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LAS TRANSFORMACIONES Y EL MITO EN LA POESÍA DE OLGA NOLLA

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EL DUJO INVISIBLE

EL DUJO INVISIBLE

Las transformaciones y el mito en la poesía de Olga Nolla Manuel Martínez Maldonado

1.

La historia de lo sexual, lo erótico y el amor en la literatura es un tema que ha apasionado a muchos escritores, investigadores, historiadores y antropólogos. En su libro A history of Erotic Literature (Bookthrift, NY, 1982), Patrick J. Kearneydestaca algunos de los rasgos evolutivos de la literatura que transita entre lo erótico, lo sensual y la pornografía. Este último no ha sido evadido ni aún por magníficos poetas. Apollinare editó algunos tomos que podrían catalogarse como pura pornografía, pero sabemos que el amor erótico ha sido tema lírico desde que se escribe. Piensen en el Kamasutra, que data posiblemente de 400 años antes de la época cristiana. En este ensayo, sin embargo, no tenemos que preocuparnos que el tema de la pornografía surja. Primero, porque la poesía de Olga Nolla, no tiene nada que ver con lo concupiscente para causar las emociones que espera azuzar la pornografía. Con sus libros no tendrán que hacer como el famoso diarista inglés, Samuel Pepys, quien leía los poemarios y novelas licenciosas de su época, pero luego las quemaba para que nadie las fuera a encontrar en su biblioteca después de su muerte.

2.

Hace casi veinte años escribí en la revista Cupey (Vol. XV-XVI, 2001-2002) de esta universidad un artículo de cómo la poesía olganollana evolucionó, desde el punto de vista de sus emociones amorosas, sensuales y sexuales, a través de su época temprana como poeta, que va desde su primer poemario hasta Dulce hombre prohibido. Argumenté que la poesía de Nolla está más interesada en el sexo que en lo erótico. Tengo que aclarar que la narradora en la poesía de Nolla concentra en el sexo que ella controla y, curiosamente, en lo erótico que la poeta conjura, ya que el hombre —la pareja—, muchas veces es irreal o imaginario. En su poesía, Nolla crea un hombre que en muchas ocasiones está subyugado a lo que ella quiere hacer desde el punto de vista sexual. Uno de los poemas de Dulce hombre prohibido (de aquí en adelante Hombre) dice que a ella le “encanta ser “objeto sexual”, pero según avanzamos por muchos poemas, es el hombre que resulta ser el objeto que ella domina. En El caballero del yip colorado (de aquí en adelante Caballero) Nolla desata una fantasía antropomórfica sobre esos vehículos que nos sorprende por su erotismo, pero que completa la idea de que lo amado es un objeto sexual. Con los hombres que describe, que como he dicho, muchas veces son imaginarios, no hay la lubricidad ni la lascivia que despliega la poeta con los yip. Más bien, le da rienda suelta a la imaginación sensual que es su deseo por un objeto que es potente, rápido y voluminoso. La referencia a “caballero” parece ser más bien un pensamiento arcaico que añora. Es un concepto que dejó de existir hace mucho tiempo, que ya no existía en el sentido que las ilustraciones del libro —de caballeros en armadura y cascos plumados—quieren plasmar (la edición de Editorial Cultural, 2000). La idea del protector idealizado de las damas en apuro (“damsels in distress”), el caballero en armadura brillante (“a knight in shinning armor”), murió con la Gran Guerra de principios del siglo XX, la última en que esos caballeros de la vieja Europa participaron y murieron.

