voz del tiplón, la del sochantre, la de los sepultureros medievales y la del vanidoso cuervo de la conseja. Pero todo no se ha descubierto de una vez. Y en el mundo hay ahora un ruido que no se había escuchado nunca, y un humo negro y acre de carne chamuscada que se agarra a la garganta del tenor y le hace aullar como a un perro leproso. La lepra, la sangre envenenada y el alma resentida cantan con una lengua espesa y con una laringe rota.

Que estoy en el infierno. Y llamadme, si queréis, el gran blasfemo. Sí...

Y yo no puedo tener un verso dulce que anestesie el llanto de los niños y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.

EPÍLOGO 1 NO HAY MÁS QUE UN POETA

Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.

Los poemas impresos siguen siendo borradores sin corregir ni terminar y abiertos a cualquier luminosa colaboración. Aun muerto el poeta que los inició, puede otro después venir a seguirlos, a modificarlos, a completarlos, a unificarlos y fundirlos en el Gran Poema Universal. Y tal vez sea el mismo y único poeta el que venga, porque acaso no haya más que un solo Poeta en el mundo: El-embudo-y-el-Viento. Y toda mi poesía no es más que un solo y único poema. Creo que así debe ser y puede ser. Mi verso primero, escrito hace ya muchos años:

Además... esa tempestad ¿quién la detiene? ¡Eh, tú, varón confiado que dominas! Levántate, recoge tus [zapatos y prosigue... Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie. Hacia las cumbres trepan los dioses extenuados, buscando [un resplandor. Y aquí voy yo con ellos, entre el sudor y el polvo de sus inmensos pies descalzos, [aquí voy yo con ellos, atropellado y [sacudido pero agarrándome a sus plan[tas como las pinzas de un insecto, clavándome en su carne, hundiéndome en su sangre como un pulgón, como una nigua... maldiciendo, blasfemando. Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie: ni a los niños, ni a los hombres, ni a los dioses.

−No andes errante y busca tu camino. −Dejadme, ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio... era ya la nota de una sola sinfonía y la piedra de una estructura única que comienzo ahora a ver con claridad. En este libro hay versos míos antiguos y palabras recientes y dichas en otro lugar, moviéndose, transformándose, corriendo ahora como los ríos a la mar en busca de otra estructura,

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11 ME VOY PORQUE LA TIERRA Y EL PAN Y LA LUZ YA NO SON MÍOS

de otro sitio y de otra rima de más amplitud y más sentido. Todos mis poemas anteriores, mis oraciones y mis blasfemias, Drop a Star, La Insignia, El Hacha, El Español del Éxodo y del Llanto, y todos los que vienen después... Llamadme publicano, El Ciervo, etcétera..., deben desembocar aquí naturalmente y organizarse solos en una forma sencilla, en una línea casi profesional, en una sucesión de aventuras a la que tan aficionado fue siempre uno de los lados, el más simple, el más cervantino, del espíritu español. (El otro, el más barroco, no es el mío.) Se escribe dentro de un plan que el poeta ignora al comenzar y que conoce sólo el Viento. Y ahora veo que yo no he escrito más que un solo poema, uno solo. En él todo lo anterior y todo lo venidero tienen su sitio. Mi poesía entera no es más que una larga fila de ofrendas dolorosas y de lágrimas recogidas por todos los caminos y parada aquí ahora en la Puerta Oscura de la Prisión y en el ámbito mismo del infierno para el Rescate orgulloso de la Esclava. Me incluyo y me reitero. A veces coloco un mismo verso y un poema completo en tres sitios distintos, pero en cada momento tiene una intención diferente. Por lo demás, soy pobre, vivo del ritornelo y me repito como la noria y como el mundo. La llama, la Luz es la que cambia. Iluminar es repetir. Me gusta poner el mismo verso bajo distintas luces, bajo la luz del mediodía y de la estrella. En la mañana no suena la canción como en la noche. Y el mismo salmo es diferente leído en el coro que contado sobre el camino abierto del Éxodo.

Volveré mañana en el corcel del Viento. Volveré. Y cuando vuelva, vosotros os estaréis yendo: Vosotros, los alcabaleros de la muerte, los centuriones [en acecho bajo la gran ojiva de la puerta, los constructores de ataúdes [que al medir el cuerpo amarillo de los que se van, con la cinta de metro y medio de los alfayates, decís siempre: ¡Cómo crecen los muertos! ¡Oh, sí! Los muertos crecen. El último traje que se hicieron al amortajarlos ya les viene pequeño. Crecen. Y apenas los entierran, rompen los tablones de pino y [los catafalcos de acero; crecen después en la tumba, fuera de la caja, abren la tierra [como las semillas del centeno y ya, bajo el sol y la lluvia, en el aire, sueltos, y sin raíces, siguen y siguen creciendo. Yo me voy a crecer con los muertos. Volveré mañana en el corcel del Viento. Volveré ¡y volveré [crecido! Entonces vosotros que os estaréis yendo no me conoceréis. Mas cuando nos crucemos en el puente, yo os diré con la mano: ¡Adiós, alcabaleros, centuriones, sepultureros!... A crecer, a crecer, a la tierra otra vez... al agua, al sol, al Viento... Al Viento... ¡Otra vez al Viento!

6 ¿Y A QUÉ HE VENIDO? ¡Ah, sí! He venido a ver el pájaro en la jaula y al juez metiendo prisa con su vara a los que construyen rejas, a los que construyen cerrojos, a los que construyen alambradas y a los que pegan vidrios verdes en lo alto de las [gruesas tapias. Pero he venido también a ver a los que tejen cables y [maromas largas, a los que rompen los rosarios y los empalman después unos [con otros para que no se muerda la cola la plegaria... y a los que construyen canales y a los que construyen escalas y a los que tiran en las sombras sondas como las arañas, sondas profundas y delgadas hechas con una secreción carnal metafísica y amarga, a la que para entenderse de algún modo los hombres, por ahora, llaman lágrimas.

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GOTTFRIED BENN* EPÍLOGO Y EL YO LÍRICO “La vida dura veinticuatro horas y a lo sumo fue una congestión.”

N

acido en 1886, hijo de un pastor protestante y una francesa de la región de Yverdon, en un pueblo de trescientos habitantes más o menos, en el centro, entre Berlín y Hamburgo, criado en un pueblo del mismo tamaño en la Marca. Fui al instituto, luego a la universidad, estudié dos años filosofía y teología, luego medicina en la Kaiser-Wilhelm-Akademie, fui médico militar activo en regimientos de provincia, pronto me licenciaron, puesto que se me aflojó un riñón después de un galope de seis horas, seguí formándome como médico, me fui a América, vacuné el entrepuente, me fui a la guerra, asalté Amberes, viví en la retaguardia una buena vida, estuve mucho tiempo en Bruselas, donde pasaban sus días Sternheim, Flake, Einstein, Hausenstein; ahora vivo en Berlín como especialista, consulta de cinco a siete de la tarde. Aprobé, me gradué, me doctoré, escribí sobre la diabetes en el ejército, vacunas para la blenorragia, deficiencias del peritoneo, estadísticas sobre el cáncer; obtuve la Medalla de Oro de la Universidad de Berlín por un trabajo sobre epilepsia; lo que escribí de literatura lo hice, con excepción de la “Morgue”, que apareció en 1912, en A. R. Meyer, en la primavera de 1916 en Bruselas. Era médico en un hospital de prostitutas, un puesto completamente aislado, vivía en una casa confiscada, once habitaciones, solo con mi asistente, tenía poco servicio, podía ir de paisano, no tenía ningún compromiso, no tenia apego a nadie, apenas comprendía el idioma; vagaba por las calles, pueblo extraño; primavera peculiar, tres meses incomparables, ¿qué era el cañoneo del Yser, sin el cual no transcurría ni un día?, la vida oscilaba en una esfera de silencio y estar perdido, vivía en el borde, donde cae la

*Gottfried Benn, Doble vida y otros escritos autobiográficos, traducción de Ramón Strack, Barral Editores, S. A., Barcelona, 1972, 160 pp.

