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La estampida recrea la perfecci\u00F3n del c\u00EDrculo: comentario sobre el libro Nota de duelo de Melissa Figueroa Jotac\u00E9 L\u00F3pez
La estampida recrea la perfección del círculo: comentario sobre el libro Nota de duelo de Melissa Figueroa
Jotacé López
Ilustración de Luisa Rivera para ‘Cien años de soledad’ en su edición publicada por Penguin Random House Grupo Editorial (España, 2017) para conmemorar los 50 años de su publicación. Foto: luisarivera.cl. lustermagazine.com
En más de una ocasión he oído que Puerto Rico se parece a Macondo. Ese pueblo mítico y colorido que Gabriel García Márquez creó e inmortalizó en las páginas de sus novelas. Si bien esta comparación es una reacción, generalmente producto de los absurdos políticos, sociales y económicos que diariamente suceden en la Isla, no es menos cierto que, más allá de las coordenadas caribeñas que ambos lugares comparten, son muy pocas o casi escasas las semejanzas. Diría, si de indagar en pueblos ficcionales se trata, que Comala, ese mítico y lúgubre pueblo mexicano creado por Juan Rulfo, es una opción más atinada para hablar de nuestra isla caribeña en clave de aridez y desierto, de indiferencia y miseria. Ese pueblo de muertos que hablan sin escuchar, sin ni siquiera percatarse de que ya están enterrados, nos revela luces, sombras y colores más afines con nuestras costumbres y modos de ser, que el mágico Macondo.
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Tomado de Ecos de la Costa
Ya para 1893, Francisco Oller había vislumbrado las tonalidades mortuorias de su Puerto Rico y, sin demora, las plasmó en su obra: “El velorio”. Algarabía, pobreza, sombras, flores pisoteadas, tumulto de rostros felices, son las señales que nos brinda el cuadro para mostrarnos cuánta indolencia cabe en la sociedad puertorriqueña de entonces. Sin embargo, en el centro del cuadro, frente al cadáver del niño está un mendigo, el único personaje capaz de compadecerse del infortunio de la criatura, como bien lo ha señalado Edgardo Rodríguez Julia en su ensayo “Puerto Rico y el Caribe: historia de una marginalidad”. Si contemplamos detenidamente la escena pintada descubriremos que la muerte en sí misma no es atroz y mucho menos monstruosa, como lo es la actitud de los que rodean el cadáver. Así, a través del contraste entre la indiferencia habitual y la compasión inesperada, Oller nos deja una reflexión sombría sobre la relación de la muerte con las tradiciones de la sociedad puertorriqueña.
Los ecos de esa mirada de Oller la encontramos en la literatura producida en la isla en el siglo XIX y aún en nuestros algorítmicos días del siglo XXI. Costumbres, tradiciones, vida cotidiana; miserias y esplendores humanos, son algunos de los aspectos de los que se han nutrido los escritores y escritoras de la isla a lo largo de la historia. En sus libros la tradición no es solamente ese corpus de ritos, celebraciones y prácticas trasmitidas de generación en generación dentro de una comunidad, sino un modo en el que los individuos se definen a sí mismo frente a los otros. Desde el caleidoscópico Manuel Alonso; desembocando en la hermosa anomalía que es el Póstumo Transmigrado de Tapia y Rivera, y el mundo enfermo de Zeno Gandía; pasando por las pequeñas calamidades para fomentar el turismo de Emilio S. Belaval y las masculinidades amenazadas de René Marqués; recorriendo los coqueteos lingüísticos y sabrosos de Luis Rafael Sánchez y Ana Lydia Vega; atisbando la hondura de un Ramos Otero, adentrándose en las reflexiones históricas de Marta Aponte Alsina, hasta la ficción especulativa
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22Fragmentos
de Pepe Liboy, Pedro Cabiya y Vanesa Vilches, encontramos mil y una manera de escribir y representar eseesquivo y siempre cambiante monstruo de las tradiciones puertorriqueñas.
No obstante, y a pesar de todo lo escrito, el tema de las tradiciones está lejos de agotarse. Solo basta echar una mirada a la calle, a las fiestas que celebramos, a las maneras de llorar a los muertos, en fin, a esas estrategias con las que mantenemos remendamos esa herencia colectiva a la que llamamos cultura. Del mismo modo lo demuestra el reciente y primer libro de cuentos, Nota de duelo (2018) de la escritora Melissa Figueroa. Este libro, compuesto por quince cuentos, explora diferentes aspectos de la cultura y las tradiciones puertorriqueñas a partir de una mirada desenfadada, sin nostalgia, atenta a los resquicios que la parafernalia de lo cotidiano y los aires festivos intentan pasar por alto.
