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LA VIDA DE VIAJE - CICLOTURISMO

Jimena y Andrés, de lavidadeviaje.com, nos comparten 10 momentos de su diario de viaje por Mendoza. En esta tercera entrega desde Bajo Rosado hasta las Termas del Sosneado.

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1.

Llegamos al bosquecito. Antes nos fuimos hasta el final del sendero (4 kilómetros más) y después retrocedimos para acampar a la vera del río. Lo más lindo de todo lo que estamos haciendo es descubrir que no hacen falta años sabáticos ni pasajes al otro lado del mundo para sentirnos de viaje. Ese es el desafío de estas microaventuras: intensidad antes que cantidad.

2.

Sendero Bajo Rosado. 2 días, 20 kilómetros y 5830 paradas donde sacar una foto.

3.

Mi viejo me lo dijo antes de salir: “hija, sos mis ojos”. Será por eso que desde que pisé la ruta el universo de detalles y sonidos se multiplicó por mil. Mis sentidos se volvieron cuencos y todos los días me voy a dormir con un recorte de los paisajes que viví: las montañas con forma de campanas, la nube ovni en la cima del Tromen, el pájaro que canta como un módem Dial Up de los 90, la laguna manchada, las nubes color pastel de las 8 y media. Papá: hay tanto acá afuera que a veces me encantaría que estés viajando al lado mío.

4.

Tormenta heavy metal. De esas que vienen con relámpagos y granizo. De esas que se escuchan antes de verlas y te hacen poner el alma en las piernas porque no queda otra que meterle. Este día por el Cañón del Atuel viene siendo nuestro récord de pedaleada de la temporada: 60 kilómetros de pendiente, pocas bajadas, viento en contra justo en la última subida caracol y la nube fin del mundo que nos tocaba la espalda.

5.

Antes de la tormenta, hubo ventanitas de buen clima. Pedaleamos desde Valle Grande por el Cañón del Atuel hasta El Nihuil. Mendoza tiene ese algo que me hace querer volver siempre.

6.

Soy argentina y a mucha honra. Me gusta mi país, su gente, sus paisajes, su comida, su geografía. Me gusta conocerlo de punta a punta, me gusta que me hablen de un lugar y saber cómo sopla el viento, si tiene bosques, desiertos, valles o montañas, si tiene bellezas escondidas. Me gusta conocer cuáles son los recorridos obligatorios que tiene cada provincia, esos que hay que hacer sí o sí a pesar de los caminos de tierra, las curvas o la altura. En mis 31 años habré venido a Mendoza más de 6 veces y a San Rafael unas 4, siempre en familia y en auto. Todas las veces que vinimos visitamos los diques, Valle Grande y hablamos mucho sobre el Cañón del Atuel. Sí, hablamos: no sé por qué nunca hicimos ese camino. Y así como me encanta mi país a veces me indigna saber que estuve tan cerca de lugares tan zarpados y que nadie me haya dicho “che, hacelo porque acá te estás perdiendo de algo”.

7.

“Vení vení, ¡mirá este cielo!”, le grito a Andrés desde la ventana. Y el agarra su cámara, sale por la puerta y llega hasta la orilla del Nihuil. Yo con el frío que hace no salgo y me quedo adentro. Y me pierdo del último calorcito del sol, de los caballos relinchando en la costa, de los perros que lo acompañaban mientras sacaba la foto, de la textura de la tierra, de los mosquitos que volaban al ras del agua, del viento que se escuchaba venir entre los volcanes del sur. Lo que veo es un fragmento en mute de nubes cambiando de color. Y después Andrés llega, me muestra la foto y mi respuesta siempre es la misma: “eyyy, ¿por qué no salí?”. Así que nota mental: salí, salí, salí. Que no nos gane la fiaca cuando estamos en la naturaleza. Si la tenemos cerca hay que aprovecharla, respirarla. Y si la tenemos lejos, cerremos los ojos un ratito e imaginemos cómo sería estar ahí.

8.

Así de cromático es el camino que llega hasta las termas de El Sosneado en Mendoza. No hay nada que desencaje, ni siquiera las flores violetas (y blancas y amarillas) que a pesar de la altura y de la aridez crecen como si quisiesen hacer de este paisaje un jardín. En 60 kilómetros atravesamos puentes, arroyos, una laguna rodeada de vacas, caballos, pájaros, ovejas y cabras; nos cruzamos con jinetes en pleno acto de veranada, llegamos hasta las ruinas de un hotel que alguna vez quiso existir entre los Andes y nadamos en sus piletas termales en plena soledad cordillerana.

9.

Nunca le insistí tanto a Andrés en llegar a un lugar. No me importaba pedalear sobre piedras tamaño ladrillos ni tampoco subir hasta los 2200 metros de altura a pesar de que mi cuerpo me pedía lo contrario. Imaginarme nadando en aguas termales en medio de la Cordillera de los Andes iba a ser un premio más que merecido que coronaría esta primera temporada de microaventuras bikepacking por Argentina.

10.

La montaña es linda de mañana, de tarde y de noche. Con estas luces y sombras despedimos el día después del piletazo en las termas de El Sosneado. Fin del viaje.

TEXTO: Jimena Sánchez FOTOS: Andrés Calla WEB: lavidadeviaje.com INSTAGRAM: @lavidadeviaje

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