existencia y comienza el yo. Muchas veces me acuerdo de estas semanas; era la vida, no volverán, todo lo demás era una porquería. En tanto que pueda abarcar con la vista los cuatro mil años de humanidad, existen dos tipos de reacciones neurológicas. Fraccionadas en la sensibilidad contra la relación del todo y de las partes, representadas por la irritabilidad contra el concepto de la totalidad. Primacía del todo, , juego casual de las formas, doloroso y centrípeto: indios, especulativos, introvertidos, expresionistas y, absoluta tranquilidad del individuo con el concepto de registro: casuísticos, activistas, éticos y cargados de musculatura; me atengo a la fila de los totales, de los caoistas, de tal manera que tengo a Darwin por una comadrona y al mono por un tejido artificial; descubrimos el espacio para matar el tiempo y el tiempo para motivar nuestra duración de la vida; nada se hace ni nada se desarrolla, la categoría en la cual el cosmos se evidencia es la categoría de la alucinación. Procedo del siglo de las ciencias naturales; conozco muy bien mi estado. Bacanal por las singularidades. Concretismo triunfal, quebrado después como ninguno bajo la ley de esterilización y de la función sintética, modificado en mis centros, en una parodia grotesca; y tengo que indicar en esta ocasión que no ejercí siempre mi profesión actual, las enfermedades de la piel. Originariamente había sido psiquiatra hasta que se produjo el extraño fenómeno que se volvió cada vez más crítico y que se basaba en que no me podía interesar ya por un caso aislado. Ya no me era corporalmente posible concentrar mi atención y mi interés en un caso recientemente ingresado o individualizar continuamente a los viejos enfermos. Las preguntas por la anamnesia de su padecimiento, la comprobación de su origen y de su modo de vivir, los exámenes relativos a la inteligencia de cada uno y al “quivive” moral, me producían tormentos indescriptibles. Mi boca se secaba, mis párpados se inflamaban, habría cometido actos violentos si mi jefe no me hubiera lla49

mado antes, no me hubiera pedido explicaciones sobre la manera completamente insuficiente de llevar las anamnesias y me hubiera despedido. Traté de explicarme de qué padecía. De los libros de texto de psiquiatría, en los cuales buscaba, llegué a los trabajos modernos psicológicos, en parte muy extraños, sobre todo los de la escuela francesa; me enfrasqué en las descripciones del estado denominado despersonalización o enajenamiento del mundo de la percepción, empecé a reconocer el yo como una formación que aspiraba con una fuerza a un estado, contra el cual la gravitación era el soplo de un cono de nieve. Un estado en el que no existía ya nada de lo que la cultura llama talento, sino en el que la civilización había desacreditado bajo la dirección de la medicina clásica como debilidad nerviosa, cansancio, sicastenia, que admitía el profundo enajenamiento sin límites entre el hombre y el mundo, tan viejo como el mito. Imposible existir aún en una sociedad, imposible referirse a ella en la vida o en la profesión; demasiado transparente el naufragio de su estructura antitética, demasiado despreciable este eterno compromiso coital de gordas antinomías... Había leído en Montesquieu que Calígula decía, ya que descendía tanto de Antonio como de Augusto, que castigaría a los cónsules si celebraban el día de júbilo fijado para la conmemoración de la batalla de Accio, pero que los castigaría también si no lo celebraban, y cuando murió Drusila, a la que deparaba honores divinos, era considerado un crimen llorarla porque era diosa y el no llorarla porque era su hermana. Lo tenía muy presente. Tenía que pensar en ello cuando el contemporáneo salía a mi encuentro. Lo veía en esta forma donde quiera que se me presentara; en esta línea se me manifestaba en figura. Era la estructura «de una parte» y «de la otra» en la que se movía, la diagonal profesional de la profilaxis del sexo. De una parte y de otra la individualidad más obstinada hasta en la suciedad de las uñas de los dedos y los


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compromisos sociales, obligado desde el devorar hasta el coito, eterno este balance mediocre y esta latencia general eternamente positiva. Lémures, esquemas, pesadilla chillona, la nada ensuciando las galochas: palabras, Horacio, flatos de los labios, semillas soplando en lo verboso; siempre ajustaba los portales y cerraba las puertas del negocio y me iba de viaje, siempre tenía que volver, ya que no encontraba un desierto en Europa. Un señor está sentado delante de mí en mi consultorio, me dirige su discurso, la suma de las experiencias de una vida respetable juega alrededor de sus labios, quiere comprarme substantivos de alivio: valor, amigo, adelantamos, tranquilidad, provecho. Miro por la calle, un señor se sacude el polvo de la chaqueta, en este momento muchos señores se sacuden el polvo de la chaqueta, a donde se mire siempre este simultáneo ir y venir entre la estabilización y lo indudablemente lejano, entre el ir y el venir del concepto y de lo absoluto. ¿Cómo se ha de vivir? No se debe tampoco. Vasomotóricamente lábil, neuróticamente incontinente, ecce en el cadáver y ecce en el apocalipsis, esquizotimias en vez de afectos, en lugar de fertilidad, abortos en todos los puntos cardinales, autopsíquicamente solitario, monocol podrido, polifémicamente en los brazos de cordero que llevan su presa abajo: en el vientre, no en las cimas absolutas: treinta y siete años y completamente deshecho, ya no escribo, se tendría que escribir con ascárides y coprolalias; ya no leo, pues ¿a quién?, ¿a los antiguos titanes honrados con las alas de Ícaro en el papel de los bocadillos?; no puedo acabar ya ningún pensamiento, es emocionante la imagen del occidental que se enfrenta siempre de nuevo al caos, hasta que el Occidente se sumerge en la sombra, con su única arma, el concepto, la honda, davídica, con la cual lucha por su vida, pero crepúsculo sobre los métodos formales, rayo el concepto de una función fuera de la psicología de las antítesis eternamente latentes sindicalistas-metafísicas. Algunos años más tarde. Nuevos trabajos, nuevos ensayos del yo lírico. Procesos digestivos, congestiones inventivas, hipertonías transitorias, monísticas para el origen de la poesía. Un yo, mítico-monomaníaco, religioso, fascinario: Dios es un principio de estilo desfavorable, pero dioses en el segundo verso es otra cosa que dioses en el último verso, un nuevo yo, que experimenta a los dioses: substantivo sugestivo. Existen en el mar organismos vivos del sistema zoológico inferior, cubiertos de pestañas vibrátiles. La pestaña vibrátil es el órgano sensitivo animal antes de la diferenciación en energías sensuales separadas, el órgano palpatorio general, la relación en sí con el medio ambiente del mar. Imagínese a un hombre cubierto de tales pestañas vibrátiles, no sólo en el cerebro sino en todo el organismo. Su función es única, específica, su percepción de estímulo claramente aislada; se refiere a la palabra, muy especialmente al substantivo, menos al adjetivo, apenas a la figura verbal. Se refiere a la cifra, a su imagen impresa, a la letra negra, a ella sola. Uno va viviendo su vida, la vida de las banalidades y de los cansancios, en un país rico en horas frescas y llenas de sombras, cronológicamente en una época del

pensamiento que contorna inductivamente su ambiente superficial exento de mitos, en una profesión de calibre capitalista-oportunista, se vive entre antenas, cloruros, motores Diesel, se vive en Berlín. Los años de la juventud han pasado, de la hiperbólica ilusionaria, extinguida la fiebre de la ditirambia individual. Despierto, dormido, en las posiciones horizontales como en las verticales, en los procesos de la alimentación como en las percepciones palpatorias de la yema del dedo, incesante la lasitud ante la psicología personal. Qué son relaciones −¡oh todo es posible!; preocupación y lágrimas− si esto existe. Estructuración del yo-para qué orden; metas sobre mí, ¿en qué espacio? Se va viviendo ya en la edad del deslice con ojos premórbidos para los aspectos del desvanecimiento. Ahora es tal hora, a veces ya no está lejos. En la lectura de uno, no de innumerables libros mezclados, enredos de áreas, mezcolanza de materias y aspectos, apertura de otros estratos tipológicos: comienzo fluyente alejado. Ahora un cansancio de noches pesadas, transigencia de lo estructural frecuentemente de provecho, indispensable para la gran hora. Quizás ahora se acercan palabras, palabras revueltas, imperceptibles aún a lo claro, pero las pestañas vibrátiles lo atraen palpando. Aquí se encontraría quizás una intimación con lo azul, ¡qué felicidad, qué evidencia pura! ¡Imagínese todas estas impresiones vacías y agotadas, los preámbulos sin sugestión para este único colorido, ahora se puede conjurar el cielo de Zanzíbar sobre las flores de la Bouganvillea y el mar de las Sirtes en su corazón, piénsese en esta hermosa y eterna palabra! No digo azul en vano. Es la palabra del Sur en sí, el exponente del “complejo ligúrico” de “valor de efusión” enorme, el medio principal para “transpasar la conexión” después de la cual comienza la autoinflamación, el “fanal mortal” hacia el cual afluyen los imperios lejanos para insertarse en el orden de aquella “hiperhemia lívida”. Feacias, megalitos, regiones lerucas, ciertamente nombres, ciertamente incluso formados en parte por mí, pero cuando se acercan, se vuelven más. Astarté, Geta, Heráclito, sin duda notas de mis libros, pero cuando se aproxima su hora, es la hora de los Aulides por los bosques, sus alas, sus botes, sus coronas, que llevan, las deponen como anatemas y como elementos de la poesía. iPalabras, palabras, substantivos! Sólo tienen que abrir sus alas y milenios se escapan de su vuelo. Tome usted el bosque de anémonas, por lo tanto hierba fina y pequeña entre troncos, sobre ellos prados de narcisos, humo y vapor de todos los cálices, en el olivo florece el viento y sobre escalones de mármol asciende, enlazada, la realización en una lejanía; o coja usted la oliva y la teogonía: milenios se desprenden de su vuelo. Lo botánico, lo geográfico, los pueblos y los países, todos los mundos así perdidos histórica y sistemáticamente tienen aquí su florecimiento, su sueño; toda ligereza, toda tristeza, toda desesperación del espíritu se hacen sentir de los estratos de un corte transversal del concepto. Oh, nunca bastante de esta experiencia; ¡la vida dura veinticuatro horas y a lo sumo fue una congestión! Oh, siempre de nuevo en este ardor, en los grados del espacio placentario, en el grado preliminar de los mares de la visión original: tendencias regresivas, ¡disolución del Yo! Tenden-