El libro abre con una ‘nota preliminar’ que dice: “Esta colección de cuentos intenta explorar algunas prácticas de eso que llamamos ‘cultura puertorriqueña’. Al escribirlos, no pretendía crear una especie de tratado sociológico ni una fuente de consulta histórica. Los cuentos no quieren evocar tradiciones desde la nostalgia, sino desde la monstruosidad” (9). Esta advertencia sirve como una pequeña trampa para distraer al lector o lectora. Y al hablar de trampa no hablo de mentira, sino de una estrategia sutil para distraer la atención del lector o la lectora, para hacer que reflexione sobre esas tradiciones que ha vivido desde la infancia y se pregunte: ¿Acaso he practicado tradiciones monstruosas? ¿Pero si lo único que hago es trabajar y pagar cuentas? Entonces, en el peor de los casos, esa persona se adentrará en la lectura convencida de que esas tradiciones monstruosas nada tienen que ver con ella o, por el contrario, se acercará a los párrafos inmersa en una nube de dudas, temerosa de descubrir lo inevitable. En fin, no importa la actitud asumida de quien avance en la lectura, se topará con escenas, situaciones y prácticas que le serán familiares, aunque vistas como a través de un espejo torcido.
Los pilares de las tradiciones puertorriqueñas se tambalean desde los primeros cuentos, en particular me refiero a “Tras la huella de tu ombligo”. En este cuento nos presenta esa antigua práctica de guardar el ombligo de los recién nacidos. Con un tono detectivesco este cuento invita a cuestionarse ese tenue balance entre lo práctico y el valor simbólico, cuando de guardar un ombligo se trata. Ante la repentina desaparición de ombligos guardados comienza una investigación que culminará en un macabro y sabroso descubrimiento. Siguiendo esta misma línea de prácticas relacionadas con infantes en la intimidad del hogar encontramos el cuento: “Una prueba de amor”. A través de las diferentes llamadas que recibe un programa radial de frecuencia AM, nos enteramos de las consecuencias sufridas por un joven, por su familia no haber cumplido con los ritos pertinentes al momento de su nacimiento. Este cuento expone una serie de voces que alternan en sus discursos razones políticas, sociales y personales que pretenden explicar los motivos que generaron la situación. Más que aclarar los eventos, vemos cómo la desinformación logra su cometido. Estos cuentos presentan las tradiciones desde una óptica íntima en la que el individuo confronta las tradiciones que el colectivo impone.
Las tradiciones en estos cuentos son la excusa para hablar de las condiciones materiales y emocionales quearrastran a las personas a destinos insospechados. Tal es el caso de lo que ocurre en el cuento “Manivela”. Lasfiestas patronales de Yabucoa, sus picas y su miedo colectivo a los haitianos que venden artesanías, serán el
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telón de fondo para hablarnos de lo lúgubre, terrible y traumático que puede ser la adolescencia. Gira la pica con sus jinetes y caballos y la narradora nos dice: “Se podría decir que es un arte comenzar una estampida que recrea la perfección del círculo” (47). La pica se vuelve metáfora cuando se descubre esa cualidad circular, de repetición, que tienen las tradiciones, en este caso las fiestas patronales y todo lo que estas acarrean. De igual modo, el cuento “Fuegos” plantea una reconfiguración a nivel metafórico del Día de la Candelaria. El fuego ya no es un elemento purificador, sino punitivo, injusto y cruel. La protagonista, una joven llamada Candelaria, será la víctima de los métodos tradicionales de crianza en un país donde la tradición pesa más que lo humano. Como todas las tradiciones, con el pasar de las generaciones, se olvidan sus orígenes y por consiguiente, se resignifican sus símbolos revelando la ostensión con la que cargamos nuestros más viles defectos.
El país que estos cuentos ilustran le niega la posibilidad de existencia a cualquier práctica, conducta o condición humana que atente contra lo habitual. Las masculinidades tóxicas como elemento central en la crianza tradicional en la isla serán despojadas de todo romanticismo y pretexto para mostrar sus capacidades destructivas. Tal es el caso de los cuentos “Fuegos” y “Sobre héroes y otras criaturas”. Sobre este último, su protagonista, un policía, se ve amenazado por rechazar la corrupción y aspirar a otra manera de servir su país. De una manera distinta, en el cuento que da título al libro, “Nota de duelo”, un hombre celebra la muerte de su padre con un cigarrillo de marihuana, quien lo negó al enterarse que era homosexual y travesti. En ambos cuentos tanto la honradez en uno, como la homosexualidad y el travestismo en el otro, se conciben como factores hostiles que perjudican el curso de ciertas tradiciones.
El Puerto Rico que hallamos en estas páginas dista mucho de parecerse a Macondo y, de igual modo, se aleja de Comala. Esta Isla, como cualquier otro país, está plagado de cadáveres vivos y muertos, de injusticias y atrocidades que desafían la imaginación, de costumbres y tradiciones que cuestionan cualquier lógica para la sana convivencia comunal, pero a su vez podemos dar con hermosos milagros, con atisbos de esperanza que inflaman y serenan el corazón, bondades que retan el status quo del egoísmo. Melissa Figuera con su libro Nota de duelo nos acerca a ese Puerto Rico de luz, muerte, sombra y milagro, que bien representó Oller en su obra “El velorio”. La escritora nos invita para que al igual como el méndigo del cuadro mira al niño, miremos con otros ojos nuestra realidad como pueblo.
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Francisco Oller, El velorio (ca. 1893)
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