Contrario a la realidad, el caballero nollano se desplaza como si fuera un fantasma en su “corcel” (el yip), que ella parece codiciar más que a quien lo monta. Lo descubre en todos los lugares por los que transita: en la autopista, en la playa, en el centro comercial, en el cañaveral, en la plaza de Ponce, en los cafetales, en montes inundados de lluvia, y lo compadece: les desea “un buen hombre al volante”, una metáfora del acto sexual: el hombre sobre la mujer. El objeto del deseo es imposible de ignorar: es predominantemente rojo (a veces es de otros colores), y, es creación de la Segunda

Guerra Mundial. Ese dato es un detalle en el poema titulado “Para no perder la costumbre”, que abre el poemario. Probablemente es una coincidencia que los “caballeros” que montan esta creación particular, nacieron durante o después de esa guerra y son con los que ahora Nolla disfruta del sexo. Esa nueva generación de hombres se despojó de las apariencias románticas y regresó, en este hemisferio y particularmente en Puerto Rico, a la dura realidad de un mundo que había vivido sin ellos por cinco años. Tanto el país, como ellos, solo querían recordar el triunfo, y pasar las páginas de los sufrimientos. El caballero andante para ellos, dejó de existir en las costas de Normandía e Iwo Jima, y una vez que el ruido de rifles y cañones enmudeció, el globo sufrió las distorsiones sociales. La situación antropológica del mundo también transita por Nolla y se revela en su preocupación por el bienestar del yip, que metafóricamente representa los hombres que sobrevivieron la guerra, y ahora resulta que el yip usurpa su sexualidad. Son los yip a los que desea la narradora olganollana. Es para el yip transformado que Nolla se suelta el cabello. Coquetea y le hace el amor a la máquina, conversa con ella como si le pudiera responder, y la mima como pocas veces lo hace con el hombre de carne y hueso que habita sus poemas.

Estos hombres, que saltan de un poema a otro, residen entre la fantasía y la transfiguración. Ese ser imaginario capitanea una serie de vehículos que parecen emerger de la nada, vehículos que logran manifestarse en una quimera de metal con crines, y de ellos emerge un hombre que besa a la protagonista, pero ese hombre no existe nada más que en el yip donde ella lo imagina.

Nada en esa metamorfosis puede ocultar la armadura que disfraza la imagen. En ella se ve Nolla acogida por los mismos misterios de los romances de caballería como si los leyera junto a Quijote y se perdiera en la fantasía que abrumó al “caballero de la triste figura” y fuera ella la Dulcinea que, a su vez, hace del caballero demente, el héroe que la reclama en la calle Sol. El hombre que reside en el yip, que puede ser imaginario, es un objeto del deseo que añora Nolla a pesar de ser un espejismo. La poeta es el centro de la nostalgia que se materializa como su “otra mitad” que se ha perdido. Es la mitad que tiene la licencia poética para llevar a cabo la prestidigitación que crea una máquina-hombre carente de la voluntad férrea que muestra la poeta. En muchas ocasiones, se borra la imagen del hombre y, según ella descansa su cabeza sobre un hombro imaginario, este se convierte en una metáfora que vuelve a dejarla sola, porque ese hombro de hombre es solo un concepto.

3.

Doce años transcurren entre los poemarios Clave de sol (1977) y Dafne en el mes de marzo (1989). La referencia a Dafne, la ninfa que por accidente fue objeto de la ira de Eros, es pertinente a las dos obras de Nolla en las que concentra en este ensayo. El relato de Dafne, parte de la mitología griega, aparece en La metamorfosis de Ovidio, cuenta que Apollo, dios de las artes y la música, irritó a Eros (Cupido) diciéndole afeminado, y burlándose de que estuviera jugando con un arco y una flecha. Como bien sabemos, el amor puede ser irascible. Por eso, Eros le clavó una flecha de oro en el corazón de Apolo para que este se enamorara perdidamente de Dafne. Mas, a ella, le clavó una de plomo, que causó que ella odiara a Apollo. Este la persiguió incansablemente, pero al alcanzarla, Dafne se convirtió en un árbol (un laurel) y él no pudo saciar el deseo que sentía por ella. Sin embargo, le concedió al árbol estar siempre verde como muestra de su amor eterno. La Olga que habita sus poemas, también es inalcanzable y se ha trasformado, no solo en poeta, sino, por así decirlo, en “constructora de hombres”.