< Gottfried Benn. 51


cias regresivas mediante la palabra, estados inventivos de debilidad por substantivos, este es el proceso fundamental que lo interpreta todo; todo “ello” es el hundimiento, la disipabilidad del yo; cada tú, es el hundimiento, la disipabilidad de las formas. “Ven, todas las escalas desencadenan espectros, sensación de deformación”; es la mirada hacia la hora y las felicidades, en las que “los dioses caen como rosas”, los dioses y el juego de los dioses. Poder de la palabra difícil de explicar que separa y une. Poder extraño de la hora de la cual impulsan figuras bajo el poder que exige formas de la nada. Realidad trascendente de la estrofa llena de hundimiento y llena de regreso: la debilidad de lo individual y el ser cosmológico, en ella se glorifica su antítesis, lleva los mares y la altura de la noche y hace de la creación el sueño estigio: “Nunca y siempre”.

artículos y comentarios sobre mí en las Nouvelles littéraires, en Volonté y L’opinion républicaine. En un tratado del francés Reber he leído una crítica sobre un libro francés que trataba de literatura alemana y al que censuraba porque no había mencionado a figuras como yo. En una conferencia en la Sorbona el señor Soupault me contó entre los cinco mejores líricos, no sólo de Alemania sino de Europa. En una semana de este mes de marzo recibí de París un ensayo sobre mí, la visita de un periodista de Varsovia referente a una interviú y me solicitaron de Moscú que enviara una fotografía con biografía para una exposición de arte internacional. En Alemania soy uno de los líricos prominentes del expresionismo para las historias de la literatura, la radio me dedicó una Hora de los vivos y contrariamente a Stefan George, sit venia comparationi, un periódico observó sobre mí en esta ocasión: “uno de los más grandes de nuestro tiempo”. Ahora comparo estos novecientos setenta y cinco marcos con las ganancias de otros que cultivan las artes y las letras. Una buena primera bailarina percibe trescientos marcos por noche de su actuación en la Ópera del Estado, una prominencia mediana en el cine gana cuatrocientos marcos al día, el primer violinista de una orquesta de verano de algún nivel es retribuido con mil quinientos marcos al mes, el director de orquesta en la Marmorhaus con cuatro mil marcos. Sin querer compararme con algunas actrices de gran renombre de contrato fijo, pero de talento limitado, que perciben dos mil marcos mensuales, sin pensar en el dinero de los redactores en jefe, de los directores artísticos, en las dietas de los diputados, si sólo me refiero al tenor lirico Königsberg y al cantor de Wotan de Karlsruhe con sus dos o tres mil marcos de sueldo mensual, anda decididamente mal uno de los más grandes de este tiempo con cuatro marcos y medio mensuales. Mas, como he dicho, no me quejo de esta condición. Si me quejase de ella, tendría que acusar al orden social, pero el orden social es bueno. Piénsese en esta raza que aspira de la oscuridad a la claridad sin ningún temor de revancha de la ley. Estos políticos y ministros que no corrompen teóricamente desde el milagro de Pentecostés hasta el Apocalipsis, y cuando han muerto qué firmas extrañas y económicamente débiles les insertaron un artículo necrológico. Estos héroes literarios, cada día una interviú ¿cree alguien que preguntados por el Kukirol o las hemorragias hemorroidales se pronunciarían acaso menos presuntuosamente? Estos cuadernos artísticos “¿en qué trabajan?”; y luego contestan estos hombres de bien sobre sus ideales de creación de forma que frente a ello la contestación de un zapatero decente, preguntado por su horma, sería una creación humanamente profunda. Estas encuestas sutiles, “¿en qué capítulo le hace ofrecerle, en general, el tuteo?”; y ninguno de los consultados mandan al que hace la encuesta una caja de cerillas con secreciones bronquiales, no, quiero seguir irrigando mis blenorragias, veinte marcos en el bolsillo, sin dolor de muelas, sin callos, el resto es ya comunidad y me esquivo de ella. ¿O qué habla en favor de la comunidad? Quizá Kleist cuando se sirvió de la pistola de repetición en Machnow, o el tío Fritz en su vejez, bienvenido de Sils-Maria, cuando se dejó crecer la barba en casa de su hermana, o Weininger

SUMMA SUMMARUM “Bienvenido de Sils-Maria.”

Se vuelve a hacer tanto por el arte, ningún círculo donde se bebe cerveza sin su representante, señores literatos son llamados al Ministerio, existe, se cita las orillas del Arno. Quisiera aparecer con una colaboración numérica, un cálculo, una consideración intelectual sobre cuanto he ganado con mi poesía y mi profesión de literato, summa summarum, en toda mi vida. Cuando hice mi primera publicación tenía veinticinco años, este mes he cumplido cuarenta, se trata, pues, de quince años y sumo muy exactamente todo lo que he cobrado de honorarios por los libros, incluyendo las obras completas, los folletines, la reimpresión, la inclusión en antologías, en una palabra, por la industria del papel y de las editoriales: son novecientos setenta y cinco marcos. En lo que se refiere especialmente a las poesías, gané en 1913 cuarenta marcos por una hoja lírica en casa de mi amigo Alfred Richard Meyer, durante la guerra veinte marcos por poesías en las Weissen Blättern (Hojas blancas) de Schickele, después de la guerra treinta marcos por dos poesías en el Querschnitt, esto representa en total noventa marcos por la lírica. No quiero hacer limpieza de ninguna manera como lo hizo Else Lasker-Schüler, mi actividad de médico-especialista me ha sustentado hasta ahora. Y aunque las enfermedades venéreas parecen desaparecer de la superficie de la tierra, y que el congreso internacional de sifilólogos en París en 1925 estimó que la lúes disminuirá en un cincuenta por ciento en los próximos cinco años en Europa, no quiero acusar a Ehrlich Hata en interés de lo general. Como he dicho, sólo es un cálculo sobre la poesía y el pensamiento, una asociación de ideas sobre el arte y la vida y la Fuente Castalia. Tengo que hacer una observación preliminar a las consideraciones siguientes. No tiene ninguna importancia para la cuestión si soy apreciado, sobreestimado o menospreciado, como personalidad literaria. Aquí solo se trata de estadística, es decir, de lo siguiente: Con estos novecientos setenta y cinco marcos he sido traducido al francés, al inglés, al ruso, al polaco y he entrado en antologías líricas de América, Francia y Bélgica. Según estoy enterado han aparecido en París el año pasado 52


o los Morituri en el Calvario, vinagre en las amígdalas y los pies llorados por dos viejas: ¡a las rondas de cerveza con los señores! Machnow, Gólgota, Naumburg, todo por cuatro marcos cincuenta al mes, ipero yo a mis blenorragias y cada mes una poesía! La poesía es el trabajo impagado del espíritu, del fondo perdido, una especie de acción en el saco de arena; unilateral, estéril y sin compañero: ¡evoë!

lugares, también a los castillos, y, con distinción especial, a algunos conventos, y entonces empezaba nuestra letanía: “Nous cherchons des antiquités surtout des Primitifs et des tableaux de grande valeur”, cuando mi conocido veía entonces algo que le gustaba, de lo que se prometía algo, y en su carrera había hecho algunos hallazgos valiosos, caminaba lentamente por los locales, criticaba esto y aquello, giraba esto y aquello de un lado al otro, y finalmente, ya en la puerta, decía, le he entretenido tanto tiempo que no quiero marcharme sin nada, póngame esto, por favor, en mi coche, y como dije, de vez en cuando, pues era un gran experto, salían luego en Berlín las más hermosas curiosidades. Viajes que no hubiera podido sufragarme yo mismo, días inolvidables en el Atlántico, en los Monts Maudits y en el Mediterráneo. En las diversiones no fui ningún as. No iba nunca a fiestas, no por rechazo, sino por un motivo fisiológico que dominó tanto toda mi vida que lo menciono: un cansancio intenso, una pesadez cerebral de índole interior y exterior, que tengo que denominar francamente de resistencia a las impresiones, intenté combatirlo con todos los medios, pero la mayoría de las veces en vano. Languidecía, por lo tanto, así en viviendas mediocres hasta de rango medio, sin muchas relaciones, pero en 1932 entró aquel señor Oelze de Bremen en mi vida, que veía raras veces, en cuya casa no estuve nunca, con el cual guardábamos ambos las “reglas” el uno con el otro, respecto a lo privado, el que, sin embargo, me mantenía despierto y en lo alto con sus cartas, y que vertía bálsamo en mis grietas en aquellos años. Mi trabajo sobre “Goethe y las Ciencias Naturales” fue, literariamente especializado, el motivo de su primera visita a mi casa. Este figuraba en el cuaderno de la “Neue Rundschau” en abril de 1932, que luego se hizo famoso. En su casa patricia del Bremen antiguo se cultivaba mucho a Goethe desde generaciones. De esta visita se desarrolló una correspondencia, siempre en aumento, que ascenderá hoy a unas dos mil cartas, y mucho de lo que hay en mis nuevos libros encontró el germen y el plantón en nuestros diálogos por escrito, en aquellas hojas azules que él empleaba como yo. Por esto le he dedicado, en agradecimiento, el primer trabajo que volvió a aparecer después de 1936, “Los tres hombres viejos”. Y luego encontré aún, en los años tardíos, después de mucha desgracia y muerte y pena en este sentido, una tercera esposa, una generaci6n más joven que yo, la cual ordena ahora con mano delicada e inteligente las horas, los pasos y los aster en los floreros.

