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de Cortijo (p
Crónica sobre lecturas y El entierro de Cortijo
Lissette Rolón Collazo
[…] ya se perfila que esta crónica será el encuentro de muchos cruces históricos. El entierro de Cortijo
Primer cruce: Espejo enterrado
La atmósfera cultural en la que leemos la nueva edición de El entierro de Cortijo de Edgardo Rodríguez Juliá está atravesada por el deterioro palpable de aquello que imaginábamos conocer en los años 80 del siglo XX y por el devenir de una red tupida de resistencias cuyas consignas toman la forma del hashtag. En nuestro Puerto Rico es innegable que ha muerto “un mundo” y el que nos sobrevive se desvanece a pasos acelerados gracias a la hechura banal del liderato politiquero que nos aqueja y a la voracidad del neoliberalismo bestial que nos impone una junta ajena y mezquina.
Mas, frente a semejante desconcierto se avista una coral de periferias en movimiento – #rickyrenuncia, #somosmasynotenemosmiedo, #putasperonocorruptas– que nos paren otro país y nos recuerdan que mientras haya vida, es viable el porvenir. Esa estela de alientos no se limita al suspiro, ni a la supervivencia mínima. Aspira a más.
Denuncia el espejo enterrado de nuestras colonialidades, del racismo desenfrenado que solapamos en el contraste con peores, de la heteronorma que impone ciudadanías de segunda, del
patriarcado que mata sin descanso. Esa nueva vida se aferra a un horizonte ancho de soberanías y no se deja. Demanda la renuncia del gobernante innombrable como un signo para otras exigencias de futuro. Al mismo tiempo se une a prácticas de emancipación del “norte” –con réplicas a nivel global– y afirma que nuestra negritud negada desde antaño importa y reclama reparaciones sin dilación. Así, leer El entierro de Cortijo por estos días, cuando #blacklivesmatter, no sólo nos invita a escribir otra crónica desde el hoy, sino que permite reconocer este título en las genealogías de resistencias simbólicas del ayer. Leer la crónica del entierro del plenero mayor, con la exigencia incesante de los pendientes para 4645, hace posible justipreciar este texto como una crónica decolonial, una que le devuelve la mirada a ese espejo enterrado de colonizaciones y conquistas. Dicha crónica puebla la ciudad letrada puertorriqueña de Cortijos, de Ismael Riveras y de una pléyade de caras lindas de nuestra gente negra que habían sido no sólo enterradas en nuestras narrativas nacionales, sino negadas. Con la publicación de 1983 un narciso boricua, aunque tímido todavía, descubría su trasero.
Segundo cruce: Leerme
Yo, a mi vez, encontraba en la primera lectura de ese texto una experiencia que no me era del todo ajena. Leer El entierro de Cortijo a mis diecisiete años, en 1983, con febril voracidad de lectora conversa, fue una experiencia de espejo a dúo.
La primera voz la hacían mis memorias recientes de los entierros familiares en una de las funerarias adyacentes a la PR167. A esos eventos, verdaderas apoteosis del junte de las del campo y la ciudad, de las de las islas y las de allá, de las que migraron de Naranjito y Barranquitas en los cincuenta y de los recién metropolitanos, acudía medio mundo, de todos los colores y sabores, de todas las formas del reír y del llorar.
Por su parte, la segunda voz la hacía el bayú cocolo de ese entierro. Me veía retratada en ese mambo callejero. Recordaba esas primeras lecciones de salsa gorda, en la calle, en las fiestas patronales de Bayamón, en los discoparis de marquesina que se convocaban horas antes y se atestaban de mis amistades adolescentes para practicar los éxitos más recientes del Gran Combo, hijo bonafide del de Cortijo, enterrado y contado en ese libro. Reconocía la mayoría de las celebridades mencionadas, los artistas de Telemundo, el Cardenal antipático y pueblerino, el gallito que no se juye, la voz hecha canción de Ruth Fernández. Pero, sobre todo, me veía retratada en las mujeres sin nombre, con el nalgaje cadente, de tembandumba de la Quimbamba, que embelezaban sin saberlo –o a sabiendas– a más de un cronista fisgón y atrevido. Ese texto, pese a su caudal de referencias desconocidas, me contenía de algún modo. Mientras leía me decía: pude haber estado allí.
Tercer cruce: Crónica que se lee
La co-edición de 2022 de El entierro de Cortijo abre con otra lectura, esta vez del propio escritor en carne y hueso. Edgardo Rodríguez Juliá se lee, se recuerda, se analiza. Pone su atención, justamente, en el personaje más innovador de este texto: “el cronista” y lo aborda con extravío y ternura. Recorrer esas páginas permite atestiguar la fina pluma crítica del escritor. Sus lecturas, sus pasiones literarias y su técnica de la palabra salen a relucir sin reparo.
A partir de la mejor tradición de los prólogos metaficcionales, el autor de esta nueva entrega de El entierro de Cortijo hace un retrato del cronista, a la vez que da cuenta del proceso escritural, de sus aciertos y de sus devaneos. Este texto introductorio lee a su cronista, lee su crónica, para confesarnos lo que le sigue apasionando a Edgardo Rodríguez Juliá casi cuarenta años después. Esa grieta a las fronteras del pacto ficcional radicaliza el perfil propio de la crónica: a medio camino entre ese yo que cuenta lo observado y el que elucubra desde su saber, su existir y sus lecturas sobre todo lo que acontece.