Al igual que la conversión de Nolla en un Pigmalión femenino, que queda claro en el poema con ese nombre en Caballero, que crea hombres que la quieren, ella también ha transfigurado el Yip en una creación erótica-sexual que no responde a su cariño. Ha subvertido el mito de forma que, de ser Dafne, es ella la que persigue, a Apollo o el yip, un ser olímpico que le sirve de transporte a hombres que son incidentales e imaginarios. Son ellos los que la satisfacen, pero la máquina es la que parece inducir el deseo. La flecha de plomo se ha clavado en el corazón del yip y cuando Nolla quiso alcanzar el hombre de sus sueños, este se convirtió en máquina, en mole metálica que solo la satisface con su presencia.

A pesar de eso, como si el Yip fuera el laurel en que se convirtió Dafne y que Apollo adornara luego de podarlo, Nolla lo “baña” en un estado de éxtasis erótico que pocas veces depara para un hombre de carne y hueso: Enjabono tus lomos y tus curvas te froto las esquinas, los bordes inferiores y los ojos redondos; acaricio tus formas, esa piel de fuego.

[…] luces soberbio, un rey bien colorado arropado de espuma. Te disparo un chorro de agua clara. “El yip enjabonado”, en “El caballero del yip colorado”.

Esa espuma y el disparo de agua clara, presumimos de una manguera, cuyo pitón es decididamente fálico, como lo es también el yip “bien colorado”, convierte la escena en una especie de eyaculación de grandes proporciones, pero que proviene de un Pigmalión transformado en mujer. Súbitamente, Nolla nos declara que lleva a cabo este ritual erótico, no porque prefiere el yip, sino porque prefiere a “su señor”. Todo se convierte en un extraño menage-a-trois: el caballero imaginario, el yip y la Pigmalión mujer. Esa transmutación queda aún más clara en el poema “Pigmalión” que ya he mencionado. En él, Nolla señala directamente la “estatua que se encarna”, que es el hombre deseado, Nolla hace el amor “de pie”, sugiriendo que no la ha de “acostar”, que es ella la que está en control de algo que ha creado y que, a pesar de desearlo físicamente, no está dispuesta a dejarse controlar. Su deseo erótico no es óbice para su deseo de control. Todo lo contrario: es el arma de control.

4.

El mito es algo que permea la imaginación sexual de Nolla. El de Adán y Eva establece, en la mitología judeocristiana, que fueron los primeros dos humanos en copular y rendirse al placer de “esa fruta prohibida”. El paraíso aparece, en el extraño poema “Y me encogí de hombros” (en Caballero), trasplantado al patio de la casa de la poeta. Lo que asombra es que la proverbial serpiente se ha convertido en un Diablo seductor y moderno que viene “vestido de cantante de rap”. Tiene tanto encanto que ella hace “Todo lo que él quería que yo hiciera…”, pero ese “todo” le parece aburrido. Aún en el paraíso, Nolla tiene más experiencia sexual que el diablo, quien, en este caso, ha dejado de saber, no importa cuan viejo sea.

En otro poema Zeus, disfrazado de toro la trata de raptar como hizo con Europa, pero la heroína toma en mano una capa y lo torea, como si fuera uno de lidia. Eventualmente se rinde a su poderío y él se la lleva al Olimpo donde la posee en su “almohada de nubes”. Nuevamente la conversión de una quimera en un hombre domina la apreciación íntima que en vez de conducir al amor, solo alberga el deseo sexual.