ALGO PARTICULAR TODAVÍA Vista desde fuera, mi vida no transcurrió sin felicidad. Fui a un Instituto humanístico, pude estudiar lo que correspondía a mi inclinación, a pesar de dificultades financieras y de muchos hermanos que reclamaban también su derecho: medicina y ciencias naturales, por lo tanto, las disciplinas que determinaron, desde el punto de vista del conocimiento, en el sentido especifico, el siglo pasado. Y esto en un tiempo en que todavía se estudiaba realmente: con ocio, con digresiones, “con cosas accesorias”. Mucho de lo que vino después lo debo más a mi indiferencia que a mi carácter. No estaba en ningún partido ni en la logia, aunque en ciertas épocas tuviera relaciones con ella, lo que después resultó ser una ventaja. En las guerras salí como por milagro de más de un aprieto, también de encarcelamientos, de batidas de campo y comisarios. Como médico me hallé en situaciones desesperadas, pero estas terminaron favorablemente. Cualquier médico, también el más noble y correcto, y ni siquiera me puedo contar entre ellos, se encuentra en situaciones difíciles a causa de sus estrechas obligaciones frente a sus pacientes y a las familias de estos por un lado, y por el otro de las leyes y prescripciones, muchas veces severas en detalle, y cuando acaban desfavorablemente le es segura la denuncia y el castigo. Además: cuando fui medico naval de la Compañía Hapag, no fui con un velero a Wladiwostok a una gran travesía, ya que mi predisposición al mareo era tan grande e ininfluenciable ya en trasatlánticos que vacilé, y el velero no regresó nunca. Fui siempre tan sano que como médico pude ganar mi dinero sencilla y lealmente. Una vez, alrededor de 1930, tuve un paciente al que debo lo más agradable, es decir, varios grandes viajes. Era comerciante en objetos de arte, propietario de una famosa galería de pinturas, fuimos en su gran Horch de Berlín, por París, Biarritz a España, pero sobre todo por el sur de Francia y a los Pirineos. Eran viajes de negocios. Íbamos entonces a los establecimientos correspondientes en los pequeños

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HERMANN HESSE*

Sobre mariposas o visible es expresión, la naturaleza es imagen, lenguaje y jeroglífico en color. Actualmente, a pesar de una ciencia natural altamente desarrollada, no estamos bien formados para lo que es la auténtica visión, y nos encontramos más bien en pie de guerra con la naturaleza. Otros tiempos, tal vez todos los tiempos, todas las épocas anteriores a la conquista de la tierra por la técnica y la industria, han poseído una sensibilidad y un entendimiento para el lenguaje mágico de la naturaleza y han sabido interpretarla en una forma más pura e inocente que nosotros. Esta sensibilidad no era una actitud sentimental, la relación sentimental del hombre con la naturaleza es de fecha bastante reciente, y tal vez haya nacido sólo de nuestra mala conciencia frente a la naturaleza. El sentido para el lenguaje de la naturaleza, el sentido para el gusto de la multiplicidad que la vida procreadora muestra por doquier, y el afán de interpretar de algún modo este lenguaje pluriforme, o mejor el afán de una respuesta, es algo tan antiguo como el hombre. El presentimiento de una unidad oculta, sagrada, detrás de todo lo múltiple, de una madre primigenia detrás de todo lo que nace, de un creador detrás de toda criatura, esa extraña tendencia radical del hombre de ir a los orígenes del universo y al misterio de los inicios ha sido la raíz de todo arte y lo sigue siendo hoy igual que siempre. Parece ser que ahora nos hallamos infinitamente lejos del sentido reverencial de la naturaleza como un ferviente buscar la unidad en la multiplicidad, no nos gusta reconocer esta propensión infantil y lo tomamos a broma cuando alguien hace alusión a ella. Pero probablemente es un error considerarnos a nosotros y a toda la humanidad actual como carentes de ese sentido reverencial e incapaces de una actitud y vivencia piadosa ante la naturaleza. Actualmente nos resulta muy difícil, incluso imposible, poetizar la naturaleza en forma mitológica y personificar al creador de modo tan pueril y adorarlo como padre, como lo pudieron hacer en otros tiempos. Acaso tenemos razón cuando juzgamos las formas de la vieja religiosidad un poco superficiales y arbitrarias, y cuando creemos adivinar que la fuerte e irrefrenable tendencia de la moderna física hacia la filosofía es en el fondo un fenómeno religioso. Ahora bien, sea nuestra actitud de tipo piadoso y humilde o de tipo descreído y pretensioso, sea que menospreciemos o admiremos las antiguas formas de la creencia en la animación de la naturaleza, nuestro vínculo efectivo con esta, incluso cuando la abordamos sólo como objeto de explotación, es siempre el del niño para con la madre, y a los pocos caminos ancestrales que pueden llevar al hombre a la felicidad o a la sabiduría, no se han agregado caminos nuevos. Uno de estos caminos, el más simple e infantil, es el camino del asombro ante la naturaleza y de la atenta escucha de su lenguaje.

L

Hermann Hesse

“Existo para asombrarme”, dice un verso de Goethe. El asombro comienza y acaba en sí mismo, y sin embargo el asombro no es un camino estéril. El que yo me asombre ante un musgo, un cristal, una flor, un coleóptero dorado, o ante un cielo de nubes, un mar con el sereno y gigantesco respirar de sus mareas, un ala de mariposa con el orden de sus estrías cristalinas, el corte y las cenefas coloreadas de sus bordes, los múltiples caracteres y adornos de su dibujo y las infinitas, tenues y mágicas gradaciones y tonalidades de los colores... siempre que abordo con el ojo o con otro sentido corporal un trozo de naturaleza, si me siento atraído y encantado por él y me abro por un momento a su ser y a su revelación, en ese momento he olvidado toda esa zona ciega y codiciosa del ansia humana, y en lugar de pensar o imperar, en lugar de conquistar y explotar, de combatir u organizar, no hago otra cosa que “asombrarme” como Goethe, y con ese asombro no sólo me hago hermano de Goethe y demás poetas y sabios, sino que me hago hermano de todo aquello que me asombra y que yo siento como mundo viviente: de la mariposa, del escarabajo, de la nube, del río y el monte, pues por la vía del asombro he escapado momentáneamente al mundo de las separaciones y he ingresado en el mundo de la unidad, donde cada cosa y cada criatura dice a la otra: Tat twam asi (“Esto eres tú”).

*Hermann Hesse, Pequeñas alegrías, compilación y epílogo de Voker Michels, traducción de Manuel Olasagasti, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1977, 420 pp.

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se introdujo en el lenguaje escrito y llegó a generalizarse. Alemania meridional y Suiza la desconocía hasta esa época; en estas latitudes existía el más antiguo y más bello nombre para la mariposa: Fifalter, también Zwiespalter [biseccionado, aproximadamente]; mas dado que el lenguaje humano, al igual que el lenguaje y los caracteres de las alas de la mariposa, no es obra del entendimiento y del cálculo sino del juego de las fuerzas creadoras y poéticas, en este punto como en todos el lenguaje popular no se ha contentado con un nombre sino que le ha dado varios, muchos. En Suiza actualmente se llama a la mariposa generalmente o Fifalter o Vogel [volátil] (Tagvogel, Nachtvogel: volátil diurno, volátil nocturno) o Sommervogel [volátil estival]. Si ya toda la familia de las mariposas llevaba nombres tan variados (hay también los nombres de Butterfliege, Molkendieb y una porción más), cabe suponer cuántos nombres diferentes habrá, según las zonas y los dialectos, para cada género de ellas (o mejor había, pues van perdiéndose lentamente, como los nombres populares de las flores, y si no surgieran constantemente entre los niños amigos y coleccionistas de mariposas, estos nombres en su mayoría maravillosos acabarían por desaparecer, lo mismo que en muchas zonas está desapareciendo la riqueza de géneros de mariposas desde la industrialización y la racionalización de la economía rural). Añadamos algo más en favor de los coleccionistas de mariposas, sean niños o mayores. Ya desde la época de J. J. Rousseau se señala con frecuencia, con aspavientos sentimentales, como brutal crueldad el hecho de que los coleccionistas matan las mariposas, las prenden en alfileres y las preparan para poder conservarlas en la forma más bella y duradera posible, y la literatura entre 1750 y 1850 conoce además la cómica figura pedantesca del hombre que sólo puede gozar y admirar las mariposas una vez atrapadas en el alfiler. Esto fue entonces, en parte, absurdo y lo es casi totalmente hoy. Se da naturalmente, entre niños y grandes, ese tipo de coleccionistas que no sabe dejar en paz a las mariposas y observarlas vivas en su libertad. Pero aun los más insensibles entre los coleccionistas contribuyen a que no se eche en olvido a las mariposas, a que se mantengan en diversos medios sus antiguos y maravillosos nombres, y contribuyen también a que sigan existiendo entre nosotros las bellas mariposas. Pues así como la afición a la caza lleva en último termino a aprender y ejercer no sólo la caza sino también la protección del animal, también los cazadores de mariposas lo primero que descubren es que con la exterminación de ciertos géneros de plantas (por ejemplo, las ortigas) y otras intervenciones violentas en el medio natural de una zona las mariposas disminuyen en número y degeneran. Y no sólo en cuanto que entonces hay por ejemplo, menos mariposas blancas y otros enemigos de labradores y jardineros, sino que son las especies más nobles, raras y bellas las que sucumben y desaparecen cuando en una comarca el hombre lleva a cabo una violenta transformación. El verdadero amigo de las mariposas no sólo trata con respeto las orugas, las crisálidas y huevos, sino que hace cuanto está en su mano para favorecer la vida en su medio ambiente a la mayor variedad posible de mari-