No es de extrañar, por tanto, que una vez atravesamos ese umbral-prólogo, la lectura de El entierro de Cortijo se desvela como un compendio literario entre la multitud en pena y jolgorio. Las referencias a los grandes que han abordado la muerte, con las coplas de Jorge Manrique y Pablo Neruda en primer plano, alternan con una panorámica sobre las letras puertorriqueñas que van desde los versos alba de Llorens Torres hasta las celebradas negritudes de Palés Matos. Asimismo, el entierro de Cortijo se convierte en la ocasión para el guiño-homenaje a la “festiva negritud” de Isabelo Zenón Cruz.
Pero lo que resulta un acierto novedoso y bellamente desconcertante es ese alterne, de tú a tú, en la horizontalidad de la página, de esas referencias letradas con la lectura de la cultura cotidiana del Puerto Rico de los años 80 (Marvin Santiago, la cerveza Shaefer, el moto, los champions y los overoles, por sólo mencionar un puñado). Es justo en ese punto que El entierro de Cortijo rasga la tradición de la crónica colonizadora –desde los diarios de Colón hasta los informes de los burócratas del imperio invasor de 1898– y se pliega al día a día del espacio de enunciación colonizado que vive, muere y entierra a su modo. Aunque no lo parezca, en esa fenomenología caribeña se resiste.
Cuarto cruce: Otra lectura a manera de coda
En noviembre 2021 en el Valle del Turabo volvió a mi memoria –esta vez como editora de la antología crítica, Encuentros en el territorio Rodríguez Juliá– esa lectura de El entierro de Cortijo de mi año de prepa en la Iupi. Aquel día, de algún modo, se empezó a escribir lo que acabo de compartir con ustedes. Es difícil contar todas las vidas que pasaron por mi mente aquella tarde. “Hay que inventar nuevas categorías para describir esto,” me diría citando el texto que me retrató –pese a no haber leído todavía a Góngora y a Quevedo y mucho menos a Neruda y Palés, pese a sólo contar por biblioteca con una Enciclopedia Cumbre y una Colecciones Puertorriqueñas–, pese a no haber estado allí.
Desde el podio bromeé diciendo que había conocido a una de las personas que habita a Edgardo Rodríguez Juliá en el entierro del plenero mayor. “¿Tú estuviste allí?,” preguntó entre entusiasmado y perplejo el autor desde su silla en el público. Creo haber ripostado con una sonrisa cómplice, “Estuve en el libro de ese entierro, en su crónica sobre ese día.”
Mas no, no estuve en ese entierro, como no pude estar en el de tantas personas que murieron tras el Huracán María, como no pude estar en el del primo que falleció con veinticinco años empezando esta pandemia, como no pude estar en el de mi padre en diciembre de 2020, porque los entierros pandémicos ya no pueden ser lo que eran. Deseo tampoco poder estar en el de esa universidad pública –que hizo posible esa y tantas lecturas para una joven iletrada de la periferia urbana de Naranjito y Barraquitas– y que matan a ritmo lento y certero.
Pero, mientras tanto, me aferro y conjuro desde el salón de clases y desde Editora Educación Emergente a esa red tupida que resiste y no se deja, a la amistad, a la creación y a los sueños que fraguaron Dos señores muy viejos con alas enormes y a la nueva edición de El entierro de Cortijo para que se lean, para que sean testimonios liberadores de aquellos y estos tiempos. En esa aspiración radica una de mis tímidas certezas sobre ese y otros entierros por venir pues “quizás toda congregación es simplemente una utopía que ensaya su espacio futuro,” ¿verdad, Edgardo?
Edgardo Rodríguez Juliá
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Fecha
Martes, 25 de octubre 1:00 p.m. Salón de Conferencias Vicerrectoría, UAGM, Recinto de Cupey
Jueves, 27 de octubre 11:00 a.m.
Lugar Evento
Firma de acuerdo colaborativo entre el Comité del Centenario Rafael Tufiño y la Universidad Ana G. Méndez, Recinto de Cupey.
Rotonda del Capitolio Actividad en celebración del centenario y exposición de obras de Tufiño. La
exposición estará hasta el 30 de noviembre.
Domingo, 30 de octubre 1:00 p.m. Museo Las Américas Actividad de celebración del cumpleaños
y el centenario de Tufiño, presentación de video retrato Los 80 del Tefo, develación del cartel del centenario por Garvin Sierra y música.
Viernes, 4 de noviembre Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP)
Exposición de obras de Tufiño
Miércoles, 30 de noviembre Sede de la Cooperativa de Seguros Múltiples en San Juan
Exposición Centenario de Rafael Tufiño
(1922-2022). La exposición en conmemoración del Centenario de Tufiño en la sede de la Cooperativa de Seguros Múltiples continuará hasta el 30 de noviembre de 2022.
Enero - Mayo 2023 UAGM Recinto de Cupey Actividades de la División Académica de
Artes Liberales Conversatorio con la participación de Pablo Tufiño Exposición de cartas de Rafael Tufiño a
su hijo Pablo – Biblioteca UAGM, Recinto de Cupey
Jueves, 30 de marzo de 2023 Museo Las Américas Tufiño íntimo: Cartas a Pablo
Septiembre 2023 UAGM Recinto de Cupey Edición especial de la Revista Cruce de
UAGM, dedicada al maestro Rafael Tufiño
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