Lo deseado puede y suele ser misterioso y peligroso. Dando un salto de forjadora de hombres que están hechos a su medida y a sus caprichos, encontramos una narradora que sufre la inseguridad, la constante carga que pone en juicio las aptitudes sociales de la Pigmalión femenina. Ahora sus orgasmos y su dicha sexual están a la merced de la “fuerza viril” de un hombre que, según dice, “la amaba a su manera”, y que la dejaba con la gran duda de la sinceridad de sus sentimientos. Tanto así que en “Elipse de amor y muerte” (Hombre) hay un nuevo menage-a trois más siniestro, más oscuro que el que ya describí: esta vez los dos amantes se acuestan con la Muerte, pero la segadora no está interesada en el amado, sino en la poeta narradora: es a ella a quien “le muerde los pechos y el vientre”. ¿Es esa la petite mort que induce el orgasmo? Mas cuando la Muerte se marcha, una salida a ese paraíso que ya sabemos que reside en el patio de la poeta, la redime de revivir en su memoria un amor que “duró veinte años” sin que supiera si era correspondido. En otras palabras, el orgasmo es placer, pero no se sabe son incluye amor, que era lo que la poeta ansiaba. Aparece en Hombre otro mito que ha mutado de género. En varios poemas la poeta Nolla nos habla de un tal Calixto que salta la tapia de su huerto y la toma entre sus brazos, o ella abre la “puerta del corazón” del intruso, y, para él, quiere estar desnuda. Parece ser el mismo que en “Poema para leerse por teléfono” la llama para decirle que está desnudo, aunque, en ese estado, puede cortar flores y perseguir mariposas. Con ese hombre imaginario reproduce la famosa pintura de Manet: Almuerzo sobre la yerba. Nuevamente hay una subversión de género: en

el cuadro de Manet es la mujer la que está desnuda. ¿Mas, quién es este hombre, aunque sea imaginario? Hubo tres Papas de nombre Calixto, pero no creo que con ninguno hubiese querido estar Nolla sobre la yerba. Sí está la leyenda en la mitología griega de Calisto, una cazadora del cortejo de Artemisa, la diosa de la caza. Era muy bella y, como le sucedió con Europa, Zeus se enamoró de ella y, para seducirla, asumió la forma de Artemisa y la dejó embarazada (curiosamente, en la superficie, una relación lésbica que produce un hijo). Tratando de ocultarla de su mujer Hera, Zeus la convirtió en una osa, aunque Ovidio relata la versión alterna que fue Artemisa la que llevó a cabo la transformación porque Calisto incumplió su voto de castidad. Al morir Calisto, Zeus la transformó en la constelación de la Osa Mayor, para salvar a su hijo —Arcas— quien llegaría a ser rey de Arcadia. Esa Arcadia o paraíso puede ser también el patio de la casa de Nolla. Nos sorprende, por lo tanto, que el tal Calixto sea (por eliminación, parece ser el caso) una versión masculina de la bella cazadora Calisto, y es el que persigue a la poeta. Ya hemos visto la metamorfosis de los yip en el objeto sexual o deseo de Nolla. Es como si el yip fuera un “transformer” (los de la serie cinematográfica) que encierra en su forma no solo la relación de lo antropomórfico con los sexualerótico y el mito, sino con la fluidez de género que reconocemos hoy.

6.

La voluptuosidad en la poesía olganollana esconde un desapego en las relaciones que tiene porque la mujer se distancia del hombre, tanto así que su amor más intenso lo reserva para máquinas y seres imaginarios. La narradora nollana es despiadada, y sus amantes son objetos de su codicia y sexualidad. No es tanto la distinción entre lo sexual o lo erótico, sino que la diferencia parece residir en la idea de lo que es el amor. Tal parece que Nolla nunca encontró un hombre que cumpliera con todas las características que ella hubiese querido que tuviera su amado. Siendo así, las traspasó a hombres imaginarios y a una máquina que no puede emitirle una declaración de amor. No hay, sin embargo, que pasar juicio sobre la diferencia emotiva entre lo personal y lo escrito, sino reconocer y aceptar que lo que llamamos amor es cambiante y caprichoso, y que está rodeado por una valla de defensa que muchas veces no se puede traspasar, con la poesía; ni tan siquiera con la embestida de un yip.

El ensayo fue parte del XIII conservatorio Olga Nolla, en la Sala Puertorriqueña Olga Nolla, Biblioteca UAGM el 17 de septiembre de 2019.

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