A veces miramos con nostalgia y con envidia las relaciones, más simples, de la generación anterior con la naturaleza; pero no queremos tomar más en serio nuestro tiempo de lo que él se merece, y no vamos a quejarnos de que en nuestras universidades no se enseñan las vías más sencillas para la sabiduría y de que en ellas se enseña lo contrario del asombro: numerar y medir en lugar del arrobamiento, sobriedad en lugar del encanto, el rígido atenerse a lo individual aislado en lugar de dejarse arrastrar por el Todo y el Uno. Estas universidades no son escuelas de sabiduría, sino escuelas del saber; pero tácitamente presuponen lo que ellas no pueden enseñar: la capacidad para vivenciar, la capacidad para la conmoción, el asombro goethiano, y sus mentes más lúcidas no conocen otra meta más noble que la de ser una escala para actitudes como la de Goethe y otros auténticos sabios. *** Ahora bien, las mariposas de que aquí se va a tratar son para muchas personas, al igual que las flores, objeto especialmente apreciado y eficaz para ese asombro, un motivo particularmente propicio para la experiencia, para la intuición del gran prodigio, para la veneración de la vida. Las mariposas parecen inventadas, al igual que las flores, como ornamento, como dijes y joyas, como rutilantes obras de arte e himnos de alabanza por genios en extremo amables, graciosos y encantadores, y haber sido ideados con tierno gozo creador. Hace falta ser ciego o estar muy embotado para, a la vista de las mariposas, no experimentar una alegría, un resto de éxtasis infantil, un poco del asombro goethiano. Y esto tiene sus buenas razones. Pues la mariposa es algo especial, no es un animal como los demás, sino que es el último, supremo, más espectacular y a la vez más importante estado de un animal. Es la forma festiva, la forma nupcial, al mismo tiempo creadora y perecedera de este insecto que antes fue crisálida durmiente y antes de crisálida oruga voraz. La mariposa no vive para comer y envejecer, vive únicamente para amar y procrear, para ello está vestida de un ropaje increíblemente fastuoso, con alas que muchas veces son mayores que el cuerpo, y que en el corte y el color, en escamas y vello, en lenguaje múltiple y altamente refinado expresan el misterio de su existencia, sólo para vivirlo más intensamente, para atraer al otro sexo con mayor hechizo y seducción, para ejecutar con más brillantez la ceremonia de la transmisión de la vida. Todos los pueblos de todas las épocas han comprendido el significado de la mariposa y de su esplendor; se trata de una revelación simple e inequívoca. Y la mariposa ha sido, en su condición de amante festiva y de espectacular transfiguración, símbolo a la vez de la brevedad de la vida y de perennidad, ha sido para los hombres ya en épocas pasadas trasunto y animal heráldico del alma. Hagamos notar de pasada que la palabra alemana Schmetterling (mariposa) no es ni muy antigua ni muy común en muchos dialectos germanos. Esta extraña palabra, que tiene algo de extrema vivacidad y energía y a la vez algo de rudo, incluso disonante, conocida y usada antiguamente en Sajonia y quizá en Turingia, sólo en el siglo xviii 55


posas. Yo mismo, que desde hace muchos años no soy ya coleccionista, he plantado a veces ortigas. El niño que posee una colección de mariposas, ya ha oído hablar de aquellas especies más grandes, multicolores y espléndidas que se dan en los países cálidos, como India, Brasil y Madagascar. Algunos las han visto con sus propios ojos en un museo o en casa de aficionados, pues hoy se pueden comprar tales mariposas exóticas, preparadas bajo cristal sobre algodón (y con frecuencia muy bien preparadas), y el que no las ha visto directamente puede recurrir a las reproducciones. Recuerdo como deseaba yo de joven ver una determinada mariposa que según los libros vuela en Andalucía durante el mes de mayo. Y cuando llegué a contemplar en casa de amigos y en museos algunas de las grandes mariposas de los trópicos, volví a sentir algo del indecible arrobo infantil, algo de ese arrobo extático que experimenté, por ejemplo, de niño la primera vez que vi un apolo. Y juntamente con ese arrobo, que es también nostalgia, daba con frecuencia, a la vista de tales maravillas, ese salto desde mi vida no siempre poética al asombro goethiano y vivía un momento de hechizo, de contemplación y fervor. Y más tarde me ocurrió algo que jamás había creído posible: viajar yo mismo por los océanos, desembarcar en cálidas costas extrañas, bogar por ríos poblados de cocodrilos a través de bosques tropicales y contemplar vivas las mariposas tropicales en su propio medio. Muchos sueños infantiles vi cumplidos entonces y muchos de ellos, una vez cumplidos, se disiparon. Pero la magia de las mariposas no cesa; esta portezuela abierta a lo inexpresable, este grato y fácil camino para el “asombro” rara vez me ha defraudado. En Penang contemplé por vez primera mariposas vivas del trópico en vuelo, en Kuala Lumpur capturé por vez primera algunas de ellas, y en Sumatra pasé una breve temporada cerca de Batang Hari, escuché por la noche las furiosas tormentas desatándose en la jungla y vi de día en los claros de los bosques revolotear las exóticas mariposas con su increíble verde y oro, con sus colores de pedrería. Cuando he vuelto a verlas prendidas en el alfiler o bajo vitrina,

ninguna de ellas era tan espléndida, tan fantástica como lo era al aire libre, en los cambiantes de luz y sombra, cuando aún vivía, cuando los colores de las alas se animaban desde dentro, cuando al color se añadía el movimiento, el vuelo tan expresivo, tan misterioso, y cuando el prodigio no era simplemente objeto de curiosidad, sino que debía espiarlo y vivirlo para la captura. Pero no deja de ser asombroso lo bien que se pueden conservar las mariposas. La mayor parte de los seres vivos coloreados, tanto animales como plantas, pierden al morir casi toda su belleza, aunque se los someta a los más exquisitos cuidados. Piénsese, si a alguien no le basta el ejemplo de las flores, en las alas de un pájaro que el cazador acaba de abatir y contémplese esta misma ave una vez transcurrido medio día: aún queda el azul, el amarillo, el verde o rojo, pero ha pasado por allí un hálito hostil, falta algo, el color luce aún pero ya no brilla, está apagado y ha desaparecido algo que no vuelve. En las mariposas y en algunos coleópteros, la diferencia es mucho menor, se mantienen después de morir en el esplendor de sus colores mucho mejor que los demás animales. Y pueden conservarse durante mucho tiempo, durante decenios; sólo necesitan ser protegidos de los insectos y de la luz, especialmente de la luz solar. También los pueblos malayos, cuyos países recorí en aquella época, tenían sus nombres para las mariposas, diversos y muy bellos nombres. Y el nombre genérico “mariposa” contiene siempre en su timbre el recuerdo vivo del volátil bipartito, tal como ocurre en la antigua palabra alemana Zwiespalter, Fifalter, en la italiana farfalla, etc. Por lo general los malayos llamaban a la mariposa kupu kupu o lapa lapa: ambos nombres suenan como “aleteo”. Este lapa lapa es algo tan vívidamente bello, algo tan expresivo e inconscientemente creativo como el ojo en el ala de un pavón o la letra C escrita en blanco sobre el dorso negro de las alas de una mariposa indígena. Quien contempla aquí las láminas con las imágenes de estas fantásticas mariposas puede sentirse sobrecogido de ese asombro que es la etapa previa tanto del conocimiento como de la veneración.

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ROBERT MUSIL*

Una cuestión cultural

¿

Podría usted decirme lo que es un poeta? Por una vez valdría la pena escribir esta pregunta desde la primera hasta la última letra, como en los torneos mentales cuando la lucha gira en torno a la pregunta: “¿Quién asesinó al señor Stein? (Léanlo en la novela que comenzará a aparecer mañana en nuestro suplemento de pasatiempos)”, o: “¿Qué puede hacer el jugador de ‘Römisch’1 número tres si el jugador de ‘Römisch’ número uno termina la jugada de una forma distinta a la que se recomendó en el último congreso de Bridge?”. Pero no es de esperar que un periódico hiciera esta pregunta sin más, y si la hiciera, trataría de darle otra formulación. Lo diría por lo menos de esta manera: “¿Quién es su poeta predilecto?” O también: “¿Quién es actualmente para usted el poeta más grande?” Y: “¿Cuál ha sido el mejor libro de este año (también de este mes)?” Parecen las más aconsejables por sus efectos un tanto sugestivos. Gracias a todo esto el hombre se entera de cuando en cuando de qué clase de escritores hay, que siempre son los mas grandiosos, significativos, auténticos, reconocidos y los más leídos. Pero las preguntas: “¿qué es un escritor sin sidecar?”, “¿una criatura que escribe con sobriedad es un escritor?” y “¿lo es el conocido autor de...?”, nunca han sido planteadas desde que la humanidad tiene memoria. El mundo se avergüenza irremisiblemente de ellas, como si en estas preguntas descubriera el retintín de una trompeta de correos en tiempos del Romanticismo. Lo bueno es que todos somos capaces de decir, sin dudar un solo momento, que Hag es una marca de café o que esto es un Rolls Royce y aquello un avión sin motor. Por el *Robert Musil, Páginas póstumas escritas en vida, traducción de Francesca Martínez, ICARIA Editorial, S. A., Barcelona, 1979, 168 pp. 1N. T. ‘Römisch’: es un juego de cartas parecido al Bridge.

contrario nos quedaremos perplejos el día que nuestra prole nos pregunte con curiosidad: “Bisabuelo, dicen que en tus tiempos hubo poetas. ¿Qué es eso?” A lo mejor tratará de explicarles que no hay necesidad de que existan los poetas, igual que no hay necesidad de que exista el diablo, pues la gente dice a veces muy segura de sí misma: “¡Diablos!”, “¡Vete al diablo!”, “¡Demonios!”, “¡Pobre diablo! “ y otras cosas parecidas. Pero la gente no piensa en el diablo ni mucho menos. Estas expresiones forman parte de la vida de una lengua, y en la vida de la lengua alemana no existiría el término “seguro contra accidentes”, ni la más mínima expresión de ello. Sin embargo este pretexto es fácil de rebatir. Pues, aunque la palabra “poeta” apenas tiene significado en la historia de la mentalidad de nuestra época, las generaciones venideras encontrarán su inesperada e indeleble huella en la historia de la economía. Si nos detenemos a pensar cuanta gente vive hoy de la palabra “poeta”, no acabaremos nunca, aun prescindiendo de la maravillosa mentira según la cual el estado justifica su existencia en función del arte y de la ciencia y del esplendor divino a que él pueda llevarlos. Podríamos comenzar con las cátedras y seminarios de literatura y terminar en toda la infraestructura universitaria, pasando por el negociado, los bedeles y los secretarios y otros empleados que participan en su mantenimiento. Y, si empezáramos con los editores, tropezaríamos con todos los empleados de la editorial, los vendedores a comisión, las distribuidoras, las imprentas, las fábricas de papel y de maquinaria, los ferrocarriles, correos, los funcionarios del fisco, los periódicos, los departamentos ministeriales, los directores generales: diré para abreviar que si cada uno de nosotros se pasa un día entero dando en estos asuntos rienda suelta a la imaginación −eso depende de la paciencia de cada uno−, coincidiríamos en que hay miles de personas que viven gracias a los poetas, unas veces bien, otras mal, unas exclusivamen57

te y otras sólo en parte. Y todo esto, a pesar de que nadie sabe que es un poeta, aunque no podemos asegurar que hayamos conocido a un poeta, y a pesar de que ni las convocatorias de premios, ni las academias ni las declaraciones honoríficas nos pueden ofrecer la seguridad de haber atrapado a un verdadero poeta con vida. Sospecho que sólo habrá en todo el mundo unas cuantas docenas de ellos. Es incierto que vivan de la poesía o que lo hagan otros por ellos: algunos habrá que estén en condiciones de hacerlo, pero otros no. Todo esto es un poco oscuro. Si quisiéramos establecer comparaciones en otros campos, nos encontraríamos con que hay innumerables personas que viven de los gallos, o también de los peces; en cambio, los peces y los gallos no viven, sino que mueren de esto. Tendríamos incluso que añadir que nuestros gallos y peces viven por espacio de un tiempo gracias a que un día morirán. Pero toda la comparación resulta un fracaso porque sabemos lo que son estas criaturas, que existen realmente y que no suponen ningún entorpecimiento para la cría de peces o la cría de gallos, mientras que un poeta implica un transtorno decisivo en la buena marcha de los negocios montados sobre la poesía. Si tiene suerte o dinero, no somos muy quisquillosos con él; pero al primer desliz, si la suerte o el dinero no reclaman su derecho de primogenitura, se nos aparecerá como un esperpento que adondequiera que vaya tiene la ocurrencia de recordarnos la confianza que los griegos pusieron en nuestros antepasados. Tras unas protestas solemnes e idealistas sin importancia, las editoriales le preguntarán si se siente capaz de hacer una obra que garantice una venta de treinta mil ejemplares; y en la redacción le propondrán que escriba narraciones cortas las cuales, por supuesto, se acomoden a las necesidades de un periódico. El tendrá que replicar que no entiende de estas cosas; y de esta manera sólo conseguirá provocar un descontento justificado entre los empresarios teatrales, las asociaciones de libreros


y otros gremios culturales. Pues en todas partes está bien considerado y, como no se aviene a obras taquilleras, ni a novelas de pasatiempo, ni a películas, al final uno tiene el negro presentimiento de que −puesto que rechaza todas estas posibilidades para las que dice no servir− no puede tratarse más que de un talento privilegiado. Pero aun así no pueden ayudarlo, y cualquier humano acabaría por enfadarse con tal de que lo dejara en paz. Cuando una vez uno de estos esperpentos vagabundeaba como un sediento por Berlín en busca de estas fuentes de ingresos, un escritor joven, hábil y brillante, que manejaba con maestría los recursos más remotos de ganar dinero −por lo cual creía que su vida tampoco era fácil−, dijo con expresión conmovida: ¡Dios mío, si tuviera tanto talento como este asno, otro gallo me cantara! −se equivocaba. Entre puros poetas y pensadores Se dice que hoy en día los libros ya no tienen grandiosidad y que los escritores ya no saben escribir cosas grandiosas. Quizás tengan razón, pero qué pasaría si le diéramos la vuelta a la frase y comprobáramos la hipótesis de que los lectores alemanes ya no saben leer. ¿No será que cuanto más extensivas son las lecturas − especialmente cuando éstas son auténtica y buena literatura−, más aumenta una inexplicable resistencia, lo cual no es lo mismo que insatisfacción? No parece sino que el portal por el que debe entrar un libro tuviera una inflamación crónica y quedara obstruido. Hoy día personas no se encuentran −cuando leen un libro− en un estado natural, sino que es como si las sometieran a una operación en la que no tienen ninguna confianza. Indagando las causas y espiando conversaciones, nos enteramos de que el lector, ¡ese buen lector que no se pierde ningún libro importante y que sabe los nombres de los genios del día y de la época!, pues de que hasta ese lector suele estar dispuesto a la traición siempre y cuando tropiece con una oposición muy fuerte: al pensarlo bien, no cree que el genio que disfrutaba de su favor sea un genio como tampoco cree que todavía existan genios de verdad. Pero esta información no se limita en modo alguno al campo de la literatura. Nos llega la noticia de que también la medicina se ha extraviado, de que la matemática anda por las nubes y de que la filosofía ha perdido el concepto de su tarea. Esa es la opinión que el profano tiene acerca de los especialistas, y la que está más al orden del día. Y, puesto que cada especialista es a su vez un profano en cientos de otras especialidades, resulta de ello que existe un mar de opiniones negativas. Ahora bien, por supuesto que es difícil decir con precisión el volumen total de poetas, pensadores e investigadores, pero la cosa no tiene ninguna importancia, ya que en seguida se pone de manifiesto que este fenómeno se asemeja en su estructura al conocido juego “Schwarzer Peter”2. No son los poetas quienes se encuentran ineptos a sí mismos, sino a los investigadores, 2 N. T. Schwarzer Peter (Pedro negro). Juego de cartas con cuatro jugadores. Pierde el jugador que al finalizar la partida se ha quedado con el “Schwarzer Peter” en la mano, la carta que todo el mundo ha intentado quitarse de encima. Schwarzer Peter sería el equivalente de “El sanbenito”.

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pensadores, técnicos y otras lumbreras, y lo mismo les ocurre a éstos. En una palabra, este pesimismo con respecto a la cultura, que parece oprimir a todos los individuos, en realidad es un sanbenito que todo el mundo carga en la “cuenta ajena”; sintetizando áridamente: el consumidor de cultura emplea la perfidia para estar a mal con el productor de cultura. Pero todo eso está como por arte de magia en perfecta consonancia con el polo opuesto; pues con la misma frecuencia con que oímos el lamento de que ya no hay genios, somos también espectadores de lo contrario: todo el mundo es un genio. Y es que, hojeando las noticias y críticas de nuestras revistas y periódicos, nos quedamos verdaderamente atónitos ante la cantidad de profetas conmovedores, de grandes, grandiosos y profundos maestros que aparecen en el intervalo de pocos meses; y cuántas veces a lo largo de este tiempo se nos obsequia con un “porfin-un-auténtico-poeta-otra-vez-más” en nuestra nación; y la de veces que ha sido escrita la más hermosa historia de animales o la mejor novela de los diez últimos años. Unas cuantas semanas más tarde ya nadie recuerda esta impresión inolvidable. Una segunda observación pariente de la anterior es que encontramos los orígenes de casi todos estos juicios en unos círculos herméticamente cerrados. Estos círculos los constituyen algunas editoriales, autores, críticos, periódicos, lectores y éxitos pertenecientes a un mismo clan, que no está dispuesto a abrir sus fronteras; y todos estos círculos y circulillos de dimensiones parecidas a las de un club de aficionados o a las de un partido político, tienen sus genios o cuando menos su “don-nadie” de turno que ostenta el título de “genio-único”. En torno a los más exitosos se forma también un círculo que es producto de la selección de todos los círculos, pero no tenemos por qué engañarnos; parece como si las cosas importantes no pasaran desapercibidas, y que la nación se hace eco de ellas, pero en realidad el éxito asambleístico tiene unos

padres muy desunidos: pues no se siente tanta admiración por las cosas de las que todo el mundo participa, sino que ésta más bien va dirigida a los frutos que cada uno ha obtenido por sí mismo. Y como la fama es una amalgama, también los famosos forman una sociedad amalgamada. Si esta amalgama no la limitamos a la literatura, la imagen de grupo que captamos es arrolladora. Pues el círculo, el club, la escuela o el éxito divulgado en torno a este o aquel personaje no significan nada al compararlos con las innumerables sectas cuyas esperanzas están cifradas en las enseñanzas del espíritu a través de la influencia que pueda ejercer un manjar de cerezas, el teatro vanguardístico, la gimnasia hecha a ritmo musical, la eubiótica o cualquier extravagancia de las muchas que hay. Es incalculable la cantidad de Romas que existen con sus respectivos papas, cuyo nombre resulta desconocido a los profanos en la materia mientras que los introducidos ven en él la salvación del mundo. Toda Alemania está llena de estos compatriotas ideológicos: y de la gran Alemania, en la que los famosos investigadores sólo pueden vivir de la enseñanza y los más selectos poetas únicamente de lo que mendigan vendiendo suplementos literarios por las casas, de esta Alemania están saliendo ejércitos de chiflados, cuyas extravagancias están siendo promocionadas por medio de libros y revistas. Por eso han aparecido últimamente − antes del empobrecimiento alemán− más de mil revistas nuevas anualmente y treinta mil y pico de libros, lo cual es considerado un síntoma inequívoco de su importancia intelectual. Desgraciadamente tenemos que suponer que se trata de un síntoma muy extendido, que no ha sido descubierto a tiempo; este síntoma habla a favor de un delirio por establecer relaciones; y este delirio afecta a miles de grupos, cada uno de los cuales se agarra a la vida con una idea fija; hasta el punto de que pronto no nos extrañará que un auténtico paranoico no pueda resistir la tentación de participar en uno de estos concursos de aficionados.

< Robert Musil, grafiti de Jef Aerosol en el Robert Musil Museum in Klagenfurt.

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WALTER BENJAMIN*

EN QUÉ RECONOCE UNO SU FUERZA En las propias derrotas. Cuando hemos fracasado por nuestras propias debilidades, nos despreciamos y nos avergonzamos de ellas. Pero cuando somos fuertes, despreciamos nuestras derrotas y tenemos fastidio de nuestra mala suerte. ¿Reconoceríamos nuestra fortaleza en la victoria y en la fortuna? ¿Quién no sabe que precisamente ellas son las que nos muestran nuestras debilidades más profundas? ¿Quién no ha sentido, como un delicioso estremecimiento de debilidad, buscar en sí mismo, luego de conseguir una victoria en la lucha diaria o en el amor, una respuesta a estas preguntas: ¿soy yo?, ¿me ocurre esto a mí, el más débil de todos? Otra cosa son las continuas derrotas en las que aprendemos los trucos para levantarnos y en las que, fatigados, nos bañamos como en sangre de un dragón. Ya sea la fama, el alcohol, el dinero, el amor −allí donde uno se siente fuerte, no conoce ni honra ni miedo por ponerse en ridículo, ni freno alguno. Ningún pueblerino se portará tan impertinentemente como Casanova ante la Charpillon. Tales hombres viven de su fortaleza. Terrible y peculiar modo de vivir por supuesto, pero tal es el precio de toda fuerza. Vivir en un tanque. Si estamos dentro, nos volvemos estúpidos e inaccesibles, caemos en todos los huecos, tropezamos con todos los obstáculos, buscamos en la inmundicia, deshonramos la tierra. Pero sólo cuando estemos bien sucios resultaremos imbatibles.

BELLO HORROR Fuegos artificiales por la Fête Nationale. Desde el Sacre-Coeur caen sobre Montmartre luces de bengala. Se ilumina el horizonte tras el Sena, los cohetes suben y se apagan en el suelo. En la empinada subida hay miles de personas agrupadas siguiendo el espectáculo. Y esta multitud eleva continuamente un murmullo parecido al de los pliegues de una capa cuando el viento juega entre ellos. Estemos atentos: lo que se oye es otra cosa y no la espera de cohetes y otros fuegos luminosos. ¿No espera esta multitud sorda una tragedia, lo suficientemente grande para que de su tensión festiva salga la chispa, incendio o fin del mundo, algo que modificase el murmullo aterciopelado de mil voces en un único grito, como cuando un golpe de viento muestra el forro escarlata de la capa? Porque el agudo grito de horror, el pánico es la otra cara de todas las fiestas masivas. El ligero estremecimiento que recorre como una llovizna innumerables espaldas los excita. Para las masas en su vida más profunda, inconsciente, las fiestas de la alegría y los incendios son sólo un juego en el que se preparan para el instante enorme de la llegada a la madurez, para la hora en la que el pánico y la fiesta, encontrándose como hermanos tras una larga separación, se abracen en un movimiento revolucionario.

*Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia, selección y traducción de Marco Aurelio Sandoval, Premiá editora, S. A., México, 1978, 226 pp.

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UNA FRASE DE CASANOVA Sabía, dice Casanova de una alcahueta, que yo no tendría fuerza para irme sin darle algo. Extraña frase. ¿Qué fuerza es necesaria para robarle a una alcahueta su ganancia? O más exactamente: ¿cuál es la debilidad en la que ésta puede siempre fiarse? Es la vergüenza. La alcahueta es venal; no es la vergüenza del cliente lo que la hace trabajar. Lleno de esa vergüenza, el cliente busca un escondite y encuentra el más oculto: el del dinero. La insolencia echa sobre la mesa la primera moneda; la vergüenza paga cien más para cubrirla.

de cómo la fortuna afirma sus descensos. En el juego, dirigido a todos los sentidos, sin excluir el atávico de la visdencia le toca principalmente a los ojos. Todos los números le hacen señas. Pero como ha olvidado el lenguaje de los gestos, en lo que éstos tienen de más decisivos, por lo común te confunde a los que le traen suerte. Y que son, por supuesto, los que dan la más profunda devoción por el juego. Todavía un momento permanece ante ellos la apuesta perdida. El reglamento la retiene. No es de otra forma como retiene al amante lo escurridizo de aquella a quien adora. Ve su mano cerca de las suyas, pero no hará nada para cogerla. El juego tiene adictos apasionados que lo aman por él mismo y no por lo que da; si se lo quitan todo, buscarán la culpa en ellos mismos. Dirán entonces: He jugado mal. Y ese amor trae en sí mismo la recompensa de su asiduidez ya que las pérdidas son agradables porque con ellas dan prueba de su disposición al sacrificio. Un caballero tan intachable como el Príncipe de Ligne, asiduo a los clubs de París tras la caída de Napoleón, era famoso por la actitud con que aceptaba las pérdidas más extraordinarias. La actitud era un día y otro la misma. Dejaba que su mano derecha, que ponía continuamente sobre la mesa elevadas apuestas, colgase al final lánguidamente. La izquierda, en cambio, permanecía inmóvil, horizontal, metida en su chaleco, sobre la parte derecha del pecho. Después se supo, por su ayuda de cámara, que en su pecho había tres cicatrices: la huella exacta de las uñas de los dedos que sin descanso se clavaban en él.

EL ÁRBOL Y EL LENGUAJE Subí a un bosque y me eche bajó un árbol. El árbol era un álamo o un chopo. ¿Por qué no recuerdo lo que era? Porque mientras miraba el follaje y seguía sus movimientos guardé en mí, captado de un golpe, el lenguaje que, por un instante, ejecutó ante mí sus antiquísimas nupcias con el árbol. Las ramas, y la cima con ellas, se balanceaban cavilosas o se balanceaban rehusándose; las hojas se mostraban complacientes o altaneras: la copa se alzaba contra una fuerte corriente de aire, se estremecía ante ella o le hacía frente; el tronco disponía de su buen trozo de suelo sobre el qué pararse; y una hoja daba su sombra sobre otra. Un viento suave ponía música de bodas y después llevó por todo el mundo, como un discurso de imágenes, a los hijos nacidos de esa boda.

EL JUEGO El juego, como toda otra pasión da a conocer su rostro como la chispa que, en el ámbito corporal, salta de un centro a otro, moviliza ya este órgano ya aquel otro y reúne y limita en él al ser entero. Este es el plazo dado a la mano derecha hasta que la bola caiga en su casilla. Como un avión, vuela sobre las docenas de la ruleta, esparciendo en sus surcos la siembra de fichas. Anuncia ese plazo en el instante, reservado únicamente al oído, en que la bola inicia su giro y el jugador está atento

SOMBRAS BREVES Al acercarse el mediodía, las sombras son aún bordes negros, marcados, en el fluir de las cosas, y dispuestas a volver, quedas, de improviso, a su armazón, a su misterio. Cuando sucede es que ha llegado, en su plenitud concentrada, acurrucada, la hora de Zaratustra, del pensador en el mediodía de la vida, en el jardín estival. Ya que como el sol en lo más alto de su curso, el conocimiento de las cosas es el más riguroso contorno.

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EUGENIO MONTALE*

Las palabras Las palabras si se despiertan de nuevo rehúsan la sede más propicia, el papel de Fabriano, la tinta china, la carpeta de cuero o terciopelo que las guarde en secreto; las palabras cuando despiertan se recuestan sobre el revés de las facturas, en los márgenes de los billetes de lotería, en las participaciones de casamiento o defunción; las palabras no solicitan nada mejor que el embrollo de los teclados de las Olivetti portátiles, que la oscuridad de los bolsillos del chaleco, que el fondo del canasto, reducidas a bollos de papel;

las palabras prefieren el sueño en la botella al ludibrio de ser leídas, vendidas, embalsamadas, hibernadas; las palabras son de todos y en vano se ocultan en los diccionarios, porque siempre existe un marrano que desentierra los hongos más malolientes y raros las palabras, luego de una espera eterna, renuncian a la esperanza de ser pronunciadas de una vez por todas y luego morir con aquel que las ha poseído.

las palabras no se sienten felices de ser arrojadas fuera como maritornes y acogidas con furor de aplausos y deshonra;

*Eugenio Montale, Antología, selección, traducción, prólogo y notas de Horacio Armani, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1971, 160 pp.

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EL ACONTECER HISTÓRICO

POESÍA EN CRISIS

EL COMPROMISO LITERARIO

“El tema de mi poesía (y creo que de toda posible poesía) es la condición humana considerada en sí misma; no tal o cual acontecimiento histórico. Esto no significa apartarse de lo que ocurre en el mundo; significa sólo conciencia, y voluntad, de no sustituir lo esencial por lo transitorio. No he sido indiferente a lo que ha sucedido en los últimos treinta años, pero no puedo decir que si los hechos hubieran sido diferentes también mi poesía hubiera tenido un rostro totalmente distinto. Cada artista tiene un particular comportamiento frente a la vida y conlleva una cierta actitud formal para interpretarla según esquemas que le son propios. Los acontecimientos externos son siempre más o menos previstos por el artista, pero en el momento en que ellos ocurren cesan, de alguna manera, de ser interesantes. Entre estos acontecimientos que me atrevo a calificar como externos ha existido, de modo preminente para un italiano de mi generación, el fascismo. Yo no he sido fascista y no he cantado al fascismo, pero tampoco he escrito poesías en las cuales aquella pseudo revolución fuera atacada. Ciertamente, hubiera sido imposible publicar poesías hostiles al régimen de entonces, pero el hecho es que no lo hubiera intentado tampoco si el riesgo hubiese sido mínimo o nulo. Sintiéndome desde mi nacimiento en total desarmonía con la realidad que me circundaba, la materia de mi inspiración no podía ser otra que esa desarmonía…”

“Puesto que la poesía −como la novela, aunque en escala reducida− se está convirtiendo en un producto industrial, es obvio que sufra las oscilaciones causadas por la demanda y la oferta del mercado. La poesía, pues, está en crisis del mismo modo que todo el resto: un producto, si no se renueva, aunque empeorando, pierde su clientela. Si además deseamos considerar a la poesía como un hecho espiritual, entonces es evidente que toda gran poesía nace de una crisis individual de la que incluso el poeta puede no ser consciente. Pero más que de crisis (palabra ya sospechosa) hablaría de una insatisfacción, de un vacío interno que la expresión alcanzada colma provisionalmente. Sin embargo, este es el terreno del cual nace toda gran obra de arte. Su pregunta está viciada por la hipótesis de que por poesía debe entenderse un particular género literario, lo que es también verdad, pero no en absoluto. Se puede imaginar una gran temporada poética que no produzca nada de lo que ordinariamente se entienda por poesía.”

“El engagement ideológico no es condición necesaria y suficiente para la creación de una obra poéticamente vital, y tampoco es, en sí mismo, condición negativa. Cada verdadero poeta ha tenido su compromiso y no ha esperado que este le fuese indicado por los difícilmente identificables reguladores y guías de la producción. Naturalmente, los poetas de oficio han pagado a menudo su tributo a protectores, príncipes y mecenas; es probable que actualmente en Rusia quien recibe su salario como “poeta” deba marchar por caminos obligados. Estos son casos extremos; pero la historia de la poesía es también una historia de grandes obras libres. La poesía, esté o no comprometida en el sentido que demanda la actualidad del momento, halla siempre su correspondencia. El error consiste en creer que esta correspondencia debe ser fulmínea, inmediata. En el mundo hay lugar para Hölderlin y lugar para Brecht. Otro error es creer que la correspondencia se mide con criterios estadísticos. Quien tiene más lectores, vale más, responde mejor a la demanda del mercado. Y así se vuelve a la poesía entendida como mercadería de venta.”

(“Confesiones de escritores. Entrevistas con sí mismos”. Torino, Ediciones Radio Italiana, 1954.)

LO IRRACIONAL EN POESIA “Bettinelli definió a la poesía como un sueño hecho en presencia de la razón. Era verdad entonces, y es verdad también hoy, después de Blake, de Mallarmé y del Rilke de los Sonetos a Orfeo y las Elegías del Duino. Existirá diferencia entre el poeta que elimina algún nexo en una cadena de metáforas y el poeta que quiere decir todo, explicar todo; pero no faltará en las diferentes operaciones el empleo de la razón. El uso y abuso de la razón está presente hasta en aquellos surrealistas que pretenden sumergirse en la gulf stream del subconsciente.” (De “Nuovi Argomenti”, marzo-junio 1962.)

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LÊDO IVO* El buitre de la realidad Como los arquitectos, me aprovecho de lo transitorio para dibujar en ello una línea que voy continuando incesantemente: la línea de mi espíritu, la línea de un astro que brilla en mí como el sueño de un sol en equilibrio. Duermo, cuando estoy despierto, y los siglos son leves. No dudo ante una infinita libertad que me asombra. Un día, entre mis dedos, es más que arena y dura eternamente, si el egoísmo y la disolución de todo no me empujan a arrojarlo en los ríos que deberían atravesar todas las ciudades. Todo en mí es obra para que mi corazón permanezca fiel a su siniestra realidad. Todo en mí es sortilegio para que lo más real predomine sobre esta apariencia de realidad que ningún hombre verdaderamente vivo podría tomar en serio. Y todo en mí es hastío y desolación porque miro al mar sin saber qué es el mar y bebo en los pozos de la tarde sin tener sed. Desde el principio de los tiempos, antes de que la vida fuese dividida en horas, estoy llamando a las puertas de la Realidad y nadie me responde porque no hay nadie al otro lado, sino el vacío que Dios habitó otrora, fraccionando las eternidades posibles.

Los murciélagos Los murciélagos se esconden entre las cornisas del almacén. ¿Pero dónde se esconden los hombres, que vuelan en lo oscuro toda su vida, chocando con las blancas paredes del amor?

Más allá del pasaporte La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos pendientes, como luminarias, de las viejas vigas que sustentaban el tejado amenazado por las lluvias. “Estos hijos nos chupan la sangre”, suspiraba mi padre.

La noche da su lección de universo: las estrellas caen. Suspendidas en el aire vacío, se deslizan por un cielo negro, fulgen rápidas, se desintegran. Pero estos accidentes celestes no expresan desorden o fatiga. Están inscritos en la retórica del cosmos, donde todo es orden y rigor.

¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero que, como él, se nutre de la sangre de los otros bichos (¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, reclama el sudor de su prójimo hasta en la oscuridad?

El tiempo es una mentira de las estrellas. Viajero, no sé dónde estoy ni siquiera si estoy. En la tierra despreciada por el estruendo ronco del reactor, las fronteras vuelan y los meridianos se birlan de la ficción local de los relojes. Y, entre el sueño y la vigilia, contemplo nubes inmensamente blancas en el cielo oscuro, granero de las estaciones.

En el halo de un seno joven como la noche se esconde el hombre; en su almohada, en la luz de un farol el hombre guarda las doradas monedas de su amor. Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo [guarda al día ofendido.

De repente, surgen debajo de las estrellas las ocasionales constelaciones terrestres: islas criollas, paraísos explosivos que se derraman en el mar espumoso como fragmentos de un continente pulverizado.

Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos [y a mí) su casa donde de noche llovía por las tejas rotas. Levantamos la hipoteca y conservamos los murciélagos. Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.

Desterradas las estrellas, la mañana ocupa el cielo y el mar. El leve estremecimiento vertiginoso anuncia que el avión va bajando de su abismo al revés. Please fasten seats. Un faro en una isla y una gaviota son las primeras señales de la Tierra. Y ambos reiteran al sol pálido el vigor agobiante de los símbolos.

*Antología de la poesía brasileña, desde el Romanticismo hasta la generación del cuarenta y cinco, selección, introducción y traducción de Ángel Crespo, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, 440 pp.

Desembarco y es otoño en Nueva York.

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ISSN-0188-476X • NÚMERO 147 • 2015 • $45.00

Adolfo Castañón

SEA USTED BREVE | POEMAS EN PROSA Y PROSAS POÉTICAS

José Luis Martínez a viva voz

Poemas en prosa y prosas poéticas. Antología. 1 4 7

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